Era sábado al mediodía. Sortilegios Weasley estaba repleta de gente. Los niños correteaban buscando nuevas bromas, por otro lado a un hombre se le resbalaba de las manos una piedra de polvo de oscuridad instantánea e impregnaba el pasillo del fondo de una oscuridad que hizo gritar a más de uno. Los hermanos Weasley cobraban sin parar. Era un gran sábado. El tintineo de la puerta sonaba y sonaba. George alzó la mirada hacia la puerta de entrada, observando la marabunta de clientes que tenían y la vió. Lis estaba parada a un lateral, intentando gestionar la cantidad de bullicio que se encontraba en el interior. El pelirrojo sonrió, terminó de cobrar al cliente y le pidió a Ron que siguiera. Ron lo vió partir flechado hacia la puerta e identificó a Lis. No la había visto nunca, pero sí supo identificar la mirada que ella le hacía a su hermano. Incluida una pequeña sonrisa que le apareció a la muchacha cuando vio al hombre ir hacia ella.
- Hola, disculpe, no sabía que estaría tan ocupado - se disculpó Lis.
- Para usted siempre tendré tiempo - sonrió el pelirrojo.
- Le he traído tarta. Para que no la echase de menos - bromeó Lis. No se le ocurrió otra excusa mejor para volver a verlo.
George recogió el paquete con una sonrisa que enseñaba hasta los dientes.
- ¿Le apetece dar un paseo conmigo? La buscaré al salir de la tienda.
- Le espero, entonces.
Lis asintió y se despidió del pelirrojo. Este la miró marcharse hacia su pastelería a través de la ventana, olvidando el bullicio de la tienda y con la caja aún en las manos. Se despertó del ensimismamiento y volvió corriendo a ayudar a su hermano a atender a los clientes.
- ¿Eso que tienes ahí es tarta? - preguntó Ron, mientras se despedía con la mano de un cliente, y miraba con suculentos ojos el paquete.
- Esto que tengo aquí, hermanito, es la prueba de que le gusto tanto como ella a mí.
Lis escuchó la campana de la puerta justo cuando acababa de terminar su pequeña innovación. Sabía que era él. Se quitó el delantal y se sacudió de las mangas restos de harina. Abrió la puerta de la cocina y lo vió plasmado, esperándola con una enorme sonrisa. Llevaba una pequeña flor violeta. Ella hizo su particular mueca y le invitó a pasar a la cocina.
La cocina estaba limpia. Los domingos descansaban y Lis lo dejaba todo predispuesto para que la vuelta fuese más fácil, aunque mentiría si dijese que algún domingo no se lo pasaba probando nuevos sabores y nuevas formas para sus pasteles.
- ¿Quiere probar un nuevo sabor?
George quedó tentado. Sabía que se refería al pequeño bizcocho esponjoso que estaba en la isleta, pero deseaba que fuese un bocado de ella.
- Por supuesto - contestó George, tras coger la cucharita de café que le ofrecía.
Al unísono, probaron la tarta, la saborearon. Tenía un dulce sabor a canela.
- Es impecable, señorita Graham - confesó.
- Estoy probando un nuevo sabor, creo que he logrado tener la base -dijo ella orgullosa.
Se acabaron el trocito de pastel que quedaba, se abrigaron y salieron a su paseo sin destino fijo.
- ¿A qué casa de Hogwarts perteneció? No recuerdo haberla visto por el castillo - preguntó inocentemente George.
Los diferenciaban cinco años y lo más seguro es que el pelirrojo no mirase a las de primer año. Lis dudó en contestar. Pero no podía negar que cada vez que miraba al pelirrojo sentía una paz interior que no había sentido nunca. Y sabía que si quería mantener esa amistad, tenía que dejar entrar a las personas.
- No fui a Hogwarts. Bueno, -aclaró- fui el primer año, pero en las vacaciones de Navidad ya no volví - George la miraba sorprendido. No esperaba esa respuesta - Estudié en casa, lo que pude, claro. Pero en el poco tiempo que fui, fui seleccionada en la casa Ravenclaw. Me encantaba la corbata azul - soñó Lis al recordarlo. - Además, seguro no se acordaría de mí de todas formas.
- Créame, hubiese hecho cualquier espectáculo con tal de que usted me mirase.- Lis se sonrojo y ocultó una sonrisa. - ¿Por qué la sacaron del colegio?
Esa pregunta era más difícil de explicar. Lis miró con miedo a George, intentando buscar el eufemismo correcto.
