OBLIGACIONES DE PRINCESA
De Siddharta Creed
… … … … … … …
Capítulo 3
El Planeta Onux se caracterizaba por su larga cordillera volcánica, la cual, lograba apreciarse desde antes de entrar a su atmósfera. Por fortuna para la población, la mayoría de esos volcanes se encontraban inactivos.
Los recursos escaseaban en dicho planeta, debido a que varias décadas atrás, fueron explotados por el emperador King Cold. Por lo que se le consideraba un planeta en agonía, donde solo quedaban seres desdichados que no contaban con los recursos para emigrar. Otros tantos, se aferraban en devolverle la vida que alguna vez tuvo; como la población del antiguo puerto espacial Navou. Sobreviviendo entre calles fangosas, con lluvia de cenizas al menos dos veces al año, en pequeñas cabañas de vieja madera, casi podrida en muchas ocasiones. En esas condiciones, vivía Pan junto a sus padres.
Huyendo por dos años, refugiándose al principio en obsoletas naves que cambiaron a menudo, hasta que lograron establecerse en Navou, donde las pesquisas sobre la recompensa por su familia, apenas llegó a difundirse.
Entre carencias y el anonimato, es que Pan soñaba con recuperar su vida, poder estudiar aquello que le apasionaba, volver a ver a sus amigas, poder caminar por las calles de la capital del Este, tomando un helado al lado de sus padres, como solía hacerlo algunos años atrás. Sueños que se esfumaban cuando la realidad le golpeaba en forma de hambre, cuando descubría que sus padres racionaban sus alimentos, para servirle a ella una porción más generosa. Es cuando se cuestionaba por sus decisiones, cuando pensaba en la vida que pudo haber tenido, de acatar las órdenes del príncipe Vegeta V. Embargándole un sentimiento de culpa, que solo empeoraba su estado de ánimo.
Ser prófugos del imperio saiyajin, les cerró las posibilidades de subsistir de manera digna. Dejándolos a la deriva, en una galaxia hostil para cualquiera que no gozara con la protección del imperio más poderoso del cuadrante.
Si continuaban con vida hasta ahora, era gracias a una vieja amiga de sus padres. Una terrícola que arriesgaba su integridad y la de su hijo, al tenderles la mano. Siendo ella, quien les proporcionó los recursos para establecerse en ese planeta. Donde Gohan logró ejercer la profesión de herrero, para apenas subsistir, con la esperanza de poder emigrar cada vez más lejos.
Estilo de vida que Pan consideraba injusto para un hombre tan talentoso y trabajador como su padre. Cuestionándose en muchas ocasiones, si valía la pena todo ese sacrificio.
De cualquier manera, no podría saberlo, ya que estaba por recibir la furia del príncipe. Podía verlo reflejado en sus ojos azules, que alguna vez llegaron a parecerle amables.
Pensó en la posibilidad de escapar atravesando el techo a toda velocidad. Lo cual, indudablemente duraría un parpadeo, antes de ser alcanzada por él.
No tenía escapatoria. Tampoco deseaba rogar, sabía que no serviría de nada. Al menos tenía el consuelo de que sus padres no se encontraban cerca para verla morir. Porque estaba segura de que el príncipe la eliminaría sin dudarlo.
—¿Acaso no piensas desvestirte? —preguntó el príncipe con sorna, desenredando la cola de su cintura.
—Jamás me desvestiría frente a un depravado —escupió Pan, apretando la tela de su vestimenta.
—¿Depravado? Eres mi mujer. ¡Tú misma lo aceptaste! Para después traicionarme —le reclamó sacándose los guantes. Colocándolos después, sobre lo que parecía ser un modesto peinador.
—¡No! ¡Yo no acepté nada! Estaba cansada de rechazarlos a todos ustedes —escupió apuntándole con el dedo índice.
—¿De qué mierda hablas? Aceptaste el duelo. Admítelo al menos —deslizó su armadura por encima de su cabeza, dejándola caer al piso, para luego acercarse a la joven, poniendo atención a cada movimiento suyo, advirtiendo que su respiración comenzaba a agitarse.
—¿Qué? —preguntó Pan sin entender lo dicho por el híbrido.
Recordaba a la perfección aquel día, aquellas palabras que pronunció el príncipe cuando la retó. Reclamándole después su osadía por haberlo rechazado. Recuerdos que su padre le recomendó olvidar.
No tuvo tiempo para continuar hurgando en sus recuerdos, debido a que, en un parpadeo, sus ropas fueron arrancadas de un tajo. Quiso gritar y golpearlo, pero se congeló al verlo bajar su pantalón, apenas lo suficiente, como para liberar su miembro viril. En ese instante, se vio con la cara contra la tierra, en alguna montaña del planeta Vejita, tal cual lo vivió dos años atrás.
Su cuerpo no reaccionó cuando le arrancó las bragas, posicionándose entre sus piernas sin pedir permiso, internándose en su carne de una profunda estocada. Arrancando de su boca, un doloroso gemido, que no pudo evitar regalarle.
—Déjame ver —dijo el príncipe, tomando las muñecas de la joven, para colocarlas sobre la cabeza de esta. Revelando para su deleite, el cuerpo desnudo de la mujer, el cual le pareció más delgado de lo que la recordaba. A pesar de eso, pudo percibir que ahora poseía curvas más pronunciadas, las cuales, sin duda le daban un aspecto más tentador.
Complacido con lo que vio, apuró el ritmo, cerrando los ojos un instante que tal vez fueron segundos, pero para Pan significaron una eternidad. —Mucho mejor —lo escuchó musitar mientras le estrujaba un seno.
Las piernas de la híbrida se balancearon hacia los lados de las caderas masculinas, como si fuese una muñeca sin voluntad entre sus manos. Siendo atormentada con cada profundo vaivén, que el príncipe lideraba sin piedad contra su intimidad.
No supo en qué momento liberó sus muñecas, para luego aprisionar sus pechos de una manera agresiva y nada gentil. Tomando posesión de toda ella sin ninguna reserva.
La endeble cama crujió en combinación con los quejidos de Pan, mezclándose a la vez, con los gemidos graves del príncipe. Creando una amarga sinfonía para la joven, quien comenzaba a salir de su estupor. Entonces decidió luchar, comenzando por empujarlo, obteniendo todo lo contrario.
—No te recomendaría hacer eso —gruñó el híbrido, empujando su masculinidad con rudeza, hasta donde la cavidad femenina se lo permitiera. Estaba furioso con la joven y su padre, quería desquitarse, recuperar su honor, demostrar que nadie pasaba por encima de él.
