¡ESTA HISTORIA NO ES MÍA! PERTENECE A AMIE KNIGHT.

Parte 2

Estábamos casi en la cima de la montaña cuando empezó a nevar. Grandes y gruesos copos llenaban el aire a nuestro alrededor. No veías este tipo de nieve a solo unas pocas horas al sur. No, ésta era de las que te hacían sentir como si estuvieras en medio de una de esas bolas de nieve que los niños pequeños guardaban en sus cómodas.

Sonreí al ver la nieve que caía a nuestro alrededor cuando nos detuvimos en el camino circular pavimentado de piedra frente al complejo.

Cuando estacioné el auto, Edward dijo:

—Así que aquí es, ¿eh?

Sonreí aún más porque por mucho que no quisiera volver a casa, había extrañado mucho este lugar. Había crecido aquí. Este era mi hogar. Y estaba muy, muy orgullosa de eso.

Miré más allá de él, por la ventana, hacia la entrada de piedra y madera teñida, y sentí calor por todas partes. No había cambiado nada en un año y nunca me había alegrado tanto de que algo siguiera igual.

—Aquí es —contesté en voz baja, echando un vistazo a Wilbur, que olisqueaba y dejaba huellas de su nariz en la ventana—. Estamos en casa, chico —le dije, apagando el todoterreno.

—Es exactamente lo que me imaginé —murmuró Edward, sin dejar de mirar por la ventanilla.

Sentí que mis cejas se elevaban.

—¿Te imaginaste de dónde soy? —pregunté. El hombre estaba lleno de sorpresas hoy.

No habíamos hablado mucho después de que Wilbur le diera un gran susto. Había subido el volumen de la música y canté mientras él miró por la ventana casi todo el viaje.

Al abrir la puerta, asomó la cabeza y miró el gran cartel de Forks Resort que colgaba sobre el edificio principal.

—Me imagino muchas cosas sobre ti —dijo despreocupadamente mirando la fachada del edificio.

Salté de mi lado del auto y rodeé el vehículo para dejar salir a Wilbur, manteniendo la calma, tratando de decidir si lo que me había dicho había sido lo más sexy que alguien me había dicho nunca o algo completamente espeluznante.

Todavía no me había decidido cuando mi tía Esme salió volando por la puerta principal con uno de sus largos abrigos afganos de ganchillo que la cubrían como un muumuu* gigante con alas. Su cabello blanco estaba recogido en la parte superior de su cabeza y una pluma gigante de pavo real sobresalía de ella.

Mi tía era, cuando menos, excéntrica. Y mi persona favorita en el mundo.

—¡Cariño! —me llamó con los brazos abiertos.

Abrí los brazos y la abracé, el aroma de galletas de canela y chocolate caliente me invadió... ella había olido así toda mi vida. Estaba en casa. Y no solo por el lugar. También por la persona.

Se separó de nuestro abrazo y deslizó sus manos por mis brazos hasta que agarró mis muñecas y extendió mis brazos a los lados. Me dio un lento repaso...

—Estás estupenda, Bella. Un poco delgada, pero podemos arreglarlo.

Puse los ojos en blanco y sonreí. Siempre fui un poco delgada para la tía Esme. A ella le gustaba alimentar a las personas. Era su lenguaje de amor.

Sus ojos se centraron en algo detrás de mí y se agrandaron. Soltó mis muñecas y dio un paso a mi alrededor.

—¿Y quién es este chico alto y guapo? —preguntó, con su acento sureño de repente increíblemente húmedo y espeso.

Se acercó a Edward como si estuviera protagonizando su propio romance, contoneando sus caderas de sesenta años, con una sonrisa deslumbrante y agitando sus pestañas con tanta fuerza que me pareció sentir una brisa.

Y para mi absoluto horror, Edward le devolvió la sonrisa, grande, amplia y más que gloriosa. Dio un paso hacia ella, con los brazos extendidos, abrazando a la loca de mi tía Esme como si fueran viejos amigos.

Era la antítesis de lo que yo conocía y esperaba de él, y no pude evitar quedarme boquiabierta.

