Percy Jackson, pertenece a Rick Riordan.

Corrige tus errores y sonríe al futuro.

09: Madre e hijo en el Arco.

Argus nos sacó en coche del campo y entro en el oeste de Long Island. Se sentía raro estar en una carretera de nuevo, Thalía y Clarisse sentados a mi lado como si fuéramos en un viaje compartido normal. Después de dos semanas en la Colina Media-Sangre, el mundo real parecía una fantasía. Me encontré mirando a cada McDonald's, cada niño en el coche de sus padres, todas las vallas publicitarias y el centro comercial.

Argus nos dejó en la estación de Greyhound en el Upper East Side, no lejos del apartamento de Gabe y mi mamá.

Argus descargo nuestras maletas, se aseguró de que teníamos nuestros tiquetes de autobús, y luego se alejó, el ojo en la parte posterior de su mano se abrió para vernos cuando salió del estacionamiento.

La lluvia seguía cayendo.

Estábamos inquietos esperando el autobús y decidimos jugar algún Hacky Sack con una manzana de Clarisse. Thalía era increíble. Ella podía rebotar la manzana contra su rodilla, su codo, su hombro, lo que sea. Yo no estaba tan mal para mí mismo y Clarisse, desafiante, como cualquier hija de Ares, demostró tener bastante control. Si así lo quisiera, podría ser jugadora de Futbol Soccer.

Por último, el autobús llegó. Mientras estábamos en la línea de a bordo.

Me sentí aliviada cuando por fin llegamos a bordo y nos sentamos juntos en la parte trasera del autobús. Tomé en mis manos mi espada, en forma de lapicero.

Cuando los últimos pasajeros subieron, Thalía, quien estaba a mi lado, apretó su mano en mi rodilla. — "Penny".

Una anciana acababa de abordar el autobús. Ella llevaba un vestido de terciopelo arrugado, guantes de encaje, y un sombrero naranja sin forma que ensombrecía su rostro, y llevaba un bolso grande de Paisley. Cuando alzó su cabeza, sus ojos negros brillaban, y mi corazón dio un vuelco. Era la señora Dods. Más vieja, más ajada, pero definitivamente el mismo rostro maligno.

Detrás de ella llegaron dos viejas más: una en un sombrero verde, una en un sombrero púrpura. De lo contrario, eran exactamente iguales a la Sra. Dods. Las mismas manos nudosas, bolsos de mano Paisley, arrugados vestidos de terciopelo. Triple abuelas demonio.

Se sentaron en la fila debajo de la nuestra.

El autobús salió de la estación, y nos dirigimos por las pulidas calles de Manhattan.

—Lord Hades está agradecido, contigo, Jackson. —me dijo la Sra. Dods —Ha convencido a Zeus y tienen doce días, para encontrar lo que ha sido robado. Doce días Jackson. Ni un solo minuto más.

—Entendemos, Alecto—aseguró Clarisse y ella asintió.

Para ese momento, estábamos en la Novena Avenida, en dirección al Túnel Lincoln.

Alcanzamos el Túnel Lincoln, y el autobús quedó a oscuras a excepción de las luces de marcha por el pasillo. Estaba extrañamente tranquilo sin el sonido de la lluvia.

Salimos del túnel y el viaje continuó, sin que fuéramos atacadas por abuelas demonio.

El viaje se nos hizo eterno y sin emociones, entonces comenzamos a aburrirnos y empezamos a hablar sobre modas veraniegas y música. Hablamos sobre cantantes de Punk Rock, que estuvieran buenas y la Sra. Dodds, nos enseñaba los dientes, cuando hablábamos sucio sobre alguna cantante en específico y rastrillaba su látigo amenazante. —Doce días —repitió, mientras llegábamos a la parada de autobuses y se bajaron con nosotras, nos aproximamos e la estación y el bus detrás de nosotras, explotó. Entonces, la Sra. Dodds señaló hacia la derecha, hacia la estación del tren. —Hay una estación de Amtrak en esa dirección. El tren hacia el oeste se va al mediodía.

Pasamos dos días en el tren Amtrak, dirigiéndonos hacia el oeste a través de las colinas, sobre ríos, pasando ondas de granos color ámbar.

No fuimos atacados ni una vez, pero no me relajé. Sentí que estábamos viajando dentro de una vitrina, siendo observados por algo desde arriba y quizás desde abajo.

Traté de mantener la calma.

El resto del día nos lo pasamos alternativamente paseándonos por el tren (porque nos costaba mucho, quedarnos quietas) o mirábamos por las ventanas.

Una vez, divisé una familia de centauros galopando a través de un campo de trigo, los arcos listos, y cazaban el almuerzo. Les avisé a las chicas y se maravillaron ante la vista. No fue como en la línea de tiempo pasada, donde yo estaba segura de que Clarisse y Thalía lo vieran. El pequeño chico centauro, que tenía el tamaño de un pony de segundo grado, captó nuestras miradas y saludó.

En otra ocasión, hacia el atardecer, vimos al león de Nemea, moviéndose a través de los bosques. Un león salvaje en América, del tamaño de una camioneta Hummer. Su pelaje dorado brillaba con la luz del atardecer. Luego saltó entre los árboles y desapareció.