Y así, sobre ella, la castigaba meciéndose sin piedad, a punto de marcar de nuevo el territorio que consideraba suyo por derecho. Por mucho que a él le hubiese resultado repulsivo dos años atrás.
«Ella lo quiso así», se repitió. Le irritaba tener que recurrir a esa práctica tan deshonrosa.
El futuro gobernante del imperio más poderoso del cuadrante, poseedor de un poder inimaginable para la mayoría de seres en el universo. Acostumbrado a rechazar avances íntimos, nunca a mendigar por ello. Debería ser un honor para cualquier hembra, ser la elegida para darle descendencia.
Apuró sus embestidas acorralándola entre sus brazos, deleitándose con el placer que le proporcionaba recuperar su honor magullado, para lo que faltaba una cosa más; reafirmar su alianza.
Observó que ya no quedaba rastro alguno se sus dientes en la piel de la muchacha. Así que se aproximó sin darle tiempo de reaccionar, imprimiéndole una mordida cerca del hombro, presionando lo suficiente, como para dejar sus dientes marcados en la blanca carne de la joven.
Lo cual no resultó suficiente para apaciguar su furia. Necesitaba humillarla.
Salió de su intimidad, sentándola de un jaloneo por el brazo. Estaba cegado y ansiaba hacerle entender, que nadie se burlaba del príncipe saiyajin.
—Abre la boca —le ordenó con voz ronca. Encontrándose con la negativa de Pan, algo que esperaba, y que sin duda, no lo detendría—. No me costará encontrar la ubicación del cobarde de tu padre. Depende de tu obediencia tenerme… conforme.
Pan lo pensó por unos segundos, asqueada por tener el miembro del príncipe justo frente a sus ojos, siendo descaradamente estimulado por la mano derecha del heredero, en un movimiento que ascendía y descendía por todo lo largo.
—No tengo tu tiempo. ¿O acaso debo eliminar a alguien? —extendió su brazo izquierdo, encendiendo un halo de energía en su palma. Amenaza que detuvo al verla obedecer con los ojos cerrados—. Mucho mejor. Si intentas morder, despellejaré vivo a cada insecto que habita en este puerto. Estoy seguro de que tienes cómplices aquí —la amenazó antes de introducirle su miembro en la boca, dándole un par de ordenes más, sobre lo que debía hacer con su lengua para complacerlo. A lo que, en esta ocasión, Pan obedeció sin demora.
Por fortuna para ella, esa desagradable experiencia no duró mucho tiempo.
—Trágalo —le ordenó el príncipe al escupir su semilla.
Con ojos llorosos por el asco y la humillación, Pan tragó los cálidos fluidos que casi vomita. Y aprovechando que el príncipe se distrajo para colocarse de nuevo la armadura, se levantó cubriendo su desnudez con la tela rota del atuendo que vestía.
—No he dicho que te retires —lo escuchó decir con voz autoritaria.
—Necesito agua —respondió a medio camino, limpiando su rostro y lengua con el dorso de su mano derecha—. Ya tuvo lo que quería. Déjeme en paz.
El príncipe no respondió, se limitó a vestir sus guantes sin perder detalle de cada movimiento que hacía la joven. Observando también el entorno, notando que, en esa pequeña habitación, se encontraban objetos que solo podrían pertenecer a Gohan. Lo que provocó que se le escapara una sonrisa irónica. Solo esperaba que, al regresar, Gohan notara el olor a sexo sobre su endeble colcha.
Un pitido salió del aparato comunicador en forma de reloj que portaba el heredero, dando aviso de que ya se encontraba todo listo para partir.
—Es hora —dijo parado bajo el marco del baño, donde la encontró lavando su boca con un cepillo de dientes, mientras sostenía una jarra con agua hasta la mitad. Dándose cuenta de que la instalación no contaba con agua corriente. No entendía cómo es que ella pudiese preferir vivir en esas condiciones tan precarias, en vez de su palacio, con todas las comodidades propias que le correspondían como su mujer.
—¿Tienes algo más que esos harapos? ¿O es que acaso piensas acompañarme desnuda? —preguntó, apenas alcanzando a esquivar la jarra que terminó estrellándose contra la pared.
—No tengo por qué acompañarlo a ningún lugar —espetó cubriéndose con una toalla.
—¡Eres mi mujer, tienes mi marca! Te guste o no, tienes que ir conmigo. Y si es así… —enfatizó dándole una recorrida visual a su cuerpo apenas cubierto —, así mismo me acompañarás.
Pan intentó golpearlo, fallando en el intento, solo consiguiendo con ese movimiento, que la toalla que la cubría, terminara en el piso.
Antes de que el príncipe la observara más tiempo, logró agacharse, tomando la tela para cubrirse de nuevo.
—¡Ya tuvo lo que quiso! ¿Qué más quiere? Ya arruinó nuestras vidas, ya…
—¿Arruinar qué? Ustedes decidieron vivir en esta pocilga.
—Usted no entiende —lo empujó para dirigirse cojeando hacia la otra habitación. Donde la siguió en silencio.
Con nerviosismo, abrió un par de cajones, sacando otras prendas, igual o más feas que las anteriores. Quiso correrlo para tener privacidad, sin embargo, declinó esa idea, a sabiendas de que el terco macho no cambiaría de opinión. Por lo que se vistió con una túnica de manga larga, y una vez cubierta su piel, procedió a colocarse las bragas. Al menos aún tenía su calzado puesto, y no tendría que buscarlo con la mirada azulada vigilándole cada paso que daba.
—¿Lista?
—¿A dónde piensa llevarme? ¿Me enjuiciaran por desacato?
—Iremos al planeta Vejita. Y no, hasta donde sé, quien será juzgado es tu padre.
—¿Entonces para qué me lleva?
—Ya lo dije, eres mi maldita mujer y… —de nuevo se escuchó un pitido del reloj comunicador—. Estas al límite de mi paciencia —quiso tomarla del brazo, pero ella retrocedió.
—Necesito llevarme algunas cosas.
—No tenemos tiempo, debemos salir de esta pocilga cuanto antes —la arrastró hacia afuera ignorando sus quejas, hasta que la vio quejarse de su tobillo. Sin decir más, la cargó como costal sobre su hombro, ante la vista curiosa de quienes los observaron pasar con prisa, entre ellos, una anciana que tuvo la osadía de pararse frente a ellos, alegando que no podía permitir que se llevara a la jovencita. A lo que el príncipe respondió con una burlesca sonrisa.
