Los Dioses del Amor
Extravaganza
-¡No tú también, Dino!
Tuuri se cubrió el rostro sonrojado un par de segundos, tomando aire y luego soltando un largo suspiro conforme sus manos se paseaban por su rostro y su cabello hasta que su frente quedó frente a la mesa y sus manos en su nuca, momento en que se volvió a enderezar, sonriendo como si nada con apenas un diminuto y ligero rubor en sus pómulos.
Ferdinand nunca terminaba de asombrarse de lo rápido que aprendían las personas seleccionadas por su esposa cualquier habilidad necesaria, en especial la hermana y el mejor amigo plebeyos. También se felicitó a sí mismo por la previsión de colocar una herramienta antiescucha y pedirle a Tuuri que se sentara con él mientras sus asociadas discutían con algunos asistentes sobre diversos pedidos al otro lado de la pequeña sala de té para plebeyos.
-Lo lamento mucho, querida hermana, pero, con exactitud, ¿cuántos diseños desvergonzados has hecho para mí esposa?
-Por favor, no me hagas recordarlo. Ni siquiera pudimos coserlos en el taller, ¿sabes que se abrió un taller nuevo para ropa interior a causa de eso?
Eso… eso no lo sabía. ¿Un taller entero solo para cumplir los caprichos de todas sus diosas?
-¿No exageraron un poco para crearle ropa?
-Hermano Dino, esa es la parte más vergonzosa de todo esto… el rumor de que se estaba creando ropa especial para el dormitorio se corrió de pronto y… bueno, el taller tiene su propia tienda que vende a personas casadas. Nadie sabe quién creo los primeros patrones, pero hay varios nobles y comerciantes que compran ahí con regularidad. Actualmente yo solo tomo nota de los diseños de mi hermana y ellos se encargan de hacerlos sin saber para quién son.
Era mucho, mucho peor de lo que había pensado. A pesar de su discreción, Tuuri había ayudado a su diosa a torturarlo en más de una ocasión. Era su turno de voltear la moneda.
-Entonces no debería ser difícil que me hagas algo tan desvergonzado como lo que ella ha hecho.
-¡Pero, Dino…!
-Tuuri, ella me ha estado torturando y TÚ la ayudaste. Creo que es justo exigir al menos una pequeña retribución.
Tuuri suspiró derrotada, extrayendo su díptico y preparándose para tomar nota. Ferdinand no tardó en comenzar a soltar todas las ideas de lo que le parecía ropa vergonzosa, esperanzado a qué de ese modo, su esposa tuviera un castigo adecuado luego de ese extraño traje de shumil para el agua escondido debajo del uniforme de shumil asistente con que lo recibió en la alcoba dos noches atrás.
-Eso no va a funcionar, hermano. Sabes tan bien como yo que Myne tiene… una habilidad bastante especial para este tipo de cosas. No la veo sonrojándose por un atuendo como ese.
-¿Y qué sugieres entonces?
El rostro de Tuuri cambió del todo, se veía igual que Effa cuando estaba molesta y a punto de aleccionar a cualquiera de sus hijos o yernos e incluso a su marido, dejando un poco preocupado a Ferdinand, quién se sacó de encima la preocupación al darse cuenta de algo… Tuuri estaba tan molesta como él por el descaro de su esposa y por tanto, más que dispuesta a cooperar.
-Recuerdo que insistió mucho en esos… puños y el cuello de tela. Dijo que eran necesarios para dar un mejor efecto al conjunto, así que los añadiré, si estás de acuerdo.
Ferdinand asintió, escuchando con atención las sugerencias de Tuuri y observando desde el otro lado de la mesa como ella iba dibujando poco a poco un conjunto de lo más descarado, carente de vergüenza e incluso de decoro, haciéndolo dudar por un momento.
-¿Estás segura de que deberíamos agregar esa tela traslúcida?
-Más que segura. Podemos ajustar también algunos cortes aquí y aquí para simular las varillas de un corsé con las puntadas. Incluso podría colocar algún bordado encima para oscurecer más y dar el efecto de modelado que necesitamos… ¿No estarás demasiado incómodo con toda… toda esa falta de tela, hermano?
-Sabré sobreponerme, Tuuri. Ya que estamos retomando ideas de esa descarada hermana tuya, ¿Por qué no agregar un poco de esto aquí y allá? En lugar del listón que ella usó, podríamos…
-¡Oh, si! Definitivamente debería funcionar algo como eso. ¿También vas a disfrazarte con orejas de animal?
-Si. Ya he rastreado a los responsables de esa idea en particular, estaré hablando con ellos en una campanada y media.
-Será mejor apurarnos entonces. Myne dijo que necesitaba que esto de aquí se ajustara a esta parte y dejara un espacio así en la parte de atrás… algo sobre hacer una cola falsa.
-Comprendo… ya que yo no la colocaré igual que ella, quizás deberíamos colocar esta prenda de este modo… este corte de aquí parece un poco pequeño para lo que tengo planeado.
