La tenue luz de la lámpara hacía que las lágrimas del muchacho lobo brillaran. Rhin no supo que palabra dijo, pero entendió a qué se refería. Tuvo alguna pista en la pronunciación de Rhein y la forma en la que habló.

—¿Qué? ¿Tú pa-padre?

Él asintió en silencio con la cabeza agachada, sin despegar sus ojos de la hoja con el retrato de los autores. Rhin no había prestado mucha atención a sus nombres y se acercó para leerlos.

"Jacob Ludwig Carl Grimm y Wilhelm Carl Grimm".

—Él es Wilhelm —volvió a posar su dedo cuya garra se apretaba con el papel—. Mi papá y él… —la garra ahora señalaba al hombre cuyo rostro no era tan diferente del otro, su cabello era un poco más ondulado—. Es mi apapa, el tío Jacob.

Ambos no dijeron nada, pero Rhin se sentía confundida de esta confesión.

—¿Estás seguro?

—¡Lo estoy, Rhin! —elevó su voz tan alto que asustó a la chica— Entschuldigung —se disculpó el muchacho cuando fue consciente de su tono—. No he visto a mi padre o mi familia en… poco más de un año.

Era ahora que el tema surgía, la curiosidad se apoderó de ella. Se movió un poco en la cama para acercarse más a su lado y agarró el otro extremo del libro.

—Rhein, esto tal vez sea duro pero… quisiera saber cómo es que eres… bueno… hijo de…

—¿Humanos? —completó la oración con una mirada seria sin apartar sus ojos de la hoja. Ya no lloraba, pero reprimía hipos.

—Si es que quieres contarme.

—No tengo problemas —se secó con el pañuelo que ella antes le había dado e inhaló.

Esta vez no tenía su pose de cuentacuentos, sus labios estaban fruncidos, su mirada era apagada y melancólica, como si pudiera ver algo más allá de la llama de la lámpara. De pronto levantó su cabeza y posó sus ojos en el plato en la mesa de luz. Rhin se percató de ello.

—¿Quieres? Es un pedazo que guardé para ti, debes tener hambre.

—Gracias —dijo el muchacho y aceptó el plato en sus manos que le pasó su compañera—. Mi padre y mi tío llevan años escribiendo este libro.

—¿Los cuentos de niños y del hogar?

Si, yo lo conocí como Kinder und Hausmärchen. Debía tener como cinco años, no, desde antes, desde que tengo memoria recuerdo a mis padres hablándome de estos cuentos. En aquellos tiempos vivía en Gotinga. Cuando nací, ya habían publicado la primera edición del libro hace bastante tiempo.

El muchacho fue pasando hoja por hoja hasta que se detuvo en una.

—Lee, Rhin —le pidió a su amiga. Ella se acercó para poder distinguir mejor las letras.

— "Do-Dortchen, 13 de octubre-bre de 1811, en el jar-dín" —leyó palabra por palabra.

—Dortchen era como mi padre llamaba a mi madre. Ellos solían encontrarse en el jardín de la casa de la familia de mi madre y allí ella le relató algunos cuentos de su infancia. Creo que fue en esos momentos que se enamoraron.

Rhin se ruborizó recordando aquellos momentos que compartió con Rhein mientras él le relataba las mismas historias que sus padres se contaban. El chico hizo una pausa y comió un poco del pastel. Se relamió los labios, le parecía delicioso.

—Ellos empezaron esta recopilación de cuentos desde hace muchos años para preservar el cultivo de nuestro país.

—¿Cultivo? ¿Quieres decir la cosecha de semillas, trigos, hortalizas y verduras?

—No, lo siento, quise decir la cultura de nuestro país.

—Ah, cultura —Rhin asintió sonriendo, pero su sonrisa se borró al instante que procesó la palabra—. ¿Qué significa "cultura"?

Él se rio.

—Significa todo lo que representa un país. Tomemos como ejemplo… —Rhein prensó y miró su plato, entonces recordó un rico postre—. Los croissants que me nombraste la otra vez ¿Lo recuerdas?

—Si.

—Bueno, en la cultura de tu país existen como buñuelos con forma de medialunas con el nombre de croissants. Mientras que en la cultura de mi país, Alemania, tenemos a los hörnchens, que aunque se parecen no tienen el mismo nombre, ni el mismo origen.

