Navidad reservada para el amor.

Kagome Higurashi levantó una ceja en el preciso instante en que su mejor amiga dejó sobre la encimera un boleto para la obra de ballet en la cual ella actuaba.

— Promete que irás

Se sirvió un poco de jugo de naranja mientras preparaba el almuerzo. Hoy tendría mucho trabajo por lo que ni iba a tener tiempo de salir a comer y mucho menos estaba para pedir algo por Uber Eats.

Estaba en modo ahorrativo y así debía seguir hasta el próximo año.

— Tengo mucho trabajo. No te puedo prometer nada.

— Llevas así desde que inicié con este proyecto — le apuntó con un dedo — Esto es lo que vas a hacer. Le dirás al inhumano de tu jefe que "si" o "si saldrás temprano. Te pondrás el vestido bonito que lleva más de dos meses guardado en tu armario y que por razones obvias no lo has estrenado. Es momento de hacerlo. Y por último acudirás a la obra que tu amiga tantas veces te ha pedido que lo hagas. — por último, sonrió — Fácil ¿No?

Como si eso fuese tan fácil. Su jefe no la dejaba ni a luz ni a sombra. Tomó una fuerte bocanada de aire y guardó el boleto en su bolso. Tal vez con un par de movimientos podría terminar antes de lo planeado e ir a la dichosa obra de Sango, además era viernes y muchos compañeros de oficina tenían vida social, incluyendo su jefe, que él si no perdonaba ni un minuto más. Aunque eso no significara que últimamente estuviera nervioso debido a los cambios que ha tenido la compañía en la cual trabaja, tanto así que le había estado pidiendo los estados financieros de los últimos seis meses.

La empresa donde se desempeñaba como auxiliar contable, había sido adquirida por una prestigiosa compañía alemana y el dueño tenía planeado viajar en un par de días a New York para presentarse y conocer a sus nuevos empleados.

— No te garantizo nada.

— Si no puedes, es mejor que renuncies a esa prisión llamada trabajo.

XXX

— ¿Tienes todos los balances que te he pedido, Kagome?

— Solo faltan los últimos cinco.

— Pues apúrate.

Lo fulminó con la mirada cuando le dio la espalda y se encerraba en su oficina. Estaba pensando seriamente en seguir el consejo de Sango y dejar todo varado. Pero eso solo dejaría una tacha tamaño monumental en su curricular que ni el más mágico borrador podría quitar.

Timbró su comunicador y levantó el teléfono. Era de nueva cuenta su jefe.

— Estaba pensando mientras venía al trabajo que sería mejor que reúnas las facturas para comprobar los gastos. No quiero quedar mal con el nuevo director.

— ¿De dos meses atrás?

Escuchó una risa burlesca del otro lado de la línea.

— Buena esa Higurashi. Pero no, quiero todas las facturas de estos cinco meses. Sé que puedes, animo.

Colgó la llamada y maldijo en voz bajita. Su maldito jefe sí que era un tirano. Seguramente en lugar de trabajar estaba encerrado en esa maldita oficina perdiendo tiempo. Tal vez buscando porno y haciéndose un trabajo manual.

Ahora no solo tenía que sacar los balances, sino que todas las facturas. Lo bueno de ella es que las tenía en la computadora por orden de día y mes de compra, solo tenía que añadirlas a la presentación. Solo esperaba que no se le ocurriera a su jefe que mandara a imprimir todo porque ahí sí que perdería más trabajo.

Recibió un mensaje por el chat de oficina.

"Aparte de la presentación. Añade copias. No quiero ni un cabo suelto"

¡¿A caso leía la mente ese idiota?!

Tal y como lo predijo, comió en el escritorio mientras trabajaba. Solo se levantaba para ir al tocador de damas o en su caso prepararse un café.

Ya sobre las cinco, faltando dos horas para que la jornada laborar terminara. Vio salir a su jefe vestido con un elegante traje de etiqueta.

— Si me llaman di que tuve una urgencia familiar. Nos vemos el lunes, en cuanto tengas todo me envías un mensaje.

Entorno los ojos hacia él, observando como su espalda curvada se perdía en el elevador.

¿A caso por ser jefe podía salir temprano?

Ni siquiera hacía nada en todo el día. Ella era la que terminaba el trabajo por él.

— ¿Qué haces?

Parpadeó al ver a Miroku, director de Marketing y novio de su amiga.

— Trabajo — respondió sin ánimo.

Otra vez su vestido se quedaría colgado en el armario sin una oportunidad de estrenarlo.

— Sé que Sango te dio un boleto para la obra. Vamos, agarra tus cosas y sal temprano.

Sonrió, apenada.

— Pero el contador Naraku….

— Si Naraku dice algo al respecto le diré que fui yo quien te autorizó esa salida. Él no se atrevería a cuestionarme.

