El día era joven, el cielo era anaranjado por el lado desde donde el sol recién hacía su aparición, y la tierra era vieja seca y sobreexplotada por donde pasaban las vías del tren, por las cuales una gran y negra locomotora se movía con rapidez, cortando en dos el panorama árido y grisáceo de aquellas tierras, mientras las enormes nubes de humo de la caldera, salían volando una tras otras, manchando el puro color del cielo, como si se trataran de enormes manchas de tinta.
En aquel tren de color oscuro, de aspecto hasta cierto punto lúgubre, se encontraba un chico de pelo rojizo, de unos diecisiete años de edad, bastante callado, vestido con un traje gris, algo rudimentario. El chico estaba sentado sin mucho interés en el paisaje, a su alrededor podía observar como las personas quienes le rodeaban irradiaban miseria. Mujeres ancianas y demacradas, con tantos hijos que ni siquiera podían mantener alimentados, obreros muertos de hambre, cuyo único anhelo era morir antes de regresar al infierno terrenal que era su trabajo, vagabundos con suerte de dinero ocasional, que viajaban de una ciudad a otra cual trotamundos, buscando alguna ciudad en donde mendigar de manera más eficiente.
"Pobres diablos" pensó el chico, antes de voltear su mirada a la maleta de color carmín que se encontraba entre sus piernas. Con una sola mano, soltó los pequeños seguros que tenía, y la abrió, dejando ver un par de cosas inusuales para viajar: un cuchillo grande, un arma de fuego, bastante vieja, previa de la segunda guerra mundial, un gran fajo de dinero que originalmente no le pertenecía, entre algunas más cosas con las cuales viajaba, todo eso robado, sabiendo aun que si lo llegaban a encontrar con aquello en la frontera a la que se dirigía podrían incluso ejecutarlo de no encontrar una excusa de su posesión.
Sacó del interior de la maleta un par de papeles doblados y arrugados.
El primero de ellos, era una fotografía vieja, en blanco y negro, en donde se podía observar a una familia feliz. El chico no pudo evitar sonreír ante aquello, la imagen era de su familia, en donde él estaba parado entre las piernas de sus padres, un hombre de saco, corbata y sombrero grises y un remarcado mostacho de color negro y su madre solamente una mujer delgada vestida como una empleada domestica, con un color de cabello claro por la fotografía en blanco y negro, cuyo color real era el rojo. Un bueno para nada y una perra indecente, era esa la manera en la que él definía a sus progenitores.
Volteó su vista a donde estaba sus hermanos al lado de él, presumiendo un montón de alegres sonrisas, como las que solía procesar él antes de que su vida en general se fuera mucho a la mierda. Su hermano más pequeño de todos, un niñito torpe y miope con grandes anteojos enmarcados en negro que resaltaban sus ojos de color negro, con un traje que apenas y le quedaba flojo, a punto de caerse siendo sostenido por el mayor. Su otro hermano, el del medio, un chico de pelo plateado, un poco más grande, el único que no sonreía, mas solo por los nervios de la ocasión. Y para finalizar las cosas, una niña de pelo largo y amarillo, atado en una colita de caballo con una tira de seda de color azul, escondida detrás de las piernas de sus padres, con un trajecito de color blanco, con un moño en la cintura de color rosa.
Esa era su familia, de solo seis personas, más él ni siquiera sabía cuáles eran los hijos del mismo padre, el solo le llamaba hermanos a las personas con las que creció. No podía evitar sentir un fuerte dolor en el pecho de tan solo pensar en todo lo que se había perdido con el tiempo, su familia, junto con su ideal de vida, todo se había muerto.
Por una parte, sentía el deseo de regresar a su casa, de tomar el siguiente tren que lo llevara en dirección contraria, de volver a su empobrecido pueblo natal, darle un abrazo a su madre y a su padre y perdonarlos por todo el dolor que les causo, regresar a jugar con sus hermanos y molestarlo, tal y como era su deber al ser el mayor. Pero no, sentía que ya no había nada por lo cual regresar.
Miró entonces el otro papel que tenía en sus manos, un mapa del mundo. No sabía muy bien leer su propio idioma, solo entendía un montón de garabatos y tal vez alguna que otra palabra que haya visto de manera repetitiva.
Dirigió su dedo hasta un país que se encontraba entre Europa y Asia, y recordando sus clases de geografía, logró ubicar un pequeño punto que suponía ser el lugar en donde se encontraba un lugar cercano a la unión soviética. Miró después al otro lado del mapa, hasta llegar a un largo territorio amorfo, y leyendo las pequeñas letras que estaban escritas en su idioma pensó "América" es allí a donde iría a parar.
Tomó la foto de nuevo, y sin que su corazón le detuviera esta vez, la arrojó por la ventana del vagón del tren, simbolizando con esto su emancipación de su vida con su familia vieja, y abusiva, y a la vez del pueblo y de los recuerdos que le traían tanto dolor.
¡El mundo era demasiado grande! No había razón por la cual quedarse en un solo punto de por vida, y le emocionaba la idea de ir del otro lado del mundo, ver todo lo que existía en después de los mares, le emocionaba ir a estados unidos y ver como era el sueño americano. Pero primero tendría que salir de ese territorio fangoso, por lo que necesitaría dinero y por lo tanto libertad para trabajar.
No sería fácil, pero tenía un sueño, no sabía cual exactamente, pero solo era irse de donde vivía.
"Lo siento Thel" pensó en dedicatoria de su hermano, "pero no hay nada que me detenga en nuestra casa, ni siquiera la tonta falacia llamada amor" y con este pensamiento, abandonó para siempre su país.
El sol da la mañana anunciaba un mejor día para los habitantes de Japón, un nuevo día de oportunidades de nuevas experiencias y del nuevas clases para los estudiantes.
Entre la zona residencial más fina de toda la ciudad y estamos hablando de un barrio que por excelencia, albergaba a personas cuyos trabajos honrados les habían otorgado el privilegio de residir allí, eso o estrellas de la música internacionales que gozaran de suficiente fama suficiente.
En la casa más grande de todas las que se encontraban en esa zona, un hombre algo mayor de edad, de unos cincuenta años o más, se encaminaba hasta la entrada de esa mansión, con un largo cabello plateado que se asomaba por debajo de un sombrero, do color negro al igual que su traje y con un maletín viejo en su mano. Cruzó por la puerta abierta del barandal, vigilada por una exhaustiva seguridad. El color verde predominaba por aquel lugar, tanto en el barandal de picos el final y como en las paredes de la mansión, siendo una gran puerta de madera tallada y reforzada lo que más contrastaba.
Un pequeño botón blanco del timbre con una pequeña lámpara en la parte de arriba se denotaba en el lado derecho del pórtico de la casa. El hombre se acercó hasta el botón, y dejando su maletín en el suelo, lo presionó. Al instante una tonada de estilo medieval, llenó el ambiente, dejando saber a los residentes que un visitante los esperaba a ser recibido.
Unos cuantos pasos, bastante agudos, por lo que se trataba de alguien pequeño, se escucharon del otro lado de la puerta, y repentinamente, la puerta se abrió de uno de sus lados, dejando ver a una niña pequeña de cabello castaño, peinado en un par de trencitas, vestida con un inuforme escolar rojo.
—¿A quien busca?— preguntó la niñita sin salir de detrás de la puerta.
—Buenos días niñita, busco a Len y Rin Kagamine— dijo con suma amabilidad en una voz suave y pasiva como la que acostumbraba.
—¿Quién los está buscando?— preguntó un poco desconfiada aun.
—Les busca el padre Thel— se presentó mientras se quitaba el sombrero.
—¿Padre? ¿Usted es el papá de Len y Rin?— preguntó confundida pero no por eso menos desconfiada la niña.
—No, no soy su papá— respondió el hombre con una pequeña risa por la confusión —soy un sacerdote católico, es así como se nos dice— explicó tranquilamente. La niña lo miró un poco más, esta vez con una mirada de un poco de incredulidad, justo antes de salir corriendo y gritando al interior de la casa, dejando la puerta abierta.
—¡Kiyoteru, auxilio!— gritó la pequeña niña corriendo hasta los brazos de un hombre castaño y de traje café, con corbata de color roja.
—¿Qué pasa Yuki?— preguntó alarmado, voleando hacia la puerta y llamando la atención de todos los demás Vocaloids que se encontraban en la casa en ese momento, Miku, Kaito, Gakupo, Meiko, Mizki, Yuma, Lily y Gumi.
—En la puerta… Hay un sacerdote… católico en la puerta— dijo intentado tranquilizar su miedo, rápidamente los habitantes de la casa se asomaron a la puerta para ver al hombre de cabello plateado con una mirada algo confusa y hasta cierto punto ofendida, colocando su sombrero sobre su pecho con la mano izquierda mientras con la derecha sostenía su maletín.
—Es solo un sacerdote, ¿Qué tiene de malo?— preguntó Lily volteando su vista del televisor que tenía toda su atención. La niña seguía consternada por su encuentro cercano con el clérigo y no atendía al llamado de la rubia mayor.
En cuanto al padre Thel, simplemente no se esperaba que su solo titulo de sacerdote fuera capaz de asustar a un niño, ese ya era el colmo de la mala publicidad que tenia la iglesia en esa sociedad tan laica.
—¡Mira Len, es el padre Thel!— escucho un grito proveniente de las escaleras que quedaban al lado de la sala de estar, desde donde estaba bajando Len y Rin. Len vestido con una playera ligera de color azul debajo de una chaqueta verde y con unos shorts de color gris que le llegaban a las rodillas, y Rin con una blusa rosada ancha de la parte de abajo, también con un short de color gris, pero más corto que el de Len. Los dos bajaron con entusiasmo el resto de los escalones que les faltaban y se pararon frente al padre, saludándolo con un formal apretón de manos.
—Mucho gusto padre, hace un tiempo que ya no le veíamos— le dijo Len bastante alegre.
—Muchas gracias a ustedes por invitarme a su casa— respondió él con amabilidad.
—Díganos, ¿se le facilitó llegar hasta aquí?— preguntó Rin mientras empezaban a caminar al interior de la mansión.
—No mucho, por suerte pude confiar en la amabilidad de las personas quienes me permitieron viajar con ellos hasta aquí—
—¿Quiere decir que llegó hasta Tokio pidiendo aventones?— preguntó Len algo incrédulo.
—Bueno, en realidad si tenía planeado viajar en tren, pero una familia del pueblo que había estado allí para vacacionar, me permitió viajar con ellos, y no me permitieron rechazar su oferta— dijo con una ligera sonrisa.
