¡ESTA HISTORIA NO ES MÍA! PERTENECE A AMIE KNIGHT.

Parte 4

Edward se apartó de mí y se levantó. Estaba completamente mojado y empezaba a temblar, pero aun así, se inclinó y me ofreció la mano.

Una vez de pie, me atrajo rápidamente a su lado y me rodeó con un brazo. Caminamos juntos hacia Kate y Garrett.

—Eres tú —dijo Garrett, sonriéndome como si fuéramos viejos amigos, como si no fuera en realidad un bastardo tramposo y mentiroso. ¡Qué descaro!—.Escuché que estabas aquí. Es tan bueno verte.

Era extraño.

Kate permaneció callada y un poco reservada, claramente esperando a ver cómo se desarrollaban las cosas. Parecía mansa y pequeña al lado de Garrett, y casi me sentí mal por ella.

Me preguntaba si él también la engañaría. Aunque yo era bastante pálida, tenía el cabello oscuro, Kate era rubia y blanca, casi como una bonita reina de hielo.

Parecía irónico, ya que a ella no le gustaba para nada el frío.

Yo también quería seguir su ejemplo y ver cómo se desarrollaban las cosas, pero parecía que Edward tenía sus propios planes.

Me di cuenta de esto cuando me atrajo aún más hacia él y depositó un largo beso en la parte superior de mi cabello despeinado y lleno de nieve antes de extender su mano húmeda y fría hacia Garrett, todo sonrisas.

—Hola, soy Edward Cullen.

Los ojos de Kate fueron de Edward a mí unas cinco veces en el lapso de dos segundos, como si estuviera tratando de entender las cosas o tal vez estaba en estado de shock, pero Garrett no tenía la voz que tenía mi hermana.

—Soy Garrett —dijo, dándole a Edward un fuerte apretón de manos—. ¿Supongo que eres el nuevo novio de Bella?

¿Nuevo novio? ¡Qué descaro! Abrí la boca para decirle que se metiera en sus asuntos de robos de hermanas, engaños y chasquidos de mandíbula cada vez que masticaba.

Pero Edward me interrumpió antes de que pudiera decir nada.

—Sí, soy yo. Edward Cullen, el novio de Bella. —Les lanzó un guiño antes de girarse hacia mí y mirarme a los ojos con una sonrisa—. Pero lo nuestro no tiene nada de nuevo, ¿verdad, nena? —preguntó, con voz grave, mientras su brazo abandonaba mi hombro y su gran mano bajaba hasta mi trasero, donde dio un fuerte apretón—. Llevamos saliendo un tiempo.

Le respondí con un chillido de asombro, con los ojos muy abiertos y una sonrisa falsa pegada a mi rostro.

Me giré y saludé a Garrett y Kate con la cabeza. La cálida mano de Edward seguía firmemente plantada en mi trasero. Quería quitármelo de encima, pero en lugar de eso, parpadeé angustiada unas veinticinco veces.

Qué desastre era esto.

—No puede haber sido hace tanto tiempo —comenzó Garrett, pero su frase se apagó cuando se dio cuenta de lo que estaba a punto de decir. Pero, de todos modos, podía escuchar el final de la frase en mi mente.

No pudo haber sido hace tanto tiempo, ya que estaba saliendo con Bella hacía apenas un año.

Fruncí mis labios y lo fulminé con la mirada.

Y ahora te casas con mi hermana, imbécil.

Los ojos preocupados de Kate se fijaron en los míos y dio un paso adelante, dedicándome una suave sonrisa.

—Me alegro de que hayas venido —murmuró.

Yo sabía lo que quería decir. No se alegraba de que pudiera venir. Se alegraba de que hubiera decidido venir.

Quería preguntarle por qué no había llamado. Por qué no había intentado ponerse en contacto conmigo. Por qué nunca había dicho que lo sentía.

Podría perdonarla. Le perdonaría cualquier cosa. Era mi hermana, después de todo.

Sin embargo, no hice ninguna de esas cosas. En lugar de eso, solo le di un triste asentimiento porque era todo lo que podía hacer.

Edward debió saberlo porque se paró un poco delante de mí.

—Tú debes de ser Kate —dijo, extendiendo su mano hacia ella.

—Lo soy. Soy la hermana de Bella. —Dijo esas palabras tan mansamente que me dieron ganas de llorar. Hubo un momento en nuestras vidas en que Kate y yo habíamos estado orgullosas de tenernos la una a la otra.

