Aqui esta mi nueva adaptación espero les guste.
**Los personajes son de Stephenie Meyer y la historia al final les digo el nombre de el autor
CAPÍTULO VEINTICUATRO
―Emmett, ¡maldita sea! ―Zafrina corrió detrás de él, mientras éste permanecía en el terreno delantero de la cabaña, aún temblando por su grito de desafío―. ¿Qué diablos crees que estás haciendo?
―Recuperando a mi hijo ―dijo Emmett voz alta. Zafrina lo agarró y lo arrastró hacia los árboles.
―Así no es cómo debes hacerlo, Emmett. ¿Quieres hacerle daño a Alec? ¿En qué estás pensando?
Emmett bajó la cabeza, tratando de controlar el latido frenético de su corazón.
―Estoy pensando en mi hijo en el interior de esa cabaña. ―La desesperación desgarraba sus entrañas. Tan cerca. Su bebé estaba tan cerca. Diez metros de distancia―. Estoy pensando en lo que Witherdale está haciendo cada minuto que mi hijo está ahí. ―Su voz temblaba―. Oh, Dios,Zafrina, tiene mi hijo allí y yo ni siquiera sé si todavía está vivo.
Zafrina le apretó el hombro, dolorosamente, y la cabeza de Emmett se disparó hacia arriba, parpadeando por la sorpresa. Ella lo miraba con una fría determinación en sus ojos.
―Recupera un poco de control sobre ti mismo, Emmett. ―Miró hacia donde estaba el detective Crowley, en la zona boscosa en el extremo izquierdo de la cabaña, luego miró su reloj―. ¿Dónde diablos está ese negociador de rehenes? ―Escaneaba los árboles―. ¿Y dónde diablos está Aro?
―Y Cullen―añadió Crowley, que venía detrás de ellos.
―Está en el auto ―dijo Zafrina, los ojos fijos en la cabaña―. Con el chico.
―No, ese es Jasper, el hermano. Me encontré con las huellas y las depresiones de un bastón en el barro por el lado este de la casa. Edward Cullen está en la casa.
Zafrina exhaló un suspiro.
―Mierda.
OOOOO
Él estaba dentro. La cadera le dolía de la escalada en el alféizar de la ventana, pero estaba adentro y no se iría sin Bella. Apretando los dientes, Edward pasó su pierna buena sobre el alféizar de la ventana, hizo una pausa y pasó la otra, haciendo un ruido sordo cuando sus pies tocaron el suelo y recuperó el equilibrio. Bella se sacudió para ver detrás de ella, sin éxito.
En dos segundos, Edward estuvo detrás de ella y le pasó suavemente la mano por el pelo, sintió que se sobresaltaba ante su caricia y maldijo a James Witherdale a un infierno violento y doloroso. Se arrodilló en el suelo y se inclinó hacia adelante mientras sacaba una navaja del bolsillo del pantalón.
―Estoy aquí. Te amo ―susurró al oído y ella se hundió de nuevo en la silla, dejando descansar la cabeza contra la suya. Él hizo el corte por debajo de la cuerda que unía las muñecas y ella cayó a un lado. Él la tomó con un brazo y utilizó el otro para cortar la ligadura de sus tobillos, y luego la miró a la cara. Su estómago dio un vuelco. Tuvo que luchar contra las nauseas. La mano que sostenía la navaja formo un puño, el cuchillo como un puñal, visualizando por un momento que arrancaba el corazón de Witherdale de su quebrado y sangrante cuerpo.
Su rostro...
Él la había amoratado y sangrado. La había arañado y cortado. Él la había lastimado. Oh, Dios.
―Bella―susurró, con el corazón en la garganta.
Ella cerró los ojos, pero no antes de que Edward viera la vergüenza en ellos.
―Lo siento ―movió la boca, pero fue incapaz de sacar a las palabras de su garganta dolorida. La rabia lo quemaba, tan intensa que tuvo que cerrar los ojos frente a la fuerza de la misma.
―Sigues siendo hermosa ―le susurró, cepillado ligeramente punta de sus dedos contra un área detrás de su cabeza―.Te quiero.
Ella cayó hacia adelante, dejando que Edward absorbiera su peso. Aún de rodillas envolvió sus brazos a su alrededor y la ayudó a apoyarse en el suelo. Su mano, su pobre mano maltratada, se extendió y le apretó el cuello, tirando de él hacia abajo para que su oído tocara su boca.
―¿Ethan?
―Él está bien. Está con Jasper.
El alivio estremeció todo su cuerpo. Ella lo atrajo de nuevo.
―No hay teléfonos aquí. No podemos pedir ayuda. Edward sacudió la cabeza.
―No te preocupes. Me traje un detective de la policía conmigo. Sus hombros se hundieron de alivio.