—La gente le da aventones gratis y sin ningún problema— comentó Gumi a su amiga rubia sentada al lado de ella —debe de ser una persona muy confiable— Lily solamente asintió a la afirmación.
—Bueno, permítanos presentarle al resto de los Vocaloids— le dijo Rin al sacerdote mientras los acercaba al sofá en donde estaban las chicas sentadas —Estas son Lily y Gumi— ambas chicas extendieron las manos, saludando al sacerdote con un "mucho gusto".
—Mucho gusto padre Thel, yo soy Miku— habló la peli verde acercándose a el clérigo desde atrás —es un placer conocerle, Len y Rin nos han hablado mucho de usted, a mí y a Kaito— dijo señalando también a su novio.
—El placer de conocerles es mío,— extendió su mano para saludar a los jóvenes que recién llegaban, viendo también salir de la puerta de la cocina a Mieko, con una lata de cerveza en la mano.
—Si más sacerdotes fueran como usted, en lugar de los opresores que me golpeaban hasta dejarme inconsciente en mi infancia— comentó Kaito de manera ligera, como si lo que hubiera dicho no tuviera importancia, provocando un silencio algo incomodo.
—Sí, supongo que no siempre se puede hacer lo correcto con la palabra de Dios— contestó el sacerdote con la voz un poco más seria que antes, tal vez con un poco de sarcasmo o ¿sátira?.
—Bueno… supongo que aun no se ha presentado frente a Meiko— dijo Len algo apresurado para salir del momento incomodo creado por el peli azul, quien recibió un golpe en la nuca por parte de su novia.
—¿Siempre tienes que montar un momento incomodo?— le susurró la peli verde al oído al Shion mientras este se sobaba el lugar del golpe.
—Mucho gusto de conocerlo padre— le saludó amablemente Meiko.
—Mucho gusto señorita— le contestó el padre, provocando que Kaito soltara una pequeña risita por el término usado por el clérigo, quien ignoró a su vez cualquier comentario posible de hacer acerca de la lata de cerveza que consumía la joven castaña siendo ni siquiera la hora de comer.
De repente de las mismas escaleras por las que habían bajado los Kagamine, se empezaron a escuchar pasos más pesados, siendo un gran hombre de más de cincuenta años quien los producía, un hombre alto con cabello canoso y piel de tono algo blanquecino, nada más y nada menos que el Maestro.
—Emmm, Mestro— le llamó Rin al hombre vestido con un traje completamente negro, quien ajustaba su reloj nuevo en su muñeca —El es el padre Thel— lo presentó —viene a atender algunos asuntos relacionados con nuestro matrimonio…—
—Asegúrense de que no se quede mucho tiempo, ¿Entendido?— les gritó a ambos sin siquiera saludar al clérigo, únicamente barriéndolo con la mirada un par de segundos, para después continuar su camino —Tengo negocios que atender, regresaré en cuatro horas— les anuncio a todos antes de salir por la puerta de entrada.
—Es un hereje, no le haga caso— pronunció Rin, restándole importancia a la rápida intromisión del representante.
—¿A Kiyoteru y a Yuki supongo que ya les ha conocido?— dijo Len con voz un poco molesta por la actitud pasada de la "hierofóbica".
—No es su culpa tenerle a los sacerdotes— Kiyoteru exclamó con voz segura —Después de tantos reportes policiacos de violaciones infantiles en todo el mundo que se la pasan anunciando en las noticias,— la cosa se ponía algo seria —Yo también temería si un violador llegara a tocar a mi puerta— expresó sin ninguna sensibilidad en sus palabras, dejando en claro su punto de vista de la iglesia.
De nuevo se comenzó a sentir cierta y muy evidente incomodidad, pues el padre Thel no se atrevía a contestar, no porque no tuviera nada que decir al respecto, sino porque le parecía inútil discutir con alguien como Kiyoteru, quien se había revelado por ser lo que parecía ser un fanático anti—religioso, quienes normalmente no estaban dispuestos a discutir de teología sino solo humillar y molestar con su intolerancia a las creencias ajenas.
—Tranquilo, maestro Hiyama— le llamó Yuma a Kiyoteru —Si él defiende el incesto supongo que no puede ser tan malo— de nuevo, el tono de sarcasmo o de burla no se podía percibir más que en la misma oración y su contexto, pero el padre decidió dejarlo pasar al ver como el chico peli rosado se acercaba al lado de la chica peli negra con kimoto rosa. —Mi nombre es Yuma y el de ella es Mikzki— dijo sin mucho interés el chico, sin siquiera extender la mano en muestra de amabilidad.
—Muhco gusto de conocerlos— respondió Thel un poco más serio en cada momento.
—¿Porqué no pasamos a la cocina, en donde estaremos en paz un rato?— propuso Rin entrando en la conversación, tomando al sacerdote por el hombro.
—Sí, podremos ver todo lo que se necesitará para la boda y el casamiento— dijo Len sujetando al padre del otro hombro.
—No se les olvide que Miki quería hablar con él para aclarar sus dudas acerca de la planeación de la boda— le recordó Miku a los gemelos, quienes comenzaron a llevarse al sacerdote camino a la cocina.
De una buena vez, los gemelos encaminaron al sacerdote con ellos directamente a la puerta de la cocina y sin más la cruzaron para tener un lugar en el cual hablar.
—¿Quién se cree ese tipo?— preguntó Kiyoteru como indignado.
—cállate idiota— le gritó Lily sin remordimiento, recibiendo una mirada severa de Yuki.
—Se cree el elegido de Dios— comentó Yuma sin interés de la rubia enojada.
—Se cree más que el mismo Dios— le rectificó Mizki, recibiendo miradas furtivas de todos a quienes el padre les había dado una buena impresión.
Habían pasado ya varios meses desde que el chico había salido de su pueblo y la suerte que traía consigo era la de un perro. No es que fuera una suerte realmente mala, solamente no buena, y de alguna manera se había quedado sin dinero a punto de comprar su viaje en tren a Inglaterra. En este momento se encontraba trabajando en un restaurante con posada, pues en los pisos superiores tenía espacio para alquilar a los viajeros, y que de hecho el se hospedaba en ese lugar, solamente que se había quedado estancado, tanto física como emocionalmente en aquel poso de desesperación.
Todo el ambiente de aquel lugar era horrible, era un pueblo cercano a una mina de carbón, más grande que el mismo pueblo, en donde casi todo el tiempo permanecía nublado y en las noches la luz de la luna no se alcanzaba a percibir en las calles.
Era un lugar deprimente, en donde el espíritu de las personas se destruía lentamente conforme se vivía allí, y no es como si ese chico aun creyera que existía espíritu alguno en el humano, simplemente que le parecía que el suicidio era mejor que estar vivo en ese lugar.
El establecimiento en donde se encontraba constaba en más de cincuenta mesas lujosas, siendo este el lugar con mayor prestigio en kilómetros a la redonda, más siendo comparada a una mierda si la colocaban frente a los grandes establecimientos que pensaba visitar una vez llegara a estados unidos. Utilizaba el mismo traje desde hace mucho tiempo, solo una camisa de tela y el mismo pantalón que lavaba una y otra vez, junto con sus zapatos sin lustrar.
—Rojito, limpia la mesa treinta— gritó una mujer obesa desde el otro lado de la barra del restaurante, una mujer odiosa y molesta que a más de uno le había dado ganas de apuñalarla, que le llamaba por su apodo colocado debido al color de su cabello y a su supuesto origen eslavo.
—En seguida— pronunció el chico tomando su bandeja y aproximándose a la mesa de número especificado. La mesa a la que se aproximaba estaba en la parte más alejada del viejo local, en donde la luz se había apagado, debido a que era de noche, el lugar estaba cada vez más vacio, así que no le tomó mucho trabajo llegar hasta la mesa, en donde rápidamente se puso a trabajar en la limpieza y a recoger los platos sucios.
—Necesitamos matar a ese viejo de una vez por todas…— escuchó el chico decir a un sujeto de edad avanzada y regordete que se encontraba a sus espaldas, en la mesa de al lado junto a otro sujeto, en un idioma que el recordaba un poco —Ese estúpido ruso, cree que puede invadir estas tierras, matar a quien quiera y adueñarse de las plantaciones como si nada— la conversación que escuchaba parecía ser bastante entretenida.
—Eso no importa ya, tú has dicho que lo quieres muerto y ese es el asunto que a mí me interesa— esta vez fue el sujeto que lo acompañaba, uno más alto y calvo de piel pálida, el chico entendió inmediatamente que se trataban de mafiosos, de los cuales abundaban bastantes en esas zonas, en donde se rumoreaba que se plantaba opio. Sabía que si lo percibían espiando la conversación, podría terminar muerto allí mismo.
—Eso lo entiendo, así que te ofreceré cincuenta mil si me traes su cabeza— ¿Cincuenta mil? ¡Eso era más de lo que el chico había visto en toda su vida, y era lo que ofrecían por la cabeza de solo un hombre!
—Ese viejo es el tipo más rico de todo el pueblo, es prácticamente un duque, tiene incluso su propio ejército personal— al escuchar aquello el chico entendió a quien se referían, se referían a un viejo casi ermitaño que vivía en la colina más alejada del pueblo, en una lujosa mansión, casi un castillo, que el joven conocía únicamente porque limpiaba sus zapatos cuando este salía de paseo por un pequeño jardín de la misma plaza del pueblo en los días en los que el sol tocaba las calles.
Se rumoraba además que este anciano era un traficante de drogas, armas y personas, por lo que muchos de los pueblerinos solían evitarlo a toda costa, y que se la pasaba rodeado de guardaespaldas.
—si lo quieres muerto, tendrás que darme mínimo cien mil— le informó el sujeto calvo al mayor, dejándolo pasmado por el alto precio propuesto, al igual que al joven de cabello rojo, del que no se habían percatado.
—¿Estás jugando conmigo? ¡Sabes que no puedo darte tanto!— le gritó el mayor.
—Eres tu quien me solicitó, así que no te retractes, cien mil y punto— finalizó el hombre calvo con la reunión, levantándose súbitamente de su asiento y apresurándose a salir por la puerta de entrada, dejando a su acompañante con una clara expresión de angustia.
El chico se apresuró a caminar de vuelta a su habitación en el tercer piso del edificio tras haber terminado de limpiar la mesa, ignorando los gritos de su obesa patrona.
