La mejor forma de que te rompan el corazón…
…es fingir que no tienes uno
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Capitulo 6
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Nerima. Tokio.
4 de marzo de 1994 – 7 a.m.
Le había dejado muy claro que no quería que pisara el Nekohanten. Era lo primero que le dijo Ranma tres días atrás, ordenándoselo con esa expresión de severa formalidad en su rostro que a veces adoptaba y que ella tan bien conocía. Sin embargo, un fuerte presentimiento surgía desde lo más profundo de su estómago hasta comprimir su pecho.
Akane pensaba en esto mientras corría a través de las calles de Nerima vestida en su gi de entrenamiento. El sol de inverno que acababa de nacer por el este y era tibio, calentaba un poco su cara mientras que se deslizaba a un ritmo constante y firme por el pavimento. La superficie plana del canal reflejaba destellos. Un ave cantaba. Su corazón se aceleraba.
¿Estará Ranma en problemas?
La última vez que lo había visto tuvo lugar cinco días atrás. Cuando estaban en el dojo —Akane sonrojó recordando aquel instante— y de repente apareció Cologne junto a dos mujeres chinas reclamando a Ranma. Desde aquel día había desapareció con ellas. No volvió por el dojo desde entonces y Akane realmente empezaba a encontrarse irritada. Quizás intranquila. Sentía como un mal presagio anidado en su pecho que interfería en las acciones cotidianas de su día a día; al entrenar, sonreír o ir a la escuela sola. Sola. Y es así como había estado los últimos días. Sola.
¿Volverás pronto, Ranma?
La multitud de pensamientos y miedos se le presentaron en la noche y por tal motivo aquel domingo había madrugado. No era como si no confiase en Ranma, o como si tuviese miedo de que se marchase y no volviera. Pero esa actitud de desaparecer sin decir nada no era propia de él.
O al menos así pensaba Akane.
Akane se sentía trastornada, por lo que detuvo su marcha para recuperar el aliento. Con una mano en el pecho, tomó generosas bocanadas de aire y se pasó el dorso de la mano por la frente para apartar el flequillo mojado de sudor. No era como si estuviera muerta de la preocupación, no. O quizás se estuviera mintiendo. Desde luego lo que sí era es que algo extraño estaba sucediendo. Algo que debía averiguar.
Sin darse cuenta, una fuerza instintiva había conducido sus pasos y se encontraba frente al restaurante chino. Detuvo su carrera, sopesó por un momento si entrar o no y finalmente se acercó a la entrada.
No le hizo falta ver el cartel de la puerta. Una sensación mucho mayor de desolación invadió a Akane mucho antes.
Cerca de Joketzu, China
En algún momento del mes de junio, 1994
No fue fácil.
Los primeros días había sentido estar en el límite de su paciencia, franqueando las cantidades de locura que podía soportar. Quizá lo que le estaba sucediendo era parte de un mal sueño. Pero cuando se despertaba cada mañana y veía el ejército de mujeres en Joketzu se sentía completamente alienado, fuera de lugar, lejos de su hogar en medio de aquella situación tan inverosímil como paradójica.
Cuando intentaban comprar sus favores actuaba con plena desconfianza. Pero cuando comenzaron los comportamientos hostiles su rabia creció de manera exponencial. Cada golpe, cada herida no eran no dolían nada a comparación con las amenazas. Continuamente hablaban de partir el cuello de la mujer japonesa. A su Akane.
Akane…
Pero él tenía un plan. Le costó mucho menos de lo que había imaginado ganase su confianza.