-¿Qué tan grande lo necesitas?
Los dos continuaron trabajando sobre su diseño al menos un cuarto más de campanada. Terminado el diseño, ambos retiraron la herramienta antiescuchas de rango específico y Tuuri le entregó una hoja impresa a Justus para que anotará las medidas de Ferdinand. Algo que ninguno de los dos hombres esperaba fueron las mediciones extras y precisas. Si el hombre iba a usar ropa ceñida, entonces necesitarían algunas medidas extras para que aquello pudiera funcionar.
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Sus siguientes dos víctimas se encontraron con él en los laboratorios. Por un lado, Liesseleta parecía un pez fuera del agua, mirando con nerviosismo a todas partes dentro del pequeño taller de formulación con vidrios esmerilados dando hacia el pasillo, por el otro, Raymund no había parado de darle todo un reporte sobre los avances en su última investigación… además de entregarle un sobre de lo más extraño que decidió dejar para después, aún si las palabras escritas de un lado le hicieron saber que era una nota de su antigua profesora, Hirschur.
-¿Eso es todo?
-Si, milord. No tengo nada más que reportar al respecto.
Ferdinand los miró a ambos antes de sacar algo de debajo de su escritorio y mostrarlo de forma más que abierta… eran las orejas encantadas que Rozemyne utilizara dos días atrás para seducirlo en ese extraño y peculiar juego.
-¿Saben lo que es esto?
-¿Orejas de shumil, milord? -preguntó Liesseleta disimulando muy apenas su confusión.
-Por favor, ábrelas Raymund. Tengo a alguien que volverá a coserlas después.
El joven erudito puso manos a la obra, sosteniendo el aliento cuando el material interno estuvo al descubierto, poniendo una mirada de reconocimiento bastante particular, con una ligera sonrisa bailando emocionada en las comisuras de sus labios.
-¡Por todos los dioses! ¿Entonces así era como debían verse? Debo admitir que este ha sido uno de los proyectos más raros que me ha propuesto milady, fue complicado y novedoso. Dígame, Aub Ferdinand, ¿pudieron probar su eficacia? ¿Aub Rozemyne logró que se movieran?
Ferdinand sonrió sin más. Raymund estaba más que enamorado de su trabajo en los laboratorios, ya fuera en la Soberanía o en Alexandria, de modo que el tímido muchacho de pocas palabras y torpeza social lograba encontrar la bendición de Gramalature, si acaso un tanto burda, cuando se trataba de hablar de proyectos de investigación y descubrimientos.
-Las orejas no solo se movían, me parece que eran receptivas al maná y ponían en alerta al usuario, aunque de eso último no estoy del todo seguro.
-Aub Ferdinand -intervino ahora Liesseleta, todavía mirando de un lado a otro con disimulo-, ¿puedo saber qué hago aquí el día de hoy?
Ferdinand contuvo una sonrisa, mirando a la asistente principal de su esposa y tentado a dejarla marchar, recordando de pronto de donde había salido la exactitud desconcertante en el movimiento y funcionamiento de esas orejas.
-Parece que tu señora no te explicó para que usó todas tus observaciones sobre shumils, ¿o me equivoco?
Liesseleta negó, expectante y él siguió hablando luego de un momento.
-Tus observaciones fueron usadas para que Raymund creara este…
-¡Esqueleto metálico, milord!
Ferdinand se mordió la lengua y tomó aire para no amonestar a Raymund por interrumpirlo, dedicándole solo una mirada despectiva que hizo que el pobre laynoble se encogiera un poco y temblara en su lugar.
-Como decía, estas orejas falsas fueron creadas en base a tus observaciones en shumils. Así que, a partir de hoy, vas a dedicar media campanada de tu tiempo en servicio a venir a los laboratorios y observarás a los animales de la sala 5C.
-¡Oh, la 5C! -exclamó Raymund con un pequeño escalofrío antes de esconderse detrás de su díptico, dejando solo sus ojos al descubierto para luego levantar un poco su mano.
-Si, Raymund. Vas a construir otras orejas, pero ahora en base a los animales de la 5C, y una cola también, te daré después los planos de sujeción. Espero que seas de apoyo para Liesseleta y viceversa. No me importa en qué momento del día llevan a cabo la investigación, tienen de aquí a dos semanas antes de la Conferencia Archiducal para terminar este encargo.
-¡Cómo Aub ordene! -dijeron los dos a coro con los brazos cruzados.
-Una cosa más… ni una palabra de esto a Aub Rozemyne. Si mi esposa comienza a hacerme preguntas al respecto, veré que tengan un castigo adecuado por su indiscreción, ¿entendido?
Ambos asintieron con los rostros pálidos de pronto y él solo sonrió, una de esas sonrisas venenosas que soltaba en ocasiones cuando se estaba divirtiendo al mirar a otros temblar bajo sus órdenes.
