Hola a todos. Feliz Navidad, felices fiestas y, dado que dudo que vuelva a pasar por aquí antes de que finalice el año, feliz año nuevo.

La tradición es la tradición, así que, aquí estoy, no sin esfuerzo, la verdad. Ha pasado un año desde la última actualización, pero sigo viva y seguiré y acabaré todos los proyectos, pero la verdad, el tiempo no está siendo mi aliado últimamente y tengo cosas a medias y otras terminadas, pero al ser el reto otp, no podré subirlas hasta que correspondan los números. ¡Lo siento! Espero que me tengáis paciencia.

Debo confesar que este pequeño relato es fruto de una idea loca y sabiendo que tenía poco tiempo para hacerlo. Creo que es la primera vez que toco Navidad como tal y espero que no esté demasiado corto o mal. Espero que os guste y, aunque sea corto, y espero pronto poder estar actualizando.

Dislaimer: Nada de DC o MK es mío, y dado que ya llevo varios años en este fandom, toca empezar a rezar porque el año que viene tengamos algo nuevo de ellos.


El mayor regalo

Abrió la puerta de su casa con el mayor sigilo posible. Las luces llevarían varias horas apagadas, y las únicas personas que se encontraban allí, debían haberse ido a la cama.

Soltó las llaves en la mesa de la entrada, en el cenicero que reservaban para ese uso, internándose con la luz de su móvil en aquel mar de oscuridad. El reloj de la pared marcaba las cinco de la madrugada, con unos pocos minutos de adelanto, según señaló en su momento el detective obseso del tiempo, en una de sus visitas.

Suspiró al comprobar la presencia de una manta en el sofá, así como varios envoltorios de dulces en la mesa frente a él. Era la señal inequívoca de que su novia habría estado esperando mucho tiempo su vuelta, una promesa que no cumplió esta vez.

Desvió su mirada al árbol de navidad, bellamente adornado, y lleno de regalos en sus faldas. Sonrió ante esa imagen, mientras sacaba de su bolsillo una pequeña caja envuelta, dándole vueltas entre sus ágiles dedos, preguntándose por milésima vez si sería una buena idea. Lo había pensado mucho durante esos últimos meses, y, realmente creía que no habría mejor momento para ese regalo, así que, armándose de valor, lo colocó algo apartado del resto, para después, dirigirse hacia la habitación matrimonial de la casa.

Los rayos de la luna se colaban por la ventana, dejándole ver sin necesidad de más luces artificiales el cuerpo de su novia, o más bien, su cabello, que asomaba entre las mantas. Contuvo una risa, desvistiéndose en silencio, para ingresar junto a ella, intentando no despertarla. Se acurrucó a su lado, sintiendo su calor. Cuando despertaran, debía pedirle perdón por su tardanza, aunque él bien supiera que ella no lo culparía, no al saber que era el trabajo el culpable. Pero él no se perdonaría a sí mismo.

Escuchó como la mujer hacía un ruido, a la vez que apretaba los ojos, algo muy característico cuando se iba a despertar. Sus ojos azules se abrieron con pereza, distinguiéndolo a su lado.

- ¿Kaito? – inquirió con voz de sueño - ¿Acabas de volver?

- Sí, cariño, lo siento – se disculpó con presteza, acercándose a ella, depositando un beso en su frente – Quería llegar a tiempo, pero…

- No te preocupes, ambos sabemos que el trabajo es el trabajo, y el tuyo, desgraciadamente, carece de horarios – sonrió comprensiva, abrazándose a él – Estás aquí ahora, y eso es suficiente. Espero que hayáis cerrado el trato.

- Tengo que ser el hombre más afortunado del mundo – suspiró, aceptando su abrazo – Sí, lo hemos cerrado. Sin embargo, sigo pensando que deberías estar enfadada. No te he ayudado a preparar la Navidad y has tenido que hacer sola todos los preparativos y habéis ido solos a la fiesta de esta noche.

- Mañana te encargarás de recoger todo, no te preocupes. Además, harás el desayuno, la cena, nos llevarás a merendar y el almuerzo te lo perdono porque comemos con mi padre.

- Lo veo justo – accedió, sintiendo como el calor y el contacto con el cuerpo de ella comenzaban a tentar a su cuerpo para cerrar los ojos – Aoko.

- Dime.

- Te quiero, gracias por quedarte a mi lado, a pesar de todo – consiguió pronunciar, cerrando los ojos con una sonrisa en su rostro.

- Gracias por elegirme a mí a pesar de tener el mundo a tus pies, Kaito Kid – murmuró ella, cerrando también los ojos – Te quiero.

Los ojos de ambos adultos volvieron a abrirse horas más tarde, debido a una vocecita infantil que los llamaba, y que se había colado entre las sábanas, colocándose en el medio de ambos.

Kaito miró a la pequeña figura frente a él, con esos ojos azules tan similares a los suyos propios, llenos de inocencia e ilusión.

