.

.

Digimon, sus personajes, blabla no pertenecer.

.

.

LA NOCHEBUENA DE LOS PIES FRÍOS Y EL JERSEY CALENTITO

Fue cuando dejó de sonar, cuando Sora miró la pantalla de su teléfono. Era su tercera llamada y, como las dos anteriores, no había sido contestada. Lo guardó al escuchar los pasos tras ella. No era algo en lo que quisiera pensar en ese momento.

—Entonces, ¿vas a regresar a Tokio?

Sora miró a su padre contrariada. Resopló. En las dos semanas que había estado viviendo con él era la primera vez que le hacía aquella pregunta. Le había extrañado que no fuese antes, aunque, dada la fecha de aquel día, tenía sentido que lo preguntase.

—¿Por qué lo haría?

Su respuesta fue a la defensiva, como todas en el último tiempo. Aoi, la gata con la que su padre compartía casa en Kioto, saltó de entre un montón de papeles, ronroneando entre las piernas de Sora. Esta la acarició, dibujando una casi imperceptible sonrisa al hacerlo.

—Sora, ¿te estás llevando mal con Yamato-kun últimamente?

La mano de Sora se detuvo, la gata, percibiendo su estado, huyó saltando entre otra pila de libros desordenados. La mirada de Sora, ceñuda, se depositó en su padre que la miraba con la más absoluta tranquilidad. Como si no temiera el genio Takenouchi (o fuera ya inmune a él).

—¿Por qué lo dices?

El hombre encogió los hombros, para tomar entre sus manos a la gata antes de que le diera por destrozar aquel libro. No era un comportamiento que el animal tuviera de normal, pero no sabía como podía actuar ante el genio Takenouchi. La depositó en el suelo, abriendo la puerta que daba al pequeño jardín.

—Porque es Nochebuena, no tienes intención de regresar a Tokio y llevas toda la mañana sin contestar sus llamadas.

—¿Ahora me espías?

La gata salió disparada al jardín, daba igual que aquella misma noche se hubieran escapado unos copos de nieve. No conocía a Sora lo suficiente como para estar en el mismo habitáculo que ella en ese estado. Pero al contrario de Aoi, Haruhiko sí conocía su hija y por eso no le impresionaba ni su entrecejo fruncido, ni su voz fuerte, ni sus manos en sus caderas en actitud desafiante.

—Sora, no te he dicho nada en estas semanas porque me alegra tenerte aquí y entiendo que, después de lo que pasó en verano con Piyomon, quieras un cambio de aires, pero deberías empezar a plantearte seriamente de que estás huyendo e intentar enfrentarlo.

Sora apretó la mandíbula al escuchar el nombre de su compañera desaparecida. Estaba enfadada, lo fácil habría sido poder estarlo con su padre, espetarle algo así como que no la entendía y seguir a la huidiza gata, pero Sora ya era una adulta. Una adulta que sabía que toda la responsabilidad de su estado estaba en ella.

Su expresión corporal se relajó. Su padre sintió que se desinflaba aunque no fuese lo que Sora quisiera expresar. Ella fingió calma, sosiego.

—No estoy huyendo de nada —volteó el rostro al decirlo, mientras manoseaba uno de sus cuadernos—, ya sabes que estoy aquí por un trabajo de la universidad, en fin, no es mi culpa que Kioto sea la cuna cultural de nuestro país —recalcó sus palabras, pues eran palabras que su padre decía con frecuencia.

Al no escuchar una respuesta inmediata, Sora giró lo justo la cabeza para buscar a su padre. Su interés estaba ahora en la invitación que sostenía. Rodó los ojos, sabiendo cuales iban a ser sus próximas palabras.

—Sora…

—¡No!

—¿Qué?

—No voy a ir a tu fiesta de Nochebuena de profesores aburridos.

—También hay alumnos.

Cunado sus miradas se cruzaron, Haruhiko leyó claramente en los labios de su hija la palabra "aburridos". Apartó la mirada, contuvo la risa, mientras dejaba a un lado la invitación. Al menos, por una instante, parecía que su hija había recobrado la vitalidad.

—¿Querrás volver a casa en Año Nuevo? —preguntó, regresando la mirada a su hija—, si no, es para decirle a tu madre que tendrá que venir ella aquí a vernos.