-Pueden irse ahora. Si necesitan consultarme lo que sea al respecto, pidan una cita urgente por medio de Justus o envíenme uno de esos aviones de papel mágico.
Ambos asintieron de nuevo y al final los despachó, entusiasmado por la idea de su pequeña venganza.
Si era sincero, no era que le desagradaran las novedosas ideas de su esposa para mantenerlo interesado en el lecho, la cosa era que no solo no necesitaba innovar en la alcoba para mantenerlo interesado, porque no había otra mujer que pudiera interesarlo como ella, era el hecho de toda la gente que terminaba siendo arrastrada a sus locuras y que su mujer pareciera más un señor del invierno invocando al invierno que otra cosa.
Ferdinand había aprendido a la mala que lo que hoy disfrutaba con ella mientras rezaban a Bremwarme y Beischmacht, era lo mismo que le provocaba jaquecas al día siguiente, cuando analizaba todas las implicaciones de las travesuras de su gremmlin pervertido con la cabeza fría y su espada bien guardada dentro de su funda.
-Gracias a los dioses no le llevo más edad o seguro acabaría matándome -suspiró un poco resignado, revisando la carta que le informaba del compromiso extraño de su mentira con otro profesor.
Ferdinand guardó la carta en el escritorio, poniéndose en pie y saliendo para ser escoltado por Justus a la salita de música de Letizia.
Hoy tenía agendada una práctica de harspiel y canto con ella, además de una sesión de instrucción en el piano. Si su hija adoptiva planeaba servir a Kuntzeal, no la dejaría hacerlo a medias.
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Estaba furioso y asombrado. Quizás por eso sus ansias de reclamar a su esposa lo habían llevado a reclamarla un par de veces esa noche y una más en la madrugada.
El pleito entre Giebes que lo había tenido tan frustrado como para dejar que Rozemyne lo escondiera en su escote y lo obligara a apretar las bendiciones con que Geduldh y la propia Effa la habían obsequiado, fue el mismo que su esposa logró frenar en una sola tarde.
El compromiso pactado entre la hija menor de uno de los Giebes con un noble de la capital se desbarató por completo luego de que escucharon todas las versiones del problema REAL, porque a raíz de un encuentro escandaloso entre los hijos de ambos Giebes, una serie de exigencias estúpidas y cada vez más larga comenzó a pesar entre ambos, llevándolos a atacar las tierras del otro… No es que pudiera culparlos en realidad, si él descubriera a cualquiera de sus tres hijas en una situación igual de… desvergonzada e impúdica… bueno, no quedaría ni la piedra fey del pobre iluso que intentara seducirlas. En cuanto a sus propias hijas, no estaba seguro. ¿Las mantendría en arresto domiciliario? ¿Les impondría un régimen demencial de tareas para que no tuvieran tiempo de volver a pensar en los hombres? ¿Las metería en la Torre Blanca? Lo que fuera, daba gracias a que la única persona con suficiente "autoridad" sobre ellos fuera Zent, porque al menos él no se tomaría nada bien que le obligaran a casar a cualquiera de sus hijas con el idiota degenerado que las convenciera de quitarse todas sus prendas para nadar juntos en una laguna remota con tan solo su ropa interior, no le importaba si era la ropa interior normal de dama y no la ropa interior corta y desvergonzada que su diosa había creado y que, al parecer, se había estado vendiendo a mujeres casadas sin que él supiera nada al respecto… quizás debería sacar ventaja de eso después, algunos lores le estuvieron preguntando en la última conferencia archiducal como podía seguir conformándose con una sola esposa.
-¿Todo bien, Ferdinand? -le preguntó su esposa esa noche, cuando estuvieron al fin en casa, de camino a sus habitaciones luego de ir a leerles y cantarles a sus hijas biológicas.
-Estamos por acostarnos a dormir y el día fue más productivo de lo que esperaba -respondió sin más.
-¿Y entonces porqué parece que hubieras estado masticando un insecto?
No le respondió porque, en cierto modo, llevaba la mitad del día masticando un bicho hipotético que todavía no osaba presentarse frente a él o a sus preciosas hijas.
-¿Ferdinand? -insistió ella, mirándolo con la misma cara que ponía cuando él estaba por apretarle las mejillas y obsequiándolo con una sonrisa problemática-. Bien, bien, no me digas. Solo no mates a nadie, por favor.
-Te prometo que no te enterarás si eso llega a pasar en algún momento.
-¡Ferdinand!
Cuando llegaron a su habitación y se acostaron a dormir, se terminaron las preguntas incómodas y él se dedicó a desatar el cabello de todas sus diosas, así como su ropa, cargándola para llevarla al baño y encargarse de asearla bien. Sentir las manos de su esposa tallando su cuereo cabelludo y luego el resto de su cuerpo tenía ahora un efecto relajante que le ayudaba a dejar de preocuparse del todo. El aroma. El tacto. Las burbujas alrededor de ambos y el calor de su mujer eran suficiente para relajarlo antes de irse a dormir.