—Soy Edward Cullen —dijo después de zafarse de su ridículo abrazo. Miró a tía Esme con adoración, y esta vez puse los ojos en blanco tan dramáticamente que pensé que se iban a salir de mi cabeza.

Nunca había recibido un abrazo así de Edward. Y definitivamente no había sido testigo de esa deslumbrante sonrisa.

Y no estaba celosa en lo más mínimo de la que le estaba regalando a mi tía. Ni siquiera un poco.

El hermoso bastardo.

Tía Esme me miró de pie antes de girarse de nuevo hacia Edward.

—¿Y tú eres amigo de Bells? —preguntó con ojos inquisitivos y cómplices.

No sabía qué demonios creía saber, porque incluso yo me sentía confundida en este momento. No sabía nada. Cada momento en presencia de Edward sentía que sabía menos y menos, de hecho. Realmente me estaba confundiendo.

Aún así, sabía lo que se suponía que debía decir. Lo que había ensayado como veinte millones de veces en la última semana.

Me había plantado frente al espejo y había mentido hasta la saciedad y, sin embargo, allí estaba yo, con la boca abierta, pero sin decir nada. Siempre había sido una mierda mintiendo.

—Uh… um. Él es… —Intenté pronunciar las palabras. Pero no salieron. Por suerte para mí, Edward intervino y envolvió uno de sus largos y voluminosos brazos alrededor de mis delgados hombros.

—Soy el novio de Bella —dijo con facilidad mientras Wilbur mordía uno de sus cordones.

Sus ojos se iluminaron como un árbol de Navidad; mientras tanto, yo sudaba a mares bajo su mirada inquisitiva.

—¿Sí? —Se inclinó y empujó a Wilbur lejos del zapato de Edward antes de meter la mano en el bolsillo de su afgano arco iris gigante y sacar una bolsa de palomitas de maíz. La agitó en su dirección, él chilló y casi la derriba en su intento de acercarse a ella.

Sonreí y negué con la cabeza. Había estado preparada para Wilbur y su adicción a las palomitas.

—No me hablaste de Edward la última vez que hablamos, Bella —reprendió, alimentando a Wilbur y regalándole un montón de caricias.

Tragué saliva tratando de no entrar en pánico.

—Bueno, no estaba segura… Es algo reciente. —Apenas pude exprimir las palabras, pero de algún modo lo logré.

Edward me abrazó presionándome contra él y colocó un largo beso en la parte superior de mi cabello que de alguna manera lo sentí hasta los dedos de mis pies.

Todo formaba parte del plan, me dije. Y no tenía por qué sentirme así bajo sus atenciones. Todo esto era fingido. Algo que terminaría tan pronto como terminara el fin de semana.

Volveríamos a ser archienemigos. Me ignoraría a medio metro de distancia. Yo fingiría que no estaba allí. Volveríamos a nuestra normalidad.

Tía Esme se levantó y nos miró fijamente a los dos como si fuéramos un rompecabezas que estaba tratando de resolver.

—Bueno, esto debería ser muy interesante —dijo con una sonrisa de oreja a oreja.

¿No era esa la maldita verdad?

—¿El viaje estuvo bien? —nos preguntó. Edward asintió con una sonrisa.

—Bella cantó durante todo el camino.

Fruncí los labios ante sus chismes.

—Un viaje por carretera con Bella es el concierto sin escalas que nadie pidió — bromeó, y Edward rio profundamente—. Bueno, vamos entonces. Apuesto a que se están muriendo de hambre después de ese viaje —le dijo a Edward mirando por encima de su hombro.

Volví a poner los ojos en blanco. Habían sido cuatro horas, no cuatro días. Y él no se había quejado ni una vez de mi mala forma de cantar en todo el viaje.

—¿Y nuestras cosas? —preguntó Edward, con el brazo todavía apretado a mí alrededor mientras seguíamos a tía Esme al interior de la cabaña.

—No te preocupes. Las recogeremos en un momento. Primero vamos a alimentarlos. —Hizo un gesto hacia Wilbur—. Vamos, Willie. Vamos a conseguirte algo de comida, también.