Sora resopló en un sonoro quejido. No tenía ni idea de dónde quería estar las próximas horas, como para saber dónde querría estar la próxima semana.

—No lo sé papá, ya os diré.

La gata regresó, el ambiente se había relajado notablemente. Aquel aura melancólico de Sora era bastante más llevadero para Aoi que la Sora enfadada. Tanto que hasta volvió a acercarse para recibir alguna caricia. El hombre las contempló, sabía que poco más podría conseguir de su hija aquel día. Bueno, quizá algo más sí, aunque fuera trivial.

—Ven, ayúdame a elegir mi outfit para la fiesta.

Sora quedó perpleja.

—¿Outfit?

—¿A qué suena juvenil?, ¡Bingo!

Horrorizada por aquello, Sora siguió a su padre a la habitación. Como pasaba poco tiempo con él, solía olvidar con frecuencia su parte cringe. No obstante, su perplejidad regresó al ver el interior del armario de su padre. Y lo peor era que, por la sonrisa de satisfacción de él, era obvio que no era consciente de lo que estaba mal.

—Papá, ¿qué se supone que tengo que elegir?, solo tienes camisas y chaquetas con coderas de colores tan neutros como sosos —dijo Sora, mirando alguna de esas prendas.

Su padre había sustituido la sonrisa por una mueca pensativa.

—¡Bingo! —repitió, lo que provocó en Sora un escalofrío. La sonrisa había regresado a su rostro confiado—, ¡vayamos de compras!

—¿Cómo?

Definitivamente, de todas sus posibles Nochebuenas, la de pasarla en Kioto llevando a su padre de compras era la última que habría imaginado jamás.

—Tengo que aprovechar que estás aquí para que renueves mi vestuario y lo modernices.

—No es necesario, está bien como está —dijo Sora, rebuscando en el armario.

—Está decidido, quiero ir a la moda, como Yamato-kun. —Abrió los ojos Sora con espanto—. ¿Siguen estando de moda los pantalones agujereados?

Y Sora negó, saliendo de la habitación.

—¡Ni hablar!

—¿Por qué?

—No voy a consentir que vayas haciendo el ridículo por ahí, ¿qué pensará mamá?

—Que su chico están en la onda…

—Te dejará, y yo la animaré a hacerlo y serás repudiado de la familia para siempre.

—¿Solo por agujerear mis pantalones?, que estrictas sois las Takenouchi.

—¿Todavía te sorprendes?

Aoi quedó observando curiosa como padre e hija marchaban entre risas, para acto seguido echarse a dormir sobre aquel rayo de luz que intentaba calentar día tan frío.

Con el rabillo del ojo, Yamato observó a su padre. Siguió pasando desencantando los canales con el mando de la televisión.

—¿Trabajarás toda la noche?

Colocándose la bufanda, el hombre asintió. No llegó a decir nada porque el teléfono de Yamato sonó en ese momento. Ahora fue él quien miró con el rabillo del ojo a su hijo, observó como apretaba la mandíbula al ver la pantalla y como, tras segundos de contención, descolgaba.

—Sí, ¿qué quieres?… ya, te llamé para saber si querías que fuera a verte a Kioto, pero ignorar mis llamadas ha sido una respuesta bastante clara… que no querías hablar con nadie… nadie —rio irónico. Resopló cansado—, ¿para que has llamado, Sora?… pues si no lo sabes cuelga… —quedó desconcertado. Miró la pantalla. Negó—. Ha colgado —murmuró estupefacto.

Hiroaki, que estaba demorando a propósito la colocación de su ropa de abrigo, observó la reacción de su hijo, como se frotaba el rostro con fuerza, para terminar dejando caer la frente contra la mesa de la cocina totalmente abatido. En su posición, Yamato no se percató de los movimientos de su padre, por ello le sorprendió verlo sentado a su lado, con el abrigo quitado, abriendo un par de botellines de cerveza. Le tendió uno.

—¿Qué haces?, ¿no tienes que ir a trabajar?

—Tengo tiempo —dijo Hiroaki, alentándolo a tomar el botellín.

Yamato lo aceptó. Le dio un trago. Miró a su padre de reojo, regresó la vista al botellín. Sus dedos empezaron a tamborilear sobre este y su padre, que lo conocía, entendió que no iba a hablar, o por lo menos, no iba a iniciar la conversación. Carraspeó, bebió de su cerveza y volvió a carraspear. Contuvo la tentación de encender un cigarrillo pues, últimamente, Yamato ponía cara de desagrado cuando lo veía entre sus labios.

