Tras su primera sesión de terapia con la psicóloga Ágatha, Lis se dedicaba a poner en práctica uno de los tantos ejercicios que le había recomendado. Lis nunca había sido una chica abiertamente alegre ni extrovertida a ojos del resto. Su familia no se lo puso fácil y pasar una guerra mágica, tampoco. Lis tenía un humor inteligente, sarcástico y, sobre todo, muy íntimo. Nadie podía decir que le había escuchado reír a carcajadas. En un resumen breve de su vida, ella consideró que había sido feliz teniendo en cuenta su vida, pero no sintió la necesidad de estallar a sonreír con todo lo que por norma provocaba gracia. Simplemente, Lis consideró que ella no entendía el mundo de la risa.

- Hay una tienda de artículos de broma en pleno callejón Diagon. Seguro que si entras, encuentras algo que te causa felicidad y risa. ¡Hay unos caramelos que te alargan la lengua! jajaja - Decía Ágatha mientras ella sola se reía.

-¿Y por qué me iba a hacer gracia eso? No le veo sentido.

- Las cosas no tienen que tener sentido para tener gracia. Te deben hacer cosquillas en el alma.

Y ahí se disponía. Lis a encontrar algo que la haría reír. Parada delante de la gran tienda, con una gran cabeza pelirroja que se quitaba la chistera. Una puerta rojiza y un letrero que decía: Sortilegios Weasley. Al entrar se alegraba de que estuviera casi vacío. Había algunos mirones y algún niño ilusionado con ciertas grageas de sabores. La tienda tenía un olor a chuche y canela. Lis se quedó parada observando la barbaridad de productos y colores que le llegaban a la mirada. La tienda se dividía gracias a angostos pasillos que llevaban o bien al piso de arriba, o bien a las cajas para pagar. En silencio y con un suspiro, se deslizó hacia su izquierda y comenzó a revisar los productos que encontraba.

Mientras revisaba los salvajes Magifuegos Weasley, una voz muy alegre interrumpió los pensamientos de Lis.- No, solo estoy mirando, miró al alegre personaje que le había sacado de sus pensamientos. Era un alto pelirrojo, con pecas en la cara y una gran sonrisa. Sus grandes ojos marrones la miraban como si hubiera encontrado agua en el desierto y la intimidaron. Bajo la mirada y regresó al producto, mientras lo dejaba de nuevo en el estante.
- Hola, bienvenida. ¿Le puedo ayudar en algo?

- ¿Y qué mira? Le puedo ayudar a mirarlo.

Lis entendió que ese alto pelirrojo era bastante parecido a la estatua de la entrada, por lo que supuso que era el dueño. Como si le estuviera leyendo el pensamiento, el pelirrojo se presentó ofreciéndole la mano:

- George Weasley, bienvenida a Sortilegios Weasley.

Lis dudó en devolverle la mano, pero lo entendió como parte del proceso de buscar ayuda. Le dió la mano y se dio un discreto y breve presión.

- Lis Graham.

- Entonces, diez centavos, ¿qué buscas? Con esos fuegos artificiales puedes hacer un gran espectáculo.

Lis frunció el ceño y pensó en mentir. Pero estaba cansada de mentiras, estaba cansada de mentirse.

- Busco algo que me haga gracia.

George no se esperaba en absoluto esa respuesta y no pudo evitar alzar las cejas y reírse brevemente.

- Vaya, una clienta dura. Veamos qué encontramos. Sígame.

Lis siguió a George hasta el siguiente punto de la tienda. El olor a gominola se acentuaba. Había caramelos y gominolas de todos los colores, de todos los sabores y con todos los efectos.

- Si se quiere reír, caramelos de la verdad. Un caramelo y podrás tener todas las verdades que quieras durante una hora. Lis miró extrañada.

- ¿Qué diferencia del veritaserum? Podría tener cualquier confesión al instante con agitar la varita.

George se detuvo unos segundos para contestar, mientras miraba con asombro a la reacción cliente.