Una vez llegando a su cuarto, pudo sentir como sus piernas le temblaban. La sola idea de ser el quien realizara el trabajo, y llevarse todo el dinero le está siendo cada vez mas y mas tentadora. No solo era una idea pasajera, o una ilusión temporal, no, él tenía un arma, sabía cómo usarla pese a no haberle disparado a nadie en su vida, además de un enorme machete con el cual podría cortar hasta un brazo de un solo impacto, sabía que el anciano que buscaban asesinar esos mafiosos se desprotegía cuando caminaba por el centro del pueblo, pues confiaba en la cobardía de sus habitantes.
Si lograba atraparlo mientras se alejara de sus simios guardianes, podría tener tiempo como para ejecutarlo y degollarlo.
Solo de imaginar la sangre sus manos le sudaban, y sus pupilas se dilataban un poco. Era posible que él lo hiciera, difícil pero posible.
No pasaron más de tres días, cuando el mismo chico caminaba por uno de los pasillos del edificio gubernamental del pueblo, el edificio más grande y de construcción más solida de toda la zona rural, con una bolsa de cuero negro en la mano, en donde se encontraba la oficina de uno de los ayudantes del alcalde, quien era nada más y nada menos que el mismo sujeto al que había visto platicar con el asesino a sueldo en el restaurante. Se dirigía a ese lugar para hablar con ese mismo sujeto, al ver que había un par de guardias armados en la entrada de la oficina, bastó con mostrar el contenido de la bolsa para que le dejaran pasar por la puerta.
Entrando en la vieja oficina de tal vez unos cien años de antigüedad, pudo observar al mismo hombre mayor sentado en su escritorio, escribiendo varias cosas en un papel amarillento con un bolígrafo rojo, protegido por cuatro hombres ubicados en cada esquina del lugar.
—¿Qué carajo bienes a hacer aquí, niño insolente?— le preguntó molesto, pero sin necesidad de levantarse de su lugar.
—Me he enterado de que usted requiere muerto a cierto hombre adinerado de este pueblo, de nombre Bulgarin— dijo con una voz algo fría y un acento de tipo ingles. El hombre se miro algo afectado por aquello, mas sabía que no habría problema con tratar con un mocoso de un tema el cual podría ser fácilmente callado por los guardias.
—Sí, y eso que ¿Crees que tienes la suficiente importancia como para hablarme de un tema como ese? ¿Quién demonios te crees?— le exclamó con bastante enojo, subestimándolo, sin siquiera darle importancia a como se habría enterado. El chico solo sonrió.
—Le diré algo— comenzó a hablar mientras se acercaba al escritorio —a usted le han exigido cien mil por la cabeza del hombre que desea muerto, y yo le diré que se la conseguiré, no por cincuenta mí, sino por veinticinco mil— presumió sin inmutarse un solo momento.
Esto por supuesto le provocó una gran risa de incredulidad al hombre mayor, el cual, una vez se compuso de la risa, comenzó a decir.
—Te diré algo…— dijo sin moverse demasiado de su lugar —si me traes la cabeza del señor Bulgarin, entonces yo mismo te daré decientas mil— le propuso de maneta burlesca mientras sacaba un puro de su saco y le quitaba la cobertura para comenzar a encenderlo. El adolecente volvió a sonreír.
—Hecho— aceptó para después levantar la bolsa negra que tenía en sus manos y colocarla en el escritorio, tan solo para después abrirla y dejar al descubierto una cabeza humana, de un hombre calvo y de piel morena, con un bigote canoso sobre su grueso labio superior, emanando sangre por debajo, con la misma expresión de terror en sus ojos como la que tenía al momento de morir.
El hombre mayor se quedó atónito, al igual que los guardias quienes habían empalidecido. El puro que tenía el hombre en sus manos, cayó lentamente en el escritorio y rodó hasta la orilla de este, siendo recogido por el chico de rojizos cabellos.
—Aceptaré los veinticinco mil, aunque si es usted un hombre de honor, supongo que cumplirá su palabra y me dará los doscientos mil— dijo en lo que se metía el puro encendido en la boca y lo fumaba — ¿se le ofrece algo más? — dejó salir el humo acumulado en su boca, mientras se daba cuenta de hasta donde había llegado.
"Asesino a sueldo" pensó para sí mismo el joven "pero que trabajo más emocionante".
Una vez en la cocina, el padre Thel se preparó para tener las charlas premaritales con los Kagamine, solo cosa de rutina con parejas normales, aunque en este caso el sacerdote decidió por analizar un poco más la relación de los gemelos.
—Muy bien— inició diciendo el sacerdote a Len y a Rin —me gustaría iniciar esto con una plática de cómo se conocieron— propuso sin darse cuenta de que esa frase que había dicho la decía solo como costumbre a las otras parejas.
La joven Miki, quien estaba en la cocina desde hace un rato, bebiendo un refresco de cereza, esperando su momento para hablar con el padre y los gemelos, no pudo evitar pensar en la respuesta obvia a la petición del clérigo.
—Bueno…— comenzó a decir Len —Nos conocimos hace más de veinte años—
—Sí, creo que fue en un hospital, en la sala de maternidad— complementó Rin de manera burlesca, a lo cual Miki casi escupe el refresco a causa de la risa.
—De acuerdo, permítanme reformular la cuestión— dijo seriamente Thel —Podríamos empezar la plática desde el punto en el que ustedes dos decidieron ser algo más que hermanos, es decir de cuando sus sentimientos mutuos cambiaron de amor fraternal a otra cosa más seria, mas profunda— esta vez intentó expresarse con mayor claridad, pero sin entrar en la seriedad.
Ambos gemelos permanecieron pensando por unos instantes, como si sus ideas se fueran compartiendo.
—No sabríamos decir desde cuando surgió el sentimiento amoroso— contestó Rin.
—Supongo que siempre estuvo presente de alguna manera, pero como siempre estábamos juntos, nunca necesitamos de este sentimiento— completó Len.
—¿Entonces se dieron cuenta de que se querían como algo más de hermanos cuando se separaron?— intuyó el sacerdote.
—Así es, Len comenzó a salir con Miku y se convirtió en su novio— dijo Rin, recordando el pasado de manera tan distante.
—Sí, aunque admito que solamente la busque a ella porque Kaito me dijo que todo prensarían que yo era gay si no comenzaba a tener novias— expresó Len con algo de frustración en su voz.
—¿Ser gay…? ¿Cómo es eso?— peguntó algo confundido el sacerdote.
—Sí, lo que pasa es que en este negocio de la música y de la publicidad, la reputación puede ser muy… voluble— Rin movía las manos conforme explicaba —Entonces Len obtuvo la reputación de ser un shota afeminado que disfrutaba de la sodomía— expresó la chica con cierto disgusto en su voz.
—Debo de admitir que no pensé que mi relación con Rin cambiaría después de comenzar a ser novio de Miku— dijo Len sin siquiera dejar le al padre pregunta que quería decir "shota".
—Como quiera, me di cuenta de que me disgustaba un poco que Len le diera cariño a otra mujer, y entonces entendí que lo quería como hermano y hasta más— mostró una pequeña sonrisa a su hermano al decir aquello.
—Sí, así que Miku y yo decidimos terminar por las buenas y simplemente acepté mis sentimientos por mi gemela— tomó la mano de la rubia con un pequeño apretón para después darle un beso en la mejilla.
—Espera…— le detuvo Miki — ¿Entonces es por eso que botaste a Miku como si fuera un pañuelo usado?— preguntó un poco extrañada y hasta enojada.
—No la boté, quedamos en que lo mejor era finalizar una relación que no tenía futuro, fue algo completamente mutuo— explicó con madurez.
—No seas idiota, eso es lo que todas las mujeres dicen, en realidad Miku estaba devastada— le siguió diciendo con enojo.
—Es cierto Len, le destrozaste el corazón a la pobre Miku— le informó su hermana sin mostrar expresión alguna.
—Pero fuiste tú quien me forzó a terminar con ella— le contestó Le Kagamine, sintiéndose algo traicionado.
—Y supongo que su relación fue de maravilla después de eso— preguntó de nuevo el padre Thel, solo para evitar que se formara una discusión.
—No tanto así— dijo un poco decepcionada Rin —No es fácil comenzar una relación amorosa con tu propio hermano y a la vez intentar mostrar una relación solo fraternal al resto de las personas—
—Sabíamos a quien le mentíamos, y que podíamos llegar a lastima a muchas personas si se llegaba a salir a la luz todo el asunto— suspiró con aparente desilusión el Kagamine —En realidad, admito que nosotros dos dudamos, bueno, mas yo— admitió.
—Pero al final, descubrimos que simplemente no podíamos vivir el uno sin el otro, así que aceptamos el castigo que tuviéramos que aceptar por estar juntos, ya fuera en esta vida…—
—O en el infierno— terminó de decir el padre, dejando algo sorprendidos a los gemelos —Tranquilos, no es como si yo de verdad pensara que ustedes dos merecen el infierno, es solo que me impresiona su… ¿cómo se dice?— se cuestionó intentando recordar la palabra perfecta para la acción de darlo todo por el amor.
—¿Sacrificio?— completó Miki, quien se había conmovido ligeramente por las palabras de Rin.
—Sí, así es, sacrificio— acertó en la palabra —me sorprende realmente todo lo que me dicen acerca de estar juntos sin importar nada, es decir, desde hace años, las parejas a las que caso lo hacían más que nada por conveniencia, o matrimonios arreglados, si acaso alguna pareja de jóvenes que habían escapado de sus casas para poder vivir juntos, pero solo eso— la verdad era que el concepto de amor que manejaban los rubios le parecía hasta cierto punto de "ficción" al padre albino —Jamás había conocido a un par de personas que aceptaran lo que fuera que hubiese en el infierno solo por estar juntos, siempre e creído que eso lo que Dios ve como amor—
Era un sentimiento extraño el que recorría los cuerpos de los gemelos Kagamine, era algo así como orgullo, pero con más humildad. Es decir, jamás les habían dicho que su relación incestuosa fuera permitida, ni siquiera que fuera algo bueno, o algo bien visto por Dios. Por lo tanto se sentían como si ellos dos hubieran hecho algo bueno todos esos años en los que estaban juntos, aunque fuera escondidos de los demás.
Los dos sonrieron con gusto, con un pequeño sonrojo acompañando sus mejillas. La idea del matrimonio se les comenzaba a hacer cada vez más realista.
