Disclaimer: La mayoría de los personajes mencionados son propiedad de Stephenie Meyer.

Galletas para Santa

~o0o~

24 de diciembre.

Edward frotó sus manos en la cara.

Adormilado miró a su mujer. Bella estaba profundamente dormida encima de su tórax; largos cabellos castaños cubrían el pecho desnudo y tatuado de él.

Siendo sumamente delicado la removió para que descansara mejor en la almohada. No podía culparla, se habían desvelado la mayor parte de la noche con Emma, su bebita de cuatro meses de nacida.

Sí. Ahora tenían otra hija, sin embargo, no hubo nunca confusión, se vio claramente los genitales femeninos desde el primer ultrasonido.

Emma era una bebé dormilona. Que había tenido un poco de gripe y por ello se habían desvelado la noche anterior, jodido pánico le dio ver a su bebita batallando para respirar. Tuvo inmensas ganas de agarrar el diminuto cuerpo, enredarlo en una manta y salir corriendo al primer hospital.

Se había vuelto un afeminado de mierda. Pero era su familia, lo único importante para él. No podía hacerse el desentendido.

Estaba jodidamente feliz con su pequeña familia. Habían pasado muchas cosas agradables en dos años. Lograron tener un negocio propio de repostería, ¿cómo jodidos lo hicieron? Ni él lo sabía. Quizá fue por el amor que tenía Azul a la repostería.

Hablando de esa pequeña gruñona.

Escuchó un ruido proveniente de la cocina que lo hizo salir de sus pensamientos. Él podía imaginar al instante de qué se trataba. O mejor dicho, de quién se trataba.

Pateó las mantas calientes y caminó a la cuna. Su bebé dormía profundamente con sus cortos brazos a cada lado de su cabeza, tenía sus manitas en puños y sus labios rosas en un puchero.

Se inclinó y dejó un corto beso en la frente. La admiró un poco y apreció los hermosos cachetes rosas de Emma, era idéntica a Azul.

Por dentro deseaba que fuera un poco más tranquila. Así que estaba confiado que así sucedería.

Echó una mirada a su mujer. Una torneada pierna de Bella se veía provocativa fuera de las mantas, se le antojó, pero los ruidos se seguían escuchando.

Resignado sopló un beso hacia ella.

Abrió la puerta y caminó descalzo a la planta baja. Las decoraciones navideñas estaban por doquier, incluso había un Santa Claus de tamaño real al bajar las escaleras.

Siguió su camino.

Resopló en el momento que la vio trepada en una silla. Azul seguía siendo de estatura corta a pesar de tener cinco años. Con el cabello viéndose como un nido de pájaros y un largo mandil estaba manipulando harina en un tazón, mantequilla derretida y también huevos.

Su hija seguía una receta.

Tenía el ceño fruncido y la pequeña lengua de fuera mientras apretaba los labios rosas. Él conocía a su niña y sabía que era la forma de concentrarse.

Edward clavó la vista hacia el pino adornado con luces y esferas. Su casa estaría repleta de familiares en unas horas y debía volver a fingir que Charlie le caía bien, ya se había vuelto un experto.

Se cruzó de brazos y observó de nuevo a su hija. Hoy era Nochebuena.

― ¿Sabías que Santa prefiere que le dejen cerveza y cacahuates?

Azul volteó a mirarlo. Los ojos verdes de la niña se abrieron al máximo, quizá confundida o molesta por interrumpirla.

― Eso no es así. Santa ama las galletas, papi.

― ¿Cómo sabes?

― Porque cada año se las come y no deja una migaja. También se toma toda la leche.

Edward sonrió. Si Azul supiera que cada noche del 24 él debe atragantarse con las doce galletas y el vaso de leche caliente. La primera vez le dio diarrea, pero se volvió un jodido maestro con un estómago a prueba de leche caliente. No había nada que las pastillas tums no resolvieran.

― Es verdad ―reconoció― pudiera ser que se las coma por quedar bien, ya sabes, la gente hace muchas cosas por querer ser apreciada.