—No se meta. No necesito su ayuda —dijo Pan desde su sitio, procurando sonar cortante, hasta grosera de ser posible para evitar una tragedia. Temía por la vida de la mujer y por la de cualquier inocente que tuviese la desgracia de pasar por allí. No tenía idea de lo que sería capaz de hacer el heredero, y tampoco estaba dispuesta a averiguarlo.
Fastidiado de las miradas inquisidoras de los pobladores, optó por elevarse. Alcanzando a escuchar a la anciana gritar algo en su lengua nativa, probablemente ofensas hacia él, lo que le tenía sin cuidado.
Palmeó el trasero de la joven, sonriendo al sentirla dar un salto por su osadía. Encontrarla le había puesto de buen humor.
No tardó mucho en llegar hacia la nave, donde ya lo esperaba el capitán de su escuadrón, quien levantó las cejas sorprendido al verlo llegar con una mujer a cuestas.
—Necesito que pauses el despegue. Quiero averiguar algo antes de partir —ordenó el príncipe al aterrizar sobre la rampa.
—¡¿Pan?! — exclamó Goten al reconocer a su sobrina, preguntándose por el destino de su hermano mayor.
—Gohan no se encuentra en este intento de planeta. Por eso necesito tiempo antes de partir —dijo el príncipe dirigiéndose hacia el interior de la nave, sin bajar a la joven, que para este momento ya había dejado de intentar escapar. No había posibilidad para ello, y aunque pudiera, no faltaría mucho tiempo para que dieran con su padre. Razón por la que prefirió estar cerca del despreciable príncipe, para así poder averiguar lo que pretendía hacer.
Goten lo siguió en silencio. Tenía mil preguntas atoradas en su garganta, las cuales prefirió guardarse hasta averiguar el estado de ánimo del heredero. Conocía su temperamento, por lo que le preocupaba el destino del testarudo de su hermano, por mucho que no tuviera un trato cordial con él.
Pronto llegaron a la habitación del heredero, donde el príncipe bajó a Pan sobre uno de los sillones de su recibidor.
—Parece tener una molestia en una de sus piernas. Que la vea el médico a bordo antes de partir —ordeno dirigiéndose hacia la puerta, agregando antes de salir—: Pan, no te conviene huir de nuevo. Y Goten, te espero en la cabina después de que revisen a tu sobrina. —Sin decir más, salió con prisa, dejando a los otros híbridos a solas.
—¡¿Qué pasaba por sus cabezas al escapar del planeta Vejita?! Seguramente fue idea del idiota de mi hermano, ¿o me equivoco? —la regañó apenas vio la oportunidad.
Como saiyajin formado en educación militar, Goten no solo respetaba las tradiciones de su planeta, sino que también le era fiel a la familia real; en especial al príncipe, a quien consideraba un amigo.
—No entenderías porque eres un macho sin hijos —respondió Pan de mala gana.
—¿Acaso sabes lo que provocaron con ese acto tan estúpido? —espetó tecleando en la interfaz que se desplegó de su comunicador de pulsera—. El médico viene en menos de cinco minutos. Tienes poco tiempo para contarme cómo fue que te encontró el príncipe, y qué pasó con mi hermano, que no percibo su energía.
—Y no la percibirás, no se encuentra en Onux —le respondió Pan con desconfianza. Estaba al tanto de la fidelidad que su tío le profesaba al reino, por lo que prefería mantenerse alerta.
—¿Y bien? Escucho —insistió Goten, tomando asiento al lado de la joven, sin dejar de observarla. Notó que su rostro mostraba rasgos más adultos, aunque se veía más delgada de lo habitual, hasta le pareció demacrada.
Después de esperar unos segundos por una respuesta que nunca llegó, opinó negando con la cabeza: —Te vez fatal.
—Gracias al idiota de tu príncipe —se quejó Pan, levantando su pie lastimado sobre el sillón.
—No me has dicho…
—¡Pregúntale a tu novio! —lo interrumpió con actitud arisca. Goten iba a reclamarle su actitud, pero unos golpecitos en la puerta lo interrumpieron.
El médico entró directo con la joven, atendiendo con diligencia su tobillo, mientras Goten observaba la escena con los brazos cruzados.
..
…
..
Onux se empequeñecía desde una ventana en la nave saiyajin, donde el príncipe terminaba la comunicación con su padre a través de una video llamada de emergencia. Hasta ese momento, contaba con ventaja respecto a Gohan, a quien decidió no dar alcance ni intervenir en su camino. Lo único que le molestaba, era no estar presente cuando descubra que su querida hija ya estaba en posesión del reino saiyajin. Aun no decidía qué hacer con el otro híbrido, no estaba del todo seguro si debía ejecutarlo como dictaban las normas de su pueblo y en el fondo no lo deseaba, en parte, por la camarería que compartieron en el pasado y, por respeto a la lealtad que le profesaban los familiares de éste.
Leyó el informe por segunda vez, a sabiendas de que el capitán esperaba a su lado. Una vez memorizado el mensaje, ordenó al técnico y piloto, salir de la sala de planeación, donde quedó a solas con Goten.
—Tal parece que tu sobrina no se ha alimentado correctamente. Supongo que tu hermano debe estar en las mismas condiciones —habló el príncipe.
—Mi hermano es un idiota.
—Y su hija una testaruda.
—No la recuerdo tan arisca. Me fue imposible entablar una conversación con ella. Apenas obedeció las indicaciones del médico —opinó el híbrido de cabello negro, tomando aire para escupir su principal duda—. ¿Qué piensas hacer con mi hermano? —lo soltó tuteándolo, tal como lo venía haciendo a solas desde que ambos eran adolescentes, en la época que comenzaron a compartir escapadas del palacio a altas horas de la noche, buscando emociones fuera de la lambisconería que imperaba en el palacio. Ambos se consideraban amigos, y a la vez se respetaban en el cargo que ocupaban frente al pueblo.
La pregunta de su amigo no le sorprendió, sabía que la tenía en la punta de la lengua desde que lo vio arribar con la muchacha sobre el hombro. Suspiró hondo y exhaló en un ruidoso bufido que retumbó en las paredes de la sala, mientras tomaba asiento frente al mapa tridimensional desplegado frente a ellos.
—Se encuentra a cuatro días galácticos de Onux. Según el informante, para evitar que su señal sea captada, evita mantener comunicación con ese planeta, confiando en que hasta ahora no han sido localizados.