Los años fluyeron en la vida del chico de cabello rojizo, pasó de ser un simple obrero de la cocina a ser un personaje peligroso para la sociedad. Utilizaba su aparente inocencia para valerse de los demás, para llegara a sus objetivos y ejecutarlos, de un momento a otro, logró desmedir su vida, convertirse en alguien de malas compañías, se comportaba agresivo y aprendió de la maldad de la vida, a ser una persona cruel.
Pero como es en la vida real, una persona no puede simplemente vivir como se le plazca, pues ese es el camino más seguro para irse al infierno. Tanto fue así, que no pasó mucho tiempo antes de que el hermano mayor de quien se convertiría en el sacerdote Thel, fuera encarcelado por sus crímenes.
Mas incluso cuando se le hablo de la más cruel de las maneras, y se le trató como un animal a punto de ser sacrificado, él jamás mostro algo de arrepentimiento, jamás se torció frente a nadie, y siempre permaneció con la frente en alto, con una sonrisa sarcástica en la cara. Pero su vida no llegó al final cuando fue encarcelado.
—¡Sujeto numero dieciséis!— gritaba uno de los guardias de aquel viejo Gulag en donde estaba encarcelado el joven, quien después de tanto tiempo, había perdido sus rasgos característicos infantiles, que durante años le habrían provocado tanta subestimación —Es hora de tu corrección— habló el horroroso sujeto, quien cubría su cara con una máscara de gas, quien guiaba al joven por un escabroso pasillo metálico, en medio de una mina subterránea.
Su vida plena pasaba frente a sus ojos mientras un grupo de médicos—soldados lo despojaban de sus prendas y lo colocaban sobre una fría mesa metálica en medio de un enorme consultorio oscuro, con un gran tragaluz al final del techo.
La combinación constante de factores como el frio, la luz en su cara, el constante murmullo de los médicos con el que se deducía una posible vivisección, era algo que comenzaba a provocarle pánico al joven, sudaba frio, temblaba, sus músculos se contraían, y algunas lágrimas salían de sus ojos.
¡No! ¡No podían causarle miedo!
No había manera en que lo rompieran, pues el ya estaba roto desde que un hombre cruel le había arrebatado su infancia.
Uno de los hombre que lo examinaba, con una sonrisa maliciosa asomándose por debajo de su cubre bocas, se acercó hasta él y sin mucho cuidado, colocó un pedazo de tela húmedo con sabor acido en su boca, para después asegurar sus brazos y piernas a la mesa por medio de agarraderas de piel.
—Tranquilo— le susurró al oído con su asqueroso aliento a cigarrillo —Te quitaremos lo loco y te haremos un buen perro soldado— lo miró de nuevo para después levantar una mano en forma de señal para sus asistentes. Sin advertencia, una música aterradora comenzó a emanar de las paredes, a un volumen increíblemente alto, un sonido demoniaco como el de un metal chocándose y raspándose en el infierno con locura y desenfrenadamente.
Un par de metales se colocaron en las sienes del joven, justo antes de que una fuerte descarga eléctrica golpeara su cerebro con todas las fuerzas del mundo, provocándole un infernal grito de dolor callado por la tela que tenía en la boca, que evitaba también que se ahogara con su propia lengua.
Los doctores observaban complacidos.
—Dentro de poco será una buena arma— dijo uno de ellos, los demás solo rieron, mientras el joven comenzaba a convulsionar violentamente.
Todo aquello se convertía en una terrible experiencia pasada. Ahora se miraba a si mismo en un pequeño espejo de mano, notando como su cabello se había decolorado a un gris oscuro a causa de los choques eléctricos y del estrés de su vida diaria, pero aun así usando una banda en el cabello para juntarlo en una cola de caballo.
En esos momentos, miraba a su alrededor, observando como sus compañeros se alistaban. Cada uno de ellos, con un fusil en mano, esperaba sin ansias el momento de sus muertes.
—Recuerden— les gritó el capitán mientras se movía con una AK—47 en mano alrededor del pequeño pasillo en donde esperaban sentados otros diez hombres —Vamos a dar cobertura a la artillería, las casualidades civiles están permitidas, pero el fuego aliado no— un fuerte sonido se escucho en las afueras del lugar, mientras una fuerte turbulencia provocaba que el helicóptero se sacudiera. Era seguro que se dirigían a su muerte.
No eran soldados demasiado preparados, pues al igual que el joven, todos ellos eran solo prisioneros sacados de sus celdas para ir a morir en una conquista estúpida. No tenían demasiado entrenamiento, más que el de la propia vida les había brindado. Y no tenían demasiado equipo, solamente un chaleco antibalas de hace cien años, con cascos inferiores a los de los soldados de la primera guerra mundial, solamente con armas resistentes pero económicas. En pocas palabras, ellos solo eran peones, menos que simples estadísticas de guerra, pero lo suficiente para ser considerados carne de cañón.
En pleno camino al hades, uno de los soldados se ponía a temblar, un pequeño y escuálido muchacho de apenas dieciocho años, encarcelado por haber robado una tienda y por haber asesinado a su dueño por accidente. El hermano el sacerdote únicamente lo miro a los ojos, viendo todo el terror que sentía y le dijo —No te preocupes, que todo se acabará con una balazo en la cabeza— con una voz fría y rasposa. Mas con esto no logró tranquilizarlo.
Pronto, una luz de color amarillo se prendió en el interior de la cabina del piloto, indicando que las puertas se abrirían en unos segundos. Los sonidos de las armas disparándose resonaban en medio del oscuro campo en el que los cañones avanzaban.
—Hay quien dice que los americanos les están dando dinero a los nativos de estas tierras para que se compren armas, y suministros— comentó uno de los soldados al capitán.
—Claro que sí, es por eso que le llaman la guerra fría— contestó el muchacho de manera socarrona —Esta es una guerra de ideologías, las potencias mas grandes se ocupan en crear guerras para defender esas ideologías, no para lucharlas por ellos mismos— rio un poco mas antes de que las puertas del helicóptero finalmente se abrieran, revelando un oscuro campo de cosechas, convertido en un campo de batalla.
El sonido de las balas chocando contra el metal fue lo primero en golpear los oídos de los soldados, seguido por el olor de la metralla y de la pólvora quemada, así como de la tierra que salía volando por los aires.
En un abrir y cerrar de ojos, una ráfaga de balas alcanzó a la unidad entera, provocando que tres de los soldados cayeran con rapidez al suelo, mientras el resto comenzaba a desplegarse por el campo de batalla a oscuras, protegiéndose con los tanques que estaban a los costados del helicóptero que recién los había dejado. Todos se protegieron, a excepción del chico de cabello antiguamente rojizo, quien apuntó su arma con lentitud, mientras con el uso de toda su capacidad pcular, lograba centrar con la vista a un hombre de piel marrón, con barba y bigote de color negros, vestido con una ropa de campesino cualquiera de medio oriente, quien se atrincheraba tras unos costales de arena, con una arma pesada asomándose por un pequeño escape, disparándoles.
Apuntó, y sin dudarlo, disparó una ráfaga de al menos seis balas directamente contra su objetivo, provocando que una gran bola de humo saliera volando por los aires, al igual que como una explosión de sangre y sesos, que manchó aquella trinchera por completo de rojo carmesí.
Ese hombre seguramente estaría solamente defendiendo su granja, y seguramente sería algún padre de familia, con esposa, hijos, que le amaran y le apreciaran, y era su enemigo en el momento en el que le disparó. Siguió su camino, entrando en las penumbras, esperando a que el infierno le abrazara antes del amanecer, sin importarle su objetivo o la razón por la cual le mandaban allá. Solo sabía que tenía que seguir matando.
Seguía haciendo lo mismo, asesinando, solamente que ahora era para el gobierno de su país.
Así después, la plática continuó entre el sacerdote y los Kagamine, siendo momentáneamente interrumpida por Miki, quien logró satisfacer sus dudas acerca de los horarios y formas en las que se realizaría la celebración de la unión, dándole una clara perspectiva de cómo tendría que organizarlo todo. Eligiendo el color blanco, por la pureza, para el tema entero de la boda, desde los trajes y vestidos, hasta las decoraciones y los postres.
—Muy bien, entonces creo que se verán muy bien en color blanco los dos— dijo con ánimo la peli rosada.
—Me parece bien— opinó el padre —un color que simboliza la pureza y la paz es ideal para una relación como la suya, en la que se libran de toda la mentira que alguna vez rodeo su relación y aceptan a Dios de nuevo en sus vidas—
—Aunque sería mejor si la novia siguiera siendo virgen— se escuchó una voz en la puerta de la cocina —De esta manera no estarían pecando tanto en la hipocresía al usar el color de "Dios" en una unión incestuosa— quien estaba en la puerta era nada más y nada menos que el Maestro, quien regresaba de su junta de negocios de cuatro horas.
—Buenas tardes Maestro— saludó Miki, mientras los Kagamine solo levantaban la mano. Siendo Thel el único que extendió su mano para saludar. Aunque claro, este fue ignorado por el hombre canoso, quien pasó de él hasta llegar al refrigerador del otro lado de la cocina, de donde sacó una cerveza fría de Meiko.
—¿No creen que sería buen momento de que hablaran con el sacerdote de cómo concibieron a su descendencia?— preguntó el Maestro recargándose en la barra de la cocina, observando cómo a las personas quienes platicaban.
—No sería mala idea— contestó el padre —Después de todo, las relaciones sexuales son una parte fundamental del matrimonio, y se ven aprobadas por Dios— explicó con tranquilidad.
—Si es de nuestra vida sexual…— habló un poco Rin.
—Si Rin, explícale al padre como les gustaba fornicar— le alentó el representante.
—¡Cállate!— contestó la rubia con un grito.
—Anda, no hay nada que sea realmente imperdonable ante los ojos de Dios— volvió a insistir el hombre de traje.
—No hay ningún problema con eso Rin, si desean hablar de cómo fueron las cosas entre ustedes dos, no hay ningún problema, es algo libre— les aclaró el sacerdote.
—Bueno, la primera vez que lo hicimos, fue en verano del 2009, hace más de cinco años— dijo dejando un poco impresionado a el padre Thel, al igual que a Miki —Llevábamos unos meses de novios, y decidimos que sería un buen momento para eso, ya que… bueno, no habría pobrema— intentó justificar la chica.
—Claro, no es que sea una decisión apresurada— dijo el sacerdote volteando un poco la vista —Pero después de todo, se cuidaron y lo hicieron responsablemente, ¿no?— preguntó el peli blanco.
—¡JA!— se rió el maestro con burla.