Odiaba que hubiéramos llegado a esto.

—Ella me habló mucho de ti —dijo Edward, y vi como la pequeña sonrisa de Kate se desvanecía de su rostro.

Supongo que sabía que no eran cosas buenas las que le había contado.

Estaba a punto de preguntarle si podíamos hablar más tarde, pero entonces recordé que se casaría más tarde. Probablemente estaba demasiado ocupada.

—Mierda, hombre. —Garrett se rió, señalando lo que parecía ser la nueva cabra mascota de Edward que estaba apoyando la cabeza contra la pierna de Edward—. Parece que Vinnie se encontró un nuevo mejor amigo.

La risa de caballo de Garrett me irritaba y me pregunté qué había visto en él. Parecía haber envejecido diez años en el último. O tal vez solo había estado cegada por lo que pensé que era amor.

Tenía dientes grandes y cejas pobladas. Su cabello no era rubio ni castaño, sino intermedio, y parecía agua de fregar. Realmente no tenía ni idea de lo que había visto en él.

Giré la cabeza y observé al hombre que estaba a mi lado. Y aunque su ropa estaba empapada y sus dientes castañeteaban, Garrett no podía hacerle sombra a Edward. Estaba casi agradecida con la pareja frente a mí por haberme echado de la montaña. Estaba jodidamente contenta de no ser yo la que llevara el vestido de novia esta noche.

Me habían salvado de cometer un terrible error.

Edward le sonrió a la cabra y acarició la parte superior de la cabeza antes de mirar a Garrett.

—Creo que tienes razón. Tengo un nuevo mejor amigo.

Garrett resopló.

—Vinnie nunca se encariñó conmigo. —Me miró—. ¿Recuerdas cuando intenté darle un beso y mordió mi labio?

Yo también debería haberte mordido la primera vez que intentaste besarme. Y se llama Vincent, imbécil. Pero sigue el juego, amigo mío.

—¿Qué puedo decir? —dije, girándome para mirar a Edward—. Vincent tiene un gusto impecable para los hombres —dije, inclinándome aún más a su lado. Su mano apretó mi trasero y esta vez intenté no chillar.

Cada vez era más fácil mentir. No lo de la mano en mi trasero.

—Deberíamos ir a la tienda si todavía quieres llevarme de excursión esta tarde —dijo Edward, sonriéndome.

—Me parece bien. —Yo estaba más que agradecida por la salida. De hecho, estaba lista para salir corriendo.

—A Bella le gusta ir de excursión por las mañanas. ¿No es así, Bella?

¿Recuerdas cómo solíamos ir de excursión todas las mañanas? —preguntó Garrett, con Kate pegada a su lado.

Probablemente nadie más que yo notó cómo el cuerpo de Edward se tensaba y sus cejas se fruncían ante las palabras de Garrett. No le gustaba que mi ex lo corrigiera, y a mí tampoco. No le gustaba que Garrett nos recordara lo que él y yo solíamos ser.

Edward se inclinó hacia mí, sus ojos atraparon los míos mientras rozaba su nariz con la mía. Pasando esos labios carnosos sobre los míos, como una caricia apenas perceptible, un susurro, dijo sobre ellos:

—Mmm, mantengo a Bella demasiado ocupada por la noche como para ir de excursión por la mañana. ¿Verdad, nena?

Mis rodillas temblaban y mis ojos se cerraron. Mi corazón se aceleró. Nunca había sentido tanto calor. Quería inclinarme hacia arriba, devorando ese solo centímetro que separaba nuestros labios y besar al tonto.

Nunca me había mantenido despierta toda la noche. Pero podía verlo en mi mente como si estuviera allí. Y maldición si no fuera la cosa más caliente que nunca me había pasado.

—Mmhmm —conseguí gemir, con los ojos aún cerrados. Nunca me había sentido tan bien fingiendo ser traviesa. Garrett se aclaró la garganta torpemente.

—Entonces dejaré que sigan con su día.

Abrí los ojos justo a tiempo para ver a Garrett apartando a Kate. Ella se giró hacia mí.

—¿Podemos hablar más tarde, Bella? —preguntó con ojos desesperados.

—Claro —acepté, y ella me lanzó una sonrisa triste antes de girarse hacia Garrett. Inmediatamente agarré la mano de Edward y la aparté de mi trasero.

