—Muy bien, celebremos esto una última vez— gritaba Meiko estando sentada en el sofá de la sala principal de la mansión, con la botella de vino en mano y una copa cinco veces más grande que cualquier otra copa de vino en la otra, sirviéndose casi toda la botella de una sola vez, para después ir y dejar el resto en la mesa de centro. Allí en medio de todos los muebles, estaba aquella mesita, que ahora se colmaba de botellas de distintos colores, tamaños, y gruesos, y también distintos aromas de alcoholes caros, finos y todos ellos, de posesión ajena.
Entre los sillones, de los cuales ahora uno era ocupado por Meiko, estaban también sentados Kaito, comiendo helado de rompope con extra de alcohol, a su lado izquierdo Miku, con una botella similar a la de Meiko pero de tamaño normal, y con una expresión más plana que la de cualquiera de los otros presentes. Al lado derecho de Kaito, estaba el Médico, con una copa de coñac en la mano, junto a este, estaban los dos por los que se hacía la fiesta, Mikuo Hatsune, que acababa de llegar a la casa, y que reía con alegría mientras disfrutaba de su tercer copa de vino, y junto a él, más cerca que todos los demás, estaba Luki Megurine, de manera similar al peli verde, se estaba riendo con ánimo, celebrando junto a la castaña, tras la cual el circulo seguía con Gakupo, luego Mizki, y al final Yuma, tras el cual se cerraba el circulo con la peli verde, al lado opuesto de su hermano.
—La verdad, no entiendo porque celebramos tanto… no es nada tan importante…— dijo Mikuo mientras que tomaba la botella de vino y le servía un poco al peli rosado, quien le agradecía con una pequeña sonrisa de medio lado.
—Claro que hay que celebrar, es algo extremadamente romántico— gritó alegre Mizki mientras que sacaba su celular e intentaba fotografiar aquel momento, siendo vista con una mirada detestable por su primo de cabello rosado, quien intentaba mantener una sonrisa estable, pero temblaba con el tiempo, a no ser que diera un sorbo de whisky.
—No tanto…— musitó con lentitud Luki mientras que mirada a un lado suyo y veía a los ojos a Mikuo –Tan solo fue un amor a distancia casi perpetuo que prevaleció con las horas de esfuerzo que pasamos hablando por internet, derrotando fronteras y mares— dijo con un tono de melodrama, provocando más bullicio por parte de todos los presentes, incluso el otro peli rosado, pero no Miku.
—Y al final, en la boda de un par de amigos incestuosos, pueden verse y lograr demostrar su amor— terminó diciendo Mikuo mientras se acercaba a Luki y lo besaba en los labios de manera rápida, ahora causando griteríos y felicidad entre todos los presentes, pero aquella constante de amargura seguía presente, a lo que al terminar el beso, Mikuo simplemente se volvió, y dijo –Tranquila hermana, es legal aquí— sonrió al decir aquello, causando que todos se centraran en Miku, quizá un poco más de lo que ella quería.
—Estoy bien con tus… decisiones de vida…— contestó ella cruzándose de piernas como si estuviera resignada a lo que ocurría frente a sus ojos, molesta por la forma en la que todos comenzaban a mirarla –Mira que cuando menos estoy aquí contigo, apoyándote, siendo tu hermana— miró a su alrededor, por fuera del círculo que habían formado –En cambio, Luka ni siquiera se ha acercado— criticó con fiereza al notar la ausencia casi permanente de la peli rosada, sin poder darse explicación
—Está bien, entiendo a mi hermana— contestó Luki como si le correspondiera mostrar su defensa –Si no es capaz de aceptar que un par de hermanos tengan un bebé, entonces creo que no puedo pedirle que acepte las uniones del mismo sexo— argumentó con claridad, a lo que todos rieron con algo de culpa, a excepción de Yuma, quien se mantuvo en silencio y borrando si mínima alegría.
—Vamos, no es tan malo como si fueran hermanos— intervino Meiko casi gritando, acercándose al centro de la mesa –Honestamente, yo preferiría tener a un hermano gay que a un hermano incestuoso— agregó sin siquiera preparar demasiado sus palabras.
—Vamos, no hablemos de esas cosas— distrajo rápidamente Mizki, alejando del pensamiento a la mayor peli rosa –Por ahora celebramos algo completamente aparte, y tenemos la intención de disfrutar toda la noche con eso— levantó la copa que tenía en mano y propuso un brindis atendido por todos.
—Espero que Luka ni esté molesta por alguna cosa que ocurrió— comentó Gakupo –Nunca mencionó nada acerca de que te gustaran los hombres, y pienso que lo que menos necesita es otro disgusto como el de los gemelos— tomó su copa al igual que el resto –Claro, que con esto me refiero a que espero que todo esté bien, no como si lo tuyo fuera algo malo— se apresuró a disculparse, si es que sus modales habían sido transgredidos.
—Pienso que Luka se mostrará más sensible con mi caso, siendo que ya tuvo que soportar el asunto de Len y Rin— dio un pequeño golpe en la pierna de Mikuo, a lo que este volteó a verlo con una sonrisa cómplice –Por mi parte, no tengo nada en contra de los hermanos Kagamine, y lamento traer de nuevo el tema a discusión, pero todos tenemos nuestros tabúes.
—Lo sé, al inicio el Maestro no me dejaba salir con Miku, porque decía que era demasiado joven— se quejó Kaito señalando a su novia –Y al final resultó que fue Kiyoteru el pedófilo— agregó con simpleza, como siendo un tema de conversación común y corriente.
—Y resulta curioso, mi hermano siempre actúa como la policía moral, apuesto a que ustedes lo deben de haber experimentado más de una vez— agregó Mikhail a la discusión, preparándose para seguir bebiendo su copa de coñac –Pero si supieran en toda la porquería en la que andaba metido cuando tenía ni siquiera la edad de Len— se mortificó un poco al recordar las atrocidades de las que llegó a enterarse por terceros tiempo después.
—Yo diría, al diablo con los estigmas de la sociedad— articuló Meiko aquellas palabras con la sorpresa de haber tenido la boca colmada de vino –Si queremos hacer fiesta por el asunto de Mikuo y Luki, o por el tema de Len y Rin, tenemos el derecho de hacerlo, somos libres de eso— levantó más la copa, tirando un poco del contenido del la alfombra y en el sofá.
—Hay ciertas cosas las cuales se deberían de tomar con cierta delicadeza, no celebrar de todo— habló de la nada Yuma, sintiendo que era ridículo que pusieran el incesto de Len y Rin al mismo nivel que el resto de los asuntos.
—Para nada, deberíamos de proponer una boda para estos dos, tal y como ocurrió con los dos enanos— volvió a soltar a gritos la castaña, elevando la mano sobre la pareja homosexual que se sentaba a su lado.
—Vamos, es muy pronto para pensar en eso— intervino Mikuo con rapidez –Primero quisiera que viviéramos juntos quizá por un tiempo antes de tomar más decisiones— con decir aquello provocó que compañero de cabello rosa se sonrojara intensamente mientras que comenzaban a cambiar miradas con alegría.
—Aunque el tema de la boda, sí sería prohibido— contrapuso Miku tan pronto como vio la oportunidad.
—No es para tanto, hemos logrado que una pareja de hermanos se puedan casar, que no podríamos hacer por un par de amantes masculinos— fue ahora el Médico quien tomó la palabra, oponiéndose a la mirada general que daba la diva sobre el tema –Es más… creo sin duda que mi hermano Thel podría casarlos… no creo que le moleste demasiado la idea— comenzó a hablar con un tono de diversión, obviamente ocurriéndosele lo divertido que sería llevar a su hermano a una situación en donde pusiera a prueba su tolerancia.
Todo el recinto estalló en un griterío centrado en la polémica que esto desataría, aunque el centro de la discusión, los dos chicos que compartían su amor esa noche, se quedaban en silencio, afrontados con una decisión tan densa como aquella.
—De hecho, recuerdo que tengo que ir al hospital a administrar las medicinas a Thel— dijo el médico levantándose rápidamente –Salta me ordenó que se los diera en persona, o dormiría en la copa de un árbol— recordó mientras sacaba su celular y lo miraba –Muchas gracias por haberme dejado compartir un rato con ustedes— y después de decir esto, entre despedidas y agradecimientos mutuos, el médico salió del círculo y se fue de la casa.
—Bueno, creo que nosotros nos iremos a dormir— anunció Mikuo mientras acariciaba la mano de su novio, escuchando negativas por parte de todos a que se quedaran –Se hace tarde y tengo que desempacar— se defendió mientras se ponía de pie y empujaba al peli rosado.
—Espera… ¡Ni piensen que dormirán juntos!— gritó Miku con enfado mientras que su hermano y el otro chico corrían en dirección de las escaleras, como un par de niños que huían de un regaño, para después ser seguidos por Miku, y consecuentemente por Kaito, y continuar una ruidosa discusión acerca de la castidad escaleras arriba.
Uno a uno, las demás personas en la reunión comenzaron a irse, siendo Meiko la siguiente, al decidir acabarse todas las botellas y los sobrantes que les quedaban, llegando casi a desmayarse tras la quinta de estas, por lo que Gakupo decidió llevarla a su cuarto y asegurarse de que no lastimara a nadie, aunque no prometió nada.
Al final, los únicos dos que quedaron fueron Mizki y Yuma. La chica se levantó con lentitud y se acercó por un lado a su primo, inclinándose a su lado y besando su cabeza.
—Muchas gracias por quedarte aquí con nosotros, primo— puso su mano en su hombro y le dedicó una sonrisa cálida, a lo que él solamente se mantuvo mirándola con algo de inquietud aparente –Significa mucho para mí que estés con nosotros, pasando el tiempo, en lugar de con tus amigos drogadictos— le dio un ligero abrazo y luego se dio la vuelta.