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El invierno trajo bailes y nuevas tendencias de moda para su diosa y para él mismo. No sabía de donde había sacado su esposa la idea del vestido blanco salpicado de ramas de flores rojas con mangas flotantes desde los codos o la extraña túnica azul claro con bordados cuyas mangas le llegaban hasta el codo para dejar a la vista una manga blanca abrazando sus muñecas y otra con volantes, o la idea de que ambos asistieran con trenzas a ambos lados de sus cabezas para luego amarrar el de él en una cola de caballo atada en lo alto con un moño del mismo color que su túnica nueva en tanto ella usaba sus horquillas usuales, a juego con el atuendo alrededor del delicado rodete que mantenía su cabello levantado, lo cierto es que se veía divina girando entre sus brazos, como si flotaran bajo la atenta mirada de Kuntzeal al son de la música, cuyo repertorio era mucho más amplio ahora gracias a los ritmos introducidos por su esposa.
Cuando al fin se sentaron un rato en su mesa, Ferdinand casi se pierde el espectáculo que tenía maravillada a su esposa. Parejas de jóvenes solteros bailando alrededor de una delgada columna atada a cientos de listones de colores que iban a una de las manos de cada participante, los cuales se movían para bailar con sus compañeros del sexo opuesto por breves latidos para luego dar dos pasos a lados contrarios para cambiar de pareja y proseguir, enredando los listones de colores brillantes hasta bordar un hermoso patrón alrededor de la columna con todos los listones entretejidos.
-¡Así que hemos pasado de hacer ofrendas solo a Kuntzeal y Bluanfah, todas mis diosas?
-¿A qué te refieres? Solo recordé que había leído sobre este tipo de bailes alguna vez y pensé que sería precioso y adecuado para los jóvenes buscando pretendientes potenciales.
-¡Oh! ¿Así que esta ofrenda a Ventuhite, que muestra Alexandria como un Ducado fuertemente unido por los hilos de toda su población ha sido solo un accidente?
Rozemyne le sonrió, desplegando un abanico para cubrirlos del resto de los asistentes y depositar un beso rápido en sus labios, cerrando el artefacto casi de inmediato.
-Solo pensé que sería lindo y adecuado. No hay contacto físico entre los jóvenes y el poste puede permanecer en alguna parte visible del castillo el resto del año como un bonito recuerdo.
-No sé si debería instruirte mejor en nobles eufemismos o dejarte como estás. Tiemblo de solo pensar la infinidad de cosas que podrías traer si supieras todos los significados ocultos de las cosas que haces o el alcance que tienen.
De nuevo ella le dedicó esa sonrisa complicada y él le sonrió, satisfecho por mirarla en ese estado, aprovechándose después del poco alcohol en el sistema de su esposa y del buen humor de ambos para seducirla y reclamarla desde la puerta de la habitación hasta la silla del escritorio. Fue imposible llegar a la cama esa noche antes de que ambos se hubieran desfogado del todo.
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-Está listo, hermano, pero… de verdad no estoy muy segura de que puedas usarlo de manera adecuada.
Estaban a mitad del invierno. El Ritual de Dedicación, con la asistencia obligatoria de todos los cabezas de familias nobles había terminado y una excursión de verificación a las regiones de Vulkatak y la ahora región de Saknomi estaba todavía en su fase de planeación. Que Tuuri pidiera una audiencia con él en ese momento había sido en un tiempo más que perfecto.
-¿Lo has traído?
-¡Por supuesto!... aunque… sería recomendable que te lo probaras para que podamos discutir cómo te sientes con él y que otros ajustes habrá que hacerle. Eres tan recatado todo el tiempo que, en verdad, me preocupa más tu reacción que la de mi adorada y problemática hermana.
Ambos sonreían con una taza de té en las manos para disimular dentro de la herramienta de rango específico en tanto las acompañantes de Tuuri entregaban algunos paquetes a los hombres de su séquito.
-Haré como dices, hermana. ¿Mamá o papá saben algo de esto?
-No. A ambos les parece curioso que me hayas estado convocando, sin embargo, parecen bastante agradecidos de que nos estemos llevando bien. Mamá siempre tiene algunos problemas debido a tu rostro inexpresivo.
Ferdinand levantó su taza para soltar un suspiro dentro. Podía recordar bastante bien el rostro con esa sonrisa nerviosa de Effa cada vez que hablaban. El tema era lo de menos, la mujer siempre parecía preocupada por algo. Al menos ahora podía comprender la razón.
-¿Y Lutz?
Para su sorpresa, Tuuri se sonrojó un poco, desviando la mirada antes de beber un poco de su té y ladear la cabeza del mismo modo que Angélica o Rozemyne en ocasiones.