—Pero una vez que Gohan lo descubra, no dudará en ir por ella. ¿Piensas ejecutarlo? —preguntó resignado al destino de su hermano. Después de todo, era un adulto y debía asumir las consecuencias de sus actos. Aunque en el fondo deseaba apelar a su favor, consideraba que el príncipe estaba en todo su derecho de hacer valer la ley de su planeta.
—No lo sé. Tampoco tengo idea de lo que hará —contestó pensativo—, necesito estar a solas.
No hizo falta que repitiera la orden, Goten no diría nada más si ese era el deseo del príncipe. Asintió con la cabeza y salió en silencio, pensando en el semblante sereno del heredero. No hacía falta que se lo dijera; estaba pasando por un momento complicado. Nadie se esperaba que Pan estuviese en ese planeta de poca monta, mucho menos después de haberlo descartado cuando se le hizo una revisión supuestamente exhaustiva.
Quiso visitar a su sobrina, pero decidió esperar a que se calmara, confiando en que solo necesitaba tiempo a solas para meditar sobre su conducta. Lo que no entendía, eran las razones del príncipe para alojarla en su propio espacio personal dentro de la nave, tomando en cuenta la actitud de la joven. Tal vez lo hacía para vigilarla, y no se equivocaba.
A velocidad alta, se dirigieron hacia el planeta Vejita, con algunas rutinas nuevas, en especial el heredero al trono. Quien ocupaba su cama solo para dormir, sin atreverse a tocar a la arisca mujer. No le agradaba la idea de tener que volver a forzarla, se avergonzaba de haber tenido que recurrir a tan denigrante acción, y a vez, reconocía que el cuerpo de la joven le había resultado más placentero de lo que llegó a imaginar.
Por su parte, Pan se mantuvo lo más alejada que pudo del príncipe, tomando en cuenta que se encontraban en la misma nave.
La primera noche, si es que noche se le pudiese llamar a las horas dedicadas al sueño en el espacio exterior. Pan durmió en el sillón donde el médico le revisó el tobillo. No estaba dispuesta a dormir en el mismo espacio que ocupaba el despreciable príncipe, por lo que solo se limitó a moverse del sillón al baño, lugar donde a solas podía llorar en silencio, pensando en sus escasas posibilidades, incluyendo en la degradante idea de comportarse sumisa y leal, apelando a la buena voluntad del heredero.
No se atrevía a preguntar por su padre, no deseaba entablar una conversación con su opresor. Lo poco que sabía, era gracias a su tío, quien la visitaba a menudo para saber si necesitaba algo, aunque ella intuía que la buscaba para vigilarla.
Estaba presa, sin sus amados escritos, sus tesoros, lo que más extrañaba de sus pertenencias. Sentía que se volvería loca en ese espacio que apestaba a él. No se atrevía a tocar nada del lugar, ni siquiera el aparato televisor que, según el príncipe, podía usar para entretenerse.
Los pocos tripulantes con los que interactuaba la trataban con sumo respeto, hasta el punto de reverenciarla cuando le llevaban los alimentos, acción que ella repudiaba. Al menos se encontraba comiendo relativamente bien, eso gracias a su tío, quien tenía la capacidad de hacerla comer, con tal de hacer que se marche y no tener que soportar sus pláticas sobre estúpidas batallas.
..
…
..
Tomó una copa más de vino con desgano. El cansancio le vencía, sin embargo, se negaba a ir a su habitación, enfrentar esos ojos negros que lo miraban con desprecio. Le helaba la sangre su desdén, el asco que le demostraba sin tapujos, los reclamos, la falta de comunicación. Esto último le afectaba más, a lo que él tampoco cooperaba mucho para que se diera, al contrario, la evitaba. Por lo que tampoco había vuelto a reclamar sus derechos sobre el cuerpo de la joven, simplemente no le apetecía, tampoco le agradaba la idea de tener que forzarla de nuevo, tener que rebajarse como guerrero de clase baja.
Atribuía su asalto anterior a la rabia, a su orgullo pisoteado, a las ganas de imponerse, de marcarla de nuevo y declararse vencedor.
Nadie le arrebataba lo que le pertenecía. Pan le pertenecía, para bien o para mal, le pertenecía. Ella misma lo había elegido, estaba completamente seguro de haberla escuchado aceptar, aun podía escucharla como un eco en su memoria.
«Acepto el duelo! Y le aseguro que no podrá vencerme», fueron las palabras de Pan cuando la retó al conocido duelo de unión.
Desde su perspectiva, el comportamiento de Pan carecía de sentido. Si no deseaba unirse, ¿para qué aceptar? Nadie estaba obligado a participar, bastaba con negarse. Todo saiyajin sabía las consecuencias del duelo y el compromiso que se adquiría al ejecutarlo.
La joven tuvo oportunidad de escoger y la desperdició. Ahora debía asumir sus nuevas responsabilidades con madurez.
—Menuda decisión la mía —musitó bebiendo el resto del licor, dejando la copa vacía sobre la mesa para luego levantarse con desgano. Debía enfrentar a la fiera en su habitación, de lo contrario, sería la burla de todo su escuadrón, porque estaba seguro de que a estas alturas, todos sabían de la pésima relación que tenía con su mujer. ¿Y cómo no?, si de hecho todo el reino sabía de su huida. La odiaba, no tenía idea de qué paso dar. De único que estaba seguro, era que le haría pagar la humillación que le hizo.
Caminó hacia su habitación levantando los hombros, indiferente y altivo. No permitiría que la tripulación notara sus dudas, sus inseguridades. Tenía información que le ocultaba a Pan, información valiosa que podía dar pie a una conversación entre ellos, pero ella no lo merecía. Por el momento, no vio conveniente informarle que Gohan ya estaba enterado, que incluso había hablado con él por medio de video llamada, en la que el híbrido de cabello negro había despotricado contra él y toda la raza guerrera. Por fortuna para el débil híbrido de cabello negro, el mismo rey Vegeta se estaba tomando la molestia de no solo aconsejarlo, sino de mantenerlo a raya, protegido. Algo en lo que sin duda, la reina Bulma estaba interviniendo.
Al entrar a su habitación, lo primero que percibió fue el olor de la joven golpeando su nariz, lo que no le molestaba, de hecho, ya se estaba acostumbrando a eso. Si no fuese por su actitud.
La vio sentada frente a la ventana redondeada, ya ni siquiera se sobresaltaba al sentirlo llegar.
«Tal vez sí», pensó acercándose hasta quedar a dos pasos detrás de ella, sin obtener respuesta alguna.
—Faltan doce días para llegar al planeta Vejita. Deberías buscar algo para…
—No estoy interesada —respondió con la mirada perdida en la ventana.