Ya había aprendido a controlar sus emociones dejando volar la mente en los riscos pardos. Llevaba semanas con su interruptor apagado, sin pensar en nada más que satisfacer el afán de aquellas amazonas. Pero a su propio modo, al estilo Saotome, sin nunca declinar. Y así, todas las mañanas cumplía la misma rutina. Se levantaba antes de que el sol asomara por las cordilleras y caminaba sobre la colina donde ellas entrenaban. Después, la amazona más fuerte, Lu Bang limpiaba su sudor con un trapo roto mientras Cologne y las más veteranas lo aprobaban. Allí las guerreras le enseñaban y él absorbía todo como si se tratase de una esponja sin alma. El bo, el arco, la forma de arquear la espalda para patear la brisa. A cambio él les había prometido participar en el embarazoso ritual de fertilidad que preparaban en cada ciclo lunar.
Aquello rallaba absurdo hasta límites insospechados.
Uno de los días encontró a un anciano ciego de vuelta del entrenamiento. Vestía ropas andrajosas y se apoyaba en un bastón retorcido de madera.
—Hijo, ¿cuántos años tienes?
—Dieciséis.
—Vaya, eres muy joven. Acércate, que te vea.
Aquellas palabras sonaron extrañas, pues era evidente la ceguera del anciano. Una vez que lo alcanzó, el anciano colocó una palma en su pecho y otra en su rostro. Al principio el muchacho se sobresaltó, pero al segundo una sensación de confianza y relajación se adueñó de él. El anciano le transmitía en cierta manera una especie de nostalgia, como el olor asociado a un recuerdo parcialmente enterrado. De esta forma se quedó plantado sin moverse mientras el viejo lo veía.
—Tienes una chica allí escondida, ¿cierto?
El sobresalto que produjo aquellas palabras en su cuerpo lo impulsó hacia atrás. Su mente comenzó a lidiar contra una niebla indefinida.
—Una… ¿una chica?
—Sí hijo, sí, una chica. Está dentro de ti.
—Yo… no sé de qué me habla, viejo.
El hombre lo miró directamente, a través de unas de unos ojos blancos, cubiertos de una película azulada.
—No sólo estás maldito, hijo. Tu maldición escondida es conocida por todos los aldeanos. Es esa chica que está allí dentro—dijo clavando un dedo arrugado en su pecho— y tarde o temprano, este secreto te traicionará.
—Lo siento. No sé de qué me habla—repitió el joven ofreciéndole la espalda y abandonándolo a su suerte.
Y dicho esto, caminó hacia la casa donde ella esperaba.
Era increíble cómo se había retorcido el destino hasta ese punto. Ya no le dolían las lluvias de golpes y sentía que su cuerpo se fortalecía como una piedra imperturbable.
Va a empezar. Todo va a empezar.
Los destrozaría por ella; uno a uno y una a una. Desde dentro y como uno más de ellos. ¿Sería ruin? ¿Sería cruel? No más que aquellas que intentaban manejar su destino amenazando lo que él creía que más le importaba. Querían guerra y la tendrán. Cumpliría sus estúpidas predicciones de aquel manuscrito. Además, no le importaría lo más mínimo permanecer en su forma masculina para aplastar aquellas brujas como si fueran cucarachas. Eso sí, en primer lugar, había estaba aprendiendo todo lo que le tenían que enseñar. Prácticamente lo había absorbido; técnicas que veía durante sus entrenamientos, movimientos que enfrentaban contra él, la forma en la que empleaban la energía se infiltraba a través de él como si fuese una esponja. Todo aquello que iba a sacar de la aldea de Joketzu incluso lo estaba mejorado con pasión y cuando estuviera perfeccionado; el golpe de gracia. Ranma no conocía otra forma de emplear las artes, lo aprendía, lo memorizaba, lo internalizaba y lo mejoraba.
¿Quizás soy mezquino? ¿Un artista marcial con poco honor?
Lo merecían. Ellas habían amenazado la vida Akane. No es que tratara de justificar sus medios con el fin. Simplemente es que siempre pensó que ciertas cosas no se debían de tocar. Nunca más. Y nadie, sino él, sabía que ciertos límites debían estar claros en cuanto a sus enemigos se tratase. Por más que, ahora, nada de aquello importara.