-¿Por qué no te pruebas el conjunto? Imagino que querrás que te confeccione algo que ponerte encima de esto para que el shock sea mayor.
La idea no era en realidad mala y siempre podían hacer todo tipo de arreglos aquí y allá para mejorar el conjunto, en especial si sabía cómo se le veía desde antes.
Para Ferdinand fue algo inesperado el ser capaz de colocarse el atuendo solo. La tela utilizada era bastante elástica, similar a la que su esposa utilizara debajo del bonito vestido negro que ahora trataba de introducir como nuevo uniforme para las asistentes del castillo... algo así como una distinción entre las asistentes que servían a la familia archiducal y el resto. Le parecía bien, era una forma práctica de verificar de manera visual cuánta gente estaba disponible en el castillo y en qué áreas.
Una vez satisfecho con lo que miraba en el cuarto de espejos, volvió a desnudarse, colocándose la ropa interior y llamando a Justus dentro. Una de las razones por las que no dejaba que la ropa de él y de Rozemyne fuera fácil de poner y quitar del todo era para tener una razón para ayudarla a cambiarse cada dos meses, cuando visitaban la ciudad baja y a la familia que tenían ahí.
-Milord -dijo Justus conforme le iba acomodando de nuevo toda la ropa-, ¿puedo preguntar porque motivo ha estado viendo a… la señorita Tuuri sin Aub Rozemyne?
-Me está ayudando a prepararle una sorpresa a todas mis diosas. No puedo confiar en nadie más para la tarea a mano.
Una sonrisa retorcida y divertida se formó en los labios de Justus y Ferdinand tuvo que dedicarle una mirada de advertencia a través de los espejos para que no dijera una sola palabra más.
-Si milord desea sorprender a milady, puedo recomendarle una tienda de ropa de lo más interesante en el distrito comercial. Margareth y yo somos clientes asiduos. Incluso nos preparan ropa especial, ya sabe, a Margareth le gusta decir a veces que soy su Diosa de la Luz.
Ferdinand frunció el ceño y apretó los labios un momento, aguantando hasta estar perfectamente vestido y peinado de nuevo.
-No estoy interesado en saber qué perversiones realicen tu esposa y tú al interior de tu hogar. De hecho, dudo que alguien esté interesado.
Justus solo sonrió, todavía divertido, dando un paso atrás para verificar que todo estuviera en su lugar.
-Si. Supongo que milord no está interesado en conocer todas las extravagancias que los séquitos tienen al interior de sus recámaras. Es información de lo más interesante y variopinta, aunque, supongo que tendré que seguir cediéndole esa información específica a nuestra escritora de flores particular.
Ferdinand solo levantó una ceja, mirando a su asistente, el cual ya no dijo nada y tampoco corrigió su postura o el gesto divertido y agudo en su rostro.
'Este idiota sabe demasiado. Si no me fuera tan útil la mayor parte de la información que me trae, ya le habría cortado la lengua.'
Al salir de la habitación, Ferdinand se sentó con su cuñada dentro del rango anti escucha que acababa de colocar y se dispuso a hacer algunos retoques con ella. Al igual que la descarada de su esposa, se diseñaron no uno, sino dos atuendos complementarios entre sí, haciéndolo sonreír de manera retorcida solo de imaginar el rostro sonrojado y sorprendido coronado con cabellos azules que su mujer le dedicaría cuando todo estuviera listo.
–Querido hermano, recomiendo que controles tu imaginación. Incluso yo puedo ver que estás imaginando algo un poco desagradable.
Ferdinand tosió dentro de su mano y relajó su rostro de nuevo. Si Tuuri debía amonestarlo por bajar la guardia de ese modo, era que en verdad estaba siendo demasiado transparente.
–Tu hermana parece haberme afectado más de lo que esperaba.
–Eso parece. Nunca me habría imaginado llamando tu atención de ese modo en Ehrenfest.
Sintió sus orejas calentarse y asintió. Durante su vida en Ehrenfest, jamás habría soñado, siquiera, con estar diseñando esa ropa escandalosa, ya no digamos portarla para seducir y abochornar a nadie. Rozemyne era de verdad terrible, más allá de ser Flutrane, que trae el cambio y nueva vida y prosperidad, su diosa podía ser más similar a Verdrena, con su trueno que hace destrozos y anuncia cambios de lo más agresivos e inimaginables.
–Por cierto, hermano. Myne preparó la tela especial con que hice esa extraña y enorme mota azul oscuro y el forro de las curiosas orejas modificadas. ¿Imagino que tú también habrás preparado algo así?
Ferdinand asintió de nuevo, alargando su mano hacia Lasfam, quién no tardó en entregarle una caja, mostrando que no tenía veneno antes de abrirla para Tuuri y hacer de nuevo la demostración. Al interior se encontraba un curioso tipo de tela que Rozemyne había designado como kunstpelz, piel falsa, llena de finos cabellos bastante cortos del mismo color que el cabello de Ferdinand. Raymund tuvo que mostrarle como crearla, ya que este tipo de tela en particular estaba teñida con el maná de Ferdinand para que pudiera ser conductora, logrando de ese modo que las orejas y la cola pudieran moverse a voluntad cuando las llevara puestas.