—Llevan mucho tiempo juntos, es normal que tengan desencuentros. —Buscó la reacción de su hijo, un sonido había escapado de su garganta que aplacó sorbiendo la cerveza. Al menos, no se había puesto a la defensiva. Tampoco se había levantado con un bufido. Eso alentó a Hiroaki—. Incluso si se separan un tiempo, no significa que tenga que ser para siempre. De hecho, confío en Sora-chan para que cuide de mí cuando sea un viejo gruñón porque si tengo que esperar algo de ti o de tu hermano…

—¡Pues cásate con ella y soportaros juntos!, ¡que gracioso! al final ella será mi mamá —espetó Yamato, dando un golpe con el botellín en la mesa. Dio un largo trago tras su repentino desahogo.

—Intentaba relajar el ambiente —musitó Hiroaki molesto. Tan molesto que encendió un cigarro sin ningún miramiento. Mantuvo la mirada desafiante de su hijo—. Solo trataba de hacerte ver que una discusión no es el fin del mundo.

No le mantuvo la mirada Yamato, apoyó la cara en su brazo flexionando, mientras con la otra mano empezó a rodar el culo del botellín en la mesa. No había rastro de enfado, y su bravuconería se había aplacado. Su expresión era de completo abatimiento.

—Ojalá hubiese sido una discusión, así, al menos, podría saber que hacer para solucionarlo —musitó. Dejó el vidrio, escondió la cara entre sus brazos cruzados sobre la mesa. Hiroaki intercaló caladas entre tragos de su cerveza. Miraba de reojo a su hijo, atento a cada palabra—. No entiendo, tantos años y todavía ella no se abre a mí. Y cuando se esconde del mundo, se esconde también de mí —murmuraba para sí mismo.

En aquella posición, no era fácil escucharle, pero Hiroaki lo hizo. Sonrió, mientras apagaba el cigarrillo en el cenicero. Llevó su mano al pelo de su hijo, lo frotó, haciendo que este elevara la mirada.

—De verdad que eres un chico muy maduro. Estoy orgulloso de ti.

Abrumado por aquellas inesperadas palabras, Yamato apartó el rostro, alzando el tronco para recuperar su posición.

—¿No tienes que ir a trabajar?

Hacía rato que Yamato había dejado de pasar canales sin ton ni son y había apagado la televisión. Se mantenía, eso sí, sentado a la mesa, jugueteando con la armónica que tocó por última vez el día que se despidió de su compañero. No había hecho música con ella, tan solo la miraba, la acariciaba. Bostezó, había cenado unos noodles con pollo precocinados acompañados con otra cerveza. No pudo recordar cuando había sido la última vez que había tenido una cena tan deprimente en Nochebuena. Una cena en solitario. Una cena sin postre.

Se levantó, estiró los brazos en otro largo bostezo. Aunque seguramente no durmiera, la cama era el único camino posible en su cabeza. No miró la hora, pero sería pronto todavía. Todavía se escuchaba alboroto desde la calle. Fue en ese momento cuando el timbre sonó. Sin esperar a nadie y, barajando en su mente que fuera su hermano o incluso Taichi, Yamato abrió. No dijo nada al verla parada ante su puerta; con el abrigo, los guantes y un gorro que no reconoció. Sora tampoco dijo nada, tan solo le miró frotándose las manos con nerviosismo. Entró cuando Yamato se hizo a un lado.

Sin palabras y con movimientos torpes, Sora buscó la receptividad de Yamato, que la encontró cuando tomó sus guantes y su gorro para colgarlos. También su abrigo. Mientras se descalzaba, le tendió unas zapatillas.

—Gracias.

—No es nada… —mustió Yamato, evitando su mirada—, ¿aún quedaban trenes?

—Ni siquiera tomé el último, salía otro más tarde.

—Que buena conexión…

—Sí, la verdad es que… sí.

El silencio regresó, mientras Sora seguía a Yamato a la cocina. Lo observó con disimulo. Suspiró con pesadumbre cuando Yamato se volteó. Su mirada no fue penetrante ni demandante, en realidad, seguía evitándola.

—Lo siento, siento como te he tratado. No te lo mereces.

