La mejor forma de que te rompan el corazón…
…es fingir que no tienes uno
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Capitulo 5
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En algún lugar de la cuna del canto, Kioto.
Verano de 1997
La garganta aclamaba. Pero es que dolía. Y no sabía por cuánto debía esperar.
Se asomó por la ventana para admirar el paisaje sin abandonar la postura. Le picaba el pliegue de su falda, pero aguantó sin rascarse ni abandonar su constancia. Y mientras, una lágrima silenciosa se deslizaba a través de la suavidad de su mejilla. Sus manos sujetaban la barra y seguía de puntillas.
—¡Los hombros rectos! —La voz irrumpió de pronto en la sala y volvió a dictaminar órdenes. Así que ella estiró los hombros mientras crujía su espalda. Desde los pies ascendieron de nuevo aquellas descargas, primero el hormigueo, después la punzante molestia.
—¡Sonríe niña!
Modificó el gesto con una engañosa tentativa de sonrisa. Su tutor pareció percatarse de ello.
—¿Esa es una sonrisa? ¡Más bien es la cara de asco de un mono! ¡Diez minutos más en la misma posición!
No pudo más. Sus lágrimas se agolparon bajo los párpados y comenzó a llorar un río de impotencia.
—No puedo. De verdad—Contrajo el rostro en una mueca de dolor—Lo he intentado Malaw. Pero no puedo, yo sólo quería… cantar…
—¡¿Así tan rápido te rindes?! ¡¿Así es como pretendes conseguir alcanzar tus sueños?!
La muchacha se mantuvo por unos segundos en la posición que le había ordenado su instructor. Separó las manos de la barra y las alzó sobre su cabeza; apoyada sobre el suelo de madera nogal con la punta de los pies desnudos mantenía las piernas levemente arqueadas. El lacio cabello azabache rozaba sus hombros. Después se derrumbó hacia el suelo y quedó sentada sobre sus talones con el rostro escondido en las palmas de sus manos.
—Oh, no puedo Malaw… lo siento… de verdad que hoy no puedo…
—Niña. ¿Acaso quieres que lo piense?, ¿quieres que no tenga esperanzas en ti? ¡Esperas que piense que después de todo me equivoqué contigo!, ¡quizás no te debí dar esta oportunidad hace dos años cuando acudiste a mí llena de esos inexistentes sueños!
La observó con una dureza exagerada, sobreactuada. Hizo el amago de darse la vuelta y marcharse.
—E... ¡espera!, ¡no te vayas! —Ella alzó un brazo. Con el rostro compungido le intentó convencer—¡Lo conseguiré Malaw! ¡Te lo juro! Pero hoy… hoy necesito un respiro. A partir de mañana me esforzaré hasta la extenuación, ¡seré la mejor!
Sonó del todo convincente. Malaw, aquel senegalés de casi dos metros y complexión extraordinaria, se acercó dos pasos a la joven, la observó asumir una falsa sonrisa y unos ánimos ilusorios sacados de la nada ¿Quién sabía de dónde tomaba la fuerza esa joven? Lo que parecía ser un gesto de ternura se esbozó en su rostro.
—Está bien niña Akane. Te daré una tarde de tregua.
Ella, sobre sus talones, asintió con una sonrisa y un movimiento fuerte de barbilla. Pero por más sonrisa que pretendía fingir la desolación se aplacaba en sus ojos. Aquellos iris marrones chocolate aguardaban el dolor de un animal herido, desahuciado. Sin rumbo fijo.
—¿Quieres hablar de lo que pasó ayer?
Ella negó con la cabeza y el pelo negro cuervo flotó lacio alrededor de su cabeza.
—Gracias Malaw, pero prefiero no hablar de ello.
—Un desafortunado pero inevitable encuentro—Dijo el senegalés con severidad en su rostro. —. Pero te hará madurar. Te ayudará olvidar.
—Me odia, Malaw… ella me ha dicho que él me odia.
—¿Por qué te afecta tanto lo que te ha dicho esa cocinera de pizzas?
Ella sonrió con tristeza.
—Okonomiyakis, Malaw.
—Es igual. El orden de los factores no altera el producto.