Azul frunció el ceño. También pasó las manos por la frente pintando de harina su bonita cara.

― Santa no es así, papi. Él es un glotón y ama las galletas con chispas de chocolate.

Edward bufó. Cada año intentaba que Azul dejará de poner leche caliente en la comida de agradecimiento del gordito de barba blanca. Llevaba dos años intentando y nada parecía funcionar.

― ¿Por qué mejor no le dejamos un plato de comida y una copa de vino tinto? ―persuadió―. También pudiéramos dejarle un gran trozo de pastel de chocolate y una botella de agua.

Azul arrugó la frente. Se veía dubitativa y el solo hecho de verla confundida Edward se sintió victorioso.

― No. No podemos romper la tradición, papi. Santa ama las galletas.

― Oye, siempre es bueno ser distintos, pudiéramos comprarle un Happy Meal, ser diferentes ―insistió.

― No. La comida rápida aumentará sus triglicéridos. No podemos permitirlo.

― ¿Tú cómo sabes eso?

― Abuela Renée le dijo a mami que el abuelo Charlie tenía un nivel alto de triglicéridos por culpa de la comida rápida.

Edward se quedó callado. Ahora entendía porqué Renée estaba cuidando más la ingesta calórica de Charlie.

― No lo sabía ―susurró pensativo.

― La masa está lista, papi.

Azul había reparado la masa para galletas sin ayuda de nadie, casi siempre lo hacían Bella o él, sin embargo ahora nadie había ayudado. Lo que incrementó un riesgo más para su estómago.

― ¿Estás segura que usaste azúcar y no sal?

― Papi… ―puso sus brazos en jarras y bufó logrando que el cabello de su frente se elevara de forma graciosa― la pizca de sal es para rectificar sabores. Soy una chefcita y sé distinguir la sal de la azúcar.

Ah. ¿Ahora era chef? Hace semanas había sido veterinaria, también maestra, y casi una madre para Emma. Sin olvidar que intentó ser mecánica cuando el auto se averió.

Azul seguía siendo un personaje. Cursaba segundo año de escuela básica, seguía aburriéndose al saber más que los demás compañeros, también estaba aprendiendo japonés, y ella no sabía, pero Santa Claus le tenía unos tickets de avión para viajar a Japón.

Su presión seguía subiendo cada que perdía el control y lograban hacerla enojar.

Su hija tenía su personalidad bien definida y con el alma más altruista que podía existir.

No lo pensó más y se unió a la elaboración de galletas; extendieron la masa sobre la superficie de granito y luego pasaron algunos moldes, así repitieron el procedimiento hasta terminar con la masa.

No podía negar que era divertido.

Esperaron pacientemente por catorce minutos. Cuando sonó el temporizador sacó las galletas del horno, se hizo cargo de manipular todo con guante protector y así proteger a Azul de cualquier quemadura que pudiera ocurrir.

― ¡Papi, gracias!

Miró a su pequeña tan llena de emoción que su corazón se hinchó de felicidad. ¿Qué no haría por ella?

No dudó en tomarla en brazos. Dio vueltas con ella en brazos y besó sus mejillas embadurnadas de harina.

― ¿Quieres que te ayude a ponerlas en la jarra de galletas?

― No papi, lo haré yo. No te preocupes más.

― Buenos días… ―Bella apareció vestida en ese pijama minúsculo que dejaba muy poco a la imaginación― huele delicioso.

― Hicimos galletas, mami ―Azul señaló hacia la jarra de galletas en forma de Santa Claus.

Su mujer caminó sigilosa hacia él. Besó sus labios y luego las mejillas de Azul.

― ¿No hicieron en forma de jengibre?

Él puso los ojos en blanco. Reconoció que Bella nunca sería capaz de soltar ese ridículo apodo y juraba que su hija tampoco, puesto que el diminuto anillo con figura de jengibre seguía estando en su pequeño dedo desde hace dos años.

― Solo son en forma de pinos, monos de nieve y gorros de Santa, mami.

