La mejor forma de que te rompan el corazón…
…es fingir que no tienes uno
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Capitulo 3
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Nerima. Tokio.
2 de marzo de 1994 – 1 a.m.
Ranma se sintió mareado cuando vio que casi la entera aldea de Joketzu se había congregado en interior del café gato. ¿Por qué aquel concejo había tenido lugar en Nerima? ¿Para qué lo habían ido a buscar aquella noche? Ninguna respuesta se le antojaba coherente por aquel instante. Por lo tanto, se dedicó a estudiar lo que ocurría a su alrededor.
Las amazonas eran de una variabilidad considerable: jóvenes y hermosas, jóvenes y no tan bellas, no tan jóvenes y hermosas y todas las posibles combinaciones existentes de estos factores. Las veinte mujeres conformaban un círculo amenazador en torno al muchacho. Las sillas y mesas del Nekohanten habían sido apiladas hacia un lado del restaurante para obtener el suficiente espacio para la asamblea. Al principio las amazonas discutían a la vez con palabras incomprensibles. Algunas hablaban con tono solemne y otras gritaban de forma estridente pero las miradas casi siempre concluían en él. De pronto una mujer algo más joven que Cologne se acercó hasta él y le habló en un cuasi admirable japonés.
—¿Entonces tú eres aquel que hizo caer al Fénix?—La pregunta claramente era retórica. El silencio se hizo de pronto mientras la mujer colocaba la palma extendida en el esternón del chico. Ranma gruñó dando un paso atrás.
—¿Qué demonios cree que hace?
—Chico—Expresó otra mujer, más joven y con fuerte acento, salió del círculo y avanzó hacia él—. Ser muy fuerte.
—Chico de la coleta. Tú eres el que baila la danza del dragón—Un dedo desde el grupo de mujeres lo acusó culpable.
—Aquel que baila la danza de dragón deberá vivir en guerra, deberá servir al pueblo de la guerra—Manifestó otra mujer desde el círculo.
—¿Se puede saber de qué hablan estas trastornadas? —Estalló Ranma con violencia y dirigió su mirada repleta de incomprensión a la matriarca Cologne.
—Yerno—La vieja y pequeña amazona se acercó hacia él con tres saltos sobre su retorcido bastón de madera—, has sido elegido como hombre entre los hombres. Tienes el honor de recibir a las más poderosas de nuestra aldea que han venido hasta aquí sólo para ofrecerte un presente y un trato.
—Gracias. Pero de ningún modo me interesan tratos con amazonas—Ranma dio gran paso hacia el frente dispuesto a salir pitando de allí, pero el filo de una espada se posó con la suavidad de una mariposa sobre su barbilla.
—Poder ser muy persuasiva—La mujer de antes, la de la dicción característica, sujetaba la empuñadura—. Sí. Tú escuchar lo que amazonas tener que decir.
—El trato es—Comenzó a explicar la vieja mientras los cabellos largos y oscuros se ondulaban de un lado a otro—, cura de la maldición de Jusenkyo a cambio de herederos para nuestra tribu.
—El yerno pasará a ser verdadero heredero por ley. ¿Qué te parece, yerno? ¿Tentador? ¿Qué dices a ello?—Preguntó Cologne observándolo seriamente.
De repente una sucesión de voces de mujeres se avecinó como una cascada sonora por delante y por encima del sonido de sus propios y agitados pensamientos. Se escucharon suspiros, maldiciones, pero por encima de ello frases sin sentido y profecías.
—Vivirás en Joketzu.
—Viajaremos. Esta misma noche.
—Está escrito: aquel que hará caer al Fénix traerá la próspera batalla a la tribu de las amazonas.
—Sí...
—¿Y si me niego?—Preguntó Ranma ceñudo, furibundo, con el humor propio de un guerrero y adelantándose a probables posibilidades—, ¿y si me da igual vuestra estúpida cura? ¿y si no dejo que ninguna amazona estúpida me chantajeé?
Un silencio sepulcral fue seguido de decenas de voces. Gestos de furia hacían énfasis a las palabras desafiantes de las amazonas. Hablaron solapándose unas sobre otras en un japonés rabioso, desquiciadas, algunas simplemente ratificando a otras. Las palabras caían y se arremolinaban como las hojas en otoño.
