Hola chicas, al final uno de los más votados es este, Bury, junto con For the love of her. Me he decidido por Bury porque aunque tiene su drama no es tan conflictivo como el otro. For the love of her, no lo dije en su momento, pero trata el tema de la drogodependencia y tiene escenas muy fuertes emocionalmente, y no creo que sea la época (en el hemisferio norte estamos en verano, y esos temas tan pesados son difíciles de digerir en época de descanso, playa y lectura ligera). Ese toca para más adelante. Espero que os guste Bury, que sin ser tan dramático como el otro, también nos dará escenas tensas y emocionales.
Sinopsis: Cuando Regina Mills sufre un trágico accidente, su marido y sus hijos mueren, y ella pierde su memoria. Al despertar del coma, dos meses más tarde, la empresaria intenta recuperarse poco a poco del trauma, dándose cuenta de que incluso antes del fatídico episodio, nada parecía en su lugar.
Emma, una enfermera del Amber City Hospital, debe encargarse del cuidado de Regina, convirtiéndose en su único contacto durante ese período de hospitalización. Siendo así, la joven se deja envolver en la historia de Mills. Una amistad se revela entre las dos, y poco después en una amor incondicional que dará un nuevo sentido a la vida de ambas.
Despertar
"Un estruendo, un gran ruido, un dolor indescriptible recorriendo cada célula de mi cuerpo. No veía nada más allá de una incómoda oscuridad, pero esa era la penumbra a la que me acostumbré desde aquella noche. Aquella fatídica noche en que mi vida casi acabó"
‒ Hola. Soy Emma, la enfermera que cuida de usted. ¿Cómo se siente hoy? ¿Mejor?
La pregunta era siempre la misma y Emma soñaba con el día en que vería abiertos los ojos castaños de Regina. Sabía que eran oscuros por una fotografía en una revista que encontró en la consulta del doctor Whale. La paciente en cuestión había sufrido un grave accidente de coche la noche del 16 de abril, en la calle que conectaba la ciudad con la autopista interestatal. Los dos hijos y el marido no resistieron las heridas, a pesar de que la escena indicaba que uno de los dos adultos del vehículo ― posteriormente carbonizado ― había arrastrado los cuerpos hacia fuera antes de que no quedarán sino las cenizas. Por un milagro divino, Regina Mills, una empresaria, sobrevivió, pero no tenía la más mínima idea de la tragedia que la esperaba cuando recobrase la conciencia. En coma desde hacía dos meses, los médicos del Amber City Hospital no sabían cómo la paciente iba a reaccionar a las terribles noticias.
Regina Mills no tenía parientes próximos, no tenía más familiares que pudieran preocuparse por su estado de salud o que pudieran consolarla en el momento que despertara a la vida de nuevo. Pero había alguien que le traía flores cada semana, que limpiaba sus heridas en el rostro y que le preguntaba siempre lo mismo con la esperanza de ver aquellos ojos abriéndose y reconociendo a su única amiga en meses.
Aquella noche, antes de finalizar su turno, Emma entró en el cuarto despacio, regó las últimas flores que había traído y fue a despedirse de su paciente. Regina parecía aún más pálida en mitad de los tubos enchufados a su cuerpo. Por un momento la enfermera pensó en llamar al médico de planta, pero cuando fue a hacerlo, le pareció escuchar algo más allá del respirador. Emma miró hacia su rostro de nuevo y, como si fuera un pase de magia, vio su boca moverse intentando emitir algún sonido.
‒ Shh…Sh…Está todo bien, está en un hospital‒ dijo la enfermera.
Entonces, finalmente ella parpadeó, abrió sus ojos lentamente y gimió algo incomprensible. Emma sonrió solo para ella, fue la primera visión que tenía desde hacía algún tiempo.
‒ ¿Qué ha sucedido?‒ consiguió decir Regina trás mucho esfuerzo. Estaba letárgica, hablando casi deletreando, tardando mucho en razonar.
‒ Hubo un accidente de coche, está hospitalizada‒ respondió Swan
‒ ¿Accidente de coche?
‒ Sí. Ahora todo está bien, evite esforzarse.
‒ ¿Por qué no siento mi cuerpo? No logro moverme‒ hablaba bajito, casi en un hilo de voz.
