Derrotado por un demonio
Por Ladygon
Capítulo 1: Demonio angelical
Encontrar una cura para Dean parecía una tarea imposible. Sam y Castiel estaban desesperados por encontrarla, buscando por todos los rincones, mientras Castiel seguía sin fuerzas a causa de la pérdida de su gracia. Sam rastreaba a su hermano con muchos problemas y sabía que la culpa de todo la tenía Crowley.
El ángel estaba tirado en su cama con un fuerte resfriado. Su fin llegaría pronto, aunque pudo levantarse a duras penas para atender a Hannah quien venía a buscarlo.
—Hannah, ¿cómo estás? —saludó con su voz ronca y algunos tosidos.
—Castiel, ¿estás muriendo? —preguntó asustada.
—Sí, pero no deberías preocuparte.
—Puedo ayudarte. Encontraremos tu gracia —ofreció ilusionada.
—Deberías volver, puedo con esto.
—No, no puedes.
Castiel la miró extrañado por la respuesta tan terminante de su amiga. Sabía que no tenía otra forma de evadirla para que lo dejara, y no se preocupara por él. Tuvo que vestirse y acompañarla donde ella quería. Al parecer, tenía buenas pistas al respecto, y ponerlas en prácticas requería la ayuda de alguien que se manejara mejor en el mundo humano.
—¿Sabes la localización de mi gracia? —preguntó Castiel.
—Tengo una idea. Mandé a investigar.
La miró interesado al respecto. Si eso era posible, tendría que ir a ver en dónde tenían su gracia para recuperarla. Se levantó como pudo, ya que no se sentía tan bien como creía. Trató de no ponerlo en evidencia bajo la mirada sospechosa de Hannah, e hizo como si estuviera bien.
Salieron de la habitación rumbo al vehículo. Debería manejar quizás por un tiempo, y no sabía si podría fingir estar bien.
—¿Queda muy lejos de aquí?
—Unos kilómetros al sur. No sé cuánto demoraremos en esta cosa —respondió Hannah.
—No te preocupes por eso, llegaremos bien.
El viaje fue ameno. Ellos conversaban como viejos amigos, aunque se conocían hace poco y partieron rumbo a la dirección que le dio Hannah. Fue un viaje bastante tranquilo, pero largo. Tuvieron que detenerse para cargar gasolina.
Entonces, apareció Crowley y eso nunca era bueno. El rey de los demonios siempre tenía un plan oculto para su propia conveniencia. Daba mucho miedo y Hannah lo tenía. Castiel estaba molesto, no lo quería cerca de él por ningún motivo.
—¿Qué haces? ¿Por qué estás aquí? —escupió agresivo.
—No seas tan quisquilloso alitas. Solo vengo a ver cómo estás —respondió el demonio, haciéndose el simpático.
—¿Por qué?
—¿Qué? ¿Acaso no puedo cuidar a mis amigos?
—Yo no soy tu amigo.
—Por supuesto que lo soy.
Castiel rodó los ojos con fastidio, mientras Hannah miraba con sorpresa todo el espectáculo.
—Puedo ayudarte con tu… problemita. Me refiero a la impotencia… angelical —dijo Crowley con complicidad.
—No necesito de tu ayuda —aseguró enojado.
—¿Por qué dices eso? Es obvio que sí.
El ángel no pudo refutar a eso, y no sabía si aceptar su ayuda. Quedó pensativo un rato, como viendo dónde había dejado el vehículo. Quería irse rápido de ese lugar y extrañó otra vez sus alas. A veces las extrañaba demasiado.
—¿Un aventón? Te puedo llevar donde quieras —insistió Crowley, haciendo el gesto del chasquido.
Habían recorrido la mitad del estado durante muchos kilómetros y ya estaba aburrido. Tuvo una pequeña caída en cuanto a sus convicciones al pensar en aceptar la ayuda del demonio. Crowley pareció leerle la mente y no es que supiera hacerlo, pero conocía bastante bien al ángel como para saber su comportamiento.
—Ya sé, ya sé, no soy muy confiable —confesó Crowley.
