Disclamer: Ni los personajes, ni lugares, ni parte de la trama me pertenecen a mí, sino a Rumiko Takahashi. Esta historia invernal se escribió sin ánimo de lucro, solo para entretenerme y divertir a otros.

.

.

.

Nota de la Autora: Esta es una de las diversas historias que estaré publicando para la #dinámica_de_diciembre llamada #Fantasia_Invernal (nombre que me encanta, por cierto) convocada por la página de Facebook "Mundo Fanfics Inuyasha y Ranma". Gracias por invitarme a participar un año más. Todas mis historias estarán tanto en Fanfiction como en Wattpad. Espero que os gusten y disfrutemos juntos de esta época tan especial.

.

.

.

.

.

Historia nº 1:

Afortunado

.

.

.

.

.

1.

—¿Cuántas has dicho? ¿Tres?

—Por lo menos tres, sí.

—¡Menuda suerte tienen algunos!

—¡Ya lo creo!

—¡Qué chico tan afortunado! —Los sonidos parecían distintos. Vibraban en el aire, vacilaban antes de entrar por sus oídos. Golpeaban su cabeza como truenos de tormenta, pero al percibir que esas esas voces entusiastas y chillonas se alejaban, supo que no quería que se fueran—. Espera, espera… ¿Estáis seguras de que todas eran sus prometidas?

Ranma apretó los párpados sin querer y lo sufrió.

Prometidas.

Ese brevísimo gesto involuntario fue tan doloroso como un balonazo en plena cara. La frente le ardía cuanto más intensa era esa sensación de presión que le aplastaba la coronilla contra la dura superficie en la que estaba recostado. Parecía una piedra, afilada y compacta contra su nuca, pero en realidad era una simple almohada. Lo sabía porque captaba el olor ácido del desinfectante de las sábanas. Aún estaba en aquella cama. Cada vez que regresaba del mundo de los sueños lo hacía con la esperanza de no estar allí.

No se atrevió a moverse, ni siquiera para aliviar los pinchazos de sus extremidades dormidas. ¿Cuánto tiempo llevaba sin cambiar de postura? Era lo más seguro para no llamar su atención. Por eso no dijo ni pidió nada a pesar de que la garganta le ardía de sed.

No, nada de ruido. Que nadie supiera que había despertado. Por favor.

O el infierno volvería a empezar.

—Aunque eran demasiado escandalosas —Las voces no se habían ido, seguían allí, cerca de él y, por tonto que fuera, eso le tranquilizó—. Sobre todo esa tan alta, ¿sabéis cuál os digo? La que iba soltando pétalos de rosa por todas partes.

. ¡Cómo se han puesto los de la limpieza al ver la habitación!

—La verdad es que las tres eran un tanto extrañas… ¿Visteis a esa que se puso a cocinar con una plancha eléctrica en mitad de la habitación?

—La otra era la más guapa, aunque apenas se la entendía al hablar… era extranjera, ¿no?

—Lo cierto es que ninguna se ha separado un momento del chico en estos días, todo hay que decirlo —Ranma aguzó el oído y se extrañó de que, aparte de esas voces chismosas, el resto fuera silencio. Presentía la calma que reinaba en la habitación aunque, tal vez, estuviera delirando de nuevo—. ¡Pero no se pueden armar esos alborotos en un lugar como este!

. Apenas dejaban trabajar a los médicos.

—A los de seguridad les ha costado un triunfo echarlas.

¿Se han ido? Su cerebro abotargado por la fiebre le habló, le señaló aquel detalle tan importante. ¿Se han ido de verdad? Ese silencio maravilloso no era un delirio. Ranma arrugó la nariz porque era incapaz de sonreír. ¡Menos mal! ¡Gracias! ¡Gracias!

Por fin…

—Seguro que se entristece cuando despierte y vea que todas se han ido.

¡Y un cuerno!

—Claro —convino otra de las voces—. Su familia se marchó esta mañana, me imagino que la presencia de esas chicas le reconfortaba.

¡No dejéis que vuelvan, por favor!

—Sea como sea, es un chico con suerte.

El resto de las voces le dieron la razón, todas parecían conformes con la conclusión a la que se había llegado y en que no hacía falta añadir más. Los suaves pasos de las enfermeras, calzadas con sus zapatitos de goma que, para cualquier otro, pero no para él, habrían sido inaudibles, se alejaron por el pasillo seguidos por el leve quejido de las bisagras de la puerta al cerrarse.

Esta vez, sí se atrevió a entreabrir sus párpados.

El cuarto estaba casi por completo a oscuras, así que dedujo que debía ser de noche. Tal vez de madrugada; sí, esas enfermeras debían estar realizando la última ronda por las habitaciones por si alguien necesitaba algo. La ventana era un recuadro negro que se había tragado al mundo exterior pero la puerta no se había cerrado del todo, así que el resplandor fluorescente de los alójenos del pasillo se colaba rociándolo todo con cautela. Era luz suficiente para que Ranma atisbara algunas formas, algunos bordes y se hiciera la composición mental de su habitación.

La habitación en la que llevaba dos días, en aquel feo hospital de Tokio.

Sin embargo, aquella era la primera vez que abría los ojos en ese lugar y sentía algo parecido a la alegría. Se mantuvo callado, todavía prudente y volvió a confiar en su oído para que le confirmara si era verdad lo que habían dicho las enfermeras.

¿Estaba solo?

Nada se movía a su alrededor, no había más respiración que la suya.

No puedo creerlo pensó, extasiado. ¡Se han largado de verdad!