―Gracias. ―Ella trató de sonreír, y luego hizo una mueca de dolor.
Witherdale era hombre muerto. Edward no sabía cómo, pero estaba seguro. Tomó aliento, sin saber si quería escuchar la respuesta a su siguiente pregunta.
―Lo hizo... ¿Acaso...? ―Se detuvo.
Bella negó con la cabeza, sólo unos pocos centímetros en cada dirección.
―Lo intentó. Pero no pudo. La ola de alivio casi lo derribó.
―¿Puedes caminar? ―susurró.
Ella suspiró y movió sus dedos para recuperar la circulación por el movimiento.
―Mis pies ―susurró―. Han estado atados desde ayer. Edward tomo un pie y empezó a masajearlo con fuerza.
―Tenemos que darnos prisa.
―¿Edward?
Levantó la vista, mientras continuaba masajeando el pie.
―¿Qué, cariño?
―El niño, Alec. ¿Está bien?
Edward sacudió la cabeza y tomó el otro pie.
―No sé, Bella. El Detective Volturi pensaba que estaba todavía aquí.
―No puedo dejarlo aquí, Edward ―susurró. Cuando levantó la vista sus ojos eran claros y firmes―. Es sólo un bebé. No tiene más de seis años.
Edward suspiró y continuó trabajando en su circulación.
―Vamos a salir de aquí y luego me preocuparé por Alec. Ella tomó su mano.
―¿Me lo prometes? Tengo que saber que estará a salvo.
Edward la miró a los ojos. Ya no se veía la vergüenza, pero si la fuerza que Tanya había descrito. Aquí estaba la mujer que corrido por su vida para salvar a su propio niño. Ella no podía salir de aquí dejando a otro. No sería Bella si lo hiciera.
―Te lo prometo, mi amor. Ahora tenemos que darnos prisa.
OOOOO
―¡Maldita sea, al suelo! ―La advertencia de Zafrina se produjo una fracción de segundo después de que la corteza astillada llegara como una ducha sobre la cabeza de Emmett. Se agachó tras un árbol delgado, su único escudo.
―Esto se ha puesto intenso, Emmett ―murmuró Zafrina, de cuclillas junto a él. Ella se apoyó sobre su estómago y sacó el arma de su pistolera―. Gracias por decirle que estábamos aquí ―añadió con sarcasmo.
Emmett siguió su ejemplo, por lo que se obligó a sí mismo a postrarse en el suelo. Ella estaba en lo cierto.
Estaba absolutamente cien por ciento en lo cierto. La había jodido y su hijo y una mujer inocente podrían sufrir.
―Lo siento, Zafrina ―dijo, con sincera humildad―. Tienes razón. ¿Qué debemos hacer ahora? Zafrina levantó la cabeza una fracción de pulgada y lo miró.
―Nosotros, en el sentido de tú y yo, no hacemos nada. Yo, voy a tratar de disuadirlo. Que Dios me ayude si se entera sobre los disturbios en el centro. Si lo hace, podríamos estar hablando de hacer frente a sus demandas de una salida segura del país. ―Zafrina suspiró en voz baja―. Y sabes que no haremos eso, ¿verdad, Emmett?
Emmett asintió debidamente, con la cabeza pesando como plomo en el extremo de su cuello.
―Lo sé. ―Él bajó la cabeza y sintió que las rocas arañaban su mejilla, pero no le importó―. ¿En qué estaba pensando, Zafrina?
Ella le acarició la espalda.
―No tienes la culpa. Reaccionaste como un padre desesperado. Es mi culpa. No he debido dejarte atrás.
―Pensé que podía manejar la situación. ―Dios mío, ¿cuál sería el costo de su fracaso? ¿Y si Alec nunca salía de ahí? Una ola de miedo se apoderó de él, tan fuerte que su cuerpo se estremeció.
―Todos pensamos que lo podemos manejar hasta que nos toca demasiado de cerca. ―Zafrina miró por encima del hombro―. ¿Tyler?
Emmett giró para encontrarse con Crowley agazapado detrás de un árbol cercano, con las manos sosteniendo su rifle constantemente. Sin temblar. Su rostro era duro, pero sus ojos estaban llenos de comprensión.
―Yo te cubro, Zafrina.
―¿Tienes el chaleco, Tyler?
―Sí. ¿Tú?
―Sí. ―Cambió su peso sobre las rodillas, cuidando de mantenerse detrás del árbol―.
¡ Witherdale! ¿Me escuchas?
Sonó otro disparo y más corteza llovió. Zafrina obligó a su cuerpo a acostarse nuevamente en el suelo.
―Él me puede oír. Tyler, tráeme el megáfono. No me pondré de pie otra vez.