—¿Era realmente necesario agarrar mi trasero?

Me sonrió con satisfacción.

—¿A quién quieres engañar? Jodidamente te encantó.

No se equivocaba. Maldición.

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Me paré afuera de uno de los vestidores de la única tienda de artículos deportivos de Forks, The Sugar Shack. Me balanceé sobre las puntas de mis pies como solía hacer cuando estaba nerviosa.

Porque mi cita falta estaba volviéndome completamente loca.

¿Y mi cita falsa ya no era realmente falsa?

Después de mi encuentro con mi hermana y Garrett, Edward se había cambiado rápidamente de ropa y se había presentado en el gran árbol de Navidad de la recepción del hotel, donde había decidido llevarlo montaña abajo para conseguirle ropa de abrigo.

Había estado extrañamente callado durante todo el trayecto, lo que me había dado diez minutos para pensar.

Y pensar era el movimiento equivocado. Porque mi mente era una alcantarilla. Estaba jodidamente sucia. Bien podría haber sido las fosas del infierno. Y no podía hacer nada al respecto.

Pensé en nosotros retozando en la nieve como dos malditos adolescentes. Pensé en él casi besándome.

Pensé en lo que habríamos hecho después si no me hubiera escapado de la cama esa misma mañana.

Y fue glorioso y sórdido. Me encantó.

Me habría besado si el imbécil de Garrett y Kate no hubieran aparecido. Lo sabía.

Su sincronización fue impecable, como siempre.

Y ahora estábamos aquí, esperando a que Edward saliera del vestidor, y estaba pensando de nuevo.

Solo que esta vez estaba pensando en cómo todo esto era un error. Cómo Edward probablemente iba a romper mi corazón al igual que Garrett. Cuando este fin de semana terminara, nosotros también. Y volvería a estar sola.

Diablos, estaba sola ahora. Todo esto era fingido, ¿no? Solo cuando casi me había besado, habíamos estado solos.

Bueno, excepto por Vincent Van Goat.

O tal vez solo se estaba divirtiendo conmigo mientras tenía la oportunidad. Estaba tan confundida. Sobre, bueno, todo.

Mierda.

—¿Eres tú, Bells? ¿Eres tú, Sugar Girl? —escuché detrás de mí la voz más dulce que había conocido en toda mi vida. Reconocí al instante aquel acento lento y dulce, y una sonrisa se dibujó en mi rostro al darme la vuelta.

—Sue —exclamé, reconociendo a la mujer de sesenta y tantos años que era una de las mejores amigas de mi madre.

Conocía a Sue de toda la vida y, cuando me abrazó, respiré el dulce aroma de los girasoles.

—Vaya, eres un rayo de sol en un día nublado —dijo apartándose de nuestro abrazo. Miró mi ropa—. Oh, Cariño, lo siento mucho. Te abracé y dejé pelos por todas partes.

Quité los pelos de mi chaqueta.

—No pasa nada. Estoy tan feliz de verte. —Y realmente lo estaba. Era un regalo para la vista.

Sue cepilló los pelos de su bata.

—Esos malditos animales me ensucian tanto, pero los quiero mucho.

Me reí. Sue trabajaba para el veterinario local en la montaña. Incluso hacían visitas a las granjas que había en la base de Forks, en la pequeña ciudad de La Push.

Ella era dulce y amable y me recordaba a Dolly Parton con su gran cabello castaño y su acento montañés.

Era adorable, y a veces me preguntaba cómo ella y mi madre habían conseguido ser tan buenas amigas todos estos años, teniendo en cuenta lo diferentes que eran.

Sue era todo country, y mi madre todo dinero viejo. Pero se querían a pesar de sus diferencias.

—Tu madre no estaba segura de que fueras a venir a la boda, Sugar Girl —dijo Sue, acogiéndome—. Pero estoy tan feliz de que estés aquí, y te ves tan bien. Parece que la ciudad te ha tratado bien. Y me parece muy bien que vengas a casa a apoyar a tu hermana.

Sonreí y asentí, fingiendo ser la gran persona que la dulce Sue creía que era.

—¿Dónde está madre? Aún no la he visto.

Ella puso los ojos en blanco con una sonrisa.

—Bueno, ya conoces a Renee. Está obsesionada con cada detalle de esta boda. Creo que su última preocupación son las flores. Hace tanto frío, ya sabes. Y tuvo que pedir que las enviaran.