Qué sensación tan extraña era esa de estar echado en una cama ajena, casi sin fuerzas suficientes como para mover la cabeza, dolorido, sediento, muerto de frío y con la cabeza amenazando con estallar de un momento a otro y aun así, sentirse tan feliz y aliviado.

¡Era cierto!

Para asegurarse, aguzó el oído y comprobó que ya no captaba el chisporroteo de la plancha para okonomiyaki de Ukyo, y menos mal, a veces la ponía tan cerca del faldón de la cama que había estado a punto de provocar un incendio un par de veces. Olfateó el aire y su nariz no se intoxicó con el apestoso tufo de las rosas negras que Kodachi esparcía sin cesar para adormilar a los doctores, a las enfermeras y a las otras prometidas en su afán desquiciado por secuestrarle. Tampoco había rastro de las manos pequeñas y duras de Shampoo posándose en su frente (y en otras zonas de su cuerpo) cada dos segundos, con la tonta excusa de tomarle la temperatura.

No estaban sus voces, sus gritos, los golpes en las paredes o en los muebles.

¡Nada! ¡Ellas ya no estaban!

Y mi viejo tampoco, notó, entonces. Ni rastro de la rasposa voz de su padre quejándose por lo incómodo del lugar, ni los susurros de los Tendo, apiñados en un rincón de la habitación, soportando las locuras de las tres chicas por cumplir con la confusa obligación de acompañarle a él durante su convalecencia.

Vaya, estaba realmente solo.

Las enfermeras dijeron que todos se habían marchado.

Era lo más lógico, al fin y al cabo, después de haber pasado aquellos días encerrados en ese hospital, teniendo que soportar el alboroto y los problemas que sus prometidas habían causado sin cesar un momento.

Pero él, a pesar de la confusión y la fiebre constante, sabía que habían estado allí, a su lado.

Hasta ahora.

Ranma se concentró en recordar el momento en el que todos desaparecieron. Lo pensó una y otra vez, pero solo consiguió arañar una imagen del rostro flotante de su padre sobre él, con el ceño fruncido en una mueca de disgusto.

¿Pertenecía el recuerdo a ese día?

Era, en verdad, descorazonador sentirse tan desubicado que hasta le costaba recordar algo que había ocurrido tan solo unas horas atrás.

¿Cuándo había sido, pues?

En algún momento de la mañana, recordaba, había empezado a nevar otra vez.

Había comenzado el mismo día en que él enfermó y la nieve había seguido cayendo de manera constante durante esos días de pesadilla, también por la noche. Paraba durante cortos espacios de tiempo pero el cielo, al otro lado del cristal, estaba tan blanco que él sabía que se reanudaría en seguida. El poyete de la ventana se cubría con esa masa blanca y la superficie transparente se helaba; él lo veía, como todo, como si fuera algo más importante de lo que en verdad era. No había demasiado con qué entretenerse en esa habitación, menos que lo distrajera del alboroto que causaban sus insistentes visitas. Pero mirar la nieve cayendo, acumularse en la ventana y descubrir, horas más tarde, que alguien la había retirado sin que él se diera cuenta, al menos, le ofrecía unos instantes de distraimiento.

Ranma nunca pensó que algo tan absurdo, tan insignificante como el ir y venir de la nieve, podría absorber su atención de esa manera. En cualquier otro momento le habría parecido aburrido, una pérdida de tiempo, mirar la nieve sin más. Pero ahora, hasta le resultaba reconfortante poder centrarse en eso para no pensar en otras cosas.

No obstante, eso le colocaba en una situación algo complicada. La nieve le estaba sirviendo como refugio de la realidad que le tenía atrapado en esa cama, y al mismo tiempo, era la causa de que su malestar fuera todavía peor. El chico estaba demasiado agotado, todo el tiempo, como para reflexionar sobre tal contradicción, de modo que dedicaba pequeños momentos a renegar de esa condenada ventisca que había paralizado casi todo el país y, cuando le hacía falta, se entregaba a la calmosa contemplación de los copos cayendo sobre el cristal.

Ahora la oscuridad de la noche no le permitía ver si nevaba o no.

Ranma se dio cuenta de que había perdido el hilo de lo que estaba pensando y trató de recordar.

¡Ah, sí!

Intentaba averiguar cuándo se habían marchado los demás del hospital. Había sido esa mañana, sí, antes de que empezara a nevar. La cara de su padre volvió a su memoria, supo que se disponía a hablar por la mueca de boca.

¿Qué fue lo que le dijo exactamente?

.

2.

—Ranma, nos vamos.

Era la última hora de la mañana y el chico no estaba demasiado lúcido. Aunque se había despertado encontrándose mejor y con algo de energía, había ido sufriendo un empeoramiento continuado según las horas pasaban. Los médicos le decían que era normal; su cuerpo seguía luchando contra la infección. Por eso era tan importante que reposara lo más posible y dejara actuar a los medicamentos.

Por desgracia para él, un rato antes, cuando le llevaron la comida, había tenido que soportar una batalla campal entre sus prometidas para ver quien obtenía el honor de darle de comer. Las tres habían discutido con ferocidad y, después, incluso habían llegado a las manos. Por el techo de la habitación volaron diminutas, aunque afiladas, espátulas de metal y los bombori de Shampoo, Kodachi saltó un par de veces sobre su cama para darse impulso y Ranma casi se atraganta cuando un remolino de pétalos negros cayó sobre su cabeza y uno se le atoró en la garganta.

No recordaba si había comido algo al final o no. La comida debió quedarse fría o terminó tirada por los suelos.

—¿Qué? —Preguntó, desconcertado, emergiendo de aquellos recuerdos de pesadilla—. ¿Quiénes os vais?

—Los Tendo y yo.

—Pero… ¿por qué?