–Te agradezco mucho, Dino. Parece mucha para un par de orejas.
–Voy a incluir una cola, querida hermana. Apenas las estructuras estén listas, volveré a convocarte para hacerte entrega del material.
Fue el turno de Tuuri de asentir. El aparato antiescuchas fue retirado y todo rasgo de familiaridad se esfumó de inmediato.
–Esta humilde sierva estará pendiente entonces, milord. Espero que el servicio esté a la altura.
–Espero lo mismo. Que Greiffechan siga sonriendo para usted y Dregarnuhr enlace nuestros hilos con ayuda de Steiferise.
Una pequeña bendición llovió sobre Tuuri y sus asistentes y las tres mujeres se pusieron en pie luego de dedicarle una reverencia y partieron.
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–Parece que en verdad te has esforzado mucho, Liesseleta. ¿Podrías explicarme lo más fundamental de tu informe?
Siempre fue evidente que Liesseleta tenía una fijación especial en los shumils a tal grado que después de que su esposa se presentara con esas orejas y ese rabo en pocas ropas, una curiosa moda pareció atacar la zona de bebés, ya que varios de ellos, sus propias hijas incluidas, empezaron a aparecer, de vez en cuando, con ropa inspirada en shumils de juguete. Esponjosos rabos de pompón y pequeñas orejas flexibles con relleno algodonoso parecían ir unidos a pequeños abrigos y mamelucos en colores pastel, dando a los pequeños de menos de tres años la apariencia de peluches mágicos. Liesseleta se había mostrado tan maravillada con la idea de las orejas de su señora, que sin duda había encargado algunos diseños, provocando que la sucursal de la compañía Gilberto que estaba en Alexandria no tardara nada en crear más conjuntos con los que vestir a los más pequeños entre los nobles y algunos comerciantes.
Según supo por una carta de su hermano, la moda shumil para bebés había llegado incluso a Ehrenfest con telas más gruesas. Algunas damas parecían en especial fascinadas con capas de piel de shumil con pequeñas orejas. Charlotte, al parecer, había sido de las primeras en portar una de estas capas con orejas para salir durante el invierno y varias de sus asistentes y eruditas aún en la Academia Real habían llevado dicha moda a la Soberanía ese mismo año.
De todos modos, Ferdinand no esperaba ver a Liesseleta con ojos soñadores y un ligero sonrojo en los pómulos cuando comenzó a hablar de sus observaciones en zantzes.
–… ¡Son tan elegantes en todo momento, Aub! Ninca antes me había planteado el tener uno domesticado en casa. ¡Sus movimientos son tan refinados en todo momento que parecen nobles de alto rango!
Lo decía de corazón y eso le hizo sentirse orgulloso por la estúpida razón de haber elegido dicha bestia Fey para su pequeña broma de alcoba.
–Entiendo. Habla con Raymund entonces. Que te muestre como domesticarlos y evitar que evolucionen para que puedas llevar uno a casa. También mantenlo alejado de tus shumils, no te aseguro que no decida atacarlos al ver que no tienen garras.
–¿De verdad, Aub Ferdinand?
La joven asistente parecía sorprendida e ilusionada ahora. Liesseleta EN VERDAD parecía haberse enamorado de los zantzes casi tanto como de los shumils.
–Estas observaciones son bastante precisas y detalladas, después de todo. Tienes mi permiso.
Liesseleta se sonrojó aún más, obligando a Ferdinand a regresar su mirada al escrito, esperando que la joven notara que estaba poniendo un rostro que debería reservar solo para su Dios Oscuro y solo para la alcoba.
La joven debió hacerlo porque la escuchó tomar aire y cuando levantó la mirada, el gesto ya había sido intercambiado por una sonrisa noble y gentil con algunos rastros del resiente sonrojo.
–Le agradezco mucho, Aub. Me esforzaré entonces para que esta investigación sea provechosa para todos los amantes de los zantzes.
Ferdinand asintió y la despidió de su despacho en los laboratorios, verificando algunas observaciones del escrito y asintiendo. No le entusiasmaba mucho simular que lamía su propia mano para peinar sus cabellos o frotar su rostro contra Rozemyne sin que ella lo esperara, pero si iba a hacer algo, no sería a medias.
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Los círculos mágicos desplegados en la mesa de formulación frente a él resultaban ser complejos de un modo y sencillos de otro. Raymund era un verdadero genio especializado en su propia área. La cola y las orejas, si salían como se esperaba, usarían tan poco maná que hasta un laynobles podría hacer que se movieran.
