La mejor forma de que te rompan el corazón…

…es fingir que no tienes uno


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Capitulo 7

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En un lugar al oeste de la provincia Qinghai, China

En algún momento del mes de octubre de 1994

Las había destrozado por ella; uno a uno y una a una. Desde dentro y como uno más de ellos. ¿Fue ruin? ¿Fue cruel? No más que aquellas que intentaron manejar su destino amenazando lo que a él más le importaba. Querían guerra y tuvieron guerra. Había cumplido sus estúpidas predicciones. Además, no le importó lo más mínimo permanecer en su forma masculina para luchar contra aquellas brujas. Eso sí, en primer lugar, había aprendido todo lo que le tenían que enseñar. Prácticamente lo había absorbido todo: técnicas, movimientos, el filtrado de la energía del Chi a través de él según las técnicas antiguas de las amazonas. Todo aquello que había sacado de la aldea de Joketzu incluso lo había mejorado con pasión y cuando estuvo perfeccionado, había asestado el golpe de gracia. Ranma no conocía otra forma de emplear las artes, las aprendía, las memorizaba, las internalizaba y las perfeccionaba. Las usaba en su beneficio.

Se lo merecían. Ellas habían amenazado la vida Akane. No es que tratara de justificar sus medios con el fin. Simplemente es que siempre pensó que había ciertas cosas no se debían de tocar. Nunca. Y nadie, sino él, sabía que ciertos límites debían estar claros en cuanto a sus enemigos se tratase. Por más que, ahora, nada de aquello importara.

Ahora, consideraba que todos sus esfuerzos se habían escapado por el saco roto.

El sonido de los huesos rotos sonaba aún suave en su mente. Ranma no podía evitar admitir, con cierta vergüenza, que aquello fue agradable para sus oídos. Sin embargo, la victoria frente a las brujas de Joketzu fue en todos los sentidos amarga. Haber franqueado esa barrera de la ética, viviendo interpretando un papel que ni él mismo creía, fue demasiado agotador. Y el sabor dulce de la venganza fue rápidamente sustituido, opacado por aquel otro sabor. El sabor de la decepción.

Respiró con fuerza sintiendo la pesadez del viento. Deshacer lo hecho no era algo posible, por lo que se limitó a mirar hacia la superficie cristalina de aquel lago sitiado por montañas de cumbres blancas. Había andado sin rumbo cerca de unas horas y aún se encontraba realmente sin pensar hacia dónde debía caminar. Sin decidir qué era lo que tenía que hacer. Había estado toda aquella mañana buscando la forma de comunicarse con Nerima y al rato de hacerlo se había arrepentido.

Estoy confundido, me encuentro en un mal sueño, del que seguro, pronto despertaré.

¿Por qué, Akane? Al menos me gustaría saber por qué.

Ranma se deshizo de la pesada mochila en un claro cercano al lago aún temblado al recordar las palabras de su madre. Deseaba no haberlas escuchado. Ojalá nunca hubiera buscado desesperadamente una forma de comunicarse con su familia. Hubiese querido nunca descolgar el maldito teléfono. Aquella sensación era algo que no podía destrozar como hizo con sus enemigos. Por eso ahora se movía como un sonámbulo, sin pensar en lo que estaba haciendo, dando vueltas sin sentido alrededor de unos pocos cientos de metros.

Recogió unas cuantas ramas de los alrededores y las colocó todas juntas para obtener un pequeño fuego. Se sentó frente a la hoguera en posición de flor de loto. Se sintió de pronto como si estuviera enfermando sin ser consciente de su verdadera enfermedad. Era como si hubiese comenzado a morir poco a poco y el áspero aire de aquella provincia de China no ayudaba a curarlo. Quiso deshacerse de cualquier pensamiento para entrar en la meditación. Imbuirse en un océano blanco. Construir un muro de ladrillos y mantener la calma en respiración. Era una tarea pesada. La conversación telefónica volvía una y otra vez como un bumerán. Y recordó de nuevo las palabras de Nodoka a través del teléfono. Recordó que ya quedaban pocas cosas que le importaran de verdad. Recordó que Akane se había marchado de Nerima. Recordó y recordó.

Recordó.

«Lo siento, hijo. Ella se ha marchado... Rompió la promesa de unión de las escuelas y se marchó de Nerima hace más de un mes a estudiar fuera.»