Tyler se lo alcanzó y Zafrina acomodó su cuerpo en el suelo fangoso, el megáfono en la mano.
―James, ¿me escuchas? ―El sonido llenó el aire y Emmett se tensó, esperando la bala en los árboles. La última había llegado a menos de dos metros del suelo. Witherdale no les estaba advirtiendo. Les estaba disparando a matar. Él ya había matado a un policía esa mañana, Gary Jacobs, el oficial que custodiaba su casa, su familia. Witherdale acabaría con ellos sin pensarlo dos veces.
―Sé que tienes al niño MaCarty―prosiguió Zafrina, su voz tan suave como era posible saliendo del megáfono―. Sabes tan bien como yo que no ganas nada quedándote con el niño. Déjalo ir, James, y a tu esposa. Sabes que puedo hacer esto más fácil para ti si cooperas con nosotros.
―¡Vete al infierno, Ross! ―La respuesta fue acompañada por otro chasquido, aún más cerca esta vez, y otra ducha de corteza―. La próxima vez no tendré como objetivo el maldito árbol. Quiero que todos ustedes se hallan ido en los próximos cinco minutos o el niño será el siguiente.
El miedo y la ira se arremolinaron juntos en la mente de Emmett, y todo lo que podía ver era a su bebé, acurrucado en un rincón de la cabaña, con miedo.
―Alec ―se oyó susurrar, su voz áspera y ronca. La mano de Zafrina lo empujaba hacia abajo por la espalda, pero una nueva ola de terror de apoderó nuevamente de él. Fue presa de un miedo y un amor tan intenso que lo llevó a ponerse de pie y la mano de Zafrina tirando de su chaqueta era algo surrealista, una realidad periférica.
―Yo soy quien deseas, Witherdale ―dijo en voz alta, su voz clara ahora―. Iré contigo de buena gana si deja ir a mi hijo.
La risa en respuesta fue poco más que un sonido maníaco.
―Sal a la luz ―dijo Witherdale ―. Sin armas.
Sin dudarlo, Emmett sacó su arma de la cartuchera y la tiró hacia delante, lo suficientemente lejos para que Witherdale pudiera verlo cumplir, pero lo suficientemente cerca de Zafrina para poder tomarla en caso de necesidad. Estaba de nuevo en control de sus propias acciones, pensó, aunque más no fuera. Dio un paso hacia adelante.
―Quiero ver a mi hijo, Witherdale. Muéstramelo.
Vio un movimiento de sombra detrás de la ventana rota, un destello de la luz del sol en el metal, sólo un segundo antes. El ruido llenó sus oídos cuando el peso golpeó su pecho, tirándolo hacia atrás, enviando un cosquilleo ardiente desde su corazón hasta debajo del brazo que le robó el aliento, el equilibrio. Oyó a Zafrina arrastrarse sobre su vientre hacia él, pero él le hizo un gesto.
―Chaleco ―logró decir. Kevlar. Gentileza del estado, gracias a Dios. Tendría un infierno de moretón, pero…
―¡Papá! ¡Mi papá!
El grito aterrorizado provino de los arbustos, a la derecha de la cabaña.
―Alec. ― Emmett luchó para rodar sobre su estómago y se apoyó sobre los codos, sólo para ver a su bebé salir desde el bosque, las lágrimas corriendo por su rostro sucio, Aro Volturi corriendo tras él.
El grito de Volturi parecía hacer eco a través de la cañada.
―¡Alec, no!
Alec estaba en mitad del valle, cuando el sonido de cristales rotos llenó el aire. Un cuerpo se lanzó desde detrás de Emmett, fuera de la protección de los árboles, y cubrió el cuerpo Alec con el suyo propio cuando otra explosión rompió el aire.
Siguió un siniestro silencio, todas las aves estaban calladas. Incluso el susurro del viento pareció desvanecerse.
La de Zafrina fue la primera voz en romper el silencio, alterada, en pánico.
―Oh, Dios. Riley está herido. ¡Todo el mundo, muévase!
OOOOO
Bella se podía mover, pero poco. En el primer disparo, Edward la tiró a sus pies y luego tiró de ella por los pies hinchados y doloridos. Por la cadera, la empujó hacia la ventana.
Había reunido fuerzas para levantarla sobre el alfeizar de la ventana cuando el sonido de la pistola dejó de amartillar. Edward se volvió lentamente y puso su cuerpo delante de Bella. Un gran hombre corpulento estaba en la puerta, una pistola en la mano, sus ojos fríos. Un músculo temblaba en una de sus mejillas.
Así que este era James Witherdale.
Así que esta era la cara del monstruo.
Por un momento nadie habló, entonces Edward le dijo en voz baja:
―Bella, vete.
Witherdale apuntó el revólver directamente a su corazón. Firme y directo.