‒ Sufrió un gran impacto en el accidente, ha sufrido una conmoción cerebral y puede haber afectado a su sistema nervioso. Mañana haremos algunos exámenes, de momento descanse‒ dijo Emma, conteniendo su euforia por finalmente ver a Regina despierta.
‒ No…No se marche…‒ Regina hacia fuerza, pero nada respondía en su debilitado cuerpo ‒ Emma
La enfermera se detuvo cuando escuchó su nombre o creyó escucharlo. Iba a ir corriendo a llamar a los médicos responsables del caso de Regina Mills, pero antes la mujer a quien había dedicado tantas horas estaba allí pidiendo que no la dejara.
‒ Sí, soy Emma, la enfermera. ¿Se acuerda de mí?
‒ Su voz…Me acuerdo de ella.
Emma volvió a acercarse a la cama y de repente, creyó que Regina había perdido la palidez.
‒ Entonces hoy puede responderme a la pregunta, Regina. ¿Cómo se siente?
Regina observó el rostro sereno de la enfermera, incluso debilitado y pensando que todo estaba turbio. Era rubia, de ojos claros, tenía los cabellos recogidos, la impresión que le daba era que eran rizados y, en medio de las mejillas rosadas, había una hermosa sonrisa. Hizo un gran esfuerzo para responder de nuevo.
‒ Aún no siento mis piernas
Emma agarró su mano, y eso Regina sí lo notó.
‒ ¿Nota mi mano?
‒ Sí
‒ Está bien, cálmese. Ahora descanse, voy a pedir que mañana pase un médico a verla y ver qué le pasa. ¿Confía en mí?
Ella no sabía explicarlo, cuando Emma le preguntó aquello, su corazón lanzó un sonoro sí en su interior. Tenía que confiar, tenía que decir que confiaba en ella, porque, a fin de cuentas, era lo único de lo que se acordaba. Durante todo ese tiempo, solo la voz de Emma venía a su mente, preocupada y calmada, no había otra cosa que recordara.
Aunque su hora de salida ya había pasado, Emma no quiso marcharse sin estar segura de que Regina se quedaría tranquila sin ella cerca. Ya era demasiado haber despertado y haberse acordado de su presencia. Estaba agitada, quería entender lo que había pasado, pero tanta información no debía ser expuesta de una vez en la cabeza de alguien recién salido de un coma. Eso Emma lo sabía bien.
Regina observó a Emma salir del cuarto y volver cinco minutos más tarde con una jeringuilla. También vio cómo inyectó algo en el tubo del suero. Un sueño incontrolable dominó su cabeza en cuestión de segundos.
‒ No quiero…No quiero dormir otra vez…
‒ Tiene que descansar. Mañana por la mañana estaré aquí antes de que se despierte. ¿Confía en mí?
‒ S…Sí…‒ los ojos le pesaron y Regina cerró sus párpados, regresando a un profundo sueño.
Las voces la trajeron de vuelta, susurros que se hacían insistentes según intentaba comprenderlos. Hablaban sobre un sueño profundo, meses, días y un accidente. De nuevo escuchó sobre el tal accidente de coche. Pero, ¿cómo puede haber sufrido un accidente si ni siquiera recordaba haber aprendido a conducir?
Aquella noche, volvió a soñar, vio a un hombre en el asfalto, tirado como un animal atropellado. Estaba ensangrentado cuando se acercó, solo que al verlo, sintió cómo se le encogía el corazón. Era alguien importante para ella, alguien a quien amaba y estaba muerto.
Es la voz de la enfermera, está más cerca y abre los ojos una segunda vez. Emma está allí a su lado y un hombre con una bata está delante de la cama sonriendo de oreja a oreja.
‒ ¿No le dije, doctor? ¡Ha despertado!‒ dijo Emma
‒ ¿Cómo se siente, Regina?‒ preguntó el médico
Cree que está soñando, pero de todas maneras intenta hablar. Su voz sale como un gemido exhausto, aunque se sintiera mejor y consiguiera mover ligeramente los brazos.
‒ Me siento dolorida. ¿Hace cuántos días que estoy aquí?
‒ Hoy hace dos meses‒ respondió la enfermera.
Los tres permanecieron en silencio hasta que la mujer procesó la información.
‒ ¿Por qué tanto tiempo?
