Disclaimer: No me pertenecen, ninguno de ellos, lamentablemente.

Créditos imagen de portada: Aparece, aunque no se en una miniatura como esta, en la propia imagen, pero no he podido copiar los símbolos. Podéis encontrar a le autore y el fanart en su Lofter, con la ID 76933866.

Bueno, pues otro Drarry está listo. Estaba planificada como una serie de ¿oneshots? cortos donde se viesen diferentes momentos de la vida de Harry y Draco en la que pasan de tener una relación física a una sentimental. Acabó desembocando en esto. Serán 27 capítulos y un epílogo que iré publicando, por ahora, con periodicidad semanal en sábado por la tarde (al contrario que con otros fics, justo ahora trabajo de lunes a viernes y libro los sábados y domingos, lo cual me permite corregir el capítulo y dejarlo listo). Horario sujeto a cambios, me temo, pero intentaré cumplir. Tengo que advertir de que, aunque tiene final feliz y se trata de que acaben juntos, hay otras relaciones: Astoria/Draco, Ginny/Harry; también de que hay escenas sexuales muy explícitas (sobre todo en los dos primeros tercios del fic, que pueden ir tranquilamente a una por capítulo) y que tendrán algo de dramita entre ellos. En fin, ojalá os guste. Muchas gracias, como siempre, por la oportunidad.

Trigger Warnings: Voyeurismo (dubcon por parte de las personas observadas, ojo con esto), algo de exhibicionismo, masturbación explícita y masturbación mutua entre un chico y una chica. También menciones a otras anteriores.


CAPÍTULO UNO

Inmerso en sus pensamientos, Harry pasó de mordisquear la punta de la pluma con la que estaba redactando un ensayo de Herbología sobre la utilidad y uso mágico de los jacintos y los narcisos, a clavar los dientes en su labio inferior. Distraído, ni siquiera se percató de que una enorme gota de tinta se había formado en el cálamo y oscilaba suavemente, a punto de derramarse sobre el pergamino, al ritmo de la imperceptible brisa que recorría la silenciosa y atestada biblioteca de Hogwarts.

—¿Harry? ¡Eh, Harry! —El susurro de Ron, que era capaz de gritar incluso cuando murmuraba, fue lo suficientemente audible como para que Madame Pince levantase la vista desde su escritorio, al otro lado de la sala, con una mirada aguda de rapaz que los censuraba por el ruido que quebró la paz del ambiente.

La gota de tinta vibró una vez más en la punta del cálamo y luego se precipitó sobre el pergamino, estallando en varias esquirlas más que mancharon las yemas de los dedos de Harry.

—Lo has escrito al revés, Harry. El jacinto no se usa en la Amortentia —dijo Hermione en voz muy baja, inclinándose hacia adelante para, con un movimiento de varita, arreglar el desastre producido por la tinta y leyendo velozmente las últimas palabras que Harry había escrito en el pergamino—. Es un mito muggle por su asociación con la diosa Afrodita, lo explicó la profesora Sprout en la última clase, recuerda. Se utiliza en pociones vigorizantes y en la Felix Felicis. El narciso, en cambio, sí es un ingrediente de las pociones de amor, por el efecto obsesivo que produce. También es sedante y se utiliza en medimagia, pero crea adicción y hay que regular cuidadosamente las dosis, pues puede ser mortal.

—¿En serio? —Ron frunció el ceño, disgustado. Debía haber estado copiando el ensayo de Harry por encima del hombro, porque utilizó su varita para borrar parte de lo que había escrito, consiguiendo que el pergamino crujiese tan fuerte que la mirada de Madame Pince se clavó en ellos una vez más.

—¿Todo bien, Harry? —susurró Hermione, mirándolo con preocupación, cuando este se talló los ojos con los dedos y respiró en profundidad. Harry tragó saliva, se enjugó el sudor de la mejilla con la manga de la túnica y asintió con torpeza tras otear con la mirada la atestada biblioteca, que estaba llena de estudiantes de todos los cursos que estudiaban los exámenes del último trimestre—. La verdad es que llevas desde ayer un poco raro. Más distraído de lo habitual. —Hermione entrecierra los párpados, perspicaz, tratando de adivinar qué cruza por su mente.