Sonreí.

—Me parece bien.

—Seguro que la verás pronto —dijo dándome una suave palmadita en el brazo. Ignoré su mirada de lástima.

—No sé, Bella. Puede que estas botas sean demasiado grandes. —Escuché algo detrás de mí y me giré justo a tiempo para ver a Edward correr la cortina del vestidor y salir a la tienda.

Y aunque nunca me había alegrado tanto de una interrupción, me alegré aún más de no haberme perdido su contoneo al salir del vestidor como un montañés certificado.

Era casi como si saliera a cámara lenta. Puede que estuviera mirando las botas que le preocupaban, pero yo no podía apartar los ojos de él.

Empecé por las botas marrones para todo tipo de clima que llevaba en sus pies, y mis ojos subieron hasta el jeans oscuro forrado de franela que abrazaba sus caderas tan perfectamente que podría haberme muerto allí mismo. Olvidé el chaleco térmico y de plumas que realzaba sus anchos hombros y se estiraba con la flexión de sus bíceps. Todo eso, junto con su barba incipiente y su cabello desordenado, realmente me impactó.

Se me hizo agua la boca.

Edward Cullen estaba teniendo un momento She's All That al estilo del hombre de la montaña, y yo estaba totalmente desmayada.

Resultó que Sue no estaba mucho mejor que yo.

—Cariño, la ciudad te ha tratado muy bien —susurró.

Me giré para mirarla, pero ella no me estaba prestando ni un poco de atención. Sus ojos estaban pegados a Edward.

¿Y quién diablos podía culparla? Parecía un modelo de LL Bean.

Morí y me fui al paraíso de las chicas montañesas.

—¿Qué te parece, nena? —preguntó, todavía estudiando sus botas y completamente ajeno a los ovarios que estallaban a su alrededor.

Nena. Podía llamarme nena en cualquier momento y lugar. Pensé en cómo me había dicho que podía tocarlo en cualquier momento. En cualquier lugar.

Gah.

—Cariño, creo que esas botas quedan muy bien —dijo Sue, y solté una risita.

Edward levantó la vista de sus botas para mirar a Sue. Inmediatamente le dedicó una sonrisa deslumbrante que seguro que derritió sus bragas de abuela; la mujer parecía que iba a desmayarse.

—Edward, esta es Sue. —Asentí hacia Sue—. Sue, él es Edward.

—El novio de Bella —dijo Edward rápidamente, extendiendo la mano.

Solo cuando Sue colocó su mano en la de él, la levantó hasta su boca y depositó un beso en el dorso.

Sue me miró, sonrojada.

—Bueno, Bells, acabas de hacer a esta anciana más feliz que un cerdo en bazofia. Estoy deseando que tu madre lo vea.

Sonreí.

—Tía Esme dijo que sería interesante.

—Ella no se equivoca —dijo, mirando a Edward de pies a cabeza—. Que me condenen.

Me reí, y el brazo de Edward me rodeó y esta vez no me sorprendí tanto cuando su mano aterrizó en mi trasero. Se estaba volviendo demasiado familiar, y eso era probablemente algo malo.

—Bueno, no quiero entretenerte, Sugar Girl. Solo te vi al otro lado de la tienda y no pude evitar acercarme y darte un abrazo.

—Me alegro de que lo hicieras —dije, sonriéndole a Sue. Pero sus ojos seguían mirando a Edward.

—Créeme, Bells, el placer es todo mío.

Tenía la sensación de que no se refería a nuestro abrazo.

—Nos vemos en la boda —dijo, dejándonos allí de pie. Miré a Edward.

—Quita tu mano de mi trasero, Superman.

Un lado de su boca se levantó.

—Superman, ¿eh?

—Quita. Tu Mano. De mi trasero. Ahora —volví a ordenarle.

—Bien —murmuró, apretando un poco mi trasero antes de finalmente retirar su mano.

—Vamos —le dije, agarrando su brazo y tirando de él hacia la caja registradora de la entrada de la tienda.

Teníamos que sacarlo de aquí antes de que otra mujer lo viera. No podía dejar que sedujera a todas las mujeres de Forks. No es que hubiera muchas ni nada parecido.

—Nos llevaremos todo lo que tiene puesto —le dije a la rubia que estaba detrás del mostrador.

—Apuesto a que sí —dijo, mirando a Edward con aprecio.

La fulminé con la mirada. Donde quiera que fuéramos, te lo digo.