—Es todo un placer, Prima…— habló con voz lenta, manteniéndose sentado con tranquilidad, acomodándose un poco tras verla irse, algo incómodo por la manera en la que ella le había hablado. Vio que todos se habían ido, para después observar su teléfono y percatarse de que apenas eran las doce y media de la madrugada. Decidió que ya era hora.
Se levantó y se aproximó al armario, en donde había guardado el maletín que había recibido del padre Shihiro. Lo tomó con cuidado y se aproximo a la cocina, primero asegurándose de que no hubiera nadie en el trayecto. Abrió el maletín y comenzó a tomar las piezas que se encontraban adentro. No había nada circuitería, sino un simple sistema mecánico, similar al que se vería en un reloj de cuerdas, colocado dentro de un pequeño sistema con una válvula de entrada. Se acercó a la estufa, comenzando a mover las manivelas, prendiéndolo un par de veces, encendiéndola y mirando el fuego unos instantes.
Se puso a trabajar con rapidez, leyendo unas pequeñas instrucciones que venían colocadas en la parte de arriba del maletín, armando un pequeño dispositivo que se sostenía de las manivelas de encendido y de los mismos encendedores. Por último, el dispositivo, que se insertaba en el sistema de encendido, tenía consigo una pequeña carga cilíndrica que parecía, ser el explosivo. Todo lo que había allí estaba hecho del mismo tipo de metal que una estufa como aquella. Antes de colocar la carga, encendió la estufa una última vez, observando como el dispositivo causaba un pequeño choque, para luego dejar que el gas saliera normalmente. Quemó las instrucciones, tal y como era requerido, asegurándose que de los restos nada fuera comprensible, y luego se aseguró que se quedara bien armado el dispositivo.
"No te preocupes, nadie sospechará nada, es seguro" se dijo a sí mismo, recordando que la única persona que le aseguraba que nadie lo culparía, era el mismo. Estaba seguro de que a la primera hora de la mañana, los gemelos bajarían para que Rin pudiera calentar su medicina, y siendo Len tan cuidadoso como era, herviría algo de agua, y si es que la chica no se sentía enferma, e iba con él, todo saldría bien.
Se dirigió a su habitación, con el maletín en mano, ahora vacío y ligero, pensando en donde esconderlo durante el próximo día.
Pasaban las horas, y cada minuto era un doloroso esperar, como uno de los más fríos pesares que le provocaba un intenso escozor en todo el cuerpo. Nada podía hacerlo calmarse, y mucho menos hacerlo conciliar el sueño, de pronto sus sábanas y su colchón se componían de fibras duras y filosas lastimaban toda su piel y crispaban sus nervios.
Estiraba los brazos repetidas veces, pero siempre se encontraba con el frio final de la cama, y sus piernas, por más que intentaba moverlas, solamente se le hacían más y más pesadas. Y sudaba, no dejaba de mover su playera de dormir, intentando despejar el calor, descubriéndose de las sábanas tan solo para después encontrarse con el frio causado por su propio sudor al contacto con el ambiente frio del cuarto.
No dejaba de quejarse, tan solo imaginando en lo terrible que sería escuchar la explosión desde la parte de debajo de la casa, y de pronto, ver como todo entraba en pánico, viendo como toda esa pobre y patética felicidad de los gemelos acababa de una manera tan brutalmente violenta. No sería fácil poder salir del asunto completamente impune, y seguramente al Maestro no le divertiría saber que se le había fugado la seguridad.
Necesitaba otra dosis en ese mismo instante, comenzaba a rascar su brazo izquierdo en busca del punto de inyección que siempre usaba, elevando su respiración mientras raspaba su piel con las uñas. Decidió tranquilizarse un poco, sintiendo un choque eléctrico en todo su cuerpo que lo hizo relajarse un poco, e ignorar cualquier necesidad o molestia mental que tuviera, quizá siendo esto el resultado de que su mente imaginara el paso de la heroína a su sistema, pero fue suficiente para que con un respiro final, se acomodara en un hueco que había hecho en su colchón e intentara dormirse.
Un par de horas, o eso fue lo que su letárgico sueño le hizo sentir, siendo un tiempo lento en el que tuvo un sueño confuso, acerca de un cuarto verde que giraba a su alrededor con un sonido fuerte y profundo, demasiado bajo e intenso, que provocaba que sus tripas se aflojaran.
De pronto escuchó un ruido en su cuarto, levantándose tan rápido como pudo de la cama, lanzando su almohada con aquel movimiento, volteando a su izquierda, observando cómo aquello que seguía moviéndose por el rabillo de su ojo era tan solo su propia sombra, y sin intensión de buscar más lógica a lo ocurrido, volvió a recostarse con tranquilidad, quizá más que antes ahora que la adrenalina bajaba y escuchaba su corazón latir rápidamente, bajando la velocidad. Y sin previo aviso, un paño húmedo cayó con fuerza sobre su boca y su nariz, provocando que su respiración se detuviera al instante. Otro brazo se puso sobre sus brazos y evitó que continuara peleando, causando que el peli rosado continuara moviendo ahora sus piernas, hasta que lentamente el hedor del paño se hacía más y más intenso y le provocaba cerrar los ojos.
Pensó que aquella había sido su muerte, de alguna manera, esperaba que todo acabara de esa forma, sin conocer mayor detalle de quien lo había asesinado, o que terrible ofensa había cometido, aunque fuera algo más que obvio para ese instante, el terror de pronto lo traicionaba y lo hacía sentirse perdido y desorientado. Más aún, cuando sintió la sensación de su cuerpo de nuevo, pero tan solo a su alrededor, pues no era capaz de moverse, ni siquiera de ver o abrir su boca. Sentía su boca cubierta por una cinta, y sus ojos podían mirar, pero solamente oscuridad total, y sus piernas y brazos estaban sujetados juntos a su espalda, amordazado por completo y en lo más parecido posible a una posición fetal.
Movió su cuerpo entero, intentando flexionar los músculos de su torso, golpeándose pronto las rodillas y la frente con unas paredes que lo mantenían aprisionado. Pero encontrándose con una barrera detrás de él que no era como las anteriores, pues era caliente, bastante, hasta el punto en el que quemaba sus pies descalzos. Intentó girar su cuerpo, golpeando la parte superior de su cuerpo al hacer, finalmente lográndolo tras un par de calambres en el abdomen, pudo ver una luz rojiza y difusa, quizá por culpa de la falta de adaptación a la luz, pero finalmente lo vio, y era una luz artificial y cuadrada. De pronto, escuchó con mayor claridad, encontrando a la distancia lo que parecía ser el movimiento de un vehículo, el trabajo de un motor y alguno que otro claxon, solamente le bastó afinar su olfato para darse cuenta de que estaba en un automóvil, en la cajuela, para ser más precisos, y que seguía siendo transportado a una locación desconocida. Gritó fuertemente por ayuda, intentando que se entendiera lo mejor posible su voz ahogada por la mordaza, pero por más que lo hacía, y por más que se movía como gusano, nada le garantizaba que fuera escuchado por algún peatón, o que sus acciones no enfurecieran más a su captor.
Al final, sintió como todo se detenía a su alrededor, y por unos segundos, la peque luz que había sido su único acompañante, se extinguía en un instante repentino, mientras que todo, desde el motor hasta las ruedas, dejaban de sonar. Supuso entonces, que algo ocurriría, algo demasiado terrible. Se levantó la cajuela que le daba cobertura, revelando un cielo nocturno completamente oscuro, apenas intervenido por una fuerte luz que llegaba desde un extremo superior. Tardó unos instantes en que sus ojos se adaptaran a la repentina luz incandescente, pero se vio interferido por una figura alta que se paraba entre la luz y él. Aquella figura acercó dos extremidades que lo jalaron y lo sacaron del vehículo, tumbándolo al suelo.
Cayó en un suelo de terracería, y levantó la mirada con rapidez, observando a su alrededor un enorme esqueleto metálico de más de treinta metros abierto de manera triangular, formando una estrella de unas cuantas decenas de metros a su alrededor, siendo la parte superior de estas estructuras de donde venía la luz. Más debajo de aquellas luces, había media docena de enorme maquinaria de construcción amarilla, y un par de cobertizos de aluminio, que reflejaban las luces, pero su exploración visual se detuvo al tan pronto como sintió un puntapié con una bota pesada golpeándole el estómago y lastimándole de paso las costillas flotantes de su lado derecho, el que tenía más lejos de suelo.
—No me hagas perder el tiempo, pedazo de basura— escuchó una voz ronca y áspera de tono bajo, y volteando a ver hacia arriba, se encontró con Salta, mirándolo con desprecio y asco. Parecía ser que estaba siendo secuestrado por el propio Maestro, pero le sorprendía la furia con la que era tratado, pues tan pronto como hizo un mínimo esfuerzo por levantarse, el hombre mayor puso su pie sobre su cabeza, tumbándolo de nuevo –No hagas nada estúpido, y todo saldrá bien— le comandó diciendo con voz clara y aparentemente con la intención de sonar lo más razonable posible.
Fue arrastrado con una cuerda atada a sus tobillos por el suelo de tierra, rapándose con toda roca, metal y vidrio, cerrando un ojo para que al menos el párpado fuera lo que se cortara con todo esto. Llegó hasta un espacio que no parecía más particular que ninguno otro, a excepción de una mesa debajo de la cual quedo tendido, apenas siendo capaz de colocarse bocarriba, y sobre la cual escuchó que el Maestro colocaba una pesada bolsa de gimnasio unos segundos después de haberlo dejado allí abajo.
