-Esta historia es una narración de la vida de la reina María de Aragón, que hasta el día de hoy no ha sido debidamente representada en la literatura ni en la ficción. La trama contiene ficción, pero para desarrollar los acontecimientos históricos que sucedieron realmente. Muchos de los personajes pertenecen por completo a Masashi Kishimoto, más otros personajes, los hechos y la trama corren por mi cuenta y entera responsabilidad para darle sentido a la historia. Les sugiero oír "Flares" de The Script para Izumi, "Saturn" de Sleeping At Last para Hinata, "Ever Dream" de Nightwish para Sasuke, "Viva la Vida" de Coldplay para Boruto, y "Leave All Out The Rest" de Linkin Park para el contexto de la historia.


Abril de 1517/Portugal, Monasterio de la Madre de Deus

Buscando huir de todos y de todo, apenas concluir las exequias de su muy amada esposa, el rey Sasuke se había retirado al monasterio de Penha Longa, en Sintra, donde había residido por dos semanas, viviendo como haría un monje; entre rezos y penitencias continuas, buscando expiar cualquier pecado cometido contra la persona de su amada esposa, ya fuera consciente de ello o lo hubiera hecho sin darse cuenta, y era esta incertidumbre de no saberse digno de ella lo que lo anclaba a la tumba de su esposa en el Monasterio de la Madre de Deus, donde actualmente residía su féretro hasta que se terminase la construcción del Monasterio de los Jerónimos de Belém, ello y su inmenso amor por ella. De rodillas ante la tumba de su esposa y orando incansablemente, el rey Sasuke portaba un sencillo jubón negro—debajo una holgada camisa blanca de cuello alto y cerrado, con mangas ceñidas en las muñecas—con mangas dobles; unas cortas hasta los codos y debajo unas mangas ceñidas hasta las muñecas color gris oscuro, de cuello redondo y doble capa, ceñido a su cuerpo por un cinturón, con largo faldón hasta las rodillas, pantalones negros debajo y botas de cuero, con un toisón dorado alrededor de su cuello, con su cabello azabache azulado más despeinado y descuidado que de costumbre. Fue en ese estado que lo encontró su hermana lady Emi Uchiha, quien habia dejado la corte para ver personalmente como se encontraba su rey, palideciendo de sorpresa y pesar al verlo como un león moribundo, con un enorme peso sobre los hombros.

—Sasuke…— llamó la Uchiha en un suspiro, mas no consiguiendo llamar su atención.

Enlutada como todos en la corte sin importar el paso de las semanas y especialmente habiendo tenido un profundo afecto por su fallecida cuñada—a quien habia amado como a una hermana—, lady Emi Uchiha portaba una enagua negra de escote en V, con cortos holanes a la altura de las mangas, encima un austero vestido negro de escote recto, estampado en seda oliva con bordados dorados en el centro del corpiño y la falda inferior, con los lados del corpiño y la falda superior de lisa seda negra, con mangas holgadas que se ceñian a la altura de las muñecas y una serie de pasadores de perlas cerrando el vestido hasta la altura del vientre, su largo cabello ébano peinado para formar una trenza de tipo cintillo sobre su coronilla y sus rizos caían sobre sus hombros, parcialmente cubiertos por un velo negro con opacos bordados dorado, resaltando más los pendientes de oro, ónix y perla en forma de lagrima a juego con el crucifijo alrededor de su cuello. Aunque no lo habia declarado formalmente, era evidente para la corte que al abandonarlo todo y sumirse en su propio duelo, el rey dejaba el gobierno en manos de su primogénito y heredero el príncipe Itachi, un muchacho capaz, serio, responsable y digno de elogios…pero que solo contaba con quince años, por lo que la decisión del rey no dejaba de ser vista por todos como un tremendo dislate, nacido de la desesperación del monarca a raíz de la muerte de su amada esposa, y que amenazaba con torcer irremediablemente el glorioso camino por el que Portugal transitaba en el mapa de Europa.

—Han pasado semanas, debéis volver a la corte, algunos incluso creen que habéis muerto— expuso Emi, esperando que entrara en razón. —El pueblo teme que los hayáis abandonado, y debéis demostrar que estáis bien, fuerte como siempre— añadió arrodillándose a su espalda y situando sus manos sobre sus hombros.

—¿Cómo puedo parecer fuerte si me siento todo menos eso?— cuestionó Sasuke como respuesta, pero sin voltear a ver a su hermana. —Cada vez que respiro, la ausencia de Sakura inunda todo— su voz sonaba temblorosa, no llena de seguridad como hacía un mes atrás, antes de que la muerte le arrebatara a su amada. —No puedo olvidar las palabras que me dijo en su lecho de muerte…— suspiró bajando la cabeza con profundo pesar.

—¿Cuáles fueron, hermano?— preguntó la Uchiha, desconociendo aquello y queriendo ayudar a su hermano.

Emi no estaba al tanto de nada de eso ya que, como todos, habia tenido que abandonar la habitación privada de su querida hermana para que el rey y ella se despidieran apropiadamente y sin que terceros interfirieran, por lo que solo Sasuke conocía las palabras exactas que Sakura habia dicho en su lecho de muerte, probablemente su última voluntad y que aparentemente le pesaba tener que llevar a cabo, ¿De qué podía tratarse? Sasuke simplemente negó en silencio y sin voltear a ver a su hermana, regresando en su lugar su atención al féretro de su esposa, continuando con sus devotas oraciones, sintiéndose perdido sin Sakura. No cesaba de preguntarse una y otra vez cómo podría seguir adelante, a lo largo de toda su vida siempre había tenido a su lado a una mujer en la que apoyarse; primero su madre, luego sus hermanas, había creído amar a su fallecida primera mujer, Takara, pero había sido con Sakura con quien había encontrado a la más leal de las consejeras y una base firme sobre la que construir una familia, un imperio. ¿Qué iba a ser de él ahora? Su deber era velar por su reino, por Portugal, pero ¿Sería capaz de hacerlo? ¿Cómo podía asumir las decisiones correctas, empuñar firmemente la pluma o la espada cuando carecía de fuerzas para hacerlo? Tenía cuarenta y ocho años, aun no podía considerarse un anciano, mas se sentía infinitamente cansado. Si la vida le había puesto a su alcance oportunidades con las que nunca había soñado, ¿No habría llegado el momento de dejar paso a los jóvenes y retirarse a procurar por la salvación de su alma?

Quizás su hijo Itachi debería ser el rey ahora.


Septiembre de 1517/Reino de las Españas, Tordesillas

La muerte se habia llevado a su majestad el rey Pein, por lo que sin demora se habia convocado a su heredero el archiduque Boruto de Austria para que asumiera el noble cargo de rey de las Españas...no contando los grandes de Castilla con que este se proclamase heredero y rey en suelo flamenco, en Bruselas ni más ni menos, emprendiendo viaje a las Españas un año después y desembarcando en suelo español el 19 de Septiembre de 1517, pero no yendo directamente a la corte como se esperaría; mas de nada de esto se encontraba enterada la reina Hinata, sumida en el más profundo desconocimiento y observando en ese momento como su hija Izumi bordaba sentada en silenció a sus pies. Austera como siempre, la reina Hinata portaba un vestido negro—debajo una enagua blanca de cuello alto y cerrado—con cortos holanes en las mangas que se ceñían en las muñecas y encima una capa o abrigo de seda que se abría por encima de los codos y que permanecía abierta, con una cofia blanca enmarcando su rostro y cubriendo su cabello bajo un velo de terciopelo negro con margen dorado que caía sobre su cabeza y hombros, y alrededor de su cuello reposaba un medallón de oro con un pequeño retrato de su amado Naruto. Los ojos de la reina de Castilla se hallaban en su inocente hija de diez años, de rostro menudo como su figura, nariz respingada, ojos oscuros como ónix y largo cabello castaño recogido en una trenza que caía tras su espalda y peinado por una cofia blanca.

