Disclaimer: No me pertenecen, ninguno de ellos, lamentablemente.

Trigger Warnings: Sexo explícito. Sexo oral, sexo anal, snowballing, mordiscos y cum play. Masturbación. Rimming muy explícito. Creampie y Swallowing.


AÑOS DESPUÉS

—¡Papá, Teddy ha vuelto a hacerlo! —Harry se volvió hacia su hijo James, que caminaba enfurecido por el pasillo del castillo, escoltado por Rose y Scorpius. Tanto ellos como el resto de sus compañeros y compañeras eran distinguibles de los estudiantes adolescentes de Hogwarts con facilidad, no sólo por la escasa estatura, también porque no llevaban el tradicional uniforme. No tendrían derecho a vestirlo hasta que cumpliesen once años y pasasen por la ceremonia de selección.

—¿Te ha ignorado mientras estaba con sus compañeros? —adivinó Harry, que sabía que esa había sido la fuente principal de conflicto entre ambos durante el curso.

—¡Sí! Dijo que nos perdiésemos de vista un rato. —Harry suspiró. Iba a tener que hablar con su ahijado de nuevo y, además, explicarle a James que, por unidos que estuviesen, Teddy estaba entrando en una etapa difícil y que convenía ser paciente.

—¿Quieres que lo invitemos a cenar? La directora no nos pondrá ningún impedimento y…

—¡No! —dijo James, enfurruñado—. Déjalo que vaya con sus amigos —añadió, impostando en su voz un tono de burla al decir la última frase que no le salió demasiado bien.

—Entonces, venga. A clase. —Observó a James, Scorpius y Rose entrar en el aula y luego sacó una grulla de papel del bolsillo interior de su túnica de profesor. Escribió apresuradamente a Draco para que trajese consigo a Teddy a casa al terminar las clases y luego entró también en la clase, listo para afrontar la segunda mitad de la jornada.

Hogwarts había dejado de ser un internado para adolescentes. Mejor dicho, era algo más que eso. La propuesta inicial había partido de McGonagall, pero Hermione había sido quien había trabajado durante tres años hasta conseguir hacerlo realidad. Cuando la directora se enteró de que Harry trabajaba impartiendo clases en un colegio muggle, no tardó en extenderle una oferta de trabajo. Harry, ignorando las burlas de Draco acerca de quién era el favorito de la antigua jefa de Gryffindor, le había explicado que su formación se centraba en trabajar materias muggles con niños de hasta doce años y que no se había planteado especializarse en la teoría mágica necesaria para impartir clases de las asignaturas del colegio.

«Señor Potter, lo que le estoy proponiendo es que dé esa formación muggle aquí, en Hogwarts», había contestado la directora, mirándolo por encima de sus gafas.

Había costado mucho trabajo convencer primero al Ministerio de Magia y luego aplicar la magia necesaria al castillo para que Hogwarts fuese visible a los menores de once años y que estos pudiesen entrar en él. Después, organizar toda una red de chimeneas en una enorme aula del castillo para facilitar que pudiesen acudir a clase a diario sin necesidad de utilizar el Expreso ni pernoctar a una edad tan temprana. Hermione se había preguntado qué hacer con los niños de sangre muggle y, cuando Harry le había hecho notar que ellos ya estaban recibiendo esa educación básica, había arrugado el gesto de su cara en desacuerdo.

«Pero estos niños y niñas están forjando vínculos de amistad. Cuando lleguen, con once años, habrá muchos grupos sociales creados. Se trata de que se mezclen, no de que vuelvan a separarse».

Todavía estaba en ello. Este mismo curso habían empezado varios alumnos de sangre muggle, de la edad de James, Scorpius y Rose, a modo de prueba piloto. La visión de sus caritas asombradas ante la magia que pronto podrían aprender compensaba cualquier quebradero de cabeza acerca del Estatuto del Secreto Mágico que pudieran estar teniendo en el ministerio.