‒ Tuvo una conmoción cerebral y sufrió algunas heridas en el accidente de coche. En su estado, es normal que pase un período en coma‒ el doctor sacó una pequeña linterna del bolsillo de su bata y apuntó hacia su rostro. Le pidió que siguiera su dedo índice que movía delante de sus ojos. Abrió su boca delicadamente para mirar dentro y después miró a Emma, y dijo susurrando ‒ ¿Ya sabe lo ocurrido con su familia?
‒ No, señor
‒ ¿Aparte de mí alguien salió herido en el accidente?‒ consiguió preguntar débilmente
El doctor carraspeó, vaciló en un primer momento, y la mujer pudo leer su nombre en la bata: Dr. Gold. También vio cuando intercambió una mirada algo incómoda con Emma y la rubia se encogió de hombros.
‒ Bien, Regina‒ volvió a mirarla ‒ Su marido y los dos niños, sus hijos, no resistieron. Murieron poco tiempo después del rescate. Sentimos mucho su pérdida y nos gustaría hablarle…
‒ No. Basta. No me diga nada más‒ aún no se acordaba de ellos, vagamente, sabía de quién hablaba él.
Cuando cerró los ojos, los apretó con todas sus fuerzas y lloró en silencio.
Dos días más tarde, cuando Emma volvió a la habitación de Regina, llevando en sus manos un nuevo jarrón con flores, su sorpresa fue mayúscula al ver a la mujer sentada en la cama, alimentándose sin ayuda alguna. Mills paró de comer cuando la vio, pero no debería ser esa la intención.
‒ Oh, no, continúe, por favor, tiene que alimentarse.
Emma dejó el jarrón sobre el mueble, caminó hacia la cama y observó la lista de recomendaciones. A Regina le habían recetado una dieta blanda. Aparentaba estar mucho mejor, de hecho, el color verdadero de su rostro había aparecido, una blancura menos aterradora a pesar de las profundas ojeras. Emma ya pensaba que era hermosa, ahora tenía plena certeza.
‒ Estoy satisfecha. Gracias‒ respondió ella, empujando la bandeja hacia un lado ‒ La eché de menos ayer, ¿por qué no vino?
Emma alzó la mirada de la hoja de recomendaciones y se sonrojó ligeramente.
‒ No lo vi prudente después de que supo todo. Era necesario dejarla sola un momento.
Regina respiró profundamente y habló despacio.
‒ Debe ser un gran castigo
‒ ¿Qué ha dicho?
‒ Una gran castigo, porque siempre pasa así
‒ No entiendo
‒ No es para entender‒ replicó Regina, amargada.
Emma pensó que sería algo sobre ella, pero sabía que en el fondo tenía algo que ver con su pasado, que ella aún no conocía. Dejó la hoja en su sitio y se puso los guantes para revisar aquellas cicatrices en su rostro. Eran cortes profundos, señales que con un buen maquillaje quizás pasarían desapercibidos. Emma quiso tocarlas y Regina la dejó, notando un tímido dolor cuando las presionaba.
‒ ¿Puedo preguntarle una cosa?
Las cuestiones no incomodaban a Regina, pues no se acordaba de gran parte. La miró de soslayo y dijo que sí con la cabeza.
‒ ¿Ya se ha mirado al espejo después de haber despertado?
Y no era nada de lo que estaba pensando: ¿Qué hacía? ¿Qué le gustaba hacer? ¿Cómo era su relación con sus hijos y su marido? ¿Tenía padre o madre? ¿Tenía dinero? Regina pensó que tendría que responder a una de las cosas más comunes sobre su vida. Tenía vagos recuerdos, algunos trazos de memoria y en la mayoría de esos borrones veía a los hijos, veía a un hombre y a ella discutiendo, pero algo le hacía creer que era una mujer normal antes del accidente.
‒ No. ¿Estoy muy fea?
‒ Es usted una mujer muy hermosa a pesar de lo ocurrido. Tiene algunas marcas en su rostro, son cicatrices. ¿Quiere ver?
‒ Sí, por favor
Emma buscó un espejo de bolsillo para enseñarle a Regina el resultado del accidente. El lado izquierdo de su cara había cambiado, ganando una decena de líneas horizontales. Parecía una pintura de guerra, un tatuaje extraño. Regina no sintió nada cuando las vio, ni siquiera aversión. La verdad era que apenas sentía nada, porque nada tenía sentido para ella desde que había despertado.