- Toichi, es temprano, sigue durmiendo – le dijo ante su insistencia llamándolo, echándole un brazo por encima, conteniendo la risa ante la reacción que anticipaba que tendría.

- Papá, no podemos dormir. Papá Noel ya ha venido, debemos ir a ver los regalos – respondió apresurado, inflando sus mofletes con indignación ante su sugerencia de seguir durmiendo, concibiéndolo como algo incorrecto.

Echó una mirada a su mujer, que lo miraba con resignación. Ambos habían dormido poco, pero era imposible decir que no a su propio hijo.

- De acuerdo, terremoto. Vamos, pero primero, ponte tu bata, no queremos ponernos malos en Navidad, ¿verdad? – inquirió, recibiendo una negación vehemente, que lo hizo reír.

Todos se levantaron y pusieron rumbo a la sala de estar, donde se regocijó al ver la expresión entusiasmada de su hijo ante la vista de los regalos del árbol. El niño los miró con expectación, animándoles ellos mismos a correr hacia sus regalos.

El niño iba leyendo los nombres escritos sobre el papel, mirando hacia ellos para asegurarse de leerlo correctamente, para después, abrirlos. Su alegría era contagiosa. Iba desenvolviendo regalos y trayéndoles a ellos algunos que tenían sus nombres, recibiendo él un nuevo artefacto para sus trucos de magia y Aoko varias prendas de abrigo. Los regalos fueron acabando, hasta quedar solo la pequeña cajita que había depositado él, sabedor de que en su ubicación, sería el último que su hijo encontraría.

- Este último es de mamá – señaló, trayéndolo a ella, esperando a que lo abriera para poder ir a disfrutar de los suyos.

Pudo leer en la cara de Aoko su confusión ante esa caja que no reconocía haber colocado ella, mirándolo ante la duda. Él solo se encogió de hombros.

- Vamos mamá, ábrelo – le insistió Toichi, pegando pequeños saltitos fruto del entusiasmo.

- Ya voy, impaciente – le tranquilizó, mirando a su novio con complicidad, retirando el papel y lazo, abriéndolo y llevándose la mano a la boca al ver el contenido, humedeciéndole los ojos. Lo miró con sorpresa, mientras él solo sonrió, reteniendo la respiración ante la expectativa.

Toichi los miró alternativamente y preso de la curiosidad se subió en las piernas de su madre, mirando el contenido, desinflándose al verlo, esperando algo más extraordinario, al parecer.

- Es un anillo muy bonito – dijo únicamente, volviendo al suelo disimuladamente, volviendo a sus propios regalos.

Ambos se quedaron mirándose, hasta que él tosió, volviendo la mirada a su hijo feliz en sus juegos, volviendo después a Aoko, que volvía a mirar el anillo, aún incrédula.

- ¿Qué me dices? – inquirió, haciendo que ella volviera a mirarle a él, con una lágrima deslizándose por su mejilla - ¿Tan feo es que se te escapan las lágrimas? – bromeó.

- Eres un idiota – dijo finalmente, soltando una pequeña risa.

- ¿Esa es tú última respuesta? – preguntó, acercándose a ella, tomando también la caja entre sus dedos. Respiró hondo - ¿Te casarías conmigo?

Ella sonrió, lo miró con ternura, acariciando su mejilla con cariño - ¿Acaso te hace falta la respuesta? ¿No eres capaz de adivinarla, mago del siglo?

- Tú lo has dicho, "mago", no mentalista. Si lo fuera me hubiera ahorrado muchos errores.

- En eso tienes razón, pero aún así, con todos tus errores y defecto, te quiero, y sí, por supuesto que quiero casarme contigo – afirmó, lanzándose a sus brazos, abrazándolo con fuerza, sabedora de que más tarde, en la intimidad, podría hacer más que solo abrazarlo.

El mago respiró al fin tranquilo. Si bien todos dirían que era imposible que hubiera recibido un "no", él no podía decirlo tan claro.

Habían sido muchos años juntos. Como amigos de la infancia, enemigos, novios, padres…Muchas de ellas de forma conjunta. Él mago y ladrón, ella policía. El agua y el aceite. El bien y el mal. La justicia y el crimen. Y, aún así, perfectos juntos, capaces de consensuar y criar a esa pequeña criatura que ambos adoraban.

- Sabes, hace años me diste el mayor regalo de mi vida, el cual ahora está pegando saltos con su nuevo juego de magia – señaló, mirando a su hijo, tomando las manos de su ahora prometida, colocando ese anillo que había aceptado – Hoy, con tu respuesta, me has dado otro. Gracias por elegir compartir tu vida conmigo y llenarla de dicha. Feliz Navidad, futura esposa.

Depositó un beso en sus labios, agradeciendo a la vida por ponerla en su camino y al destino, por permitirles esa vida que ahora, iniciarían como marido y mujer.