—¿Cultura es como algo que representa a un país?

—Algo así.

—¿Qué más es cultura? —preguntó con un gran entusiasmo reflejado en sus ojos por aprender.

—Bueno… un idioma es parte de la cultura de un país. En tu país hablan francés y en el mío alemán.

—Pero Alemania no es el único país que habla alemán —objetó la chica.

—Ni Francia es el único país que habla francés —le recordó el muchacho—. Cada pueblo tiene palabras que en otras regiones no se usan. No todos usamos la misma palabra para algo aunque tenga el mismo significado.

—¿Por ejemplo?

—Pues… la palabra borrico ¿La conoces?

—No.

—Es como en algunas regiones llaman a los burros.

La chica jadeó sorprendida, era cierto, nunca se lo hubiera puesto a pensar.

—Es cierto, mi mamá a veces dice cofia, pero mi papá prefiere decir gorro —entonces recordó el tema de antes—. Rhein, dijiste que me contarías de tus padres y tu familia.

—Cierto, me desvié del tema —el chico carraspeó y luego de comer otra porción volvió a inhalar para continuar—. Mi madre no fue la única que proveyó los cuentos, los escribieron a mano de algunas familias que conocían o amigos. Hubo una señora de Niederzwehrn dotada de una memoria inigualable e intacta que les relató muchas de estas historias.

—¿Tu padre y tu tío hicieron lo mismo que mi tatarabuelo?

—Bueno, ellos lo admiraban, así que no es una sorpresa que lo imitaran en ese aspecto—. El chico comió otra porción y continuó—. Cuando nací, tuve un gemelo, Jacob, llamado así por mi apapa. Él no pudo alcanzar su primer año y se fue al cielo pocos días antes de navidad —sus orejas bajaron de solo recordar la tumba de su hermanito, la cual solían visitar cuando la nieve cubría los senderos.

»Junto a mis otros hermanos nos acostumbramos a ver a al tío Jacob en casa. A nadie le molestaba, ni siquiera a mamá, él vivía con nosotros en su propia habitación. Llegué a pensar un tiempo que tenía dos papás y una mamá.

Ambos compartieron una pequeña carcajada, trataban de hablar en voz baja sabiendo que los padres de Rhin dormían a pocos metros.

—¿Tienes más hermanos?

Ja —afirmó en su idioma—: Están Herman, Rudolf y Auguste —contó levantado sus garras—. Yo soy el mayor de ellos.

Rhin sintió envidia, a ella también le hubiera gustado tener hermanos. Durante su crecimiento hubo muchos momentos en que se sintió sola y de no ser por la compañía de Aurélie, Benoit y demás chicos del pueblo, su infancia no hubiese sido tan divertida.

—Debe ser maravilloso tener hermanos.

—¡Claro que no! —pronunció el muchacho con la boca llena y tragó su pedazo de pastel—. Siempre tocan tus cosas por más que les digas que no lo hagan, tienes que compartir los dulces que te dan con ellos y nunca puedes comértelos enteros, también debes compartir tus juguetes, incluso si corren el riesgo de romperse y si se ponen a llorar eres el primero en ser culpado.

El muchacho fue enumerando mientras levantaba sus garras, a la luz de la lámpara se notaba una expresión de molestia en su cara. A Rhin le sorprendió aquel comportamiento de Rhein, era inusual su ceño fruncido junto a su tono molesto y caprichoso, él solía ser tan maduro y protector, esa era una faceta que no conocía de él. Pensó que lucía… lindo. Se quedó tan embelesada viéndolo que no prestó atención a sus comentarios.

—¿No lo crees? —preguntó de repente.

Rhin parpadeó varias veces.

—¿Creer qué? —preguntó saliendo de su ensoñación.

—¿No crees que es molesto tener a un pequeño delator en tu casa? No podrías esconderme si lo tuvieras.

—Sería molesto, pero al menos… al menos nunca me sentiría sola.

Rhein se acomodó en el colchón y se encogió de hombros.

—Bueno, quien no conoce el dolor, no puede entenderlo. En fin, una de nuestras sirvientas era francesa. Se llamaba Marie y con ella mejoré mi francés. Siempre me consideré muy bueno en los estudios... aunque hubo un tiempo que no fue así —su mirada se perdió en un punto en la pared—. ¿Conoces Hesse, Rhin?