Pensó que había estado haciendo el imbécil. Pensó que había cometido tantas estupideces para acabar tan solo o más que al principio. Pensó que a ella nunca le importó nada, que había aprovechado la mínima oportunidad para hacer lo que siempre había querido, alejándose de él como si no hubiese existido. Pensó que tal vez todo lo que había visto, oído y creído no eran más que meras alucinaciones. Pensó que nunca debió dejarse arrastrar por su padre y por sus estúpidas promesas. Pensó tantas cosas que la luz del día murió en el escenario de sus pensamientos.

Pensó.

«Vuelve pronto, por favor, Ranma.» Había pedido su madre.

¿Pero quería volver? O, mejor dicho, ¿había algún sitio a donde volver?

Permaneció por horas así, sentado sobre el pasto con la mirada vacía. Una fuerza oscura le atraía poco a poco, lo embargaba hacia su seno sin que se percatara de ello. Sordo al suave clamor de la noche, las palabras de su madre aún hacían eco en sus tímpanos.

«Ella se ha marchado... Rompió la promesa de unión de las escuelas y eso nunca se lo perdonaremos. Lo siento de verdad, Ranma.»

Su energía vital se evaporaba con el viento, preso de las ideas que rumiaban una y otra vez sus pensamientos. Pero allí sabía que no había nada más feo que aquel traje adornado con todas esas mentiras. Si ella quería irse lejos, ¿por qué había sido tan cobarde de hacerlo cuando no estaba él?, ¿por qué no había confiado en él?, ¿por qué no le había esperado? No podía contestar ninguna de esas preguntas. Esas razones eran un bloque de hormigón impenetrable. Sentía su angustia creciente que, poco a poco, se convertía en una progresiva ira, una lava rojiza que amenazaba con erupcionar del volcán que era su cuerpo y que intentaba arropar con una fingida calma.

Sin embargo, nunca podría arrepentirse de haberla protegido. Lo volvería a hacer, sin pensarlo.

Era irónico como después de semanas interpretando fielmente un papel que le conducía a un objetivo, sus motivos se esfumaban con la rapidez de una llamada telefónica. Recordó compungido aquel día del festival, cuando había empezado todo. Había estado a punto de besarla antes de que Cologne y dos de sus malditas brujas les interrumpieran en el dojo. Quizás nunca había ocurrido todo aquello y había sido parte de su alucinación. Quizás, incluso el tormento que sufría formase parte de la misma alucinación.

A Ranma le sobraban los motivos para correr buscarla y preguntarle por qué. Exigirle respuestas. Pero en aquel instante estaba ciego por su propio orgullo. Se encontraba preso de en una oscuridad que no le dejaba escapar. Demasiado cansado y demasiado herido.

Adios, Akane.

Pronto comenzó a hacerse visible aquello. Aquel sentimiento a medio camino entre el dolor y la ira que no era más que orgullo y desesperación. Se instalaría en él para dominarlo por completo.

Se obligó a decir adiós. Adiós a todo.

A partir de aquella noche comenzó la peregrinación de Ranma Saotome a través de aquel país en blanco y negro.


Nueva York, barrio de Broadway

9 de febrero de 2003 – 10 p.m.

Ranma, sentado en la cuarta fila del pequeño auditorio, sentía su cuerpo vibrar frenético al ritmo de su corazón desbordado. Su lengua seca e hinchada parecía una alpargata, las palmas de sus manos no paraban de sudar. No podía dejar de mirar al escenario, hipnotizado por la hermosa mujer y el espectáculo que ofrecía. Ella vestía un elegante vestido rojo, de manga larga y cintura ajustada, que se extendía hasta sus tobillos, pero que dejaba al descubierto el muslo blanco de su pierna izquierda.

Akane.

Los labios de Akane brillaban en un rosado pálido, del mismo color que sus mejillas. La piel blanca de sus brazos invitaba a ser acariciada. Sus enormes ojos eran óvalos de fuego que derretirían hasta el hielo a cero absoluto. Pero lo que le volvió absolutamente loco fue escuchar su voz.