Entonces, de la nada, escuchó como otro automóvil llegaba al lugar, un auto negro por completo, que recordaba siendo el mismo que conducía habitualmente, un auto que bien sabía, estaba blindado y protegido contra ataques de grupos peligrosos, todo para cuidar a la diva. Pero del auto observó cómo se bajaban no las personas más peligrosas que pudiera haber imaginado, pero si las más inesperadas.
Thel, el padre, vestido apenas con una gabardina que dejaba ver hasta sus tobillos descalzos, y el médico Mikhail, raspando su calva con las manos mientras metía sus manos en su chaqueta. Salta se aproximo a ellos.
—Me alegra que lo hubieran logrado, pensé que un policía los detendría—comentó mientras que los daba por seguros y luego se dirigía a la cajuela del vehículo.
—Intenté conducir lo más normal posible, pero no tengo entrenamiento de agente secreto…— comenzó a bromear el médico, pero disminuyó su voz al ver a peli rosado debajo de la mesa de madera contrachapada –No me jodas… ese es Yuma— exclamó con sorpresa cubriendo su boca, intentando ocultar lo que parecía ser una sonrisa maliciosa.
—Salta, ¿Que es lo que él está haciendo aquí?— preguntó el sacerdote preocupado, acercándose rápidamente al muchacho tendido en el suelo, intentando levantarlo, logrando apenas sentarlo en el suelo y desatarle la mordaza que tenía en la boca, a lo cual el joven escupió saliva ensangrentada.
—Este amable joven, es la misma clase de persona que este otro sujeto— respondió el Maestro mientras arrastraba un cuerpo enorme y corpulento por el suelo de manera similar a la de Yuma, pero encontrando un poco más de resistencia por parte de este –Ambos tenían el mismo objetivo, pero ninguno de ellos lo ha logrado— tiró una fuerte patada al otro cuerpo, provocando que se revolcara en la tierra y en la suciedad.
Aquel era un tipo de unos cuarenta años, calvo y con sobrepeso, de rasgos bruscos y de notable ascendencia japonesa, aunque se veía que había sido maltratado a golpes y cortes en toda la cara, vestido con un traje blanco que recodaría a la época disco y una camisa hawaiana azul cielo. Y a diferencia de él, aquel sujeto intentaba violentamente soltar las amarras que lo sujetaban, mordisqueando la que tenía en la boca con la esperanza de poder romperla, pero sólo lograba llenarla de sangre.
—No lo puedo creer, de verdad Yuma…— se mantuvo el sacerdote alojado en la débil esperanza de la incredulidad, intentando encontrar la mentira intrínseca en todo eso, pero por más que miraba directamente a los ojos al joven, a quien alojaba tan cerca de sí mismo, podía notar en su mirada una gran vergüenza y dolor, no por haber fracasado, sino por ser expuesto como lo que había sido, ya sin la oportunidad de poder decir algo más.
—Él intentó envenenarte, si— se adelantó Salta a contestar mientras tomaba al otro sujeto de la espalda y lo acercaba a una zanja de concreto unos cinco metros de profundidad, dejando su cuerpo sobre el suelo que antecedía aquel agujero y la cabeza colgando sobre la caída –Y luego, regresó para intentar joderse a los gemelos, pero por suerte, le detuve, eso fue lo que pasó—
Habiendo explicado, volvió a acercarse al peli rosado, sosteniéndolo del cuello y levantándolo para llevarlo al lado del otro sujeto, cuya identidad ya no dejaba duda de ser una especie de sicario, o al menos eso imaginaba Yuma al momento en el que lo vio renegar y dejar ver algunos de sus tatuajes que pintaban su piel con líneas regulares entorno a la camisa.
—El pobre idiota no pensó que yo sería capaz de dar con las grabaciones de seguridad en cuanto entrara en la casa, como si confiara a que Meiko no iba a vaciar mi vitrina de licores— se burló mientras le pareaba la nuca, provocando que mirara de nuevo la oscura profundidad que había frente a sus ojos.
—Salta, por favor, no hagas ninguna locura— le pidió el sacerdote mientras que lo observaba regresar a la mesa por la bolsa, la que abrió con rapidez, buscando en su contenido.
—Tranquilo hermanito, él es un profesional en eso de interrogar, deja que haga su trabajo— le insistió el médico, viendo lo nervioso que se había puesto al observar a los dos cautivos intentar alejarse de la caída sin poder lograr más que revolver la tierra.
—Sí, confíen en mi— respondió el Maestro mientras sacaba de la mochila un revolver calibre .45 de color plata blanca, más grande que su mano, demasiado por la comodidad de cualquiera, pero con el efecto que él buscaba, el de asustar a los cautivos, y a su vez, sin quererlo, a sus hermanos.
—¡¿Qué vas a hacer con eso?!— gritó el sacerdote asustado mientras que observaba como la movía con presunción y la giraba en su dedo, sacando una pequeña rueda con seis balas colocadas en disposición para una recarga rápida, colocándolas rápidamente en el tambor del arma.
—¿A cortarles las uñas tal vez?— inquirió el representante acercándose primero al sujeto calvo –No, claro que no, esto está hecho para matar rápido, así de simple— fue su contestación mientras que soltaba el amarre de la boca de sujeto al cual ahora amenazaba colocando el arma en su nuca.
—Maldito pedazo de mierda comunista— fue lo primero que dijo en cuanto logró articular palabra alguna, —Violaré a tu madre y despellejaré a tu padre como a un perro sarnoso frente a ti y a tus hermanos— dados estas palabras, Salta simplemente volvió a golpearlo.
—Repasemos los hechos— ahora se dirigió al peli rosado, jalándole el cabello hacia atrás y estirándolo un poco tan solo por gusto –Ustedes dos, fueron enviados por una misma persona, eso lo he podido comprobar— los miró a los dos de reojo –Tu intentaste envenenar a mi hermano, y fuiste detenido en el acto, y sé que te congregas con esa persona por tus credenciales— miró al cautivo más adulto –Y a ti te atrape dormido, después de colocar tu pequeña bomba, desactivada ahora por cierto, y debido a tus antecedentes, sé que vienes de la misma zona en la que mi sospechoso opera— sacudió la cabeza de Yuma, provocando que soltara un quejido ahogado casi al instante.
—Plaga apestosa, toda su maldita raza— contestó el gordo –Debimos eliminarnos a todos cuando había oportunidad, envenenarlos, quemarlos, no darles oportunidad de que se reprodujeran— habló con verdadero asco y desprecio contra Salta, mirándolo por el rabillo del ojo, creyendo en la plena inferioridad de los eslavos.
—Puedo suponer quien es esa persona, pero no quiero evidencia circunstancial, sino verídica— giró el arma por un lado y ahora apuntó al calvo –Así, que preguntaré el nombre de esa persona, su oficio, y si no es de mucho pedir, su ubicación, y quiero esa información, o una tonelada de hormigón fresco cubrirá sus cuerpos en un par de horas ¿Entendido?— volvió a colocar su pie sobre la espalda del mafioso, presionando con fuerza su peso sobre él.
—No sé nada de una bomba… no hay manera de que pruebes que era mía— habló Yuma de manera entrecortada; se atenía un poco al beneficio de la duda, sabiendo que estaba acorralada, pero tratando que su voz de cordura le lograra salir de aquella situación.
—Te veré con espuma en la boca… colgado en medio de la plaza, yo mismo me aseguraré de que te saquen las tripas y te exhiban, para que seas un ejemplo para todos los tuyos— fue la respuesta de otro, al instante en el que Yuma se silenció, sin dar oportunidad a una negociación, y viendo a la vez con asco al peli rosa.
Pero esta vez Salta no contestó, solamente apunto bien con su arma, y sin una sola duda, jaló el gatillo, disparando contra la cabeza de aquel sujeto, provocando que se partiera a la mitad por la fuerza, en una explosión de color rojo carmesí que lo manchó a él, al concreto y a Yuma, y su cráneo, o la mayoría de lo que se desprendió, se precipitara en caída libre al fondo del abismo. Después de esto, empujó el cuerpo con el pie, provocando que cayera sin vida y se golpeara sonoramente al fondo.
Yuma se quedó atónito ante aquello, sin siquiera haber creído que el arma fuera real, y mucho menos que el Maestro estuviera dispuesto a dispararla, pero ahora estaba sin palabras, indispuesto a decir cualquier clase de palabra de horror o de sorpresa. Pero cualquier clase de reacción que tuviera en ese momento, incluyendo la manera en la que su vejiga se había debilitado, no se comparó con la reacción de los hermanos del Maestro.
—¡¿Qué has hecho?!— gritó el sacerdote aterrado, cubriendo sus oídos en sorpresa, corriendo a su lado —¡¿Acaso te has vuelto loco?! ¡Porqué tenías que matarlo! Esto no se tenía que convertir en una carnicería, no tenía que haber ningún muerto— le gritó con desesperación mientras palidecía al observar la gran cantidad de sangre que había resultado por el disparo a quemarropa.
—Sabes, siempre pensé que el lema del hermano menor tenía que ser el respeto, y aquí te tengo cuestionando mis métodos y gritándome por proteger tu vida— habló lentamente Salta presionando su pecho con el arma en presunción.
—Yo tampoco tengo la intención de mencionar tu falta de entrenamiento, o siquiera tratar de cuestionar tus métodos— habló el Mikhail mientras que movía con el pie un pequeño trozo de hueso que había volado cerca de su pie –Pero me parece que eras más efectivo antes, como cuando estabas en la KGB— vio cómo su hermano mayor se mostraba harto de aquel tema –Pensaba que podías hacer que una persona confesara cualquier cosa en cuestión de minutos con tus "métodos"— supuso mientras que reía un poco.
