Hola! Disculpen la demora, aquí traigo el segundo capítulo. Gracias por leer.


Aunque en realidad deseara quedarse, esa noche se fue a casa sintiéndose bastante feliz. Caminó por la calle despreocupado, sin ningún temor, a diferencia de las constantes preocupaciones de su novio. Tenía todo cuanto podía querer y necesitar.

Con las manos en los bolsillos y la cabeza echada hacia atrás, disfrutó de la brisa fresca sobre su rostro. El último tren ya había pasado hacía un rato, pero lo cierto es que no le molestaba caminar un poco antes de buscar un taxi; tal era su buena disposición. El cansancio que pesaba sobre sus párpados antes de salir de casa dejó de ser importante.

Sus pensamientos retornaron hacia la conversación que tuvo con su amante antes de despedirse. Se conocían hace menos de un año y recién estaban saliendo, pero la idea de vivir con Liam le entusiasmaba bastante; lo instaba a querer ahorrar más dinero para proponérselo seriamente, aunque lo cierto es que incluso si lo hiciera no podría pagar un departamento en un barrio tan exclusivo como aquel…

Él le había explicado, sin profundizar en detalles, que la propiedad de todo el edificio que habitaba junto a Louis les había sido dada a ambos por su otro hermano, el que Sherlock no conocía. Ni mucho menos era el único a su nombre, y de los respectivos alquileres venía su fuente de ingresos; algo que para Sherlock resultó tan intrigante al mismo tiempo que confirmaba algunas de sus hipótesis, como por ejemplo que provenían de una familia aristocrática.

¿Cómo es que se convirtieron en vampiros? Era la gran interrogante que no lograba resolver; su novio tan solo le había dicho que era una historia larga que aún no quería contar y Sherlock no deseaba atormentarlo con más preguntas. Después de verlo sufrir por su condición y necesidad de sangre era consciente de lo pesada que era su carga.

Estaba saliendo de la zona residencial para internarse en las calles comerciales de brillantes letreros mientras regresaba al punto de partida pensando en que, en verdad debería juntar más dinero para su futuro compartido, cuando tropezó contra alguien que doblaba la esquina. Por poco se cae por el borde de la calle dado lo fuerte que fue.

―Hey, ten más cuidado ―Pero el tipo, que le superaba en altura, apenas le miró de reojo y siguió su camino como si no le hubiese visto en realidad. Sherlock se detuvo y se quedó observando aquella silueta enfundada en un abrigo negro; de no haberse encontrado de tan buen ánimo habría dicho otra cosa.

Se encogió de hombros y se dio la vuelta. No tenía nada que ver con él.

Después de que se fuese Sherlock, William se quedó dormido por un lapso breve. Tuvo un sueño confuso, cuyos detalles se diluyeron al despertar; sin embargo, le transmitieron una sensación de inquietud que no pudo sacarse de encima. Quizás era porque todavía no se acostumbraba a soñar de nuevo, fuese cual fuese el tema.

Se levantó de la cama con la idea de dar un paseo por el parque y así despejar la mente.

El celular vibró de pronto, en tanto salía de su habitación y se volvió para recogerlo de la cómoda; se trataba de un mensaje de su novio, que incluía la imagen de la fachada de un teatro. «Ya que te gusta Shakespeare, deberíamos venir alguna vez. Este sí tiene funciones nocturnas», decía.

Hacía algún tiempo planearon asistir a una función al aire libre de la Tempestad en el Regent´s Park Open Air Theatre, pero al ver el anuncio en detalle comprobaron que el horario era diurno. Aunque le dijo que no le importaba (y era verdad), Sherlock puso especial atención a sus reacciones, al más mínimo signo de decepción o melancolía. Al final le invitó al cine en su lugar y el tema quedó olvidado.

Con un suspiro y una sonrisa que él no podía ver ni oír, le respondió que estaría encantado de asistir con él. Sherlock era tan atento a sus necesidades que lo hacía sentir culpable. No merecía tanto amor, pero lo deseaba y correspondía con intensidad. Guardó su teléfono y se dirigió a la puerta con llave en mano. Estaba por abrir cuando sintió que, alguien que transitaba por el pasillo, se detenía justo delante del apartamento.

Antes de que tocase, William ya sabía de quien se trataba. Un segundo le bastó para averiguarlo. Desconcertado, puso la mano sobre el pomo pero no lo movió. ¿Qué significaba aquella visita? Por unos momentos se quedó estático y oyó los golpes suaves que se sucedieron.