Harry balbuceó algo en respuesta. No sabía qué estaba diciendo, porque había distinguido el cabello rubio de Malfoy entre el maremágnum de estudiantes que repasaban en silencio. No era el único que destacaba entre las cabezas de pelo oscuro del resto de Slytherin de su curso: a su lado estaba el cabello de la pequeña de las hermanas Greengrass, riéndose por algo que Malfoy le susurraba al oído. Al contrario que su hermana Daphne, que era de la misma promoción que ellos, Astoria pertenecía a la de Ginny, un año menor, y su presencia en la mesa de los Slytherin de octavo año que habían regresado para estudiar sus E.X.T.A.S.I.S. se debía más bien a la mano de Malfoy que se deslizaba por su rodilla hacia su muslo, oculta gracias a su falda, provocando en la chica otra risita más.

Malfoy captó su mirada, porque se volvió ligeramente hacia él con una media sonrisa descarada en los labios. Harry no sabía cómo lo hacía. Daba igual en qué momento lo mirase, el chico rubio iba a cruzar la mirada con él en cuestión de segundos, intuyendo que estaba siendo observado. No sabía tampoco en qué momento empezó a ser consciente de que eso ocurría. Debió de ser entre el momento, hacía ya un año, que se encontró con él para devolverle su varita y las últimas Navidades, cuando ambos habían decidido quedarse en Hogwarts a pasar las vacaciones en un castillo prácticamente desierto, pero desde entonces, se percataba en todas y cada una de las ocasiones.

La sonrisa de Malfoy se transformó. Pasó de curiosidad a excitada travesura, ladeando la cabeza. Harry bajó la vista, percibiendo cómo la cara le ardía con intensidad cuando los recuerdos del día anterior acerca de Malfoy, los que le habían estado distrayendo durante toda la tarde, a pesar de los esfuerzos de Hermione porque se concentrase en la tarea que tienen pendiente, le volvieron a la mente más vívidos incluso que la pasada noche, cuando los había recreado entre los doseles de su cama.

—Entonces, ¿están saliendo juntos? —Ron había seguido la mirada de Harry hacia Malfoy, que se volvió a inclinar hacia adelante en la mesa. Una media sonrisa volvía a revolotearle en los labios, pero la chica Greengrass ya no se reía y la mano de Malfoy se había retirado de debajo de su falda.

Harry se encogió de hombros, sin molestarse en contestar y agradeciendo que Hermione, que también había mirado de reojo y con cierta curiosidad hacia la mesa de los Slytherin, les conminase a concentrarse en el ensayo de Herbología, señalándoles en el manual los párrafos que debían leer antes de corregir los fallos cometidos con el narciso y el jacinto. Ron, quizá un poco contagiado por el ambiente primaveral y explosivo que llenaba toda la biblioteca y que Harry no había notado hasta ayer, aunque supuso que debía haber estado presente incluso en años anteriores, salvo quizá los más oscuros y crudos de la guerra mágica, se inclinó hacia Hermione y le dio un beso de agradecimiento en la mejilla, sonrojado.

Apartando la mirada de ellos, turbado, Harry no pudo evitar preguntarse si tras sus besos castos, que eran los que intercambiaban si él estaba presente, también escondían la sonrisa traviesa y excitada de Malfoy cuando deslizaba su mano bajo la falda de Greengrass. Trató de concentrarse de nuevo en el ensayo y así apartar de su mente los pensamientos que la llenaban, pero no fue capaz.

«La culpa de todo», pensó Harry, «la tienen los jacintos y narcisos de la profesora Sprout. Y, cómo no, Malfoy. Siempre Malfoy».

La tarde anterior, Harry había salido a pasear por los terrenos de Hogwarts. Hermione y Ron se habían arrellanado en un sofá de la sala común de Gryffindor con actitud acaramelada y Harry había preferido dejarlos a solas en lugar de interferir o tomar el papel de carabina. Le gustaba que sus amigos se hubiesen confesado sus sentimientos y saliesen juntos ahora, pero las primeras semanas habían sido raras. Tras los juicios, en los que Harry había declarado a favor de Narcissa y Draco Malfoy para exonerarlos, había llegado el momento de dejar atrás la seguridad de la niñez y labrarse un futuro, un nuevo hogar.

Afortunadamente, McGonagall había solucionado el dilema de Harry, que no se sentía con fuerzas de iniciar una vida adulta ahora que había, prácticamente, nacido de nuevo. La directora había convocado a todos los estudiantes que habían perdido su último año en Hogwarts y les había ofrecido la oportunidad de que regresasen a recuperarlo. Harry sabía que para algunos, como Malfoy o Goyle, terminar sus estudios había sido parte condicional de su absolución, así como entregar cualquier objeto susceptible de estar maldito o poseer Artes Oscuras que pudiera haber en sus hogares. Para el resto había sido opcional, pero casi todos habían aceptado.