Observó la joven que le esperaba en su cabaña. La joven que estaba manipulando poco a poco, día a día para conseguir sus propósitos. La joven a la que había seducido para contrarias y a la vez ganarse la confianza de la tribu. Mao Xing le ofreció una franca sonrisa. Era tan solo una niña…
¿Desde cuándo se había vuelto tan ruin?
La verdad es que no le importaba en absoluto.
Montañas de Bayan Har, cerca de Joketzu, China
3 de agosto de 1994, alrededor del medio día
La niebla se había ocupado de esconder el final del camino. Horas antes, cuando el sol deslumbraba perpendicularmente, podía ver el horizonte y como el camino de arena se perdía serpenteando entre las colinas y los valles, frente a los espectaculares lagos de cristal y bajo los pocos árboles del camino. Unas veces se extendía entre la cordillera, otras dejando las montañas a un lado. Ahora ella y el camino se encontraban bañados por el vapor lechoso de la niebla en una llanura mientras que tanto sus piernas como la seguridad avanzaban.
Durante el trayecto se encontró con varios carteles indicativos, todos ellos en mandarín, pero había tenido la suficiente habilidad para traducir los kanjis que no entendía con su pequeño diccionario de bolsillo. Akane no era una chica de mundo, pero era pragmática y aplicada hasta el punto de ser claramente efectiva. Odiaba mentir, pero mucho menos preocupar a sus más queridos, de modo que había procurado hacer creer a los Tendo que se encontraba en un campamento de vacaciones con sus amigas de la escuela. Había incluso intercedido amablemente por Ranma. La culpabilidad no le había impedido decirles la gran mentira del viaje de entrenamiento, la técnica definitiva, o cualquier futilidad que ahora no recordaba.
Muy a su pesar, la suspicaz Nabiki no había sido fácil de engañar; pero como siempre todo en esta vida tenía su precio.
Caminaba con la mochila grande a su espalda; aquella donde cabía bien la carpa que Ranma usaba en sus viajes. Andaba algo encorvada hacia delante por el peso, pero evadiendo el cansancio, la desgana y la debilidad. Dos semanas llevaba caminando, un mes desde que había desaparecido Ranma y no tenía por seguro donde dormir, donde comer o qué techo la protegería aquella noche. Tan sólo sabía que lo encontraría, tan sólo movida por el arrojo de la explicación. La preocupación. El desconsuelo. La soledad. Segura más que nunca de que lo habían extorsionado.
Ranma…
Poco a poco el cúmulo de niebla se fue difuminando del camino hasta permitir una limpia claridad. El ocaso regalaba su arcoíris de tonalidades pardas: miel derramada sobre las colinas, tierra sobre la luz que se escapaba entre los valles, ocre para el reflejo que dibujaba la superficie del lago, castaño para sus ojos en busca del final del camino. Y, de pronto, a lo lejos se perfilaba la pequeña aldea.
Ranma…
Sintió de pronto como si su cuerpo desbordara energía. Una pequeña lágrima de emoción asomó desde sus párpados y rodó hasta su barbilla. Reforzó su paso y agarró con fuerza las tiras de su pesada mochila. Quedaba muy poco para la verdad. Enfundada en su viejo gi de combate y con unas botas de montaña no se dio cuenta del tiempo que tardó en llegar; de pronto se vio a pie de aquel pueblo. El camino se deslizaba través de un bosque de acacias no muy altas y la aldea china se encontraba a unos mil metros más allá, en el valle conformado por dos montañas que se perdían en las nubes y sobre la planicie de una meseta verde. Un riachuelo pequeño transitaba cerca de esa parte del camino. Akane se acercó con lasitud, dejó rodar la mochila por su hombro derecho y la tumbó en el suelo de tierra sentándose de rodillas sobre sus talones. Lavó su cara con agua fresca despejándose y retirando tanto el cansancio como el polvo del camino. Observó con seriedad el final del camino donde se alzaba la aldea de Joketzu, el pueblo de las amazonas chinas. Aquella aldea a la que tanto le había costado llegar, sin importar lo caminado, sin importar la dificultad. Tan sólo importaban los motivos. Frunció levemente una ceja mirando ceñuda el pueblo con una intensa aureola de determinación.