Ferdinand verificó un par de cosas en los apuntes de Raymund y los de Liesseleta antes de mirar al joven que parecía ignorar la existencia del gel y los peines.
–Todo parece en orden. Será mejor comenzar a formular para verificarlo.
–¡Por supuesto, Aub! He preparado una selección de materiales que deberían funcionar. Lord Justus me comentó que no debería preocuparme por la cantidad de polvo dorado requerido, solo por conseguir piedras fey algo grandes para reunir la cantidad necesaria.
Ferdinand solo asintió, haciendo un gesto para que le facilitara las piedras. El hombre pronto tuvo en sus manos un saco con cuatro piedras fey de tamaño considerable para haber sido conseguidas por Raymund.
Ferdinand metió la mano entonces, descomprimió su mana un solo paso y dejó que toda la frustración y el estrés de ese año salieran sin más. Cuando logró respirar con tranquilidad, ya no había piedras, si no polvo dorado en el interior del saco… Para asombro de Raymund.
–Usted y Aub Rozemyne son asombrosos, milord. Nunca deja de asombrarme lo rápido que pueden deshacer cualquier piedra fey.
Ferdinand no le dio mucha importancia al comentario, si mucho asintió y luego se puso en pie, dirigiéndose hacia la mesa ya preparada con un caldero de tamaño considerable y varios componentes. Había un par de piedras fey más pequeñas que las utilizadas para el polvo de oro. Raymund no tardó nada en alcanzarlo con las anotaciones de los círculos y algo de papel mágico que parecía, ya tenía los círculos trazados.
–Guíame, Raymund.
El chico se apresuró entonces, dándole indicaciones y alcanzándole los ingredientes ya medidos, cortados o machacados según era necesario, informándole de paso que las dos piedras fey pertenecían a fetze que acababan de fallecer.
Cuando terminaron la primera formulación, Ferdinand sacó una especie de diadema con lo que parecían cartílagos felinos. La siguiente formulación dio como resultado un anillo abierto de buen tamaño con lo que parecían un par de huesos en forma de abrazadera con pequeños huesos y articulaciones metálicas unidas entre sí hasta formar una cadena que, sin lugar a dudas, arrastraría un poco en el piso una vez se lo colocara.
–Parece que funcionaran bien –anunció el peliazul luego de inyectar un poco de mana en cada parte, observando como se movían y reaccionaban.
–Aub Ferdinand, si no es mucha molestia… ¿podría ver sus anotaciones luego de que las prótesis estén terminadas y hayan sido probadas?
Ferdinand miró a Raymund, a punto de aceptar cuando el chico, siempre un manojo de nervios con él, se apresuró a clarificar su petición.
–Lo he estado considerando desde que ayudé a Aub Rozemyne con el experimento de las prótesis de shumil y… Ahm… Creo que esto podría sentar las bases para crear prótesis funcionales de diversas partes del cuerpo para los soldados, milord. Hay algunos en el Ducado que todavía lucen los estragos de la invasión lanzenaviana. Tienen prótesis, es cierto, pero solo para brazos y piernas. Ninguno pudo volver a sus puestos originales en la capital.
Lo consideró un momento. Él había estado al frente de una parte del enorme ditter verdadero por el cual había ganado un hogar para que su esposa pudiera reunirse con su familia biológica sin problemas de ningún tipo. Sabía a la perfección que tan mal habían terminado varios caballeros y soldados tanto del antiguo Arsenbach como de Ehrenfest. Los dulkerfergianos, como siempre, parecían una especie diferente a ellos.
–Te los entregaré a su tiempo. Por el momento, debo llevar todo esto al taller donde se le dará forma antes de probarlo.
–¡Por supuesto, Aub! ¿Hay algo más con lo que pueda ser de apoyo?
–No –respondió Ferdinand luego de considerarlo un poco–. Eres libre de volver a la Academia o sumarte a alguna de las investigaciones en curso.
Raymund se cruzó de brazos en deferencia y Ferdinand salió a su despacho en los laboratorios, colocándose un amuleto de Verbenger antes de dirigirse a la casa de su cuñada para entregar los materiales. Liesseleta podía ser muy hábil manejando felpa y otros tipos de tela, pero de verdad temía encontrarse con alguna de sus preciosas hijas disfrazada de zantze luego de esto.
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–¡¿Pero qué carajos…?! –la voz de Lutz descolocó un poco a Ferdinand y a Tuuri, quienes voltearon a verlo de inmediato. El rubio debió percatarse porque una parte de su rostro se coloreo del noble color de Geduldh y él mismo no tardó en disculparse–. Ahm… Dino… lamento la palabrota, pero… ¡No pueden culparme si entro en MI casa y te encuentro… ¡Así con mi esposa!
Los dos aludidos voltearon a verse y Tuuri no tardó nada en reírse con algo de disimulo y sonrojarse también, caminando con calma hasta Lutz para susurrarle algo al oído que lo hizo sonrojarse todavía más antes de mirarlo.