—No ganarás nada con esa actitud. Si fueses más inteligente, podrías sacarle provecho a tu posición —le aconsejó el príncipe antes de dirigirse hacia el baño, donde estuvo más tiempo del acostumbrado aseándose, tratando de mantener la calma. Se conocía de sobra, no deseaba perder los estribos dentro de una nave en medio del espacio exterior.
Ya más calmado, salió del baño vistiendo unos calzoncillos ajustados de color gris oscuro, el mismo color de su armadura real. No le sorprendió verla acostada en posición fetal en el sillón, cubierta con una manta que Goten le acercó la primera noche, al saber que no estaba dispuesta a compartir la cama con el príncipe.
—Es tu problema si continúas con ese berrinche —dijo el híbrido antes de ir a su cama, quedando al menos una hora vigilándola en silencio, igual que las noches anteriores, en las que esperó atento a cualquier movimiento sospechoso por parte de la joven, lo cual, nunca sucedió, y según Goten, no sucedería. Ya que Pan podría ser testaruda, pero jamás se atrevería a despertar la furia del rey, hiriendo de muerte a su heredero.
De cualquier manera, esas noches tardó en conciliar el sueño, despertando en algunas ocasiones, sintiéndose en cierta manera vulnerable. No estaba acostumbrado a dormir con nadie, ni siquiera con alguna amante de raza débil, nunca le apeteció.
Con esa cansada rutina pasaron los días, hasta quedar a solo cinco noches del planeta Vejita, desde donde el rey controlaba a Gohan, gracias a la ayuda de Kakaroto y su mujer, quienes sirvieron de gran apoyo para convencerlo de no continuar haciendo estupideces que terminaran dañando más a su hija, con la promesa de que la vería en cualquier momento.
La mayoría de la tripulación dormía a esa hora, y el príncipe planeaba hacer lo propio. Por lo que se fue directo a su baño personal, pasándola de largo, sin siquiera dirigirle la mirada, ni de soslayo. Estaba orinando cuando observó algo inusual en el impecable blanco de su retrete; una pequeña mancha rojiza. Decidió abrir la tapa del depósito de la basura, encontrando más rastros, lo suficiente como para alarmarse.
Terminó de orinar y salió del baño, sin tomarse la molestia de cubrir su desnudez.
—¿Cómo fue que te heriste? —inquirió parándose delante de ella, recibiendo un grito y un almohadazo como respuesta, lo que le pareció por demás infantil.
—Deja de comportarte como una cría —la jaló del brazo, acercándola hasta quedar con su rostro a escasos centímetros de distancia—. Vete acostumbrado a verme desnudo —la soltó lanzándola de nuevo al mueble acojinado—. ¿Qué fue lo que sucedió? ¿Por qué hay sangre en la basura?
—No le incumbe. Déjeme en paz —espetó tratando de cubrirse con la cobija hasta la cabeza, evitando hacer contacto visual con el híbrido. Le asustaba su desnudez.
—Por supuesto que me incumbe. Eres mi mujer, y quiero saber si fuiste capaz de herirte —jaló la cobija, lanzándola detrás de él. Sabía que Pan le temía, eso le gustaba y quería usarlo a su favor.
Revisó las muñecas y los brazos de la joven, buscando alguna herida que confirmara su hipótesis.
—¿Dónde te heriste? —insistió.
—¿Qué le hace pensar que me haría daño? —reclamó empujándolo, sin lograr moverlo más allá de un paso.
—¡La sangre en la basura! —repitió comenzando a perder la paciencia.
—Cosas de mujeres. ¡Deje de meterse en mi vida! —lo empujó con fuerza, haciéndolo retroceder hasta caer boca arriba en su cama, algo que ninguna mujer le había hecho antes. Comenzando con el simple acto de intentar golpearlo fuera del campo de batalla.
El atrevimiento de la joven terminó por derrumbar la endeble cordura del híbrido, considerando que su mujer requería un correctivo apropiado para la ocasión. Y de una vez, aprovecharía para liberar las tensiones acumuladas.
—Tú me obligas a esto —siseo levantándose en un salto, hasta quedar frente a ella en un parpadear—. Despídete de estos feos harapos —dijo sin darle oportunidad de reaccionar, dejándola casi desnuda de nuevo
—No puedo ahora…
—No me importa tu periodo. Tienes obligaciones qué cumplir.
—¡NO! —lo abofeteó con fuerza, sin lograr hacerlo retroceder en esta ocasión, solo ganando una risa burlona por parte del príncipe.
—Tenemos vigilado y controlado a Gohan. De ti depende que continúe con vida —le susurró girándola de espaldas a él—. No hagas nada estúpido
Las palabras del híbrido le helaron la sangre, pero fue el bulto en su espalda baja lo que provocó que de nuevo perdiera el temple. Lo sabía, lo que tanto temía volvería a suceder, y de nuevo carecía de cualquier posibilidad a su favor.
—E… Estoy sangrando —dijo como último recurso.
—Ya te dije que me importa una mierda —la inclinó hacia enfrente, abriéndole las piernas con su rodilla derecha, posicionándose en el centro mientras le sujetaba la cabeza por el cabello. Con la mano libre le bajó las bragas, dejando expuesto el sexo de la joven, lubricado gracias al fluido hemático de su periodo. Lejos de asquearle, le excitó tomarla de esa manera; quieta y obediente.
Sin dar aviso, se hundió en la carne blanda de la adolescente, alcanzando a escuchar el quejido que ella intentó ahogar en vano, lo que alimentó su ego masculino, alentándole a continuar con ese ritmo invasor y doloroso para su compañera, quien se aferraba a su entereza, evitando mostrar lo mucho que le afectaba.
Pan no estaba dispuesta a darle el gusto de verla suplicando, por mucho que el ardor en su intimidad fuera tortuoso. En especial, cuando la embestida tocaba fondo, produciéndole una punzada que la hacía encovarse de manera involuntaria.
Aferrada al sillón, se negó a escupir gemido alguno que delatase su agonía, estaba segura de que al príncipe egoísta le complacía el dolor ajeno. No le sorprendería, después de todo, estaba enterada del reciente pasado de los saiyajines. Cuando invadían planetas y arrasaban con civilizaciones enteras, llegando incluso a tomar esclavos para su servicio.
A pesar de que esas prácticas ya no se utilizaban más, estaba segura de que pasarían varias décadas para que la sociedad de sus abuelos, lograse erradicar la sed de sangre. Si es que eso llegaba a suceder.