Los retos siempre son divertidos. Pero no consentiré que se entrometan en mi camino.
De pronto reparó en algo. El arroyo se extendía separándose del camino hacia una pequeña explanada a la derecha y allí vio una sombra moverse de un extremo a otro. Demasiado precavida se movió con cuidado hasta unos matorrales cercanos donde se mantuvo escondida.
Antes de que me vean yo… debo ver.
Penetró inclinada todo lo que pudo entre aquellos matorrales; las hierbas acariciaban sus brazos y piernas. Gateó durante pocos metros y se movió hacia una roca gris y piramidal que podía servir como escondite para espiar. Allí descansó el eje de su espalda cuando escuchó un grito; un suspiro familiar. Contuvo la respiración un instante para concentrarse en el sonido, pero el corazón latía desbocado. Se llevó la mano a la boca cuando de pronto la sorprendió un estruendo, como si se tratara de rocas estallando. Tardó unos segundos en reaccionar por la sorpresa antes de asomarse a aquella explanada. Se asomó en medio de la consternación y entonces lo vio. Lo vio.
Ranma.
Ranma vestía unos pantalones verdes chinos y estaba desnudo de cintura para arriba salvo por dos brazaletes negros que rodeaban sus antebrazos cerca de la muñeca. El pelo azabache salpicaba de rebeldes mechones su rostro bronceado por el sol y la trenza descansaba sobre su espalda. Su torso también estaba algo tostado, su espalda recorrida por múltiples fibras y en esta postura, la de la grulla, se enmarcaba unos fibrosos trapecios. A la suave luz del crepúsculo adoptaba la postura de la grulla, pero algo modificada: la rodilla derecha pegada en su pecho, la espalda recta y la barbilla apuntando al cielo, pero los dos brazos sin estar extendidos formando las «alas»; los brazos en realidad sostenían un bō en diagonal a su espalda. Una mano a la altura del muslo y otra por encima de la cabeza. Proyectaba una sombra grácil sobre la explanada. Los pies descalzos. Las manos decididas. La luz dorada del sol poniente sobre sus brazos. Las sombras danzando en su piel. Era tierra y era cielo. Era cielo y a la vez fuego.
Akane sintió ese fuego en sus mejillas y sus manos comenzaron a sudar. Ranma entonces levantó el bō con ambas manos en posición horizontal.
—¿Un nuevo intento? —Se dijo de pronto a sí mismo.
Tomó impulso y se elevó en el aire formando un arco de tiro parabólico con la trayectoria de su cuerpo. Preparó en el aire una ofensa sublime, perfecta, con la pierna derecha estirada perpendicular a su cuerpo, la izquierda flexionada y las manos dirigiendo al bō que, desde la distancia, se veía flexionado, curvo por el efecto de la velocidad. Akane pudo ver el destino: un cúmulo de rocas a unos metros de él. Antes de llegar el muchacho dio unas vueltas en el aire sobre su eje tan rápido que el ojo de Akane no pudo contarlas. Lo que sí pudo ver es cómo en el eje de su cuerpo se formaba un punto que concentraba tremenda energía; el golpe final no se dejó esperar y polvo de roca fue el resultado. Era absolutamente glorioso verlo en el aire. Se desenvolvía como un ave. Definitivamente era su medio.
Pero ¿qué hacía allí tan tranquilo como si no hubiera pasado nada? ¿Cómo si nada hubiera dejado atrás? Akane sintió que el rubor abandonaba rápidamente sus mejillas turbadas por el glacial granizo de la desconfianza, por el desasosiego. Todos sentidos quedaron embargados por algo más atávico, más profundo. Dolor. Miedo.