—Lo hacéis muy bien, Izumi— celebró Hinata esbozando la única sonrisa que podía permitirse, solo con ella que le era tan preciada.

Sentada a los pies de su madre y sonriendo mientras continuaba con su labor, bordando una exquisita rosa con gran esmero, la Infanta Izumi portaba un sencillo vestido negro—debajo una enagua blanca de cuello en V y mangas holgadas que se ceñian en las muñecas—de cortas mangas ceñidas hasta los codos, escote alto y cuadrado, y falda lisa, todo el conjunto envolviendo su menuda, así como esbelta, figura. Sin llamar a las puertas de sus aposentos, lo que habría sido más que incorrecto en la corte, si se encontrase allí, las puertas se abrieron y permitieron el ingreso de un hombre de casi 60 años, alto e imponente, de rasgos entre toscos y cincelados aunque no pudiendo calificarse estos como agraciados, y mirada intensa que se enfocó en la reina; vestía un jubón de seda—debajo una camisa de cuello alto y redondo, con cortos holanes en las mangas—apenas visible bajo un pesado abrigo de terciopelo rojo y piel negra, a juego con la boina sobre su cabeza y que enmarcaba su rostro como su cabello castaño. Sentada y leyendo su libro de oraciones hasta ese momento, la reina Hinata volvió la mirada por sobre su hombro, y si se sorprendió por la llegada del noble flamenco, no lo exteriorizó, cerrando el libro cuya página marcó cuidadosamente y dejándolo sobre la mesita junto a ella antes de levantarse con la dignidad que la caracterizaba y acercar sus pasos hacia lord Katasuke Tono, uno de los nobles que habían servido a su fallecido esposo el Archiduque Naruto en vida, y que sabia ahora servía a su hijo el Archiduque Boruto, a quien no veía desde hace años:

—Lord Tono— reconoció la reina con voz estoica, —los fantasmas no envejecen, así pues, vos sois real— obvió con fingida sorna. —¿Venís a darme una mala noticia sobre mis hijos?— preguntó, no sabiendo nada del exterior.

—Alteza, es vuestro heredero, lord Boruto, quien me ordena postrarme a vuestros pies, y solicitaros que lo recibáis, cuando tengáis a bien— declaró Katasuke inclinando muy ligeramente la cabeza, el mínimo.

—¿Mi hijo está en Castilla?— las emociones traicionaron a Hinata, que se esforzó por disimular su sorpresa.

—Así es, señora, y lo acompaña la Infanta doña Fuso— confirmó lord Tono, no pudiendo ocultarle información…esta vez.

Hacía ya once años desde la última vez que habia visto a los hijos que había que tenido que dejar forzosamente atrás para ser jurada reina de Castilla; Fuso su bella primogénita, Boruto su heredero y el orgullo de su fallecido esposo, Hikari su pequeña flor y Kohana una entonces pequeña bebé, que ahora debía ser una floreciente joven...Por las noches y abrazando a su hija Izumi, que ahora escuchaba la conversación con suma atención pese a su evidente juventud, incontables eran los momentos en que Hinata se sentía próxima al llanto, los extrañaba tanto y desearía tenerlos consigo como al menos habia podido hacer en estos años recluida con su hijo Minato, y que la había visitado una o dos veces, además de escribirle cartas bastante seguido, ¿Sus hijos la recordarían?, ¿Creerían acaso que los había abandonado? Lord Tono no se lo diría, mas Hinata no era tonta aunque todos creyeran que estaba loca; su padre el rey Pein habia muerto, era evidente, solo ello justificaba que Boruto estuviera en suelo castellano y siendo—de acuerdo al tiempo—un joven de diecisiete años, y ello también daba sentido a que su anterior "guardián" hubiera sido reemplazado hacía meses atrás por el más flexible Duque de Estrada lord Tokuma Hyuga, pero fuera de ello su cautiverio seguía siendo lo que era, una cárcel, claro que estaba en un Palacio Real, pero sus posesiones desaparecían, no podía confiar en sus propias doncellas, y ni su hija ni ella tenían ropas nuevas sino que debían remendar las que ya tenían por su propia cuenta, algo intolerable.

—Tantas veces me han dicho cosas que no son— suspiró la reina únicamente, no sabiendo en que creer.

—¿Cómo podría mentiros, Alteza?— respondió Katasuke con fingida inocencia y lealtad, ella lo sabía con solo verlo.

—¿Por qué habría Boruto de solicitar audiencia para ver a su madre?— cuestionó Hinata, cansada de que pretendieran burlarla. —Si lo hace, será porque desea ser recibido por la reina— y ella debería separar el rol de madre del rol de reina.

—Sois la propietaria del reino, en vuestra mano esta su salvaguarda, y la de vuestros hijos— asintió lord Tono, aludiendo la problemática que se vivía en el reino.

—Durante años, nadie ha acudido a mí con palabras semejantes— desestimó la reina, no pudiendo creer en ello a esas alturas. —¿Qué ocurre, señor mío?— inquirió con autoridad, queriendo conocer lo que sucedía fuera del Palacio.

—Algunos, por interés, empujan a vuestro hijo Minato a reclamar derechos que solo asisten a su hermano Boruto— expuso el flamenco, teniendo que ser honesto con ella y esperando que como soberana pudiera poner remedio al asunto.

—¿Algunos?, ¿Quiénes?— interrogó hinata, necesitando más información para saber bien cómo proceder.

—La Reina Konan— contestó finalmente lord Tono y ante lo que la reina castellana apartó la mirada con disgusto. —Solo vos podéis conjurar estos males, y evitar que vuestros hijos revivan la historia de Caín y Abel— aunque lo disimuló muy bien, fue notorio el estremecimiento de la reina ante la alusión. —Alteza, ¿Ratificáis a Boruto como vuestro heredero?— preguntó, queriendo tener una certeza.

—Traedlo aquí— respondió la soberana con el porte de una orden y debiendo atender aquella obligación.

