7 —

Lo mismo que le había pasado con el dolor de cabeza, la molestia que sentía en el hombro derecho tras el accidente palideció a la insignificancia cuando ese tarado le pegó un tiro. Y luego, cuando le metió el dedo y hurgó en el agujero como si encajase un supositorio en el orto de su puta madre, don Lorenzo creyó que no iba a poder soportar esa agonía mucho más, y que iba a desfallecer. Pero algo muchísimo peor estaba aún por venir, algo que le pilló totalmente desprevenido: acto seguido, sin perder comba, el resentido bastardo le ensartó un gancho en la herida siguiendo el trayecto de la bala, y le dejó colgando del techo como a una canal de cerdo en el matadero, o como a una piñata. Y es que, todas las comparaciones ese día, ciertamente eran odiosas. Y todo podía ir a peor.

Colgado de ese gancho había quedado totalmente a merced de ese desgraciado, ahora más que nunca, y no sabía cuánto tiempo iba a poder aguantar sin flaquear. Por si acaso, y para evitar lloriquear como una nena, siguió gritando y largando insultos como un aquejado del síndrome de Tourette mientras usaba su ahora libre mano izquierda para agarrarse a la cuerda, intentando aliviar la presión ejercida por ese jodido gancho sobre su destrozado hombro derecho, pero… ¿a quién quería engañar? Eso era un imposible. No tenía la fuerza necesaria para izarse a sí mismo ni un miserable centímetro, y todo ese esfuerzo fallido solo le servía para malgastar energía tontamente. Y tampoco es que le quedara mucha.

Entonces, como todo podía ir a peor… pues fue a peor.

"Venga, Lorenzo, vamos a bailar un poquito."

El psicópata puso entonces música, una pegadiza canción de Carlos Baute y Marta Sánchez que, por cierto, al comisario le gustaba bastante, ya que apelaba a su sentido de la estética, hablando de un tipo de romance clásico, y limpio. Como los de un caballero de los de antes.

"Quizá no fue coincidencia encontrarme contigo

Tal vez esto lo hizo el destino…"

Mientras sonaba la canción, el hijo de su putísima madre le cogió de la mano derecha, que también tenía herida por el disparo que recibió en el coche, y empezó a mecerle suavemente de lado a lado, lo que incrementó el dolor que sentía en el hombro de manera exponencial. Mientras gritaba, todavía agarrado a la cuerda con la mano izquierda, el muy sádico le empezó a dar vueltas, haciéndole girar repetidamente sobre sí mismo como si fuese a jugar a la gallinita ciega, y luego le soltó, riendo a carcajada limpia cuando por la inercia se quedó dando vueltas él solo, rotando en el sentido contrario.

"Hijo de puta…" logró mascullar casi para sí mismo mientras la habitación daba vueltas a su alrededor, mareándose un huevo, con el estómago otra vez a punto de caramelo para evacuar bilis, ya que no había comido en muchas horas, y no tenía nada más que regurgitar. Mientras trataba de contener las náuseas, pensó que ese imbécil casi le había hecho un favor al no darle nada de comer, ya que así por lo menos sus niveles de glucosa no se iban a disparar si no se inyectaba insulina, aunque igualmente, se sentiría hecho una mierda. Una vez más, el manido refrán tenía razón: el que no se consuela es porque no quiere.

Antes de llegar al estribillo, no aguantó más el dolor, y empezó a deslizarse hacia la bruma negra de la inconsciencia, soltando la cuerda.

"Sabes que estoy colgando en tus manos…"

Encima tiene guasa, el cabrón, fue lo último que llegó a pensar antes de perder el sentido.

"¿Ves, Lucas? Ves como eso no era un puta lámpara de diseño, sino que era un gancho?" dijo Mariano mientras Paco vomitaba en la papelera desde su primera papilla al último sobao, asistido por Povedilla, con una cierta dificultad en la ejecución gracias al rígido collarín que llevaba, que le impedía echarse lo suficientemente hacia adelante. "Pero aquí Mariano siempre está diciendo sandeces, ¿verdad? El lerdo de Mariano no tiene ni puta idea, ¿eh?"

"¡Que te calles ya, joder, con tanta negatividad y tanta hostia!" le espetó Lucas, haciendo el amago de meterle un guantazo. "¡Que si no vas a ayudar, no digas nada! ¡Que no haces más que estresar a Paco todavía más! ¡Que bastante tiene ya el pobre sin oír tus gilipolleces!"

"Quiero dormirme de nuevo en tu pecho

Y después me despierten tus besos…"

"Y ahora el desgraciao, va y le pone canciones moñas," dijo Curtis. "Hace falta ser tonto a las tres."

"Pues bien bonita que es, la cancioncilla," dijo Rita. "Es de ese cantante venezolano tó guapetón, el Carlos… Carlos… Ay, como se llame, que no me acuerdo. Pero qué mal momento pa' oírla, la verdad. Qué pena."