—Está bien, en aquellos tiempos no sabíamos mucho de eso— decidió admitir Len —Quizá si fue algo riesgoso, sobre todo porque un mes después de eso, Rin tuvo un retraso bastante amplio—
—¡¿Se dan cuenta de lo peligroso que fue eso?— les gritó Miki, —Es decir, pudieron haberse embarazado de verdad, y ¿se imaginan el problemón que se hubieran ganado?— preguntó sin poder contenerse.
—Si Miki, creo que una semana entera de nuestra vida muriendo de los nervios por no saber cómo explicar las cosas enseña una gran lección de lo que se tiene que hacer y qué no hacer— respondió Rin con algo de sarcasmo.
—Me sorprende como quedó embarazada hasta después de cinco años de darle y darle cada noche— se impresionaba el Maestro. A los Kagamine parecía darles bastante vergüenza hablar de eso.
—Bueno, no hay problema con eso, el punto es que ya han aprendido como hacerlo de manera correcta— les aseguró el sacerdote.
La charla continuó entre los Kagamine y el padre durante otros minutos más, llegando a tocar temas como la importancia de los anticonceptivos, incluso cuando la misma iglesia católica era la que los prohibía, pero que para ese sacerdote en específico, presentaban una gran relevancia en la vida diaria de los jóvenes. Incluso durante unos momentos, ambos rubios llegaron a sentir incluso algo así como una forma de regaño por parte del clérigo. Llegó también al tema de la virilidad y se introdujo de manera correcta en el tema de la planeación familiar, presentando un punto más neutral en ese tema a diferencia de los conferencistas que acusaban esa práctica como patanería.
Al fin de cuentas, lograron observar que el sacerdote tenía bastantes ideas relativamente liberales, las cuales según él, no eran la representación de alguna clase de iglesia actual, sino una mera forma del uso del pensamiento lógico en el vivir, pues según él, Dios no solo era amor, sino también verdad, justicia y lógica.
En cuanto al Maestro y Miki, ambos continuaron solamente presenciando el sermón del padre, siendo Miki como una oveja obediente y el Maestro como un cordero descarriado que solo ocupaba en sacar lata de sake tras lata de sake de las reservas de Meiko.
—Otro de los puntos importantes de una relación— comenzó a abrir un nuevo tema el sacerdote —Es la fidelidad a la pareja— colocó sus manos como si estuviera sujetando una esfera —Pues aunque en la actualidad se cree que las parejas a largo plazo necesitan de "descansos" en donde puedan tener las libertades para relacionarse con otros, la verdad es que estas costumbre y tratos mutuos solo destruyen la formación de la pareja— explicó colocando sus manos sobre la mesa.
—En eso no se tiene que preocupar— aseguró Rin —Len y yo jamás nos hemos sido infieles—
—Vaya, es muy bueno— dijo el sacerdote con algo de entusiasmo en su voz, solo para mostrarle a los jóvenes lo bueno que era que mantuvieran una fidelidad estable.
—No les creo— sentenció el Maestro —Estoy seguro de haber visto a alguno de ustedes dos engañando al otro en algún momento— dijo intentado hacer memoria.
—No, es en serio, yo jamás sería capaz de engañar a mi querida Rinny— exclamó Len tomando a su querida hermana por detrás y abrazándola con cariño.
—Y Len es el hombre más grandioso que he conocido en mi vida, nunca tendría razones para engañarlo— se defendió también Rin.
—Eso explica porque nadie más los veía sentirse atraídos por otras personas— concluyó Miki —Es decir, todos pensábamos que ustedes dos eran raros—
—¿A qué te refieres con eso?— preguntó algo molesta Rin.
—Bueno, es que en realidad era solo un rumor— dijo con una pequeña risita —En realidad yo y otros cuantos pensábamos que ustedes era asexuales, que no les gustaban ni hombres ni mujeres— intentó justificar —Otros pensaban que ustedes dos les gustaban las personas de su mismo sexo—
—No les culpen— intervino el maestro —Quien iba a imaginarse que ustedes dos de verdad estaban tirando mientras los demás ensayaban sus canciones—
—Como quiera que sea, lo importante es que entre nosotros dos no hay desconfianzas ni engaños— presumió la chica rubia.
—¿Ni siquiera algo de celos o alguna clase de duda?— cuestionó el padre solo para asegurarse.
—No esa clase de inseguridad— explicó con tranquilidad Len —Solo la que siento cuando creo que alguien podría hacerle algo a Rin si es que no estoy junto a ella—
—muchas personas hablan de encontrar a su alma gemela y otras cosas, pero en nuestro caso no hubo necesidad de buscar, pues porque nacimos juntos— dijo besando a su hermano en la mejilla.
—No importa cuánto tiempo pase, Rin y yo siempre seguiremos siendo como uno solo cuando estamos juntos, y aunque sea algo defectuosa, para mí siempre ha sido perfecta— colocó su cabeza en el hombro de su hermana y lo besó.
—Igual para mí, no tengo que buscar a otro hombre, porque ya tengo a mi imperfecto Len— Rin intentaba expresar lo mucho que su unión con Len le era importante, pero el era bastante complicado intentar hacer que los demás asimilaran.
Era una cosa como exclusivamente de gemelos. La unión, en compartir, no solo el vientre de la madre durante la gestación, sino todo lo que la vida consiguiente significaba, como el dormir siempre juntos, bañarse juntos, y en su caso, llevar su mayor pasatiempos juntos que era cantar.
Era una forma de dependencia, pero sin necesidad de alcanzar la idealización, pues al ser tan juntos se conocían en todos sus defectos y virtudes posibles, más que cualquier otra pareja, y más importante, aceptaban estos defectos. Y al fin y al cabo, el amor no trata de intentar eliminar los defectos de la pareja, ni de tratar de ver solo la perfección, sino en aceptar los aspectos que no se pueden cambiar y de vivir tratando de mejorar como persona al lado del alma gemela.
Y eso mismo es lo que hacían los Kagamine, y era algo que ponía muy orgulloso al padre Thel, saber que existía aun la clase de parejas que confiaran y se aceptaran, aun cuando fuera una pareja incestuosa.
—Guarden eso para los votos matrimoniales— bromeó un poco Miki, a quien le parecía que la situación de sus amigos era bastante tierna, aunque se entristecía al sentir que jamás llegaría a conocer a alguien al mismo grado en que sus amigos lo hacían.
—Esto va a sonar irónico, pero desearía que hubieran mas parejas como ustedes— se juntó a la risa el sacerdote —así habría menos divorcios—
—¡Vaya, pero que dulce!— exclamó el Maestro —Creo que tengo que ir a vomitar arcoíris al baño— dijo con un tono sarcástico mientras se dirigía a la salida, dejando a los presentes en la cocina con el mismo animo de antes —No, es enserio, tengo que ir a vomitar— sostuvo su estomago con la palma abierta —Creo que esa cerveza estaba caduca— y tras decir eso, salió corriendo al sanitario.
—¿Cuál es el asunto que ustedes tienen con él?— preguntó Thel viendo todavía a la salida.
—¿A qué se refiere con "Asunto"?— preguntó Rin.
—Sí, ¿Acaso le hicieron algo malo, lo tratan mal, o lo han arruinado de alguna manera? ¿O porqué es tan malo con ustedes? Preguntó intrigado, dándole importancia a un tema que los Kagamine y Miki preferían pasar.
—Es solo un maldito salido, no le de importancia— exclamó Rin cruzando los brazos.
—Sí, creemos que tuvo una infancia miserable y que por eso ahora se trata de vengar de todos con su mala actitud— explicó Miki con un susurró al sacerdote.
—Aunque en realidad— se puso a pensar Len —me parece curioso que aun sabiendo que nosotros dos estábamos teniendo una relación amorosa, nunca haya revelado nada hasta hace poco—
—¿De verdad?— preguntó incrédulo el clérigo.
—Es cierto— se intrigó Rin —El fue el primero en enterarse de lo nuestro jamás dijo nada— ¿Acaso el Salta era buena persona? —Y eso que, reveló lo del bebé en cuanto pudo, además de que eso no quita seis años de constante abuso y odio injustificado— terminó concluyendo la rubia.
—Sí, aunque nos haya dejado conservar al bebé, aun no confió en él— le apoyó su hermano, seguido de una afirmativa con la cabeza de la peli rosada.
—Interesante…— se quedó pensando el sacerdote, para después continuar con la plática, pues tenían que terminar sea sesión rápidamente, ya que estaba anocheciendo.
La vida no siempre es lo que uno espera, y en el caso del joven pelirrojo, las cosas jamás fueron como él lo deseó, desde el inició de su vida, naciendo en la pobreza, sufriendo una infancia infernal, teniendo que sentir el dolor de sus decisiones diez veces peores de las que el realmente planeaba. Con el tiempo se convirtió en un sujeto duro y sin escrúpulos, incapaz de perdonar, vengativo, y abandonó la autodestrucción para terminar destruyendo la vida de las personas a las que se acercaba.
Después de escapar del ejercito, incluso llegando a ser condecorado varias veces, decidió irse a viajar por el mundo, hasta que supuestamente encontrara un lujar en donde su forma de ser cuadraría. Pero nadie quiere a un asesino en sus vidas, a un cara dura indecente que solo piensa en él mismo.
Intentó vivir en Londres, su tierra prometida, pero tras muchos intentos, su estilo de vida no se asemejaba a quienes vivía en ese lugar, sintiéndose fuera de sí mismo, abandonó toda esperanza de formar parte de la sociedad, y comenzó a traficar con drogas, personas, armas, cualquier cosa que no fuera permitida por la ley.
Los años pasaron, uno tras otro, vagó por el mundo, intentando encontrar un lugar en donde acomodarse, y tal vez su decisión final fue la correcta.
No pasaba de las ocho de la mañana, en la enorme mansión en la que el hombre mayor, antiguamente un chico, se despertaba, un nuevo día de oportunidades se abría ante él.
Su casa no era nada convencional, se trataba de un enorme edificio, de varias decenas de habitaciones, mandado a construir por él mismo, con refuerzos en las paredes y puertas contra balas. Pintada con un verde algo nauseabundo por el tiempo que llevaba esa pintura en uso, con una terraza descuidada, y una vista excepcional a un parque público con un lago. Además de todo eso, contaba también con un gigantesco jardín, bastante descuidado y amarillento, y una enorme reja de color verde con picos en la parte superior. Un lugar como para resguardar a un embajador.