No era lo que quería oír, no era una respuesta lo suficientemente clara para hacerla pública ni era algo irrefutable, pero por ahora bastaba lo suficiente para que lord Tono inclinase ligeramente la cabeza a modo de obligación y procediera a retirarse sin más, prometiendo silenciosamente traer consigo al Archiduque Boruto cuando regresase al lugar. Por un lado, fue revitalizante el momento en el que lord Tono se retiró tras oír esa respuesta de su parte, aquello había sido demasiada información que procesar y por lo que Hinata se volvió hacia el asiento que habia estado ocupando anteriormente, sentándose sobre este con un profundo suspiro y observando a la nada, sintiendo como el peso de la corona volvía a recaer sobre ella, mas también el peso de ser madre y sus obligaciones; extrañaba a sus hijos como nada en el mundo, pero también detestaba todas estas obligaciones, la muerte de su amado esposo Naruto la habia aislado de todos, pero ello también habia hecho que otros la vieran débil y le quitasen la potestad de reinar. No, se reprendió Hinata, esbozando una sonrisa consoladora cuando su hija Izumi alargó una de sus manos para entrelazarla con la suya para tranquilizarla; no debía olvidar que las cortes de Castilla jamás la habían desposeído de su título de reina, por tanto, ella seguiría siendo para siempre la reina de Castilla. Ingenua e inocente pese a haber escuchado toda la conversación entre su madre y lord Tono, la Infanta Izumi no entendía mucho de lo que pasaba, solo que volvería a ver a sus hermanos, y ello la llenó de ilusión…


Días después y tras la travesía más acelerada que les había sido posible realizar, el Archiduque Boruto y su hermana lady Fuso llegaron al Palacio Real de Tordesillas, siendo conducidos a la antecámara de los aposentos de su madre a quien primero debían informar de su llegada para no abrumarla; el Archiduque Boruto, ahora nominal rey de las Españas, era un hombre alto para su joven edad, de físico esbelto, ataviado en un jubón de seda dorada—debajo una holgada camisa blanca de cuello redondo y mangas ceñidas en las muñecas—de cuello cuadrado con una línea vertical color café que marcaba el dobladillo de la tela y los botones que la cerraban, de largo faldón hasta las rodillas, mangas abullonadas que se ceñian desde los codos a las muñecas, y encima un pesado abrigo sin mangas marrón oscuro forrado en piel, medias color cobre y zapatos marrón oscuro, con rebelde cabello rubio oculto bajo una boina de seda negra con un broche de oro en el frente, con un toisón de oro alrededor del cuello. Su hermana, la Infanta Fuso, era una mujer de gran belleza, de estatura mediana y brillante cabello rojo peinado en un pulcro recogido tras su nuca y bajo una boina carmesí con bordados dorados a la moda francesa, a juego con su exuberante vestido de seda dorada que remarcaba su esbelta figura, de escote cuadrado y corpiño ceñido y falda con llamativos patrones horizontales color negro, mangas abullonadas con holanes blancos en las mangas y encima un pesado abrigo de terciopelo y piel, resaltando la pesada guirnalda de oro alrededor de su cuello.

—No os dije la verdad; yo si recuerdo a madre— confesó Fuso con un elegante y fluido español, paseándose por la estancia mientras esperaban. —Sus besos, su dignidad, sus gritos, su amor…Dios quiera que todos estos años no hayan sido un calvario para ella— admitió sintiendo añoranza de todo aquello.

Era perfectamente normal que recordase a su madre, habia sido la mayor de la familia al momento de su despedida para que sus progenitores viajaran a las Españas para ser jurados reyes y aún atesoraba esos recuerdos en su mente, pero habia intentado suprimirlos para no sufrir por extrañarlos como ahora y en que, si bien no lo exteriorizaba, temblaba de pies a cabeza por solo imaginar volver a ver a su madre, es más, estaba ansiosa por ello, pero en el fondo temía llevarse una decepción. Teniendo el beneplácito de su madre para obrar como sus ojos y oídos, la pequeña Infanta Izumi se movió por los pasillos del Palacio, ocultándose tras la celosía que separaba las estancias, observando a sus hermanos por el rabillo del ojo, abrumada por la diferencia de edad entre ambos a la par que fascinada por la diferencia de estilos; ella vestía luctuosa, austera y solemne, mientras que ellos pomposos, relucientes y de colores vivos, casi distantes…pero lo que acababa de escuchar de labios de su hermana mayor la consolaba, le alegraba saber que sus hermanos habían pensado en su madre a lo largo de todos estos años y la llenó de emoción saber que el futuro podía pintarse color esperanza si ellos así lo querían. Pequeña y menuda, Izumi se confió y creyó que podría pasar inadvertida tras la celosía decorativa de la estancia, como una concubina en el palacio de un Sultán, pero se equivocó y quedó en evidencia ante su hermana mayor, que endureció la mirada tras descubrir su presencia, haciéndola paralizarse como una liebre ante un cazador.

—¡Salid!— ordenó Fuso alzando la voz indignada. —¿Os atrevéis a esconderos en presencia del rey?— cuestionó obteniendo también la atención de su hermano.

—Fuso— reprochó Boruto en lo que se escuchó como un gruñido. —Acercaos— indicó con tono más suave a la joven y que no dudo en hacerlo. —¿Cómo os llamáis?— preguntó en el español más tosco que la Infanta habia escuchado.

—Mi nombre es Izumi— respondió la joven Infanta con casi un hilo de voz, inclinándose en una profunda reverencia.

—¿Izumi?— repitió el Uzumaki, casi tartamudeando a causa de la sorpresa. —Nada habéis de temer de vuestros hermanos— aseguró con una radiante sonrisa, acercándose a su hermana para tomarla de las manos y hacer que se levantase.

Puede que sonase como solo un nombre en esencia, pero era mucho más que eso, porque solo habia una Izumi en aquel Palacio Real, solo una que podía expresarse verbalmente de esa manera y saber que tenía delante a su hermana menor, a quien nunca había conocido pero si de la que había oído, llenó de emoción a Boruto quien envolvió protectoramente sus brazos alrededor de ella en un efusivo abrazo, que sorprendió a la pequeña Izumi por la diferencia de altura, mas no tardó en sonreír con lágrimas en los ojos y corresponder a su hermano, envolviendo sus brazos alrededor de la espalda baja de su hermano. Sonriendo y casi riendo a causa de la emoción, Boruto volvió la mirada por sobre su hombro hacia su sorprendida hermana Fuso que se llevó una mano al centro del pecho a causa de la sorpresa antes de finalmente esbozar una sonrisa, acercando sus pasos hacia su hermana Izumi aún envuelta en los brazos de su hermano a quien acarició su cabello castaño, observándola con dulzura. Siendo finalmente liberada de los protectores brazos de su hermano y rey—su madre le habia explicado el tema y cómo comportarse con él—, Boruto, familiarizándose con su nombre en su mente, la pequeña Izumi no dudo en romper la distancia que la separaba de su solemne hermana Fuso, abrazándola de la misma forma efusiva en que su hermano la habia abrazado a ella antes y recibiendo a cambió una melodiosa risa de parte de la hermosa flamenca, a quien vio como la mujer más hermosa del mundo. detrás solo de su amorosa madre.

Era maravilloso tener hermanos.