No quería tener que lidiar con eso, no quería verse sometida a los caprichos de un macho manipulador. Debía encontrar la manera de liberarse, sin consecuencias para sus padres. A estas alturas, ya ni siquiera pensaba en ella misma.
La sinfonía surgida del choque entre sus cuerpos apenas se vio opacada por los gemidos del príncipe, que a pesar de la mala disposición de su mujer y del nulo juego previo, al menos no lo pasaba tan mal. Le estimulaba someterla de esa manera.
Tal vez por sus deseos de venganza, o porque realmente le gustaba el cuerpo de la híbrida. No lo supo, solo se limitó a gozarlo, observando con deleite la curvatura de los glúteos de su pareja, apretando posesivamente uno de ellos. Debía morderla de nuevo, dejarle una marca que le recordara a quién estaba unida.
Le soltó el cabello para sujetarla por las mejillas, empujándola hacia él de esa manera. En esa posición tan incómoda para la joven, apuró sus embestidas, consciente de que presionaba contra el lastimado cérvix de la joven, lo cual no le importó. Estaba cegado y en esos momentos, creyó innecesario ser condescendiente con la mujer que había pisoteado su orgullo, por lo que se dejó llevar de una manera egoísta, limitándose a su propio placer, acercando sus labios al hombro izquierdo de Pan, aguardando el tan esperado orgasmo, que llegó como respuesta al frenético movimiento de sus caderas, coronando el acto con otra dolorosa mordida sobre la anterior.
Apretó la mandíbula con más fuerza, hasta percibir el sabor metálico de la sangre de la joven. Solo hasta entonces, la soltó.
Con esta, sumaban ya tres veces que la abusaba y mordía. No quería llevarse siempre la peor parte, debía regresarle algo del daño que le ocasionaba. Por lo que aprovechó que el príncipe jadeaba quieto, para liberarse de su agarre y girarse hasta tenerlo de frente, desconectando sus sexos en el acto. Fue entonces que lo imitó, aprisionándolo con sus brazos para morderlo con más rabia de la él había demostrado. Lejos de poner resistencia, el heredero la pegó más hacia su cuerpo, permitiéndole lastimarlo de esa manera.
—¡Deje de tocarme! —lo empujó de nuevo al notar que él lo disfrutaba —usted está demente —dijo para luego correr hacia el baño, con un hilo rojizo deslizándose entre sus blancos muslos.
—¿Qué le habrá pasado a esta mujer? —musitó palpando la marca sobre su hombro. Antiguo símbolo de unión entre las parejas que decidían mezclar sus genes, para traer al mundo nuevos guerreros. Costumbre que daba el mensaje de que ya no se estaba disponible para reproducirse con nadie más, que no fuese su pareja.
Aunque en teoría no estaba mal visto que tuviesen intimidad con alguien más, en la nobleza y clase alta se consideraba una debilidad; algo digno de aquellos guerreros cuya palabra no tenía ninguna validez.
Razón por la que esa acción por parte de Pan, terminaba por atarlo completamente a ella. Algo que no le agradó al príncipe, ya que, debido al comportamiento de la joven, había pensado tener una relación abierta, al menos para él. Algo de lo que ya no podía darse el lujo, pues su palabra quedaba en entredicho. Solo faltaba la ceremonia de presentación para hacerlo público.
Bajó la vista y torció los labios al descubrir que su miembro también se encontraba manchado. Frente a él, estaban los restos de las prendas de la híbrida, junto con un papel manchado de color escarlata.
No supo cómo sentirse al respecto. Por un lado la detestaba, por otro, le incomodaba recurrir a esas prácticas tan impropias de él.
Recogió los retazos rotos para luego botarlos en el depósito de basura de su baño. Allí, escuchó el agua de la ducha, quiso entrar a asearse con ella, pero desistió de esa idea. Tomó una toalla y esperó a que saliera.
—Tardas mucho —le dijo con voz neutral, como si no hubiese sucedido nada ente ellos—. Te dejé prendas si es que no quieres andar desnuda —agregó con una sonrisa de medio lado que incomodó a Pan. De cualquier manera, aceptó la toalla que le ofrecía, con tal de cubrir su cuerpo.
—No tarda en venir el encargado de la unidad médica —dijo el príncipe al verla pasar de largo sin decir nada, evitando contacto visual con él—. Necesitas tratar tu situación con algo más apropiado. No creo que pedazos de papel te sirvan —dijo sin esperar respuesta.
No entendía la actitud de Pan, ella lo había elegido al corresponder la mordida. A menos que algo se le estuviera escapando. Y a él, no le gustaba ignorar datos importantes.
Salió al poco rato vistiendo una pantalonera suelta, prenda comúnmente utilizada por saiyajines en la intimidad de sus casas, en horas que no se encontraban en servicio.
Descalzo y con el cabello húmedo, caminó en silencio hacia su habitación, asintiendo levemente a la reverencia que el médico le hizo cuando lo vio acercarse. Notando de inmediato, la incomodidad en su mujer mientras sostenía un pequeño objeto color azul en sus manos.
—¿Entonces sí tienen aditamentos para tratar el sangrado femenino? —inquirió el príncipe.
—Siempre es útil cargarlos. Por ley, se debe tener todo lo necesario para tratar a guerreros de ambos sexos —respondió el médico con otra reverencia—. ¿Se le ofrece algo más, su alteza?
El príncipe observó a Pan, esperando una respuesta de su parte, pero ella parecía abstraía en el objeto cóncavo, hecho de algún material flexible.
—Al parecer, la princesa no necesita de sus servicios por el momento —respondió el heredero, acompañado al médico hasta la puerta.
A pesar de parecer ausente, Pan prestaba atención a lo que sucedía. Le extrañaba la formalidad amable que el príncipe utilizaba con los miembros del servicio, lo había notado días atrás. Parecía que todos le respetaban y él, hasta ese momento, solo se mostraba grosero y altanero con ella.
«Machista de mierda» pensó, dando media vuelta para colocarse el aditamento más popular entre las hembras de organismos similares, objeto que ella sabía usar y que, aunque no lo admitiera en voz alta, agradecía esa atención por parte del príncipe.
Le molestaba tener que utilizar una camisa holgada que pertenecía al heredero, la que le llegaba hasta las rodillas, cubriendo justo lo necesario. Odiaba tener que verse envuelta en su olor, pero era eso, o la desnudez. Debía salir con urgencia de esa situación, cada vez se volvía más asfixiante estar encerrada con él.
Le había costado trabajo colocar el objeto en su intimidad lastimada. Estaba cansada y ojerosa, necesitada de sueño profundo, necesitaba darle descanso a su mente. Sin embargo, parecía ser una noche larga, ya que el príncipe continuaba despierto, de pie al lado de la cama, esperándola.
