Capítulo VI

Memoria I

Nacimiento

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Sintió como si la oscuridad se constituyera de forma material, aplastándolo hasta casi el punto de la asfixia. No sabía en dónde estaba ni cómo había llegado allí. Tampoco sabía si en realidad estaba en el mundo físico, o se hallaba en la proyección psíquica de algo o alguien. O de sí mismo. Sólo sabía que existía la oscuridad.

He estado antes aquí... —susurró a la nada, pero esta no le entregó confirmación—. Pero... ¿Cuándo? ¿Cómo? ¿Por qué?

Trató de recordar, pero entre más lo intentaba, más parecía olvidar. De pronto apenas sí sabía su nombre y algunas imágenes fugaces de lo que había pasado últimamente. Sentía que llevaba en ese lugar más tiempo del que nunca imaginó, que aquellos sucesos donde se pincelaba difusamente la figura del Alakazam y el hombre que lo comandaba habían ocurrido en tiempos pretéritos.

Comenzó entonces a desesperarse. ¿Desde cuándo estaba allí? ¿Qué hacía en ese lugar? ¿Cómo podría volver a la realidad? Todas esas preguntas, carecían de respuesta en la infinita oscuridad.

¿Dónde estoy? ... ¿Quién soy? ... ¿Por qué estoy aquí? —se preguntó una y mil veces—. Necesito salir, necesito volver... volver a mi realidad, a mi mundo. Tengo... tengo que terminar...tengo que...que ser...ser...

Sus propias palabras comenzaron a diluirse sin que lograra hacer algo para detenerlas.

Ya he vivido esto antes —volvió a decirle a la nada—. No quiero que vuelva a suceder.

Y por vez primera en mucho tiempo, sintió miedo, tal y como en esa ocasión, cuando de seguro todo había comenzado. Antes del dolor, antes de la ira. Antes de todo aquello, también había estado la oscuridad...y también había estado ella.

Entre los jirones de recuerdos que bailaban simbólicamente a su alrededor, pudo recoger las memorias de aquel primer instante de existencia, cuando en la completa negrura de la nada abrió los ojos, mientras las preguntas sobre su identidad hacían acto de presencia.

Ella apareció entonces frente a él, tan nebulosa como el recuerdo que en ese momento se escurría de su hilo de pensamiento.

A... Ai... —llamó, pero el dulce rostro de aquella niña sólo se limitó a sonreírle, tal y como la primera vez. Era un recuerdo, el primero de todos, mas se presentaba de una forma tan intensa, que hasta podía percibir el temblor de un cuerpo que en ese instante no tenía. Creía sentir su corazón latir más rápido y hasta se creyó estar avanzando hasta ella, estirando el brazo en un inútil intento por alcanzarla. Pero tan rápido como apareció, la pequeña de cabello verdoso se desvaneció, quedándose con él, el conocimiento de que su nombre era Mewtwo y que era un pokémon. Se quedó "viendo" al vacío, intrigado por el desasosiego de su alma, cuando de pronto algo pareció empujarlo desde atrás. Se volteó, siempre en el simbolismo que busca la mente para comprender las cosas aun en una dimensión distinta, para descubrirse frente a frente con una enorme masa luminosa que lo absorbió.

Era un recuerdo, uno de suma importancia, en el que se sumergió para pasar desde la infinita y aplastante oscuridad, a la luz enceguecedora que tal vez, le daría las respuestas que tanto buscaba.

Los hechos que Mewtwo recordaría, si bien lejanos, eran los más cálidos que pudo albergar en su ser y por lo tanto, los que más extrañaría. Se dejó envolver por ellos como si de un abrazo se tratara, para volver a esas memorias de su infancia, cuando todo parecía ser más fácil.

Fue llevado por la luz, la calidez y la añoranza de este primer recuerdo, sintiéndose otra vez en el tubo de ensayo desde donde "nació", cuando comenzó a sentir los sonidos a su alrededor y la constatación de que había algo más que sólo oscuridad.

— ¿Quién soy? ¿Dónde estoy? —preguntó por enésima vez. Abrió los ojos con dificultad y por primera vez pudo ver algo más que la nada. Dos miembros que no tardó en identificar como partes de su cuerpo, se alzaron hacia lo rostro, verificando que ya no era una idea flotando en la oscuridad. Estaba vivo y despierto en el mundo físico.