—Eso no me sirve ahora, y escuchaste las respuestas de ese tipo, no iba a salir bien de ninguna manera si es que lo hubiera dejado vivo— insistió Salta apuntando al cadáver al fondo de la zanja –De cualquier manera, ahora tengo una carta segura— se acercó a Yuma de nuevo, viendo como comenzaba a sollozar en silencio, aterrado y tembloroso como una masa debilitada en el suelo.
—Por favor… no causes más muerte de inocentes… sé que es difícil que lo entiendas, pero no todos los que se meten contigo merecen morir— insistió Thel mientras que se entristecía por haber formado parte de aquello y no haber podido limitar a su hermano en sus terribles acciones.
—No habrá necesidad de matar a este malnacido, claro que no, ¡No si me dice lo que necesito saber!— Elevó la voz mientras que sujetaba el cabello rosado de Yuma y presionaba la punta del cañón contra su nuca —¿O es que acaso quieres terminar como ese otro sujeto? Porque ni siquiera su familia lo recordará, nadie sabrá que está tirado allí, se perdió como un rumor en la nada, tal y como te puede pasar a ti, si es que no cooperas— bajó la voz hasta casi formar un susurro al inclinarse sobre él, presionando su pie contra su espalda.
Yuma comenzó a sollozar de nuevo, ahora de manera más notoria, comenzando a perder lo poco que le mantenía cuerdo, intentando soltarse del agarre de su cabello, pero volviendo a ser sometido con jaloneo –De acuerdo…— pronunció débilmente tras haber pasado unos instantes y de que hubiera aclarado su garganta –Su nombre es Shihiro… no conozco su nombre completo… pero es sacerdote— tras haber dicho aquello, Thel volteó su cara a un lado, apenado y adolorido por dentro –Lo conocí en la iglesia de mi localidad… al principio me ayudaba a mí y a mi prima en varias actividades para salir adelante… pero al conseguir dinero, me di cuenta de que me podía conseguir toda clase de drogas, y siempre las necesitaba— dijo admitiendo con una clase de vergüenza genuina, de admitir aquello frente a los tres.
—No puedo creerlo… nunca pensé que Shihiro podría hacer eso— se lamentó Thel con verdadero pesar –Yuto va a lamentar tanto esto…— consideró primero a su ayudante y amigo cercano, pensando en la forma en la que se tomaría la terrible criminalidad de su hermano.
—Bien… es justamente lo que quería escuchar… ahora tenemos al culpable— levantó al peli rosado y lo hizo hincarse —¿No era tan difícil, verdad?— le preguntó mientras que le soltaba las manos –Me imagino que has de saber en dónde puede estar ahora ¿Verdad?— le volvió a preguntar asertivamente, a lo que él únicamente asintió rápidamente –Bien, en ese caso, prosigamos— se levantó y quitó los amarres de las piernas del joven, jalándolo hacia arriba por su camisa.
—¿Para qué quieres saber dónde está? Creo que yo podría encontrarlo y dialogaríamos con él, e incluso con pruebas suficientes, podríamos llamar a la policía— dijo Thel sintiendo conmoción por todo, pero tranquilizándose ultimadamente, pensando en lo que era más correcto proceder legalmente en contra de su colega.
—¿Bromeas? Con un testigo desaparecido es más probable que Salta sea quien termine en prisión— habló el Médico con una obvia carencia de preocupación.
—Cierto, además este es un asunto demasiado personal para meter a las fuerzas de la ley— contestó el Maestro caminando en dirección de la mochila que había dejado sobre la mesa, cerrándola y guardando el arma dentro de su saco, viendo de reojo a Yuma para que no escapara –Además, la bomba estaba colocada para matar a los gemelos al amanecer, si no hay noticia de eso, no sabemos cómo procederá, así que no me arriesgaré a dejar pasar las horas— explicó mientras que iba a su auto y abría la cajuela, metiendo la bolsa allí –Yuma, vendrás conmigo a la localización de Shihiro, ustedes dos, vuelvan a la casa y activen el sistema de seguridad, los llamaré en caso de que sea seguro de nuevo— les advirtió a los dos mientras que empujaba a Yuma en dirección del auto.
—Salta, por favor, no hagas ninguna locura, sólo hace falta dialogar— le pidió con piedad el sacerdote mientras que lo seguía, viendo como el peli rosado se subía al asiento del copiloto y luego como el representante se subía en el del conductor –¡No se necesita que se derrame más sangre…!— le pidió con obvia desesperación.
—Nunca sabrás cuánta sangre es necesaria derramar, hasta que estés protegiendo algo que te importa— le miró con cierta serenidad en respuesta, cerrando la puerta y encendiendo el motor –Len y Rin deben de estar lejos ya, en cuanto sea seguro, ve con ellos— dio este último aviso antes de avanzar sin previo aviso, dejando detrás a sus dos hermanos.
—Muy bien, así que eres todo un drogadicto— dijo el Maestro mientras miraba a Yuma, aun perdido y conmocionado, levantando su manga para buscar el punto en el que se había estado inyectando, solo provocando un instantáneo rechazo –No me sorprende, aunque apuesto a que engañaste a todos los demás— se burló un poco al imaginar la sorpresa que aquello sería para Mizki.
—Usted acaba de asesinar a un hombre como si fuera una clase de animal— respondió el chico con resentimiento –¿Y de pronto yo soy el criminal?— le reclamó partiendo su voz con un alarido, aun sintiéndose lastimado de la garganta.
—¿Esa basura? ¿Escuchaste cómo me hablo?— levantó la voz de manera sarcástica –He tratado con esa clase de porquería desde los diecisiete, eso era lo mejor, y si no acabé contigo allí mismo, es porque aún me eres útil, y porque sería un asunto el tener que tratar tu muerte— admitió tras unos instante –Claro, que no es algo imposible, por eso mismo necesito que me des la localización más segura que tengas de Shihiro— le pidió con poca delicadeza.
—No sé qué clase de solución tiene a esto, pero no quiero formar parte de eso— insistió él inclinándose sobre el tablero, sintiéndose a punto de vomitar.
—Pero estás metido hasta el cuello en esta mierda, ¿Estabas dispuesto a matar a los gemelos?— vio cómo el muchacho se mostraba intensamente arrepentido –Pues bien, digamos que esta es tu deuda, limpia tu porquería, y estaremos a mano— quedó en ese ligero contrato con él, dándole a entender la liberación después de cualquiera que fuera si siguiente tarea.
—¿Entonces decirte donde está Shihiro no será suficiente?— preguntó preocupado internamente, sin querer continuar con la arriesgada campaña que se le prometía poco a poco.
—Es sólo la punta del tempano de hielo, si es que lo consideramos en medidas de esfuerzo— continuó conduciendo por un rato más tras decir aquello, finalmente logrado que Yuma le dijera la posible ubicación de Shihiro, un departamento solitario en un barrio ligeramente pobre a las orillas de la ciudad, en donde según decía, el sacerdote se reunía con un grupo de servidores para poder reunir sus drogas para distribuir el resto del mes. Pasaba que Yuma conocía esa ubicación porque más de una vez había ido en desesperación por una dosis con el sacerdote, y sabía también que podía estar allí, pues sus reservas se habían agotado tras su última compra.
Al llegar a la calle, Salta aparcó a la orilla de la acera, y sin perder el tiempo, identificó la casa a la que iban, un departamento de un solo piso con ventanas pequeñas a gran altura, y una sola puerta de metal, creyendo que la recordaba por un corto trance. Salió del vehículo y abrió el maletero, pasándole un par de botas a Yuma, junto con una chaqueta gris de tela rasposa y bastante rellena –Cúbrete—le dijo al ver que seguía en su ropa de dormir, para después sacar la bolsa de gimnasio, dejándola en la orilla de la cajuela –Muy bien, este es el plan, tu vas a preguntar por Shihiro, y si te confirman su presencia, entrarás y dejarás que te lleven hasta donde está— señaló la puerta y movió sus dedos simulando pasos –Cuando llegues con él, conversa y pídele que te venda algo por adelantado, y en cuanto escuches que yo entre, ponte contra una esquina— luego de esto, le dio un arma de fuego, una simple semiautomática de nueve milímetros, potente sin duda alguna, como la que usaría un policía americano.
—¿Quieres que participe en una maldita balacera?— preguntó sumamente exasperado, sin poder siquiera sostener el arma en sus manos.
—Sé que sabes usar una de esas, fuiste al campo de tiro con los otros hace un año— le recordó una expedición que habían hecho los vocaloids varones hacía un tiempo en donde habían aprendido a disparar –Se trata de ser inesperado, serás la distracción, y siendo que eres un amigo cercano, no te buscaran para ver si tienes un arma o no, siempre que la ocultes bien, y tu llegada me dará el tiempo de espiar sin tener que ser descubierto— señaló a las ventanas altas del departamento mientras le guardaba el arma en un bolsillo interno que se introducía dentro del relleno de la chaqueta –La idea es, que cuando yo entre tú serás mi apoyo, a esta clase de cosas nunca se llevan muchas armas, y por lo general, solo se involucran unas cuatro o cinco personas— demostró gran conocimiento en el asunto –Quédate en la esquina, y no demuestres hostilidad, hasta que sus defensas se hayan mermado, conociendo a Shihiro, será el último en quedarse resguardado, y será cuando tu podrás actuar y darme apoyo, si es que la cosa se ve fea…— no especificó para quien serían los problemas, pero en ese momento, sacó de la mochila una escopeta SPAS de disparo semiautomático, y un par de cartuchos que metió en su saco.