No fue fácil pastorear al pequeño grupo compacto que eran James, Scorpius y Rose al terminar la clase antes de la hora del té. Si bien los alumnos más pequeños se quedaban a almorzar en el Gran Comedor con el resto, regresaban a sus casas antes de que atardeciera en invierno. El pasillo en dirección al Aula de las Chimeneas, como se la denominaba ahora, estaba atestado de un pequeño río de pequeñas cabezas, pero Harry retuvo a los tres suyos consigo y los guio hacia el Gran Vestíbulo. Allí lo esperaba Draco, con una mano apoyada con aire casual sobre el hombro de Teddy. Para que pudiera pasar la tarde con ellos era necesario que se saltase algunas clases y, por tanto, que le dieran el permiso para hacerlo, así que no solía ocurrir a menudo.

Al verlo, James torció los labios en un mohín, recordando que estaba enfadado con él. Sin embargo, tras enfilar el camino que llevaba a Hogsmeade, Teddy se acercó a él con un gesto de disculpa en el rostro y antes de llegar a casa ambos estaban parloteando animadamente, como de costumbre.

—Gracias —le dijo Harry a Draco, que elevó la comisura derecha de su labio en una sonrisilla de suficiencia, al entrar en casa. McGonagall les había ofrecido estancias en el castillo o conectar las chimeneas de Grimmauld Place y Malfoy Manor, pero ellos habían preferido estar un poco más cerca y dejar los viejos caserones para los periodos vacacionales y las fechas señaladas en el calendario mágico.

—En realidad, no he hecho nada. ¿Un mal día, Potter? —Al contrario que él, Draco no parecía tan cansado. Probablemente era porque los primeros días no tenía mucho que hacer, salvo actualizar los historiales del alumnado. Sería unos días después, cuando empezase a realizar la revisión individual de todos los alumnos y alumnas y comenzase la primera temporada de gripe al encerrar tantas personas entre las cuatro paredes de un castillo, por enorme que fuese, que el rol de extenuación se invertiría.

—Uno especialmente cansado. El inicio de curso es agotador, ya sabes.

—Es… una lástima. —Las palabras de Draco reverberaron en el abdomen de Harry, cosquilleándole de excitación, pero ninguno dijo nada más.

Draco se había dejado crecer aún más el cabello y la trenza en la que se lo solía peinar le llegaba ya a la mitad de la espalda. Vestía al estilo mágico, con sencillez, pues en Hogwarts usaba un uniforme médico. Tras el divorcio había decidido que, si iba a realizar virajes en el timón de su vida, no se iba a conformar sólo con Harry. Nott se había resistido a su oferta durante algunos meses, hasta que Draco había fingido estar dispuesto a contratar a otra persona, y ahora trabajaba gestionando el patrimonio y capital de los Malfoy a cambio de un jugoso salario, además de las suyas propias. Había sido un escándalo en los círculos más tradicionales de las familias mágicas, porque era algo inusitado hasta ese momento, pero a nadie le importó una vez habían pasado varios días y se acostumbraron. Por su parte, Draco había estudiado Sanación, consiguiendo aprobar todos los estudios a la primera gracias a que ya poseía la mayor parte de los conocimientos, adquiridos de forma autodidacta. A pesar de su decisión de estudiar lo que siempre había querido, no contaba con ejercer de ello tan rápido cuando McGonagall lo abordó una de las tardes que fue a recoger a Scorpius al colegio y le informó de que Madame Pomfrey se jubilaba al final de ese curso.

«Creo que ha olvidado con quien está hablando, directora», había dicho Draco, con una tensa sonrisa y la espalda rígida. «No creo que sea una buena idea, los padres…»

«Le di clases durante ocho años, señor Malfoy, no voy a admitir que ponga en tela de juicio mi memoria. Sé perfectamente quién es, por eso puedo ofrecerle el puesto y defender mi decisión».