― ¿Puedo comer una, princesa?

Su hija miró dubitativa a su madre antes de asentir. Era lógico que Azul compartiera las galletas con todos.

Edward no dijo nada cuando la vio morder con mucho gusto la galleta, la siguió hasta el refrigerador y preguntó:

― ¿Tiene buen sabor?

Bella arrugó las cejas hasta casi juntarlas.

― Mmm… sí, ¿saben a galletas con chispas de chocolate?

Él rodó los ojos.

― Bueno sí. Es obvio, Bella, solo quiero saber si no sientes dolor de estómago. Ya sabes: ¿revuelto?, ¿náuseas?, ¿síntomas de diarrea?

Su mujer bebió tranquilamente del vaso de leche que tenía en la mano; bigotes blancos quedaron sobre sus labios rosas.

― No. No siento nada ―confirmó.

Edward no lo dijo, pero sintió que respiraba mejor, relajó instintivamente sus anchos hombros para continuar con su día.

.

Era la medianoche. Todos se habían ido a sus habitaciones después de disfrutar una cena deliciosa de pavo al horno y puré de patatas. Siguilosamente Edward colocó las cajas de regalo debajo del enorme pino decorado en blanco y rojo, daba un aspecto a caramelo.

Miró hacia la mesilla: las galletas y la leche estaban ahí con un gran letrero que decía: Galletas para Santa.

Suspiró muy hondo y decidió dar la primera mordida. La galleta no sabía mal, aunque las de chispas de chocolate no eran sus favoritas, le gustó lo que saboreó su boca.

Dio otra mordida más y bebió de la leche caliente. Le dio un poco de asco, también pensó en vaciar el líquido sobre el desagüe de la cocina, ahí en el fregadero nadie se daría cuenta.

Sin embargo decidió humedecer una galleta en la leche. Fue de ese modo que se sentó en el sofá y empezó a degustar ese pequeño aperitivo de medianoche.

Tampoco era que comiera todos los días, era solo una vez al año que se sacrificaba.

Sin darse cuenta terminó con las doce galletas y la respectiva leche. Para el otro año convencería a su pequeña gruñona de endulzar la leche con un poco de chocolate, le diría que Santa prefería chocolate o un sabor diferente, a solo leche insípida.

Y de la nada su cerebro empezó a trabajar a velocidad. Fue hacia la cocina: tomó una nota y lápiz, escribió con su fea caligrafía:

Hola, Azul.

Estuve aquí y te daré un consejo:

Usa un poco de chocolate en la leche y de preferencia que esté fría.

Aunque también pudieras dejarme una cerveza en vez de leche.

No me enojo

P.D. tu mami es muy bonita.

Pensó que quizá era muy atrevido. Sin embargo, sintió que era el Santa Claus más honesto que pudiera existir y sintió un poco de orgullo.

Dejó la nota sobre el plato vacío y lleno de migajas.

Suspiró satisfecho. Dio algunos pasos hacia las escaleras, dispuesto a descansar con su mujer. Fue que se estremeció al divisar una figurilla fantasmal y pequeña en la segunda planta.

― ¿Por qué estás aquí, papi?

Azul bajó lentamente sostenida del barandal. Usaba un camisón enorme que le llegaba al piso y ni hablar del cabello porque lo traía como maraña.

― ¿Qué haces tú aquí? ―Le regresó la pregunta―. Debes de estar dormida para que llegue Santa Claus, es una regla.

Con su cuerpo cubrió el paso. Lo hizo con la intención de que su niña no viera aún que estaban los regalos y ya no había galletas.

Quería guardar la emoción para la mañana. Que su niña contuviera y viviera ese momento mágico que era descubrir los regalos bajo el pino.

Era una tradición mágica que necesitaba conservar.

La tomó en brazos. Azul soltó un pequeño grito al ser elevada, sin embargo no protestó, no le dio tiempo de hacer preguntas y subió con rapidez cada escalón.

Asimismo la llevó a la habitación. La metió bajo las gruesas mantas con estampado de unicornios y cobijó.