Le guiñó un ojo para alentarla.

— No tienes mucho tiempo. Yo que tú comenzaba a alistar mis cosas si quieres llegar justo a la hora que inicia la obra.

Kagome se levantó de su asiento. Lo abrazó en un gesto de gratitud. Metió todo a su bolsa y lo último que supo es que estaba en el metro rumbo a su departamento para sacar ese vestido del armario.

Subió de dos en dos las escaleras. Atravesó el corredor como un rayo. Mi siquiera se detuvo a saludar al vecino que coqueteaba con ella de manera torpe.

Tan solo al entrar, lo primero que hizo fue tirar el bolso en un sillón con el plástico aún puesto. Se quitó los zapatos. Olió sus axilas quitarse la blusa. Un baño rápido no le vendría mal.

El tiempo estaba justamente medido. En tan solo una hora debía arreglarse y estar saliendo. Por lo que la ducha solo la hizo en un tiempo récord de un minuto.

Aplicó la última capa de labios se miró al espejo. Lo único que faltaba era el vestido.

Sonrió al sacar el vestido del armario y de la bolsa qué lo cubría. Con una sonrisa contempló el resultado en el espejo de cuerpo completo.

Era de cuello tipo halter. Sin mangas. Le llegaba un poco por debajo de las rodillas. Color lila y del dobladillo de color hueso. Un listón de color lila hacia la labor de cinto. Lo compró en una liquidación de Macy's en el cual casi perdía un diente por él y lo estaba guardando para una ocasión especial.

Con zapatos a juego y accesorios fue que salió del departamento rumbo al teatro para disfrutar de la obra de Sango. Tuvo que ponerse un abrigo ya que el clima estaba un poco fresco. No había sido difícil conseguir un taxi, lo difícil llegó cuando estaba atorada en el tránsito para llegar a tiempo a la obra de Sango.

Observó la hora en el tablero del taxi.

— ¿Cuánto falta para llegar al Lincoln Center? — preguntó angustiada, Sango no se lo iba a perdonar si faltaba.

El conductor hizo un cálculo mental y la miró por el espejo retrovisor.

— Estamos como a cuatro manzanas de aquí.

No era mucho la distancia, si se apresuraba llegaría justo a tiempo. Sacó de su billetera y pagó la tarifa. No caminaba, literal corría tan rápido que podían sus piernas. Por un momento pensó en quitarse los zapatos, pero los descartó.

En cuanto vio el recinto, se detuvo en la esquina para recuperar el aliento que había perdido a casusa de su maratón. Cruzó la calle y entregó el boleto a un joven que estaba en la entrada, perfectamente vestido con un uniforme negro que consistía en un chaleco, camisa blanca y pantalón negro.

— Su boleto es vip. Los elevadores están a la vuelta. Que disfrute la función, señorita.

Las puertas del elevador se iban cerrando, así que con un leve gesto le indicó a los que estaban adentro que lo detuvieran. Un largo brazo con traje de etiqueta se interpuso en medio de las puertas, evitando que se cerraran y ella pudiera entrar.

— Gracias.

Sonrió a la persona que le había ayudado, al cual no se detuvo minuciosamente a verlo.

En ese pequeño espacio solo había tres personas. Un mesero con un carrito repleto de bocadillos exquisitos. Cuando el delicioso aroma traspaso sus fosas nasales se le abrió el estómago. Había pasado un lapso considerable desde su última comida. Se recargó en la pared, mientras veía con determinación esas galletas rellenas de queso crema. Luego de la función persuadiría a Sango de ir a cenar.

Un movimiento violento se sintió bajo sus pies. El elevador se detuvo y las luces se apagaron.

— ¿Qué fue eso?

Podría decirse que esa voz era del mesero, aunque no estaba segura.

— Parece que se cortó la electricidad — respondió el hombre, tratando de mantener la calma.

Y esa sería la voz del hombre vestido de etiqueta cuyas facciones no había visto bien.

Buscó su móvil del interior de la bolsa y encendió la lamparita. La poca luz que generaba no era suficiente para iluminar todo el espacio, pero si para distinguir las caras de sus compañeros de elevador. El pobre mesero estaba aterrado, pegado de espaldas a la pared con las manos sobre el carrito.

— ¿Estas bien? — le preguntó ella, colocando una mano en su hombro para tranquilizarlo.

Estaba temblando.

Él la miró con su ritmo cardíaco acelerado.

— Soy muy joven para morir. Ni siquiera le he dicho a mi novia que me quiero casar con ella.

— Estoy segura de que saldrás de aquí para que le digas eso. Además, solo estamos atrapados. En un momento vienen por nosotros.

El chico frunció el cejo.