Me escabullí del brazo de Edward, que de alguna manera parecía pesar más que la montaña en la que estábamos, y me acerqué a tía Esme, pensando que tal vez debería decirle la verdad.

Ella no necesitaba pensar que Edward era mi hombre. No como mamá y Kate. Nunca le mentí. Esto se sentía muy mal.

Solo que mi tía se inclinó hacia mí en cuanto me puse a su lado y me dio un codazo en el costado antes de decir:

—Buen trabajo, Bella. Es guapísimo. —Lo miró brevemente por detrás de nosotras antes de girarse hacia mí toda mareada. Ella susurró—: Se parece un poco a Superman.

¿Acaso jodidamente no lo sabía?

Ver a tía Esme tan feliz por la perspectiva de Edward y yo me detuvo inmediatamente. De ninguna manera podía decirle que no estaba saliendo con Superman.

Me dije a mí misma que una pequeña mentira piadosa no haría daño. La dejaría pasar este fin de semana y luego, un poco después de llegar a casa, podría llamarla y decirle que habíamos terminado.

Estaría decepcionada pero no desconsolada.

Respiré profundamente mientras caminábamos por el largo pasillo hasta el restaurante. Miré brevemente detrás de mí a Edward y Wilbur, que nos seguían.

Podíamos hacerlo.

No sería un problema. Solo dos días más.

Podía hacer esto.

.

.

.

—Esto tiene que ser una broma —dije, mirando la única cama matrimonial en nuestra pequeña cabaña—. Hubiera jurado que el número siete tenía dos camas.

Edward dejó sus cosas sobre la cama encogiéndose de hombros.

—Tal vez hicieron alguna remodelación. —Parecía tan tranquilo y calmado, como si no le preocupara en absoluto acostarse con una completa desconocida.

Lo fulminé con la mirada. ¿Por qué diablos no estaba enloqueciendo? ¿Dónde diablos íbamos a dormir? No podíamos compartir la cama. Era demasiado pequeña para él, incluso sin mí.

Miré el pequeño sofá de dos plazas apoyado contra la pared cerca de los pies de la cama y la pequeña cocina a la derecha. Podría intentar dormir en el sofá. No estaría cómoda, pero el trasero gigante de Edward definitivamente no cabía allí.

Tragué saliva.

—Podría llamar a tía Esme y ver si tienen algo con dos camas. —Mi mirada recorrió la habitación, mi corazón se aceleró. El pánico se estaba instalando.

Podríamos compartir, claro. Tal vez si Edward no fuera enorme. Tal vez si yo fuera pequeñita. Ninguno de los dos era el caso. Estaríamos uno encima del otro.

Mi piel se erizó. Me dije a mí misma que era miedo. No era excitación. Ni siquiera un poco.

Edward rodeó la cama y agarró las dos maletas con ruedas que yo seguía agarrando como si mi vida dependiera de ellas, dejándolas a un lado.

—Todo estará bien, Bella. Además, tu tía dijo en la cena que el lugar estaba reservado debido a la boda. Y sabes que si la llamas por lo de la cama, sabrá que pasa algo. —Miró la cama y luego a mí—. Las parejas duermen juntas.

Sentí que mis ojos se agrandaban.

—Pero no somos una pareja de verdad, Edward.

Saqué la artillería pesada con lo del nombre de pila para establecer unos límites porque su mano en mi rodilla todo el tiempo que estuvimos cenando los había difuminado de alguna manera.

Pasé todo el tiempo diciéndome a mí misma que todo esto era una artimaña, sabiendo perfectamente que nadie más que yo sabía que su enorme mano estaba posada en mi rodilla debajo de aquella mesa, mientras sus dedos acariciaban el interior de mi muslo cubierto con unos jeans.

Fue enloquecedor.

Por suerte, aún no habíamos tenido ningún encuentro con mi madre ni con Kate y Garrett. Tía Esme dijo que estaban por ahí ultimando los preparativos de la boda antes del gran día.

Me había considerado afortunada. Necesitaba un momento para serenarme antes de la reunión familiar.

Edward levantó una ceja oscura.

—Sé que no lo somos, Bella, pero tu tía Esme no. ¿Te sentirías mejor si duermo en el sofá?