El matrimonio se acercó entonces, con Lutz mirándolo con ojo crítico.
–Myne en serio te ha cambiado, Dino… nunca esperé verte con un disfraz de… ¿Qué eres? ¿Una versión humanizada de un Señor del Invierno?
No era así, pero por alguna razón, le gustaba cómo sonaba.
Ataviado con un traje un tanto curioso que permitía ver a la perfección cada línea de su torso y hombros, la cola en movimiento y las orejas de zantze cubiertos en el mismo color que su cabello, debían dar ese tipo de impresión. Por supuesto, Ferdinand no era tan soez como para admitir que, en efecto, era un señor del invierno a punto de traer nieve y hielo sobre Aub Alexandría.
–Es una venganza contra Myne. Que me vieras en este… traje tan poco común ha sido más para terminar de ajustarlo.
–¡¿Más?! –preguntó Lutz con obvia inconformidad–. Voy a tener que empezar a hacer entrenamiento de soldado en algún punto del día si Tuuri te sigue ajustando esa ropa. ¿No se suponía que trabajas en un escritorio?
Tuvo que mirarse en el espejo para comprender que estaba pasando. Al parecer, la ropa ajustada hacía notar los resultados de sus ejercicios matutinos. No era como que tuviera muchas opciones. Por más que Strahl fuera el actual Comandante de Caballeros ahora solo para cederle el puesto a Cornelius en dos años más, Emeritus Werdecraft y Aub Dunkelferger todavía podían convencer a Rozemyne de aceptar tenerlo a él jugando algún ditter, además de que, si lo peor llegaba a suceder, la última línea de defensa de Rozemyne era él.
–Antes de entrar en el Templo solía ser el Caballero Comandante de Ehrenfest. Incluso estando en el Templo, el Comandante Karstedt solía convocarme para ayudarlos en sometimiento de trombes y del Señor del Invierno.
–¡Ya veo! Imagino que eso de que ciertos hábitos son imposibles de modificar es bastante cierto.
No respondió, solo miró de nuevo la imagen en el espejo. A pesar de lo ridículo de la idea, estaba convencido de que un traje como ese tendría el efecto deseado en su esposa.
–Espero que no quieras verme con eso puesto en la noche –susurró Lutz de manera descuidada–, es I posible que me quede igual de bien… o que pueda hacer que esa cola se mueva como si hubiera nacido con ella.
–Si planeara ponerte un traje de animal, no sería un zantze.
Hubo un breve silencio en el que Ferdinand captó la mirada de comprensión de Lutz sobre sí mismo, asintiendo como si acabará de comprender algo de suma importancia.
–Mientras no me vuelvas un shumil…
–¡Ni loca te haré unas orejas como las mías!
Por alguna razón, su mente le jugó una mala pasada, dejándole ver a Tuuri con orejas largas y un esponjoso rabo verde saliendo por entre sus ropas de costurera. Una respiración profunda y la imagen desapareció.
–Querida hermana, debo volver pronto al castillo y dudo que padre y madre me vean con buenos ojos.
–Entiendo, Dino. Por favor, vuelve a cambiarte en la habitación de invitados. Lutz, ayúdalo si es necesario, yo iré por los niños.
Los dos hombres asintieron y pasaron a la habitación donde dejaría de ser Dino para volver a ser Ferdinand. Cuando ambos salieron, Tuuri ya estaba ahí con un niño un poco mayor que su dulce Aiko y un pequeño bebé de un mes. Pensar que ese pequeñito había nacido durante el Torneo Interducados le hacía preguntarle a cada rato si había hecho bien en solicitar la ayuda de su cuñada a pesar de que ella estuviera embarazada.
–Kamil está en casa de mis padres. Dijo que quiere pedirle que le lleve un obsequio a nuestra hermana –le informó Tuuri–. Lamento mucho las molestias, milord.
–Será un honor para mí entregar algo tan valioso para todas mis diosas. Gracias por avisarme
Antes de retirarse dio una pequeña bendición a sus sobrinos y luego entró a la casa de sus suegros para aceptar las cartas que le habían escrito a su esposa además del manuscrito en manos de Kamil. Al parecer, el chico había diseñado un nuevo tipo de prensa con ayuda de los Gutembergs herreros y ebanistas, aquello sin duda llenaría a su esposa de energía.
Tres días después, su amada esposa se levantó en la cama un poco extraña, hablando de amarlo sin importar que forma o apariencia tomara. Eso sin duda detonó su determinación porque esa noche, al fin, se decidió a cobrar su desvergonzada venganza.
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¡FELIZ NAVIDAD A TODOS!
Espero que hayas leído el anterior también... el de Nochebuena llamado Mr. Santze. Si no lo hiciste, ¡no te preocupes! solo ve al capítulo previo para disfrutar mejor del día de la venganza de Ferdinand y espero que estas fiestas las estés pasando fabulosas.
SARABA