Genma abrió los ojos como si esa pregunta le pareciera muy tonta y estuviera dispuesto a hacérselo saber, pero algo le hizo contenerse. Sus cejas no dejaron de estar fruncidas en un gesto de impaciencia, pero Ranma notó el resoplido aplastado que su padre empujó a través de sus labios entreabiertos y entendió que buscaba serenarse.

—Ya han pasado tres días, hijo —Le explicó, como si él no supiera cuánto tiempo había pasado allí—. Necesitamos ducharnos, descansar un poco… —Su padre meneó la cabeza—. Kasumi quiere ir a comprar, el frigorífico quedó vacío y hay otros asuntos que resolver.

—¿Qué asuntos?

—¡Asuntos de la casa! —Le respondió sin entrar en más detalle. Volvió a resoplar, su voz se templó de nuevo—. Aquí poco más podemos hacer por ti. Mañana estaremos de vuelta.

. Además, los médicos dicen que cada vez estás mejor.

—¿Y por qué no puedo irme con vosotros?

—No hasta que termines con el antibiótico.

—¡Puedo tomarlo en casa!

—¡No seas llorica, Ranma, compórtate! —Le increpó su padre. Perdida la escasa paciencia que le caracterizaba, le lanzó esa mirada desafiante que, en cualquier otra circunstancia habría logrado acallarle apelando a su orgullo de hombre que debe demostrar que lo es en cualquier situación, pero esta vez no. El chico usó las pocas fuerzas que aún poseía para hincarse sobre sus codos y agarrar los bordes del kimono del hombre, que no se esperaba una reacción tan vehemente, y acabó arrastrado a un zarandeo descontrolado—. ¡Maldita sea, Ranma!

—No te atrevas a irte, viejo —Le advirtió, clavando en él sus ojos—. No me dejéis solo con ellas.

—¡Serénate, hijo!

—¡Me matarán!

El arranque de furia que hizo posible tal arrebato pasó muy deprisa y Genma pudo desembarazarse de él con suma facilidad. Estaba tan débil que aquel burdo intento de que su padre se compadeciera de él le dejó al borde de la inconsciencia. Ranma fue empujado de vuelta sobre el colchón y tapado con la sabana, y contra todo pronóstico, creyó advertir un gesto contrariado en las facciones de su padre que casi parecía preocupación.

Después se arregló el kimono y resopló por tercera vez.

—Hablaré con los responsables del hospital para que las echen —Le prometió, pero a él le sonó falso, inútil.

Después de tres penosos días, ¿de verdad podía confiar en que los del hospital harían algo?

Lo único seguro era que su padre estaba deseoso por marcharse y él, Ranma, no podía hacer nada para impedírselo, tampoco le juzgó por ello, pues también él quería irse cuanto antes. Permaneció en esa postura innoble, acurrucado entre las sabanas y sintiendo ya el lacerante roce de la fiebre recorriéndole el cráneo. Pronto le sumiría en otro convulso sueño febril del que despertaría tiritando y empapado en pegajoso sudor, así que se concentró, por lo menos, en hacer la pregunta antes de quedarse solo.

—¿Y… Akane? —Las primeras veces había logrado que su voz sonara tranquila e indiferente, incluso había sido capaz de añadir algún comentario de los suyos: no es que me importe dónde esté esa marimacho, casi mejor que no esté también aquí molestándome… Pero ahora, disimular se había convertido en un lujo que no podía permitirse debido a la debilidad que le dominaba—. ¿Habéis hablado con ella?

—Por supuesto que no —contestó su padre, contundente y poco afectado—. Si así fuera, ya estaría aquí.

—No sé…

—¡Pues claro que sí! —insistió el otro—. ¿Crees que Akane no vendría a estar contigo si lo supiera?

Ranma se aferraba, cada vez con menos fuerza, a esa explicación para no terminar de hundirse en el desánimo. Había estado manteniendo en pie la esperanza de verla aparecer por la puerta desde que se despertó en esa cama, días atrás, pero cada vez era más difícil.

—Ten un poco más de confianza en tu prometida —Le exigió Genma, quien no podía saber que dicha confianza se encontraba en un estado tan mediocre como su cuerpo, por ser constantemente atacada por las despiadadas palabras de sus otras prometidas.

Cuando no discutían por quien de ellas debía atenderle, a Ukyo y a las otras les encantaba charlar sobre lo curioso que era que Akane aún no hubiera aparecido. Las tres opinaban que su familia mentía: era imposible que aún no hubieran contactado con ella.

Lo que pasa ser, que tú a chica violenta, no importar tanto.

A ver, Ranchan, es muy raro que todavía no haya aparecido… Puede que tu salud no le parezca suficiente importante como para acortar sus vacaciones.

Al principio, Ranma las había ignorado porque conocía a Akane. Y con todo lo que era, sabía que no le daría la espalda en un momento así. No obstante, ya habían pasado tres días y seguían sin noticias de ella.

—En cuanto nos pongamos en contacto con ella le diremos lo que te ha pasado —Le repitió su padre, así como las otras veces había hecho—. Y vendrá corriendo a verte, hijo.

—¿Cómo? Si los trenes no funcionan por la nevada.

—Funcionarán para entonces.

Pero, ¿y si no era así?

La nevada que asolaba Japón de una punta a la otra era real, Ranma lo sabía, pero de todos modos estaba empezando a sentir que las dudas se abrían paso en su interior, en su confianza que estaba tan deteriorada después de tantos días sin saber de ella.

¿Y si Shampoo y las otras tenían razón y a Akane no le importaba lo suficiente?

.

3.

Hacía cinco días que Ranma había visto por última vez a Akane.