- Digamos que mis padres biológicos estaban en el lado malo de la historia. Y tengo el recuerdo de que por aquel entonces, empezó el resurgimiento. Empezaron los primeros ataques…
George se detuvo un instante y captó la indirecta. Sabía que se refería a la guerra mágica. Miró a Lis, que disimulaba su miedo a que el pelirrojo saliese huyendo. No sería el primero.
- ¿Sus padres eran mortífagos?
- Los biológicos, sí.
- ¿Tuvo padres adoptivos? - insistió George. No podía negar que estaba realmente interesado.- Pero vio el nerviosismo de Lis y algo de angustia, y decidió desviar el tema, pero antes Lis contestó:
- Es difícil de explicar. Yo no fui seguidora de Voldermort - puntualizó - Esa guerra, ese ideal… Me arrebataron todo lo que más quería - se sinceró.
Cualquier mago que siguiese con vida después de la guerra mágica era consciente de que los vencedores fueron todos, a excepción de Lord Voldemort. Y el dolor atravesó a cada mago y bruja del mundo. En la guerra siempre hay más dolor que victoria.
- Fue difícil para todos. Todos tenemos cicatrices - confesó mientras se apartaba su largo y rojizo pelo y le enseñaba la cicatriz donde antes había una oreja. Lis le miró con tristeza. Ella también tenía cicatrices. No le sorprendió la confesión, ya que se había dado cuenta el día de la cena, mientras George reía con la cabeza hacia atrás por un comentario mordaz que ella le había dicho - Mi gemelo, Fred… - continuó George, silenciando las palabras.
- ¿Murió su gemelo? - preguntó un tanto angustiada Lis.
- No, ¡no! - le tranquilizó George - pero casi lo perdemos. A él también le quedan cicatrices. Y a mí me costó superar verlo al borde de la muerte - se sinceró el pelirrojo. Bajó la mirada, intentando no recordar - A día de hoy aún trabajo en ello.
- Me alegro que esté bien. ¿Trabaja con usted en la tienda? - desvió la conversación la castaña.
- Sí - asintió, feliz de nuevo - aunque ahora está de luna de miel. Se casó a principios de verano con su novia del colegio y llevan tres meses recorriendo el mundo.
Lis invitó a un café al pelirrojo y siguieron paseando. De vez en cuando se paraban a mirar algún expositor de colores llamativos. Volviendo a sus respectivas casas, una voz interrumpió una anécdota de George.
- ¡Weasley!
Ambos miraron y se encontraron con otra cabeza pelirroja que le sonreía y venía corriendo a abrazar al muchacho. La chica, en cuestión, se tiró a los brazos de George ante la mirada de sorpresa de Lis. Un chico con gafas venía con un paso más calmado y una sonrisa en la cara. El pelirrojo le devolvió el abrazo a la muchacha que sonreía abrazándolo.
- ¡Hermanito! ¡Qué ilusión encontrarte por aquí! - gritó la pelirroja arrastrando alguna sílaba.
Entre risas, George la presentó a Lis para ponerla en situación.
- Ella es mi hermana Ginny, la pequeña.
Ginny se dio cuenta de que George no estaba solo. Miró a la chica y con la misma efusividad se abalanzó y le dio un fuerte abrazo, desequilibrando a Lis.
- ¡Hola! ¡Qué ilusión conocerte! Eres Lis, ¿verdad? Eres preciosaaa, tenías razón hermanito, ¡es bellísima!
Lis no pudo evitar que sus mejillas se volvieran rosadas y miraba inquieta a George. El chico que acompañaba a Ginny llegó al fin delante de George y se saludaron con cariño.
- Ginny ha tomado una copa o dos de más de vino de sauco.
El chico pelinegro agarró del brazo de Ginny y la intentó apartar de Lis, que la tenía aún abrazada. Cuando se separó, Ginny miró al chico y se abrazó a él dándole un buen beso. Lis apartó la mirada, sonriendo e incómoda por ese beso tan pasional. George rió sonoramente.
- Él es Harry Potter, es el novio de mi hermana.
Harry apartó como pudo a una eufórica y amorosa Ginny y sonrió a Lis.
- Será mejor que me la lleve a casa. Espero veros otro día.
Con cuidado se desaparecieron, y George y Lis siguieron su camino.
- Su cuñado es Harry Potter, qué interesante.