—¿Lo haremos? —preguntó Edward.

—Sí —respondí, y antes de que pudiera detenerme, continué—: Te ves muy sexy. Maldita boca. Era terrible mintiendo y aún más terrible ocultando la verdad.

Me sonrojé ante mis propias palabras, pero Edward solo sonrió, como si le hubiera alegrado el día.

Hermoso bastardo.

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De alguna manera me las había arreglado para ignorar lo malditamente apuesto que estaba Edward durante todo el camino de regreso al complejo. Alabado sea el niño Jesús en el pesebre, ni siquiera lo había mirado una vez. Tendría que darme una palmadita en la espalda por eso más tarde. O al menos pedirle a tía Esme que me hiciera unas galletas como recompensa.

Pero Edward me lo había puesto fácil. Había estado ocupado en su teléfono todo el viaje. Parecía que estaba enviándole mensajes a alguien, y me preguntaba si tendría una novia de verdad en casa que se estaría preguntando dónde demonios estaba y qué estaba haciendo. Y con quién lo estaba haciendo.

¡Ouch!

Recé para que no fuera de ese tipo.

Cuando entramos en el complejo, Edward guardó su teléfono y me lanzó una mirada tímida.

—Lo siento, mi madre quería asegurarse de que todavía llegaría el día de Navidad.

Asentí y tragué saliva. Su madre. Eso era bueno.

—¿Viven en la zona de Seattle? —Mírame pescando.

—Sí. También viven en Port Angeles —dijo bajándose de mi Subaru.

Imagínate nuestra sorpresa cuando nos acercamos a la entrada principal del complejo y nos encontramos a nuestros dos amigos allí esperándonos.

Wilbur se acercó a mí y le di algunos besos y caricias por haber sido un buen chico.

—Vincent, mi hombre. ¿Qué has estado haciendo? —le preguntó Edward a la cabra, arrodillándose frente a ella para acariciar su cabeza.

Sonreí porque él y la maldita cabra eran jodidamente lindos, y era precioso.

—Pensé que nunca ibas a regresar. —Escuché detrás de mí.

Sonreí mientras me incorporaba y me giraba para ver a mi madre allí de pie, intentando parecer distante con sus leggings negros y su largo jersey negro, pero llevaba un gorro de punto blanco brillante de aspecto caro y una bufanda alrededor de su rostro.

Parecía un ángel y corrí hacia ella con los brazos extendidos.

—Qué amable de tu parte finalmente hacer un viaje a casa para ver a tu madre —me dijo, abrazándome y balanceando nuestros cuerpos—. Te extrañé mucho, bichito mimoso.

Sonreí acariciando su cabello angelical.

—Yo también te extrañé, mamá.

—¿Y a quién tenemos aquí? —preguntó, apartándose de nuestro abrazo y mirando a Edward.

Mi madre no era fácil de convencer. No se derretiría en un charco al ver a Edward como lo habían hecho los demás. Estaba hecha de un material más duro. Un rostro bonito no significaba una mierda para ella.

Tía Esme tenía razón. Esto iba a ser muy interesante. Observé absorta cómo se acercaba a Edward y Vincent.

—Sue me advirtió que había un hombre hermoso con mi hija mayor.

Ella le sonrió, pero no llegó a sus ojos. Edward inclinó la cabeza hacia ella.

—Señora Swan. Encantado de conocerla. Soy Edward.

—Seguro que sí —respondió ella, estudiándolo como si fuera un rompecabezas que intentaba descifrar. Solo esperaba que le gustara lo que descubriera. Mi madre era intuitiva.

—¿Y desde cuándo se conocen tú y mi hija? —preguntó, sus ojos brillaban con curiosidad.

Edward también la estudiaba, a su manera, y seguí observando, medio aterrorizada, medio lista para hacer palomitas de maíz.

—Un año. Trabajamos juntos —respondió con pragmatismo. Ella levantó una perfecta ceja dorada.

—¿Y saliendo cuánto tiempo?

Vi cómo la nuez de Adán de Edward se balanceaba.

—No hace mucho. Somos relativamente nuevos, pero supe desde el primer momento que era la indicada para mí —dijo con una dulce mirada.

Sus palabras me dejaron sin aliento.

Edward se acercó más a mí hasta que su hombro quedó pegado al mío, y mi corazón latía tan rápido y fuerte que sentía como si estuviera corriendo una maratón.