―Ella no va a ninguna parte.
―Bella, mi amor, vete.
―No te dejaré con él. Edward apretó los dientes.
―Bella, no discutas conmigo ahora por todos los santos. Ve a buscar a Ross o a MaCarty.
Obtén ayuda de la policía.
James se rió entre dientes, el sonido envió escalofríos por la columna de Edward.
―MaCarty ha muerto y Ross parece estar ocupada limpiando el lío que he hecho por ahí, así que supongo que soy el único policía disponible.
―Él dio unos pasos más y Bella intentó colocarse en frente de Edward. Edward la mantuvo firmemente en su lugar, sorprendido por la cantidad de fuerza que ella aún poseía.
―Eres un demonio de mierda ―dijo Edward con frialdad―. Te puedes ir al infierno.
―¿Y tú eres lo suficientemente hombre como para enviarme allí?
―Edward, no dejes que te manipule ―declaró Bella detrás de él, su voz más fuerte ahora, pero aún quebrada y rasposa―. Él te va a matar.
James inclinó la cabeza, compuso una cara triste.
―¡Aw, Gracie, arruinaste la sorpresa! ―Se enderezó y se puso serio―. Vete al rincón. El estúpido y yo tenemos un asunto que discutir.
―¡Fuera, Bella! ―susurró Edward a través de sus dientes―. Mientras aun puedo protégete. James se echó a reír.
―Porque él sabe que no va a aguantar ni un round completo conmigo.
Edward cambió abruptamente su estrategia, mirando al bastardo sin inmutarse, con la esperanza de que la falta de respuesta fuera suficiente para enfurecerlo y que cometiera un tonto error. Edward puso cara de aburrido, pero supo, con la furia ardiendo en su interior, que lo mejor que podía mostrar era desprecio.
Funcionó. En un abrir y cerrar de ojos Witherdale atacó y Edward empujó a Bella del camino de Witherdale, escapando de él justo lo suficiente. Witherdale golpeó contra la ventana abierta y por un breve instante quedó colgado, la parte superior del cuerpo por fuera de la ventana, la parte inferior sin equilibrio, sus pies sin tocar el suelo. Edward levantó las manos y las llevó hacia abajo, contra de la parte baja de la espalda. La respiración Witherdale salió en un silbido, yEdward le agarró la fornida muñeca con ambas manos. Años de asir las ruedas de sillas de ruedas y la manija del bastón le habían dado una fuerza por encima de la media en sus manos. Su agarre castigó la mano de Witherdale, haciendo que aflojara su control sobre el arma, y ésta cayó al suelo embarrado debajo de la ventana.
Edward sintió un rugir de corriente eléctrica a través de su cuerpo. Pero su alegría duró poco, ya que Witherdale se recuperó, empujándose a sí mismo desde el marco de la ventana. En el segundo siguiente, la cabeza de Edward golpeó la pared cuando el puño de Witherdale lo conectó con una sacudida.
―Hijo de puta ―gruñó James, arrojando su cuerpo sobre Edward, enviándolo al suelo.
Edward rodó hacia un lado, escapando de una patada en las costillas por unos centímetros. Miró a la derecha para encontrar a Bella agazapada en un rincón, con los ojos y el cuerpo congelados.
―¡Corre Bella! Sal de la… ―el siguiente golpe de Witherdale le golpeó en las costillas.
Aguantando el dolor, Edward se puso de rodillas. Se las arregló para depositar una serie de golpes en la mandíbula de Witherdale, que enviaron al hombre hacia atrás. Edward era más alto, pero Witherdale tenía dos buenas piernas y era más grande, armado como un maldito camión Mack. Y al igual que un camión, se levantó y corrió hacia adelante. Edward tenía sólo un segundo para prepararse para el asalto antes de que el peso de James golpeara contra sus entrañas. Con un gemido, Edward sintió que su cuerpo caía al suelo.
Witherdale se puso en pie, respirando pesadamente. Una bota atrapaba a Edward por la parte baja de la espalda.
―Esto es por dormir con mi maldita mujer. ―Instintivamente Edward se puso de lado para proteger su espalda, dejando su torso vulnerable. La siguiente patada le dio en el hombro y sintió el dolor explotar y vibrar por todo su brazo―. ¡Eso es por robarme a mi hijo! ―James se enderezó, jadeando. Apoyó los puños en las caderas, los brazos en jarras.