Cuando Emma la dejó aquella mañana, buscó al Dr. Gold para preguntarle por la paciente. Estaba preocupada por la amnesia de Regina, aunque todo fuera cuestión de tiempo.
El médico bajaba las escaleras desde el tercer piso del inmenso hospital, y encontraba la preocupación de Emma algo natural, aunque ingenua para una enfermera experimentada como ella.
‒ La respuesta a su pregunta tiene dos posibilidades, Swan. Regina puede recuperar la memoria en pocos días o en años.
‒ Pero está tan bien. Está conversando, ¿qué estaría causando ese olvido?
El médico se paró en la recepción de esa planta.
‒ Puede ser algo psicológico. Si responde bien a los exámenes que le vamos a hacer, puede que le dé el alta en unos días‒ Pero Emma seguía pareciendo ansiosa ‒ Dele un tiempo, muchacha. Estará bien. ¿Por qué no descansa, coge esas vacaciones que lleva diciendo hace meses?
‒ Quizás las necesite.
Quien convivía con Emma podría definirla muy bien: generosa, paciente, honesta y muy dedicada. Gold rió débilmente cuando ella dobló la esquina del pasillo y cogió la escalera hacia la segunda planta. No era la primera vez que se involucraba con la historia de un paciente, pero de lejos la dedicación con Regina comenzaba a pasar de los límites. Sus amigos del equipo de enfermería se preguntaban si tal preocupación hacia una persona no era una señal de que Emma necesitaba ocupar su mente. Tenía sentido, pues Emma actuaba diferente desde que había roto con la Dra. French.
Jones, su amigo de los días de guardia, esperaba desde hacía días, queriendo que ella se diera un salto por su sección para preguntarle. La ve pasar y la agarra por el codo antes de que se le escapara como arena entre los dedos. De una forma algo bruta y torpe, la mete dentro del almacén de los medicamentos y cierra la puerta con pestillo. Está encarando a Emma con sus hermosos ojos azules que conquistaban a cualquier paciente soñadora.
‒ ¿Qué pasa contigo?
‒ ¡Ya te he dicho que no hagas eso, Jones!‒ Emma se suelta de su agarre.
‒ Vaya, estás huidiza…Te llevo esperando días, chica. ¿Ya le llevaste flores a la señora de la 340?
‒ Mira una cosa, si vas a estar preguntándome lo que he hecho o dejado de hacer con respecto a ella, te voy a mandar el infierno‒ Emma aprovechó y cogió algunas cajas del estante que tenía delante.
‒ Swan‒ cambió el tono y se puso más serio ‒ No estás bien. ¿Quieres contarme qué está pasando desde que esa mujer fue ingresada?
‒ Tenemos una buena relación, me asignaron su habitación, es mi sector.
‒ Está bien, pero todo el mundo ha notado que raramente descansas. Hace tres semanas que ni siquiera pones los pies en la cantina, apenas saludas a las chicas de la limpieza y siempre eres la última en marcharte. En algún momento estarás sobrepasada e imagina lo que eso supone para una profesional.
‒ Lo sé, Kill, gracias por la preocupación. Estoy bien‒ dijo ella, pero no lo convenció.
Él también estaba comprobando si había suministros de algún medicamento y se puso detrás de una estantería encontrando el rostro de la amiga en un hueco sin cajas apiladas.
‒ Mira, Ari te ha invitado a cenar en casa hoy. ¿Te apetece?
‒ Hoy tengo guardia
‒ ¿Mañana entonces?‒ él esperó la respuesta, pero ella hizo como que no había escuchado ‒ Emma, entiendo que ha sido difícil superar a Isabelle. Te sientes sola, piensas que nadie va a escuchar tus problemas, pero me tienes a mí y a Ari, siempre hemos sido amigos. He escuchado decir que esa mujer de la tercera planta tiene muchos empleados en su empresa. Piensa, si nadie ha venido a visitarla hasta ahora, debe ser una hinchapelotas.
‒ Quizás sea solo una persona solitaria o que estuviera pasando por una crisis. Nuestro trabajo no permite juicios de valor‒ lo miró profundamente.
‒ Lo sé, sin embargo estaría bien que supieras con quién estás lidiando. Cualquier día te va a lanzar un coz y no te va a gustar. Esa gente es malagradecida‒ él recogió lo que necesitaba, lo puso en una bolsa y se encaminó a la puerta ‒ Bueno, era eso lo que quería hablar contigo. Cuídate‒ Jones agarró su cabeza y le dio un beso en la parte alta, la caricia de un hermano. Pues era lo que representaba para ella, un hermano mayor.