—¿Acaso piensas dormir de nuevo en el sillón?
—No dormiría con usted, ni aunque me quemara el sillón —le respondió dándole la espalda como siempre.
—¿Entonces, para qué mierda me has mordido? ¿Por qué haces cosas tan contradictorias? —le reclamó cansado, jalándola de un brazo para encararla —¡Deja de comportarte como una chiquilla! ¡Eres una mujer! ¡Eres mi mujer, y ahora soy tu pareja!
—¡NO SOMOS NADA! —exclamó en un grito con frustrados intentos de alejarlo.
—Explícame entonces, ¿a qué se debe esto? —le mostró la marca de sus dientes sobre su hombro izquierdo.
—Lo mismo usted me hace. ¿Verdad que no es agradable?
Extrañado, el príncipe la soltó, tratando de procesar su respuesta.
—¿De qué mierda hablas? ¿Acaso desconoces nuestras tradiciones? —dijo contrariado. De ser verdad su sospecha, las acciones de la joven tendrían una explicación coherente.
—¡Por supuesto que no ignoro el hecho de que son unos simios salvajes que gozan del sufrimiento ajeno!
—Somos, no lo olvides. Somos —respondió petulante cruzando los brazos sobre su pecho—. Dime una cosa, mujer… ¿qué sabes sobre el duelo de unión.
..
…
..
La pantalla tintineaba frente al capitán, entrando en modo de hibernación al no recibir orden alguna. No le sorprendía que su hermano mayor le hubiese cortado la comunicación, ni que culpara al príncipe de todas sus carencias como padre y saiyajin.
—Es un imbécil —musitó avergonzado de tener un hermano tan cerrado, tan poco saiyajin. No entendía dónde había quedado el muchacho alegre del pasado, siempre dispuesto a aprender, entusiasmado por la historia de su raza y hacia el futuro que se dirigían.
Se suponía que le enorgullecía su origen. Por eso mismo se había dedicado a demostrar que la raza guerrera también poseía intelecto, estudiando hasta desfallecer en su adolescencia, y por gusto propio.
Gracias a su dedicación y persistencia, fue que el príncipe convenció a su padre y consejeros de patrocinar la preparación del primer híbrido terrícola-saiyajin. Compartiendo su deseo por conseguir el reconocimiento intergaláctico, demostrando que las capacidades de la raza guerrera, no se limitaban únicamente al campo de batalla.
Tal vez la ruina de su hermano comenzó allí, en el planeta Tierra. Al dejar de lado la rutina saiyajin para incorporarse al mundo de la ciencia, olvidando sus orígenes una vez que decidió unirse a una terrícola. Si bien, el rey Vegeta también estaba unido a una terrícola, él nunca dejó de lado su cultura, más allá de romper algunos protocolos propios de su linaje. Nada grave si se comparaba con los beneficios que obtuvo su pueblo.
—Mil veces imbécil —volvió a musitar. Jamás imaginó que Gohan hubiese omitido información valiosa a su propia hija. De no ser porque el príncipe mismo le aseguró que Pan ignoraba todo lo referente al duelo de unión, en especial, el simbolismo de la marca de dientes sobre la piel del elegido; algo que Pan confundió con un simple ataque sin sentido.
De ser así, su sobrina carecía de culpabilidad. Sin embargo, eso no la excusaba de sus nuevas obligaciones.
Él príncipe había ganado el duelo limpiamente, tomándola como correspondía, reclamando su premio como ganador. Lo recordaba claramente, recordaba las conversaciones con él dos años atrás.
«Goten, es cuestión de tiempo para que alguno de los guerreros que desean tomarla, lo hagan. No quiero perder la oportunidad de unirme a la única hembra que puede transformarse. No quiero hacerlo aún, ella es muy joven, pienso ofrecerle mi palabra a futuro».
«Le pedí que se uniera a mí en unos años, me rechazó».
«De nuevo insistí. No me dejó explicarle que sería en unos años, estaba ofuscada».
«Se rumorea que Sargus piensa retarla al duelo de unión, si acepta, ya no tendré oportunidad. Su falta de entrenamiento y experiencia en batalla la vuelve un oponente fácil de vencer».
«La reté al duelo de unión, ella aceptó de inmediato, resistiéndose como fiera, más de lo que se supone después de haberla sometido… fue complicado tomarla. Se tomó muy a pecho el asegurar que el elegido sobrepase su poder. Lo extraño fue su comportamiento después, como si se hubiese arrepentido de haber aceptado».
Goten nunca sospechó que su hermano fuese un padre tan desobligado, ya que siempre aparentaba todo lo contrario. A menos, que a propósito le omitiera a Pan información de vital importancia para su raza.
Sintió la obligación de intervenir, guiar a su sobrina por el camino correcto. Estaba a tiempo de orientarla en todo lo referente a su cultura, y la lealtad hacia la familia real.
..
…
..
«El duelo de unión es una tradición saiyajin muy antigua, creada para que las hembras se aseguren de elegir a un macho apto para la reproducción. Buscando en el encuentro, aquellas aptitudes necesarias para dar como resultado, descendencia con alto nivel de poder. Por eso mismo, se debe pelear como si la vida misma estuviese en juego, especialmente las hembras, quienes deben poner la mayor resistencia para evitar ser tomadas. Es parte crucial del duelo, es como la hembra pone a prueba la fuerza del macho».
«Una vez aceptado el duelo, se considera que ambas partes asumirán las consecuencias con honor. Quedando formalizada la unión, en el instante que uno, o ambos, han clavado sus colmillos en la piel del otro. Lo que puede parecer salvaje para ciertas culturas, pero es una costumbre que data desde tiempos en los que aún no existían los formalismos y papeleos, por lo que su ejecución continúa siendo válida, aun a pesar de que ya se puede dar la unión por otras instancias».
El relato del príncipe se repetía una y otra vez en la cabeza de Pan, encontrándole sentido a la razón de su indignación por haber huido. No obstante, eso no justificaba sus abusos.
Lo odiaba, detestaba esa maldita unión que él reclamaba, la que según sus propias palabras, se reforzaba con la reciente mordida que ella le había dado.
—¿Por qué mi padre nunca me lo dijo? —preguntó Pan a su tío.
—Lo mismo le pregunté —respondió Goten—. Según él, quiso ahorrarte el mal trago de que supieras que estabas unida legalmente al príncipe. Lo cual fue estúpido y peligroso.