"Pero por Dios, ¿qué hace ese perturbao ahora, tirándole del brazo a don Lorenzo pa menearlo?" dijo Paco cuando levantó la cabeza entre arcadas para mirar la pantalla otra vez. "¡Si es que solo le falta empezar a arrearle toñas con un palo, como a una piñata!"

"Mejor no lance ideas al aire, por si acaso," dijo Curtis. "Que las carga el diablo."

"Sí, menos mal que ese demente no puede oírle, que si no, igual le copiaba," dijo Kike.

"Tome, señor inspector, límpiese usted," dijo Povedilla, ofreciéndole un kleenex a Paco cuando acabó de echar la pota, para que no manchase su pañuelo de tela con los restos de vomitina.

"No sé si la canción será bonita o no, pero la letra viene a huevo," dijo Kike. "Sabes que estoy colgando en tus manos… Qué cabrón, cómo la ha elegido de bien."

Don Lorenzo no aguantó mucho más la tortura, y perdió el sentido mientras daba vueltas, quedándose flácido, otra vez con la cabeza colgando, y callado. Sobre todo, callado. Que oírle gritar tan angustiado, le había puesto los pelos de punta a todo el mundo.

"¡Pobrecico don Lorenzo, que se ha quedao seco otra vez!" dijo Rita, enjuagándose una lágrima perdida. "Aunque casi mejor así, que así ya no sufre."

"Vaya, lo siento mucho, ya me perdonaréis," dijo el carnicero entonces, mirando a cámara para hablar con la audiencia como haría Dora la Exploradora. "El comisario se nos ha quedao tieso. Ahora que íbamos a jugar a la piñata con él."

"¡No jodas! Ni que le hubiera oído, inspector," dijo Aitor. Paco volvió a hiperventilar, como si de alguna manera tuviese la culpa de eso, y de todo lo demás.

El psicópata cogió un palo de escoba y empezó a golpear a don Lorenzo con mucha mala hostia, como si quisiera liberar 15 años de furia reprimida en 15 segundos, mientras seguía sonando la canción de fondo, lo que le añadía un toque aún más surrealista a la situación.

"Te envío poemas de mi puño y letra

Te envío canciones de 4.40…"

Pero como su víctima ni sufría ni padecía, ni le respondía con improperios, el ensañamiento de el carnicero fue intenso, pero bastante breve. Y afortunadamente para don Lorenzo, mientras estaba inconsciente, ni se enteró.

"Bueno, pues nada, voy a ir preparándole para la siguiente fase. Esta os va a gustar, ¿eh?"

Tras tirar el palo a un lado, desabrochó el cinturón del comisario y le bajó los pantalones. Todos protestaron en la comisaría, y mucho más cuando también tiró de calzoncillo para acabar dándole un sonoro palmetazo en el culo desnudo.

"Mirad qué pernil. ¡De pata negra!"

"Y así me recuerdes y tengas presente,

Que mi corazón está colgando en tus manos.

Cuidado. Mucho cuidado…"

Pensando en el peligro que corrían los santos cojones de su suegro, ahora a la vista de todos, Paco volvió a agarrar la papelera que le acababa de pasar de vuelta a Povedilla, y continuó con una serie de arcadas incontrolables pero totalmente improductivas, porque ya no tenía nada más que echar, como no fuera un trozo del páncreas.

"Silvia, puede que tengamos algo," dijo Montoya, irrumpiendo en el laboratorio, muy excitado. "Alguien ha llamado para decir que ha visto como metían a un hombre que coincide con la descripción de don Lorenzo en el maletero de un Ford Mondeo gris. Creemos que es un avistamiento genuino, porque nos ha dado la dirección del polígono de Colmenar donde encontramos el Corsa azul. Estamos revisando las imágenes de las cámaras otra vez."

"Oye, Gonzalo, ¿tú sabes lo que es esto?" dijo Silvia, enseñándole el extraño objeto que había encontrado en la bolsa de su padre. Montoya lo cogió para echarle un vistazo, pero se lo devolvió al poco, negando con la cabeza.

"No tengo ni idea. ¿De dónde lo has sacado?"

"Estaba en la bolsa que trajiste, la que llevaba mi padre en el maletero, con las cuatro cosas que había ido a buscar a su casa para quedarse esta noche con mi hermana. Creo que esto puede ser a lo que se refiere el carnicero, eso que le pregunta todo el rato que dónde está."

"¿Sí? ¿Tú crees?"

"Sí, es una hipótesis. Como tampoco sé lo que es ni para qué sirve… Podría ser, ¿no?"

Montoya miró al portátil, y luego a Silvia, con una pregunta en los ojos.

"Sí, lo he apagado. No podía soportarlo más."

"Mejor. Haces bien. Es muy incómodo de ver, para cualquiera, y no me puedo imaginar lo que supone para ti."