Edward permaneció inmóvil, tratando de bloquear el dolor, para planear su próximo movimiento. No estaba seguro de poder moverse. Vio cómo Witherdale se doblaba por la cintura, las grandes manos cerradas en puños sobre sus rodillas. Las mismas manos que habían hecho las contusiones en la cara de Bella, las mismas manos que la habían hecho tener miedo. La ira se encendió en él y por primera vez en su vida, Edward entendió claramente el significado del odio animal, puro. El odio alimentó su próximo movimiento y, sin pensarlo, arrojó su cuerpo contra las rodillas de Witherdale, haciéndolo caer de espalda. Witherdale respondió con un rugido, poniéndose a horcajadas sobre el cuerpo de Edward, las manos aferradas a su garganta, con los pulgares en posición de cortar el paso de aire de Edward.
Con un grito ahogado Edward seguía luchando, pero Witherdale lo tenía clavado en el suelo sucio. La sala comenzó a tambalearse y girar. Una voz ronca sonó justo detrás de él.
―¡Hijo de puta!.
Edward abrió los ojos para ver a Bella , que finalmente había despertado de su estado paralizado y que, para su horror, se envolvía alrededor de la espalda de Witherdale ,tratando de sacar el hombre de encima del cuerpo de Edward. Como si ella no fuera más que un insecto molesto, Witherdale le dio un manotazo con una mano y ella voló cuatro metros por el aire a la tierra contra la pared, justo debajo de la ventana.
Bella se paró sobre sus pies tambaleantes, los ojos fijos en las manos de James en torno al cuello de Edward.
Lo va a matar, pensó. Lo está matando. Está matando a Edward.
―¡No! ―Estalló el grito de su garganta y miró a su alrededor, buscando desesperadamente un arma. Sus ojos encontraron el bastón de Edward, justo debajo de la cama y un momento después estuvo en sus manos.
―¡No! ―Ella llevó el bastón hacia abajo contra la cabeza de James. Crack. Ella sintió el desagradable impacto recorrer todo el camino hasta sus brazos. Oyó su enojada maldición a través de la oleada de sangre en la cabeza.
―¡No! ―Respirando agitadamente, levantó el bastón y lo dejó caer de nuevo. Crack.
―Eres un cabrón…
Una vez más. Crack. Y otra vez. Crack.
―¡Tú no vas a arruinar mi vida! Una vez más. Crack.
―¡Tú no vas a tocar a mi hijo!
Ella estaba llorando ahora, cada golpe iba directo desde su corazón.
―¡Tú no me vas a tocar! Crack. Crack. Crack.
―¡Bella! Bella, detente. ¡Por el amor de Dios, vas a matarlo!
La mano de Edward cogió el bastón en medio del swing y sus ojos se encontraron y se miraron.
―Ya está, Bella ―dijo en la voz más suave que pudo reunir―. Se acabó.
Todo había terminado. Witherdale estaba a sus pies. Todavía respiraba, pero había dejado de luchar con Edward después del tercer golpe. Ella lo había golpeado al menos cuatro veces más después de eso. Le tomó mucho tiempo a Edward aspirar el aire suficiente para volver a llenar sus pulmones y luchar por pararse sobre sus pies. En un instante de lucidez, repentinamente supo que no quería matarlo, aunque Witherdale verdaderamente fuera un hijo de puta hasta el centro oscuro de su ser. Edward no quería que Bella tuviera que vivir con eso por el resto de su vida. Defenderse era una cosa. La golpiza continua de un hombre inconsciente era otra. Pero ella no miró hacia abajo. No vio la cabeza ensangrentada de Witherdale en la alfombra, ella aún no sabía lo que había hecho. Sus ojos estaban aturdidos y la realidad no se había inmiscuido todavía.
―No me vas a tocar ―susurró―. No me vas a tocar. ―Dejó caer el bastón y envolvió sus brazos alrededor de su cuerpo maltratado, meciéndose a sí misma, hablándose en voz baja ―. No me vas a tocar.
Sus susurros rítmicos le rompieron el corazón. Edward se acercó a ella y la obligó suavemente a apoyar la cabeza en su hombro.
―No, cariño. Nunca te volverá a tocar.
Se puso de pie en el círculo de sus brazos, temblando, meciéndose, todavía se abrazaba. Le acarició el cabello sucio, enmarañado, con incrustaciones de sangre. Él lo acariciaba como si fuera el mejor visón.
―Te amo.
Ella seguía de pie, aturdida y traumatizada.
―Bella, cariño, mírame. ―Le alzó la barbilla, buscando cualquier señal de reconocimiento en sus ojos. Supo cuándo lo vio y dio un suspiro de alivio. Ella parpadeó, poco a poco. Y miró hacia abajo.
―Oh, Dios mío. ―Volvió su mirada hacia Edward, sus ojos ahora salvajes por el miedo―. Lo he matado.
―No, no ―la calmó―. No está muerto. Está respirando, ¿ves? Bella llevó una mano cansada a su frente.
―Me duele la cabeza.
La besó en la parte superior de la cabeza.
―Supongo que sí.
―Viniste.