Yuma estaba a punto de caer al suelo del miedo, sintiendo su respiración intensificarse, y sus piernas debilitarse, de tan solo pensar en que tendría que tomar su vida –Sigo sin saber cómo me he metido en esto…— susurró para sí mismo sintiendo el arma en su bolsillo –Espera… ¿Cómo es que puedes saber que hará el padre Shihiro? ¿Cómo lo conociste?— preguntó inquisitivo ante aquella nueva duda que había logrado salir de pronto a flote.
—No me sorprende tanto como a Thel que nuestro amigo sea un traficante, yo lo introduje a este campo laboral, pero al salir, el prometió que también lo haría, junto a su hermano— comenzó a contar sin dar mucho detalle –Pero su naturaleza no le permitió dejar el negocio, y aprovechó la máscara de sacerdote para hacer de las suyas— contó sin pena ni lamentaciones.
—¿Y qué hay de usted? ¿Ya salió del negocio?— le hizo aquella pregunta honesta, siendo que no dejaba de ver la escopeta que manejaba con facilidad de sus manos, al lado del revolver que sacó de su saco mientras que se quitaba este
—Es imposible salir por completo, pero pago mis favores y me pagan los míos— se puso después un chaleco de color azul metálico, presumiblemente antibalas, por sobre su camisa, y cubriéndose después con el otro saco que llevaba, guardando de nuevo el revólver –Y este es uno de esos asuntos que he de acabar, así que ya tienes tus respuestas, ahora coopera— y dicho esto, volvió a guardar la bolsa y se dirigió al callejón que daba al lado de la casa, asegurándose de que ni hubieran policías en el camino, y dándole una seña a Yuma para que fuera a la puerta, no sin antes decirle –Un chaleco para ti levantaría mucha sospecha— e irse a esconder a las sombras, de manera bastante silenciosa y sigilosa, dejando solo al peli rosado a que fuera a arriesgar su vida, sin la opción de retornar.
No se había tomado el tiempo para pensar en lo que estaba realmente haciendo, ni siquiera en darse cuenta de la forma en la que se le había ordenado hacer las cosas, o como terminaría todo, de pronto se encontraba a punto de dirigirse a un enfrentamiento armado entre gente bastante peligrosa, y que le restarían valor a su vida. Pensó una última vez mientras de manera automática golpeaba la puerta de metal como ya conocía el golpe apropiado para hacerlo. Se alcanzó a tranquilizar en el último de los momentos, respirando con fuerza, y recordando lo buen actor que había sido para esconder parcialmente su adicción a la heroína frente a su prima.
—¿Quién es?— habló una voz ronca detrás de la puerta, siendo fuerte y clara.
—Vengo a ver al padre— respondió Yuma con una calma que no habría podido ser adivinada horas antes, mostrando la mirada seria, sintió que era observado, justamente antes de que la puerta se abriera.
—Es la estrella pop— dijo otra voz menos ronca, en cuanto se abrió la puerta por completo, pudo ver a un trió de sujetos, todos ellos con trajes blancos relucientes, como los del mafioso muerto a manos de Salta minutos antes, pero cada uno con un estilo variable, que iba desde el diseño en general del traje a uno más moderno, hasta tener únicamente el saco y sin camisa. Los tres estaban jugando cartas sobre una pequeña mesa de metal laminado, y apostaban billetes enrollados y joyería, todo eso en el centro de una habitación hecha de bloque de concreto, que tenía dos puertas, la de entrada y una que conducía a otro cuarto más.
—Apresúrate en volver, quiero llevármelo todo de una vez— habló el último del trío, de los cuales no se había pronunciado, el de la voz más torcida pero siendo él el más delgado y bajo
—¡Los mataré si ven mis cartas!— gritó el sujeto que le abrió, siendo él el más pesado de todos –Déjenme revisarlo— y con una sola mano, tomó a Yuma por el cuello y lo puso contra la pared, a lo que el peli rosado entendió aquello como su final, pues no cabía duda que encontraría el arma de fuego en su sudadera, pero tuvo la idea de improvisar.
—¡Suéltame!— respondió a gritos mientras que se lograba zafar del agarre, justamente cuando escudriñaban a la altura de sus caderas —¿Acaso no sabes quién soy?— golpeo contra la pared, diciendo esa frase que siempre había detestado, pasando por lo que se consideraba la primera defensa, quedó frente a la mesa con los otros dos guardias, en intersección con la luz que llegaba del otro cuarto que se extendía en un pasillo a la izquierda.
—Oye, detente hijo de puta— gritó rápidamente el segundo de los guardias, levantándose y casi tumbando la mesa de lámina en su intento de detener al peli rosado.
—¡Yuma!— escuchó el grito de la persona apropiada, Shihiro, quien estaba en aquella otra habitación, vestido con su sotana negra, de notorio contraste con respecto a los otros, sentado en la comodidad de sillón individual, recargando sus pies en un pesado escritorio antiguo de madera negra. A su lado derecho, estaba un sujeto vestido igual que los otros tres de la entrada, contando meticulosamente pilares de billetes agrupados por miles, cerca de donde agrupaban sobres plásticos con polvos de colores claros adentro –Déjenlo en paz, idiotas, que no ven que es un camarada— le habló al grandulón que lo sostenía, a lo que este simplemente lo soltó con una muestra de respeto a la palabra instantánea del sacerdote.
—Shihiro, Muy buenas noches— saludó Yuma con una reverencia tradicional, para después caminar en su dirección con la misma tranquilidad.
—Es un placer recibirte en nuestra guarida— levantó las manos de manera presuntuosa –Espero que ya todo esté en orden, y que esa sea la razón por la cual, para decirme que ya todo está arreglado, y que mis problemas se ha disuelto— juntó sus manos como un especie de rezo.
—Si… así es, está todo hecho, en unas horas, la descendencia Kagamine se habrá reducido, por no decir que acabado— logró hacer que su voz se escuchara burlesca, quizá gracias a los nervios que recorrían su columna y alteraban su respiración.
—Perfecto, eso es un buen trabajo— le gritó a todos los presentes, a lo que los tres guardias que jugaban cartas lo ignoraron y el contador solamente lo miraba con desprecio –No como ese idiota de Akise, que ni siquiera ha llamado, lo puedo ver tirado en un basurero, con la ajuga clavada hasta en los ojos— habló con intenso desprecio por aquel mal hábito de su sicario –Pero no hay que juzgar a todos los adictos de igual manera, miren a Yuma, que pese a tener la sangre llena de sales, polvos y alcohol, ha podido completar su misión— le señaló con dos dedos mientras tomaba un sobre con el mismo producto del que habló.
—Sí, creo que hice un buen trabajo— recibió en sus manos uno de los sobres, lanzado por el clérigo, quien ahora le sonreía, dándose cuenta de que aquello era diez veces más de lo que compraba normalmente, quizá con un valor de medio millón de yens.
—Métetelo todo si es que quieres— le recomendó el padre –Y si me preguntaras, podría ofrecerte más trabajo, necesitamos a una carita como esa en varios encargo— se burló un poco mientras el contador se detenía de tomar los billetes y ahora simplemente se concentraba el ver como proseguía el asunto –Después de lo que ocurrirá en la casa, no solamente los gemelos se verán acabados, toda esa banda de vocaloids se hundirán junto con su representante, incluso la perra mayor, esa tal Miku— se refirió a todos los de la casa, provocando que Yuma se diera cuenta del error que habría cometido, de cómo esto habría hecho más que destruir a una familia incestuosa, sino también haber perjudicado a quienes consideraba sus amigos, e incluso su prima, a quien valuaba más que a todos.
—No tengo intención en seguir con esto— respondió el peli rosado molesto, lanzando el pequeño sobre plástico sobre el escritorio y empujando los demás –Ni menos de hacer más tratos con usted… ahora quiero estar limpio— dijo con la mayor seriedad hasta el momento. Miró fugazmente por sobre el escritorio a espaldas del sacerdote, viendo que pasaba una sombra por detrás, averiguando por deducción que ese debía de ser Salta.
—¡Óyeme…!— le respondió Shihiro comenzando a enfadarse –Me debes la maldita vida, punk de mierda y no voy a dejar que…— pero se silenció al notar algo curioso en su sudadera —¿Qué es lo que traes allí?— preguntó sin perder tiempo, girando por su escritorio y lanzándose a la rápida caza del peli rosado.
—No tengo nada— se defendió Yuma, sabiendo que quizá ya había visto algo que lo hiciera sospechar, pero manteniéndose a raya de él, esperando a que Salta entrara por la puerta y erradicara a los guardias.
—¡Idiotas, lo dejaron pasar sin esculcarlo!— gritó Shihiro con fuerza, provocando que todos los otros hombres se alertaran y se levantara, a excepción del contador, quien sacó rápidamente de su saco un arma de fuego.
—¡No tengo nada!— se volvió a defender, soltándose del agarre del sacerdote mientras que metía su mano a la sudadera por la parte de adentro, pero descubría dolorosamente que el arma estaba atorada en su chaqueta, provocando una escena embarazosa para él en lo que trataba de sacarla, siendo emboscado con fuerza por el trío de la otra sala, quienes lo tumbaron e hicieron que se golpeara la mandíbula contra el escritorio, desmayándose.
Era la tercera vez en esa noche que caía dormido, y por tercera vez, despertaba sintiéndose en declive. Pero nada a como lo era ahora. Debían de ser ya las cuatro de la mañana, y ahora estaba ya no en una cama, ni menos en una cómoda y tranquila cajuela.
Ahora se encontraba en un sótano hecho de bloque de concreto de pared a pared, lleno de cobijas, barriles y una sola luz que colgaba del techo. Estaba sentado en una silla vieja de madera, contra su voluntad, atado de los pies a las patas y de las manos al respaldo de la misma, quedando sus brazos sujetos a este, además de tener la boca cubierta por una cinta metálica.