—¿Qué puedo hacer para anularlo? —preguntó tomando las manos de su tío por primera vez desde su reencuentro—. No quiero vivir a su lado. No quiero estar atada a un ser tan despreciable.
Goten contuvo el aliento por unos segundos. Le incomodaba la angustia que reflejaba su sobrina, no le gustaba verla así, no obstante, pensaba que estaba haciendo lo mejor para ella, y para el obstinado de su hermano.
—Tú aceptaste el…
—¡No sabía nada del estúpido duelo! —reclamó soltándolo—. Creí que se trataba de un enfrentamiento cualquiera. Nunca pensé que eso le daría derecho a ese mal nacido de abusar de mí.
—Técnicamente no abusó —Goten opinó con naturalidad, ganándose una mueca de reproche por parte de su sobrina—, y lo sabes ahora. La cópula durante el sometimiento es parte de la prueba, de la que se suponía, tú deberías haber tenido conocimiento al aceptar el duelo. Eso lo sabe todo saiyajin desde antes de entrar a la pubertad.
—Yo no lo sabía —espetó Pan, con ganas de volarle la cabeza para hacerle entender su postura.
—Y no es tu culpa, ni del príncipe. Es culpa del imbécil de mi hermano, por darte una crianza terrícola —Le costaba trabajo conectarse con Pan a pesar de ser familia, lo que atribuía a las pocas ocasiones que ella visitó su planeta en el pasado—. Respecto a romper la unión, sí hay forma. Una depende de tu capacidad para dar descendencia, otra, depende de la voluntad del príncipe.
—¿A qué te refieres con eso de que depende de la voluntad de ese intento de príncipe?
—Estoy enterado de que le marcaste tus dientes, como una especie de revancha.
—Sí, fue con otras intenciones, por lo que no tiene validez. Además, esas tradiciones son de salvajes —se quejó visiblemente indignada.
—Son tradiciones milenarias, de una época cuando los papeleos y ceremonias no se ejecutaban aún. Es parte de nuestro pasado, de lo que somos, de nuestras raíces…
—De lo que nos da identidad y toda esa bazofia —lo interrumpió blanqueando los ojos—. Ahórrate ese discurso gastado. Tu príncipe ya me lo repitió hace rato.
Goten negó con la cabeza. Se encontraba frustrado, no lograba dar con las palabras correctas para crear un diálogo recíproco con la adolescente. Sintió que estaba dando vueltas en círculos sin lograr avanzar.
—Piénsalo, Pan. Hablamos después —salió sin decir más. Le molestaba que su sobrina se negara a entender todo lo referente al orgullo saiyajin, que renegara de su origen guerrero y ni siquiera considerara la posibilidad de darle una oportunidad. Desde su punto de vista, el príncipe había actuado de manera correcta según sus leyes. Era ella quien debería adaptarse.
Caminó con prisa hacia el estudio del heredero, donde lo encontró ocupado revisando un tratado que su padre pretendía realizar con una nación vecina, documento que dejó de lado para atender a su capitán.
—Es muy terca, me dan ganas de ahorcarla —confesó a modo de broma.
—No niego que es un reto, pero esto —jaló la tela de su traje informal para mostrar la marca dejada por la joven—, significa que inconscientemente me ha elegido. Lo cual me irrita más de lo que aparento —confesó con una mueca de desagrado.
—¿Pensabas en una unión libre? —preguntó Goten, sabiendo de antemano la respuesta. Puesto que, anteriormente el príncipe había pactado que tendría una unión libre con su prima, cuando estuvieron comprometidos.
—Sabes bien que no deseaba unirme a una mocosa. No estaba en mis planes atarme por completo. Se suponía que solo me daría descendencia, nada más —soltó cerrando la pantalla desplegada sobre el escritorio de acero.
Para nada le sorprendió al capitán la respuesta de su príncipe. Era bien sabido que las adolescentes no le atraían, al menos desde hacía tiempo. Las consideraba inexpertas e insípidas, demasiado aburridas para su gusto.
Atrás habían quedado los días en que aceptaba las propuestas de jóvenes guerreras que buscaban perder la inocencia con él, sintiendo que ya había tenido suficiente de caricias tímidas y cuerpos que temblaban ante la sorpresa de su primera invasión regalada por él. Ahora prefería la experiencia, el ardor y el deseo en cada toque de cuerpos que se prestaban gozosos de recibirlo en todas las maneras posibles. Y Pan distaba mucho de eso, hasta el punto de que el día que la retó al duelo, ella no había querido perder la inocencia con nadie; algo extraño en la mayoría de saiyajines de clase guerrera, una vez cumplidos los catorce años.
Al menos ya mostraba cuerpo de mujer, no como dos años atrás, cuando el príncipe tuvo que concentrarse en la lucha que ella le dio durante el duelo, obteniendo una erección gracias a la desmedida energía que despidió la joven durante su transformación, aunado a la fiereza que mostró cuando la sometía.
—¿Crees poder lidiar con su temperamento? Siento pena por ti —opinó Goten entre risas.
—Te apuesto lo que quieras, a que la tendré comiendo de mi mano. Aunque sea por miedo.
… … … … … … …
Fin del capítulo 3.
Parece una eternidad desde que comencé a idear esta historia. Espero que se entienda el contexto de la situación, pues muchos de los eventos descritos sucedieron dos años atrás, pero decidí comenzar el capítulo desde aquí, para que no fuera tan lineal, aunque es una historia lineal.
No duden en escribir sus dudas, para saber si queda claro lo que voy describiendo.
Este es el primer fanfic que tengo completo desde antes de publicarlo, al menos el borrador. Por lo que espero tener una trama mejor planeada que las anteriores, donde no quede tanto hueco argumental.
Otro dato importante. Estoy muy consciente de que la edad de Pan al comienzo no es la apropiada, pero he decidido hacerlo así porque me estoy basando en reinos guerreros de la antigüedad, aunque es un mundo digamos futurista, por la tecnología que se maneja. De hecho, me imagino a estos saiyajines, al menos sus antepasados, como los dothraki. Por eso esas tradiciones medio salvajes y machistas.
Mil disculpas por la tardanza, en verdad he tenido mucho trabajo y además también debo dedicarle tiempo a mi pequeñita, que vaya cómo pide que la saque al parque. De cualquier manera, no dejo de escribir, aunque a veces solo puedo hacerlo muy poco.
Les agradecería mucho que pasen a dejar un mensaje y su opinión sobre esta loca historia.
Nos leemos pronto, y gracias por dedicar su tiempo a mis locuras.
