«Aquí, como ves, hace falta correr todo cuanto una pueda para permanecer en el mismo sitio. Si se quiere llegar a otra parte hay que correr por lo menos dos veces más rápido.»
Memorias de Inko.
Inko debería estar pagando las facturas.
Debería darse prisa, volver a casa y preparar la cena antes de que llegara Kotarō. Sin embargo, estaba en la sala de espera de una oficina, aguardando por la secretaria que le daría las indicaciones a seguir tras haber realizado la entrevista de trabajo.
Inko movía una de sus piernas ansiosamente mientras se mordía las uñas. Ojalá que no demoraran en darle una respuesta, incluso si fuera negativa; ella ya había perdido mucho tiempo, no podía darse el lujo de descuidar los pendientes de la casa.
En ese momento, apareció el hombre que la había entrevistado en vez de la secretaria.
—¿Inko Midoriya?
Ella se puso de pie de inmediato, como impulsada por un resorte.
—¿Sí?
—Por el momento sólo necesitamos personal masculino, dado que es un trabajo de tiempo completo y de carga pesada. Sin embargo, agradecemos la disposición que tuvo para la entrevista. La llamaremos si se desocupa una vacante que se ajuste a su perfil.
—Pero…
—Que tenga una excelente tarde.
Sin permitir que Inko dijera más nada, el hombre dio media vuelta y se fue por donde había llegado. Inko se quedó sentada en la sala de espera unos minutos más. Sabía que el rechazo era una opción más que posible, no esperaba grandes cosas por esa misma razón, y sin embargo… sin embargo… Dolía.
El rechazo no dejaba de doler por frecuente y anticipado que fuera. Le costó tanto reunir el valor para conseguir la hoja de solicitud, rellenar los datos en sus pocos momentos «libres», guardar el papel en donde Kotarō no lo encontrara, fingir normalidad, controlar sus nervios, calcular el momento adecuado para salir de casa, buscar y encontrar un trabajo más o menos decente para alguien tan frágil como ella, no trabarse con su propio discurso, concentrarse en la entrevista, esperar tanto tiempo para tener los resultados, aguantar la incertidumbre y el miedo de que su hermano regresará a su casa antes que ella…
Y ni siquiera obtuvo un «sí» o «no». Sólo un «la llamaremos» . Ella era una llorona lo sabía. Incluso si no había lágrimas palpables en la orilla de sus párpados, ya podía sentir la pena llenando su corazón.
Todo esto porque pensó que sería buena idea desobedecer a Kotarō, llevarle la contra y salir de la casa a buscar trabajo; por ser optimista y esperar algo a cambio. Debió prever una respuesta así. «La llamaremos» es algo muy común, ¿no es cierto? No tenía por qué sentirse tan mal. Sin embargo, sin embargo…
Por algún estúpido motivo creyó que la vida le sonreiría una vez, como decía su madre, por ser buena persona. Creyó que quizá se merecía algo mejor que estar todo el día en casa esperando a Kotarō, al mismo tiempo en que deseaba nunca verlo otra vez.
Los minutos pasaron y el reloj interno de Inko corrió de nuevo. Se levantó del asiento, salió del lugar y volvió a su casa a hacer las labores del día a día. Afortunadamente, Inko solía pensar demasiado las cosas antes de hacerlas, de modo que tenía calculado el tiempo de viaje de ida y vuelta, un estimado de cuánto la entretendría la entrevista y cuánto le quedaría para terminar sus actividades.
Ciertamente, ni siquiera tendría que haber estado tan nerviosa: se suponía que el día anterior dejó la casa limpia por adelantado, y la mañana de hoy se levantó antes –sin hacer ruido para no despertar a Kotarō antes de que él se fuera a trabajar, por supuesto– para precocinar los ingredientes necesarios para la cena. Se suponía que Inko no debería estar corriendo para volver a la cocina, pero lo hizo y no sabía el porqué. No lo sabía, no lo sabía…
Se supone que debería saberlo, ¿verdad? Kotarō, Kotarō… siempre Kotarō.
Excepto que un día de verdad la llamaron. No recordaba hacía cuánto le hicieron aquella lejana y única entrevista, pero el hecho era que le ofrecieron un puesto como secretaria de medio tiempo. Tenía un salario mínimo, por supuesto, pero estaba tan conmocionada que aceptó sin pensarlo realmente bien.