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Hacia el final de nuestro Segundo día en el tren, junio 13, ocho días antes del solsticio de verano, pasamos a través de las colinas doradas y sobre el río Mississippi en San Luís. Y allí estaba: el Arco de la puerta, que, para mí, todavía lucía como el asa una gran bolsa de compras pegada a la ciudad. —Cuando Grover, Annabeth y yo vinimos, Quimera y su madre, nos esperaban. —dije yo —Una prueba de valor. Grover y Annabeth, lograron descender y yo me enfrenté a ellos dos, por mi cuenta.

—Pues vamos a matarlos nuevamente —dijo Clarisse sonriente, colocándose de pie. Thalía comenzó a reírse divertida y también se levantó.

Entramos a la ciudad. Thalía observó como el Arco desaparecía detrás del hotel. Nos metimos en la estación del centro de Amtrak. El intercomunicador nos dijo que tendríamos una parada temporal de tres horas antes de partir hacia Denver.

El Arco estaba como a una milla de la estación del tren. A final del día las colas para entrar no eran tan largas. Hicimos nuestro camino hacia el museo subterráneo, mirando vagones cubiertos y otra basura del siglo XVIII. No era tan interesante.

Ellas notaron, cuando yo tomé mis armas en mis manos. El lapicero y el broche de cabello, el cual me quedó suelto y mis compañeras silbaron coquetamente. Vi el pequeño ascensor por el que íbamos a subir al tope del Arco, y supe que estaba en problemas. Había olvidado eso. Odio los espacios confinados. Me vuelven loca.

Nos metimos con esta señora gorda y su perro, un Chihuahua con un collar de imitación de diamantes. Me supuse que el perro era un Chihuahua lazarillo. Porque ninguno de los guardias dijo nada. Empezamos a subir, dentro del Arco. Nunca había estado en un ascensor que fuera en línea curva, y mi estómago no estaba muy feliz por eso. — ¿Sin padres, pequeños? —nos preguntó la señora gorda.

—Mis tíos les tienen miedo a las alturas, pero nosotras queríamos ver más de cerca el Arco y vinimos —dijo Clarisse, como fingiendo ante la señora, que Thalía y yo, éramos hermanas.

En la cima del arco, la plataforma de observación me recordó a una lata de estaño con moqueta. Las filas de pequeñas ventanas daban a la ciudad en un lado y al río en la otra. La vista estaba bien, pero si hay algo que me guste menos que un espacio confinado, es un espacio confinado de seiscientos pies en el aire. Estaba lista para irme bastante rápido.

Arriba, había una de estas guías de museo, excepto que, en este caso, era una guía que te hablaba sobre el Arco. Mujer que no estaba, en la línea de tiempo pasada, aquí arriba. Ella era como una Annabeth adulta de cabello rojo, quien siguió hablando sobre los soportes estructurales, y de cómo ella habría hecho las ventanas más grandes, y diseñado una vista a través del piso. Ella probablemente podría haberse quedado allí arriba por horas, pero por suerte para mí el guardia del parque anunció que la plataforma de observación se cerraría en unos minutos. Por suerte para mí el guardia del parque anunció que la plataforma de observación se cerraría en unos minutos. Dirigí a mis novias hacia la salida, llevándolas hasta el elevador, mientras que yo, les susurraba lo que estaba por pasar, pero ambas me detuvieron y le pidieron al guardia, que permitiera a la familia de turistas subirse, pues ellos hubieran quedado atrapados en el fuego cruzado, y estaba a punto de meterme cuando me di cuenta que ya había otros dos turistas adentro. El guardia del parque dijo: —En el próximo, señorita.

Él Chihuahua me mostró sus dientes, la espuma goteaba de sus labios negros. —Bueno, hijo, —la señora gorda suspiró —si tu insistes.

—Urn, Acaba de llamar al Chihuahua hijo?

Ella enrolló sus mangas de mezclilla, revelando que la piel de sus brazos era escamosa y verde. Cuando sonrió, vi que sus dientes eran colmillos. Las pupilas de sus ojos eran rendijas, como las de los reptiles. El Chihuahua ladró más fuerte, y con cada ladrido, crecía. Primero al tamaño de un doberman... Thalía avanzó su con lanza al frente y les arrojó un relámpago, nacido de su lanza, mandándolos a volar a madre e hijo.

Yo, en un momento bastante "Naruto", hice que el agua surgiera desde la palma de mi mano (aprendí un par de trucos, de mi tiempo en el Campamento Júpiter) y al ser mojados por el agua salada, la electricidad de Thalía, fue peor para ambos.

Clarisse avanzó como un rayo y lanzó una estocada, pero la cola de serpiente de Quimera, se ató alrededor de su brazo, imposibilitándole moverse.

Pero ya estaba yo allí y corté con mi espada, a la cola de serpiente de Quimera, haciéndola sisear de dolor. Cuando Quimera fue a lanzar su fuego, volví a convocar esta vez, el río Misisipi y le hizo extinguir el fuego de Quimera.

Thalía saltó en el hombro de Clarisse y desde su lanza, le arrojó un poderoso rayo sostenido a Equidna, haciéndola gritar de dolor, antes de encajarle la lanza, aun envuelta en relámpagos, directo en el cráneo, matándola y convirtiéndola en polvo.

Quimera se giró, hacía Thalía y ese fue su error, cuando yo decapité su cabeza de cabra y Clarisse le atravesó el cerebro a su cabeza de León.

La familia y la guía turística, quienes veían a través de la niebla, nos agradecieron por salvarle, mientras bajábamos en el ascensor.