No pensaba que Regina Mills fuera un pozo de arrogancia como se rumoreaba por el hospital. No era la primera vez que escuchaba un chisme como ese, pero ella no prestaba atención.
Cada vez que entraba en el cuarto de aquella mujer y veía su semblante neutro, sabía que algo muy grave mataba a Regina por dentro.
Regina no tenía razones para sonreír, aunque cada día mostraba signos de una asombrosa recuperación. Solo faltaban sus piernas por moverse, era como si hubiera desaprendido a caminar. Se movía poco, lo suficiente para sentarse en la cama, comer, tomar la medicación y cambiar el canal de la tele. Pero las imágenes no tenían sentido para ella, ni las bromas de las comedias. Un día en que Emma le estaba preparando la medicación, quiso preguntarle de nuevo lo que había sucedido.
‒ ¿Me puede decir lo que andan hablando de mí? El Dr. Gold, ese es su nombre, ¿no? dijo que es posible que mi memoria vuelva con el paso de los días, pero siempre que intento recordar algo, solo nos veo a aquel hombre y a mí discutiendo.
Emma le pasó el vaso de agua y le pidió que se tomara los comprimidos, uno a uno de una serie de cuatro: un analgésico, otro para las náuseas, un inmunodepresor y un anti inflamatorio.
‒ Dicen que es dueña de una gran tienda aquí en la ciudad. Su marido era su socio y los dos solían aparecer en revistas y periódicos.
Mills cerró los ojos de nuevo y vio otra parte de la pelea. Ella y el hombre gritando y él agarrando un vaso de whisky.
‒ ¿Qué ocurre?‒ Emma la miró
‒ Todo en mi cabeza aparece lentamente. Tengo la impresión de que todos quieren esconderme algo. Pero, ¿qué sería si ya he perdido a todos los que consideraba importantes en mi vida?
‒ Quizás deba aprovechar esta amnesia para examinar algunos conceptos. La vida real no es tan atractiva. Acordarse de todo puede que no sea la mejor elección‒ ella estiró la mano y agarró la de Regina, acariciándola ligeramente ‒ ¿A cuántas personas no les gustaría perder la memoria?
Fuera cual fuera su realidad, Emma podía tener razón. Sin embargo, infelizmente, cuando Mills había aceptado la sugerencia de la enfermera, sus días de descanso en la cama del hospital habían acabado.
Recibió el alta tres días después de aquella conversación. Emma no estaba allí para despedirse de ella por alguna razón.
Felizmente Regina aún recordaba dónde vivía y el taxi la dejó en una bonita calle de un barrio alejado del centro de la ciudad. Dos personas recibieron a la dueña en el umbral, eran sus trabajadores, de los que creía recordar sus nombres.
La mujer, una señora de 60 y pocos, empujó la silla de ruedas hasta la sala de la casa, que de tan impecablemente limpia que estaba casi la hace estornudar. Había muchas cosas que admirar y que recordar: una pecera en la pared, un sofá de cuero blanco, sillas mullidas, alfombra persa en el suelo, cortinas que llegaban hasta el suelo y fotos, muchas fotos sobre los muebles y en las esquinas. La mayoría de ellas de sus hijos. Niños tan bonitos que habían perdido la vida. ¿Por qué ellos en mi lugar?, se preguntó Mills.
‒ Señora, lo sentimos mucho‒ dijo la mujer, con voz tomada, observando cómo el semblante de Mills cambiaba al tocar una de las imágenes del portarretratos ‒ Todos estamos tristes por lo ocurrido. Lo que necesite, solo tiene que pedirlo.
Regina volvió a colocar el portarretratos en su lugar y miró hacia arriba.
‒ Cora. ¿Es ese su nombre? Aún no recuerdo muchas cosas. Creo que he estado dos meses fuera, pero me parece una eternidad. Sé que sentía un gran amor por mis hijos y mi marido, pero no sé cómo sucedió ese accidente. ¿Puede responderme a una cosa?
‒ Por supuesto, señora‒ la mujer juntó sus manos en la parte delantera.
‒ ¿Por qué no recibí visitas en el hospital?
Cora, el ama de llaves, pues estaba vestida exactamente como una, tragó en seco, pero no vaciló.