Los minutos continuaron pasando mientras el rey nominal y su hermana esperaban a ser recibidos, pero el tiempo pasó más amigablemente gracias a la presencia de la adorable Izumi con quien trataron de familiarizarse, en su mayoría por intercesión de Fuso quien hablaba un fluido español en comparación con Boruto, que si bien entendía el idioma, no lo hablaba casi nada salvo por palabras fáciles y con un marcadísimo acento flamenco que dificultaba que se le entendiera, y por lo que le explicaron a Izumi que él se comunicaría oficialmente en la corte mediante un traductor. Nada de ello era un problema para la inocente Izumi, que escuchó fascinada el relato que sus hermanos hacían de su travesía, preguntándose como sería montar a caballo, viajar en barco, estar en la corte o cuando menos lucir un vestido tan bello como el que portaba su hermana Fuso y que acariciaba amorosamente sus largos cabellos castaños que escapaban de su sencillo peinado. Cuando el tiempo pasó y las conversaciones fluyeron de manera perfectamente natural, tanto Boruto como Fuso no pudieron evitar observarse entre sí con extrañeza y reparar en que con el paso del tiempo nadie iba en busca de su pequeña hermana, ninguna doncella, ninguna compañera de juegos, ningún guardián o tutor...¿Es qué la tenían abandonada a ese nivel? De haber crecido en Flandes con ellos, su tía la Archiduquesa Ino no habría permitido que algo así sucediera, ni que vistiera de esa forma tan austera que parecía indigna, ni siquiera una sirvienta real vestiría de esa guisa.

—¿Ninguna dama os acompaña?, ¿Nadie juega con vos?— preguntó Boruto finalmente y con su marcadísimo acento flamenco, pero que enternecía a la Infanta.

—La reina es mi compañía, y yo soy la suya, no necesito más— contestó Izumi encogiéndose de hombros despreocupadamente y con inocencia.

—¿Y estas son las ropas que soléis vestir?— inquirió Fuso señalando sus vestimentas con la mirada y no queriendo ofenderla con sus palabras.

—No, pues son las más nuevas de que dispongo— respondió la Infanta haciendo que sus hermanos volvieran a intercambiar una mirada entre sí.

—Alteza— interrumpió lord Katasuke apersonándose finalmente en la estancia, —la reina os espera— anunció, recibiendo un asentimiento del rey y que siguió sus pasos hacia los aposentos de su madre.

—Vamos— sonrió Fuso envolviendo uno de sus brazos alrededor de su hermana menor, e indicándole que los siguiera.

—¿Habéis venido a sacarnos de aquí?— preguntó Izumi en voz baja, reprochándose por hacer esa pregunta, mas era necesario.

No debería hacer esa pregunta, la voz cuerda y que aplicaba los modales que su madre le habia enseñado le decía que no hablara del tema y Izumi lo confirmó ante la sorprendida mirada que le dirigió su hermana de Fuso antes de indicarle que siguieran con su camino hacia los aposentos de su madre, meditando el tema en su mente; Izumi deseaba interrogar más a sus hermanos, estaba paralizada ante la idea de que la reunión terminase y ellos tuvieran que irse, no quería dejar de verlos sino que deseaba verlos cada día, deseaba recuperar el tiempo perdido, deseaba ver más a su hermano el infante Minato, y poder conocer a sus hermanas Hikari y Kohana a quienes nunca había visto. Amaba a su madre y no pensaba tan siquiera en separarse de ella, mas, ¿Debían seguir prisioneras en ese lugar?, ¿Qué sentido tenía si se suponía que su abuelo el rey Pein, quien habia ordenado el encierro de su madre, habia muerto? Su madre no quería la gloria ni el poder, la habían educado para reinar como consorte y no como autócrata, no disputaría el poder de Boruto, si es lo que él temía, y no llamaría la atención, ni siquiera necesitarían vivir en la corte todo el tiempo si es que ello incomodaba a su hermano o a los grandes de Castilla, pero simplemente poder ser libres era un sueño que Izumi y su madre deseaban ver realizado, no pedían demasiado, ¿verdad? Separándose de su hermana Fuso tan pronto como lord Katasuke Tono estuvo cerca de las puertas de los aposentos de su madre, Izumi corrió para adelantarse e ingresó primero para poder apoyar a su madre…


Sentada solemnemente junto a la chimenea y con la mirada enfocada en la nada, intentando procesar la información que lord Katasuke Tono acababa de darle, explicándole realmente en qué consistía la oposición que la viuda de su padre, la reina Konan Tanaka, habia constituido alrededor de su hijo el Infante Minato, casi queriendo que se enfrentase en abierta traición contra Boruto, hinata fue regresada a la realidad por el chirrido de las puertas abriéndose y que observó un segundo antes de que su hija Izumi ingresase con una contagiosa sonrisa, no tardando en situarse a su diestra y sosteniendo su mano, siempre tan unidas la una a la otra. Luego ingresó lord Katasuke y tras ellos dos figuras completamente desconocidas para Hinata, que los evaluó con ojos analíticos y cargados de emoción, buscando reconocer en ellos los rasgos que recordaba de los pequeños niños a los que había despedido hacía ya once años mientras los veía inclinarse ante ella, Boruto apoyado en una de sus rodillas y Fuso sumergida en una profunda reverencia. Su hijo se estaba convirtiendo en todo un hombre, legalmente podía ser considerado como tal, pero ella aún veía rasgos infantiles en él, entremezclados con los rasgos de su adorado Naruto; Fuso por otro lado se asemejaba más a ella, aunque también a su cuñada Ino, muy seductora en sus rasgos, aunque también notaba un gran parecido con su hermana Sakura en la dignidad con que se conducía. Ambos habían crecido tanto, eran tan diferentes de los niños pequeños que recordaba…mas seguían siendo sus hijos.

—Alteza, recibid a vuestros hijos, en ellos tenéis a vuestros más humildes vasallos— declaró Boruto como habia ensayado y forzado a hablar lento por su tosco español.

—Alzaos, alzaos— Hinata se levantó de su lugar al encuentro de sus hijos, tomándolos de las manos y haciéndolos erguirse. —Mis hijos, mis hijos queridos. Cuanto habéis crecido…— arrulló con la voz quebrada y lágrimas en los ojos. —Ya habrá tiempo de hablar, ahora dejadme— despidió, apenas cabiendo en si de la emoción. —Ha sido un largo viaje y debéis descansar…yo necesito descansar— comentó apenas y mediando en las palabras que salían de su boca, simplemente superada.

Decirse sorprendidos era un eufemismo para Boruto y Fuso, no habían esperado que su reencuentro con su madre durase tan poco y menos habiendo sido recibidos por tanto afecto por su hermana Izumi, ello dejo mucho inconcluso e hizo que sintieran que su madre era una persona demasiado inestable y no la progenitora atenta así como desesperada de afecto que ellos habían esperado encontrar…pero entendiendo todo desde su lugar y en contraste con sus hermanos, Izumi tuvo deseos de llorar ante la emoción que desbordada a su madre y con la que ella estaba más familiarizada, disculpándose con sus hermanos con la mirada en nombre de su madre, que se volvió hacia ella y dio con ello la espalda a Boruto y Fuso. Ambos jóvenes de dieciocho y diecisiete años—Fuso y Boruto respectivamente—se observaron entre sí, no sabiendo bien que pensar, confundidos, desconcertados y extrañados, mas no tardando en abandonar la habitación y dirigiendo una mirada a su hermana Izumi que les sonrió, y mantuvo esa sonrisa hasta que los vio cruzar el umbral de las puertas, concentrándose por fin en su madre ante quien asintió como única señal de que otra vez se encontraban a solas. Desbordada de emoción y apenas cabiendo en si misma de la incredulidad, la reina Hinata enterró su rostro entre sus manos y sollozó desconsolada, apesadumbrada por todo el tiempo perdido con sus hijos y sabiendo en su interior que las obligaciones abrían de volver a separarlos, dejándose abrazar por su adorada Izumi que, siempre tan dulce, le susurró que todo estaría bien.