Harry no había asistido a la conversación, pero sí había hablado con McGonagall sobre los progresos de Draco. Lo suficiente, al parecer, como para que la directora tomase la decisión, aunque él no supo nada hasta que, el siguiente curso, cuando Harry fue a Hogwarts para preparar la llegada de sus alumnos el primer día de septiembre, Draco lo había acompañado.

«Al parecer, es otra cosa en la que tenías razón, Potter cabezota», había dicho en respuesta a la expresión inquisitiva de Harry, que se alegró de que otro prejuicio hubiese sido derribado. Todavía no había olvidado lo ocurrido en Las Tres Escobas y, de hecho, evitaban intencionadamente el pub si podían, pero se alegraba de que su esperanza en el cambio de la sociedad estuviese fundada.

La vida había encajado como un puzle. Harry impartía sus clases de lengua inglesa, matemáticas, literatura, ciencia e historia y se atrevía incluso con asignaturas que no correspondían a su especialidad, como música o educación física, deseoso de que todos los niños y niñas que pasasen por su aula tuviesen la mejor base posible en su futuro. Draco regía con rostro férreo y mano tierna la enfermería del colegio y, si algún alumno recelaba de su pasado mortífago por prejuicios familiares, no tardaba en ganarse su confianza. Ginny había conseguido no sólo llegar a la selección inglesa, sino que cosechaba victorias y premios de forma constante. Astoria había formado una especie de asociación benéfica de brujas, para lo cual había reclutado a su madre, hermana y suegra; vivía en el cottage que Draco le había proporcionado para ella y Scorpius y, una noche, les había confesado que creía que los muggles habían encontrado la respuesta a su forma de ver la vida, el amor y el sexo. Hermione había llegado a la secretaría del ministro y había conservado el puesto incluso cuando Shacklebolt renunció en las siguientes elecciones. Su nombre empezaba a sonar con fuerza para las próximas. Ron, por su parte, prefería la tienda de su hermano, encontrando la felicidad en un foco alejado de la mirada del gran público y accesible en la de los más pequeños.

Teddy ya era un chico espigado. Era impulsivo, como su madre, pero tenía la parsimonia de los gestos de su padre. El color de su pelo cambiaba de forma constante desde que había entrado en la pubertad, pero el azul eléctrico, su favorito, era el que adoptaba en presencia de su mejor amigo: James. Este se parecía más a la parte Weasley de Charlie y George que a la de Ginny o a los genes de Harry, pero su carácter irascible lo había sacado de él. Scorpius había crecido para ser un chico saludable cuya delicadeza infantil se había tornado en una mirada desafiante en torno a los siete años y todavía la conservaba. Hacía piña, para disgusto de Draco y Harry, que empezaban a temer su internamiento en Hogwarts en pocos años, en cualquiera de las travesuras de los otros dos, pero sin duda tenía preferencia por Rose, con quien peleaba tanto como hablaba durante las clases.

—A la ducha —ordenó Harry a James al cabo de varias horas, cuando terminaron de cenar. Su enfado con Teddy ya se había desvanecido del todo y ambos hablaban en apresurados susurros que Rose y Scorpius escuchaban con cara impasible e indiferente.

—¿Qué? ¡No! Todavía es pronto —protestó, pero Harry sacudió la cabeza.

—El resto va a marcharse ya. El toque de queda de Hogwarts va a empezar dentro de poco. A la ducha. Mañana vais a volver a veros, no necesitáis estar pegados todo el tiempo.

Draco se rio a carcajadas desde la cocina, pero las protestas de James lo sofocaron. Sin embargo, Harry no se equivocaba. La chimenea se encendió cuando Ron cruzó para recoger a Rose y luego Draco acompañó a Scorpius a la casa de Astoria, donde dormiría. James solía pasar las noches con ellos durante las temporadas de quidditch y el resto del tiempo con su madre. Para cuando James, todavía renuente, desapareció por el pasillo hacia el cuarto de baño, Harry acompañó a Teddy de regreso a Hogwarts. Su ahijado caminó en un silencio meditabundo y él no lo interrumpió, porque se sentía cómodo y plácido.