‒ Órdenes de la madre de Daniel. Habló con nosotros y nos pidió que no fuéramos al hospital. Era lo mínimo por lo que usted debía pasar, en opinión de ella, por haber matado a su hijo.
Regina consideró aquella historia de lo más absurda. La suegra nunca aprobó su relación y siempre tomaba decisiones a espaldas del hijo, y ni siquiera sabía que la relación con Helena Colter iría a peor.
Enfadada, Regina intentó levantarse, pero sus piernas no tenían nada de fuerzas para mantenerla en pie, así que cayó sentada antes de que el ama de llaves la sujetara.
‒ ¿Obedecen las órdenes de esa mujer? Algo me dice que no han hecho lo correcto.
‒ No sabíamos qué hacer, señora. Perdóneme. Hablo en nombre de todos los trabajadores de la casa. Nos preocupamos por saber qué estaba pasando, pero Helena nos garantizó que nos traería noticias suyas.
Regina se llevó una mano al rostro, la bajó hasta la boca y pensó. No serviría de nada intentar entender algo como aquello. Quizás por eso mismo no era interesante recuperar la memoria. Así que pensó, bendita conmoción que le había lavado a ciertas personas de la mente, pues con certeza, con memoria, en aquel momento estaría echando pestes.
Cora esperó pacientemente a que su señora le pidiera ayuda, y tras un minuto entero fue lo que sucedió. Regina miró las fotos de los hijos otra vez, vio otra foto con el marido y sintió curiosidad.
‒ ¿Dónde han sido enterrados?
‒ En el cementerio de la colina, señora‒ respondió el ama de llaves.
‒ ¿Puede llevarme hasta allí? Me gustaría llevar unas flores.
‒ Sí, señora. Voy a pedirle a Leopold que preparé el coche.
El chofer no tardó ni diez minutos en salir de la casa con Regina. El cementerio quedaba a treinta minutos de donde ella vivía, en un lugar aislado, conocido por las visitas de alto poder adquisitivo. Él sabía dónde su señor y los niños habían sido enterrados y llevó a Mills hasta las sepulturas. En un educado gesto, en cuanto aproximó la silla a las lápidas, Leopold pidió permiso y se retiró en silencio. Regina le agradeció. Vio los nombres de sus hijos y el del marido grabados en una bonita letra. Dejó las flores sobre cada una de las lápidas y lloró. Lloró, lloró mucho hasta aceptar que su destino había sido perderlos.
En el coche, de regreso a la casa, Regina se acordó de Emma, aquella mujer que había cuidado de ella en el hospital y se preguntó cómo estaría ella esa noche sin tener que cuidarla. Tenía que darle las gracias por todo y la forma en que se había marchado del hospital no demostraba educación alguna. Estiró el brazo y tocó el hombro del chofer, le pidió un favor.
‒ ¿Sí, señora?‒ le extrañó, pues nunca antes le había tocado el hombro para llamar su atención. Regina nunca fue mal educada, pero tampoco era el mejor ejemplo de cordialidad.
‒ Vamos a pasar otra vez por la floristería, después quiero que me lleve al hospital.
‒ Como quiera, señora‒ acató el pedido y cambiaron de rumbo.
Había acabado el turno, y estaba exhausta. Había terminado de ayudar al Dr. Gold en una cirugía y comprobado si el paciente de la 218 había comido correctamente. Se fue a cambiar de ropa y a buscar la mochila cuando escuchó a alguien en la puerta de la estancia. Fue a abrir y Ruby, su colega de la tercera planta, tenía un recado.
‒ Hay alguien buscándote abajo, dijo que esperaría hasta que salieras.
‒ ¿Quién es?
‒ Si te lo cuento, estropeo la sorpresa. Corre, creo que te va a gustar‒ guiñó un ojo la colega y salió con un montón de planillas en la mano.
Emma no pensaba que Regina Mills volvería para farle las gracias, pero cuando descendió y vio a la mujer esperando por ella en el hall, no pudo reprimir una sonrisa.
‒ ¡Hola!
‒ Hola, Emma‒ dijo ella, extendiénole un ramo de flores del campo ‒ Esto es por todos los jarrones que cambiaste en mi cuarto.
Aunque avergonzada, Emma aceptó las flores y la invitó a tomar algo. Tenían mucho de lo que hablar.