― ¿Tú también escuchaste, papi?

Edward arrugó la cara.

― ¿Qué ruido?

― Yo creo era Santa, papi. Se escuchaban pasos en la cocina y también en la sala de estar. Yo los escuché, papi. Lo hice y por eso decidí bajar.

― Ah… sí. Realmente sí los escuché y por eso bajé.

― ¿Lo viste? ―Azul se había sentado en la cama y adormilada frotaba sus párpados.

Edward con sus grandes manos la ayudó a acostarse de nuevo y volvió a cubrirla.

― No. No lo vi, los adultos no tenemos permitido hacerlo.

― Oh… ―soltó un largo bostezo, sus ojitos se cerraron― pensé que lo habías atrapado, papi.

― Duerme, pequeña. Descansa que mañana es Navidad.

― Sí. Yo… un día lo atraparé, papi. No le digas a nadie… dejé el celular del abuelo Charlie grabando… mañana lo veremos, papi. ―Azul quedó plácidamente dormida.

Edward se tensó. Abrió los ojos cómo platos y salió de la habitación para regresar a la planta baja.

Se cruzó de brazos al divisar a su suegro. Charlie miraba el celular que tenía en su mano.

― No te preocupes ―dijo el hombre de bigote frondoso―. Acabo de borrar el video donde estás engullendo sin parar esas galletas.

― Gracias.

― No lo hago por ti ―gruñó como siempre que se refería a él―. Es por mi nieta, jamás le rompería el corazón dejando que te vea atascadote de las galletas que ella cree son para Santa.

Edward sonrió petulante.

Quizá Charlie y él nunca terminarían de empatizar, pero en algo ambos coincidían y era el amor por las tres mujeres que dormían. Y por ellas, ambos estaban dispuestos a hacer lo que fuera.

― Buenas noches, suegro ―se burló, regresando por las escaleras.

.

La canción de Rockin' around the Christmas tree sonaba en toda la casa.

Edward salió de la habitación al ver que su mujer e hija no estaban, se había quedado dormido.

― ¡Papi! ―Azul corrió para echarse a sus brazos―. ¡Llegó Santa! ¡Sí vino!

Fácilmente la atrapó y la cargó con él. Siguió bajando cada escalón y saludó con una sonrisa a todos en la sala. Besó rápidamente los labios de Bella y la cabecita de Emma que estaba en su portabebé.

― Me alegro saberlo ―le dijo―. ¿Y qué novedades hay?

― Me dejó una nota.

Edward sonrió fingiendo que no sabía.

― Seguramente te pidió cervezas ¿no?

Azul enterró los dedos en esa melena cobriza y despeinada que poseía. Lo miró apenas unos segundos y frunció el entrecejo.

― No. Me dijo que la próxima vez quería más galletas y que la leche estuviera hirviendo.

Edward también frunció el entrecejo. Era un gesto idéntico al de su niña.

Le arrebató la nota y leyó:

Querida Azul.

Gracias por las galletas.

Me gustaría pedirte de favor

Que la próxima vez calientes la leche hasta hervir

Y agregues unas galletas más porque no me lleno.

¡Me encantaron!

P.D. Quiere mucho a tu abuelo Charlie.

Edward miró hacia su suegro. El hombre tenía una sonrisa burlona jugando en los labios.

Bella sonrió negando con la cabeza, incluso Renée y sus padres lo hicieron. Todos eran unos traidores.

Por esta vez había ganado Charlie.

― Ves, papi ―Azul acunó sus mejillas―. Para la siguiente navidad haremos más galletas para Santa.

Edward solo pensó que aún faltaban trescientos sesenta y cinco días para que eso sucediera de nuevo.

Tenía suficiente tiempo para pensar cómo se desquitaría de su suegro.


Y bueno, no encontré otra forma de agradecer todo el apoyo que me dan en cada historia. Entonces, surgió este one-shot inspirado en Bubbles. Que pasen felices fiestas.

Gracias totales por leer 🍪🎅