―Sabías que lo haría ―dijo en voz baja, pasando las manos sobre sus brazos, tratando de no hacerle daño, pero necesitando desesperadamente tocar su piel, asegurarse de que ella estaba viva. Que la había recuperado.
Bella se apoyó en su fuerza. Él estaba ahí. Estaba ahí, abrazándola. Ese había sido el pensamiento que la había mantenido en pie. Respiró, atrapada en su aroma, madera y calidez. Edward. Dejó que el aroma calmara el galope de su corazón. Ella asintió con la cabeza, haciendo caso omiso del ardor en la mejilla que provocaba el simple contacto con su camisa.
―Sabía que lo harías si pudieras. No pensé que sabrías dónde estaba, o siquiera que yo me había ido. ―Su voz temblaba―. Pensé que tendría que escapar por mi cuenta.
Edward abrió las manos, muy suavemente, a través de su espalda, aferrándola contra sí. Le dolió la espalda, pero negarse a sí misma el consuelo de su caricia la hubiera perjudicado aún más, por lo que no dijo nada, simplemente lo absorbió.
―No estabas sola ―murmuró contra su pelo―. Jamás volverás a estar sola. Te lo prometo.
―¡Mamá!
Bella levantó la cabeza hacia un lado, consternada al encontrar a Ethan en la puerta, su rostro pálido y demacrado. Ella levantó la barbilla para fruncir el ceño a Edward.
―¡Dijiste que estaba a salvo con Jasper!
―Él estaba a salvo. A salvo afuera, en el coche con Jasper. ―Edward sentó aBella sobre la cama y fue cojeando hasta donde Ethan seguía en pie, inmóvil por el shock. Edward tomó la mandíbula del muchacho con dos dedos de su mano sana―. ¡Ethan! Ethan, escúchame. Ella está bien. ―Dio una fuerte sacudida a la mandíbula de Ethan con un duro movimiento y vio los ojos del chico aclararse.
―Está muerto ―susurró Ethan.
―No, no lo está. Tu madre no lo mató ―dijo Edward con firmeza, luego tropezó cuando Ethan lo empujó hacia atrás para caer de rodillas al lado de la figura desmadrada en el suelo.
―Ethan. ―Bella cayó de la cama al piso y se arrastró hacia Ethan, mientras su hijo tomaba un puñado de la camisa de Witherdale y sacudía al hombre inconsciente en el piso.
―Despierta ―gruñó Ethan, sacudiendo el cuerpo inmóvil de Witherdale ―. Despierta, así te puedo matar yo mismo. ―Soltó la camisa para dar un golpe demoledor a la mandíbula de Witherdale, lo suficientemente fuerte como para derribar a un hombre consciente al piso. Witherdale cayó hacia atrás, un gemido débil provino de los labios hinchados. Ethan cayó sobre el cuerpo de Witherdale, dando puñetazos a su torso sin descanso, mientras que Bella trató de tirar de él hacia atrás. Ella podría haber estado tirando de una montaña.
―Detente, Ethan. ¡Alto! ¡Edward, ayúdame!
Edward estuvo allí en un instante, habiendo tenido que arrastrarse por el suelo. Agarró los hombros de Ethan con las dos manos y tiró con todas sus fuerzas. De repente, otro par de manos tomó a Ethan por la cintura y lo sacó de encima de Witherdale.
―No, Ethan.―Era Jasper―. No de esta manera. No a su manera.
Ethan voló hacia atrás, golpeando a Edward en el pecho y los dos cayeron al suelo, juntos. Ethan luchó frenéticamente, agitando los puños, pateando los pies, pero Edward sostenía la parte superior de su cuerpo en un abrazo fuerte, mientras que Jasper sostenía sus pies y, finalmente, se calmó.
Jasper giró sobre su espalda, mientras que Edward se alzó sobre Ethan, el sudor goteaba de su frente sobre el rostro de Ethan.
―Por Dios, Ethan. ―El rabillo del ojo de Edward captó un destello de plata y levantó la cabeza para encontrar a la Teniente Ross en la puerta, con su arma en la mano. Su mirada abarcó rápidamente la habitación, deteniéndose en un Witherdale desplomado y sangrante. Luego se encontró con los ojos de Edward y asintió con la cabeza. Su pistola cayó a su lado, pero su mano estaba todavía cerrada y lista.
Por un momento, el único sonido en la habitación era la pesada respiración; luego, el pecho de Ethan lanzó a un sollozo ahogado.
Bella empujó ligeramente a Edward a un lado y cobijó a Ethan en sus brazos.
―Está bien, cariño. Ya está bien .―Meció a Ethan en sus brazos, calmándolo suavemente.
―Lo quiero muerto. Por favor, mamá, por favor. ―Los sollozos de Ethan eran apenas coherentes―. Por favor, mamá.
