La mejor forma de que te rompan el corazón…
…es fingir que no tienes uno
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Capitulo 4
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Aquel que baila la danza del dragón hará caer al Fénix desde los cielos.
Y, bajo la canción de la lluvia, pisará la tierra gris de Joketzu.
Brillará tanto como la luna en una noche sin estrellas ni niebla.
Levantará mil veces su baile en el cielo, bajo el ardiente calor del verano.
Desnudará el alma de la mujer guerrera, se impregnará en su poder, lo convertirá en belleza.
Dejará en su vientre la semilla de la fuerza.
Hará temblar los cimientos de la tierra.
Y traerá próspera y eterna guerra.
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Decálogo de profecías y revelaciones de la tribu de Joketzu. Volumen II, Capitulo 5: El que baila la danza del dragón
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Jokeztu. China
En algún momento del mes de abril de 1994
La aldea de Joketzu casi siempre se ocultaba en el abrigo de una niebla espesa. Esta niebla al atardecer se deslizaba sobre el lomo de los valles; huyendo de los picos y desfiladeros para caer en forma de agua sobre los pastos y los lagos. Al amanecer las nubes acariciaban la aldea, que descansaba sobre la ladera de una montaña, y vuelta a empezar. Era excepcional, en aquellas tierras, cuando el sol asomaba a través de las montañas y las nubes – lo que también era paradójico— porque durante el tiempo que Ranma estuvo viviendo en la aldea de las amazonas, observó el astro brillar en lo alto del cielo tan solo en cinco contadas ocasiones.
Este hecho siempre coincidía con la sustitución de la niebla por una fuerte tormenta que dispensaba litros de lluvia a los campos de cultivo. Cuando la lluvia amainaba, el cielo oscuro se agrietaba y de aquellas heridas brotaba una luz que inundaba el campo de color. Allí era cuando brillaba el sol, y esa luz siempre le recordaba a Ranma la sonrisa de Akane. Le recordaba porque iluminaba el pueblo y las tierras, inundando el horizonte de colores que pensaba que no existían en aquella región gris.
Ese día aquello ocurrió y fue la primera vez que lo vio. Suaves rayos de sol lamieron su rostro somnoliento. Esta luz se colaba por las rendijas de madera descompuesta de la choza donde lo mantenían confinado; consecuencia de su propia arrogancia y persistencia. La intensa luz lo despertó del todo y quedó grabada en sus ojos azules. Pero él además veía otra cosa distinta.
Es cierto que tu sonrisa me llena de luz.
Se sorprendió a sí mismo pensar algo tan absurdamente cursi, pero, después de algunos días de aislamiento y de pesares, el sol había traído su sonrisa. Aquel tibio calor del sol le recordó aquella verdad como un templo, que llevaba rumiando día tras día desde que conoció a Akane Tendo.
Akane, Akane, Akane, Akane, Akane…
A cámara lenta se deslizaban sus recuerdos. Todos los momentos en los que ella estaba a su lado. Todos los besos que deseaba darle. Quería volver estar a su lado para protegerla. La necesitaba.
Yo… quiero… yo quiero volver a ver esa sonrisa. Necesito volverte a ver. Necesito volver.
Te necesito Akane… Yo necesito estar a tu lado.
La lógica aplastante de su necesidad volvió a prender la chispa de la ira. Ya pasaba demasiado tiempo desde que no encontraba un plan efectivo, ¿cuánto tiempo había pasado?, ¿días?, ¿semanas? Observó por la rendija de la madera las dos amazonas que siempre custodiaban su puerta. Una de ellas, más joven que la otra, sujetaba un gun entre las manos. La otra sostenía paralelo a su cuerpo un guan dao apuntando con su filo al cielo. Se volvió frustrado hacia el pequeño espacio en el que llevaba encerrado tiempo indeterminado. Una simple manta roída en el suelo y un vaso vacío eran todo el contenido de la estancia. Se llevó las manos a la cabeza hilvanándose el seso para buscar alguna condenada solución. Dormía demasiado y allí encerrado no podía hacer nada. Pensó, pensó, hurgó en todos sus pensamientos para poder crear un plan mínimamente sostenible. Recapituló.