—Me toca a mí— escuchó la voz del más delgado de los guardias de la casa, riéndose mientras que soltaba un fuerte golpe con su puño a la cara de Yuma, dejándole marcada la mejilla con un fuerte moretón a la silueta de sus anillos de oro, aunque de cualquier manera, una marca más se sumaba, al lado de un ojo morado que se cerraba por sí mismo, y un corte debajo de la barbilla por la caída contra el escritorio.
—Fue un buen golpe— respondió otro de los guardaespaldas, a quien el peli rosado reconocía como el "intermedio" en estatura y peso, el cual golpeo a un lado de sus costillas con una tabla dura que llevaba desde hace rato, provocando que el aire saliera de sus pulmones con fuerza a través de su nariz, casi provocando que se desmayara de nuevo.
—¡Maldito imbécil, tenías que traicionarme!— gritó Shihiro mientras que estaba del otro lado de la habitación, juntando lo que había quedado de polvo en varias bolsas, preparándose para irse –Puedo imaginar al maldito hijo de puta de Salta dándote el arma para que vinieras aquí y nos distrajeras— se volvió hacia él en lo que el más bajo de los guardias volvía a golpearlo con la palma en la frente, con la intensión de despertarlo.
—Tranquilo, padre, este tipo no nos volverá a molestar— habló el segundo guardia mientras le golpeaba en la rodilla con fuerza, provocando el Yuma soltara un alarido de dolor y se doblara, sintiendo como si sus ojos fueran a salirse de sus cuencas a causa de esto. Por un instante, pasó por la mente de Yuma, que después aquel había sido el último día en el que caminaba, todo a causa de ese golpe, y del intenso dolor que transmitió por todo su sistema nervioso.
—No es que nos vuelva a molestar, es que ya nos ha molestado— sujetó el cabello rosado del Vocaloid mientras agitaba su cabeza –El pobre descerebrado no pensó cuando decidió contarle a su "Maestro" acerca de la bomba, y no pensó en lo que le pasaría ni a él ni a su prima una vez que nos enteráramos— lo jaló fuertemente hacia abajo, para después soltarlo con violencia.
—Jefe, ya terminamos de buscar— se escuchó la voz del más gordo y grande de todos, entrando por la única puerta de metal, empujándola con fuerza y causando que chocara contra la pared de bloque, siendo seguido de cerca por el otro guardia, el que había estado contando el dinero –No encontramos a nadie, ni nada fuera de lugar— afirmó mientras que colocaba sobre la mesa en la que Shihiro estaba acumulando todo, el rifle de alto calibre, mismo que el otro sujeto recargó despreocupadamente en la esquina.
—Eso no es posible… ¡Salta debe de estar cerca…!— exclamó de desesperación e impotencia el sacerdote –Debieron de haber buscado bien, en cada callejón, en cada azotea, podría estar en cualquier lugar— siguió insistiendo y dándole prioridad a ese asunto, como si sus vidas dependieran de ellos. Y quizá si lo hacía.
—Le dijimos a nuestros chicos que mantuvieran los ojos abiertos, y algunos dijeron que vieron a un sujeto alto saliendo del auto junto con este bastardo— avisó el más gordo mientras que se acercaba a ver a Yuma, el cual el ese mismo instante era golpeado en la cara con la tabla de sujeto mediano, lo que le provocaba una gran risa al contador, quien se había sentado en un sillón viejo que tenían cerca de la pared contraria a la mesa en donde acumulaban las drogas.
—Estamos hablando de un maldito agente entrenado por los rusos, por supuesto que va a ser indetectable— el padre bajó la voz al decir aquello –Si no lo hemos visto, es porque eso quiere— miró después todo lo que le quedaba, ocurriéndosele una idea que ayudaría a acabar con todo el asunto de una buena vez –Si Salta no quiere salir, entonces supongo que lo haremos salir— tomó el rifle que habían dejado en la mesa y se encargó de colocarle una correa para colgárselo en el hombro y portarlo él mismo –Nobu, llama a los masako, necesitamos fuerza bruta, haremos una visita a la casa de los vocaloids— se aseguró de que su arma tuviera munición suficiente.
—Perfecto— rio el sujeto al que habían llamado, el contador, levantándose del sillón y buscando su celular entre un montón de otras cosas tiradas al lado del mueble. Pero en cuanto Yuma escuchó aquello, no pudo evitar aterrarse por lo que esa orden quería decir, moviéndose alocadamente, intentando llamar la atención del clérigo, casi ignorando los puñetazos que estaba recibiendo.
—¿Escuchaste eso? Vamos a ir por tus amiguitos— Le dijo hablándole al oído –Su hubieras pensado, la cosa hubiera sido rápida, se habría acabado con una simple explosión ¡Boom! Y nada más— vio como los otros tres sujetos se reían de él –Pero ahora, vamos a prolongar las cosas, no solo para los gemelos, sino para todos… en especial para tu querida prima, pero no te preocupes, que mis compañeros le darán un trato agradable— vio entonces como aquellos tres sujetos simplemente se carcajeaban de él, comenzando a temer realmente por su prima y por el terrible final que pudieran darle. Sólo pensar que por su culpa la fueran a lastimar, le hacía revolver el estómago, pero a la vez recobrar algo de fuerza, más las ataduras en sus muñecas y sus pies se lo impedían, sin mencionar que su rodilla dolía tanto que no podría apoyarla en el suelo por más adrenalina que se inyectara en su sistema –En cuanto a ti… lamento decirlo, pero hasta aquí termina tu participación en esta historia, espero que tus fans no te extrañen— y de manera sarcástica, le dio un beso en la frente, tan solo un ligero instante antes de levantarse.
—Jefe, los masako no contestan, creo que hay mucha interferencia o simplemente no tienen el número activado— se molestó aquel que había sido llamado Nobu por el clérigo, tirando el celular a un lado, despreciando a la vez a aquellos aliados incomunicados con un par más de insultos en voz baja.
—Bien, entonces tendremos que ir a buscarlos antes de ir, nos queda de pasada, tomen sus cosas— se acercó a la mesa de nuevo, comenzando a abrir la sotana para quitársela y ponerse algo más blindado.
—Bueno, supongo que llegué tarde para la diversión— dijo el sujeto más gordo de todos, sacando de su chaqueta una pistola automática, apuntándola a la cara de Yuma, mirando en su otra mano una navaja de afeitar que había preparado desde antes para sus viles propósitos con el cautivo.
—No hay problema, pueden divertirse con él, nosotros dos iremos a hacer la visita a nuestros amigos los vocaloids— señaló al tipo sentado en el sofá, quien se removió con fastidio.
—¡Perfecto!— Exclamó el sujeto enorme bajando el arma y sacando con la otra mano la navaja, sacando el filo con presunción —Que les parece si jugamos a un pequeño juego con nuestro invitado— a lo que los demás animaron a que continuara con el juego de tortura que planeaba hacer –Empezaremos por unas parodias, parodiaremos películas americanas— anunció a todos mientras que se acercaba el filo de la navaja a la cara de Yuma –¿Puedes saber cual es esta película?— le hizo un corte rápido en la parte baja de la barbilla, habiendo una herida con suma facilidad, causando un grito incontenible por parte de la víctima —¡Exacto, es "Perros de Reserva"!— exclamó mientras que se le acercaba más, sujetándolo de un oído –Si no la has visto, esto será nuevo para ti— en ese instante, comenzó a cortar pasar la navaja por sobre la parte que unía su oído a su cabeza, ahora causando que el cautivo entrara en pánico y se sacudiera, evitando que se efectuara el corte.
—Oye, quiero jugar a parodiar otra película— dijo el sujeto bajo, con una sonrisa verdaderamente maliciosa que quedaba a la precisión con su cara filosa –Quiero hacer "Pulp Fiction"— rio al decir aquello, provocando una carcajada en los otros dos guardias, pensando en lo que se aproximaría con aquella declaración, aparentemente, ya antes hecho por él.
—¡Esa fue muy buena!— se distrajo el guardia más pesado en su tarea de cercenar, con tal de alabar la broma de su amigo, girando su cuerpo y quedando de vista frente a la puerta abierta, viendo tardíamente una figura sombría allí.
De pronto, la risa y la calma fueron destrozadas por el sonido de estallido fuerte bastante fuerte, como algo que explota dentro de un bote, seguido por una ligera llamarada que apenas fue visible para quienes se encontraban más cerca. Desde la puerta, Yuma pudo con su único ojo bueno, como esa figura se esclarecía lentamente, y revelaba al Maestro, con su chaleco antibalas, cargando aquella escopeta recargada contra su hombro, mirando ferozmente al interior del sótano.
En ese mismo instante, el sujeto gordo se estremeció violentamente, y su pecho explotó, saltando sangre por todas partes mientras sus costillas superiores eran destrozadas por el impacto, pulverizando al instante su corazón, y causando que algunos cuantos perdigones salían del otro lado de su espalda, manchando su saco blanco y la pared detrás de él con decenas de manchas rojas.
El grito de sorpresa y terror se escuchó saliendo de su garganta, al lado de una torrente de sangre, mientras que Yuma se aterraba, el enorme guardia se precipitó en total agonía sobre él, aplastándolo con su enorme peso muerto, provocando que la silla se rompiera bajo el peso de ambos.
Tan pronto como se dio el primer disparo, Shihiro se lanzo de espaldas contra la mesa, tumbándola para crear un parapeto improvisado, justamente al momento en el que el segundo disparo hacía volar lo que habría sobre la mesa por los aires, al lado de astillas de madera desprendidas del grosor de la mesa y de trozos diminutos del muro a sus espaldas, pero sobreviviendo ileso, pero atorando su rifle con la correa.