Gracias a ello, Harry no había tenido que decidir dónde vivir a partir de ese verano, aceptando una vez más la hospitalidad de los Weasley. Eso había ayudado a pasar juntos el duelo por Fred, a descansar y curarse mutuamente las heridas, físicas y psicológicas. El estío había sido testigo del florecimiento del amor entre Ron y Hermione, madurado primero a través de su amistad y detonado después por el beso en la Cámara de los Secretos. También del languidecimiento de la relación entre Ginny y Harry. Pasado el fervor de la guerra y el miedo, había quedado una confianza y una amistad que no eran suficientes para construir una relación sentimental, sobre todo después de que Harry prefiriese partir a la búsqueda de los Horrocruxes por su cuenta, dejando a Ginny atrás y rompiendo su relación con ella. En el momento había parecido lo más sensato. Tras el regreso a la rutina, en cambio, había sido un abismo insalvable. Al menos, para satisfacción de Harry, Ginny ha ganado un hermano más y él tiene, por primera vez en su vida, una hermana favorita.

Para Ron, sin embargo, volver a Hogwarts había interrumpido el nuevo estilo de vida adoptado durante ese verano, dividiéndose entre las competiciones de buscador que Harry jugaba con Ginny en el jardín de La Madriguera y la casa de los padres de Hermione, a quien apoyó durante el proceso de recuperación del Obliviate que había aplicado a estos. Hermione y él se habían acostumbrado rápidamente a un grado de intimidad mucho mayor que el que les ofrecía La Madriguera y, desde luego, el castillo, pero al final se había decantado por seguir a su novia al colegio y terminar de formarse antes de consolidar esa incipiente rutina. Eso sí, cada vez ansiaban pasar más tiempo a solas, aunque en ningún momento lo hubiesen verbalizado ni lo hubieran desplazado en su amistad.

Harry quería poder concederles ese espacio, por lo que había pasado más tiempo que nunca volando a solas en el campo de Quidditch y estudiando en la sala común. Por bien que se llevase con Ginny, en Hogwarts ella pasaba más tiempo entrenando con el equipo de Gryffindor, ya que ella sí podía ser parte oficial al estar en séptimo año, y con los miembros del Ejército de Dumbledore que, como ella, resistieron a los hermanos Crouch el curso anterior. También había procurado desaparecer durante las tardes al volver de la sesión de estudio de la biblioteca yéndose a dar enérgicos paseos alrededor del lago y después de la cenar dilatando el tiempo que pasaba en la sala común con el resto de sus compañeros para permitirles algo de intimidad en el dormitorio.

Ayer por la tarde, tras separarse de Ron y Hermione en la puerta de la biblioteca, Harry había optado por acercarse a la orilla del bosque prohibido, en lugar de dirigir sus pasos hacia el campo de Quidditch o el lago, como acostumbraba. Dispuesto a hacer un par de bocetos de los jacintos y narcisos silvestres que florecen en primavera en los campos escoceses y así adjuntarlos al ensayo que todavía debía escribir, iba armado con un bloc de notas y un lapicero muggle. Era torpe dibujando, pero no le importaba, porque había descubierto que dedicarse a ello tenía cierto componente relajante y lo obligaba a concentrarse y vaciar la mente, pues le suponía hacer un trabajo consciente.

Había encontrado narcisos con facilidad, cubriendo de mantas amarillas las praderas soleadas más cercanas al bosque. Los jacintos se le habían resistido un poco más, así que había bordeado los árboles del perímetro, sumergiéndose en la linde del bosque prohibido, poco tupida y luminosa, llena de los sonidos de los pájaros aleteando y trinando, roedores escabulléndose entre la maleza verde y el crujido de los árboles al oscilar al viento.

Fue entonces cuando los vio.

A Draco Malfoy y Astoria Greengrass.

Se habían internado en el bosque un poco más que él, pero todavía estaban en la parte más exterior de la linde. Quedaban un poco protegidos de la vista gracias a los arbustos que cubrían el suelo y rodeaban los árboles. No debería haber sido fácil descubrirlos. Sólo alguien como él, empeñado en penetrar un poco más en el bosque habría podido distinguirlos. Quizá también Hagrid, que como guardabosques percibía fácilmente cualquier movimiento y sonido del lugar. El resto de estudiantes, en cambio, no solían hacerlo y los centauros no se aventuraban fuera del corazón del bosque en pleno día sin una buena razón.