En la oscuridad de su cuarto, rememoró el momento en que la vio subir al tren cargando con su maleta de ruedas amarilla y su bolso de tela vaquera al hombro. Volvió la cabeza antes de subir al vagón, le sonrió a él y desapareció. Horas después les llamó muy emocionada desde Kioto.

Había sido invitada por una amiga y su familia para ver el Arashiyama Hanatoro, el montaje de luz invernal más bello de todo Japón, que tenía lugar en el barrio de Arashiyama. Durante este evento anual las calles eran iluminadas, tan solo por unas horas, con cientos de bombillas y farolillos siguiendo un recorrido que cruzaba el río y recorría la ladera de una montaña. Cientos de turistas acudían a Kioto para verlo, pues solo estaba disponible unos pocos días a mediados del mes de diciembre. Akane siempre había soñado con asistir y por eso, puso todo su empeño en convencer a su padre para que le diera permiso.

Y no fue nada fácil, a Soun Tendo no le hacía gracia que su hija pequeña viajara sola en tren hasta Kioto y mucho menos, que se perdiera los últimos días de clase antes de las vacaciones de invierno para llegar a tiempo. Con todo, Akane podía ser muy cabezota, y no cejó en su objetivo.

¡Es una oportunidad única!

Ranma recordaba haberla escuchado decir esas palabras, una y otra vez, durante días, y por lo visto, éstas tuvieron el efecto deseado, pues al final, Soun accedió a que viajara.

Akane llegó sin problemas a su destino y como la familia de su amiga la estaba esperando en la estación para llevarla a su casa, la joven no estaría sola en ningún momento hasta que tomara el tren de vuelta a Tokio. Soun y los demás se quedaron muy tranquilos gracias a este arreglo, pero él estuvo molesto el resto del día.

No entendía porque Akane tenía que marcharse sola tan lejos para ver unas luces, el enfado se le olvidó al día siguiente cuando empezó a encontrarse mal. Solo fue un ligero malestar y un poco de dolor en sus brazos y piernas, por lo que, no le dio importancia. Él no era de los que se quejaban por algo así. Nunca en su vida se había puesto enfermo de gravedad, era una posibilidad que no existía para él. Y por eso, cuando el malestar fue en aumento, en lugar de pedir ayuda se obcecó en hacer cómo que éste no existía.

A la mañana siguiente le costó mucho levantarse del futón. La fiebre había hecho acto de presencia y para la hora de la comida, solo Kasumi se extrañó de su falta de apetito. Esa tarde fue la primera vez que intentaron hablar con Akane sin éxito, la sirvienta de la casa de la familia de su amiga les contó que todos se habían ido de excursión a un pueblo cercano y que les daría el recado cuando volvieran. Es posible que su prometida recibiera ese recado y telefoneara aquella noche tras volver de ver las luces, o incluso al día siguiente por la mañana temprano, pero ya no había nadie en el dojo para responderla.

De madrugada, Ranma empeoró tanto y tan deprisa, que su padre y los Tendo le llevaron de urgencia al hospital. Ingresó en la unidad de cuidados intensivos donde le pusieron oxígeno, pues le costaba respirar por sí mismo, y un tratamiento que entraba como fuego en sus venas y le dejaba el brazo dormido. No recordaba mucho de esas primeras horas, su consciencia iba y venía entre sombras y luces atenuadas que se movían a su alrededor. A la mañana siguiente aún se encontraba muy mal, pero por la tarde le retiraron el oxígeno y hablaron de, tal vez, trasladarle a una habitación al día siguiente.

Los médicos, con expresiones de gravedad, le explicaron que lo peor había pasado, pero que todavía estaba enfermo. Al parecer tenía una neumonía algo atípica y bastante grave que había derivado en un shock séptico cuando la infección pasó a su sangre. Estaban intentando controlarla con antibióticos muy fuertes, pero no podría marcharse del hospital hasta que la hubiesen erradicado del todo.

Necesitaba cuidados, reposo, medicinas.

Necesitaba permanecer en el hospital.

Fue trasladado a planta, tal y como los médicos le dijeron, pero pronto comprobó que tampoco había tanta diferencia de estar en un sitio u otro, puesto que no podía ponerse en pie. La infección o quizás el efecto de los potentes antibióticos lo mantenían en un estado adormilado en el que sentía demasiado debilidad como para ponerse en pie.

Su padre y los Tendo le esperaban en la habitación y, aunque todos se mostraban optimistas y le hablaban como si nada hubiera ocurrido, él podía ver la preocupación en sus rostros. En la cara de su padre que no solía permitir que ninguna emoción vergonzosa se manifestara en ella. Ese fue el momento en el que Ranma se hizo consciente de lo grave que era lo que le había pasado.

Nunca supo cómo se enteraron de lo ocurrido Ukyo y las demás (¿Nabiki?), pero solo llevaba un par de horas en el nuevo cuarto cuando las tres se plantaron allí, sin intención de marcharse hasta que él no fuera dado de alta. Ranma intentó mostrarse agradecido por su preocupación pero no tardó en notar que esa no era la razón principal por la que habían ido. Sus prometidas convirtieron su horrible estancia en el hospital en una competición más entre ellas, y en lugar de ayudarle o hacerle sentir mejor, le habían estado perjudicando con sus peleas y sus gritos a pleno pulmón.

Y con sus venenosas palabras sobre Akane.

Los Tendo siguieron llamando a Kioto, pero nunca conseguían hablar con la joven. Siempre estaba fuera de compras, visitando algún templo, comiendo con su amiga y los padres de ésta en algún restaurante. Akane no sabía nada de lo que le había pasado y por eso, le repetía su familia, no había vuelto todavía. A eso se sumó la terrible nevada, las noticias que le llegaban a través de las conversaciones que oía entre las enfermeras sobre que el país entero estaba paralizado. Muchas líneas de trenes habían sufrido daños, las comunicaciones fallaban. Su familia trataba de quitarle importancia a todo eso y le aseguraban que Akane pronto estaría allí.