¿Qué importaba si, en consecuencia, le aparecían una o dos cicatrices más en el cuerpo? Desde hacía mucho que Inko renunció a la belleza. Se estaba haciendo resistente –o insensible– al dolor y de todas formas hacía todo mal; esas mismas cicatrices serían hechas de una u otra forma por cualquier motivo. Probablemente tomó una decisión equivocada, como de costumbre, pero era suya y de nadie más.
Ya tenía un trabajo, ahora quedaba mantenerlo. Tuvo que buscar el modo de que Kotarō no la descubriera, para que, más allá de castigarla, no le impidiera seguir trabajando. Inko necesitaba el dinero para viajar con Toshinori. Kotarō no le daría ni un yen; él le decía que no la tenía encerrada, que era libre de hacer lo que quisiera, pero cualquier dinero que Inko recibiera de su parte alcanzaba sólo para la comida mínima del día a día, las facturas de cada mes y algo de ropa.
Tampoco le prohibió trabajar, pero ella no se atrevió a llevarle la contra cada vez que Kotarō le exigió tener la casa limpia, la comida hecha y todo lo relacionado en perfecto orden, sin darle un momento para respirar. Incluso cuando él dejó de repetirlo, Inko ya sabía cómo marcharían las cosas. Ni siquiera lo intentó, excepto esa vez. Pidió trabajo una sola vez, y la llamaron.
Por suerte, Kotarō nunca habló del tema. Inko no sabía si los vecinos le dijeron que la casa se quedaba sola, pero lo dudaba. Kotarō ya habría actuado en consecuencia. Además, los vecinos aparentemente nunca se enteraban de nada. No había marcas, ni dolor, ni desvelos en la cara de Inko, ni escuchaban ningún golpe, llanto o lamento proveniente de la casa de al lado, enfrente o detrás de ellos. No escuchaba ni un grito: todo era silencio, y en silencio se iba a quedar.
Inko se aseguró de ser toda sonrisas para los otros. Nadie diría rumores malos sobre la amable vecina que siempre les hacía favores, ¿cierto? No podían acusarla de ser infiel si ni siquiera tenía un marido. Kotarō quería una ama de casa, no una esposa. Él decía que a su futura esposa la trataría como a una reina apenas que se casara, en cambio, Inko era sólo su tonta medio hermana menor.
Por supuesto que no hablaría de ella como si presumiera a una esposa. Por otro lado, un esposo tenía el total control sobre una esposa, así que sería raro si de repente Kotarō empezara a tocar la puerta de los vecinos para preguntar por Inko cada día. No eran esposos, no lo eran…
Inko conoció a su pareja en el trabajo. Él tenía un puesto notoriamente superior al suyo, pero nunca se lo echó en cara, al contrario: siempre le habló como si quisiera compartir sus pasiones con ella. Como si le prometiera una vida mejor si se quedaba junto a él. El trabajo hacía que Hisashi viajara constantemente, cosa que Inko veía como un objetivo imposible para ella con el estilo de vida que llevaba. Hasta que Hisashi le propuso acompañarlo a América al mismo lugar en donde estaba Toshinori.
Y hablando de él, Toshinori no era mal hermano, siempre veló por ella. La llamaba de vez en cuando para asegurarse de que estaba bien y en un par de ocasiones le ofreció –o le prometió, más bien– ir a verla, pero ella prefirió no tener a sus medio hermanos en la misma casa a menos de que existiera una garantía de que Toshinori se iba a quedar o de que la iba a sacar de ahí. De lo contrario, Kotarō lo resentiría y se desahogaría con Inko cuando Toshinori se fuera.
Al parecer sería la misma Inko quien debiera hacer algo al respecto, por eso buscó un trabajo. No estaba dispuesta a esperar a que Toshinori también muriera –igual que su padre– para actuar, sin embargo, no podía ignorar el hecho de que tardaría demasiado en reunir lo suficiente para viajar y que el proceso sería agotador. No podía involucrar a ninguno de sus medio hermanos en sus planes, así que quizás no sería incorrecto dejar que Hisashi le diera una mano si él estaba dispuesto a hacerlo sin armar un escándalo. Por supuesto, si ella se iba de la casa en secreto, no podría volver: Kotarō sería capaz de matarla por el enojo.