—¿Quién anda ahí?—Dijo de pronto, como si su instinto de artista marcial la hubiese delatado.
De pronto se escuchó tintineo de una voz femenina que terminó por afirmar sus temores.
—¡Dragón! ¡bravo!—Una muchacha muy joven de cabellos castaños se acercó a él con una toalla doblada en los brazos. No hacía falta dominar el mandarín para entender qué era lo que le estaba diciendo—Has logrado dominar la técnica en menos de dos días. Bai-Luo estará orgulloso de ti.
—Gracias. Pero aún tengo que seguir entrenando—Contestó él de vuelta en un chino bastante fluido.
—¿Por qué?—Contestó decepcionada la joven—Es tarde.
Ella tenía un rostro afilado con un gesto impaciente encantador. Quizás algo dulce y tierno, pero también fiero. Los ojos almendrados eran rojos como el vino y sus labios. Llevaba un traje de batalla blanco con un escudo dorado. La voz era extremadamente joven, así como su piel. No debía tener más de catorce años.
—No malgastes tus fuerzas, dragón—Exclamó con entusiasmo.
—No las malgasto—Contestó Ranma y tomó de una de las manos a la muchacha—. Quiero ser invencible antes de que te conviertas en mi esposa. Y eso es lo que deseas tú también, ¿no es cierto, Mao?
La muchacha asintió con su barbilla mientras lo veía con sus ojos oscuros.
—Quiero estar preparado para la ceremonia del amor—La acercó hacia su cuerpo y la miró fijamente—Quiero estar lleno de energía para sembrar la semilla del heredero del Dragon, esta vez en ti.
Akane no pudo creer lo que estaba viendo, lo que estaba escuchando. Las mejillas de la muchacha se tiñeron de rojo cereza, así como las suyas propias.
No puede ser.
—Falta poco.
Akane sintió como si algo se rompiese muy por dentro de ella. Quiso salir y gritar enfadada, pero una fuerza más poderosa la detuvo. Una sensación de opresión que rasgaba su espíritu, que colmaba de carga sus sueños, sus sentimientos. Un lastre eterno. El recuerdo de una ventana abierta casi siempre lapidada. Ilusiones demolidas como los ladrillos de un edificio en ruinas.
—Falta poco—Repitió el joven mirándola. Entonces la agarró de la barbilla y, cercando su cintura con el brazo, selló sus labios con un beso profundo, ahogado.
Como nunca la había besado a ella, a su prometida.
Fue horrible. Fue devastador. Akane sintió que algo iba terriblemente mal con su respiración. El miedo se abrió un camino eterno en su pecho. Alguien palpó su sien. Y sólo se dio cuenta cuando percibió que se iba su consciencia y comenzaba a caminar en el cielo oscuro de la incertidumbre.
—Mira a quién tenemos aquí ¡Akane Tendo!—Dijo una voz de repente a su espalda— muchacha desde luego perseverante.
Y todo se hizo negro.
Nueva York-Broadway-Manhattan
9 de febrero de 2003 – 10 p.m.
En Broodway, la cuna del éxito, la vida y la luz estallaban al mismo tiempo. Era ya tarde, pero cientos de personas se aglomeraban en las calles, haciendo colas en los teatros, fumando bajo los letreros iluminados por los neones y las luces. Risas y música de fondo era lo que se escuchaba en primer plano. A veces anuncios publicitarios y, en menor medida, el claxon de algún auto impaciente. El ambiente olía a tabaco, a comida rápida, a perfume barato de mujer.
Y allí estaba él. Por alguna razón se había soltado el pelo durante el trayecto en taxi. Para que no lo reconociesen, tal vez. Ahora simplemente extendía la palma hacia el cielo tratando de capturar la nieve.
¿Qué debo hacer? Siento como que estoy a punto de cometer un error otra vez. Tal como lo he estado haciendo hasta ahora.