El hombre ahora de cabello algo canoso se disponía a levantarse de su cama, no sin antes observar de nuevo a sus acompañantes de la noche pasada. Un chico y una chica, jóvenes y vivaces, de cabello color negro, sin una sola prenda encima de sus cuerpos, durmiendo plácidamente, tomados de la mano. Simplemente eran un par de jóvenes hermanos que habían vendido sus cuerpos la noche anterior.
Y por supuesto, al hombre no le interesaba si su sexualidad se veía afectada o algo así, al contrario, tenía un pensamiento muy liberal a lo que se refería de gustos sexuales.
Dejó un poco de dinero al pie de la cama, se colocó su mejor smoking, y salió de la habitación. La casa estaba prácticamente bien cuidada, no era una maravilla, pero al menos no estaba abandonada por completo. Había polvo por todas partes, agujeros en la pared, y comida y escombros por todas partes.
Curiosamente, esa casa estaba ubicada en una zona realmente segura en la ciudad en donde habitaba, siendo tal vez uno de los barrios más prestigiados, en donde solo la gente con dinero era permitida de habitar. Y claro, siendo los negocios de tráfico de mercancías ilegales un negocio bien remunerado, era fácil de lograr habitar en esa zona.
El sujeto continuó caminando hasta la salida de la casa, dejando la puerta abierta para dejar que sus invitados salieran, pues al fin y al cabo sabía que no había nada que pudieran robar sin que la policía los atrapara antes de que salieran del jardín.
Salió de la casa con rapidez, sin querer ver siquiera las mansiones ajenas. Caminó hasta la salida de la zona residencial, y entonces sacó su celular, mirando la hora y la fecha, eran a mediados del dos mil tres, tenía más de cuarenta años. Algo dentro de sí le hizo sentir bastante viejo, pero no sin necesidad de sentirse desperdiciado. Aunque en parte sentía que había tenido una buena vida, por otro lado se sentía cansado. En ese momento su vida había alcanzado cierta estabilidad, por lo cual la vida de criminal podía ser abandonada.
Así que decidió hacer lo más coherente que pudo, buscarse un trabajo mediamente decente. Para lo cual por supuesto necesitaría de ciertas ventajas laborales. Así que siguiendo el consejo de un millonario amigo suyo, logró contactar con una persona que le daría su primera entrevista de trabajo real en toda la vida.
De esta manera, al final del día, ya se encontraba en la oficina de un empresario, hablando y bromeando acerca de su vida.
—Parece ser que usted tiene muy buenas referencias— exclamó con alegría que empresario —Graduado de la Universidad de Carolina en Praga en humanidades, educación y leyes— dijo asombrado.
—Sí, lo que pasa es que yo nunca me he quedado satisfecho en lo que consta en el conocimiento— presumió de sus falsos logros.
—Aparte, dice que tiene un posgrado en economía— dijo aun más asombrado el empresario.
—Sí, me agrada aprender de aquello que es necesario en esta vida, ese es parte de mi estilo de existencia— rió un poco mientras el sujeto con quien hablaba seguía admirando su curriculum vitae.
—Trabajó en transportes y turismo en medio oriente— el hombre del cabello cenizo sintió —Se dedicó a importaciones y exportaciones, tanto en Europa como en América— continuó asombrándose —¿Que es lo que hace una persona tan calificada como usted buscando empleó en un país como Japón?— preguntó algo intrigado.
—Bueno, en realidad… se quedó un poco de tiempo pensando en que responder, pues ni siquiera el mismo conocía la respuesta —Supongo que la cultura japonesa me enamoró desde la primera vez que visité el país hace años, a inicios de los noventa, viví aquí un par de años a causa de cierto trato externo que tenía con una empresa transportadora y es por eso que regresé hace año y medio, para vivir aquí— mintió con todos los dientes, si al fin y al cabo ya había mentido en resto de la entrevista.
—Pues bien, tenemos un puesto si lo que le interesa es trabajar en Crypton Future Media— le habló de manera elegante el empresario, quien tras decir esto, sacó de su escritorio fino y de madera blanca un sobre oficial de la empresa que contenía un par de fotos y otros archivos —Necesitamos a personal capacitado para que se haga cargo de un siguiente proyecto que tenemos en mente.
Mostró el contenido del sobre, dejando ver las fotografías de dos jóvenes de unos veinte años, una chica de cabello castaño, vestida de rojo y la otra de un chico de cabello azul, que usaba una bufanda de ese mismo color.
—Nuestro nuevo proyecto lleva el nombre de Vocaloid— le habló el empresario con mayor claridad —Para usted que probablemente no sepa de manera correcta de que trata, es un grupo musical de jóvenes artistas y cantantes que podrán ser contratados por otras disqueras o personas adineradas para prestar sus servicios musicales personales— esperó a que el hombre mayor tomara las fotografías para verlas.
—¿Y estos son los dos artistas juveniles que ustedes planean poner a disposición?— preguntó de manera retorica.
—Los dos primeros, correcto, Shion Kaito y Sakine Meiko de veinte años los dos— le respondió —Aunque por ahora nos al limitado a que la primera generación sea de mayores de edad, esperamos encontrar la manera de contratar menores—
—¿Quiere que le ayude a encontrar la manera de contratar menores? Porque sé cómo hacer eso— volvió a presumir, pero esta vez sin ser una mentira, pues el de verdad sabía cómo hacer para evadir leyes como las del trabajo infantil y demás.
—No, de hecho, necesitamos a alguien que proteja a estos chicos— dijo sin que sus palabras tuvieran mucho significado —Que sea su representante, a un genio de los negocios, que los guie en el camino de su estrellato, y que les consiga de todo lo que necesiten—le explicó, pero al parecer sin tener mucho efecto en el sujeto.
—¿Quiere que sea su niñera?— preguntó algo ofendido.
—Para nada, sino mas bien, su líder, su maestro y que ellos sean quien lo obedecen— explicó de mejor manera— el sujeto sabía que disfrutaba de mandar a las personas, pero para él los menores podían ser realmente hartones.
—¿Podría tomarlo solo durante un par de meses, y después moverme a otro puesto?— preguntó un poco airado.
—Sin duda— le contestó el empresario —Siempre que la alta paga sea uno de los motivos por los cuales cambiar de puesto, pues este es de los mejores pagados de todos— con esto dejó en enroque al sujeto, quien tuvo que pensar en si aceptar el trabajo o no por al menos unos cinco minutos.
—De acuerdo, acepto el trabajo— asintió a la vez que tomaba la mano del líder de Crypton.
—Muchas gracias, de verdad necesitábamos a alguien para ese puesto, es decir, nadie más se ofrecía— dijo entre broma y verdad, molestando bastante al ahora Maestro —Su primer encargo es conseguirles alojamiento a nuestros chicos, para que se les facilite llegar hasta el estudio de grabaciones— le ordenó una vez soltó su mano.
—¡Que ocurre! ¿Acaso no pueden ellos transportarse desde sus propias casa?— preguntó intentando detener su irritación.
—El chico Shion vive hasta Sapporo, no podríamos pedirle que se movilice todos los días, pudiendo conseguirle un lugar en Tokio en donde vivir— explicó el empresario.
—Tengo una casa bastante grande que utilizo de vez en cuando…— dijo el sujeto pensando un poco —Si la arreglo para ser habitada, podrían ellos quedarse a vivir en mi casa— propuso sin mucho entusiasmo.
—¿De verdad haría eso?— preguntó asombrado el empresario —¡Eso sería grandioso! Son esa clase de soluciones rápidas y eficaces por las que lo consideré incluso sin tener muchas referencias externas— dijo sin siquiera considerar realmente lo que decía.
Tras esto, el sujeto únicamente salió de la oficina, dejando al empresario con una mueca de satisfacción en su cara, sin siquiera imaginar a quien había contratado, exclamando un simple—Pobre idiota— como muestra de desprecio a su nuevo empleado.
Era la hora de finalizar la plática con el sacerdote, y Len y Rin se sentían con algunos deseos de irse a la cama, mas por lo extenso que fue la charla que por otra cosa. Miki se preparaba para despedirse del sacerdote antes de irse a una grabación en la noche que tenía que realizar.
Las cuatro personas salieron de la cocina, mirando que la sala se encontraba ahora solo iluminada por la luz artificial. No había nadie en la casa, y nadie podía molestar a quienes estaban saliendo de la cocina.
—Muy bien chicos, me tengo que ir a la grabación, los veré mañana— se despidió Miki en lo que sacaba su celular y se dirigía hacia la puerta —Mucho gusto padre— se despidió del sacerdote dándole un fuerte apretón de manos y saliendo de la casa. Antes siquiera de que los Kagamine pudieran comenzar a preguntarle al sacerdote ciertos detalles de su estadía en Tokio, el hombre de cabello plateado se apresuró a comentar.
—Mañana mismo retomaremos las platicas desde otro punto— les avisó volteando a verlos a los dos.
—¿De qué hablaremos mañana? — preguntó Rin, alegré por saber que seguirían con la entretenida platica como la de ese día.
—De hecho, hay un tema que quería explorar a fondo en futuras oportunidades…— se quedó pensando un poco —En realidad se trata de sus padres— el solo pronunciar esas palabras, provocó que ambos rubios encresparan sus nervios —Después de todo, es necesario que su matrimonió cuente con la aprobación de sus padres…— se detuvo al ver que los rubios comenzaban a mostrar una muy similar mueca de angustia, mas Len que Rin.
—Aun no les hemos dicho nada a nuestros padres— le anunció Len algo decepcionado. El sacerdote se mantuvo un poco silencioso, sin poder expresar de manera correcta lo que necesitaba decirles.
—Pero ¿Cómo es posible…?— preguntó algo indignado, sin llegar al enojo —¿Sus padres no saben que ustedes dos van a tener un bebé?— preguntó solo para confirmar lo que pensaba.
—No, en realidad, no les hemos dicho ni siquiera que estamos enamorados, o que estamos comprometidos— habló Rin con una voz bastante baja y avergonzada. Aun cuando Thel se habría indignado bastante con una noticia como esta, solo un pensamiento le tomó para darse cuenta de que se trataba de una situación bastante comprensible, siendo que ellos dos era una pareja incestuosa. Seguía siendo preocupante para él, pero comprensible.
—No es que sean malos padres— intervino Len —No al menos nuestra madre— tuvo que aclarar —Solamente piense en lo difícil que sería llegar con ellos y decirles que los dos les vamos a dar un nieto— expresó Len con un ligero lamento.
—Lo entiendo, lo entiendo— dijo el sacerdote para aligerar un poco la culpa de los Kagamine —Pero es realmente necesario que se contacten con ellos, y que les digan de una buena vez, que van a ser abuelos, además de que quiero hablar con ellos de algo muy importante— enfatizó esta ultima parte.