—Estaba muy enfadada. Yo le destrocé aun pensando que yo era la víctima y ahora es demasiado tarde.
Él la tomó suavemente de la barbilla.
—Ese es su problema y no el tuyo.
—Yo… tengo miedo—Las lágrimas volvieron a fluir desde sus ojos formando un barniz salado sobre sus pómulos—. Tengo mucho miedo. Quería huir de mi pasado, dejarlo todo a atrás. Y mi pasado me ha alcanzado.
—El miedo no es algo malo, te dice lo débil que ahora eres. Una vez que conoces tu debilidad puedes volverte más fuerte de lo que habías imaginado.
Akane se abrazó a sí misma. Había perdido tantas cosas, que no sabía si lo que había ganado equilibraba la balanza.
Apartó de su ser el llanto abrazando también una sonrisa. Y comenzó a cantar esa canción. La canción que sonaba por aquel entonces en su mente. Evitó explotar en llanto gracias a concentrarse en el tono, en el ritmo, en el compás. Paso a paso, nota a nota, recuerdo tras recuerdo. El senegalés la acompañó siguiéndola con suaves coros hasta que ella terminó. Suspiró más tranquila aún de rodillas en el suelo, con los tobillos separados de sus muslos. El senegalés se mantuvo firme con la mirada extraviada por la ventana.
—Malaw, ¿de verdad crees que he sido cobarde? Hui de todo y de todos… sin ser capaz de dar la cara a nadie. Ni siquiera a mi familia.
—Niña Akane, no eres cobarde, sólo has ido en busca de tus sueños.
—Es cierto, pero igualmente me siento culpable.
—Tu mundo es sólo lo que haces de él— Malaw se encaminó hacia la salida dedicándole una sonrisa antes de abandonar—. No todo lo que sientes es realidad ni todo lo que sueñas es fantasía. Levántate, sobreponte y sonríe al mundo. Esa sonrisa lo cambiará todo y mañana será otro día.
3 años antes.
Nagoya
Febrero 14, 1995
Las clases eran intensas, el trabajo a tiempo parcial agotador. Casi permanecía fuera de sol a sol, pero lo prefería. Mantenía entonces su mente tranquila, concentrada, libre. Pero el cansancio era máximo, volvía a casa exhausta. Aquello de haber empezado tan tarde a estudiar canto y danza no iba en su favor; todos los tutores le exigían más que a los demás. Así que finalmente los tutores y las clases terminaban por agotarla. Por si fuera poco, además de las clases y el trabajo intentaba entrenar todos los días, para no abandonar el mundo de las artes a un lado. Y así los días la dejaban rendida y sin ganas de ver televisión, salir a hacer vida social, leer o cocinar. Normalmente tomaba algún onigiri de camino a su apartamento y cuando llegaba se descalzaba, daba tres pasos y caía sobre su cara en el sofá.
El apartamento era diminuto, pero era lo único que se podía pagar. Por suerte el nivel de vida era más bajo en Nagoya que en Tokio. Y aun así le costaba reunir el suficiente dinero para sobrevivir mensualmente. No derrochaba en caprichos, viajes o elementos superficiales; pero tampoco tenía tiempo de disfrutarlos. Apenas hablaba con la gente de su pasado y pocas amistades había entablado de cara al futuro. Llamaba a los Tendo tres veces al mes, hablaba más con Kasumi, menos Nabiki y casi nada con Soun. Aunque era por razones de la culpa que ella misma se infligía. La autocondena por haber roto lazos, huido de manera impulsiva y sin mirar atrás. Pero es que aquel verano el dolor le había empujado hacia un horizonte tan incierto como torcido.
Solía pensar en el futuro mientras babeaba un rato de cara al sofá. Consistía en decidir qué hacer no más allá de pocas semanas, si debía salir a tomar algo con los compañeros de clase aquella semana o entrenar. Lidiaba con el debate interno sobre si visitar a sus hermanas. No había vuelto desde que se marchó, ya varios meses atrás. Volver a Nerima le resultaba demasiado doloroso. Y de todos modos, no tuvo tiempo de sentir la soledad.
Había oscurecido hacía ya unas horas aquel frío día. En el mes Febrero. Concretamente 14 de febrero.