Es difícil encontrar la fuerza, pero ahora lo intento

Una devastadora nostalgia se apoderaba de él al escucharla. Era como si hubieran reunido todos los recuerdos de años atrás sublimando su fragancia y se los hubieran aventado de golpe, sin anestesia. Se odió a si mismo por haber hecho lo que hubiera hecho para perderla de esa manera. Para alejarla de su vida. Volvió a odiar a Akane por abandonarlo. Por estar todos estos años lejos bajo el mismo cielo, haciendo de su vida una película gris sin protagonista, la hoja en blanco de un escritor sin musa.

Ella deslizaba por el escenario con delicadeza agarrando entre dedos largos el micrófono. La gente del auditorio la observaba sin perder detalle, absortos en la belleza de la música, en la voz acompañada de la melodía de piano, sumidos en un trance inducido por la atmosfera cargada de nostalgia que traía consigo esa canción.

Es un inverno demasiado largo el que tengo que vivir sin ti.

Ranma no pudo evitar sentir que todas aquellas palabras iban dirigidas hacia a él. Quizás estaba soñando despierto con ello, pues para él aquel largo invierno aún no se había acabado. Cerró los ojos por un momento y descubrió maravillado que no había conseguido olvidarla ni un solo momento durante aquellos fríos y miserables 10 años.

No puedo cambiar lo que paso. Tú solo te deslizaste entre mis dedos y me siento tan avergonzada…

Un repentino exceso de confianza le invadió. ¿Y si todo hubiese sido un malentendido?, ¿y si lo que les había separado durante todos estos años no fue más que su tozudez y su orgullo? No. Alejó aquella idea disparatada de su mente. No podía haber soñado nada de lo que vio con sus propios ojos, no podían haber inventado nada de lo que pasó. Aquello no podrían ser alucinaciones o un simple producto de una mente necia y tozuda. Verla tan cerca le había hecho volver a abrazar alguna esperanza, pero la realidad es que no había vuelta atrás. Su destino había quedado sellado diez años atrás cuando ella decidió romper el compromiso.

Sonrió amargamente mientras sintió estar haciendo el ridículo por pretender perseguir un sueño, los fantasmas de su pasado. Se dio cuenta que la canción había terminado. Tronaron los aplausos en el auditorio.

Ella estaba tan cerca, a cuatro filas de butacas, pero a la vez estaba tan lejos… tan terriblemente hermosa.

—Gracias—Su voz aterciopelada se escuchó por encima de los aplausos—, esta balada se llama «un desastre natural» y fue la primera que compuse, por eso la canto en mi lengua nativa, en japonés.

De repente empezó un espectáculo de luces y de bailes. La gente, animada, daba palmas o cantaba cuando se sabían la letra. Akane cantó algunas canciones más en inglés. Desde luego que se había convertido en toda una artista. Pero Ranma no podía parar de pensar en la primera canción, «un desastre natural», un resumen perfecto de lo que habían sido.

El público aplaudió extasiado después de la última performance, que incluía la actuación de bailarines. De pronto ella abandonó el escenario, anunciando al próximo artista de aquella noche. La ansiedad retorció el alma de Ranma, le arrebató el aliento.

¿Debía ir a verla?

Se levantó del asiento, colocándose bruscamente la pernera de los pantalones. El siguiente espectáculo había empezado, así que no había nadie acumulándose en los pasillos a excepción de los que iban a comprar bebidas. Bajó por las escaleras del auditorio y entró hacia los baños, se echó un puñado de agua fría en el rostro. Sus ojos azules lo miraron de vuelta, con las pupilas dilatadas. Después torció por una esquina donde un cartel decía «no pasar, uso exclusivo para personal del teatro» en inglés, alejándose del camino que conducía hacia la puerta y las taquillas. Se encaminó hacia los camerinos, situados cerca de la parte trasera escenario. No llegaba a diez las personas que esperaban frente a las puertas de uno de los camerinos, donde rezaba «Kanna» en un letrero. Dos de las personas aferraban un gigante ramo flores entre los brazos. Entre estas personas había un hombre alto, enjuto, con la piel muy oscura.

Ranma no tenía flores para ella, solo un acopio de reproches. De pronto su valor se esfumó dando paso al miedo, a un exacerbado sentido del ridículo.

Al menos había podido verla en la distancia.

En verdad puedo estar satisfecho de saber que te va bien, Akane.

Dio la vuelta sobre sus pasos y se alejó de allí.