Alzó la vista y se descubrió en un lugar iluminado, lleno de computadoras y tubos de ensayo gigantes. A su alrededor, un puñado de hombres y mujeres lo miraban expectantes, mas cuando sus ojos se posaron sobre los de aquel humano, todo a su alrededor simplemente dejó de tener importancia. Su rostro, la proyección que el pokémon podía leer de su mente lo atraparon sin resistencia, como si en el fondo, un lazo los uniera desde incluso antes de verse por primera vez.

Era un hombre mayor, mucho más que el resto de los presentes, pero sólo con él, el pokémon pudo sentir que su pecho se hinchaba de emoción, que la alegría de verlo, aun sin conocerlo, era más grande que cualquier cosa.

Trato de comunicarse con él, de preguntarle qué sucedía y qué hacía allí, mas sus interrogantes parecieron causar un gran revuelo en el receptor de dichos mensajes. El humano cayó de rodillas al piso, con las manos en la cabeza y una expresión de angustia. Quienes lo rodeaban, rápidamente se acercaron para brindar ayuda, cosa que intrigó al pequeño. Pudo sentir su preocupación y confusión, y, sobre todo, el dolor del hombre con el que había hecho contacto. Entendió pronto que todo apuntaba a que él era el causante de tal padecimiento, por lo que restringió la comunicación y se quedó quieto, a espera de ya no provocar más problemas. Y en efecto, el hombre a los pocos segundos se puso de pie y lo miró.

Recordaría por mucho tiempo esa mirada llena de ternura y buenos sentimientos que el humano parecía sólo dedicarle a él.

— Calma todos —dijo mientras alzaba las manos para despejar un poco el paso y dirigirse a quien no le quitaba los ojos de encima —. Al parecer ya ha controlado ese impulso psíquico, por lo que será fácil mantener una comunicación relativamente normal.

¿Quién eres tú? —irrumpió el pokémon, y luego para dejar aun más atónitos a los presentes, su cuerpo abandonó lentamente la base del tubo y levitó con completa experticia hacia el hombre, para acercarse a su rostro y observarlo con atención— ¿Quién soy yo?

El humano lo miró unos segundos, con las cejas alzadas y una expresión que reflejaba simpatía, casi como si pretendiera reírse ¿Le divertían sus preguntas? Pensó Mewtwo confundido, mas su interlocutor sólo cerró los ojos, dio un pequeño paso hacia atrás y luego volvió a mirarlo, sin cambiar su semblante. El pokémon se quedó en su lugar, ladeando la cabeza sin entender.

— Buenas tardes, Mewtwo —dijo solemnemente.

— ¿Mewtwo? — preguntó con algo de confusión en su mirar, pero pareció calmarse luego de un instante. — ¿Ese soy yo?

— Así es —convino el hombre.

¿Quién eres tú?

— Mi nombre es Toshihiro Fuji y este es el equipo de trabajo de Isla Nueva —y extendió los brazos para dirigir la mirada del pequeño al resto de los presentes. Uno de ellos, viéndose escrutado por los amatistas ojos del pokémon, movió la mano torpemente en señal de saludo, siendo imitado casi al instante por el infante.

¿Qué eres tú? —preguntó otra vez, volviendo al científico de cabecera.

— Soy un humano, Mewtwo y tú...

¡Entonces yo soy un humano también! —irrumpió exclamando con gran energía, la cual pronto fue apaciguada por el hombre.

— No, Mewtwo, no. Nosotros somos seres humanos. Tú eres un pokémon.

¿Un pokémon? ¿Qué es eso? ¿Eso soy yo?

— Verás — dijo caminando un poco hasta detenerse frente a una gran piedra tallada colocada en la pared, donde se dibujaba una versión antiquísima de un legendario pokémon—. Este es Mew, el pokémon más raro de todos, mas se cree, está extinto. Durante años hemos trabajado arduamente en recrear la vida de este pokémon, y el resultado lo tenemos justo aquí, Mewtwo.

¿Uh? —ladeó la cabeza— ¿Entonces Mew es mi mamá? ¿O es mi papá?

Fuji se quedó de piedra ante esa pregunta, tal y como el resto de sus compañeros, ya que no había manera en la que el pokémon pudiera manejar esa información. Sin lugar a dudas, Mew parecía haber perdido el título de la criatura más extraña de todas, arrebatado sin piedad por las inocentes preguntas de su clon.

— Podríamos decir... —titubeó—...que, de alguna forma, es ambos y a la vez ninguno. Fuimos nosotros quienes te otorgamos la vida.