El ángel lo miró con seriedad.
—Esta vez debes hacerlo si quieres a Sam con vida —arguyó el demonio.
—¿Sam? ¿Qué sabes de él? —preguntó entre preocupado y agresivo.
—Que buscó a Dean y lo encontró.
Castiel ni siquiera lo pensó.
—Llévame con él ahora mismo.
Fue la orden para el demonio de parte del ángel.
—¡No! —exclamó asustada Hannah—. Estás débil, te matará el demonio.
—Debo ir Hannah, Sam está en peligro.
—No tienes tus poderes y ese demonio es muy poderoso. Tú estás más en peligro que él.
Crowley sonrió y asintió con su desfachatez de siempre.
—Lo que dice la angelita es correcto. Sam es un cazador competente, debería aguantar hasta que consigas tu gracia.
—¡No! —respondió Castiel de forma definitiva.
—Está bien, como quieras, pero después no digas que no te lo advertí —puntualizó Crowley con voz seria—. Necesitaré tu guía para llegar.
El ángel asintió, entonces Crowley puso la mano en su hombro y se teletransportó al búnker. Los dos desaparecieron de la vista de Hannah por un instante, luego, apareció Crowley solo, sin Castiel.
—¡Maldición! —chilló el demonio.
—¿Qué, qué pasó? —sondeó Hannah.
—El maldito búnker me pateó de regreso.
—¿Y Castiel?
—Debió entrar.
—¿Puedes asegurarlo?
—Pues…
Alzó las cejas en actitud de suspenso.
En el búnker se llevaba a cabo un drama bastante peligroso. Dean seguía a Sam con un hacha al más puro estilo de "El Resplandor": una película que a Dean le fascinaba y su hermano debía reconocer que era muy terrorífica. Por eso tal como le pasó a la protagonista, lo único que pudo hacer fue correr por el búnker, tratando de escapar de la ira demoníaca de su hermano poderoso, quien podía hacerlo polvo con un solo hachazo. La desventaja obvia lo hacía temer, pero no por él mismo en realidad, sino por lo que se convertiría su hermano Dean por este hecho. Parecía fuera de sí, no era el mismo para nada, y estaba seguro que lo mataría sin remordimientos.
El miedo se apoderó de su corazón porque no veía la forma de escapar de él. Corrió hasta la cocina y cerró la puerta. Aquí la famosa escena de la película se hizo realidad. Dean comenzó a romper la puerta con el hacha, imitando hasta el "Hello Jonny" y reemplazándolo por el "Hello Sam". Esto le hizo sentir un escalofrío por la espalda. No tenía dónde más huir, y eso provocó que retrocediera como si eso fuera una forma de evadirlo. Fue cuando Dean traspasó la puerta y lo alcanzó.
Estuvo a punto de asesinarlo de la forma más fría jamás pensada, pero apareció Castiel y lo ayudó a defenderse. Lo detuvo y sujetó por atrás con ambos brazos, dando tiempo a Sam para huir. Sin embargo, este no alcanzó a correr.
—¡Sam! —gritó Castiel.
Dean pudo soltarse del ángel y llegar donde Sam para acertarle un buen golpe. Pudo ser con el hacha, pero Castiel lo impidió. Se enredaron con los golpes entre los tres, y Sam voló hacia uno de los muebles donde perdió el conocimiento, mientras Dean y Castiel continuaron luchando. El hacha estaba olvidada en un rincón, solo los golpes continuaban, unos más fuertes que el otro. Castiel estaba perdiendo, totalmente. Todavía no estaba recuperado y no podía soportar el castigo del demonio. Terminó en el piso, tratando ya de sostenerlo, con el único fin de tenerlo ocupado para que no fuera a matar a Sam. Resistía los golpes como podía y su cara se desfiguraba con cada uno de estos. Ya resistió una vez esos golpes que dolieron en el alma, ahora eran mucho peores a lo recordado. Esa vez pensó que moriría, pero ahora sentía otra cosa peor, pues sentía que le rasgaban el alma con cada uno de ellos. Después ya no supo más, porque perdió el sentido y creyó morir.