El padre hubiera continuado hablando, de no ser porque en ese momento se escucho pasar a alguien por la puerta que Miki había dejado abierta. Se trataba nada más de Kiyoteru al lado de Yuki, ambos con una cara de cansancio después de un día en el estudio de música. Ambos miraron al sacerdote como si se tratara de un bicho raro, y en un solo instante, Kiyoteru le indicó algo a la pequeña castaña, con lo cual esta salió caminando en dirección a las escaleras, para después subirlas a un paso rápido.
—Buenas tardes— saludó Kiyoteru, siendo recibido de manera cordial por los presentes, al menos por el padre. — ¿Supongo que ya han terminado su… dialogo?— preguntó sin ocultar un cierto desprecio por el asunto que se supone estuvieran tratando en la cocina mientras él estaba fuera.
—Así es, mi trabajo de instruir a estos jóvenes en su camino a la correcta vida matrimonial apenas está empezando— dijo con alegría Thel.
—Bueno, lo mejor será que nos vayamos a descansar…— dijo Rin intentando jalar el brazo de su hermano, pero siendo detenido por la inmovilidad de este.
—Dígame una cosa, ¿de verdad se siente bien tener una vida basada solamente en mentiras y falacias?— le preguntó al sacerdote, provocando un pequeño sobresalto en los rubios.
—No sé a qué te refieres— contestó el padre con simpleza, borrando todo rastro de alegría de su rostro.
—Kiyoteru, el es nuestro invitado…— se escuchó decir al Maestro, que había llegado desde las escaleras a un paso silencioso bastante intencional —No cuestiones las creencias y estilo de vida de los invitados— le advirtió sin mucha seriedad, moviendo su dedo corazón como si se tratara de una negación.
—No, discúlpeme Maestro, pero soy una persona que defiende sus principios, y tengo que decir esto— al parecer el castaño quería iniciar una discusión con el sacerdote.
Por supuesto, Thel no se inmutó para nada. Él no era una persona que discutiera mucho, es más, siempre prefería mantenerse a raya con cualquier clase de problema que se tuviera con las maneras de pensar, pues tenía muy en clara la idea del libre albedrío y por lo tanto de la libre decisión. Para él, una persona era libre de creer lo que quisiera, aunque en el fondo de su corazón resintiera cada vez que escuchaba cosas negativas de la iglesia, seguía siendo sumiso e incapaz de ofender a alguien más.
Oh, pero Dios sabía que en ocasiones le gustaría tomar por las orejas a un blasfemo jovenzuelo que cree tener la razón en todo y jalárselas con todas sus fuerzas.
—Escuche bien— prosiguió Kiyoteru —Soy un ateo desde que tengo uso de razón, mis padres nunca me alimentaron con tonterías, o con cuentos de hadas, y desde siempre he tenido muy en claro que en esta vida no existe una cosa tan tonta como el bien y el mal— comenzó a relatar —Y yo no dudo en que usted sea una persona inteligente y capaz de entender cosas fácilmente, pero aun así, es usted un ignorante— de alguna manera, esa palabra le daba a entender lo contrario a lo que significaba al padre —Así que le preguntaré ¿Cómo es posible que una persona, como usted, base su vida entera en una mentira tan absurda como lo es dios?— preguntó asertivamente.
—No lo sé— contestó rápidamente el padre —Realmente no sé porqué decidí dar mi vida entera, desde mi adolescencia hasta hoy, solo para servir a Dios— habló con total sinceridad —Pero aun así, estoy seguro de que en ningún momento me he equivocado en elegir mi vocación— el tono de sinceridad y seguridad se veía claro en él, pues era un hombre de convicciones fuertes —Y mucho más seguro estoy, de que Dios no es ninguna mentira—
—Al parecer usted es solamente un testarudo— dijo Kiyoteru con desprecio —Ni siquiera acepta la falsedad de la idea que es Dios, y son esa clase de personas como usted las que permiten que las ideas torpes de la iglesia se sigan transmitiendo generación con generación—
—¿Y supuestamente, tú dices que esas ideas son erróneas, o equivocadas?— preguntó intentando encontrar su asertividad.
—Son ideas retrogradas, ignorantes, de los tiempos en los que las personas no tenían ningún derecho de pensar por ellas mismas, y un solo líder les decía que pensar y que si alguien se oponía, solamente lo silenciaban— expresó hablando como si se tratara de un cuento de terror, —Eso es la iglesia, un conjunto de ideas torpes y absurdas, guiadas por sociópatas megalómanos, y es de lo que usted vive—
—Kiyoteru, ya basta— le gritó Rin —No es justo que te la pases juzgando las creencias ajenas cuando tu ni siquiera eres un ejemplo del buen vivir— fue in intento de detenerlo, pues siempre se dice que solo aquel que sea libre de pecados tirará la primera piedra.
—No, espera Rin— le detuvo el padre —Yo se que clase de persona eres— le dijo directamente al Vocaloid mayor.
—Solamente es un fanático anti—religioso, lo mismo que un fanático religioso pero… más nuevo— expresó el maestro, que se había sentado en la escalera.
—Así es— le dio la razón el padre, dejando extrañados a los Kagamine —Tu eres la clase de persona que juzga a la iglesia por las cosas terribles que hizo en el pasado, y que considera que Dios no existe por las falacias y mentiras que se repiten en los medios de comunicación y que alimentan una tonta mentalidad colectiva que les dice que hace—se notó cierto enojo en su voz —Son agresivos y desgraciados con las personas con las que dicen ser respetuosos, pues no les agrada la idea de que alguien más sea feliz teniendo una religión—
—No, las personas como yo respetamos todas las creencias— se defendió el castaño.
—Mentira, más de una vez en mi trabajo como sacerdote me he encontrado con un chico cuyos amigos y compañeros lo insultan y ridiculizan por sus creencias, pues lo consideran alguien tonto o crédulo— se detuvo un poco —Y no solo católicos, también cristianos, judíos o musulmanes, pues he vivido en muchas partes del mundo como misionero— añadió.
—Da igual lo que digas— continuó el castaño —Lo que es nuestro ideal es que las personas liberen sus mentes de las ataduras de una religión— le explicó.
—¿Para qué?— preguntó el padre —¿Para que sean como ustedes, que aun cuando se han "liberado" no dejan de estar molestando a aquellos quienes no los siguen— se expresó cada vez mas molesto —¡de que sirve que te hagas llamar libre de pensamiento si no respetas esta misma libertad!— Dijo casi gritando, pero aun sin perder los estribos, él no iba a demostrarle nada a una persona como Kiyoteru.
—Suena como un hipócrita diciendo eso— contrarrestó el castaño —Cuando es la iglesia la que era capaz de torturar a alguien por solo una simple blasfemia o porque se pensaba que tenía al maligno dentro— le atacó ahora refiriéndose a los mil años de oscuridad que tuvo la humanidad.
—La iglesia no es perfecta y puede que nunca la sea— dijo con simpleza el sacerdote, molestando al castaño por la manera en la que lo decía —Fue creada por hombres, y para el hombre y el humano jamás será perfecto— dijo con bastante verdad —En el pasado, quienes regían la iglesia se corrompieron, y sacrificaron las creencias de justicia de Jesucristo y de los profetas junto con la humildad, solo para obtener riquezas y poder— se detuvo de nuevo al notar que su voz se tornaba algo melancólica —Dios y la religión jamás han creado guerras, sino las personas quienes los utilizaron solo para movilizar la mente de personas ignorantes, pues no se puede matar en nombre de Dios, solo en nombre del hombre, aprende a discernir antes de odiar— intentaba expresar otro punto de vista, antes de que saliera con el argumento de las guerras santas.
—¿Y cómo llama usted entonces a todos los años de torturas durante la inquisición?— preguntó de nuevo con agresividad —No, mejor aún, ¿cómo llama usted a todos los casos de pedofilia que hay en el mundo por parte de sacerdotes, que son permitidos por el vaticano como si fueran una práctica normal?— preguntó siquiera antes de que el sacerdote pudiera contestar a la pregunta.
—Son personas que se han alejado del camino— contestó el sacerdote —No hay nada más doloroso para un obispo que excomulgar a un sacerdote que se ha perdido en el camino del pecado, pero es lo que se tiene que hacer, y para aquellos quienes lo permiten, quedará en sus conciencias por siempre que han faltado en su deber de defender lo justo y lo recto— dijo todo aquello con un cierto tono de dolor en su voz, ¿Quizá algún amigo suyo del pasado…?
—Un pedófilo es un pedófilo, y nada más, no importa si lleva una cruz en el cuello o no, igual arderá en el infierno— habló el Maestro de nuevo.
—Ustedes son la clase de personas quienes ya no permiten que las prácticas religiosas ya no se lleven a cabo por culpa de que las consideran un opio para la población— Se molestó el sacerdote al tener que decir aquello —Son ustedes quienes nos acusan de prácticas terribles, cuando son ustedes quienes promueven cosas como el aborto solo porque según ustedes, no es asesinato, cuando en realidad es el más cruel de todos los asesinatos— lo dijo casi gritando.
—No es asesinato si no está vivo— se defendió Kiyoteru.
—Promueven la eutanasia, aun cuando también es arrebatarle la vida a alguien, aun cuando esta persona no está en las mejores condiciones de vida— exclamó el peli plateado.
—Si es la voluntad de alguien, tiene que ser obedecida— argumentó el Vocaloid mayor.
—Entonces que quede en la conciencia del asesino, pues su mente ya ha sido manipulada para hacerle creer que no ha hecho mal— lo dijo con resignación.
—Si un suicidio asistido se lleva a cabo, quien se va al infierno ¿El asesino o el que se supone se suicidó?— preguntó Salta para molestar.
—Promueven y permiten el cambio de sexo en las personas, solo porque estas no pueden soportar lo que Dios mismo les ha dado y solo van en busca de su narcisismo— le molestó con el tema de los transexuales.
—Una persona tiene el derecho de hacer lo que quiera con su cuerpo— contestó Kiyoteru.
—¿Y faltar el respeto a lo que es su propio templo?, es lo mismo con el asunto de legalizar las drogas, les dan permiso a las personas de destruir sus propios cuerpos, les dan permiso a todos de darse al exceso y la depravación de la mente, sin que haya nadie que les recuerde que hay moral en la vida, eso es lo que más me repugna de personas como tú, que creen que la vida es para destrozarla en los placeres prohibidos— le molestaba tener que explicar a alguien que era un placer prohibido.