Silvia cerró la tapa del portátil, se metió el extraño objeto en el bolsillo y enfiló hacia la puerta, deseosa de encontrar a su padre cuanto antes, o por lo menos, de mantenerse ocupada mientras alguien más lo hacía.

"Venga, vamos a encontrar ese Mondeo gris."

"No te preocupes, Paco, que le van a encontrar pronto," le animó Mariano, tomando nota de la bronca que le había echado Lucas por su negatividad. "Que han montao un operativo combinado con todos los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad de Estado, desde la Guardia Civil del último pueblo perdío de la mano de Dios, hasta los GEOS y la Patrulla Águila. Además de la colaboración ciudadana. ¡Que es que le está buscando tó' Cristo, Paco, hasta la cabra de la Legión! ¡Alguien le tiene que encontrar!"

"¿Y por qué no le estáis buscando vosotros también, leche'? Que ya me gustaría a mí poder hacerlo, pero aquí estoy en esta puñetera silla y con este collarín de los cojones, gracias a ese hijo de puta."

"Pues ya me gustaría a mí salir físicamente a buscarle, pero, con tanto efectivo como hay ahí fuera, ¿qué diferencia podemos hacer nosotros?" dijo Curtis.

"¡Ninguna, claro, si todos os quedáis aquí sin hacer nada, contemplándole el langostino a mi suegro, y tocándoos los cojones a dos manos!"

El carnicero le había quitado la chaqueta, los pantalones y los gayumbos a don Lorenzo, y le había dejado colgando del gancho en pelota picada, justo delante de la cámara, para que le viera todo el mundo mundial, y era una humillación muy grande. Di que por lo menos, la camisa de color malva pastel que llevaba ese día le quedaba bastante larga, y aún le cubría un poco las vergüenzas. Probablemente, la única razón por la que no le había quitado también la camisa ese perturbado, era porque estaba atravesada por el dichoso gancho.

"Hombre, tocándonos los cojones a dos manos tampoco estamos, inspector, que estamos analizando la imagen," se intentó justificar Kike. "Que participamos en la logística de base de la operación."

Paco volvió a sacar su manoseado pañuelo para cubrirse la boca otra vez, lloriqueando como una plañidera profesional, consumido por la angustia y la frustración.

"¡Y el pobre hombre allí solo, vete a saber dónde, colgado de un gancho como un jamón en el secadero!"

"Más bien desangrándose como un cerdo en la matacía, que se parece mucho a los de mi pueblo, así colgadico," intervino Rita, también secándose las lágrimas, preocupada por la gran mancha roja se iba extendiendo poco a poco sobre esa camisa malva. "Pobre don Lorenzo, si es que nadie se merece algo así, y menos él. ¡Virgen del Camino Seco, qué penica más grande!"

"Pues yo creo que tampoco deberíamos comparar a don Lorenzo con el ganado porcino con tanta insistencia," dijo Povedilla, ajustándose las gafas otra vez, con ese tic tan suyo. "Sinceramente, creo que no le gustaría nada. Deberíamos buscar otros ejemplos más acordes con su estatus, y con el respeto que se merece. A ver, como… como compararle con un tigre, por ejemplo. Eso, un tigre. Que ser un tigre siempre es mejor que ser un cerdo, digo yo. Ya sea colgando de un gancho, o como sea."

"¿Qué me quieres decir Povedilla? Porque yo soy cerdo en el horóscopo chino," dijo el ofendidito de Mariano, de vuelta con la negatividad y las quejas. "¿Ya estamos con las comparaciones odiosas? Que si la torre, que si el cerdo… ¡Gordofóbicos! ¡Que sois todos unos gordofóbicos! Y además, ¿que tenéis en contra de los tocinos? Que son unos animales muy sensibles, y muy inteligentes. ¿O no habéis visto nunca "Babe, el cerdito valiente"?"

"Mariano, como vuelvas a mencionar una puta película más, ¡te la ganas!" dijo Lucas.

"Pues tiene usted razón, subinspector, son muy bonicos los tocinillos," dijo Rita. "Y además, del gorrino se aprovecha todo. Aunque los chinos, aún aprovechan más al tigre, fíjese usted, que hasta les muelen los huesos para hacer polvicos y bálsamos, y venden sus pichorras a precio de oro."

"Pues el desgraciao ese ya ha comparado la pierna de don Lorenzo con un jamón de pata negra," dijo Aitor. "¡A ver si le va a hincar el diente, o lo va a cortar en lonchas, como a un pernil de El Pozo!"

"Paco, no les hagas ni caso a todos estos destalentaos," dijo Lucas, agachándose a su lado para cogerle la mano mientras hiperventilaba y sollozaba a la vez. "Respira lento, venga. Coge aire, retén, y échalo despacio… Así, va…. Sigue… Así. Despacio…"

"Voy a llamar a tu psiquiatra, Paco, y que venga a ponerte un calmante o algo, que no puedes seguir así, que te va a dar un jamacuco," dijo Mariano. "Dame tu móvil, venga."