—¿De verdad este muchacho ser el que hizo caer al fénix?
—No nos subestimes.
—No.
—Vas a traernos la guerra quieras o no.
—Ser a las malas si hacer falta.
—Si ser el de la danza del dragón no deber subestimar a las amazonas de Joketzu.
—No.
—Nos subestimas querido yerno…—La anciana se desplazó con ayuda de su bastón hasta la alacena de madera roída. La barrera de mujeres se hizo a ambos lados formando un camino que le permitió el paso. La vieja extrajo del cajón un marco de fotos sucio. El marco portaba el retrato de una bella joven. Ranma no necesitó mirarlo con atención para saber de quién se trataba: era su vieja foto de Akane, la que había llevado con él durante su viaje al Monte Fénix. Se preguntó cómo demonios había llegado a las manos de aquella vieja mientras se atragantaba de rabia—Tenemos motivos para pensar que quieres colaborar con nosotras.
—Sí. —Ratificó una de ellas mientras lo observaba con altanería—Eso parecer. Nosotras poder aplastar a chica del pelo corto con ojos cerrados.
Otra de las amazonas bastante joven salió del círculo y se adelantó desde las demás acercándose a Ranma e inspeccionándolo como si fuera un insecto. Las tres amazonas que se localizaban a su lado; la vieja, la del fuerte acento y la joven dictaminaron la sentencia.
—No sólo ganarás una cura.
—Dormirás con una verdadera guerrera.
—Y chica evitar la muerte.
Ranma hizo rechinar sus dientes hasta alcanzar dolor en la mandíbula. Su cabeza comenzó a dar vueltas, pero la rabia le impedía dar con una rápida huida y una fácil decisión. Evitó perder los estribos sin parar de observar desafiante a la matriarca de Joketzu. Las maldijo una a una por lo bajo y de reojo buscó a Shampoo. No tuvo éxito.
—Querido yerno. No sé qué estás pensando, pero te recomiendo que pienses muy bien tus próximos movimientos. Dos de mis guerreras están a la espera de mis órdenes para salir en busca de la chica Tendo. —La vieja sonrió con nostalgia. Ranma permaneció impasible. Intentó no dejarse afectar.
Sonríe vieja, aprovecha y sonríe. Porque quiero que tus lágrimas y las de todas estas brujas sean lo último que veas.
Su comisura izquierda se elevó ligeramente del plano de sus labios. Observó por última vez alrededor y dejó escapar su risa más despectiva, llena de rabia meticulosamente contenida. Su porte se descubrió amenazante como nunca.
—Estúpida momia milenaria, ¿qué le hace pensar puede amenazarme?
Cologne sonrió con un gesto de condescendencia.
—Yen-Ting, Bai-Luo, id a por ella—Ordenó y, de repente, dos muchachas jóvenes, alguna de las que habían hablado antes, salieron del círculo.
—¡No lo permitiré! —Ranma se abalanzó con celeridad, pero una multitud de brazos lo retuvo a medio camino. Se resistió con furia desencajando la mandíbula. En aquel momento su existencia perdió flexibilidad, sentía pánico por aquella amenaza, y la entereza que había querido aparentar se desvaneció por el retrete.
Akane.
—Te creía más inteligente, yerno. ¿Creíste que me podías engañar tan fácilmente?—La vieja tomó un antiguo pergamino entre sus dedos y lo observó con cierta devoción—. Nunca imaginé que tú, el yerno, serías aquél del que hablan los antiguos manuscritos. Eso, querido yerno, lo cambia todo.
—¡No sé de qué me habla!—Se revolvió con fuerza liberándose momentáneamente de su agarre. Algunas amazonas le soltaron, pero otras, velozmente, le volvieron a atrapar—¡Haga de una maldita vez que estas brujan me suelten!
—El que hará caer al Fénix traerá prospera guerra a la tribu de las amazonas—Recitó Cologne como un mantra ignorando sus quejas—. En otras circunstancias no hubiera recurrido nunca a la bajeza de este tipo de amenazas, yo también le tengo aprecio a la chica Tendo—Expresó con cierta tristeza en un intento por justificarse—. Pero esto se superpone a tus deseos y a los míos.
—¿Qué demonios pretende?
–Vendrás con nosotros a Joketzu. Tú decides si por las buenas o por las malas.