Entonces... ¡mi papá eres tú! —concluyó con absoluta alegría en sus palabras, descolocando al hombre y al resto de sus compañeros. Fuji intentó disuadirlo de tal creencia, sin embargo, el pequeño pronto perdió el interés en él, intrigándose por todo lo que se encontraba a su alrededor.

Se acercó a la computadora principal y puso sin ningún cuidado, sus pies sobre el teclado, casi causando un ataque de pánico a más de un científico. Uno de ellos corrió para quitar al pokémon del lugar, pero éste se adelantó a sus intenciones y rápidamente voló para observar las luces parpadeantes, los ventiladores, los estantes llenos de informes ordenados con sumo cuidado y por último, los tubos de ensayo que se encontraban a los costados del propio. Los miró con atención, puso sus manos sobre el cristal y los recorrió uno a uno, hasta que algo en particular llamó su atención. Se detuvo frente a la placa de uno de ellos, donde estaba el nombre del experimento que se desarrolló en él.

AI, podía leerse con claridad, intrigando al parecer a Fuji, quien se acercó ante el abrupto cambio de actitud del clon. Se había quedado completamente quieto, como si algo lo hubiese afectado de una forma brutal.

— ¿Sabes qué dice allí? — preguntó el hombre.

No —contestó él—. Pero...yo...me siento muy triste y no sé por qué. ¿Tú sabes por qué? —y lo miró con desesperación.

—No, no lo sé, pero lo mejor es no preocuparse por eso ahora. Debes hacerte algunas pruebas, debemos saber cuánto pesas y cuánto mides. Acompáñame —y con cuidado tomó su brazo para jalar de él, hasta que lentamente el pokémon abandonó el tubo para ir a su próximo destino. Sin embargo, más de un científico notó las tristes miradas de ambos al salir del laboratorio, viendo una vez más el tubo vacío que se encontraba justo a un lado del de Mewtwo.

Tras unos minutos, el pequeño se vio en un nuevo escenario, lleno de cosas que llamaron su atención a una velocidad vertiginosa, por lo que olvidó su repentina tristeza.

El primer intento de sentarlo en la pesa fue un absoluto fracaso, porque rápidamente el pokémon voló en toda la habitación, intrigado por cada objeto que veía. Volteó varias botellas, revolvió papeles y presionó botones que debían mantenerse intactos.

Los científicos lo miraban con horror, tratando de detenerlo, mas sus esfuerzos eran completamente inútiles. Muchos de ellos se sintieron como la clásica niñera sin experiencia, corriendo en círculos en torno al sofá de la casa, para dar caza al infante al que debía mantener bajo control, el que reía a carcajadas por la situación en la que ponía al adulto.

Fuji miraba a Mewtwo con cansancio, tal vez pensando en las referencias históricas de Mew, pokémon que sólo se presentaba a ciertos elegidos de un desaparecido pueblo indígena, pero la solemnidad del relato se perdía al instante, cuando se decía que la criatura gozaba con jugar bromas a los humanos y ser tan curioso como un niño pequeño, al punto de inmiscuirse en temas que no le incumbían y causar más de algún estrago a los sacerdotes.

El hombre suspiró, viendo como Mewtwo parecía divertirse al extremo ante los rostros afligidos de sus colegas, así que decidió que lo mejor era intervenir.

— Mewtwo —le dijo seriamente—. Ven aquí.

— ¿Qué sucede? — bajó de inmediato, dejando a los demás con la boca abierta.

— Siéntate aquí, debemos pesarte —le señaló. El pokémon acató la orden al instante. Nadie lo podía creer, así que, aprovechando este momento de calma, lo midieron y extrajeron un poco de su sangre para un posterior análisis.

— Debemos llamar a Giovanni para informarle que ha despertado —dijo uno de los hombres a Fuji.

— Lo haré yo mismo, no te preocupes —contestó de forma automática—. De todos modos, aunque terminemos todas las pruebas con él, me temo que tendremos que mantenerlo un tiempo más con nosotros.

— ¿Y eso por qué?

— Porque su curiosidad debe ser aplacada. Si lo dejamos ir así, será un dolor de cabeza para Giovanni. Prefiero "acostumbrarlo" al mundo aquí en la isla, y luego que ellos se dediquen tan sólo a su entrenamiento.

El científico lo miró con cierta suspicacia, mas no emitió palabra y se avocó a las pruebas a las que el pokémon debía ser sometido.

...

...