En un segundo reprimió el impulso de retroceder y suavizó su expresión hasta hacerla ilegible; solo entonces giró la manija. Las especulaciones no tenían ningún caso.

―Ya pensaba que jamás pensabas abrir, William —dijo el hombre que le conoció hace un siglo.

Se hizo a un lado para dejarlo entrar en tanto le observaba de reojo; llevaba encima una gabardina gastada y el cabello despeinado como siempre, hacia atrás. Las arrugas incipientes alrededor de los ojos eran el único signo del paso del tiempo.

―Me sorprende verte aquí, Moran ―dijo, cerrando la puerta con cuidado luego de que entró―. Han sido años, ¿qué te trae de regreso?

―Déjame descansar primero, ¿tienes idea de cuántos de estos edificios tuve que visitar hasta dar contigo? ―Fue a sentarse sobre el sofá, donde se despatarró y empezó a quitarse los zapatos―. Ni siquiera tenía un número para llamar.

Mientras se quejaba, Louis salió de su habitación para unírseles. Pareció tan sorprendido como él mismo de encontrarlo ahí.

―¿Moran? ―inquirió, mirándolo con cautela, como si quisiera asegurarse de que no se equivocaba de persona.

―Ah, ¿sigues usando anteojos después de todo este tiempo? ―Preguntó de forma aleatoria, girando la cabeza para verle―. Es bueno verte también a ti, Louis.

Su hermano entrecerró los ojos ante su desparpajo, y de inmediato preguntó:

―¿A qué has venido? ¿Estás solo?

―¿No puedo visitar a unos antiguos compañeros? ―dijo de vuelta, con un suspiro exasperado―. Pero sí, vine solo. Les traigo un mensaje.

Allí estaba, por supuesto. Sin poderlo evitar, William se puso en guardia. Era el peor momento, el peor, le repetía su consciencia. Aunque sabía que estaba siendo injusto. Una serie de recuerdos le acometió y tuvo que esforzarse por poner la mente en blanco.

Dio un paso al frente y extendió la mano hacia su invitado en gesto cordial.

―Luego de tanto andar debes de tener sed, ¿quieres un vaso de agua? ―sonrió. Sebastian Moran, que se enderezó sobre el asiento para enfrentarle, le echó un vistazo como si se lo pensara.

―¿No tendrás Whisky, acaso?

Se cumplirían pronto tres meses desde que eran pareja de forma oficial, cayó en cuenta Sherlock al siguiente día. Se sentía emocionado como si tuviese de nuevo 15, aunque cuando sí los tuvo ni se interesó por el amor.

Bueno, eso daba igual. Tal vez debería invitarlo a casa, ya que casi siempre terminaba siendo su novio quien lo hacía. Podría hacer algo especial para él, demostrarle que realmente era parte de su vida ahora. Se acordó de cuando le regaló su sangre a Liam por primera vez; había sido un gesto significativo que sirvió para ganarse su corazón, para demostrarle cuán en serio iba. Le gustaría ser capaz de sorprenderlo de la misma manera ahora.

Ese día no tuvo mucho qué hacer, de manera que durante la tarde se dedicó a tocar el violín pensando en Liam. Estaba debiéndole un concierto privado desde hace un tiempo; entre una cosa y otra nunca se dio la oportunidad. Tal vez este aniversario sería una buena ocasión para ello.

―Sherly ―pronuncio Liam por la noche, casi con duda, mientras hablaban por teléfono. Si bien no podía verlo, sentía que había algo molestándolo desde el inicio de la llamada, un aire dubitativo que se filtraba en la línea― estas noches no hace falta que me des tu sangre, deberías descansar y reponerte.

―… ¿A qué viene eso de pronto? Si yo estoy de lo más bien ―dijo, quedando casi petrificado de la impresión. Al reaccionar se incorporó de inmediato sobre el sillón, donde estaba tendido.

―Debo tener en cuenta tu bienestar si tú no piensas hacerlo, ¿no crees? Tres veces a la semana ya es demasiado.

―Fue el acuerdo al que llegamos ―espetó, casi a la defensiva, aunque sabía que eso no iba a funcionar con él y menos aún a distancia―. ¿Qué pretendes hacer entonces?

Hubo un silencio y detrás de sus párpados fue capaz de ver la sonrisa muda y la ligera inclinación de la cabeza rubia de Liam aunque no estuviera allí.