—No.

—Es un estado hermoso de mi país. Fue allí donde nací, antes de mudarnos a Gotinga. Aunque ya no vivíamos allí, solíamos visitarlo a veces. Fue en aquel lugar donde vi por primera vez el Rin.

—¿Es como aquí?

—Es… difícil de describir. Es muy grande, pero nosotros solíamos visitar las zonas más montañosa, con sus ríos, valles y por supuesto, bosques en los rededores. No podían faltar las personas de los pueblos que contaban las mil y un criaturas mágicas que se escondían entre los rincones desconocidos. Yo amaba Hesse, era como mi hogar.

Los ojos de Rhein brillaron a la luz del fuego. El viento soplaba en la ventana y el ruido que provocaba parecía el puño de alguien golpeando el vidrio. Rhin pareció asustarse y se acercó al chico más.

—Perdón —se disculpó ella, alejándose ruborizada. Él sonrió y sus mejillas también brillaban del mismo color de la flama.

—Sin embargo, hace dos años, más o menos, mi comportamiento era muy soberbio —su rostro abandonó su sonrisa por un rostro tan serio que asustaba a la chica—. Me junté con unos chicos en Hesse que no eran una buena influencia para mi y menos para mi hermano. Pero a esa edad uno quiere impresionar a cualquiera. Me sentía tan arrogante y desesperado por querer impresionarlos, aunque era un chico citadino, que me arriesgué demasiado.

»Rhin, tú has vivido toda tu vida en este pueblo, cercado de bosques, montañas y ríos ¿Nunca viste una escalera?

La joven no entendió la pregunta del muchacho.

—Por supuesto que vi escaleras, Rhein. No vivo en una isla. He visto escaleras en la capilla, en la casa del alcalde y algunas casas mejores construidas de dos pisos la tienen.

—No me refiero a esas escaleras. Hablo de escaleras en el bosque ¿Nunca viste una?

Rhin frunció el ceño e intentó recordar haber visto algo como eso, pero no podía concebir esa idea.

—No entiendo de qué me estás hablando.

—A veces aparecen escaleras en los bosques, nadie sabe de dónde vienen. Algunas son de mármol, otras de piedra, otras de madera, pero todas tienen en común dos cosas; están totalmente limpias, no tienen rastros de hojas, maleza o desechos de animales, como si alguien siempre las limpiaran. Lo otro es que no llevan a ningún lado, están así alzadas, como si las hubiesen construido de la nada o si la casa a la que perteneciesen hubiera desaparecido y solo quedara rastros de sus escaleras. Además, si uno las pisa, siente escalofríos por su cuerpo.

—No —interrumpió la chica su explicación—. Puedo jurarte que nunca vi algo así en el bosque, no que recuerde.

—A veces aparecen y luego desaparecen sin dejar rastro ¿Cuándo aparecen? Nadie lo sabe, pero te aseguro que existen —él inhaló y alzó su cabeza recordando ese día—. Porque una vez vi una.

—¿En serio?

—Fue en una de las excursiones que fui al bosque con Herman y otros muchachos del pueblo. Las personas más viejas nos dijeron que tuviéramos cuidado, pero yo quería impresionar a estos chicos, por lo que no estaba siendo tan obediente como solía serlo en mi casa.

»Entonces, fuimos juntos al bosque. Hablamos de estupideces como la cacería y otras cosas. Un chico, Joseph, trajo un arco y flecha, él quería cazar un faisán, pero los otros le dijeron que eso no era tan impresionante. Lo impresionante sería cazar a un lobo.

La joven jadeó.

—Eso es…

—Horrible, lo sé. Pero si matar a un lobo era lo que debía hacer para mostrar que un chico de ciudad no era débil, lo haría. Ellos siempre me tenían como el débil.

—¿Débil? ¿Tú? Pero si eres impresionante.

Él sonrió con su cola meneando.

—No siempre fui así. Antes me aterraba ver los animales como vacas, cabras o cerdos, me dificultaba nadar, detestaba tocar los árboles porque temía que una hormiga me tocara. De hecho, si sentía un simple insecto en mi piel, giraba sobre mi mismo hasta que se cayera.