Eran felices.

Era la única promesa que Draco y él habían intercambiado en su boda. Hacerse feliz el uno al otro. No habían podido casarse a ojos de la sociedad muggle, pero sí habían realizado el ritual que correspondía al matrimonio tradicional mágico. Harry había escogido a Ron para ser su padrino y testigo. Draco había preferido a Astoria, que había estado encantada y emocionada por ello. La boda fue ecléctica. Los amigos de Draco, con los que Harry no había tenido relación alguna y que, por lo visto, no habían sabido nada de él hasta que el matrimonio Malfoy había anunciado su disolución, habían asistido con aire circunspecto y resignado. Los Weasley, en cambio, habían aportado todo el bullicio necesario para convertirlo en una algarabía. Narcissa y Andromeda habían intentado mantener la formalidad, pero sus rostros se habían derretido en ternura al ver a Scorpius, Teddy y James, pequeños y adorables en sus trajes de corte mágico, portar las alianzas que intercambiaron y participar activamente de la pronunciación de las palabras del ritual.

Habían disfrutado, incluso, de una luna de miel en Francia. Habían hecho turismo, pero Draco le había prometido regresar más adelante y hacerle de cicerone a cambio de utilizar algunas de esas oportunidades para compartir la cama. Por eso, sus recuerdos de París mezclaban el pelo largo y ondulado de Draco al desatarse la trenza, desparramado en la cama mientras Harry lo cabalgaba con los grandes cuadros de artistas muggles del Louvre. La majestuosidad suntuosa de las calles y mercados mágicos de la ciudad parisina se fundía en sus recuerdos con los labios de Draco, ansiosos, recorriendo con besos, mordiscos y lamidas en sus pezones, muslos y hombros. Había recuerdos borrosos y oscuros, por tener la cara apretada contra la almohada y las piernas cerradas para permitir que Draco pudiese encaramarse detrás de él y abrirse paso con esfuerzo a través de la presión extra que eso le proporcionaba. Y de la torre Eiffel recuerda el frío en sus manos, en lo alto de la estructura, fuera del horario permitido, y la calidez de la boca de Draco mientras lo incitaba a correrse dentro de ella. Cuando lo hizo, Draco lo sorprendió besándolo sin haberlo escupido ni tragado y a Harry le pareció tan excitante que al regresar a la habitación le había suplicado que lo follase con la intensidad que tanto le gustaba y a la que Draco no podía resistirse.

Sin el resto de su familia allí, James no se opuso a ser enviado a la cama temprano, pero sí le pidió a Draco que leyese un rato con él. Desde que había cumplido ocho años, los cuentos habían sido desterrados antes de la hora de dormir, cambiados por emocionantes novelas infantiles que leía con Harry o con Draco. Gracias a eso, había encontrado historias más completas y satisfactorias y también había mejorado su competencia lectora. Scorpius había acabado aficionándose a la lectura por el empeño de Draco en hacer lo mismo con él en las noches que le tocaba cuidar de él, pero se negaba a leer en las noches compartidas con James cuando coincidían en la misma casa, algo que sucedía a menudo, escuchando embelesado. Sin embargo, James solía decir que Draco sabía leer sus partes de forma más emocionante que Harry. A este no le molestaba. Al contrario, le gustaba que su hijo comprendiese que «familia» era un concepto flexible. Scorpius era muy pequeño cuando sus padres se divorciaron y tampoco le costó adaptarse a tener dos casas y dos familias, pero para James la presencia de Draco había sido constante incluso antes de que Harry anunciase su relación con él y tuviese una charla con el niño para explicárselo.