―No tienes que preocuparte por eso. Puedo alimentarme de otras personas por un par de días.

―Otras personas ―repitió más para sus propios oídos, y aunque su consciencia le dictó que estaba siendo irracional, se dejó envolver por los desagradables sentimientos que le apresaron desde la garganta.

―Eres joven, estarás repuesto en poco tiempo ―continuó él― ¿Qué tal si intentas dormir temprano hoy? Podemos hablar hasta que…

―Ya te dije que estoy bien, y no, no tengo sueño ―explotó y comenzó a subir el tono―. No tienes que jugar a ser mi niñera. Hablamos después, suerte con tus citas.

Le cortó sin esperar réplica y lanzó el celular contra la silla desocupada que tenía delante. ¿Qué acababa de pasar, exactamente? Se removió el cabello, abrumado. Necesitaba un cigarrillo para calmarse.

Perdió el control de sus emociones, claro está, y ahora venía el arrepentimiento. Se metió el cilindro en la boca casi con ira, el último que encontró en el fondo de la caja. Que él cambiara de idea así como así sacudió los cimientos de su mundo, por exagerado que suene. No lo podía culpar ahora si se enfadaba con él por su forma de reaccionar.

Creyó haber superado la molestia que le producía el hecho de que su pareja mordiera los cuellos de otros tipos; era irracional y comprendía que el intercambio alimenticio de un vampiro como él y sus víctimas no necesariamente tenía que entrañar más que un simple trámite, pero le dolió oírlo decir aquello como si nada, como si fuera reemplazable. Odiaba sentirse así, pero ya había aceptado que una parte inherente de amar era someterse a ese vaivén de pasiones constantes.

Se pasó el resto de la noche dándole vueltas al asunto hasta que al final cayó rendido y se durmió cerca del amanecer. Deseaba escribirle y retractarse de sus palabras, pero el orgullo y malestar se lo impidieron.

Por la mañana se dedicó a mantener la mente ocupada con algo de trabajo; la policía al fin comenzaba a pedirle que tomara parte en algunos asuntos, aunque la mayoría de estos le parecían de lo más triviales. Fuese la desaparición de alguien o una estafa, le daba la impresión que el tiempo transcurría demasiado lento.

Una parte de él solo quería que llegara la noche.

Cuando finalmente lo hizo, se permitió rendirse después de 15 minutos de lucha interna y marcó su número tras comprobar que no tenía mensajes suyos por leer. Esperó entonces a que contestara mientras tamborileaba los dedos sobre el escritorio de su cuarto, pero nada ocurría. Terminó oyendo el mensaje del buzón de voz antes de que lo notara.

Tras mirar el teléfono con extrañeza, volvió a marcar, pero obtuvo el mismo resultado momentos más tarde. Comenzó a sopesar la idea de que Liam pudiese estar molesto de verdad y se reprendió por su exabrupto. Después le preocupó su estado, ¿qué tal si por su culpa había vuelto a deprimirse y se negaba a beber? Quizás en ese preciso momento estaba encogido en el fondo de ese ataúd gélido, sin fuerzas ni voluntad para levantarse.

Fue ese pensamiento el que lo impulsó, sin reparar en nada más, a salir del apartamento y emprender camino hacia su domicilio. Su estúpido orgullo no importaba en comparación con él, con la posibilidad de que pudiese estar sufriendo. Ansioso como estaba, ni siquiera notó que había olvidado el teléfono en casa hasta que quiso llamarle de nuevo, una vez llegó al lugar. Se revolvió en vano los bolsillos mientras subía la escalera. Como sea que fuese, Louis de seguro abriría aunque fuera para decirle que dejara de tocar el timbre y se largara de una maldita vez.

Tocó dos veces seguidas y esperó mientras golpeaba el lustroso suelo con el pie. De repente, la puerta se abrió de par en par y el rostro se le llenó de desconcierto. Un hombre que no conocía, más alto que él y de cabello negro, estaba del otro lado mirándolo con una expresión similar.

―¿Eres alguna especie de repartidor? ―dijo aquel, con infinita indolencia―. Temo que te equivocaste, acá no pedimos nada.

Parecía estar a punto de cerrarle la puerta en las narices, y en medio de su incredulidad, Sherlock metió el pie en el marco para impedírselo y soltarle:

―No soy ningún repartidor, vine a ver a William.