- La gracia consiste en la sorpresa. El factor sorpresa lo hace divertido. Imagínese, está con sus amigos, les ofrece un caramelo y sin quererlo ni beberlo, ¡puf! - dijo lanzando el caramelo hacía arriba y volviendolo a coger con las manos - secretos inconfesables confesados.

Lis hizo una mueca mientras le miraba. No conocía nada al muchacho, así que contarle que tenía 0 unidades de amistades no entraba en sus aviones.

- No me convence.

- ¿Y un chocolate rompe dientes? Es sorprendente para sí misma al imaginarse la situación con algún cliente cruel de su pastelería, pero descartó la idea. No estaba para perder clientes. Lis negó con la cabeza, aunque George podía jurar que había visto un brillo de alegría en los ojos de la muchacha.

- Bien - dijo Weasley, sin perder la esperanza - pasemos al siguiente producto.

George cambió de pasillo y Lis lo siguió sin rechistar. Incluso le estaba pareciendo divertido el tour, pero no lo diría en voz alta. Se detuvieron en una estantería repleta de libros y de material escolar. El pelirrojo le puso un libro entre las manos.

- Cuentos populares - leyó en voz alta Lis.

- Una gran selección de cuentos populares de Gran Bretaña. Están los mejores: el rey de los mentirosos, el anciano de la casa blanca, el perro negro de Tring

Lis miró la cubierta intentando encontrar el truco. George la miraba con una sonrisa que no se podía quitar de la cara. Lis, embaucada en su propia inocencia, abrió el libro para empezar a leer. Vio que la letra se hacía más y más pequeñita. Se acercó para intentar leer el cuento, a lo que en un rápido movimiento George le abandonó el libro de las manos. Lis lo miró perpleja y seria, sin entender aún la broma.

- Es un libro mordedor - confesó George.

- ¿Muerde?

- La letra se va haciendo pequeña y cuando te acercas para leerlo, te muere la nariz.

Lis lo miró y asintió con aprobación y entendiendo al fin la broma. Podría ser un buen producto para dejar en una mesa y ver como algún cliente le mordía la nariz. ¿Eso me produciría gracia? pensó para sí misma. George la miraba intentando adivinar sus pensamientos. No entendía cómo alguien como ella era incapaz de no reírse, ¿y el humor?

- ¿Qué? - preguntó Lis al ver que el pelirrojo no paraba de mirarla.

- No entiendo cómo a una chica jóven como usted no le convencen estas bromas.

- Insultando a su clientela no conseguirá ventas, señor Weasley - se defendió Lis, aunque en ningún momento se sintió ofendida. Sabía a lo que se refería.

- No era un insulto, era más bien un cumplido - sonrió el pelirrojo. Lis lo miró perpleja, intentando adivinar qué pretendía el pelirrojo con tanta amabilidad.

-¿Siguiente parada? - dijo Lis, para romper esa tensión extraña que estaba sintiendo.

- Por aquí. George avanzó dos pasos y mostró a Lis un gran surtido de frascos rosados con etiquetas en forma de corazón. Lis cogió uno con las manos y leyó.

- Amortentia. Filtro de amor. ¿Para qué sirven?

- Se lo da a la persona que le atrae y sentirá una ardiente pasión por usted, al menos hasta que dure el efecto. Si lo huele, la poción olerá a aquello que le atrae.

- ¿Hay personas que hacen eso? ¿Conjurar a otras para sentirse amadas?

- Seguro que a usted no le hacen falta - concluyó el pelirrojo con una gran sonrisa que a Lis le pareció cada vez más grande y más bonita. Se quedó callado, mirándola, esperando una reacción por parte de la muchacha, que intentaba leer la cara del hombre sin saber muy bien qué pretendía con ese comentario.

- Disculpe, muchacho - irrumpió la voz de una dulce señora mayor - desearía pagar esto para mi nietecito.

George no dejó de mirar a Lis ni movió un ápice su sonrisa. Sin embargo, con el frasco aún en la mano, Lis miró a la señora y luego volvió a mirar a George. Le hizo una mueca con las cejas, para intentar despertarlo de su ensimismamiento.