Perder el sentido para un ángel era como morir, por eso cuando recuperó la conciencia fue tan extraño, que parecía estar fuera de su cuerpo. Como una experiencia extra sensorial no podía moverse, y miró a su alrededor. No podía identificar donde estaba, pero era el búnker. Buscó a Sam y no lo vio en ninguna parte.
—Por fin despierta la bella durmiente —comentó la voz conocida.
Castiel dirigió su mirada hacia el demonio. Se veía muy poderoso y seguro de sí mismo. Sintió miedo de solo verlo en esa postura, generalmente, no sentía miedo como el ángel que era, y por eso se arriesgaba muchas veces en perder la vida.
—¿Dónde está Sam? —preguntó Castiel con insistencia.
—¿Sam? ¿Es lo único que te preocupa? Deberías preocuparte por ti —amenazó Dean.
—Solo dime si Sam está bien.
—No tengo por qué.
—¿Por ser un demonio?
—En parte por eso, pero me gusta tenerte en suspenso —concluyó.
El ángel se removió muy incómodo en su sitio. No tenía mucha energía, pero eso nunca fue un impedimento para él. El demonio tenía razón, lo único que le preocupaba era Sam. Debía hacer que confesara para quedar tranquilo a la hora de su muerte.
—¿Por qué no me has matado?
—Quería resolver un asunto contigo.
—¿Cuál asunto?
—No puedes ser tan inocente.
Castiel guardó silencio, sabía cuándo querían humillarlo. Ahora venía el discurso despectivo de sus enemigos. Solo que viniendo de ese rostro, en verdad dolía mucho escuchar esas palabras de odio y burlas a la que estaba acostumbrado.
—¿En serio estás acostumbrado?
Siguió en silencio, no había nada qué decirle a ese demonio. Él necesitaba una cosa que le dijera y con eso estaba listo para morir.
—Todavía esperas que te diga sobre Sam ¿No?
Castiel no respondió. Pudo reconocer la celda donde estuvo Dean encadenado, pero la silla estaba en un rincón y el dibujo en el suelo borrado en algunas partes, destruido. El piso tenía un frío extraño y guardó silencio.
—No alcancé a matarlo. Preferí traerte aquí para tener una hermosa charla con mi viejo amigo.
—Ya no somos amigos.
—No seas así, yo todavía me considero tu amigo y podemos relacionarnos de forma más profunda —insinuó Dean.
—No es necesario.
—Sea o no sea necesario, así será.
—¿De qué hablas? —sonaba muy confundido.
Por primera vez el demonio no lo miró con esa expresión de burla en su rostro. Eso le dio mala espina. Parecía tener alma humana no corrupta y eso era prácticamente imposible. No podía encontrarle lógica a lo que estaba mirando. Dean estaba muerto, y ya no existía ese humano fenomenal que conoció en un principio.
Ese rostro se le acercaba y no era el rostro de Dean, ya no lo veía. Era un demonio con rostro horrible como cualquier otro demonio. Dean no era ninguno en especial en cuanto a la forma, pero parecía que en el fondo estaba compuesto de algo diferente, ya que debía ser poderoso por ser un caballero del infierno, es decir, por tener la marca de Caín.
—Te tendré de mascota —concluyó el caballero demonio.
Ninguna lógica podría comprender lo que estaba diciendo. Los demonios solo tenían un tipo de mascotas.
—Yo no soy un perro del infierno —observó Castiel.
—Eres un perro, quizás del cielo, pero perro al fin.
—¿De qué hablas? No soy un perro.
—Lo eres. Eres mi perro.
El ángel frunció el ceño sin entender nada. No se imaginaba lo que pasaba por la cabeza del demonio extraño. Seguramente, nada bueno, quizás algo terrible que no podía imaginar. Trató de zafarse de las amarras a sus espaldas, pero no pudo a causa de su debilidad.
—No te serviré de mucho, pronto moriré.
—¿Cómo?