Una treintena de mujeres lo habían escoltado bajo amenazas hasta Joketzu. Aquellas brujas se tomaban demasiadas molestias como para poder cuestionarles la relevancia de sus estúpidas predicciones. Al principio, al poco tiempo de llegar, ellas lo habían tratado con cuestionable dulzura. Solían tener palabras más o menos agradables con él, dentro de lo que cabe esperar de aquella cultura, pero sobre todo intentaban comprar su colaboración con comida. No había día en el que no lo agasajaran con ostentosos platos, deliciosas frutas, manjares para su paladar acostumbrado a comer cualquier cosa para sobrevivir. Sin embargo, Ranma no se había mantenido quieto y receptivo. Por ello, tras el tercer intento por escapar las cosas cambiaron diametralmente. Ya no obtuvo más platos exquisitos y la amabilidad de las mujeres desapareció de un momento otro. Lo encerraron y ante sus negativas por colaborar sólo se sucedían los golpes, las amenazas y las conductas hostiles de todo un ejército de amazonas.
De pronto la puerta de la choza se abrió entrando aquella misma joven que le llenaba el vaso de agua todos los días y curaba sus magulladuras. Tenía el pelo largo y atado en una trenza espesa. Los ojos eran oscuros de un rojo sangre.
Ranma se percató de una necesidad urgente y llamó su atención.
—Oye. Te-tengo que… —Enrojeció—Ir al baño…
Ella pareció no enterarse de nada en absoluto. Le observó con cierta confusión, sus pupilas estaban dilatadas. De modo que Ranma, avergonzado, tuvo que hacer el gesto de incontinencia. Ella pareció percatarse, le ofreció una sonrisa tan amable como nacarada y, haciendo un gesto que indicaba que la siguiera, lo condujo a la salida. Masculló algo en mandarín incomprensible para Ranma a las amazonas que custodiaban la choza. De este modo las amazonas lo transfirieron a los, digamos que, servicios públicos de aquella aldea; una suerte de agujero en el suelo rodeado de madera algo podrida. Lo empujaban de forma hostil con el mango de sus armas, recelosas de acercarse al muchacho.
Cuando Ranma una vez acabó las dos amazonas lo volvieron a escoltar a la cabaña. Se permitió entonces tomar una panorámica de su posición antes de entrar de nuevo a su presidio. La cabaña donde lo mantenían cautivo estaba situada en el valle entre dos sinuosas lomas; rodeada de pequeñas parcelas de cultivo de arroz en terraza. Sin embargo, no estaba demasiado lejos del campo de entrenamiento de las guerreras amazonas. A unos doscientos metros se elevaba la plataforma cilíndrica de las que ellas se valían para sus combates. Su situación era estratégica; ciertamente alejada del poblado, pero próxima al corazón de su ejército. Solo por si se le ocurría cometer alguna tontería. Aquel era el motivo por el cual había desistido de huir otra vez. Había fracasado estrepitosamente las tres primeras veces. Y, con honestidad, no tenía ni fuerzas ni ánimos para seguir soportando los golpes y escuchando de cuántas formas le podrían partir el cuello a Akane Tendo. Se maldijo a una velocidad de mil veces por segundo. Debía encontrar otro plan.
Cuando penetró a la choza la muchacha de la trenza se encontraba saliendo de ella con la manta sucia sobre la que dormía el chico. A los pocos minutos entró depositando una manta limpia y un plato caliente de sopa con fideos. De repente tuvo una idea. Antes de que ella emprendiera la marcha Ranma llamó su atención atrapando su muñeca. Ella se sobresaltó un poco.
— E-espera… Xiè...xie—Le agradeció él en un torpe mandarín.
Ella pareció sonrojarse, pero no se marchó en aquel instante. — Bú kèqi — Permaneció plantada delante de él, algo abochornada, un segundo ante sde dar el paso definitivo hacia la puerta. Ranma pensó en no desaprovechar aquella oportunidad.
—¿Cómo te llamas?
La joven se detuvo y volteó a verlo haciendo un gesto de no entenderle. A lo que Ranma se colocó una mano en el pecho, en un gesto de señalarse a sí mismo.
—Ranma Saotome, ¿ves? Yo, Ranma Saotome.
—Mao Xing.
La joven sonrió de forma enigmática. Prácticamente era una niña por lo que Ranma sintió la punzada de la culpabilidad por lo que estaba a punto de hacer. Pero no le quedaba otro remedio. Le ofreció la mejor de sus sonrisas y alzó la mano en un gesto de amistad. Ella pegó la barbilla al pecho abochornada.
Quiso aprovechar su distracción y moverse para agarrar a la muchacha del cuello por la espalda. Sería demasiado fácil bloquear su respiración con su antebrazo y presionar aquel punto en el occipital. Sería demasiado fácil hacer aquello, pero a la vez era tan difícil... No podía desaprovechar la oportunidad de utilizar a aquella muchacha para presionar a las amazonas. Con toda seguridad esta vez lo escucharían. Oh, estaba seguro de que lo harían. Lamentablemente, mientras atravesaba el camino torcido de su indecisión ella le sonrió con inocencia.