Los días pasaron y Mewtwo poco a poco fue interiorizando lo que iba aprendiendo. Comprendió qué eran los humanos y los pokémon, aunque no tardó en oponerse a la idea de que estos últimos debían someterse a lo que él consideraba, caprichos de los primeros. No le parecía justo que los pokémon tuvieran que atacarse entre sí, lastimarse sólo para conseguir un merito que ni siquiera sería suyo.

Los científicos, al ver esta postura, de inmediato se empeñaron en enseñarle sobre el orden del mundo, sobre que los pokémon, al tener habilidades especiales, podían ejecutar estas acciones de manera "deportiva". No obstante, si bien Mewtwo asentía tras comprender, no se quedó del todo satisfecho con estas explicaciones.

Cuando se le presentó por vez primera un pokémon, se dio cuenta de que no era como él. Las diferencias físicas eran notorias, pues se trataba de un pequeño Pidgey, aunque lo que de verdad le intrigaba era la poca inteligencia que la criatura demostraba. No razonaba, no se comunicaba con los demás y no había ni un ápice de discernimiento más allá de lo instintivo en su actuar, pues no parecía interesado en otra cosa que en comer, volar y sus necesidades biológicas. ¿Es que acaso no tenía preguntas? ¿No quería saber dónde estaba y qué hacía allí? ¿No le llamaba la atención todos los implementos curiosos que había en el laboratorio? ¿No había más que instintos dentro de esa mente?

Mewtwo entonces se sintió muy preocupado. A su tan temprana edad, apenas unos días luego de salir del tubo, se preguntaba sobre las diferencias que había entre él, los humanos y los otros pokémon. Su cuerpo no era como el de los científicos, poseía habilidades especiales tal y como debía ser un pokémon, y, sin embargo, su forma de ser y de pensar distaba mucho de ellos.

¿Quién era? ¿Qué era? ¿Por qué las respuestas de los científicos, de Fuji, e incluso de sí mismo no le satisfacían?

Paseaba por el laboratorio, siempre tras el científico de cabecera, preguntando cosas, observando otras. La intriga sobre su ser, sobre el verse tan distinto a las dos especies que había conocido no lo dejaban en paz. El humano había contestado que eso se debía que él era un clon de Mew, el pokémon más extraño y poderoso del mundo conocido hasta ese momento, y que, por lo tanto, él también lo era.

Y si soy tan diferente a los otros pokémon, ¿Por qué debo pelear con los demás como todos lo hacen? —preguntaba todos los días, pero la respuesta jamás lo dejó conforme.

— Porque eres un pokémon.

Pero no soy como los demás. Yo… yo quiero aprender cosas, quiero conocer el mundo...no quiero pelear.

Entonces, en muchas de esas conversaciones, el científico se volteaba y lo miraba con expresión cansada y triste. Mewtwo trataba de leer sus emociones, de encontrar las respuestas que buscaba de la forma más pura que pudiese hallar dentro de la mente del humano, pero sus esfuerzos eran en vano. Los pensamientos de Fuji lo confundían, pues su infantil mente no había conocido aun las fluctuaciones de las que podía ser víctima una criatura. ¿Cómo podría comprender a un hombre muchos años mayor que él?

¿Para qué sirve ser diferente a los demás si tengo que hacer lo mismo? —insistía con cierta angustia.

— Lo siento tanto, Mewtwo — susurraba el hombre poniendo su mano en el hombro del pequeño al tiempo en que sonreía de mala gana —. No puedo responderte, espero lo entiendas.

— ¿Es algo malo?

— Algo doloroso. Lamento haberte involucrado —y tras suspirar con pesar, se ponía de pie y se alejaba del pequeño, con quien se quedaba la pesada sensación de tristeza que parecía seguir al científico.

A pesar de aquello, Mewtwo seguía siempre a su lado. Para cualquiera que pudiera ver desde el exterior de esta extraña relación, podría pensar que el humano estaba ya harto del pokémon. Siempre se veía cansado, abatido y sombrío. Las respuestas que daba a Mewtwo se limitaban a lo estrictamente profesional y nunca demostraba algo de calidez hacia él. No obstante, a pesar de no poder hacer una interpretación satisfactoria de la mente de Fuji, no podía sentir repulsión o algo semejante por parte del él. Muy por el contrario, en el fondo Mewtwo creía ser mucho más importante para el científico que cualquiera de los que estaban en el laboratorio. A pesar del cansancio, de las frías respuestas y del poco tacto, Mewtwo no podía dejar de sentir la conexión con él, siendo atraído casi como por magnetismo.