A veces hasta la alegría podía ser un puñal.


Las buenas noticias no siempre eran lo que parecían, hasta una noticia venturosa podía ser usada para ocultar algo malo, como si fuera una serpiente que se disfrazaba para convertirse en collar, mas luego de tan dulce reencuentro y que le habia colmado el corazón, la reina Hinata no había esperado tal ardid de parte de su propia familia…pero se trataba de sus hijos, su sangre, la misma sangre que habia heredado para su desgracia del rey Pein, quien la habia recluido en ese Palacio por la fuerza, ¿Por qué no esperar la traición de sus hijos? Al día siguiente de la llegada de sus hijos a quienes había vuelto a convocar, ahora estando con el ánimo más sereno y teniendo de igual modo presente a su hija Izumi como siempre, la reina leyó la cedula que se habia firmado en Bruselas a inicios de ese año, cuando su hijo había sido proclamado rey de las Españas en territorio flamenco, antes de emprender viaje a Castilla. En el documento, Boruto se declaraba rey en conjunto con ella, es decir que ambos habrían de gobernar los reinos de las Españas, algo idílico, pero que debía tener una trampa y Hinata lo percibió tan pronto como puso sus ojos en el documento, analizándolo con ojos muy críticos, observando por el rabillo del ojo a lord Katasuke, sabiendo como siempre que no podía confiar en él, o este le habría comentado de aquello, mas ella misma debería de haber esperado algo así cuando él le tendió una cedula para que firmase, ¿Por qué no dejaba de ser tan ingenua? Su temor inmediatamente se extendió a su pequeña Izumi, no sabiendo que sería de ella o si seguirían recluidas.

—Alteza, debe ser gran consuelo para vos, que vuestro hijo os libere por fin del peso del gobierno de vuestros reinos— mencionó Katasuke, esperando que ella firmase el documento.

—Entre madre e hijo sobran los papeles— suspiró la reina Hinata con voz tensa.

Lo que Boruto le pedía ahora, no verbalmente sino mediante un documento redactado y que solo esperaba su firma, era que declarase por su puño y letra que solo él era el legítimo rey de las Españas, heredero no solo de sus fallecidos padres los Reyes Católicos Pein Haruno y Seina Uchiha, sino también representante de su poder, que habría de gobernar en su nombre…No debería hacerlo, ella se encontraba perfectamente sana, fuerte y lucida, en su juicio cabal, no ambicionaba el poder, mas no evadiría nunca sus obligaciones como reina, ¿Por qué entonces otros querían que se evadiera? Decisiones, decisiones; ella sin saber bien que hacer y Boruto—hacia quien se volvió—observándola inocentemente con aquellos ojos azules, los mismos que había tenido su fallecido y muy amado Naruto, a quien mucho había amado, pero en quien no había sabido si podía confiar, y lo mismo se aplicaba al momento presente. Inocente en comparación con su madre así como ajena a que compartir la misma sangre no implicara que su familia no fuera a traicionarla, desconociendo que ello podía ser más doloroso que ninguna otra cosa en el mundo, la pequeña Izumi mantuvo las manos cruzadas sobre su vientre e intercalando la mirada entre los presentes; entre su madre la reina, a quien observo la espalda; su hermano Boruto, que tenía un brillo especial en los ojos; y por último tanto Fuso como lord Katasuke Tono, todos en una situación que la pequeña Infanta no podía entender del todo, solo sabía que su madre volvería a ser liberada de la carga de gobernar.

—No es otro mi deseo que aprender a gobernar siguiendo vuestro consejo— declaró Boruto entusiasmado, esperando ser digno de la confianza de su progenitora.

—Me necesitaréis en la corte pues— consideró la reina en voz alta, notando lo que él y todos no notaban en el papel; ella seguía siendo la reina.

—Como gustéis— respondió el Uzumaki tragando saliva con nerviosismo. —No obstante, he de cumplir el mandato de vuestro padre, el rey, y velar por vuestro bienestar— recordó, habiendo sido informado de lo que decía el testamento de su fallecido abuelo y que él no podía ignorar…ni le convenía hacerlo.

—Estoy segura de que os emplearéis con idéntico celo— comparó Hinata ocultando la tristeza que le provocaba la respuesta de su hijo.

—He crecido apartado de vos, madre, pues así lo dispusieron otros, sin considerar el dolor que nos causaban— declaró Boruto endureciendo su tono de voz. —Ahora, teniéndoos tan cerca, las obligaciones de nuestro rango volverán a separarnos— y no era algo que quisiera, como hijo. —Atended la súplica de vuestro hijo, que os ama, pues nada hay en ella de rencor o malquerencia— rogó, siendo lo correcto.

—Si Dios hubiese atendido mi ruego, y me hubiese llevado al lado de mi esposo y señor, os habría allanado el camino— admitió la reina, siendo todo cuanto habia orado desde la muerte de su adorado Naruto, —pero no ha sido esa su voluntad y, aun soy, por su designio, la Reina de Castilla— recordó imponiendo su autoridad, dada por Dios como su ungida. —Arrodillaos ante vuestra reina— ordenó como condición.

Puede que en esencia del poder general que Dios otorgaba a los reyes, ella no pudiera hacer gran uso de su autoridad, pero en ese momento la reina se valió de aquello que las cortes de Castilla—y solo ellas podían pronunciarse sobre quién podía y tenía el derecho de reinar legítimamente—habían pronunciado en su día; su padre, su fallecido esposo Naruto y ahora su hijo Boruto podían pronunciar las farsas que quisieran, pero eternamente ella sería la única reina legitima de Castilla, el pueblo lo sabía y era su obligación velar por su gobernanza…Mas no estaba en el ánimo de Hinata iniciar una guerra civil contra su hijo o disputarle el poder, además, no quería ese poder, nunca lo habia pedido y hoy no sería la excepción, mas lo mínimo que esperaba de su hijo y heredero en ese momento era sumisión y lealtad, la suficiente y por al menos un momento para que ella lo reconociera como tal, pues solo de ella dependía la estabilidad del reino, para ventura o pesar de todos continuaba siendo necesaria. No teniendo otra opción, Boruto apoyó una rodilla en el suelo e inclinó la cabeza al momento de postrarse ante su madre y como no dudaron en hacer Fuso y lord Katasuke, por lo que Izumi también lo hizo, permitiéndose una sonrisa de orgullo ante la gran dignidad de que hacía gala su madre al demostrar su poder como la soberana de Castilla, claro que—según entendía—el documento que su madre habría de firmar implicaba que deberían seguir recluidas, lo que no era ideal en absoluto, pero seguirían juntas, lo que consoló el inocente corazón de Catalina.

—Es mi conformidad, pues yo soy la única que tiene tal potestad; que gobernéis en mi nombre estos reinos que, sin duda, también os pertenecen— declaró la reina Hinata abiertamente, dando su beneplácito con ello. —Nunca olvidéis quien sois, hijo mío, y que es lo que se espera de vos— encomendó a su heredero, indicándole que se levantase y entrelazando su mano contra la suya en el proceso.