El otro sujeto, el contador, hizo similar, pero sin recibir un disparo que casi lo aniquilara, más se reguardó tirando el sofá y colocándose detrás de él, mientras intentaba alcanzar desesperadamente su rifle.
Aquel segundo disparo, lanzado apenas al momento en el que el arma le permitió disparar, fue alerta suficiente para los otros dos torturadores, quienes se levantaron presurosos a sacar sus armas ocultas en sus sacos. Pero tan pronto como el sujeto medio intentó dar un paso para alcanzar a Salta, aún con el arma en su bolsillo, recibió un tiro en la rodilla, lo que partió la espinilla, provocando que cayera al suelo y se golpeara la cabeza contra el concreto, mientras que el otro, ya habiendo sacado su arma, iba en pleno proceso de apuntarla contra el tirador, justamente en el instante en el que recibió el disparo en la mano que portaba el arma, lanzándola contra por los aires, volando los huesos y la carne al lado de los anillos de oro.
Pero Salta pasó demasiado tiempo al descubierto, provocando que tan pronto como pudo, Shihiro sujetó el rifle liberado de la correa, y comenzó a disparar en dirección al Maestro, pero este giró y de un instante al otro, desapareciendo en el lado derecho del umbral de la puerta, justamente antes de que el clérigo bañara la puerta a tiros sin miramiento, tratando de vengar a sus trabajadores caídos.
El sujeto llamado Nobu, quien había estado detrás del sofá, alcanzó finalmente su arma, tomándola con una sola mano para después disparar sin cuidado alguno, provocando el mismo efecto que su jefe causaba, pero impactando en el proceso el cadáver del más grande de todos los guardias, quien seguía encima de Yuma.
El clérigo vació por completo su cargador, viendo con ira como aquello le había hecho perder los estribos y colocarse en una situación de terrible desventaja estratégica. Se volvió a agachar, buscando más cargadores llenos, poniéndose casi pecho, encontrando uno rápidamente, justamente en el momento en el que su compañero había gastado todas sus balas; En lo que casi instantáneamente, se escuchó otro disparo de escopeta, y esta vez, Shihiro perdió por completo la orientación, al momento en el que la madera de la mesa que tenía a su lado, estallaba en un destrozo de astillas y grandes pedazos que salían volando en su dirección, a causa de un tiro fallido por parte de Salta.
El maestro volvió a apuntar, ahora a su derecha, al sofá que se encontraba volteado, disparando otra vez con la esperanza de traspasarlo, pero sólo logró hacer gritar al sujeto que se escondía detrás de este, provocando que tirara al suelo su arma de reposición. Fue en ese instante en el que vio que los otros dos guardias aún se arrastraban, uno de ellos, el más corto de todos, estaba de hecho hincado, viendo el hueso quebrado que había quedado de su muñeca cercenada por el tiro, y finalizó su destino al recibir un tiro en la parte baja del abdomen, resultando muerto casi de manera instantánea. El otro, el de estatura media, quien ya hacía casi desmayado por el disparo en la rodilla, vio solamente como el cañón del arma apuntaba a su cabeza, justamente antes de que se disparara y convirtiera su cabeza en un puré inservible de materia gris y sangre con extra de trozos de cráneo, y manchando el suelo de una extensa alfombra carmesí.
De nuevo, aquello le tomó mucho tiempo, y para el momento de la segunda ejecución, Shihiro ya había recargado, por lo cual comenzó a disparar de nuevo, logrando hacer que Salta se retirara a cubierto.
—Bastardo, ¡Hasta aquí llegaste!— le gritó mientras saltaba su muro improvisado y comenzaba a disparar de manera lenta y siempre apuntando, pasando y saltando los cadáveres y llegando hasta la entrada, la cual cruzó y continuó disparando en dirección a las escaleras, creyendo haber impactado al militar retirado, pero únicamente viendo su sombra hacia arriba, dispuesto a seguirla. Pero el otro único mafioso sobreviviente se levantó, cargando solo su pistola, llevándola en mano con temor, sin estar muy dispuesto a seguir a su líder, quedándose a pasos de la puerta mientras que este se engatusaba en el final de las escaleras.
Pero Yuma no estaba acabado, en ese momento, había ya logrado retirar al gran guardia que había muerto sobre él, sorpresivamente, deslizándolo a un lado sin que se dieran cuenta, y quitando la sangre que estaba sobre él, volvió de pronto su instinto, al menos el de supervivencia, logrando liberar las ataduras de sus manos, que se habían desecho por el rompimiento de la madera en la que estaban hechas.
Entonces miró el arma de uno de sus atacantes, otra pistola semiautomática, más larga, más oscura y más cerca que cualquier otra, así que arrastrándose mientras que el otro sujeto atendía a los gritos del sacerdote, finalmente logró poner su mano izquierda sobre ella. Tan pronto como puso la mano sobre el plástico y el metal, pensó tan rápido como pudo, levantándose con ayuda de sus manos, aun no tan adoloridas; pero aquel movimiento atrajo la atención del guardia restante.
—¿Qué?— se preguntó el sujeto al verlo levantarse, sin esperarlo —¡Miserable!— gritó apuntando su arma contra él, pero Yuma fue más veloz, y apenas y logrando apuntarle, presionó el gatillo, recordando lo poco que sabía de las armas de fuego, liberando una ráfaga de balas que fulminó a ese sujeto en más de una parte del cuerpo, cayendo en un nuevo charco de su propia sangre.
—¡No!— gritó desesperadamente Shihiro, bajando las escaleras y corriendo contra Yuma, quien intentó por primera vez levantarse, apoyándose en su pierna lastimada, pero sintiendo un agudo dolor desde el centro del hueso, y un sentir como el de una rama partiéndose con su propio peso, volviendo a caer en sus rodillas. — ¡Miserable!— gritó al verlo intentando apuntarle, golpeándolo con la culata de su arma en la cara, causándole que cayera sobre su espalda.
El dolor fue demasiado para ese momento, el último golpe le había hecho llegar al límite de su resistencia, sin causarle de nuevo un desmayo, sino causándole que simplemente se quedara rendido en el suelo. Justamente, al momento en el que Shihiro giró sobre su cuerpo, manteniendo su guardia contra la puerta, rodeando rápidamente el cuerpo de Yuma, para después apuntarle y disponerse a disparar. Pero justamente cuando ya todo se había perdido para el joven Vocaloid, y quizá sin que él mismo se diera cuenta, el clérigo percibió movimiento frente a él, fuera de lo normal, vio pasar una sombra rápidamente, por lo que levantando el cañón del árma, acribilló a aquello de donde percibía movimiento. Muchos disparos pasaron por el umbral, pero la mayoría chocó contra la cobertura, pero uno solo impactó al Maestro, causando que chocara contra la pared de sus espaldas, tirando su escopeta mientras que aquella misma pared quedaba con una mancha luminosa de sangre.
Se mostró nervioso ante aquel disparo, pero sin estar seguro de la victoria, siguió en guardia, en la misma posición que antes, preparado para un asalto final. Así, tras un rápido malabar, tomó la pistola con la mano izquierda, apuntándole a la cara a Yuma, y con el rifle de asalto a la puerta, sosteniéndolo con una sola mano, y recargándola la culata en su hombro derecho.
Pasaron unos segundos en todo aquel proceso, y despertando cada vez más en cada segundo, Yuma pudo escuchar el sonido de un goteo llegando a lo lejos, de entre toda la muerte convulsionante de a su alrededor, aquel sonido llegaba de manera más clara.
—¡Sé que sigues allí!— gritó Shihiro colocando su pie sobre el Vocaloid, —Sal de una maldita vez, acabemos con esto, ¡Ya!— le exigió a gritos, raspando su voz al hacerlo, escuchando ahora algunos cuantos pasos, pero sin ver al Maestro salir de su posición.
—¿Quieres que salga?— preguntó con voz tranquila el atacante –Sabes cómo terminará todo si salgo, los dos los sabemos, así que si quieres que termine así, tan solo vuelve a pedirlo— continuó hablando, incluso percibiéndose cierta presunción en la voz tranquila que usaba, más incluso que la que utilizaba con los vocaloids.
—Con una sola mano, no puedes sostener un arma— respondió furioso ante su presunción, siendo notorio como temblaba su mano izquierda, la que apuntaba a Yuma.
—Yo revolucioné el tiroteo a dos manos— se escuchó su revólver siendo recargado –Tendrás que esperar treinta años en ese mismo lugar si es que esperas a que la edad me detenga— se notaba como su voz se engrosaba más y más.
—Bien, pues duplico el reto— pateó a Yuma de nuevo, provocando un alarido de dolor –Sal de una buena vez, quiero ver como fracasas, intentando salvar a vida de esta basura, sabes que no puedes ser tan rápido— fue ralentizando su voz mientras que se concentraba más en la salida, dispuesto a terminar con la vida del peli rosado en cuanto viera el más mínimo movimiento inusual.
—¿Yuma?— Escuchó la voz algo sorprendida del representante –Mátalo, no me interesa, se ha vuelto más una carga que cualquier otra cosa ¿Acaso has visto sus ventas?— comenzó a criticar y a menospreciar la vida del peli rosado, mientras que este solamente intentaba recordar la excusa que solía dar cuando este tema era recurrente, de que su voz no era del aprecio de todos, pero en ese mismo instante, su boca seguía cubierta por la cinta –O es más, mátalo, únelo al club de los 27, será mejor para mi, lo convertirías en un mártir, sus ventas y sus fans aumentarían en millones, incluso si no hubieran escuchado su música mientras vivía, agotarán sus discos, sacaremos recopilaciones y memoriales, hazme ese maldito favor— replicó ahora con un tono de voz por completo llevado, ofensivo a más no poder en contra del joven que yacía tirado y en riesgo de morir en cualquier instante, lo que indignó por completo a Shihiro.