No permitiré que nadie involucre a Akane. Ella debe quedar lejos de todo esto.
Nueva York-Manhattan
9 de febrero de 2003 – 8 p.m.
Los días en el occidente habían pasado de forma precipitada y aún se debatía entre olvidar ciertas cosas o enfrentar de una maldita vez el temible pasado. La fusión se había producido sin percances, como ya adelantó desde el primer día. El objetivo de su viaje se había cumplido con creces y su actuación, de la que no se esperaba menos, había sido un éxito. Las reuniones habían dado frutos positivos y al día siguiente, viajaría de vuelta a Japón arrastrando consigo desde esa ciudad un triunfo más entre sus manos. Sin embargo, pese a todos esos motivos de alegría, un sentimiento desolador predominaba en su corazón. Así había sido desde que volvió aquella última vez de China siendo un adolescente de diecisiete. Así había permanecido durante sus años como adulto, mientras presenciaba como un espectador, cómo la vida iba pasando. Esta vez, además, era distinto. Por más que se concentrase en los cálculos de pérdidas y beneficios de los próximos cinco años del próximo proyecto, al final del día el sabor amargo de la boca no desaparecía.
A nadie le gusta la soledad, pero Ranma Saotome había aprendido que no quería hacer amigos a cualquier precio. Había hecho de su vida un terreno yermo, un erial baldío del que no sabía si quería y si podía salir. ¿Dónde habían quedado esas locuras de su adolescencia?, ¿dónde había quedado todo ese grupo de locos que años atrás lo acompañaban sin darle un respiro? Todo eso se había esfumado al igual que sus sueños. Al igual que ella.
Y, sin embargo, ocurrió. Fue un impulso primigenio que tal vez hizo en trance, pero durante su última noche en aquel país ajeno, una fuerza sobrenatural gobernó sus pasos hasta conducirlo de nuevo a aquel restaurante.
Se mantuvo indeciso a escasos metros de la entrada observando con gesto adusto y desconfiado la puerta. Desplazó su mirada a la placa de la entrada, al cobertizo que sobresalía de la pared un par de metros por encima del suelo y a la placa del restaurante que decía «Naomi». Leyó vagamente más carteles de certificados de calidad, excelencia, e incluso otra placa que certificaba el lugar como el primer restaurante japonés de la ciudad.
Estuvo parado por un tiempo indescifrable, a una distancia prudencial a medio camino entre la incertidumbre y la decisión. Apretó sus puños abrigados por unos guantes de cuero negro. La nieve helada caía desde el cielo. Las bajas temperaturas y la inactividad hacían que su piel comenzara a doler por el frío y que los dedos de los pies se sintieran entumecidos.
Akane.
En su refugio de incertidumbre Ranma repasaba cada uno de los motivos por los cuales no debía entrar. La incomodidad de ver el pasado volver, el desfilar de los años, las pesadillas, la ausencia de palabras que decir. El miedo. Un camino tan largo como doloroso que no debería volver a recorrer. Y no valía la pena tan solo por volver a verla una vez más. Volver a ver su rostro y preguntarle por qué.
¿Por qué?
La gente pasaba a ambos flancos de la figura plantada frente al restaurante. Como si de una cámara puesta a modo rápido se tratara, desde lo alto del cielo se podrían observar las decenas de caminantes que flanqueaban a aquel estilizado hombre en medio de la acera. La gente lo adelantaba hacia una dirección y hacia la opuesta; mientras que él, totalmente inmóvil, observaba algún punto fijo del cielo a través de sus ojos grises sin ver realmente nada. Y así la noche transcurría, la nieve caía y el flujo de gente decrecía.
Si no entro…
Debía entrar. Entrar y enfrentar aquello que debía enfrentar. Sólo eran los fantasmas de su mente lo que le asustaba, que crecían y crecían hasta convertirse en gigantes. La realidad seguro que era mucho más fácil. Un juego de críos. Se enfrentaría. Exigiría respuestas. Pasaría página. Enterraría los fantasmas. El viento arrastraría cenizas del olvido.
Pero ¿y si no entraba?
Si no entro…
Seguiré viviendo el sueño que pertenece a este invierno eterno y nunca acabará. Seguiré siendo parte de esta nieve que cae del cielo y que no se derretirá nunca.