Pensó en aquel día sin sentido, con un significado inventado por las grandes corporaciones. ¡Qué tontería tan grande sentirse responsable por aquella invención! Como si un chocolate representara el valor del amor auténtico. Akane Tendo se incorporó sobre las palmas de sus manos. El cabello algo más largo se deslizó por sus mejillas y permaneció mirando en algún lugar de la tela perdida en sus pensamientos. Ella, ¿acaso ella sabía el valor del amor auténtico?
Quizá no sepa el valor. Pero conozco cómo duele.
El amor para que sea auténtico debe costar. Si no es auténtico no cuesta, ¿verdad?
Si el amor era auténtico, entonces debía de costar. Por su puesto que nunca fue y nunca será gratis. Nunca había sido un regalo. El amor dolía y el amor costaba. Por aquello que dolía sabía que era amor. Por eso que costaba sabía que era real. Y sabía que costaba porque nunca jamás lo había vuelto a encontrar.
Realmente pensaba aquello casi todos los días de su vida. Cuando se levantaba, cuando bailaba y cantaba, cuando reía y cuando lloraba. Cuando entrenaba. Pero sobre todo y por encima de todas las cosas pensaba en aquello cuando se acostaba. Era como un estúpido rito diario: lavarse los dientes, cepillarse el pelo negro, mirarse al espejo evitando sentirse fracasada, acomodarse en la cama y desencadenar la ristra de pensamientos. Era allí cuando más lo sentía. Sentía que se ahogaba.
Ranma...
Algunas veces abrazaba a la almohada y entonces a menudo lloraba. Otras simplemente ella registraba el pasado. Sin embargo, la mayoría de las veces se conformaba con saber que se encontraban bajo el mismo cielo. ¿Por qué había tenido que separarse para poder ser más honesta que nunca? El paso del tiempo había mejorado su honestidad. Había transgredido aquellos límites impuestos por un tozudo orgullo adolescente. Pero era demasiado tarde. Demasiado tarde para dejarlo salir. No podía dejarlo salir.
La forma en la que hablabas. La forma en la que te movías. La forma en la que sonreías y peleabas. La forma en la que enfrentabas el mundo.
Había sido una estúpida. Akane lo repitió con los ojos cerrados la noche que se marchó, la semana siguiente y quizás después de un mes. Y entonces un día no lo pensó más. Simplemente, a veces, se dejaba ir en su mente hasta alcanzar ese punto de brillo inconstante. Lo agarraba entre los dedos, brillante como una estrella intermitente en el cielo. Y después como siempre caía; se escurría entre sus finos dedos y desaparecía hundido en la oscuridad. Ese brillo era lo que había sido alguna vez, estaba segura. Era lo que alguna vez fue Akane Tendo.
La forma en la que me traicionaste.
Por eso yo me pregunto por qué… por qué aún… por qué después de todo… yo… te amo tanto.
Se levantó a tientas entre la oscuridad acercándose hacia la ventana de su apartamento. El cielo completamente oscuro rodeaba una luna tan brillante como enigmática.
Las estrellas son tan lejanas que nunca podré alcanzarlas con las manos, y, sin embargo, no puedo dejar de mirarlas. Me pregunto si estarás viendo estas mismas estrellas.
Pensar. Pensar. Maldecía el castigo al que sus pensamientos la arrastraban. El abismo de los recuerdos, las consecuencias de sus acciones. De su impulso.
Sabía que había sido demasiado impulsiva. Y no dudaba de que si pudiera desandar lo andado hubiera ido con más cuidado. Pero él la traicionó estropeándolo todo. Maltrató su recuerdo y ya no había nada que hacer al respecto. Al menos le quedaba el consuelo de querer cumplir sus sueños.
La verdad era que tenía miedo de la posibilidad de perseguir sus sueños y fallar estrepitosamente en el intento. Pero más se arrepentiría si no lo intentaba. Y así quizás algún día, en su camino, dejaría de abrazar esos recuerdos mientras se encorvaba de dolor.
Había algo dentro de Akane que gritaba muy fuerte. No era más que su voz.
NA: Gracias por leer.