- Sí, disculpe, venga por aquí - le dijo el dueño. Mirando de nuevo a Lis le dijo - no se vaya, déjeme enseñarle un último sortilegio.

George se fue acompañando a la anciana hasta el fondo de la tienda para cobrar los artículos, no sin antes voltear la vista atrás y ver como Lis olía el frasco de Amortentia. Se suponía que el frasco olía a aquello que le atraía. Lis aspiró profundamente, pero solo olió a canela y a gominola, exactamente como la tienda, así que asumió que su capacidad para amar también estaba rota. Se decepcionó ligeramente. Siguió echando un ojo a la cantidad de bromas que ofrecía la tienda y llegó al piso de arriba. Estaba mirando los puffskein cuando volvió a aparecer el pelirrojo.

- No podrás negar que son adorables, aunque no cumplirán su objetivo de hacerle gracia.

- Son muy bonitos. Me llevaré uno, me irá bien para la tienda - contestó Lis, aunque era más bien un pensamiento en voz alta.

- ¿Tiene usted una tienda? ¿Dónde? ¿De qué? -Anheló sable George.

Lis se dio cuenta de que había dado más información de la que solía ofrecer a un desconocido, pero teniendo en cuenta la ruta y la amabilidad, no le importaría tenerlo como cliente.

- Tengo una pequeña pastelería a dos calles de aquí. Tiene la puerta de color azul y…

- Y vende el mejor pastel de queso de todo el mundo mágico - concluyó George. - Voy mucho por esa pastelería, pero nunca la he visto. Atiende siempre una chica pelinegra.

- Es Jane, es mi… amiga - Lis demostró que llamar a Jane empleada era descortés. Si había alguien mínimamente cercano a ella, esa era Jane.

- ¿Y usted dónde está? - preguntó con verdadero interés Weasley.

- Haciendo los pasteles - concluyó Lis.

George intentó disimular la tremenda sonrisa que inevitablemente le provocaba y Lis no sabía muy bien cómo interpretar nada. Cogió un ministerio.

- ¿No faltaba un último artículo? - encaró a Lis a la sonrisa bobalicona de George.

- Sí, cierto, está aquí mismo - George le mostró una pequeña carta - son Fantasías.

Lis miró con fascinación. George siguió explicando.

- Lo conjura y durante media hora puede vivir una fantasía previamente creada. Quizás si crea algo que crea que le pueda hacer gracia y luego lo puede vivir, quizás haya cumplido su propósito - y yo el mío pensó George.

Lis miró el conjuro fascinada, pero más fascinada miró al muchacho. No recordaba la última vez que alguien le habló con tanta sinceridad, empatía e incluso respeto.

- Gracias. Me llevaré la que usted me recomienda.

George sonriendo y mirando el conjunto de cartas, eligió una. Bajaron en silencio las escaleras y Lis cogió el libro de Cuentos populares. Miró al pelirrojo, que la miraba con una sonrisa.

- Puede que algún cliente se merezca una mordida.

George río. En silencio, le cobró los artículos y se los puso en una bolsa roja con el gran logo W. George acompañó a la salida a Lis. Ya en la puerta, Lis agradeció la ayuda a George, a lo que este contestó que fue un placer. Antes de salir por la puerta, Lis giró y le preguntó:

- ¿Por qué no ha dejado que el libro me mordiera?

George con una sonrisa ladeada le contestó:

- Es demasiado bonita para que la muerte un libro.

Más tarde, cuando la calle ya estaba cerrada y las últimas luces quedaban encendidas, George pasaba la escoba por la tienda, pensando en la hermosa chica que había conocido hoy. Se paró delante de los filtros de amor y abrió uno. Lo olió, cerrando los ojos y dejando que el olor le impregnase todo el cuerpo. La volvió a oler. Olía a ella y no pudo más que darse cuenta por vencido al dulce aroma de tarta que le hizo sonreír.