Ya no sé qué pensar se dijo, cansado y rendido. Solo por echar la cabeza un poco hacia atrás tuvo la sensación de marearse y su cuerpo fue sacudido por un aguijonazo de dolor.

¿De verdad estaba mejorando como decían los médicos?

Porque yo me siento peor.

Cada vez se encontraba más decaído, o de peor humor. Nunca habría pensado que estar un par de días en un hospital tendría ese efecto tan lamentable en su estado de ánimo. Tal vez se debía a que, aunque Ranma no había tenido muchas cosas en su vida, sí había tenido salud. No podía confiar en los golpes de suerte o en la pericia de su padre para sobrevivir, pero sí confiaba en sí mismo y en la fortaleza de su cuerpo de artista marcial. Eso era lo que le sacaba de los problemas, lo que le ayudaba a seguir adelante y por eso, era tan desalentador para él estar atado a una cama por medio de ese tubo por el que le inyectaban las medicinas.

Atrapado y vulnerable por primera vez.

Lo odiaba y en lugar de estar acostumbrándose a la situación, era incapaz de soportarlo por más tiempo. Lo único que quería era arrancarse la vía y saltar por la ventana para escapar, pero sabía que lo más probable era que cayera al suelo como un peso muerto y se rompiera un par de huesos.

¡Se sentía un desperdicio, un fraude!

Ya no era él mismo.

Y en ese estado, claro que entendía que su familia se hubiera ido, incluso que Akane no quisiera regresar antes. Lo peor de todo era que, aunque solo fuera una idea en su mente que aún no podía decir en voz alta, él sí quería ver a su prometida. Es más, lo necesitaba con desesperación. Quería que ella estuviera allí, a su lado, incluso si ella no podía ayudarle a recuperarse antes o a estar más cómodo.

Le daba igual.

Solo quería que ella apareciera por la puerta, verla, oír su voz…

Soy patético pensó, cerrando los ojos. El dolor de cabeza por la fiebre empezaba a ser insoportable, así como los tiritones que hacían castañear sus dientes. Un poco de fiebre y mira en lo que me he convertido.

Tiró de la sabana como pudo y volvió el rostro hacia la oscuridad. Quería dormir, pero la imagen de Akane subiendo al tren aparecía ante sus ojos una y otra vez. El movimiento de sus cortos cabellos cuando volvió la cabeza hacia él, su escueta sonrisa.

Es una oportunidad única.

Una oportunidad única… ¿cómo iba a renunciar a algo que deseaba tanto solo por él?

No quería estar allí, en esa cama, no quería saber que no podía escapar.

Así que hizo lo único que podía: dejarse ir en el sueño cuando este acudió a buscarle, tratando de no pensar en nada más.

.

4.

El tiempo que se pasa ingresado en un hospital es como un tiempo fuera de la vida. El enfermo está detenido mientras todo sigue ocurriendo fuera de esos muros, los demás siguen con sus rutinas, con sus planes, con sus vidas... Es desgarrador y también muy confuso. De no ser por la presencia y ausencia de la luz al otro lado de la ventana, o las visitas de las enfermeras con bandejas de comida, Ranma no tendría nada que mantuviera el orden en esas interminables horas de reposo. El entumecimiento de sus neuronas le había arrebatado hasta el sentido del tiempo.

Pero cuando despertó aquella noche, aún de madrugada, nada había cambiado en la oscuridad, el chico no halló ninguna señal o referencia que le permitiera saber cuánto tiempo había pasado o cuánto faltaba para el amanecer.

La frialdad de la brisa colaba diminutos copos de nieve en la habitación, al abrir los ojos distinguió el movimiento ondulante de la cortina gracias a los rayos de luz plateados de la luna que se reflejaban en la tela.

¿Quién ha abierto la ventana?

Le dolía la cabeza y tenía la garganta tan reseca por la sed que al intentar hablar lo único que le salió fue un tosco gruñido. Tragar fue también un suplicio, en su interior todo parecía haberse ajado por la enfermedad y se le ocurrió, quién sabe por qué, que su organismo se había transformado en una raspa que se quebraría ante el más leve movimiento.

Jamás saldré de esta cama pensó con terror.

Sabía que era un pensamiento irracional producto de la fiebre y la frustración, pero ese hospital estaba afectando de tal modo su pensamiento que le pareció la idea más verdadera que jamás hubiese tenido.

Entonces, se encendió una luz al lado de su cabeza, tan intensa y brillante que se vio obligado a cerrar los ojos.

—¿Ranma? —Una voz le habló, trémula—. ¿Estás despierto? —La luz le quemaba incluso los párpados. Intentó hablar y esta vez el gruñido sonó más como un balbuceo huraño—. ¿Qué necesitas? ¿Agua? —Él asintió, a pesar del dolor que estalló en sus sienes y reptó a lo largo y ancho de cabeza.

Escuchó unos pasos que sí hicieron ruido, rodeando la cama, y al otro lado de su cabeza el sonido del agua siendo volcada en un recipiente. A tientas, giró el rostro hacia el sonido y levantó la barbilla.