—Ver… ver mañana—Expresó en un torpe japonés con una sonrisa antes de abandonar la estancia.
Ranma no pudo hacer nada. En el límite de su desesperación se odió a si mismo por lo que había estado a punto de hacer. ¿Qué debía hacer? Necesitaba escapar. Necesitaba volver. Ya estaba harto de todo aquello. Harto de sus malditas leyes, de sus profecías, de soportar sus amenazas.
Quería recuperar el control de su vida.
Observó por encima del plano de su mirada un pequeño reptil esconderse entre la madera oscura. El animal era de un tono oscuro velado. Sus pupilas de serpiente se contraían a la espera de algo. En milésimas de segundo se abalanzó sobre una pequeña araña. El insecto quedó aplastado en sus fauces antes de desaparecer en la garganta. Aquel acto sumamente natural y primigenio le llevó a otra idea. Un depredador a la espera. Una estrategia. No tenía nada que perder.
Seré como un camaleón. Mi mentira será su verdad. Mi sonrisa no será más que una pose.
Los ojos azules de pronto adquirieron un brillo grisáceo. Aquella idea que comenzaba a sembrar poco a poco echaba raíces y a gestarse en un plan. Un fanatismo inesperado poco a poco se apoderaba de su mente. Si lo pensaba fríamente hasta era simple. Casi estúpida. Pero brillante.
Akane… por favor, espérame. Haré todo lo que esté en mis manos por volver lo antes posible y librarme de este ejército de brujas. Las destrozaré. Las destrozaré una a una.
La idea se comenzó a extender como un virus. Incombustible y altamente infecciosa. Esperanzadora. Era su única salida. La única manera. Después, el verdadero mundo comenzaría de poco en poco a dejar de ser real. Aquello progresaría en su interior para definir a Ranma.
O para destruirlo.
A partir de aquel día todo comenzó a ocurrir muy rápido.
Nueva York-Manhattan
9 de febrero de 2003 – 8 p.m.
Sentía que debía entrar.
Sus piernas fueron torpes en el primer paso. Sus dedos temblaron cuando abrió la puerta de la antesala y cuando alcanzó a la metre de la entrada su corazón palpitaba con fuerza en sus sienes. Todo el rato una mano parecía estrangular su garganta.
—Buenas noches caballero, ¿mesa reservada?— escuchó un japonés perfecto y atisbó entre la niebla de su mente una sonrisa. Él negó con la cabeza.
Como si de un deja vú se tratase siguió a la mujer a través de aquellas mismas angostas escaleras, a través de los pasillos con biombos, a lo largo del mismo escenario de tres días atrás. Se sentía muerto de los nervios y a la vez preso de una terrible impaciencia. De modo que se detuvo a mitad de camino, sin saber muy bien si continuar, darse la vuelta o huir sin contemplaciones. Toda la vida se había jactado de ser valiente cuando sabía que en realidad para algunas cuestiones era un cobarde. Había un regimiento de razones para huir, pero ¿por qué no podía de una vez salir de dudas?, ¿no era mejor que ella respondiese por una vez a sus preguntas? Saber la verdad después de todos esos años, ¿no supondría un descanso? Quizás aquello podría devolver algo de calma a la retorcida procesión que le martirizaba por dentro. Llenó de aire sus pulmones, levantó la barbilla mirando hacia el frente. Carraspeó.
—Disculpe, pero… en realidad buscaba una persona que trabaja aquí.
La mujer se detuvo en lo alto de la escalera y volteó despacio.
—¿Disculpe? —Preguntó.
—Estaba buscando a una…—Titubeó por un segundo antes de continuar con su respuesta—vieja amiga. Me pareció verla trabajando aquí hace exactamente tres días. Su nombre es Akane, Akane Tendo.
La mujer se detuvo pensando por un instante.
—No me suena en absoluto. Quizás esté en un turno distinto o que sea nueva— Su rostro pareció iluminarse con alguna idea—. Espere un segundo señor, voy a preguntar a la responsable de servicio.
En unos segundos que parecieron horas la mujer volvió acompañada de una joven vestida con un komon dorado. Su pelo corto estaba teñido de color amarillo, su cara era pálida y llevaba los ojos maquillados de negro. Debía tener unos treinta y pocos. Ella hizo una corta reverencia desde lo alto de la escalera.