Inko era consciente del riesgo, por lo que el dinero ahorrado lo repartiría entre agradecer a Hisashi y guardar lo requerido para quedarse unos meses en América y contactar a Toshinori por su cuenta. Inko aceptó la propuesta de Hisashi porque no volvería a tener una oportunidad así. El viaje estaba programado para dentro de un año, año en el que Inko tuvo que lidiar con el papeleo para viajar fuera del país, con el trabajo de secretaría de medio tiempo y el bajo sueldo, con las labores domésticas y con su medio hermano. Y tal vez con algo más.
Algo empezó a surgir entre Hisashi y ella previo al viaje. Afortunadamente, Kotarō dejó de enfocar toda su atención en Inko, puesto que empezó a salir más. Ella supuso que se debía algún interés romántico, ya que incluso cuando Kotarō estaba en la casa, no le prestaba demasiada atención.
Se sentiría mal por la posible pareja de su medio hermano –aún sin conocerla– si tan sólo la situación no fuera demasiado oportuna. Lo moralmente correcto era buscar a esa persona y advertirle del tipo de pareja, amante o posible esposo que tendría, pero no lo hizo. Inko dejó a esa persona a su suerte. Si eso significaba quitarse una carga de encima y dejársela a alguien más…
Mucho después se enteraría de que, en efecto, Kotarō se casó y tuvo un hijo.
Antes de eso, sólo una vez habló con Toshinori del viaje y, por supuesto, él se emocionó. Se ofreció a pagar una parte del vuelo, a recogerla en el aeropuerto y hospedarla con él. Por supuesto que Inko no aceptó, pues sería una grosería para Hisashi. Esencialmente, ella viajaba con él para acompañarlo en sus negocios, no podía simplemente alejarse cuando llegaran a América. Además, involucrar a Toshinori iría en contra de sus propios deseos de no incluir a sus medio hermanos en sus planes. Ella tenía que hacer todo sola.
Bajo una visión muy retorcida de cómo se dieron las cosas, Kotarō podría decir que Inko lo abandonó. Aún así, una vez hecho el viaje, las cosas marcharon bien, por lo que Inko no se arrepintió. Ella pudo encontrarse con Toshinori y le presentó a Hisashi. Toshinori se dio cuenta de inmediato de que había algo entre ellos y dijo que se alegraba por Inko. Parecía que no volvería a tener problemas.
Más tarde, ella puso al día a Toshinori sobre los detalles del viaje y también le contó algunas experiencias en el trabajo, pero él se dio cuenta de que Inko evitó hablar de la rutina que llevaba con Kotarō en la vieja casa de su madre. De hecho, se sorprendió al darse cuenta de que Inko no tenía ninguna intención de volver allí, dado que, cuando Toshinori y su padre viajaron al extranjero, se suponía que Inko decidió no acompañarlos por su apego a esa casa.
A partir de entonces, tuvo algunas sospechas de lo que había pasado con su media hermana, a juzgar por el hecho de que ella fue dejando de llamarlo durante los cuatro años que vivió con Kotarō. Sin embargo, nunca insistió, pues respetaba el deseo de su hermana de no mencionar el tema mientras estuviera en América.
Cuando volvieron a Japón, Inko alquiló un apartamento en Musutafu y se reintegró en una nueva sede de la empresa donde trabajaba. Allí la ascendieron a un puesto de tiempo completo y de sueldo mayor. Toshinori confió en la relación que ella tenía con Hisashi al verla tan tranquila, e incluso pensó que se casarían tarde o temprano. Lo que no sabía era que ese «tarde» en realidad sería un «nunca».
Desde que regresaron, Hisashi la invitaba a salir y pasarla bien, por lo que ella pensó que de ahí en adelante todo iría viento en popa. Él se mudó a Musutafu e Inko realmente fue feliz cuando supo que estaba embarazada. También se asustó, por supuesto, pero no dudó demasiado antes de dar el «sí» a Hisashi. No era un «sí» convencional: él no le propuso casarse, sino vivir juntos.