La miró entonces Yamato. No sabía cómo sentirse. Hubiese querido poder estar enfadado, porque consideraba que era más fácil estar enfadado. Tan solo tenía que fruncir el entrecejo, cruzar los brazos, replicar a la defensiva cada argumento y largarse cuando decidiera que no quería escuchar más, pero era algo que siempre le había resultado imposible cuando se trataba de Sora. Se dio cuenta que, con Sora, nunca había podido estar enfadado.

Bajó el rostro, sin saber que responder.

—No es justo para ti tener que soportarme así, por lo que…

—¿Por lo que? —interrumpió Yamato, sobresaltando a Sora. Su tono había sonado elevado. Sus ojos se habían encontrado y ella encogió los hombros ante su mirada desvalida. Como si no hubiera otra alternativa.

—Me siento vacía, Yamato. ¿Cómo se supone que voy a estar al cien por cien contigo si no puedo ocuparme ni de mí misma?

—¿Y quién te ha dicho que te quiero al cien por cien? Sé que no eres perfecta, yo tampoco lo soy, nunca pretendí serlo para ti y pensaba que tú tampoco pretendías serlo para mí —espetó Yamato, apretando los puños, conteniendo su impotencia.

—No lo entiendes —apartó la mirada Sora, con la voz quebrada—, no quiero que veas una parte de mí que yo misma odio.

Se produjo el silencio. Sora se frotó los ojos con las manos, aplacando esas lágrimas. En el silencio se escuchó el ruido de una silla, Yamato se dejó caer en ella como un peso muerto. Sus dedos pasearon por el frío metal de la armónica. No podría tocar ni aunque quisiera, el ardor de su garganta se lo impedía.

—Hemos fracasado. Todos estos años no han sido más que una farsa. Toda ha funcionado mientras había risas... no he conseguido… no he conseguido que quieras llorar a mi lado, que quieras que te cuide mientras lo haces…

Su voz casi imperceptible quebró el silencio.

—Yamato… —llamó Sora en un susurro—… estás llorando.

Yamato palpó su ojos. Encogió los hombros mientras se levantaba.

—Me da igual. —Sintió a Sora acercándose. Él volvió a encoger los hombros, sus lágrimas brotaban sin control—. A veces, quiero llorar, esta también es una parte de mí y me da igual que la veas —dijo en un entrecortado llanto.

Se frotó los ojos mientras su llanto se incrementaba, se liberaba. Fue entonces cuando sintió las manos cálidas de Sora sobre las suyas. Dejó que ella palpara sus lágrimas, que las acariciara, que las consolara.

—Te quiero, te quiero mucho.

Sora tuvo un escalofrío, achuchándose más a Yamato. Le había robado su pijama más calentito, y no se había despegado de sus brazos durante toda la noche. Aún así, no había llegado a quedarse dormida profundamente. Enfocó a Yamato, cuyo rostro permanecía a centímetros del suyo. Supo que estaba dormido por su respiración. Sonrió, cerrando los ojos para colocar la cabeza bajo su barbilla, haciéndose ovillo en él, resguardó sus pies entre los suyos.

Yamato despertó dando un pequeño respingo. Había notado algo frío entre sus pies. Le costó unos segundo entender que se trataba de los pies de Sora escondiéndose entre los suyos. No era la primera vez que dormía con ella, pero sí la primera vez que notaba sus pies fríos. ¿Era la primera vez que tenía los pies fríos durmiendo con él o era la primera vez que Sora elegía calentárselos con los suyos? Conociendo la respuesta, sonrió enternecido, satisfecho y trató de cubrirlos lo máximo posible.

—La noche pasada nevó en Kioto.

No esperaba que Sora estuviera despierta. No pudo ver sus ojos, su rostro permanecía escondido en su pecho. La abrazó más.

—Lo sé, tenía miedo a que anulasen los trenes.

Ella gimió mimosa. Yamato supo que estaba sonriendo.

—Te compré un jersey. —Eso desconcertó a Yamato, lo que hizo que Sora volviera a gemir mimosa—. Mi padre me obligó a ir de compras con él, pero yo elegí un jersey para ti. —No lo miró, pero imaginó a la perfección la mueca de estupefacción de Yamato. Alzó la cabeza al fin y sus ojos se encontraron. Brillaron—, es muy calentito, ideal para días tan fríos como hoy.

.

.