Scorpius despertó con el cuello empapado en sudor, que comenzaba a llegar ya al borde de su camisa de dormir, por lo que no resultó extraño para él pasar los delgados dedos entre su cabello, rubio y revuelto, y darse cuenta de que se había humedecido también. Respiraba agitado, con el corazón a una marcha anormal. Estaba plenamente consciente de que aquello era tan sólo la respuesta física de su cuerpo al terrible sueño que había tenido unos momentos antes, uno que le era familiar.

Más que un sueño, Scorpius habría dicho que era una pesadilla. Siempre comenzaba de la misma forma. Se encontraba vagando solo por los campos de quidditch, que estaban llenos de neblina como si ahí se encontraran los dementores, aquellas criaturas asquerosas de las que su padre le había hablado en alguna ocasión. La niebla impedía que Scorpius viera hacia dónde se dirigía, a pesar de que sabía que tenía que llegar a tiempo a algún lugar, antes de que sucediera algo espantoso.

Después, conforme se adentraba en el sueño, el camino se iba abriendo para él, llevándolo hasta los vestuarios. Ahí dentro Rose lo llamaba a gritos, llorando, y le pedía que por favor salvara a Antares. Salvar a su hijo significaba la muerte de Rose, y salvar a Rose, implicaba perderlo a él para siempre. Scorpius nunca podía hacer nada significativo al respecto, pues tampoco tenía ayuda; estaba solo…

Luego, despertaba. Siempre tenía la sensación de haber estado en un tipo de dimensión diferente, más que en una pesadilla, porque todo se sentía demasiado real. En la cama junto a la suya, Albus roncaba suavemente. Scorpius decidió ponerse la bata y salir a tomar aire fresco. Decidió ignorar el hecho de que sabía a dónde lo iban a llevar sus pasos.

Sabía que no debía vagar por el colegio de noche, mucho menos por los terrenos del castillo, pero no pudo evitarlo. Últimamente aquel parecía ser el único lugar donde encontraba un poco de paz. Además, lo tranquilizaba pensar que la cabaña de Hagrid estaba a unos cuantos metros.

El pequeño jardín memorial estaba floreciente aún. Rose había puesto un hechizo a las flores para que mantuvieran un clima adecuado para su crecimiento, por lo que prácticamente eran lo único que soportaba los incipientes vientos helados del invierno, que se acercaba. El cielo estaba despejado y Scorpius pudo admirar las estrellas mientras se sentaba a pasar el rato ahí, pensativo.

Aún no sabían cuánto tenía Rose de embarazo, por lo que Scorpius no sabía si era seguro decirles a sus padres. Sentía que necesitaba hacerlo, de forma que pudieran darle un consejo, el que fuera. Incluso un regaño. En el verano había cumplido diecisiete años, igual que Rose, por lo que sabía que ninguno de los dos eran niños. Podían con esta responsabilidad, además de ser algo que anhelaban. Pero a veces se sentía tan pequeño y perdido…

Excepto ahí. En ese lugar especial, viendo la constelación por la que había sido nombrado, y la estrella más brillante de ésta, ya nunca se sentía tan solo.

La primera salida al pueblo de Hogsmeade llegó pronto. Rose estaba emocionada, pues era una buena oportunidad para distraerse de todas las cosas que la agobiaban últimamente. Albus, Scorpius y ella habían planeado hacer algunas compras navideñas y ella esperaba con ansias poder volver a aquella tienda de artículos para bebés donde Scorpius y ella habían encontrado consuelo hacía un año. No quería pensar, sin embargo, en lo que la nieve anunciaba: que pronto habrían de volver a casa, al menos por dos semanas.

Los exámenes de invierno comenzaron a consumir la mayor parte de su tiempo, de tal manera que apenas sintió que notaba el trascurrir de éste hasta que llegó el fin de semana. En la mañana, mientras desayunaban, las lechuzas entraron por el techo del gran comedor, dejando cartas y paquetes a su paso. Albus recibió algunos artículos de broma que enviaba James, sobre todo porque eran nuevas ideas para la tienda familiar y necesitaba que alguien los probara. Scorpius recibió una caja de golosinas de parte de su madre, que le pedía que fuera un buen chico y los compartiera con Rose, y ella…

Nada. No había ni una sola carta, ni un solo paquete, a pesar de que Hugo tenía correspondencia. Intentó fingir que sus ojos no se humedecían.

—Mamá envía saludos —dijo Hugo, pasando la carta con rapidez mientras masticaba su desayuno. Rose sintió un cariño profundo por su hermano de repente, mirándolo ahí tan inocente y lleno de tranquilidad. Le dieron unas ganas repentinas de abrazar a Hugo. —Ay, Rose, quítate.

Pero él no era un niño, no más. Y claro que se avergonzaba si su hermana mayor decidía abrazarlo en medio del desayuno sólo porque sí. Los ojos de Rose otra vez lagrimearon, haciendo que se sintiera muy molesta.

Scorpius tomó su mano con firmeza, atrayéndola hacia él. Beso su cara, muy cerca de la oreja, enviando escalofríos por su cuello.

—Está bien, Rose, amor. Deben ser las hormonas —susurró muy bajo en su oído.

Ella se sonrojó, sintiéndose de repente como si lo único que hubiera en esa sala fuera Scorpius, hasta que Albus se aclaró la garganta.

—Será mejor que se apresuren si quieren que hagamos las compras de Honeydukes —advirtió. —La abuela Molly pretende que estas navidades sean excepcionales, como es el primer año del bebé de Vic y Teddy, ya saben, y se va a molestar mucho si olvidamos los presentes.