- Sí, siempre ha sido uno más de la familia. Es el mejor amigo de Ron desde que iniciaron Hogwarts. Supongo que lo de mi hermana y él era a
algo inevitable.
- ¿Viven juntos?
- Desde hace un año. Hacen buena pareja, no querría a nadie diferente para cuidar a mi hermana.
Lis sonrió por dentro. Prefirió evitar la pregunta de por qué su hermana sabía de ella. Porque entendía perfectamente que si ella tuviese a alguien de confianza, también le hubiese contado de la electricidad y paz que le hacía sentir George. Ella no había tenido el privilegio de tener una familia grande, ni hermanos. Siempre se imaginó la belleza de una comida familiar, con muchos tíos, muchos niños corriendo… mucha felicidad. El respeto y el amor que George procesaba a sus hermanos cuando hablaba de ellos, solo confirmaban a Lis lo que ya anhelaba y nunca tuvo: una familia. Pasaron por delante de la tienda del pelirrojo.
- ¿Quiere tomar una copa de vino?
Lis miró la tienda y bromeó:
- ¿Es un nuevo artículo?
- Se podría decir que sí - rió George - seguro que si compra las suficientes, reirá un rato. Aunque, por supuesto, a la primera invita la casa.
George le abrió la puerta después de abrirla con la varita. Con un movimiento, cerró las cortinas para darles intimidad y abrió la cálida luz. Lis se quitó el abrigo y lo dejó en la baranda de las escaleras que subían al segundo piso. George también se desabrigó y subió las escaleras de dos en dos, mientras decía: regreso en un segundo. Lis miró en silencio la tienda. Revisó los colores, las figuras, los dulces. Inspiró y olió el aroma a canela y gominola. Olía realmente bien. Era un olor que le provocaba calma. Con curiosidad, volvió a abrir un filtro de amor y volvió a aspirar. El olor no había cambiado. Se había intensificado y empezó a notar una nota a vino tinto… Cerró el filtro y disimuló cuando escuchó los pasos de su cita. George bajó con dos copas en la mano y una botella de vino por abrir.
- ¿Por qué tiene vino guardado en la tienda?
- Mis hermanos y yo tenemos un pequeño apartamento justo arriba, en el tercer piso. Ahora lo uso yo, ya que Fred y Ron comparten casa con sus parejas - explicaba mientras rellenaba ambas copas.
Mientras bebían George le volvió a hacer un tour por la tienda, enseñándole los mejores artículos para él y explicándole con detalle cómo junto con su hermano los había ido desarrollando. La botella se fue vaciando, hasta que finalmente Lis se sentó en las escaleras. George estaba delante de ella, apoyado de lado en la barandilla.
- Es increíble todo lo que han logrado su hermano y usted. Hay que tener una tremenda imaginación para ingeniar cosas así - señaló al aire, haciendo referencia a prácticamente toda la tienda.
George sonrió modesto.
- Y, aún así, no hay nada que haya creado que le produzca gracia - comentó George, mientras la observaba intentando descifrar los misterios que aquellos ojos avellana guardaban.
Lis se defendió con cuidado e inocencia.
- No se lo tome como algo personal - sonrió de lado la muchacha. La respuesta pareció no ser suficiente para la mirada de animalito que George le procesaba. Así que continúo – yo lo veo como una tara que hay que solventar.
- ¿Una tara? - preguntó sorprendido George.
- Sí.
- Es imposible que usted tenga una tara, señorita Graham - defendió el pelirrojo.
- Señor Weasley, debe asumir que alguien que es incapaz de reír a carcajadas con sus artículos tiene alguna tara. Estoy rota.
George dejó la copa de vino a un lado de la escalera. Acercó su rostro al de ella, poniéndose a su nivel, y la miró directamente a los ojos.
- Señorita Graham, es imposible que usted esté rota. Es absolutamente perfecta.
Lis no tuvo tiempo de reaccionar, cuando George acercó sus labios a los de ella y la besó. El beso rápidamente fue devuelto, sin necesidad de pensar en las consecuencias, en los traumas ni en las taras. Fue Lis la que besó los labios de George con sensualidad, acariciándolo con la lengua. El beso se volvió húmedo y pasional. George, sin apartarse, se puso de rodillas ante ella, que seguía sentada en las escaleras y, con confianza, le agarró de las caderas y la acercó a su cuerpo. Se disfrutaron durante un buen rato. Al apartarse, cogieron aire aún con las frentes pegadas. No dijeron nada más, lo único que pudieron hacer fue sonreírse.