—Os lo juro, madre— asintió Boruto, no siendo su deseo fallarle al destino, a sus reinos, a sus predecesores, ni mucho menos a su madre.

En el feliz pasado que había sido su vida en Flandes—no una existencia perfecta, mas si los años más felices que podía recordar haber vivido—, Hinata recordaba con orgullo todos los proyectos e ideas que su amado Naruto habia tenido con respecto a su primogénito Boruto, lo había visto como el futuro gobernante de un Imperio como el mundo no había visto antes…y aunque las ambiciones de Hinata no eran grandes de cara al futuro, confiaba en que su hijo llegaría muy lejos, después de todo su suegro el Emperador Minato continuaba con vida—Boruto ni habia asumido su rango por herencia aún, esa era la prueba—, mas cuando llegase su hora, Boruto heredaría sus dominios, rango y riqueza como el gobernante del Sacro imperio Romano Germánico. Junto a su hijo, que tristemente habría de partir en cosa de horas, y no sabiendo ella si lo volvería a ver, los reinos de las Españas conocerían más gloria de la que nunca habia experimentado, eso era cosa segura. Aquellas palabras no eran ajenas para la pequeña Izumi, que asistió honrada a la espontanea jura de su hermano como heredero de su madre, había crecido escuchándolas de boca de su madre, siempre recordándole que, si bien estaban cautivas en aquel lugar, ella era Infanta de las Españas como su madre lo habia sido en su día; y que si tenía suerte y el destino así lo quería, un día también habría de ser reina como su madre lo habia sido, mas no de las Españas, era la menor de la familia después de todo, pero algo en su interior le dijo que habría un trono esperándola para ocuparlo, algún día…


Rememorando una y otra vez las palabras que su madre le había dicho al momento de validarlo como su heredero y aun observando la cedula en que ella habia colocado su firma como; Yo, la Reina, Boruto no pudo evitar desear extender su estadía en el Palacio Real de Tordesillas, por supuesto que sus aposentos eran considerablemente más cómodos que aquellos en que residía su madre pese a ser la reina, pero por ahora Boruto deseaba poder desentenderse de los asuntos de estado que habrían de agobiarlo extensamente tan pronto como abandonase el lugar. Había crecido haciéndose a la idea de que un día habría de tener sobre sus hombros el peso de la corona, había nacido para ello y las cargas lo habían agobiado tan pronto como su padre habia muerto, pero por ahora deseaba solo seguir siendo Boruto, Archiduque de Austria y nieto del Emperador Minato, por ahora no quería ser nadie más ni quería tener que levantar la máscara del estoicismo en presencia de terceros. No se encontraba a solas en sus aposentos en ese momento, sino que acompañado por su leal servidor lord Katasuke Tono, por lo que, cuando llamaron a sus aposentos, él dio su permiso para que estas se abrieran y permitieran el paso a quien sea que pidiera verlo; las puertas se abrieron revelando a su preceptor, el religioso Kosuke Maruboshi, su representante en la corte castellana desde la muerte de su abuelo el rey Pein y que ahora lo reverenció respetuosamente, ataviado en sus vestiduras rojas con un crucifijo de oro que le caía sobre el pecho.

—Alteza— saludó el religioso, agitado por el suspiro que abandonó sus labios.

—Llegáis a tiempo— celebró lord Tono al preceptor de su joven soberano, —espero que vuestras gestiones con el Regente hayan dado tan buenos resultados, como las nuestras aquí— se jacto, pudiendo enorgullecerse de ello.

—El cardenal Sarutobi sigue de vuestro lado— declaró Kosuke, dándose por satisfecho por ello…o casi. —Alteza, solo desea traspasaros los poderes que le dieron las cortes, antes de morir— agregó, exponiendo la problemática con que se debía lidiar.

—¿Tan pronto siente su ora?— inquirió Katasuke, no sabiendo sin aceptarlo o reír.

—Y creo que no se equivoca— confirmó el religioso, teniendo que ser honesto.

—Lo siento por su reverencia— asintió el flamenco, confiando en la palabra del preceptor de su soberano. —Trataremos de buscarle un digno sucesor— se apresuró a comentar, ya teniendo sus propios candidatos en mente.

—Nadie como él conoce estos reinos— aseguró Kosuke, de ser posible convencer a su joven soberano para que fuera al encuentro del Cardenal. —Está seguro de que sus consejos os ayudaran— él entendía y conocía las Españas mejor que nadie.

Decirse presionado sería una simplificación para Boruto, de ser por él todo cuanto querría hacer seria regresar por sobre sus pasos a Los Países Bajos y los dominios Alemanes de su abuelo el Emperador Minato, estaba aterrado de que la gente le pidiera que tomara decisiones o peor, que hablara…¡Ni siquiera hablaba bien el español! Lo entendía, pero necesitaría de un traductor para comunicarse, además, la oratoria no era lo suyo, ¿Qué clase de rey iba a ser?! En ese momento el Uzumaki dudaba enormemente de sus capacidades, no era como su hermana Fuso a quien los idiomas se le daban de maravilla, no tenía su personalidad fuerte o su encanto personal; tampoco era como su hermano el Archiduque Minato quien precisamente le hacía sombra y era todo lo que él no era; ambos eran extranjeros, pero Minato había nacido en Castilla, habia crecido en los reinos de las Españas, habia crecido siendo protegido y formado a la imagen de su fallecido abuelo el rey Pein, habia sido considerado para sucederlo directamente saltándose a su derecho legítimo a la sucesión, ¿Cómo probar que podía ser un buen rey teniendo todo aquello en contra? Nada más pensar en eso, Boruto se reprochó su falta de confianza en sí mismo, ¿Con que derecho le habia pedido entonces a su madre que lo reconociera como su heredero, y representante de su poder? Solo eso importaba; su madre, la reina Hinata, confiaba en él, y él buscaría honrar esa confianza durante toda su vida, por lo que llamó a su serenidad e intercaló su mirada entre sus leales servidores.

—Partiremos en cuanto ordenéis— aseguró lord Katasuke sin dudarlo.

—Mi hermana Izumi nos acompañara— declaró Boruto por fin y con su tosco acento flamenco.

—Pensadlo bien, Alteza, a la reina…— intentó disuadir lord Katasuke, previendo la problemática que tendría lugar.

—Contad con que el cautiverio de mi pobre hermana ha concluido— insistió el Uzumaki, siendo esta una decisión inamovible.

Como hijo, desearía poder sacar a su madre de aquel maldito lugar, llevarla a la corte, recuperar todo el tiempo perdido, abrazarla, llenarla de joyas, sedas, oro y todo lo que ella quisiera…pero tristemente su amena existencia como el Archiduque Boruto de Austria habia comenzado a llegar a su fin con la muerte de su abuelo el rey Pein, estaba ahí no para llevar una vida simple y reencontrarse con su familia, sino para ser jurado rey de las Españas y lo haría, tenía que hacer lo que se esperaba de él y ello incluía respetar el testamento de su fallecido abuelo y a ver que su madre continuase recluida en Tordesillas. Según lo acordado en su día, su madre no se encontraba capacitada para dejar el lugar, se hablaba de locura, mas Boruto no habia visto nada remotamente parecido en ella sino todo lo contrario, era una mujer sensible, emocional, mas, consciente de su rango; pero, que ella continuase recluida en aquel lugar fortalecería su poder, le daría toda la autoridad que Boruto necesitaba, y por lo que, aunque le lastimase el corazón, habría de mantenerla allí. Sin embargo, nada de ello se aplicaba a su hermana Izumi, que se encontraba recluida allí simplemente por el hecho de haber nacido tras la muerte de su padre, y Boruto no soportaría que ella continuase encerrada, su decisión era inamovible y se los hizo saber a sus dos servidores, dirigiéndoles una mirada seria y cargada de determinación, alzando la mirada hacia Fuso a quien vio aparecer en el umbral de la habitación, esbozando una radiante sonrisa, a lo que él asintió únicamente.

