Luna dejó el pincel con cuidado sobre la mesa. Sus ojos azules examinaron el lienzo, inquietos. Inclinó ligeramente la cabeza hacia su hombro derecho. Después repitió el gesto hacia el izquierdo. Había algo incorrecto en aquel cuadro. Suspiró frustrada, tomando su varita para limpiar la tela.

— A mí me gustaba.

Se giró en la banqueta para observar al hombre alto y rubio que se apoyaba en el marco de la puerta. Se levantó de un salto, ignorando las molestias de sus pobres rodillas, maltratadas por su costumbre de pasar horas arrodillada ante los lienzos, y corrió hacia él. Los brazos fuertes le abrazaron, levantándola con facilidad del suelo.

— Cada vez pesas menos, mamá. ¿Estás comiendo? —preguntó, besando su coronilla y dejándola de nuevo en el suelo.

— Igual es que tu eres cada vez más fuerte, hijo —respondió con su voz suave y cantarina, sujetándolo de los antebrazos para observarle más detenidamente.

Una sonrisa brillante llenó el guapo rostro de Lysander. Los ojos azules brillaban y tenía hermosos hoyuelos en las mejillas. Sintió su propio corazón ensancharse al observar a su hijo. Era inevitable mirarlo y no recordar que tenía la sonrisa de su padre. Y ese pensamiento siempre llevaba a Rolf, y de Rolf a la culpabilidad. Su propia sonrisa flaqueó un poco antes de soltarle.

— No te esperaba hasta la semana que viene —comentó, dándose la vuelta para recoger su varita y salir del estudio.

Caminó por el pasillo, delante de él, encendiendo luces a su paso.

— Lorcan me escribió.

Entraron a la cocina. Caminó directa a poner a calentar con su varita la tetera.

— Mamá…

— Estoy bien, Lysander.

— Mi hermano no opina lo mismo.

— Tu hermano debería preocuparse más de su propia vida y dejar la mía en paz.

Lysander cruzó los brazos con fuerza sobre el pecho y miró a su madre con el ceño fruncido. Lorcan le había dicho que su madre no era ella misma. Estaba triste, irascible y no pintaba. Incluso había dejado de lado su costumbre de usar ropas coloridas y collares de cuentas y plumas.

En una semana se cumplirían cinco años de la muerte de su padre. Había sido algo repentino, durante un viaje a los Andes. Él y su hermano estaban en Hogwarts aún, su madre afrontó a solas, en un país extranjero, todos los trámites para trasladar su cuerpo para ser enterrado.

Aceptó la taza que su madre le tendía, pero dio el primer sorbo con cuidado, con Luna Scamander siempre había que tener cuidado con las infusiones. Pero no, era té, té rojo, sin más.

— Recibí la invitación.

Su madre fue a abrir la boca, pero justo en ese momento se escuchó la voz de Lily en el pasillo.

— ¿Madrina?

— En la cocina, Lils.

Un remolino de pelo rojo y piernas largas entró a la habitación, directa a abrazar a su madre. Lysander la observó, un poco sorprendido. No hacía tanto que no veía a Lily, ¿no? ¿En qué momento la hermana de su mejor amigo se había convertido en esa mujer de infarto? Se talló los ojos, tratando de quitarse el pensamiento de la cabeza. Conocía a Lily desde que era un bebé, literalmente. La había visto crecer como un mal menor, como la hermana pequeña hiperactiva y un poco insoportable de su amigo, así que había algo de sucio e incorrecto en observar las piernas que asomaban bajo la corta falda de su vestido.

— Hola, Scamander.

Ese era el saludo que necesitaba para dejar de pensar en ella como mujer. Nunca lo había llamado por su nombre, siempre por el apellido. Aunque a su hermano lo llamaba Lorcan y bueno, tenían esa relación especial que nadie sabía calificar. ¿Le molestaba? hasta ahora no. Su madre lo miró con el ceño fruncido, por la falta de respuesta. Lily le quitó la taza de la mano para olfatearla y asegurarse que la cara en blanco y la falta de respuesta no era efecto secundario de alguno de los brebajes de Luna.

— Hola, Lily —reaccionó por fin, recuperando la sonrisa habitual.

Su madre seguía mirándole con el ceño fruncido mientras ofrecía una taza de té a Lily, que se dejó caer en otra de las sillas.