—No puedo imaginarte siendo tan asustadizo ¿Qué pasó que te volviste tan valiente?

—Pasaron muchas cosas. Volviendo al tema, estuvimos buscando algún ciervo si no encontrábamos un lobo y escuchamos un crujir de ramas. Subí a un árbol, incluso si me asustaban, para ver que era ese sonido y lo pude ver. Era un lobo gris, solo, alejado de su manada. Tal vez intentaba formar su propia manada, pero eso lo ignoro. Bajé y les indiqué donde vi al lobo. Agarré unas piedras pesadas y las guardé en mis bolsillos. Lo perseguimos colina arriba, escondidos detrás de los árboles.

»Me lo topé de frente. Parecía débil y creo que era viejo, sin embargo, hice algo tan estúpido como arrojarle piedras —él se calló y podía sentir la mirada atónita de Rhin, sus ojos azules abiertos a más no poder y su boca abierta reprimiendo un jadeo—. Fui un idiota, todos fuimos idiotas, pudimos habernos puesto en peligro si el animal hubiese sido más joven y en mejor estado físico, no quiero ni pensar en la suerte que Herman pudo haber corrido. De alguna manera tuvimos suerte, pero el pobre animal fue el afectado en todo esto.

—¿Sobrevivió?

—Creo que si. Luego de arrojarle una o dos piedras, empezó a sangrar y salió corriendo. Pensé "no te me escaparás" y corrí tras él. Los demás me seguían con gritos alborozados, estaba feliz que los demás me vieran como alguien fuerte y de lucirme frente a mi hermano menor.

»Lo perseguí y fue entonces cuando la vi. Me detuve en seco ante la escalera más bella que pude presenciar en toda mi vida. Si, era muy hermosa, hecha de piedra, ornamentada y lijada, como si fuera de madera. Los más ancianos nos dijeron que no importara como fuera la situación, nunca debíamos subir alguna, pero yo estaba concentrado en matar a ese lobo. Él corrió subiendo las escaleras, recordé la advertencia de los ancianos y pensé que si a un lobo no le hacía daño ¿Por qué a un humano si? Así que también subí, fue arrogante de mi parte.

»Le arrojé una o dos piedras más que fallaron. Cuando llegamos al punto máximo, el lobo saltó hacia abajo y desapareció entre la maleza del bosque. Pude escuchar los gritos de los demás chicos que me buscaban, no me di cuenta en que momento me separé de ellos. Cuando me alcanzaron quedaron atónitos en verme en lo más alto de esa escalera. Bajé como si nada y les dije la mala noticia que el lobo se me había escapado, pero a ellos ya no les importaba ese asunto. Querían saber si no me pasó nada por subir esas escaleras, si no sentí alguna mano empujándome para hacerme caer o algo así. Les dije que estaba bien y que solo fue como correr en una escalera normal, regresamos y no les contamos de esto nada a los adultos. Le dije a Herman que no lo hiciera o nos metería en problemas.

Rhein hizo una pausa y comió más de su pastel. Ya estaba casi terminado. Volvió a alzar su cabeza y se dio un golpe contra la pared que se apoyaba.

—¿Rhein? —preguntó su compañera preocupada por su repentino comportamiento.

—¿Por qué no les hice caso? Sabes Rhin, cuando los más viejos te dan una advertencia, síguela. Ellos han experimentado mucho en la vida y han sobrevivido muchos años por alguna razón. En cuanto regresé, mi madre salió a buscarnos a mi y a Herman y le suplicó a mi padre que regresáramos a Gotinga lo más pronto posible. Mi padre se enojó y discutieron. Le pregunté a mi tío qué pasaba, pero no supo cómo respondernos, solo dijo que esperáramos a que todo se calme. Esa misma tarde nos fuimos sin comer y apenas nos despedimos de nuestros amigos. Mi madre parecía ansiosa y ni yo o mis hermanos obteníamos una respuesta satisfactoria de algún adulto. Llegamos casi cerca de la madrugada a casa. Tan pronto entramos, escuché como mamá lanzaba un suspiro de alivio. En aquel momento no entendí su comportamiento, era como si algo nos hubiese estado persiguiendo y solo ella pudiera ver a ese "algo" y siendo sincero, también me sentí raro en todo el viaje.