Mientras se duchaba y cambiaba de ropa, dejando que el agua caliente destensase los músculos de su espalda y pensaba que hacía mucho que Draco y él no salían a volar al cercano campo de quidditch, como hacían en su octavo año, ahora que las protecciones les permitían cruzarlas sin problema, escuchó las tenues voces de su marido y su hijo leer melodiosamente. No reconoció el libro, probablemente de autoría mágica, cuando se detuvo en el umbral de la habitación de James para contemplarlos un rato. Ninguno se dio cuenta de su presencia, absortos como estaban, ni siquiera cuando regresó a su dormitorio para meterse entre las sábanas, agotado.

Estaba medio adormilado cuando notó el cuerpo de Draco recostándose en el colchón, a su lado.

—Es verdad que ha sido un día cansado —dijo, pegando sus labios al oído de Harry.

—¿James? —preguntó, casi sin volumen, Harry.

—Dormido como un bebé. Y pronto tú también, por lo que veo.

—Lo siento —murmuró Harry, sintiéndose un tanto culpable porque sentía el hormigueo de excitación en su estómago, pero no era capaz de reunir las fuerzas necesarias para cumplir con la velada propuesta que le había hecho Draco horas antes.

Sorprendentemente, la convivencia y la rutina no sólo no habían hecho que el sexo fuese peor. Sin la emoción de encontrarse a escondidas, habían descubierto las maravillas de follar los días que ninguno tenía niños a su cargo, la de hacerlo en silencio para no despertarlos o tener que interrumpir lo que estaban haciendo si se desvelaban y los llamaban. También el sexo perezoso en la mañana, medio dormidos y más lleno de roces que de caricias. El tranquilo, tras una cita planeada. El excitante, cuando el deseo los arrollaba de improviso y cualquier lugar de la casa era válido para deesatarlo. El anhelado, cuando ambos se miraban durante horas o incluso un día antes de arrebatarse la ropa mutuamente y competir por adorar el cuerpo del otro y proporcionarle el mayor placer posible.

—No lo sientas. Te mereces descansar. Hagamos posible que te relajes del todo —dijo Draco. Su mano se deslizó por el abdomen de Harry y reptó bajo la ropa interior de este.

Su cuerpo respondió al instante, excitado. Draco movió suavemente la mano en un ritmo tan familiar para él que ni siquiera necesitó preguntar a Harry si lo deseaba así. Este ni siquiera se movió al correrse, dejando que su cuerpo vibrase de placer y manchase los dedos de Draco. Se había dormido antes de enterarse que este le había limpiado con magia.

A la mañana siguiente, Harry despertó en primer lugar. Era lo suficiente temprano como para que, a través de la persiana entreabierta, apenas entrase un perezoso rayo de sol, débil porque todavía estaba amaneciendo. A su lado, Draco dormía plácidamente. Con el dedo pulgar, le acarició el labio inferior. Este respondió de forma instintiva, entreabriendo la boca y lamiéndole la yema del dedo. Harry ser mordió el labio. Si la noche anterior no hubiese estado tan cansado, probablemente Draco habría usado su semen para prepararlo, como a Harry le gustaba. O se habría relamido los dedos, compartiendo con Harry, en un excitante juego que les encantaba, antes de arrodillarse sobre su rostro para balancearse cadenciosamente dentro de su boca hasta que le arrollase el orgasmo.

Desde que habían hecho oficial su relación, el sexo había pasado a ser todavía más generoso que antes, si eso era posible.

Con delicadeza, Harry posó sus labios en la mejilla de Draco, luego en la punta de su nariz, la comisura de su labio y la línea de su mandíbula. Su cabello, ondulado por la trenza que se había desatado después de que Harry se quedase dormido, se desparramaba por la almohada y le tapaba la frente y los ojos y parte de la espalda.