Al principio parecía que Hisashi también estaba feliz con la noticia de que sería padre, no obstante, Inko fue dándose cuenta –incrédula y reacia a aceptarlo– de que él no sólo comenzó a viajar con más frecuencia, sino que demoraba más en volver. Era verdad que el dinero para los gastos de la casa no faltó, pues Hisashi se hacía cargo; lo que faltaba era él. Inko pasó la mayor parte de su embarazo sola.
Por fortuna, Toshinori había aprendido de su error y no sólo hizo promesas, sino que de verdad empezó a visitarla y cuidar de ella en cuanto podía ir a Japón. Era irónico, pero él parecía incluso más alegre y realizado con la llegada del bebé –a quien recibiría como si fuera su propio hijo– que el propio padre biológico de Izuku.
Izuku, así lo llamaría Inko.
Cuando Izuku nació, Hisashi estuvo presente e Inko se ilusionó. Pensó que él cambiaría de ahí en adelante; pensó que quizás había necesitado alejarse unos días y reflexionar sobre una decisión importante para todos. Quizás… Quizás le propondría matrimonio.
Para la mala fortuna de los Midoriya, Izuku nació con una condición física muy débil. En apariencia se veía normal, como cualquier otro bebé, pero en realidad era muy delicado y propenso a lastimarse. Se enfermaba con frecuencia e Inko notó que Hisashi, si bien trató de adaptarse a su hijo, nunca le tuvo la paciencia suficiente. Como si no estuviera hecho para ser padre.
Cada vez se irritaba con mayor facilidad y buscaba pretextos para salir del apartamento compartido, incluso cuando no tenía ningún viaje agendado. Cuando Izuku iba a cumplir un año, ella tuvo un presentimiento del que trató de deshacerse a toda costa, pero no pudo: Hisashi le recordó a Kotarō. Le recordó a su medio hermano materno, cuando él era un adolescente e Inko una niña, pues Kotarō tampoco le tenía paciencia.
Kotarō nunca estuvo para ella cuando lo necesitó, y en los momentos que no tenía de otra más que convivir en la misma casa, parecía no quererla ni un poco; si acaso la quería, entonces era con un cariño insano que la intoxicaba. Al principio pensó que se había vuelto loca tras tantos años con su medio hermano materno, mas la idea no dejó de darle vueltas y, con el paso de los días, se convenció más del parecido entre Kotarō y Hisashi.
Al ver que su pareja retomó la costumbre de viajar, y que cuando regresaba se ponía irritable con rapidez, Inko tomó una actitud hostil hacia él y sobreprotectora con Izuku. Era cuestión de tiempo para que empezarán a discutir, pero ella no quería ese ambiente para su nuevo hogar, así que la última vez que Hisashi abrió la puerta de salida con una maleta en mano, ella le dijo que no quería verlo de nuevo.
Pasados unos días, Inko tuvo clara una cosa: probablemente él no iba a regresar. Hisashi los dejó y fue la primera vez que Inko guardó rencor a plena conciencia. Fue la única ocasión en la que ella pudo comprender, aunque fuera un poco, el odio de Kotarō hacia su madre.
Irónicamente, cuando Toshinori se enteró, se enojó tanto que casi juró buscar a Hisashi incluso en el rincón más oscuro del mundo para que se hiciera responsable legalmente por el abandono de un menor y resarciera el daño; pero Inko dijo que no. Dijo que no le interesaba la sangre, porque la sangre no era garantía de un cariño sano. Si la sangre sólo iba a lastimar a Izuku, era mejor no tener un padre, que tener uno que no lo iba a querer.
Así fue como pasaron los años e Inko decidió usar el apellido de Hisashi en lugar del suyo para evitarle burlas a Izuku, el pobre ya tenía suficiente con su naturaleza frágil. Inko se convirtió en una madre soltera, ausente por el trabajo y esquiva ante los problemas que pudiera tener Izuku.
La vida parecía estar en una constante competencia en contra suyo. Ella intentaba seguirle el ritmo, pero no lo conseguía y el tiempo no esperaba a nadie. El futuro se le escapaba de las manos, el presente era fugaz y el pasado la alcanzó cuando creía haberlo superado.
Inko tiene 23, casi 24 años (se va a los 25, tiene a Izuku a los 27).
La frase inicial es del libro de Lewis Carrol «A través del espejo y lo que Alicia encontró ahí».
Prepárense para el final, el próximo capítulo es el último.