—¿Y entonces está bien permitir el incesto, porque no es un placer prohibido?— preguntó sarcástico, refiriéndose a los Kagamine.
—No, son ustedes los que dicen que el incesto está prohibido solo porque han encontrado un supuesto impedimento genético en este, cuando en realidad no entienden que Dios es amor y que por tanto, cualquier amor es correcto ante él— simplificó la razón por la cual estaba ayudando a los Kagamine.
Que un sacerdote utilizara a Dios para defender al incesto, frente a una persona atea, quien dice poner su fe en a ciencia.
—Escucha bien— el sacerdote decidió hablarle de una manera más personal —No creas que yo odio a todos los ateos, de hecho me he encontrado con personajes bastante respetables y moralmente ejemplares, que simplemente han decidido tener su propio estilo de vida— comenzó a relatar —De hecho, preferiría que en el mundo existieran mas de esas personas, en lugar de las personas que matan homosexuales, porque según ellos, Jesús los odia— el único que encontró eso hilarante, fue el Maestro.
Se hizo un silencio ligeramente incomodo en el ambiente, Kiyoteru tenía deseos de seguir discutiendo, pero simplemente ya no le veía el punto a eso, acusar de maldad al los malos cristianos ya no hacía sentido, pues Thel ya les había condenado, y exponer a los ateos cuya vida era un ejemplo tampoco tenía sentido, pues ahora resultaba que el sacerdote enfatizaba con ellos en su correcto modo de vida por sobre las creencias.
—Vive la vida como la tengas que vivir, pero no te pierdas en el placer de tal manera que te pierdas a ti mismo— dijo el padre con más seriedad —Intentar ser una buena persona no es difícil, ayuda a quien lo necesite y no te aproveches de los demás, no es muy difícil— acabó de concluir para Kiyoteru, el cual se mantuvo un poco cohibido por eso, no obstante, su orgullo seguía en pie.
—No me interesa lo que usted diga— le contestó el castaño al sacerdote —No hay nadie ni nada que nos vigile desde arriba y no hay nadie ni nada que nos prohíba o nos permita hacer las cosas como queramos, y la vida no es como una prueba para decidir si vamos a ir a un cielo o a un infierno— expresó con enojo para después caminar a zancas furiosas por la sala hasta llegar a las escaleras —Esto aun no se termina— pronunció para el padre, para después irse enojado por las escaleras.
—Nunca termina— dijo el padre, mas para sí mismo que para Kiyoteru.
Una vez que la escena terminó, el Maestro se puso de pie —Muy bien, creo que es hora de que se lleven a su amiguito a su casa ¿No?— dijo el representante.
—No lo sé, Oiga padre, ¿Usted donde se va a quedar en la noche?— le preguntó Rin.
—No estoy seguro— contestó el párroco —No tengo dinero para quedarme en un hotel caro, así que supongo que tendré que buscar una posada que sea bastante humilde— intentó hacer que su voz sonara un poco más ligera después de la discusión con el castaño —O de cualquier forma, no sería la primera vez que duermo en la calle solo con mi maletín— expresó bromeando un poco en lo que se dirijía a la salida.
—No diga tonterías padre, usted se quedará en esta casa a dormir— Dijo Len animadamente —Tenemos habitaciones disponibles y al Maestro no le interesa— señaló a Salta, quien estaba mordiendo un puro, para ver si de esta manera podría saborearlo aunque fuera solo un poco, ya que no podría fumar en presencia de una embarazada.
—No quiero tener que se una molestia o incomodar a sus compañeros— interpuso el sacerdote.
—No se preocupe por ellos padre, al contrario, ellos son más molestos que nada, y le agradó a la mayoría de nuestros compañeros, así que no tiene que preocuparse.
—Si, además es usted quien se está arriesgando con esto de casarnos a mí y a Rin, por lo que lo menos que podemos hacer es hospedarlo en nuestra casa— Len le facilitó las cosas al sacerdote.
—Muchísimas gracias— les dijo el sacerdote a ambos.
—Yo le enseñaré su habitación— habló el Maestro haciéndole una seña al padre para que lo siguiera.
—No se moleste Maestro, nosotros podemos…— intentó intervenir Rin.
—Cállate, yo llevaré al puritano a su cuarto y se punto— pronunció Salta mientras salía caminando para la parte superior de la casa.
—Que tenga buenas noches, futuros padres— les dijo Thel a los gemelos mientras los persignaba desde lejos.
—Buenas noches padre— respondieron los dos para después ver como el peli plateado se perdía en las sombras del pasillo superior.
—¿Entonces tenemos que decirles a mamá y a papá que te embaracé?— preguntó Len e manera retorica.
—Si— le contestó su hermana con simpleza —Pero no creo que se lo tomen tan mal, mamá siempre dijo que quería ser una abuela joven— le recordó con una sonrisa.
—Si, además de que siempre dijo que nos veíamos muy bien juntos— dijo esta vez Len, refiriéndose a un viejo recuerdo de la familia, aunque claro, sabían que su madre no se refería a nada romántico cuando dijo aquello.
—De papá no se que esperar— cortó de repente la gemela.
—No temas, no dejaré que haga nada malo— abrazó a su hermana mientras colocaba su cabeza en su hombro —Yo te protegeré de todos los males del mundo— le dijo al oído mientras se lo besaba.
—Gracias— le contestó a su hermano el abrazo —Tengo hambre— le dijo de repente, separándose de él —Vamos a ver qué hay de cenar— después volvió a darse vuelta y a dirigirse a la cocina, seguida por Len de cerca.
—De acuerdo, pero no cosa mucho que ya es tarde— le advirtió su hermano mientras cruzaban por la puerta, recibiendo un quejido por parte de la rubia.
Thel y Salta se encontraban ahora caminando por los vacios pasillos verdes de la gran mansión de los Vocaloids, oscuras por la falta de iluminación, y sin una sola alma aparte de las de los hombres de edad media que se paseaban por allí.
—Muy bien,— comenzó diciendo el Maestro —Las reglas del lugar son muy simples: No se corre desnudo en los pasillos, no se realizan actos sexuales de ninguna clase en los pasillos, no sé come en los pasillos, no se usan vehículos de motor en los pasillos, no se hace rituales religiosos o paganos en los pasillos, no se asesina o se tortura o se esclaviza o se viola en los pasillos, y — le explicó como si se tratara de un niño pequeño —dentro del cuarto se puede hacer todo esto, excepto todo lo ultimo—
Thel permaneció sonriendo sin decir nada.
—En tu cuarto hay un par de cambios de ropa, si se te acaban, o las lavas o compras más— dijo con algo de desprecio el canoso —Los turnos de preparar la comida se van rolando por días, si a quien le toca no desea cocinar o se ausenta, no es mi problema— volvió a decir con el mismo tono de antes.
Siguieron caminando los dos hasta llegar al cuarto, ubicado en el tercer piso de la mansión, casi inhabitado por completo, hasta cierto punto tétrico y aterrador. La puerta se abrió, dejando ver un cuarto a oscuras que al encender la luz en uno de los extremos de la pared, dejó ver un cuarto gris, con una gran cama tendida en medio y un ropero de madera negra al lado derecho, junto con un librero con varios libros desacomodados, y una puerta que conducía a un baño, nada más, la decoración de por si era horrenda.
—El baño es todo tuyo, pero si hay problemas, tú llamas al plomero, ¿entendido?— preguntó con bastante asertividad. El sacerdote no quitaba la sonrisa de su cara en lo que el Maestro le seguía hablando y esto parecía irritarle bastante al hombre representante de los Vocaloids.
—Me alegra mucho volver a verte, hermano mío— le dijo el padre con un liegro susurro.
—Sí, lástima que no han pasado ni cinco años desde la última vez que nos vimos— dijo salta con algo de enojo.
—Eres tu quien no me quiere visitar nunca— se defendió Thel arqueando una ceja.
—Ya viste lo ocupado que estoy con estos bastardos— objetó el hermano mayor — Los dejo de ver un segundo y puff— hizo un sonido con las manos —conciben un objeto pecaminoso— aun cuando lo que dijo no tuvo gracia alguna, Thel soltó una pequeña risa.
—Se que tú tienes mejores intenciones con ellos de las que muestras— le dijo con sinceridad. Salta, quien apenas se había dispuesto a sacar un puro a intentar fumarlo, se quedó algo extrañado.
—No creas que esos dos me ponen, no tengo intención de meterles "terror"— contestó el Maestro.
—No, tu sabes a que es a lo que me refiero— le corrigió el padre —Se que en realidad los proteges— al decir esto Salta no pudo evitar soltar una risa sarcástica, resonante en todo el pasillo —En serio, se que tu mantuviste su secreto a salvo durante cinco años, y sé que permitiste que conservaran a su bebé incluso cuando se te ordenaba hacer lo contrario en esos casos— esta vez Salta dejó de reír.
—Esos idiotas— exclamó con enojo —Claro, yo no puedo revelar sus secretos incestuosos, pero ellos si pueden revelar que yo no revele sus secretos incestuosos— concluyó con molestia el representante.
—No te preocupes, yo estoy de tu lado, y juntos ayudaremos a los Kagamine a encontrar su felicidad que tanto merecen— el sacerdote colocó su mano en el hombro de su hermano.
—¿Que te hace pensar que yo lo hago por ellos dos?— preguntó alterado —Solo lo hago porque si los dejo joder las cosas más de una cabeza rodará, incluyendo la tuya y la mía— le contestó alejándose de él —Aunque me de asco protegerte— expresó con severidad mientras e movía por un lado y se comenzaba a alejar.
—Se que no eres tan mala persona— le habló a su hermano una vez que este estaba a sus espaldas —No importa cuánto tiempo pasa, seguirás siendo mi hermano—
—No Thel, las cosas cambian, yo he perdido demasiado paras seguir siendo el mismo— le contestó el Maestro, con un inusual tono de melancolía en su voz —Que tengas buenas noches, hermanito— se despidió para finalmente ir escaleras abajo, dejando solo al sacerdote.
Thel únicamente dio un fuerte respiro, y pasó a su habitación, dejando su maleta en una de las esquinas, y cerrando la puerta, para esperar un nuevo día.
—
Edición del 06/09/2020: Que no les sorprenda que este fanfic esté plagado e cursilerías, viendolo en retrospectiva, veía todo como una oportunidad expresar mis más profunos anhelos por una vida ideal.
Cómo han cambiado las cosas.
_.-Bye-._