El rostro de confusión del demonio fue un poema. No supo si sentirse mal por él, ya que se quedaría sin juguete o lamentarse de su mala suerte por ser quién era. No podía evitar ser el ángel que siempre fue. Igual estaba muy amargado con todo lo que sucedía, pero ni siquiera tenía tiempo de esto, porque no sabía si Sam estaba vivo o no.
—¿Por qué morirás? Eres un ángel, eres inmortal.
—Ya no tengo mi gracia, esta se agota —explicó con simpleza.
—¿Y cómo sucedió eso?
—¿No lo recuerdas?
—Ese tipo feo fue. El mismo que me mató, pero para mí fue bueno.
—No fue bueno para Dean.
—Yo soy Dean.
—No, no lo eres —aseguró.
—Si te refieres al antiguo Dean, claro que no lo soy, pero ahora estoy mejor en todos los sentidos y me encanta.
Castiel no dijo nada a eso. No podía refutarlo de ninguna forma. Era cierto en la medida de los demonios. Incomprensible para los ángeles como también para los humanos. Debía considerar que esto sería el final y nunca pensó en pasarlo con un demonio, menos si ese demonio era Dean.
—Ahora que nos estamos entendiendo, llevarás esto.
Alza un collar en su mano. Uno de color negro y ligeras puntas de metal. Un collar de mascota, lo cual le pareció muy curioso. Muchas veces lo compararon con un perro, esperaba que fuera por lo fiel, no por lo faldero, aunque ignoraba qué tipo de perro quería este demonio.
—Piensas demasiado —señaló Dean.
—Me lo han dicho.
—La acción es mucho mejor a eso.
—Eso decía alguien que conocí, pero que ya no existe.
—Ese alguien soy yo. ¿Por qué dices tonterías? Ahora soy poderoso y puedo hacer lo que quiera sin estúpidos remordimientos como lo hacía el llorón de antes.
—Ese llorón era más valiente que tú.
El demonio rio sin control, parecía loco. La visión para el ángel fue de repugnancia. Aun así, lo aguantó con una mueca de asco en su cara. El otro no dio cuenta de esto por estar riendo y como lo vio tan distraído, trató de soltarse con ahínco.
—¿Qué haces?
Castiel se detuvo de inmediato y lo miró con cara de inocencia. Eso removió algo en el interior del demonio que no supo lo que era, pero su naturaleza impulsiva le hizo acercarse al ángel. Quería asegurar algo que no podía saber. Fue muy rápido, tanto que el otro no alcanzó a moverse cuando llegó sobre él, y trató de quitárselo de encima con nulo éxito. La profundidad de los ojos verdes de Dean lo paralizó. Parecía humano —o el humano era él—, sentía que no tenía fuerzas y sus poderes de ángel lo abandonaban. Esa imagen se nubló, quedando en la seminconsciencia, y por un momento vio al viejo Dean, a su Dean, el único e irrepetible.
De verdad lo adoraba con todo su ser y por un lado agradecía no poder verlo como un demonio nunca más, puesto que moriría muy pronto. Agradecía las caricias, las primeras y las últimas de su delirio con un Dean en su esplendor.
—Eres muy bello.
—Tú lo eres —susurró casi sin aliento.
Se sentía mareado sin poder dilucidar lo real. Parecía un sueño de lo más agradable, y se dejó llevar ya que estaba demasiado cansado y no valía la pena seguir luchando. Fracasó en todo lo que le importaba, y ahora llegaría su hora. Al menos podría disfrutar un poco de este sueño.
—Apuesto que me amas.
—Sí.
—Quiero verlo.
—¿Ver?
Si se podía ver algo así, no tenía idea cómo y ya estaba demasiado confundido como para responder que no entendía. Entonces olvidó lo que dijo, porque unas caricias lo hizo sentir tranquilo. Esas caricias las había sentido antes. No eran ignorantes para él, pues recordó a Ámber y su única relación sexual en el mundo terrestre como humano. Se sentía muy igual, pero más intensa. Si la muerte era de esta forma, lo agradecía. Fue un momento que perduró y luego el dolor lo penetró con fuerza. La muerte se acercaba y ya no supo nada. Era el fin para él.
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