—Lamento comunicarle que—Confesó con suave voz—aquí no trabaja ni trabajaba nadie con ese nombre.
—Pe-pero… yo… la vi….
—Quizás se confundió.
Ranma sacudió la cabeza hacia ambos lados. ¿Quizá su imaginación le había jugado una mala pasada? ¿tan desesperado estaba?
—No. No es posible.
—¿Cómo dice que es su amiga?
—Ella es… —Observó a la joven intentando visualizar el rostro de Akane. Se llevó una mano a la cabeza. Un agudo dolor comenzó a palpitar en sus sienes. El dolor fue acompañado de un extraño zumbido y la escalera comenzó a multiplicarse en sus ojos. De pronto hacía demasiado calor— es… es igual. Disculpen las molestias.
Se disculpó con una reverencia que sostuvo por corto tiempo y después emprendió una evasión rápida. El camino de vuelta a la calle se le hizo corto. Los pasos se le enredaban en su marcha por procurar ser raudos y el dolor no le abandonaba por más que luchaba por deshacerse de él. Al abrir la puerta una bofetada de aire glacial del invierno golpeó su cuerpo y él golpeó de vuelta a la noche neoyorquina con el vapor de su aliento. El frio pálido de la noche y Ranma; Ranma y el vapor que disipaba de su respiración discontinua. Parecía como si el frío se llevase consigo poco a poco el fuego de su miedo. Parecía disputar con él la poca cordura que le restaba.
—¡Señor!
No pudo evitar el sobresalto. Tan sumido en su propia mente turbada que su instinto de kempoísta lo había abandonado a su merced en aquel duro invierno. La señorita del pelo amarillo lo había alcanzado en la calle.
—¡Señor! —Repitió con las mejillas rosadas por aire cortante—Se ha marchado sin dejarme explicarle. Creo que es posible que usted buscase a Kanna.
—Yo no… —Contestó ofuscado. Parpadeó incrédulo observando a la muchacha con el komon dorado. En la calle a la temperatura era muy baja y la muchacha exhalaba vapor desde sus labios—No pretendía causar problemas…
—Verá señor, usted… quiero decir… sus ojos azules tan poco comunes me han recordado a algo que me dijo una vez Kanna.
—¿Quién es Kanna? Lo siento, creo que me está confundiendo con otra persona.
—Kanna muchas veces hablaba metafóricamente—Dijo con la mirada perdida en otro punto, sin parecer escucharle—. Ya sabe usted cómo son los artistas de enigmáticos. Tampoco es como si hablase de ella misma continuamente.
Ranma sintió que el vello de su espalda se erizaba. No supo qué decir y la señorita continuó hablando.
—Es recelosa de su vida privada. Pero creo que siempre confió mucho en mí, es más, me atrevería a afirmar que realmente confió en mí. Verá no todo el mundo es capaz de bailar y cantar de esa manera.
—¿De qué me está hablando?
—Ella tiene ese don especial, ¿sabe?—Expresaba la muchacha sin darle tregua, embebida en su propio entusiasmo—Es capaz de emocionar a las personas con su voz. Es una voz que transporta, que engrandece. Es a la vez tan dulce y tan triste que no lo sé explicar. Por eso creo que debería escucharla usted por sí mismo.
—Lo siento—Contestó aturdido. El zumbido de sus oídos no le había abandonado del todo—, pero yo no tengo tiempo. Mi avión sale en unas horas.
—Oh…es una lástima—Lamentó la señora. Rebuscó algo en los pliegues de su komon y extrajo una libreta junto a unos papeles. Le entregó uno de ellos—Si saca tiempo, creo que no se arrepentirá. Es su última noche en la ciudad, solo ha estado aquí durante tres meses.
La muchacha hizo una reverencia y volvió a entrar el establecimiento abandonando a Ranma. Observaba con sorpresa y casi con admiración el folleto arrugado en sus dedos. Casi podría decir que lo escrutaba con religiosidad. A pesar de ser tarde, los transeúntes circulaban por sus costados. Los copos de nieve caían. El ruido de la multitud desaparecía sepultado bajo un murmullo de fondo opaco, pero lejano, distante.
El frío, el miedo, el extraño zumbido lo abandonó en un intento de algún dios caprichoso por confundirlo. En su mano palpitante arrugaba el papel sin medir sus fuerzas. Un evento. No muy lejos de allí. Una imagen. Y en el centro de esta resplandecía aquella imagen, una joven de perfil, vistiendo un kimono. Sin duda alguna, aquella era la sonrisa de Akane.
NA: Gracias por leer