―Yo también, cariño ―susurró Bella, meciéndose en un patrón hipnótico―. Yo también.―
Buscó los ojos de Edward y le dirigió una mirada indefensa.
―Insistió en venir, Bella―dijo Edward en voz baja―. No pude hallar la forma de decirle que no. ― Edward retiró el cabello de Ethan hacia atrás con los dedos―. Se acordaba de este lugar. Nunca te hubiéramos encontrado de otra forma.
Sus ojos se llenaron, las lágrimas apretando los párpados hinchados.
―Oh, cariño. ―Apoyó su mejilla en la parte superior de la cabeza de Ethan y lo mantuvo cerca―.
Lo hiciste. Tú me salvaste la vida.
Los sollozos de Ethan se habían calmado, pero dejó que el balanceo continuara.
―Siempre quise matarlo. Cada vez que te tocaba, yo soñaba con matarlo. ―Levantó la cabeza, tragó saliva y acarició la frente maltratada de su madre suavemente con los dedos―. Cada vez que le hacía esto a tu rostro. Lo siento, mamá. Lo siento, no llegamos a tiempo. ―Dirigió una mirada siniestra al cuerpo inconsciente de Witherdale ―. Todavía quiero matarlo por todas las veces que te hizo daño. ―Apoyó el dorso de los dedos contra la mejilla de su madre. Y cuando habló, su voz joven fue dura y fría. De adulto―. Pero yo sólo podía matarlo una vez. Me iba a quedar insatisfecho por los cientos de otras veces. Voy a tener que conformarme sabiendo que cada convicto en la cárcel sabrá que fue un policía corrupto. ―Inhaló profundamente, y exhaló―. Y espero que cuando lo sepan, no dejen suficiente de él ni para llenar una bolsa de plástico.
Bella miró a su hijo como si fuera un extraño.
―No sabía que lo odiabas tanto.
―Él te hacía daño.
Fue simplemente una afirmación, sin embargo, contenía la turbulencia emocional que el muchacho había mantenido dentro de sí por catorce años.
Edward cerró los ojos y dejó caer su barbilla en el pecho, incapaz de mantener las imágenes fuera de su mente, una joven Bella a merced de ese monstruo, mientras que su hijo era obligado a observar. A hervir.
Para desarrollar un odio tan profundo... Sus propias lágrimas, vinieron, muy calientes. En silencio.
Sintió una mano en la espalda y levantó la cabeza.
―Edward. ―Jasper se puso de rodillas―. ¿Qué tan herido estás?
Edward abrió los ojos, parpadeando con fuerza para ver a Jasper a través de sus propias lágrimas.
―Bella necesita un hospital. Yo probablemente necesitaré una radiografía o dos. ―Miró a Ethan, ahora sentado sólido como una piedra, de la mano de Bella mientras ella recostaba su cuerpo contra un lado de la cama―. Y creo que a todos nos vendría bien un consejero.
―Yo me encargaré de ello ―prometió Jasper, su voz temblorosa.
Edward tomó la camisa de Jasper, dándose cuenta por primera vez que el frente de la camisa, tanto la de su hermano como la de la Teniente Ross, estaba empapada con sangre.
―¿MaCarty?
Jasper negó con la cabeza.
―Está vivo. Witherdale le disparó en el pecho, pero él llevaba un chaleco Kevlar.
―Gracias a Dios.
Jasper negó con la cabeza.
―Pero uno de los detectives está muy mal herido. Witherdale lo hirió en el costado, en el momento en que estaba protegiendo a niño de MaCarty. El tipo perdió muchísima sangre.
Bella cerró los ojos, cansada.
―No hay hospitales a kilómetros de distancia.
Jasper asintió con la cabeza.
―Junto con el Detective Volturi lo pusimos en la parte posterior de uno de los coches de los refuerzos que acaban de llegar hace unos minutos.
―Que oportunos ―comentó Edward sardónicamente―. ¿Dónde demonios estaban?
La Teniente Ross dio un paso adelante.
―No vieron una curva, se perdieron, y luego perdieron el contacto por radio en las colinas. Pero estamos aquí y están conduciendo al detective Riley a un lugar donde un helicóptero se encontrará con ellos y los transportará vía aérea a un hospital de Asheville. Partieron hace unos minutos. ―Bajó la mirada hacia el cuerpo de Witherdale ―. ¿Qué hay de él?
Los labios de Edward se afinaron.
―Está vivo.
―Le diste una paliza, Edward. ―Jasper no se molestó en ocultar el orgullo en su voz.
―Yo le metí unos pocos golpes. Bella hizo el resto.
Ross se quedó mirando a la mujer, con evidente admiración.
―No está mal.