Era momento de que fueran una verdadera familia.


Todo era en extremo confuso en la mente de Izumi, le había dolido tener que despedir a sus hermanos, mas lo había hecho con el corazón lleno de emoción, esperando que ellos vinieran a visitarlas a ella y a su madre con regularidad por las emociones que vio en los ojos de Boruto así como en los de Fuso; como de costumbre esa tarde y tras la partida de sus hermanos, la Infanta Izumi fue acompañada a la capilla del Palacio por las doncellas de su madre, quien como siempre no estaba de ánimo para participar de la ceremonia religiosa, excusándose y confiando en que su hija regresaría de sus oraciones dentro de un par de horas. La fe era un elemento de gran importancia en la vida de Izumi, había mucho que no entendía y en sus primeros años de vida se le habia dificultado creer en un Dios todo poderoso o creador omnipotente, que dejaba que pobres sufrieran, que crueles reinaran o que no cambiaba el orden de las cosas…mas una que otra experiencia personal, sueños, y encontrar maravillas en las cosas simples que la rodeaban, habia confirmado su fe y la había hecho devota del todopoderoso, por lo que la joven Infanta abandonó la capilla con el corazón tranquilo tras orar, mas sorprendiéndose mortalmente al ser abordada por la espalda por lo que supuso eran dos guardias del Palacio, pero no pudo afirmarlo pues le vendaron los ojos y cubrieron la boca, reteniéndola e impidiéndole saber a dónde la llevaban, por lo que ella, menuda como era, no pudo resistirse.

—Soltadme, por favor— rogó Izumi tan pronto como sintió que sus captores se detenían y le descubrían la boca. —¿Dónde estoy?— preguntó inquieta, sintiendo que desanudaban la venda que cubría sus ojos.

—Con vuestra familia— contestó una voz tosca y muy familiar para ella, haciéndola paralizarse.

Tras escuchar aquello, la venda fue cuidadosamente removida de los ojos de la Infanta, que tuvo que parpadear para enfocar con sus ojos lo que se encontraba delante, exponiendo que ante ella se encontraba su hermano el Archiduque…no, se dijo mentalmente, recordando el protocolo y rangos; el rey Boruto, reconocido por su progenitora como el heredero legítimo y representante de su poder en tanto él viviera o gobernase en nombre de su madre. Su hermano la observaba con una sonrisa ladina en su rostro, como esperando la peor reacción de su parte; de pie a su lado y aparentemente en desacuerdo o resignado se encontraba lord Katasuke Tono, y a la izquierda de Boruto un hombre a quien Izumi no había visto antes, ataviado en vestimentas propias de un religioso, pero de un brillante carmín o cardenal, bien por su cargo—podría ser un cardenal—o por ser flamenco quizás, ella no lo sabía. Aún no era de noche, Izumi lo notó por la luz que se filtraba desde los ventanales a la espalda de su hermano, iluminando todo con la hermosa luz dorada del sol, y aún estaban en Tordesillas porque reconocía el estilo de construcción de las paredes y ventanales, mas no recordaba haber visto ese lado del Palacio antes, por lo que era de suponer que formaba parte de los pasillos exteriores, aquellos que su madre y ella tenían prohibido frecuentar, ¿Por qué la habían llevado allí? Tras salir de sus oraciones, atacándola fortuitamente por la espalda, no pidiéndole su opinión ni mucho menos preguntándole a su madre, ¿Por qué actuaban así?

—Hermano— reconoció Izumi con un hilo de voz, antes de volver la mirada hacia quien le habia quitado la venda de los ojos. —Hermana— Fuso le sonrió en respuesta, acariciándole el cabello. —¿Madre también está aquí?— preguntó antes de ver que sus hermanos apartaban la mirada como silente respuesta. —¿Vamos a dejar aquí a nuestra madre?— cuestionó entre molesta y sorprendida a partes iguales.

—Es por su bien, Izumi, vos mejor que nadie lo sabéis— contestó Fuso, intentando convencerse de ello en el proceso y no arrepentirse por actuar así.

—Vuestra nueva vida comenzara ahora, hermana— aseguró Boruto con una cálida sonrisa y su fuerte acento flamenco. —La corte de Castilla nos espera— si es que ella quería acompañarlos.

Era una niña, aquello no era una barata justificación ni tampoco un atenuante sino un hecho, ¿De qué le serviría protestar? La primera emoción que Izumi sintió por ser alejada de su madre fue la melancolía y con razón, no quería estar lejos de su amada progenitora que encima de todo le enseñaba todo lo que ella sabía hasta la fecha, si era la Infanta que era, era gracias a su madre, pues no tenía tutores particulares ni nadie que la educara, era quien era por su madre...pero, aunque su corazón la animó a protestar y resistirse, ¿De qué serviría? Era una niña, sus protestas caerían en oídos sordos, sus hermanos la amaban y ella no lo dudaba, pero no parecían amar a su madre en la misma medida que ella lo hacía o no dudarían en sacarla de su encierro en vez de a ella en su lugar, ¿Y por qué?, ¿Qué la hacía diferente? Disimulando un suspiró de pesar, Izumi simplemente observó a sus hermanos e intentó hacerse a la idea de que, con el paso de los días y si era buena comportándose, lograría convencer a sus hermanos—en especial a Boruto—de liberar a su madre, o cuando menos de permitirle a ella regresar a Tordesillas, ya que no pretendía estar lejos de su madre mucho tiempo, no lo consentiría, pero disfrutar de la experiencia de ver el exterior y obtener recuerdos que compartir con su madre la llenó de ilusión…A solas en sus aposentos y tan pronto como el sol se ocultó, la reina Hinata cambió sus ropas habituales por su camisón de dormir, peinando sus largos rizos azul oscuro mientras se paseaba por la habitación, no pudiendo más con la inquietud de no ver a su hija desde hace horas.

—Izumi, ¿Dónde estáis?, ¿Izumi?— llamó Hinata abandonando sus aposentos hacia el pasillo exterior y que daba con los aposentos de su hija, abriendo las puertas y paralizándose nada más ingresar. —Izumi, no me asustéis, ¡Salid!, ¡Izumi!, ¿Hija?— llamó incansablemente, abandonando los aposentos de su hija.