— ¿Cuántas veces se ha quedado atrapada en un elevador?

Hizo una nota mental, solo había sido una vez y esa había sido en su edificio. Se quedó atrapada justo con su vecino, el que trataba de coquetear con ella de manera torpe.

Sacó de su bolsa unos dulces Pucky y le ofreció uno, a lo que él lo aceptó con gusto.

— ¿Podrías iluminar aquí? Mi móvil se quedó sin batería.

De nueva cuenta ahí estaba esa voz. Ronca, varonil, su aroma amaderado se impregnaba en cada pared. Estaba segura de que esa colonia era cara, transpiraba a hombre rico. Ella iluminó el tablero del elevador, por fortuna el intercomunicador si funcionaba.

El hombre se comunicó con el auxiliar de seguridad y le anunció que debido al tráfico que había en la ciudad, los bomberos tardarían dos horas en hacer las maniobras pertinentes para sacarlos los más rápido.

El hombre alto y de traje elegante dijo algo en alemán y no se necesitaba hablar ese idioma como para saber que había querido decir.

Volteó y fue la primera vez que se atrevió a verlo bien. Su cabello era platinado, corto y poseía unos bonitos ojos dorados. Realmente era atractivo.

Eso hizo que so corazón se saltara unos cuantos latidos y un hormigueo punzara sobre sus manos.

— ¿Qué te dijeron?

Él negó.

— Vendrán en un par de horas.

Ella suspiró, el mesero ahogó un pequeño grito.

Pasaron unos minutos y nadie apareció. El elevador seguía inmóvil y silencioso. Kagome comenzó a sentir a sentir un poco frío y hambre al mismo tiempo.

Miró esa mesita repleta de aperitivos.

— ¿Te importa si probamos un poco de tu comida? — le pidió al mesero, con la espera de que el accedida.

— Claro, adelante, no creo que nadie me reclame — accedió el mesero, sacando por debajo del mantel que cubría el resto de la mesa una botella de Champan.

El vino les ayudó a relajarse y a olvidarse un poco de su situación. Empezaron a conversar sobre sus vidas, sus gustos, sus sueños. El mesero resultó ser un estudiante de que trabajaba para pagar sus estudios de Ingeniería.

El hombre se fijó en la mujer. Era joven y bonita, con el pelo castaño y los ojos verdes. Llevaba un vestido rojo y un abrigo negro.

— ¿Qué te trae a una obra de teatro como esta?

Ella levantó la mirada, tomando esta vez un bocadillo de jamón.

— Una amiga me invitó.

Había sido su única respuesta. No quería dar más detalles.

— Yo también. Es una coincidencia. ¿Te gusta el teatro?

— Me encanta, pero últimamente no he podido ir como quisiera. Mi jefe me hace trabajar largas jornadas y gracias eso he perdido vida social. Salvo esta vez, que logré escapar de él.

— ¡Tu jefe es un tirano! — exclamó el mesero, bebiendo otro trago de champán.

El hombre únicamente le sonrió a la joven.

— Si fuera el jefe de tu jefe lo habría corrido ya.

Ante esa declaración Kagome se sonrojó un poco. Agradeció que hubiera poca luz como para que esto fuese visible.

Conversaron un poco más. El mesero los observaba con curiosidad. Se dio cuenta de que tenían mucho en común. Se preguntó si se gustarían el uno al otro. Tal vez sí y con un poco de suerte le pida su número.

— ¿Qué harás al salir de aquí? — preguntó ella.

— Tal vez para esta navidad le pida a mi novia que se case conmigo.

Kagome y el misterioso hombre le aplaudieron.

— Nos invitas a la boda.

— Ten por seguro que si — le sonrió — Siempre y cuando salgamos de este lugar.

El hombre cuyo nombre aun no sabía, sacó algo del bolsillo de su saco y se lo dio al mesero.

— Por si un día ocupas trabajo.

Él se quedó mirando un poco más a la joven. Moría por saber su nombre, tal vez invitarla a cenar luego de salir de aquí. Abrió la boca para decir algo, pero las puertas del elevador de abrieron en ese justo momento. El primero en salir fue el asustadizo mesero, luego ella y por último él.

Fue recibido por uno de sus directores ejecutivos y lo apartó de la multitud que comenzaba a aglomerarse ahí. Alzó la cabeza para buscar a la joven de vestido lila pero ya no estaba. Era como si se hubiese evaporador.

Ella por su parte no podía distinguirlo dentro de todos esos trajes elegantes. Lo había perdido de vista. Por fortuna Sango apareció y se la llevó a los camerinos. Para su pica fortuna solo faltaba un acto y ese no pudo perdérselo.

Pero siempre iba a quedar con la duda de saber el nombre de aquel hombre a quien estaba segura de que no volvería a ver.