Moviéndose con cuidado de no despertarlo, Harry se deslizó hacia abajo en la cama, recordando que habían pasado varias semanas desde la última vez que había hecho esto y dispuesto a solucionar su despiste.

A veces prefería meterse el pene de Draco en la boca, sobre todo si este reposaba entre sus muslos en lugar de con una erección nocturna, porque le gustaba sentirlo crecer en su boca y las embestidas inconscientes de este en sueños, justo antes de despertarse al comprender que era real. Sin embargo, los días que Draco dormía así, lo suficientemente de lado, Harry recordaba lo muchísimo que le gustaba, desde aquella apuesta al quidditch que ganó, que enterrase su lengua y labios entre sus nalgas.

Draco tardó en desvelarse. En sueños, gimió y babeó la almohada mientras Harry lamía y chupaba con fruición y deleite. Había conseguido meter prácticamente la lengua entera dentro del esfínter de Draco cuando este se despertó por fin. Dormido aún, se había movido hasta quedar bocabajo y Harry pudo separar sus nalgas con ambas manos para obtener un mejor acceso. Supo que ya estaba despierto porque el siguiente gemido contuvo su nombre, soñoliento y perezoso, y porque levantó las caderas, en una muda súplica por más que Harry se apresuró a complacer.

Siguió lamiéndole el ano con entusiasmo, lubricándolo con saliva para luego endurecer la lengua y puntearlo, penetrándolo. Frotó la punta de su nariz contra él y luego le dio un lengüetazo desde los testículos hasta la parte baja de espalda, obteniendo otro gemido de Draco. Harry continuó, incluso cuando notó la lengua cansada. El esfínter de Draco estaba tan distendido que, cuando logró superar con la lengua el músculo interior, este se apretó alrededor de esta con tanta fuerza que casi lo expulsa. Contó mentalmente las contracciones, que se correspondían con los chorros de semen que Draco estaba derramando sobre la sábana y, cuando este se relajó, desmadejado, siguió lamiendo, esta vez más tranquilo y despacio.

Se detuvo al cabo de un cuarto de hora, cuando Draco le pidió que regresase con él. Harry obedeció, entrelazando sus piernas con las de él y obteniendo un beso largo y lento como recompensa.

—Por Merlín, Harry. Tu lengua merece un monumento —susurró Draco cuando se separaron, todavía con los labios tan cerca que sus alientos se entremezclaban y un hilo de saliva los conectó durante unos segundos.

—Sólo si tu culo tiene otro al lado —dijo Harry, riéndose. Draco le limpió la humedad del mentón provocada por haber estado chupándole tanto tiempo con el dedo pulgar, pero Harry se lo atrapó entre los labios, succionando suavemente.

—¿Quieres que me haga cargo de ti ahora?

—No. Es temprano. Cuando estés listo otra vez, avísame. —Draco asintió y volvió a besarlo, sin importarle qué hubiese estado haciendo Harry con su boca minutos antes.

Al cabo de un rato, asintió, en silencio. Harry no necesitó nada más. Ambos sabían lo que significaba. Volvió a reptar sábanas abajo, esta vez dejando que Draco atrapase su cabeza con los muslos. Se metió en la boca su pene, húmedo todavía por el semen del primer orgasmo, y lo relamió con la lengua, recogiendo todos los restos que quedaban debajo del prepucio antes de succionar. Draco tardó un par de minutos en ponerse duro y atraer la cabeza de Harry hacia sí, obligándolo a mantener su polla dentro de la boca durante varios segundos, y luego lo soltó, permitiéndole coger aire.

Harry regresó de nuevo hacia arriba y fue él esta vez quien besó a Draco.

—¿Es lo que quieres?

—Soy todo tuyo.