Sentía que una corriente a chorro de recuerdos se deslizaba entre sus dedos. La noche se abría de forma literal alrededor de su cuerpo. Incluso la eterna nieve que aventaba el cielo se derretía en ellos como la espuma de mar. Y algo palpitaba. Palpitaba tan fuerte que tuvo que cerrar el puño en lo alto y apretar los dientes con fuerza.
Mi corazón dormido, oxidado, está a punto de volver a la vida.
¿A la vida?
Con la cara pálida, Ranma estaba plantado en la puerta de un pequeño teatro. Ahora sujetaba entre los guantes el papel de la entrada al espectáculo, aparentemente sin ápice de entusiasmo en su rostro y sin embargo el gris de sus ojos brillaba en llamas. Aligeró sus pasos de una vez por todas adentrándose en la construcción. Aún hacía frío, pero de repente había dejado de nevar. Pensó, capcioso, que quizás todo era obra de algún dios caprichoso que intentaba adecuar el tiempo a su temperamento. Intentó, sin éxito alguno, vaciarse de pensamientos. Sabía que si desmenuzaba demasiado la situación desandaría con celeridad sus pasos hacia el hotel.
Llegó hasta una escalera con agarradera dorada donde el personal le tomó la entrada y le indicó que pasara. Subió cada peldaño aferrando el aliento, conteniendo todas sus emociones y concentrándolas en un punto. Y ese punto era su corazón, vibraba, quemaba, albergaba tanta ira y tanto miedo que en cualquier momento iba a estallar.
Sentía que estaba cometiendo el peor error de su vida. Nunca debió de haberse dejado arrastrar por esa ansia que le instaba a volver verla.
No manifestaba nada para cualquiera que lo viese entrar a la gran sala de aquel teatro, tan solo parecía un hombre oriental atractivo y serio a partes iguales que buscaba su asiento. Tenía la mirada opaca, perdida, la cara pálida y rígida. Y muy por dentro, en el centro de sus vísceras, se abría un agujero que devoraba todo lo demás.
¿Quién era? Y, ¿qué estaba haciendo? No se reconocía a sí mismo.
¿Qué demonios estaba haciendo y por qué? Su voluntad se había perdido a manos del instinto. No era más él mismo, el ser parco, taciturno e introvertido en el que se había convertido. Pero, a la vez, era más Ranma que nunca.
El murmullo a su alrededor se apagó frente al silencio. Las luces abrieron el camino a la oscuridad y, frente a Ranma, el enorme escenario se alzaba imponente. Las gruesas cortinas se comenzaron a correr. Despacio.
Despacio.
No me importa cómo me veo, no busco la aprobación de nadie, sé muy bien quien soy. Y sé muy bien lo que quiero.
Tanto tiempo olvidando adrede. Tanto esfuerzo echando tierra sobre el dolor. Y ahora pretendía volver a sentirlo, volver a medirlo, volver a empaparse en él.
El dolor no es nada. Solo algo que me recuerda que estoy vivo.
Estaba vivo y la vida le había dirigido esos mismos pasos. Hacia ese lugar. Hacia ese teatro, ese escenario donde ella, situada en el centro brillando con luz propia, iba a cantar.
Akane…
Valía la pena.
Ha sido un largo y frío invierno sin ti
He estado llorando en mi interior por ti
Solo te deslizaste entre mis dedos mientras la vida se alejaba
Ha sido un largo y frío invierno desde ese día
Es difícil encontrar
difícil encontrar
difícil encontrar la fuerza ahora pero lo intento
Y no quiero
No quiero
No quiero hablar ahora
De aquello que se ha ido
Pues no importa lo que diga
No importa lo que haga
No puedo cambiar lo que paso
No importa lo que diga
No importa lo que haga
No puedo cambiar lo que paso
Tu solo te deslizaste entre mis dedos
Y me siento tan avergonzada
Tu solo te deslizaste entre mis dedos
Y he pagado
NA: Gracias por leer.