—Espera —Le indició la voz y al instante, se oyó un zumbido robótico, sintió que se incorporaba muy despacio. La cama se alzó hasta que él quedó un poco levantado. Una mano fresca se posó en su mejilla húmeda por el sudor y en sus labios notó el borde, también fresco, de un vaso. Igual que un bebe recién nacido, su cuerpo se movió sin que su cerebro le indicara qué hacer. Intentó inclinarse sobre el vaso pero la mano le indicó que se echara hacia atrás y entonces, por fin, el agua le rozó los labios. Se dispuso a beber con ganas—. ¡Despacio o te atragantarás!

Fue en ese instante, y no antes, que captó algo familiar en esa voz. Ni siquiera se había parado a pensar en quién era (¿Una enfermera?), pero ese repentino aumento del volumen le aceleró el corazón. Aflojó la fruición con que bebía para disfrutar de la calma que dejaba el líquido en su garganta irritada y concentró sus fuerzas en abrir los ojos.

La luz volvió a cegarle, incluso se le escapó una lágrima por el dolor que ese brillo le provocó, pero lo soportó frunciendo el ceño. Trató de ver, a través de las brumas del sueño todavía pegadas en sus ojos, quién estaba por encima del borde del vaso.

Primero vio la forma de la cabeza, la piel blanca se emborronaba como la niebla en una noche oscura pero cuanto más parpadeaba, más detalles se definían: los ojos castaños, grandes y asustados, la nariz respingona, la forma dulce en que el cabello corto le caía sobre el rostro…

El agua del vaso se acabó, así que la chica lo retiró.

—¿Quieres más?

Él negó, perplejo, la frescura del agua se quedó en la piel por encima de sus labios.

—¿Akane? —murmuró, recuperando al fin su voz. Era ella—. ¿Estás…aquí?

La chica le miró, extrañada.

—¿Qué clase de pregunta es esa? ¿A caso no me ves?

Sí, la veía, por supuesto. Pero durante esos días había visto muchas cosas en su mente a causa de las pesadillas, imágenes que parecían tan reales… La fiebre tenía ese efecto, no le dejaba distinguir entre realidad y sueños.

—¿Cómo te encuentras? —Le preguntó ella. Su voz sonaba más suave que nunca y eso le inquietó un poco, aún no estaba seguro de que no fuera un delirio de la enfermedad.

Quizás por eso no creyó necesario hacerse el fuerte, como habría hecho si estuviera seguro de que esa Akane era la verdadera, y fue sincero.

—Me duele muchísimo la cabeza —respondió llevándose la mano a la frente con una mueca agónica—. Es como si me dieran martillazos para romperla.

La chica puso, también, su mano en el mismo lugar y Ranma pudo sentirla, tan suave y tibia, de modo que apartó la suya y dejó que la mano de esa chica imaginaria acunara su rostro unos segundos. Las cejas de ella se arquearon, alarmada.

—La enfermera ha entrado hace un ratito y te ha puesto algo —Le explicó, señalándole con la cabeza la vía que iba de su brazo a una bolsa transparente que colgaba de ese palo metálico del que no había podido despegarse desde que llegó—. Dijo que te estaba subiendo la fiebre y eso te aliviaría.

. Puede que tarde un poco en hacer efecto, pero te sentirás mejor.

Ranma, angustiado, meneó la cabeza.

Si esa Akane no era real, la historia de la enfermera tampoco lo sería… ¿Cómo iba a sentirse mejor?

Ese dolor era insoportable incluso para él.

¡¿Dónde estaban las enfermeras de verdad para ayudarle?!

—No puedo aguantarlo más —Se quejó, desesperado. ¿Por qué nadie le ayudaba? Le atrapó un absurdo miedo, parecido al que sentía en presencia de los malditos gatos, que hizo que su respiración se disparara. Quería marcharse de allí, salir de ese cuarto oscuro e ir en busca de la auténtica Akane en lugar de sufrir con esa copia de su imaginación—. ¡Me duele mucho!

. ¡Me duele!

Y entonces, algo le golpeó en mitad de la frente y el dolor se incrementó haciéndole dar un bote sobre el colchón. Se le escapó un quejido que fue, curiosamente, más de enfado que de otra cosa. Aquel dolor logró despejarle lo suficiente como para que su respiración se apaciguara.

Miró a la chica que tenía delante y sufrió una pequeña conmoción. Aún tenía la mano extendida frente su cara y le miraba como si fuera a regañarle.

¡Ella le había golpeado!

—¡Pero, ¿qué haces, bruta?!

—¡Tenía que calmarte!

—¡¿Golpeándome?! —Se frotó la zona afectada y reconoció que solo había sido un golpecito, apenas nada comparado con lo que podría haber sido si…

¿Es la Akane real? Pensó, con sorpresa. La expresión de fastidio que le mostraba ahora sí que parecía la de siempre.

¿Podía ser verdad?

¿Por fin Akane había vuelto de Kioto para verle?

Por supuesto se alegró al creer que era realmente ella y no una fantasía de su mente febril, aunque, después de frotarse el lugar del golpe, se cuestionó por qué había deseado tanto verla.

¿Para eso?

¿A qué universo extraño le había conducido la fiebre para creer que la presencia de esa marimacho sin delicadeza le haría sentir mejor?

Se sintió estafado y también como un idiota, de modo que se cruzó de brazos por encima de la sabana y apretó los labios.

—¿Ni siquiera en un momento cómo este vas a comportarte? —Le soltó de mal humor—. Apareces aquí, en mitad de la noche, dándome golpes como siempre —Le recriminó y solo se dignó a mirarla de reojo—. Ya veo lo que te importa lo que me ha pasado.

Quizás Ukyo y las otras hubiesen tenido razón todo ese tiempo… Esa idea le hizo sentir horrible pero no estaba dispuesto a admitirlo.

Akane se sumió en un silencio inquietante.

Qué extraño.