Malfoy y Greengrass estaban apoyados contra el gigantesco tronco de un tejo maduro que marcaba la frontera entre la linde exterior del bosque y el más tupido y oscuro interior. La penumbra de sus ramas y hojas, frondosas, los protegía del agobiante sol de la última semana de abril, con temperaturas más propias del verano del sur de Inglaterra que de la lluviosa primavera escocesa. Malfoy sólo llevaba la camisa del uniforme, sin suéter, y se había doblado las mangas hasta los codos. Desde donde estaba Harry, había podido vislumbrar la mancha oscura y desvaída de la Marca Tenebrosa por primera vez desde el juicio de Malfoy, cuando este había tenido que mostrarla ante el Wizengamot. También había hecho mucho calor en ese mes de junio, pero Malfoy había llevado las mangas pulcramente abotonadas alrededor de sus muñecas, ocultándolo. Greengrass, que sí llevaba el suéter del uniforme, tenía las prendas descolocadas y la falda recogida sobre los muslos. Los dos estaban besándose despacio.

Paralizado, Harry se había escondido detrás de unas ramas de lo que había sido un frondoso brezo invernal, temiendo ser descubierto. O haberlos descubierto él. No lo había tenido claro en ese instante, pero eso no le había impedido atisbar por encima de las ramas, abriendo los ojos de par en par.

La mano de Malfoy se deslizaba por debajo de la blusa y el suéter de Greengrass, provocando que el ombligo de la chica quedase al aire, así como la piel pálida y redondeada de su abdomen. La de Greengrass frotaba el pantalón de Malfoy, cuya bragueta estaba abierta. Tenía su pene, a medio camino de una erección, enmarcado en vello de color rubio oscuro, mucho más que el de su cabeza, delicadamente aferrado con sus dedos. La mano de Malfoy se movió del seno izquierdo de Greengrass, rozando su abdomen, hasta llegar al muslo derecho, desnudo y sin medias, y acariciárselo. Desde donde estaba, Harry había podido ver claramente la ropa interior de la chica, de color blanco impoluto. Los dedos de Malfoy se colaron en su interior y se movieron con delicadeza sobre la vulva de Greengrass, que había cerrado los ojos y apoyado la nuca contra el tronco del tejo.

Y, atraído magnéticamente por la mirada de Harry, como ocurría siempre que se quedaba ensimismado en él, Malfoy había vuelto el rostro hacia donde este estaba semiescondido. Harry había querido salir corriendo o deslizarse sigilosamente entre los helechos y los árboles para huir sin hacer ruido, pero sus piernas no le habían obedecido. Incapaz de apartar la mirada de la mano de Greengrass, de dedos finos y largos y con uñas bien cuidadas, que se movía con languidez sobre el pene de Malfoy, había intentado tragar saliva, también sin éxito. Notaba la boca seca, un calor apremiante en la parte baja del abdomen y estaba seguro de haberse sonrojado.

Malfoy sonrió.

En lugar de gritarle, insultarle o buscar su varita para maldecirle, el puñetero Malfoy había sonreído. De medio lado, presumido y descarado. En los dedos de Greengrass, que no se había percatado de nada por tener los ojos cerrados, el pene de Malfoy había crecido y se había endurecido por completo. Greengrass debió haberlo notado, porque a Harry no se le escapó el rictus extraño que la chica hizo con los labios, aunque se diluyó rápidamente en un gesto de aplicada concentración.

Era cierto que, en esos últimos meses, Malfoy y él habían llegado a una tregua. Una recelosa, iniciada con la visita de Harry a la celda del Ministerio donde retenían a Malfoy bajo la acusación de mortífago. Por primera vez en muchos años, aunque la conversación hubiese estado salpicada de comentarios ácidos por parte de Harry y amargos por la de Malfoy, habían conseguido entenderse sin demasiadas pullas. Harry se había ofrecido a testificar a su favor, Malfoy había accedido sin considerarlo una humillación, aceptando sus argumentos como una lógica válida y no condescendiente generosidad. Por primera vez, ambos habían hablado el mismo idioma. Gracias a ello, pudo devolverle la varita sin ofenderlo tras su absolución. A su regreso a Hogwarts, se habían saludado en el andén nueve y tres cuartos con un movimiento de cabeza más protocolario que cortés. Habían iniciado el curso ignorándose cuidadosamente, más allá de aquellas miradas cruzadas, que Malfoy parecía sentir cuando Harry lo observaba con curiosidad, ensimismamiento o simple costumbre, pero pronto habían tenido que trabajar juntos en las prácticas por parejas de Encantamientos y en un par de clases de Pociones sin más secuelas que algún que otro comentario sarcástico por parte de Harry y alguna burla sin demasiada mala intención del chico rubio.

Aun así, Harry nunca habría esperado ver en el rostro de Malfoy, en una situación así, la sonrisa de pícara complacencia que lo adornaba ayer. Ni la ceja que levantó, inquisitivo y relajado. Ni, desde luego, la absoluta ausencia de insultos, maldiciones y ruptura de treguas en su sempiterna rivalidad.

