IX. Flor de jengibre – Tengo mi orgullo.

«Insecure in her skin… like a puppet, a girl on a string…

Broke away, learned to fly… If you want her back, gotta let her shine…

So it looks like the joke's on you… 'Cause the girl that you thought you knew…»

She's so Gone, Lemonade Mouth

Fue casi toda su vida que Suzette pensó que su familia era extraordinaria.

Era demasiado pequeña para recordar claramente a sus padres, dos de las tantas víctimas de la Guerra Oscura, por lo que debió conformarse con relatos de segunda mano. Su padre era sensato; su madre, de mente aguda: era lo que más se decía de ellos y deseaba emularlos.

Su tío Antoine, curiosamente, no poseía esas cualidades, pero tardó mucho en notarlo.

Cuando tuvo la edad suficiente para hacerse preguntas, el que Antoine y su esposa Simone la acogieran no le resultó extraño. Al contrario, se esperaba que los parientes fueran la primera opción para criar huérfanos entre los cazadores de sombras, tomando en cuenta su alta mortalidad en el deber que el Ángel les encomendó. Le extrañaba un poco que sus tíos no tuvieran sus propios hijos, o que decidieran vivir en el Instituto en lugar de otro sitio, incluso tuvo curiosidad por cómo Antoine y Simone parecían ser agradables con algunas personas estando en público, pero luego decían cosas malas de esas personas al quedarse a solas (porque ella no contaba, descubrió al crecer). No lo cuestionaba porque los quería, y como no cansaban de repetirle, eran los únicos que realmente se preocupaban por ella.

Los Arbreblanc no contaban a ojos de Antoine y Suzette, sin darse cuenta, comenzó a tratarlos de la misma manera.

Era una suerte que los hermanos de su madre no la odiaran, tanto o más que el hecho de que Günther la quisiera.

Lo de Günther_ Longford resultó completamente inesperado. Se conocieron en París, aunque él no vivía allí, y al principio se agradaron. Algo en su fisonomía hacía que Günther no fuera bien recibido por la mayoría, pero a Suzette le llamó la atención y descubrió a un joven educado y quizá demasiado formal, pero también de discretos gestos de generosidad. No pudo apreciarlo por completo entonces, debido a sus limitados y cerrados puntos de vista inculcados por sus tíos, pero se quedaron en su memoria, lo cual fue luego de mucha utilidad.

Günther dio a entender que menospreciaba su trato a Alphonse Montclaire, pero lo dejó más claro cuando ella se quejó de que Alphonse se quedara en Londres, cuando ella decidió dejar su Instituto porque el Director y los suyos no le acabaron de gustar.

Ahora podía ver que Günther hizo bien en llamarle la atención, pero en el momento, se sintió muy humillada.

Lo único bueno que hizo en aquel momento fue no comentarles a sus tíos el interés y la simpatía que había compartido con el joven Longford. Antoine, estaba segura, habría hallado motivos para alentarla a fomentar su amistad sin importar nada más, porque Günther era cazador de sombras de Múnich, y tanto él como su madre eran muy apreciados allá, serían buenas conexiones. Suzette podría ser muchas cosas, pero detestaba sacar provecho de la gente de aquella manera, fingiendo agrado para dejarlos de lado en cuanto ya no le fueran útiles.

Empezó a ver a Günther como alguien diferente a «conveniente» y eso le hizo confirmar qué tan torcida se había hecho su visión de Alphonse.

Alphonse, el niño tímido y muy listo que antes la seguía a todas partes, que le hacía compañía cuando otros niños parecían hartarse de ella porque no aprendía algunas cosas igual de rápido que ellos, y también leía tanto y de tantos temas que la animaba a leer también… Alphonse, el primer amigo que recordaba haber tenido y el primero que hizo a un lado a la primera contrariedad…

Alphonse, al que trató muy mal y solo después de años pudo admitirlo.

Suzette no esperaba ser perdonada. No creía que mereciera siquiera ser amiga de Alphonse otra vez si ella misma no era otro tipo de persona. También Günther, si iba a merecerlo, debería reflexionar lo que le dijera acerca de su actitud y actuar en consecuencia. Le desagradaba recibir ayuda y consejos, pero decidió que sería mucho peor el no aceptarlos cuando se le ofrecían de buena gana, sin esperar nada a cambio.

Bueno, en realidad, Suzette era un poco egoísta en sus deseos de mejorar su persona. Lo hacía por sí misma, cierto, pero también para obtener el perdón de su antiguo amigo y recuperar la simpatía de uno nuevo… y tal vez algo más, porque no iba a negar que Günther era su tipo de hombre. Antes no veía claramente su futuro, pero poco a poco, vislumbraba lo que deseaba en él y Günther era una parte fundamental.

Anhelaba, con todo su corazón, enorgullecer a las personas que quería tanto. Conforme pasó el tiempo fueron más, aunque lamentó, por un momento, que Antoine no fuera una de ellas. La había criado, después de todo. Al menos le debía algunas cosas, como el seguir viva en el camino de los cazadores de sombras, de manera más o menos funcional. A Simone no tanto, sobre todo porque después de lo que había hecho, había momentos en que quería presentar su frío rostro con su puño americano favorito.

Definitivamente, lo de renovarse funcionaba: antes, habría dudado mucho al imaginarse golpeando a alguien con su puño americano solo por desquite. A últimas fechas, solo se contenía porque eso habría decepcionado a Günther y Alphonse, quienes solían estar a favor de resolver las cosas de manera más pacífica, si se podía.

Hombres… a veces no los entendía, pero todavía había algunos a los que amaba.