Ella no solía callarse en situaciones así, cuando él se ponía a criticarla de mala manera. Lo normal, de hecho, habría sido que le estampara cualquier objeto que tuviera a mano para silenciarle y después, empezaría ella misma a insultarle o a explicarse, si es que tenía algo que explicar. Si aquella era la Akane de verdad, eso era lo que pasaría y por tal motivo, Ranma no dejó de mirarla, creyéndola muy capaz de reaccionar de ese modo incluso en la habitación de un hospital.

Sin embargo, Akane se mantuvo serena. Tampoco apartó sus ojos de él, ni siquiera cuando sus hombros descendieron con pesar.

—Tienes razón —reconoció, aunque en seguida añadió—. Por una vez.

—¿Ah… sí?

—Pues sí —Volvió a rodear la cama y Ranma, asustado, pensó que se disponía a marcharse. Consternado por su propia debilidad descubrió que, a pesar de todo, no quería que se fuera tan pronto. Pero Akane se colocó al otro lado y, con cuidado, se sentó también sobre el colchón. Al amparo del resplandor de la lámpara, notó los rastros de la gran preocupación que la joven había experimentado en las últimas horas: sus ojos parecían cansados y asustados, la piel de sus mejillas estaba algo deslucida y la parte delantera del jersey que llevaba se veía muy arrugado, como si hubiera estado retorciéndolo y estirándolo durante horas—. No me he comportado bien contigo después de lo que te ha pasado.

Acercó sus pequeñas manos a él, temblaron antes de agarrar una de las suyas. La estrechó con cuidado, mirándola y sus labios se curvaron en una mueca de desazón.

Ranma quiso, como siempre, quitarle importancia al asunto para no preocuparla más, pero quedó hechizado ante esa mirada tan sincera que hablaba de miedo y preocupación por él. Se merecía sentir que su destino le importaba a alguien más, ¿no es así?

No podía hacerse el fuerte todo el tiempo, y mucho menos ante esa chica que era la persona que mejor lo conocía.

Así que no dijo nada. Esperó en silencio a que Akane se recompusiera sola con la caricia de sus dedos pero parecía, más bien, que la congoja aumentaba en sus pupilas. Entonces le miró a la cara, creyó que los labios temblaban antes de decir algo, pero de pronto, Ranma notó la caricia de estos sobre su boca. El beso, fresco y tierno, le cogió desprevenido, lo justo para cerrar los ojos y disfrutar de la sensación liberadora que se extendió por su cuerpo, que incluso hizo retroceder a la fiebre.

Se le escapó un vergonzoso suspiro pero Akane volvió a mirar su mano como si fuera lo más importante.

—Con la cantidad de tipos enormes, monstruos y bestias a los que te has enfrentado sin que te pasara nada —comentó como si algo le apretara la garganta—; cuesta creer que haya sido una bacteria minúscula la que te ha traído hasta aquí.

El chico asintió, porque en sus momentos de lucidez también había reflexionado sobre lo curioso, casi ridículo, que era esa idea. Nunca sintió miedo ante sus enemigos porque confiaba demasiado en sí mismo, en su poder, su talento, su fuerza… ¿Cómo era posible que esa bacteria le hubiera vencido de un modo tan sencillo, sin que él la percibiera hasta que fue tarde?

Se dio cuenta de que los ojos de Akane brillaban intentando retener el llanto, pensó que sería peor mencionarlo, así que fingió no verlo.

—Los médicos dicen que estoy cada vez mejor —Le explicó, llevándose su mano hasta su pecho para apretarla—. Me iré a casa en cuanto terminen de darme el antibiótico.

—¿De verdad?

—Sí —Ranma intentó sonreír para ella, no había vuelto a hacerlo desde que le ingresaron—. Estaré como nuevo en seguida.

Quiso preguntarle acerca de Kioto, sobre qué había hecho por allí y si se había divertido, para alejar la conversación de su estado y que los dos pudieran calmarse, pero Akane seguía demasiado abrumada por verle así, después de haber estado alejados el uno del otro, como para hablar de nada más.

—Quiero que vuelvas a casa —Le dijo, frotándose un ojo.

—Lo sé.

El malestar había remitido un poco en los últimos minutos, pero Ranma notaba su cabeza ligera otra vez, el efecto de la medicina que se llevaba la fiebre pero también le arrebataba la consciencia. Temía quedarse dormido, aun no quería separarse de la chica, pero la pesadez ya se estaba extendiendo por su cuerpo.

Akane debió darse cuenta pues maniobró para que la cama volviese a su posición original y la somnolencia le atacó con mayor fuerza.

Ranma intentó resistirse pero de pronto se sentía tan cansado, tan deseoso por echarse a dormir. Aun así retuvo la mano de la chica entre las suyas, pegada a su pecho y la miró sin alzar la cabeza de la almohada.

—No me gusta estar aquí, Akane —Le confesó, ya sin importarle demasiado el aspecto que tendría, su orgullo o lo que ella pudiera pensar sobre su cobardía—. Estoy atrapado.

—No, no lo estás —susurró ella. Se echó a su lado, con cuidado, y sin dejar de mirarle—. Necesitas estar aquí para curarte del todo.

—¿Te vas a quedar?

Le mostró una sonrisa dulce, tierna, que le recorrió como una brisa curativa que terminó de adormecerle. Le llamaba desde algún lugar tranquilo donde descansar y Ranma quería ir allí, pero no quería dejarla a ella.

—Claro que me quedaré —Le prometió. Y la creyó—. Duérmete, Ranma.

. Te sentirás mejor si duermes un poco.