»Cuando llegamos, mis hermanos menores ya dormían, pero yo aún permanecía despierto, no podía conciliar el sueño con los movimientos de la diligencia. Mi padre me dijo que mañana desempacaríamos y caí rendido al sueño en cuanto me acosté en mi cama. Aquella noche tuve un sueño muy extraño. Me vi corriendo hacia mi con piedras y luego mi figura se trasformaba en un ave que volaba, creo que era una oca, pero no estoy seguro. Después, la oca aterrizaba y se trasformaba en un lobo. El lobo avanzó hacía a mi, abrió su boca, vi sus colmillos, corrió y saltó con las garras extendidas.

El muchacho volteó a ver como su amiga tenía los parpados tan abiertos sin pestañear a tal punto que no le sorprendería ver una lágrima correr para humedecer sus ojos.

—Cuando desperté… me veía así —se señaló el cuerpo.

—Es como… —comentó Rhin sin saber cómo decirlo.

—Una maldición —completó Rhein con sus orejas caídas.

—No —ella negó sonriendo—. Es como un cuento de hadas.

Él elevó una ceja con una expresión sarcástica.

—¿En serio?

—Si, en los cuentos de hadas siempre hay un personaje bueno y humilde que es transformado en otro ser para luego ser liberado de su… encantamiento.

—Pero esto no es un cuento, Rhin. Yo mismo me maldije al haber subido esa escalera y lastimar a ese animal indefenso. El bosque verdaderamente oye y cuando se enoja, es un asunto muy serio. Estoy seguro que fue así como me transformé en esto —él bajó sus orejas y dejó el pastel en la mesa de luz—. Estaba muy rico.

—Gracias, yo misma lo cociné.

—Lo hiciste muy bien.

—Dime, Rhein… —volvió a hablar la chica luego de una pausa—. En tu familia… ¿Alguien más sabe lo que te pasó?

—Por supuesto, todos al otro día se enteraron. El primero en notarlo fue Herman, ya que compartía habitación con él, luego entró Marie y gritó, mientras él no dejaba de señalar mis orejas. Fue entonces cuando noté que mi forma había cambiado. Cuando me desperté sentí una incomodidad en mi espalda que resultó ser mi cola, pero gracias a Herman me percaté de mis orejas y después vi mis garras. Luego que Marie entró y gritó, bajó a la cocina para avisarles a mis padres, mi madre entró primero a la habitación y se quedó como congelada, luego mi padre entró y casi tropieza con las escaleras. Mi apapa se había marchado más temprano, por lo que se enteró después. En cuanto papá apareció a su lado, ella exclamó algo como "te dije que teníamos que irnos, te lo dije". Ni yo o mi hermano lo entendimos. Parece que mi madre tuvo una visión de verme transformado en un lobo durante el tiempo en que Herman y yo salimos a jugar en el bosque, por eso insistió tanto en volver a casa, para alejarnos de aquello que me persiguió luego de lastimar ese lobo y subir las escaleras, pero todo fue en vano. Sellé mi destino antes que pudiéramos emprender el viaje de vuelta a Gotinga.

Rhin se quedó muda ante tal declaración, no sabía que decir. Vio a la luz del fuego, como los ojos de su amigo adquirían un gran semblante de melancolía.

—¿Qué hizo tu familia?

—Nada ¿Qué podían hacer? Me escondí del ojo público y permanecí en casa sin salir, ni siquiera para ir a la Iglesia o a la escuela, no quería convertirme en la siguiente atracción de un circo itinerante. Mis padres dijeron a los vecinos y demás parientes que me habían llevado a un internado en Berlín. Los únicos que sabían el secreto eran ellos, mi tío, Marie y mis hermanos —en ese momento, él soltó una pequeña carcajada—. Era desesperante estar todo el día encerrado, pero mis hermanos hicieron mi estadía más llevadera. Solíamos cantar la canción de los tres cerditos y el lobo feroz. Marie al principio me tenía miedo, pero luego empezó a verme con lástima, algo que me molestó pero nunca se lo dije. Auguste le gustaba tirar de mi cola, Rudolf amaba tocar mis garras y orejas. Herman… creo que fue el único que sabía la razón de mi transformación de ellos.