¿Qué estaba pasando? ¿Qué estaba diciendo? Parecía la verdad, pero ¿cómo podía serlo?

¿No iba a contarle las mismas mentiras que le había contado a Kate y a Garrett?

¿Qué era esta historia que estaba tramando? ¿Y por qué parecía tan importante? Sin embargo, mi madre no se impresionaba tan fácilmente con él.

—Si sabías que era la indicada para ti, ¿por qué esperaste tanto, Edward?

Miré a Edward, tan ansiosa por su respuesta como mi madre. De hecho, estaba pendiente de cada palabra con gran expectación.

La historia que estaba pintando era buena.

Y mientras estaba allí de pie, esperando, sintiéndome como si estuviera en el precipicio de algo grande, sentí la cálida y áspera mano de Edward rozar la mía.

Mis ojos bajaron justo a tiempo para ver cómo su mano envolvía la mía. Como la caricia más dulce. Suave y fácil.

Y al igual que los abejorros que zumbaban en el bosquecillo de árboles en la parte trasera de la montaña en verano, mi estómago zumbó con energía y algo más.

Frotó con ese pulgar calloso la parte superior de mi mano, presionando su palma con más firmeza contra la mía, y contuve el aliento, aturdida por la electricidad que chisporroteaba entre nosotros.

Y no me refería solo a la atracción física. Era algo mucho más.

Agarré su mano con más fuerza, sin querer soltarla nunca. Finalmente liberé el aire aliento que había estado conteniendo y miré a mi madre, que estaba tan concentrada en esa mano como yo.

—¿Y bien? —preguntó ella, dirigiendo sus ojos nuevamente hacia los de Edward—. ¿Por qué esperaste tanto?

Edward cerró los ojos solo unos segundos, aquellas pestañas gruesas y oscuras se presionaron contra la parte superior de sus mejillas rosadas, antes de abrirlos lentamente y decir:

—Ella no estaba preparada.

Sus cejas se encontraron con el blanco de su gorro en señal de sorpresa.

—¿Y ahora? ¿Ya está preparada?

Edward me miró, con una pequeña sonrisa en sus labios.

—Lo está.

No tenía ni idea de lo que estaba pasando o para lo que estaba preparada, o si algo de esto era, de hecho, real. Pero eso no impidió que las abejas en mi estómago o la forma en que mi mano se sentía en la suya.

Estaba perdida. Y tonta.

Muy tonta.

Lo que más me sorprendió fue cuando mi madre sonrió ampliamente, tanto que su sonrisa se encontró con sus ojos azules.

—Bueno, como siempre, Sue tenía razón. Eres increíble.

Miró hacia las piernas de Edward, donde estaba la cara de Vincent.

—Y parece que Vincent está de acuerdo. Bueno, vamos, entonces, tenemos que prepararnos para el almuerzo. ¿No es así? —preguntó, agarrándonos a Edward y a mí y nuestras manos se separaron.

Me sentí ridículamente vacía por la pérdida de su mano y me odié por eso. Sería un saco triste cuando volviera a casa después de este viaje.

Mamá entrelazó sus brazos con los nuestros y nos condujo al interior del edificio, Vincent y Wilbur no muy atrás.

—Me alegro mucho de que estés en casa, Bella. La montaña te extrañó —dijo, antes de inclinarse más hacia mí y susurrarme—: Te extrañé. Desesperadamente.

Mis ojos ardían de emoción.

—Yo también te extrañé, mamá.

—Sé que es difícil para ti estar aquí hoy. Y estoy orgullosa, Bella. Siempre estoy muy orgullosa de ti.

Sonreí, pero podía sentir una de esas molestas lágrimas intentando salir de mis ojos.

—Y has elegido bien. Edward es agradable. Me gusta para ti.

Una de esas lágrimas escapó, entonces. Porque le gustaba para mí. Edward había hecho un trabajo demasiado bueno. Tal vez mamá estaría desconsolada cuando la llamé y le dijera que habíamos terminado.

Tal vez yo también estaría desconsolada.

Me sentía enferma. El miedo se acumuló donde habían estado las abejas.

—¿Te han dicho alguna vez que se parece a Henry Cavill? Tan guapo —finalizó.

Y aunque estaba al borde de un ataque de pánico y de las lágrimas, no pude evitar sacudir la cabeza y fruncir los labios.

—Eso escuché.