Y sus fuerzas se rindieron al sueño. Los ojos se le cerraron así que ya no podía verla, pero su presencia aún estaba ahí. Y cuando la luz de la lámpara que aún brillaba sobre sus párpados cerrados también se apagó, Ranma usó los últimos resquicios de su consciencia para apretar los dedos de Akane entre los suyos, para sentir que seguía a su lado, sobre el mismo colchón que él.

.

5.

Volvió en sí con las primeras luces de un sol invernal y apagado que se colaron por la ventana que volvía a estar cerrada. Ya no había ninguna brisa dándole en la cara.

Ranma movió sus dedos, antes que cualquier otra cosa, tanteó su pecho y no halló nada. No percibió el calor de otro cuerpo junto al suyo y eso le hizo abrir los ojos.

—¿Akane? —murmuró. Se removió sobre el colchón y se sintió, de pronto, mucho más ágil. Probó a incorporarse un poco y no percibió dolor alguno, salvo por el tirón de la vía en su brazo. Miró a su alrededor, el cuarto estaba vacío—. ¡Akane!

Nadie respondió.

De nuevo, miró la ventana cerrada, el poyete volvía a estar cubierto de una capa espesa de nieve. En la mesita que tenía a su derecha, la jarra con el agua y el vaso estaban intactos.

¿Akane ha estado aquí? Se preguntó, entonces.

No parecía haber ni rastro de ella, nada que indicara que la joven había regresado de verdad.

Entonces, ¿se lo había imaginado?

Quizás la fiebre, junto con ese vergonzoso deseo que tenía por verla, le había hecho delirar. Y, la verdad, si se detenía un momento a recordar todo lo que había pasado la noche anterior, aparte de encenderle el rostro, no le parecía tan descabellado que hubiese sido una ilusión.

¿No había estado Akane más amable, encantadora y cariñosa que nunca?

¡Eso era impropio de ella!

Ranma se recostó sobre la almohada y meditó acerca del beso que ella le había dado, la verdad es que lo recordaba con tal lujo de detalles que su cuerpo se estremeció de emoción, pero Akane nunca había hecho algo parecido antes. Ese momento, juntos, a la luz de la lámpara, lo que habían compartido el uno con el otro parecía algo demasiado mágico como para ser real. Él mismo se sorprendió por usar un término tan cursi pero así lo había sentido.

Ha tenido que ser cosa de mi imaginación.

Suspiró, un poco decepcionado, aunque se sentía bastante mejor y eso le animó.

Por desgracia aún seguía allí, lo que significaba que le tocaba esperar a que las enfermeras aparecieran para darle el desayuno. Y de hecho, no tardó mucho en reconocer el ruido de las ruedas del carrito donde traían las bandejas con la comida, su estómago gruñó con gusto y el chico se alegró al descubrir que también había recuperado su apetito.

El carrito se detuvo ante su puerta y las enfermeras también. Una de ellas la empujó con la cadera pero no llegó a abrirla del todo porque una compañera le preguntó desde el otro lado.

—¿Qué dices? ¿Otra más?

Ranma no podía verlas, pero oía sus susurros acelerados a través de la rendija. Ellas debían pensar que seguía dormido porque, como siempre, no tuvieron cuidado alguno con lo que decían.

—Yo misma la vi porque anoche doblé turno.

—¡Vaya sin vergüenza!

—La verdad es que la cosa empieza a ser de risa…

—¿Y qué pasó con ella?

Las rueditas del carrito rechinaron a disgusto.

—Llegó anoche, no sé ni qué hora era —Le respondió la otra—. Pobrecita, está sí que traía cara de susto.

. No tuve valor para echarla.

—A mí me sigue pareciendo increíble que tenga a tantas detrás de él —comentó—. El chico es guapo, pero no es para tanto.

—Es un tema peliagudo en el que es mejor no meterse —apuntó la otra, a pesar de que hacía días que no hablaban de otra cosa—. Debe haber pasado la noche con él, porque yo no la he visto irse.

Ranma sabía que hablaban de él porque llevaba días escuchando conversaciones similares, pero le costaba comprender de quién más hablaban. ¿Alguien había llegado al hospital la noche anterior?

Acaso… ¿no había sido un sueño, una ilusión?

Akane sí estuvo aquí.

Entonces, reparó en algo que no había visto hasta ese momento, porque estaba medio escondido tras el butacón que usaban las visitas para acompañar al enfermo.

Una maleta de ruedas amarilla y un bolso de tela vaquera.

—Lo que yo te decía —concluyó una de las enfermeras—. Es un chico afortunado.

Ranma sonrió.

Por esa vez, les daría la razón.

.

Fin

.

.

.

Hola Ranmaniaticos

Aquí os traigo la primera de una serie de historias que planeo compartir con vosotros durante estos meses de la época invernal. Algunas serán más cortas, otras más largas y salvo una (ya indicaré cuál es) son historias que se pueden leer de manera independiente unas de otras y que no pertenecen al mismo universo. Lo único que tienen en común es que todas hacen referencia al invierno o la navidad, así como indicaba la dinámica, y el final feliz, claro ^^

Me hace mucha ilusión volver a participar en una de las dinámicas de "Mundo Fanfics Inuyasha y Ranma" y fomentar un poco de alegría en estas fechas tan especiales.

Gracias por invitarme ;-)

Esta primera historia se la dedico a todas aquellas personas que, como yo, alguna vez han estado fuera del tiempo y saben que, cuando te encuentras en esa situación, el simple hecho de contemplar la nieve caer o el viento agitando las ramas de un árbol a través de una ventana puede aliviar el alma y resultar reconfortante.

Espero que os haya gustado ^^

Gracias por todo el apoyo que siempre me brindáis y nos veremos muy pronto.

¡Besotes para todas y todos!

EroLady.