Y por eso, se sentía feliz. Le gustaba estar con él, observar lo que hacía, aprender de todo, acompañarlo en las silenciosas tardes de lectura y obedecer en todo lo que el hombre le dijera. Esa época fue la más feliz para el pokémon.

No obstante, a día número quince de su despertar en el tubo, llegó a él la visión más extraña de todas. Caminando por un pasillo, descubriendo nuevos lugares, se asomó a una ventana y pudo ver el exterior, un escenario completamente distinto a las pulcras paredes del laboratorio. Allí había colores y movimientos de los que había oído hablar, mas aun no conocía.

Sin pensarlo demasiado, corrió hacia Fuji, con la esperanza de poder llegar a ese lugar sin tener que atravesar paredes (ya que las puertas estaban herméticamente cerradas)

¿Quieres salir? —preguntó el hombre apenas el pequeño se le acercó—. Pero aun hay pruebas que debemos hacer y...

Oh, yo hare eso luego. Quiero salir, quiero saber qué es eso que vi. ¡Hay muchas cosas y yo quiero saber más y más!

El hombre suspiró. En los pocos días que Mewtwo llevaba despierto, había descubierto que su personalidad era completamente la de un niño en la edad de las preguntas sin fin. Quería saber qué era cada cosa que veía, e insistía si no encontraba respuesta o ésta le parecía insuficiente.

Suspiró otra vez, más cansado que antes.

—Está bien, buscaré mi abrigo y algo para ti también. Aprovecharé de hacerte unas pruebas de temperatura.

—¡Sí! — exclamó el pequeño con energía, dando una voltereta en el aire para luego acercarse y tomar el brazo de Fuji e intentar arrastrarlo hacia el patio.

— Cálmate Mewtwo, ya te he dicho que...

Vamos, vamos, ¡yo quiero conocer todo! —y se volteó para dedicarle la sonrisa más sincera que hasta ahora había entregado.

El hombre se quedó de piedra. Por alguna razón desconocida para el pokemon, el científico parecía consternado con el gesto de alegría del infante, cosa que le preocupó en demasía y que terminó borrando la amplia sonrisa de su rostro.

— ¿Fuji? ¿Qué sucede? ¿Por qué estás triste?

— No es nada —contestó tratando de mostrarse serio y frío, mas el pequeño no parecía satisfecho.

Yo...yo puedo sentir...— y se llevó la mano al pecho, notablemente angustiado.

— Eso se llama empatía y es normal en alguien como tú —dijo el hombre con más suavidad que antes—. Eres un pokémon psíquico y de esa manera, puedes sentir como se sienten los demás.

No me gusta sentirme así. No me gusta que tú estés triste. No quiero.

— Tranquilo, tratemos de que no vuelva a suceder. Ahora, iré por mi abrigo, mi libreta y saldremos, ¿de acuerdo?

Sí — asintió el pokémon, un poco más tranquilo.

Luego de eso, la puerta del mundo se abrió ante Mewtwo por primera vez. Los colores, los sonidos, los olores, todo lo envolvió suavemente, invitándolo a descubrir algo nuevo con cada paso que daba. El viento, los arboles, las rocas, el cielo, las nubes, todo, todo era una amalgama de objetos, formas que ciertamente lo aturdían, mas no aplacaban su deseo se saber más y más.

Caminó con torpeza, midiendo cada uno de sus pasos al tiempo en que sus ojos intentaban abarcar todo el campo de visión y más, en tan sólo unos segundos.

El laboratorio donde el pokémon había "nacido" se encontraba ubicado en una lejana isla al fin del mundo, en donde, debido a la distancia y a las dificultades que ella implicaba, no había rastro de civilización. Sólo algunos aventureros exploradores, habían puesto sus pies en el lugar, pues el asentamiento no estaba para nada en sus planes. Y es que un sitio como Isla Nueva, donde las temperaturas apenas si abandonaban el rango de los diez grados, donde el terreno parecía un desafío de la naturaleza era un lugar realmente poco acogedor. El frío, los vientos huracanados, la casi nula comunicación con el resto del planeta, la hostilidad de sus paisajes y pokémon la convertían en el sitio menos idóneo para que alguien comenzara a conocer el mundo.

