Harry Potter pertenece a J.K. Rowling.
Solo nos pertenecen los OC.
La Pirata de los Cielos
Capítulo 72: Dumbledore consigue una Copa.
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Dos gnomos estaban parados ante las puertas internas, que estaban hechas de plata y que tenían grabada la poética advertencia de un terrible castigo para potenciales ladrones. Dumbledore la miró y le llego un repentino y punzante recuerdo: estar parado en ese mismo punto el día que cumplió once años, el más maravilloso cumpleaños de su vida, y el profesor Dippet parado a su lado diciendo: Como te dije, sí, hay que estar loco para intentar robar aquí.
Gringotts había parecido un lugar de ensueño ese día, el deposito encantado de un tesoro de oro que nunca había sabido que poseía, y ni siquiera por un instante podría haber soñado que volvería para asaltarlo… Pero en segundos estuvieron parados en el extenso vestíbulo de mármol del banco.
El largo mostrador estaba atendido por gnomos sentados en altos taburetes atendiendo a los primeros clientes del día. Dumbledore, se dirigió hacia un viejo gnomo que estaba examinando una gruesa moneda de oro con una lente. El gnomo dejo la moneda que estaba sosteniendo a un lado, diciéndole a nadie en particular, le pasó una pequeña llave dorada a un compañero, que fue examinada y devuelta a él. Dumbledore dio un paso adelante.
—¡Director Dumbledore! —dijo el gnomo —. ¡Vaya! ¿Cómo puedo ayudarlo?
—Quisiera entrar a mi bóveda, —dijo el anciano, mientras que mentalmente, trataba de planificar exactamente, como realizar el viaje. Pues tendría que ir de una Bóveda de Mortífagos a otra. Revisarlas todas. Todas ellas, en busca de los Horrocruxes.
El viejo gnomo pareció retroceder un poco. Otros tantos gnomos habían levantado la mirada de sus labores para quedarse mirando hacia Dumbledore. — ¿Tiene una identificación? —pregunto el gnomo.
— ¿Identificación? ¡N… nunca me habían pedido identificación antes! —dijo el anciano de larga barba, con sus ojos centelleantes y el ceño fruncido. Estaba indignado. ¿Cómo es posible que esas estúpidas bestias, no vieran que estaban delante de Albus Wulfric Brian Dumbledore?, ¿delante de aquel que había derrotado a Grindelwald, delante de aquel que había enfrentado valientemente a Voldemort, junto a la Orden del Fénix?
—S.… sí, es verdad. Claro, claro, Sr. Dumbledore, acompáñeme, por favor. —El Duende lo llevó tras el mostrador y apareció a la vuelta del extremo del mostrador, trotando felizmente hacia él. Y, aun tintineando, se apresuró hacia una de las muchas puertas que conducían fuera del vestíbulo, mientras el anciano alcanzaba la puerta y pasaba al estrecho pasillo de piedra más allá, que estaba débilmente iluminado con antorchas.
Subiendo al carro, seguido por el Duende, con un tirón el carro se puso en marcha, ganando velocidad, entonces el carro empezó a girar y dar vueltas por los pasillos como laberintos, yendo hacia abajo todo el tiempo. Albus no podía escuchar nada por sobre el traqueteo del carro sobre las vías. Su cabello volaba detrás de él mientras se desviaban entre estalactitas, volando aún más profundo en la tierra, pero evito echar un vistazo hacia atrás. Estaba aún más profundo de lo que nunca Albus había penetrado en Gringotts, usó un hechizo, sobre sus ojos, para ver los escudos familiares de las cientos de puertas, que pasaban a gran velocidad de un lado a otro; tomaron una curva volando y vieron frente a ellos, con segundos para evitarla, una cascada bañando los rieles. Escuchó al carro romperse en pedazos contra la pared del pasillo y sintió que se deslizaba sobre la tierra como si le hubieran golpeado duramente en la espalda.