Su pequeña Izumi y ella llevaban muchísimos años allí, su hija había sido aún una bebé, solo habia tenido unos meses cuando habían sido recluidas en Tordesillas, habían pasado juntas casi toda su vida en aquel lugar, formando un vínculo único—cada noche antes de dormir tenían un código especial que compartían como prueba de ese vínculo—, pero que no era posesivo en absoluto. Cualquiera podría pensar que sí, es decir, era madre de una inocente chica de diez años que inevitablemente crecería y se convertiría en una mujer, y claro que le aterraba la idea de separarse de su hija, pero como reina que era, Hinata se había hecho a la idea desde que la había dado a luz, mas ahora entrar en su habitación y ver que la cama seguía tendida como esa mañana—ambas tendían personalmente sus camas y ordenaban sus habitaciones privadas, siendo sus doncellas como reina más guardianas que un apoyo y ayuda extra—, cada cosa en el mismo lugar y ni siquiera una vela encendida como señal de presencia. Su hija no estaba en su habitación, no había vuelto a esta luego de orar que era lo que ella le había mandado hacer, y Izumi no mentía, no engañaba, no se ocultaba ni le jugaría jamás una broma de esa guisa, ¿Qué había pasado entonces? A su mente vino la imagen de lo cercanos que habían sido Boruto y Fuso con ella desde su llegada a Tordesillas, ellos no se habrían atrevido a apartarla de su lado, ¿o sí? No culpaba a Izumi por sus deseos de libertad, pero si a ellos por engatusarla y alejarla de su lado sin siquiera preguntarle si estaba de acuerdo.

—¿Dónde está mi hija?, ¡¿Qué habéis hecho con ella?!— cuestionó Hinata pretendiendo abandonar sus aposentos, lo que de inmediato alerto a los guardias que le bloquearon el paso. —¡Traidores!, ¡Devolvédmela!, ¡Devolvédmela, por favor!— rogó forcejeando para intentar abandonar sus aposentos y tratar de seguir buscándola por el Palacio, pero estos se lo impidieron de forma inmediata. —¡Me dejare morir!— declaró con la voz desgarrada de pesar y desesperación.

Como se esperaba que hicieran si la reina intentaba escapar, los guardias la halaron de los brazos e hicieron regresar a su habitación privada, llamando cuanto antes a las doncellas de la soberana para que la vigilaran o cerraran las puertas e impidieran que escapara, mas nada de ello importo a la reina Hinata. Nunca había esperado que sus propios hijos actuaran de esa forma con ella, le destrozaba el corazón comprender la oscuridad que había en su propia descendencia y más tratándose de los dos hijos que habían sido lo suficientemente maduros para recordarla al momento de su último encuentro…Hinata no pudo evitar preguntarse; ¿Qué habia hecho mal?, ¿Cómo se habia equivocado para contrariarlos y hacer que se volvieran en su contra de esa manera? Ninguna madre esperaría una puñalada por la espalda, pero lo más doloroso para Hinata es que ella nunca les devolvería esto, eran sus hijos, los amaba más que a su propia vida, habían nacido de ella y no podía guardarles resentimiento, por lo que si volvían en algún momento ella haría de borrón y cuenta nueva, pero desearía al menos volver a ver a Izumi y despedirse de ella como correspondía si es que Boruto quería prepararla para su futuro como reina y darle la gloria que ella no podía desde su cautiverio. Pero hasta que eso no sucediera, ella no comería, no bebería, no se asearía, no haría nada hasta que su hija no volviera a su lado cuando menos para despedirse, y si lo que le esperaba era la muerte si Izumi nunca volvía, bienvenida fuera, pues así se encontraría con su amado Naruto y dejaría atrás tanto sufrimiento…


PD: Saludos mis amores, inicialmente no tenia claro que historia actualizar esta semana, decidiendo finalmente iniciar una nueva como reglado de navidad para ustedes, esperando como siempre poder cumplir con lo que ustedes esperan de mi, agradeciendo su apoyo y deseando siempre que mi trabajo sea de su agrado :3 Las próximas actualizaciones serán "A Través de las Estrellas", luego "El Clan Uchiha" y por último "Dragon Ball: Guerreros Saiyayin" :3 Esta historia esta dedicada a mi queridísima amiga Ali-chan 1966 (agradeciendo su asesoría y aprobación, dedicándole particularmente esta historia como buena española), y a todos quienes siguen, leen o comentan todas mis historias :3 Como siempre, besos, abrazos y hasta la próxima.

Personajes:

-Izumi Uchiha como Catalina de Austria (10 años) -Boruto Uzumaki como Carlos I de España y V de Alemania (17 años)

-Fuso Uzumaki como Leonor de Austria (18 años) -Hinata Hyuga como Juana I de Castilla (38 años)

-Sasuke Uchiha como Manuel de Portugal (48 años) -Sakura Haruno como María de Aragón -Emi Uchiha como Isabel de Viseu (58 años)

-Minato Uzumaki como Fernando de Austria (14 años) -Ino Yamanaka como Margarita de Austria (37 años)

-Hikari Uzumaki como Isabel de Dinamarca (19 años) -Kohana Uzumaki como María de Hungría (12 años)

-Katasuke Tono como Guillermo de Croy -Kosuke Maruboshi como Adriano de Utrech

-Pein Haruno como Fernando II de Aragón -Seina Uchiha -Hiruzen Sarutobi como el Arzobispo Francisco Jiménez de Cisneros

Secuela, Continuación & Nueva Protagonista: Esta historia es oficialmente una secuela de mi fic anterior, "La Reina Olvidada", como prueba, el prólogo parte con Sasuke aun llorando desconsolado la muerte de su esposa Sakura, aunque ya no se encuentre en el Monasterio de Penha Longa como al final de "La Reina Olvidada", sino en Xabregas, en el Monasterio de la Madre de Deus, en la que entonces era la tumba de María de Aragón antes de que se finalizara el Monasterio de los Jerónimos de Belém, donde ambos reposan juntos hasta la actualidad, desde que en tiempos de su hijo Juan III se finalizó la obra y donde se encuentra él sepultado actualmente y también su esposa, la protagonista de esta historia, Catalina de Austria. La protagonista de esta historia es quien fue la siguiente reina de Portugal; Catalina de Austria, hija menor de Juana I de Castilla que es representada en esta versión de la historia por Hinata, y su hija como Izumi, siendo una niña de diez años que ha vivido recluida junto a su madre al momento de la historia, en contraste con Sakura en "La Reina Olvidada", siendo una chica de trece años que habia crecido siendo Infanta de las Españas y que se comprometía con Sasuke, teniendo trece años de diferencia entre sí. Aquí apenas hay cinco años de diferencia entre Izumi y su futuro esposo, aunque aún tenemos un gran tramo que recorrer hasta llegar a ello, y espero contar con ustedes como en la historia anterior.

También les recuerdo que además de los fics ya iniciados tengo otros más en mente para iniciar más adelante en el futuro: "La Bella & La Bestia: Indra & Sanavber" (precuela de "La Bella & La Bestia"), "Sasuke: El Indomable" (una adaptación de la película "Spirit" como había prometido hacer), y una posible adaptación alternativa de "Crepúsculo" que he comenzado a desarrollar :3 Para los fans del universo de "El Conjuro" ya tengo el reparto de personajes para iniciar la historia "Sasori: La Marioneta", por lo que solo es cuestión de tiempo antes de que publique el prologo de esta historia. También iniciare una nueva saga llamada "El Imperio de Cristal"-por muy infantil que suene-basada en los personajes de la Princesa Cadence y Shining Armor, como adaptación :3 cariños, besos, abrazos y hasta la próxima :3