—¿No se lo dijiste a tus padres aquello que te pasó con el lobo y las escaleras?

—Se los dije y mamá se puso tan furiosa. Pero ella no me culpó a mi, sino a mi padre por no ayudarnos a diferenciar entre la ficción y la realidad. Fueron a algunos sacerdotes para que rezaran por su hijo que estaba enfermo, pero nada pasaba. Yo también recé, una y otra vez para recuperar mi forma normal —dijo extendiendo sus garras frente a su cara. Las orejas cayeron—. Pero nunca… jamás nada pasó. No importa cuánto rezara y luchara, seguía siendo igual. Así que me confiné y mis padres contaron la mentira del internado.

El chico mantenía su cabeza y orejas agachadas, Rhin posó su mano en su hombro y sintió como él se estremecía.

—Pasó largo tiempo y me di cuenta que encerrado jamás recuperaría mi vieja forma. Así que decidí escapar para encontrar una solución. Planeé mi escape durante días. Junté todo el dinero que tenía guardado, en un manto llevé un poco de comida y me puse unos guantes para tapar mis garras y un sombrero con una capucha para tapar mis orejas. Mi cola la oculté en mi pantalón, sujetándola a mi pierna.

»La noche en que me escapé hacía mucho frío. Tomé una diligencia hacia Hesse con la esperanza de encontrarme con aquello que me transformó en esto, pero no sabía dónde quedaba y terminé perdiéndome. Vagué durante casi un año, de pueblo en pueblo. Cuando se me acabaron los alimentos me sentí desesperado. Algunas veces tuve que robar, no me animaba a pedir hospedaje en algún hogar, temía que por un descuido descubrieran mis orejas o mi cola y por eso decidí andar en la noche. Por un momento sentí un vacío y un pesimismo insondable que mi soledad y hambre acrecían. Fue entonces que una noche… lo sentí.

—¿Qué sentiste?

—Mi instinto. Tal vez había perdido algunas de mis cualidades humanas, pero gané cualidades lobunas. Empecé a olfatear y a darme cuenta cuando alguien o un animal se acercaba a mi, También empecé a sentir si el animal era peligroso o manso, si llovería, nevaría o estaría soleado. Todo eso me ayudó a buscar refugios antes que una tormenta me sorprendiera o reconocer que podía comer o beber. Perdí mi miedo a los árboles e insectos, incluso a lastimarme o matar para comer otros animales.

—La supervivencia puede sacar nuestro más oculto instinto —susurró Rhin.

—Exacto ¿Dónde escuchaste eso?

—Mi papá me lo dijo.

—Hombre sabio. En fin, encontré el río Rhin que pude reconocer y lo seguí por meses, esperando llegar a Hesse, pero me desvié una mañana que escuché cazadores en el bosque. Me asusté porque me vieran. Durante ese tiempo, había perdido mis guantes y otras partes de mis ropas que me ayudaban a ocultar apariencia. Así que me tiré al río y mi instinto me ayudó a nadar. Llegué a la Moder y terminé en Francia.

Rhin sonrió.

—Fue así como llegaste a mi pueblo.

—Más o menos. Pasé por varios pueblos y comarcas huyendo y saqueando, pero siempre permanecía en el bosque, sin ningún contacto humano, algo que a veces me enloquecía —en su silencio, Rhein de pronto sonrió—. Pero una mañana… —él hizo otra pausa clavando sus pupilas dilatas en Rhin—, te escuché cantar cerca de la Moder y llamaste mi atención. Estaba tan feliz de ver a un humano cantar y pude observarte varias veces por el mismo sendero. Tu tarareo me hizo querer volver a ser más humano que lobo, pero me negué a mi deseo, hasta que tropezaste y tomé la manzana que escapó de tu cesta. No se la razón por la que lo hice, si fue mi instinto, mi desesperación u otra cosa, pero el hecho es que… —Rhein tragó en seco, volvió a bajar la cabeza para levantarla a los pocos segundos con una enorme sonrisa y sus ojos brillando de júbilo y esperanza—, quería hablarte y ser tu amigo.


Muy pocas veces termino con un cliffhanger un capítulo, últimamente lo estoy haciendo más seguido.