La navidad anterior había sido un tanto incómoda después de que Rose se venció en medio de la sala, al enterarse de la noticia de sus primos. Claro que no todos se habían dado cuenta, pero algunos de los tíos no habían podido dejarlo pasar desapercibido, por lo que Rose esperaba que este año todo fuera distinto, que pudiera pasar en segundo plano y no llamar la atención sobre su pequeño vientre abultado. Lo bueno de las navidades era que el frío le permitía llevar, además del jersey de la abuela Molly, una túnica larga y bien abrigada.

Mientras salían del castillo, Rose y Scorpius con las manos entrelazadas, Albus parloteaba acerca del siguiente partido de quidditch. Algunas veces olvidaba que, a pesar de que sus amigos hubieran decidido dejar el quidditch, no eran del todo felices con esa decisión. Sin embargo, Rose se alegró en ese momento de la charla de Albus, porque se sentía familiar y común, y tal vez aquello era lo que necesitaba para aclarar sus ideas. Se dispuso a pasar un día agradable en Hogsmeade.

Primero fueron a Las Tres Escobas, donde pidieron cervezas de mantequilla. Fue un momento tan agradable, alejados de tantas preocupaciones. Incluso cuando Rose se dio cuenta de las ojeras debajo de los ojos de Scorpius, que le indicaban la falta de sueño, se dijo a sí misma que permitiría este pequeño descanso, y que le preguntaría sobre ello luego.

Después de disfrutar de las bebidas y de una agradable plática, los tres recorrieron las tiendas de Hogsmeade en busca de los regalos perfectos para sus familiares. A Rose le sorprendió no haberse podido contener en Honeydukes al ver las ranas de chocolate, pues la embargó una necesidad extraña de comer ciertos dulces, pasteles de calabaza y golosinas diversas. Scorpius vio el anhelo en sus ojos y, como un detalle totalmente romántico, decidió comprar todo el escaparate para ella.

No era que Rose no pudiera comprar sus propias golosinas. Después del conflicto contra Voldemort, la familia Weasley, en específico el padre de Rose, fue recompensada con una cuantiosa cantidad de dinero. Esto, sumado al trabajo actual de la madre de Rose como Ministro de Magia, y al hecho de que su padre había invertido en Sortilegios Weasley, les había asegurado a Hugo y a ella una infancia tranquila y holgada económicamente, algo que sabía que sus padres estaban orgullosos de darles. Rose sabía que podrían apoyarla con un bebé. Sin embargo, tenía la convicción de salir adelante ella sola, con Scorpius. Sin depender de las fortunas de ambas familias.

Y sin embargo, menos de nueve meses no era suficiente tiempo para estar listos. Aunque la embargó un miedo ansioso, intentó calmarse. De nuevo, disfrutar el momento. Estaba segura de que habría un momento para preocuparse.

—Debo comprar un regalo para el bebé de Teddy y Vic —anunció Albus, echando una miradilla a la pequeña tienda donde Scorpius y Rose habían estado el año anterior, lo cual hizo que el corazón de Scorpius golpeara con fuerza. —¿Ustedes quieren esperar o…?

—Vamos contigo —contestó Rose de inmediato, con las mejillas rojas por el incipiente frío. Scorpius quiso besarla y adorarla por siempre.

—Eh… bien —aceptó Albus, aunque un poco reacio. Rose y Scorpius no se dieron cuenta de ello, pues ya habían comenzado a caminar hacia el establecimiento. Por suerte, los atendió una bruja diferente, lo cual era bueno porque evitaba preguntas.

Rose se dio una vuelta por la tienda, mirando todo. Albus, mientras tanto, se veía claramente perdido.

—¿Qué tal su primer juego de pociones? —preguntó, mirando una caja de varios colores.

—Tiene seis meses, Al —dijo Rose, riendo—. Ni siquiera sabe qué son las pociones aún.

—Uh, de acuerdo —dijo su primo. —Entonces, ¿qué tal esta mini escoba?

Scorpius negó, divertido.

—Sólo si quieres que a Victoire le de un infarto —opinó. —Mira, este sería un buen regalo, ¿verdad, Ro?

Rose se acercó hasta donde estaban ellos, mirando un móvil de estrellas que echaba chispas de colores y tenía un hechizo musical incluido.

—Sí —dijo, sonriendo. —Sería perfecto.

Pero no pensaba en Victoire. Pensaba en su hogar, en las largas siestas junto a su bebé y Scorpius. Pensaba en cómo sería… y luego el miedo la ahogó. ¿Y si ese sueño nunca llegaba a concretarse? Le pareció que incluso sentía un dolor sordo en el abdomen. Aterrada, salió de la tienda para respirar el aire que le faltaba.

Scorpius, por supuesto, fue tras ella. La abrazó con firmeza, transmitiéndole su presencia segura y cálida. No importaba lo que sucediera, él estaba junto a ella. Él no se iba, incluso a pesar del dolor. Ella no notó que temblaba hasta que él la tranquilizó.

—Yo sé que tienes miedo, Rose. Sé que esta vez va a ser diferente. Podemos hacer las cosas diferente, ¿sí?

Ella asintió. Una vez calmada, sabía a lo que Scorpius se refería. Tenía que ir a ver a un medimago, incluso si ese medimago era la señora Pomfrey, incluso si la delataba. No iba a permitir que este bebé se fuera, que pensara que no era amado y deseado.

Scorpius y Rose no se dieron cuenta del momento en que Albus, que se había demorado en la tienda, se unía a ellos con un gesto de preocupación en el rostro.