Un gigantesco dragón estaba atado a la tierra frente a ellos, bloqueando el acceso a cuatro o cinco de las bóvedas más profundas del lugar. Las escamas de la bestia, se había vuelto pálidas y quebradizas durante su largo encarcelamiento bajo tierra, sus ojos eran rosa lechoso, ambas piernas traseras tenía pesadas esposas de donde salían cadenas que estaban soldadas a enormes clavijas enterradas profundamente en el suelo rocoso. Sus enormes alas en pico, estaban plegadas cerca de su cuerpo, de haberlas extendido habrían llenado la cámara, y cuando volvió su horrible cabeza hacia ellos, rugió con un sonido que hizo temblar la roca, abrió su boca y escupió un chorro de fuego que los hizo regresar corriendo hacia el pasillo. Dieron la vuelta a la esquina de nuevo, y el sonido hizo eco por las paredes rocosas, tan fuertemente magnificado, que el interior del cráneo de Albus pareció vibrar con la cámara. El dragón soltó otro ronco rugido, después se retiró. Albus podía verlo temblar, y mientras se acercaban más, pudo ver las cicatrices hechas por salvajes tajos a través de su cara.
El viejo duende presionó la palma contra la madera, y la puerta de la bóveda desapareció para revelar la abertura que daba a una cueva abarrotada del piso al techo con monedas de oro y copas, armaduras de plata, pieles de extrañas criaturas, algunas con largas espinas dorsales, otras con alas plegadas, pociones en frascos enjoyados, y una calavera que aun llevaba una corona. Estuvo recorriendo la bóveda con la mirada. Sabía que buscaba la copa de Hufflepuff, pero si era el otro Horrocrux desconocido el que residía en la bóveda, no tenía idea de cómo seria.
No obstante, apenas tuvo tiempo de echar un vistazo alrededor, antes de que escucharan un ruido amortiguado detrás de ellos. La puerta reapareció, sellándolos dentro de la bóveda, y se sumieron en la oscuridad total. — ¡Lumos! —Albus giró su varita iluminada alrededor de la bóveda. Su luz cayó sobre las gemas que brillaban, vio la falsificación de la espada de Gryffindor descansado en un estante alto entre un revoltijo de cadenas. Dumbledore dio un paso hacia adelante, solo para tropezar y extendió la mano involuntariamente, justo a tiempo para ver una copa dorada, con un tejón que caía de su mano.
Pero al caer, se separó, convirtiéndose en una lluvia de copas, de modo que un segundo después, con un gran estruendo, el piso estaba cubierto de copas idénticas rodando en todas direcciones. Haciendo que, si no la estuviera sosteniendo en su mano, justo en ese momento, hubiera sido imposible distinguir la original de todas las demás. — ¡Me quemo! —Y al soltarla, se perdió entre todas las demás, rápidamente, curó su mano, se giró, sabiendo que, al salir, se las vería con los duendes y con dos hechizos, hizo que la puerta jamás hubiera existido.
— ¡Le pusieron maldiciones Geminio y Flagrante! —dijo Griphook—. ¡Todo lo que toque arderá y se multiplicara!... Pero las copias no valen nada y si continúo tocando el tesoro eventualmente el peso del oro multiplicado me aplastará hasta la muerte.
Lanzó varios de los encantamientos de hielo y agua más poderosos que conocía y extinguió las llamas. Pasó la siguiente hora, enfurecido, por su propia estupidez, deshaciéndose de una maldición tras otra, destruyendo oro maldito y plata embrujada, hasta que sólo quedó allí. La copa que había pertenecido a Helga Hufflepuff y que había pasado a posesión de Hepzibah Smith, de quien había sido robada por Tom Riddle. —Fiendfyre —el oro ardió, se derritió, pero un estruendoso grito surgió de la copa y el alma de Ryddle flotó lejos. Se giró, lanzó varios hechizos e hizo aparecer la puerta, la cual se abrió, pero él atacó de inmediato con encantamientos de Desmayo, ilusiones y humo, permitiéndole huir.
Volvió al carro y salió de allí, con el corazón en el puño.
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Un Horrocrux menos y sabía que, como mucho, existía otro, en una cueva.