―Whoa. ―Jasper se puso de pie y caminó por la habitación hasta donde el bastón de Edward yacía en el suelo―. Así se hace, Bella. ―Tomó el bastón y estudió la punta, con sangre y partido. Y miró por encima de Edward―. Es irónico, ¿no te parece?
Edward levantó la ceja que no le dolía.
―La justicia poética no se me ha escapado.
Jasper negó con la cabeza.
―Podrías tan solo decir 'Sí', Edward. ―De repente se puso serio―. Gracias, Bella.
Bella lo intentó, pero luego se dio por vencida y dejó que Jasper la pusiera sobre sus pies.
―¿Por qué?
―Por no abandonarlo.
Sus manos aun aferraban sus antebrazos, y Bella apoyó la cabeza contra el pecho de Jasper.
―Nunca lo haré.
Jasper estiró una mano hacia Ethan, que la tomó y tirando con facilidad se puso de pie y juntos, los dos ayudaron a Edward a levantarse.
Edward dedicó una mirada retrospectiva a Witherdale, luego tomó la mano de Bella.
―Vamos. No me quiero quedar en la misma habitación con él ni un minuto más. ―Su mandíbula se endureció y su rostro se volvió frío como una piedra―. Quiero terminar el trabajo que tú comenzaste más de lo que quiero... ―Se encogió de hombros, incapaz de encontrar las palabras.
―Él dijo eso una vez ―dijoBella , quedándose donde estaba, viendo a Witherdale respirar superficialmente.
―Cuando él me empujó por las escaleras y vino a verme al hospital. Dijo que iba a terminar el trabajo.
―Respiró e hizo una mueca. Luego miró a la cara sombría de Edward―. Gracias por detenerme. No podría haber vivido sabiendo que era como él.
Edward miró hacia otro lado por un momento, un músculo se contrajo espasmódicamente en su mejilla.
―Tú nunca podrías ser como él.
Bella levantó una mano temblorosa para tocar la contracción muscular, alisando el músculo.
―Lo sé. En mi cabeza, lo sé. Pero esos oscuros pensamientos atacan en medio de la noche. Solía odiarme a mí misma por no luchar. En mi cabeza, yo sabía que no podía. Que él era más grande, más fuerte. Él tenía el poder, todas las cartas. Nunca dejé de pensar, en medio de la noche, que debería haberlo hecho.
Edward tragó. Bella pudo ver trabajar su garganta, al igual que vio su esfuerzo por controlarse a sí mismo.
―Pero ahora te defendiste.
Inclinó un lado de su boca en la mejor sonrisa que pudo. Pero le dolía demasiado. Ahora que todo había terminado, ahora que la adrenalina se había disipado, la realidad de su situación fue cayendo sobre ella. Tenía que mostrarles su fuerza, para que no la vieran como los restos del naufragio, maltratada, estaba segura de que parecía un ser patético. Pero así como era de importante su fuerza para Edward, se dio cuenta de que era más importante aun ser fuerte para ella misma. Era parte de la sanación. Parte de la reconstrucción de su autoestima. Su dignidad.
Lanzó una mirada exagerada hacia el cuerpo inconsciente de James.
―Así que lo hice. ―Funcionó, y Edward le devolvió la sonrisa. El inicio del camino de regreso a la normalidad, a pesar de que su sonrisa no alcanzó sus ojos torturados. Ella cogió el bastón de Edward y se lo entregó.
Edward retrocedió como si fuera una serpiente viva.
―Ya no lo quiero. Conseguiré uno nuevo.
Bella examinó el bastón de cerca. Luego lo tiró sobre la alfombra y rodó hasta parar junto al cuerpo inmóvil de James. Con un gesto teatral ella declaró:
―Considera esto como un divorcio.
Edward soltó una carcajada sorprendida y Bella se volvió hacia él. Con esfuerzo le dio un medio guiño con el ojo que estaba menos hinchado.
―Siempre quise decir eso.
Edward sacudió la cabeza.
―Vamos, Bella. ―Todos juntos, se apartaron de la habitación y Jasper apoyó a Edward para que él pudiera caminar por sus propios pies, Ethan dio apoyo a su madre.
Bella se detuvo cuando llegó a la Teniente Ross.
―Soy Isabella Swan.
Ross escudriñó el rostro de Bella con atención.
―Sí, esa es. ―Lo dijo en forma terminante, con aceptación.
Bella miró hacia atrás por encima del hombro a donde Witherdale yacía en un charco de su propia sangre.
―Está inconsciente. Yo lo hice. Estaré encantada de hacer una declaración en cualquier momento.
Ross inclinó la cabeza, siguiendo su mirada.
―Estoy deseando escuchar toda la historia, Sra. Swan, pero primero vamos a llevarla a un hospital.
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