Sin apartar la mirada de Harry, Malfoy había dejado caer también la nuca contra el tronco del tejo, pero al contrario que Greengrass, que todavía contraía el rostro en un gesto de concentración, mantuvo los ojos abiertos por completo. Se mordió el labio y su mirada era más que elocuente cuando bajó los ojos hacia abajo y luego volvió a subir hacia el rostro ruborizado de Harry.

«Yo también quiero ver», pareció decir. O, más bien, dado que era un Slytherin, su astucia y la afición a los intercambios y las negociaciones que Harry había descubierto que tenía durante las clases compartidas: «Tienes que darme algo a cambio».

Inmediatamente, Harry se había incorporado. Había tratado de no hacer ruido y rezado porque Greengrass no abriera los ojos y lo descubriese ahí plantado, a unos pocos metros, sin que la maleza fuese suficiente para ocultarlo. Se desabotonó el pantalón y hurgó en su calzoncillo, lo justo para sacarse el pene, ya duro. La sonrisa de Malfoy se ensanchó, con una especie de secreta satisfacción, como habría hecho la de un depredador que ha conseguido abatir una presa o un millonario que ha cerrado un jugoso negocio. Quizá, se le ocurrió a Harry durante un momento fugaz, pensaba que deseaba chantajearlo, algo fácil: bastaría con extraerse el recuerdo de Harry masturbándose mientras los miraba a Greengrass y a él para mostrárselo al mundo.

No obstante, por lo que fuese, a Harry le había costado imaginar la probabilidad real de ese escenario incluso ahora, un día después, que podía pensar con la cabeza algo más fría. Aunque no mucho más.

Había sido excitante. Malfoy se mordió el labio y sus caderas se tensaron. Había seguido moviendo los dedos bajo las bragas de Greengrass, pero no apartó la mirada de Harry, que apenas había empezado a acariciarse y ya estaba a punto de correrse. Se había masturbado cientos de veces. Miles, posiblemente. Incluso, aunque no llegasen más lejos antes de que ambos comprendiesen que su relación no iba a ningún sitio, Ginny lo había masturbado una noche estrellada en la oscuridad del jardín de La Madriguera, mientras el resto de la familia estaba dentro de la casa, después de haberse besado durante largo rato. Esto, en cambio, lo que había experimentado en la linde del bosque, tenía un acervo a novedad, a algo distinto.

De hecho, se había sentido un poco como en aquel momento con Ginny, pero la sensación, aunque familiar, era singular. La excitación creció en sus testículos y tuvo que hacer un esfuerzo para contener un jadeo y no delatarse ante Greengrass. No está muy seguro de qué veía exactamente Malfoy, porque seguía medio escondido detrás de la maleza, pero aparentemente había sido suficiente para suspirar con fuerza, sin una pizca del temor de Harry a ser descubierto.

El orgasmo había llegado repentino, como una oleada de calor que se extendió desde la punta de los dedos de sus pies hasta el cuero cabelludo. El cuerpo de Harry se estremeció. Su pene vibró brevemente entre sus dedos y regó dos, tres, hasta cinco veces el pasto fresco y los helechos que había ante él, salpicándolos del espeso líquido blanco que resbaló indolente por las hojas, dobladas bajo su ínfimo peso. Abrió los labios, exhalando el aire contenido en los pulmones en silencio. Frente a él, Malfoy también estaba eyaculando. Cerró los ojos un instante, incapaz de mantenerlos abiertos en el momento del clímax, pero regresó la mirada a Harry al momento, sonriendo con suficiencia y petulancia. El primer chorro había salido con fuerza y se perdió en el aire, pero Harry no se percató de dónde cayó. Los siguientes, en cambio, se deslizaron por los dedos de Greengrass, que se había apresurado a retirar la mano, abriendo los ojos por la sorpresa de la espesa y cálida humedad del semen de Malfoy. Dio un gritito al ver a Harry, que había tenido el buen tino de arreglarse los pantalones nada más terminar, a unos pocos pasos de distancia.

En ese instante, por fin, sus piernas habían respondido y Harry pudo salir huyendo sin mirar hacia atrás.


Nota: No sé cómo son las primaveras escocesas, en realidad, pero siendo algo tan al norte, pensé que no debían ser calurosas... salvo que justo en ese periodo de tiempo (entre junio de 1998 y abril de 1999), todo el mundo estuviese sintiendo los efectos del fin de los dementores pululando libremente tras la caída de Voldemort.