Draco susurró el hechizo lubricante clavándole apenas un poco la varita en el esfínter y llenándolo de líquido tibio. En los años pasados, había conseguido perfeccionar la técnica del encantamiento. Cubierto por las sábanas, Harry rotó hasta quedar bocabajo. Perezosamente, Draco se subió encima de él. Apoyó las rodillas entre las piernas extendidas de Harry, pero luego, todavía arropándolos a ambos con el cobertor, se tendió sobre el cuerpo de Harry. Su aliento golpeaba directamente la oreja de este cuando su erección se abrió paso, lentamente, en el interior de Harry. Este apretó los dientes y se abrazó a la almohada, pero Draco le buscó las manos para entrelazar sus dedos con los de él.

Así, con movimientos lentos y perezosos, Draco lo folló durante lo que a Harry le parecieron horas. La incomodidad inicial desapareció y dejó paso a un intenso placer que combinaba el lento roce de la polla de Draco en su interior con la intimidad de sus cuerpos tocándose por completo, casi fusionados el uno con el otro. Cuando Harry se corrió, sin necesidad de estímulo externo alguno, abrumado por la emoción y las sensaciones, apretó los dedos alrededor de los de Draco y su culo sobre su polla y se mantuvo así, jadeando, cuando este aceleró el ritmo de sus embestidas, convirtiéndolas en bruscas entradas y salidas, suficientes para alcanzar su propio orgasmo minutos después.

Al terminar, se quedaron quietos durante varios minutos. El sol terminó de inundar la habitación, caldeándola con sus rayos y haciendo que las sábanas empezasen a ser excesivas sobre sus pieles. Draco se recostó sobre él completamente, todavía llenándolo. Su peso le resultaba agradable a Harry, así como el contacto de su pecho contra la sudorosa piel de su espalda. Su aliento le cosquilleaba en la mejilla cuando exhalaba y ninguno soltó las manos del otro, entrelazados a través de sus dedos, las piernas enredadas y la polla de Draco en el interior de Harry.

Draco no salió de su interior hasta que su erección no decreció y, cuando lo hizo, fue su turno de desaparecer bajo las sábanas para, en otra tradición instaurada entre ellos cada vez que lo hacían así y que este cumplía religiosamente, consolar el algo dolorido esfínter de Harry con la lengua, sin importarle que fuese su propio semen el que goteaba fuera de él. Un escalofrío recorrió el cuerpo de Harry cuando la lengua cálida y húmeda de Draco retozó entre los pliegues fruncidos y dilatados de su ano, acariciándolo con cariño e intimidad y otro más cuando este regresó a sus brazos, besándole con parsimonia una vez más en los labios, inagotable.

Cuando se levantaron, con Draco todavía dejando que su pelo cayese suelto sobre los hombros, la chimenea se iluminó al mismo tiempo que Harry conducía a un adormilado James hacia la mesa, donde el desayuno ya estaba dispuesto para los cinco. Scorpius cruzó la chimenea con Astoria, que los saludó y después sonrió con la picardía de quien sabía por qué Harry se removía sobre su silla, incómodo y cuál era la razón de que Draco no se hubiese cepillado y peinado el cabello nada más levantarse, como era su costumbre.

Al devolverle la mirada, Harry también sonrió. Su nombre aparecía en algún lugar del tapiz de Grimmauld Place, conectada con Draco y con Scorpius, y de ese modo con la vida de Harry. Del mismo modo que el reloj de los Weasley añadía una manecilla más por cada nieto de Arthur y Molly que venía al mundo. Y que, en algún rincón de Malfoy Manor, la vida de Harry se consignaba en un libro imposible de abrir.

Le había prometido a Astoria que haría feliz a su amigo. Todo lo que este no habría podido ser en su matrimonio con ella.

Estaba dispuesto a seguir honrando esa promesa a diario.


Y hasta aquí. Los hemos dejado no sólo enamorados, si no también establecidos a largo plazo, jajaja. Muchísimas gracias por aguantarme y seguirme día a día a quienes lo habéis hecho. Y gracias a quienes estáis por venir en el futuro y leeréis. Sois unes lectores maravilloses.