Sin embargo, a pesar de todos los puntos en contra con los que contaba la isla, Mewtwo miraba fascinado el lugar. Las nubes corrían raudas por el cielo, empujándose las unas a las otras en una carrera frenética que dirigían los tempestuosos vientos, formando así, ondeantes formas que se construían y destruían como traviesas motas de algodón. El cielo, de un azul intenso, albergaba a esa estrella solitaria que había dejado de entregar calor a miles de kilómetros al norte, mas se mantenía brillante, reflejándose en las aguas de un, a todas luces, tempestuoso, pero intrigantemente hermoso océano, cuyas olas golpeaban con furia la costa y los roqueríos. A lo lejos se distinguían pequeñas montañas, seguramente también como parte de la isla, lo que demostraba que había mucho aún por conocer.

El pequeño entonces dio un par de pasos más, dejando atrás el concreto de la entrada y tocando directamente el pasto que crecía aferrado a la tierra. Se dejó envolver por el viento frío que le daba la bienvenida, silbando canciones que sólo él comprendería. Miró hacia el frente y vio un poste en el que heroicamente flameaba una bandera, aunque todos estaban seguros de que más temprano que tarde, terminaría siendo arrancada. Luego, justo al frente, se encontraba un pequeño muelle y una playa de rocas en lugar de arena.

Mewtwo giró la cabeza para observar mejor el lugar, descubriendo así un bosque cercano, cuyos árboles crecían con los troncos vestidos de musgo y presentaban sus hojas de un verde brillante al cielo. Los rayos del sol se colaban entre las ramas, otorgando en el piso, un espectáculo tan bello como el de una catedral con el más perfecto de los vitrales. Colores, sombras ondeantes maravillaron los sentidos del clon de Mew, quien luego de unos segundos, se volteó lentamente hacia el científico, el que se había mantenido en el umbral de la puerta, a la espera de la reacción del pokémon. Al verlo, el infante le entregó una nueva sonrisa que, tal y como la primera vez, logró dejarlo totalmente paralizado. Ya no parecía un pokémon cualquiera. No era un animal. Era simplemente un niño al que se le abría el mundo por primera vez y se abrazaba a él con fuerza para no dejarlo ir. Lo miró otra vez y alzó el mentón, mostrándose serio bajo sus gafas que en ese momento, reflejaban la luz del sol.

— Ya has visto el exterior, como tanto querías. Ahora debemos continuar con las pruebas.

Oh —exclamó Mewtwo. En un momento como ese, volver al laboratorio era algo impensable—. Pero podemos hacer eso luego ¡Hay mucho que ver!¡ Quiero que me enseñes todo!

— ¡Esto no es un juego! —sentenció en forma dura. El pequeño dio un salto—. Tú eres un pokémon. Ya te había explicado la diferencia entre un pokémon y un ser humano.

Los pokémon deben obedecer a los humanos —susurró el pequeño a regañadientes con la decepción dibujada en el rostro.

— Correcto. Así que ya has obtenido lo que querías. Entra ya.

Mewtwo se giró otra vez hacia el mar, observando cómo las olas parecían invitarle a desafiar el orden de las cosas y gozar de la aventura. No obstante, él cerró los ojos y con la cabeza gacha, entró a las instalaciones del laboratorio.

Otra vez en el extraño mundo en el que flotaba, Mewtwo abrió los ojos con pesar, descubriéndose aun en la enceguecedora luz. Los recuerdos más tempranos de su infancia le dejaban una sensación agridulce muy difícil de asimilar. Por un lado, estaba aquel nuevo mundo que había comenzado a descubrir y que, de cierto modo, le hacía sentir culpable consigo mismo. ¿Cuándo había perdido esa inocente curiosidad? De adulto, había viajado a varios puntos del planeta, pero nunca llego a sentir esa alegría del descubrimiento de algo nuevo.

Es porque ya no soy un niño —se dijo en justificación, pero en realidad, la respuesta era otra. Su infancia había sido feliz en Isla Nueva, mas se la habían arrebatado con una crueldad tal que el pensar en las maravillas del mundo era la última de sus prioridades.

La forma en que se habían sucedido los hechos luego de todo eso llenaban su ser de amargura. No volver a ver a Fuji le había provocado tal dolor que incluso ya de adulto, sentía la presión en su corazón.

Fuji... —susurró, esperando a que tal vez, el humano no hubiese perdido esa conexión con él. Esperando a que sus palabras fueran sinceras. Porque debía admitirlo. Aquel científico de mirada cansada y gesto frío era el único ser en todo el planeta al que había querido.