— Necesito tu ayuda, madrina —disparó, ignorando a Lysander olímpicamente.

Si Luna tenía una debilidad en su vida, a parte de sus hijos, era su ahijada, Lysander sabía que fuera lo que fuera que le quisiera pedir, su madre le diría que sí.

— Cuéntame —contestó su madre dando un sorbo a su taza mientras escaneaba con disimulo el aura inquieta de Lily.

— Hay que organizarle una cita a mamá.

Hasta a él le chocaba algo así, y había crecido en un hogar bastante estrambótico.

— Tendrás que explicarme un poco más.

Miró a su madre sorprendido. En cualquier momento de su vida, Luna habría saltado ante una petición así con entusiasmo y estaría pensando en opciones de citas, a cada cual más loca.

— Mamá necesita una cita para la boda.

— Igual tu madre es una adulta, Lily —comentó él, haciendo que las dos mujeres lo miraran como si estuviera loco—. Hasta donde sé, la tía Ginny lo es.

— Te ayudaré, claro. ¿Qué te parece Dean? —le ignoró su madre, volviéndose a mirar a Lily.

— ¿El profesor Thomas?

Luna asintió.

— Salieron juntos en el colegio, hacían buena pareja. Sus auras son compatibles.

Eso ya era más propio de su madre. Aún así, estaba apagada.

— ¿Queda té?

Lorcan entró en la cocina con su paso mesurado. Llevaba una gran chaqueta de punto, que hacía que su cuerpo pareciera más pequeño, y caminaba ligeramente encorvado. Su cabello rubio estaba bastante largo, los mechones se escapaban del moño descuidado que llevaba en lo alto de la cabeza y la barba color miel estaba más larga de lo que había visto nunca.

— Hola, hermano.

Los ojos de Lorcan se iluminaron al verlo. Se levantó para abrazarlo. Llevaba casi seis meses sin verlo, no se había dado cuenta de cuanto lo echaba de menos.

Hay costumbres de gemelos que son difíciles de erradicar, aunque tengas más de veinte años. Así que, cuando llevaba un rato en la cama, a Lorcan no le sorprendió que la puerta de su dormitorio se abriera y una sombra descalza entrara a su habitación.

— ¿Lor?

Por toda respuesta, abrió la cama para que Lysander pudiera meterse dentro. El gran cuerpo de su hermano se apretó contra él.

— Te he echado de menos, Lor.

La barba le cosquilleó en la cara y no pudo evitar una risita.

— ¿A qué viene la barba? Pareces un mendigo.

Lorcan se encogió de hombros, divertido.

— ¿Cosas de artista? Así las llama Lily.

Sintió a su hermano revolverse incómodo contra él.

— ¿Qué hay con Lily? —preguntó, separándose lo suficiente como para distinguir el perfil de Lorcan, que miraba al techo como si no quisiera que viera su cara.

— Amigos, Lys. Solo amigos.

Revisó el perfil, idéntico al suyo en realidad.

— ¿Por qué?

Lorcan se giró para mirar a su hermano.

— Porque somos amigos. Como tú y James. Y te recuerdo que yo soy gay.

— Pero Lily es atractiva —protestó un poco infantil.

El gemelo barbudo entrecerró los ojos para intentar distinguir la cara de su hermano mejor en la oscuridad.

— Ni se te ocurra, Lysander. Es mi amiga, la hermana de tu amigo y la ahijada de tu madre. A tus ojos debería ser una hermana pequeña.

Hizo un puchero cuando su hermano, mucho más fuerte de lo que podía parecer, le dio un puñetazo en el brazo.

— No puedes dejar a otra persona atrás —susurró Lorcan—, los que nos quedamos no merecemos sufrir porque tú no puedas afrontar la muerte de papá.

Lysander no le contestó, se limitó a fruncir el ceño.

— Mamá no está bien, y cada vez que te marchas la veo retroceder más.

— ¿Crees que es por papá? —preguntó al final con voz un poco ronca— me gusta lo que hago, Lor, y me gusta saber que continúo su trabajo donde lo dejó.

— Deberías quedarte esta vez un tiempo, por mamá. ¿Cuánto hace que no ves a James?

El sutil endurecimiento en la mandíbula de su hermano casi le pasa desapercibido por la falta de luz.

— Me quedaré hasta la boda. ¿Tres meses te parecen suficiente?