Suspirando, negué con la cabeza.

—Es imposible que tu enorme trasero quepa en ese sofá de dos plazas.

Un lado de su boca se contrajo.

—No tenía ni idea de que habías estado calculando el tamaño de mi trasero, Bella.

Me sonrojé porque había mirado su trasero al regresar de la cena y ahora me preguntaba si me habría visto.

—Ya sabes a lo que me refiero —dije, moviendo mis maletas a un rincón. Teníamos que dejar el tema de su trasero inmediatamente—. Está bien. Dormiré en el sofá —resoplé, arrojándome sobre él.

Wilbur se acercó y se acomodó a mis pies para morder los cordones de mis botas.

Edward se acercó a nosotros y se sentó a mi lado. El sofá era demasiado pequeño para los dos. Claro, tal vez un hombre de tamaño normal y yo habríamos encajado bien. Pero Edward era tan grande que su muslo presionaba el mío y yo quería saltar del sofá como si mi trasero estuviera en llamas. Su gran muslo contra el mío me hizo sentir cosas. Cosas que no estaba orgullosa de admitir. Aun así, permanecí sentada allí sintiéndome acalorada, confusa y ligeramente excitada.

Culpé a la mano en la rodilla.

Estaba confundiendo las cosas. Él me estaba confundiendo.

Esta era una mala noticia.

Girándose un poco hacia mí, Edward puso su brazo a lo largo del respaldo del sofá, su mano colgando sobre mi hombro.

—No sé tú, Bella. Pero creo que los dos somos lo suficientemente maduros como para compartir esa cama. Este sofá no parece muy cómodo.

¿Por qué estaba siendo tan amable? ¿Tan razonable? Las yemas de sus dedos se arremolinaron sobre mi hombro despacio, con delicadeza, y lo único que podía imaginarme eran esas mismas yemas entre mis piernas.

El hombre me estaba hechizando, y él tenía que saberlo.

Asentí lentamente, aunque pensaba que acostarme con Edward era una idea terrible. Incluso si lo único que hiciéramos fuera dormir.

Pero no quería que pensara que no era lo suficientemente madura para manejarlo.

Pero definitivamente no lo era. De hecho, la bañera parecía un buen lugar para dormir en este momento. La puerta estaría cerrada, probablemente con llave, no para que él no entrara, sino para mantener mi trasero caliente y loco dentro.

Su mano en mi rodilla. El beso en mi cabeza. Su muslo pegado al mío. Y ahora su dedo índice estaba dibujando ochos en mi hombro a través de mi camisa, y sentía que estaba justo ahí, sobre mi piel desnuda.

Diablos, ni siquiera era lo suficientemente madura para dormir en la misma habitación con él, en este punto.

Pero unos penetrantes ojos marrones y verdes me tenían cautivada. ¿Cómo diablos iba a pensar en estas condiciones? Volví a asentir estúpidamente y mordí mi labio, deseando que el calor en mis venas se enfriara.

—Buena chica —murmuró, dándome un apretón en el hombro antes de levantarse y anunciar que se iba a preparar para ir a la cama.

Observé mientras recogía su mochila y se dirigía al baño. Lo vi cerrar la puerta. Escuché cómo se encendía la ducha.

Me estaba quemando. Estaba ardiendo.

Buena chica. Sus palabras sonaban una y otra vez en mi mente. Nadie me había dicho nunca que era una buena chica.

Ninguna otra palabra había causado tantos estragos en mi cuerpo.

No podía dejar de pensar en cómo las había dicho. Tan deliberadamente. Tan provocativamente. Iba a arder aquí mismo en este sofá.

Buena chica.

Me dije que esto era una locura. ¿Cómo había sucedido? En menos de doce horas, había pasado de detestar a este hombre a desearlo. Y deseándolo terriblemente, también.

El tipo de deseo que hacía que mis pecho se sintieran insoportablemente pesados. Eso hacía que el punto entre mis piernas se sintiera miserablemente dolorido.

Maldita sea.

Me preguntaba si sabía lo que me estaba haciendo.

Me preguntaba si le importaba lo que estaba haciendo. Me preguntaba si lo estaba haciendo a propósito.