—Maldito enfermo…— respondió incrédulo el clérigo, aún apuntando —No has cambiado nada… la vida humana sigue sin significar nada para ti, si no es parte de tus propósitos…— se mostró más asqueado que de alguna forma con la intensión de sonar irónico o sarcástico.
—Él se lo buscó, aceptó sin cuestionar de alguna manera tu orden de matar a los gemelos— insistió sin mucho ánimo de llevar a su muerte al joven cantante, quien seguía demasiado aterrado para siquiera intentar quitarse la cinta de la boca.
—¿Y acaso los gemelos no se lo buscaron? ¿Acaso no sabían que se buscaban más de una clase de odio si se ponían a hacer sus aberraciones?— preguntó seguidamente con la voz rasposa que ahora lo identificaba —Dime si es que de verdad piensas que esto eliminará todos los problemas de los incestuosos ¿O piensas que de pronto se acabará el odio contra el incesto? Detrás de mí hay decenas más de personas quienes están tan dispuestas como yo a tomar cartas en el asunto— conversó con una risa a medias saliendo de con su voz, estando seguro hasta de la última de sus sentencias.
—¡Esto no se trata de los gemelos!— estalló finalmente el Maestro, elevando su voz como pocas veces lo habría hecho, dispuesto a tomar la palabra –Se trata de tu maldita disposición de quitarle la vida a cualquier persona inocente, tuya y de ese afeminado cobarde a tus pies—dio su reclamó con la apropiada ira en su voz.
—Tú jamás fuiste diferente— criticó de vuelta –Cuando me dejaste libre, dijiste que dejarías que yo errara por mi camino, y que hiciera cuanto quisiera, tal y como tu erraste en tu época ¿O acaso de pronto tus matanzas son más limpias sólo porque te las ordenó el gobierno?— continuó preguntando, intentando hartarlo, como al parecer ya había ocurrido antes, todo con tal de hacerlo perder.
—No es solamente saber matar… algo que has demostrado, sino de tu cobardía, no solo por actuar escudándote con tu misión divina, sino creer que eres de alguna forma estás a salvo de todo mal, mientras actúes por tus convicciones— pronunció lentamente en contestación, aún sin mostrarse, sin siquiera moverse un poco –Pero tienes que estar dispuesto a perder la vida, cuanto estás dispuesto a quitarla— fue como su contestación final, para después dejar paso a un silencio de penumbra, casi intervenido solamente por la terrible escena llena de cadáveres por doquier.
Shihiro miró hacia abajo, y miró a Yuma con una mirada burlesca, como intentando compartir su incredulidad a las palabras del Maestro –Ahora resulta… que todo se trata de tu estúpida regla… de tu moralidad artificial— gritó en plena ofensa e incomprensión –Pues bien, tú estás dispuesto ¡Yo estoy dispuesto!— golpeó un par de veces su propio pecho con el arma de la mano derecha, afirmando su valentía, antes de volver a apuntarla a la cabeza rosada de Yuma –Así que sal de una vez, demuéstrame tu disposición y tu honor, maldito viejo…— pero justamente en la mitad de su oración, una bala salió disparada de un punto imperceptible de la pared, impactándolo entre los ojos, causándole la muerte instantánea, y deteniendo su mano de que terminara de presionar el gatillo y ejecutar a Yuma.
El disparo había salido del revólver de Salta, y había traspasado el muro de bloque de concreto que había resistido a los disparos de los rifles. Quizá hubiera sido un punto débil del mismo muro, aunque Yuma jamás pudo percatarse de si aquel disparo había hecho su propio camino de salida. Unos segundos después de la caída del mismo líder de aquella pequeña banda, el Maestro salió de su cobertura, con el brazo derecho colgado y ensangrentado, mientras que en su otra mano sostenía firmemente su arma, caminando con casualidad por el sótano, miró a su alrededor, y observó rápidamente el resultado del tiroteo, percatándose de la otra víctima que no había caído a sus manos, sino a las del Vocaloid, confirmando su repentina muerte a manos de este.
—Fue una buena matanza…— habló lentamente el mayor mientras se acercaba a Yuma y retiraba la cinta de su boca, provocando que este escupiera sangre, piel e inclusive una muela –No cabe duda en que diste una buena pelea, al menos por tu parte— observó al otro tipo que se encontraba tirado en el suelo, el que había sido víctima de Yuma, aún tratando como si nada sus propias heridas mientras que hacía que hacía que el peli rosa se levantara.
—¡¿Tenía que esperar a que me capturaran?!— gritó iracundo, a todo lo que sus lastimados pulmones podían dar –Me estuvieron torturando… pudieron haberme violado y asesinado…— siguió quejándose mientras que lentamente comenzaba a sentir el dolor en su rodilla y se retorcía mientras se sujetaba la parte que sentía, se había roto.
—Para ser sincero, esperaba a que fueras tomado de rehén de todos modos, aunque no tenía contemplado que se dieran cuenta de que era justamente yo, el asunto se puso complicado con eso…— confesó mientras que miraba a los que habían caído, sin dar pista de que aquello saliera de sus planes.
—Maldito desgraciado…— gimió adolorido el peli rosado mientras que se inclinaba a un lado por el dolor, observando algo que permanecería en sus pesadillas por años —¡Se sigue moviendo!— gritó al ver el cuerpo del padre temblando como si comenzara a convulsionarse.
—¿Eso?— respondió Salta mirándolo con desprecio, para luego acercarse a este y comenzar a pisar su cabeza —¡Deja de moverte!— exclamó mientras en cada palabra volvía a pisar con fuerza, causando que el cadáver se sacudiera violentamente en cada una, hasta que al fin le pareció suficiente para acabar con las últimas señales de su sistema nervioso –Listo— dio por terminada su última tarea.
—Maldito enfermo…— fue la única respuesta que estaba dispuesto a dar el chico, sintiendo que su dolor se calmaba momentáneamente mientras que su dolor de cabeza iba en aumento.
—Cualquiera de estos tipos se hubiera alegrado de acabar contigo de manera similar, da gracias de que terminé con ellos…— se movió a ver la mesa destrozada, tras la cual había un montón de polvo blanco en pequeños montículos agrupados y casi deshechos, al lado de algunas cuantas balas regadas por doquier –Ya lo dije, no hubiera sido un problema para mí el haber dejado que te acabaran— su voz se escuchó como una clase de disculpa, mirando a un lado de su brazo, viendo como seguía sangrando.
—Al parecer no fue un verdadero problema… viendo que solamente sufrió una herida, pero dejó cinco cadáveres por aquí— miró con desánimo a su alrededor. Mirando de nuevo la herida, se preguntaba cómo había podido cometer el error de permitirse alcanzar por un disparo, aunque más tarde en sus días venideros, y recordando todo aquello, llegaría a la deducción de que el descuido del Maestro fue más que nada a causa del riesgo en el que él mismo encontró, justamente cuando Shihiro estaba a punto de ejecutarlo, pues bien hubiera podido Salta, encargarse del clérigo con más facilidad su no hubiera corrido para salvarlo a él.
—Solamente cuatro…— intervino en la seguridad de sus palabras –Planeabas tomar la vida de una familia antera esta noche… pero al final solo tomaste la vida de un hombre culpable— señaló al cadáver deshecho del contador, que parecía ser el cual conservaba la mayoría de su forma
—No deseo que me recuerde eso— contestó con evidente culpabilidad en su voz, sintiendo sus manos temblorosas al recordar el instante en el que decidió jalar el gatillo, percatándose de la facilidad que había tenido el quitarle la vida a alguien, de pronto sintiendo aquello como si hubiera sido un accidente –De hecho, no quiero que volvamos a recordar esto nunca más— elevó la voz con un obvio deje de incomodidad, como si aquello hubiera sido un accidente del cual él había sido el causante.
—No hay problema…— contestó el Maestro como si comprendiera el repentino trauma en el que le hacía entrar en convertirse en un asesino –No tienes que recordar nada de lo que ocurrió— entonces comenzó a acercarse por detrás, tan solo para después tomarlo de la mandíbula, colocándole la palma de su única mano buena sobre la boca, y provocando que aspirara todo el polvo blanco que llevaba entre sus dedos.
Yuma intentó contenerse al agarre, pero la mano aprisionó tu cabeza, y el pánico pronto le hizo inhalar todo el polvo, sin poder poner más oposición. Aquello le hizo efecto rápido, y de sentir una quemazón en las heridas de su nariz, pasó a sentir como su cuerpo entero caía en efecto de aquella sustancia. Era muy probablemente alguna clase de heroína, e inhalándola sin disolverla, y de manera tan directa, le causó pronto que su mirada se pusiera en blanco, el tiempo en su cabeza se aceleró, y sus oídos chillaron con fuerza, mientras que sus músculos convulsionaban y le hacían caer desmayado, solamente percibió unas últimas palabras, una especie de sentencia de muerte, en la cual su final se vería afectado por la suerte. Sintió su respiración alterarse ahora por las gotas de sangre que comenzaban a salir de su nariz y luego, por última vez en aquella madrugada, perdió el conocimiento.
Todos aquellos sucesos, desde la pequeña reunión en la mansión, hasta el final del tiroteo, habían tenido lugar en un espacio y en un tiempo que ahora parecían distantes, fríos, y completamente hostiles, más por lo que aguardaba en el futuro, y por lo que le gritaba en sus entrañas, que las verdaderas compañías o palabras en las que se había visto envuelto.
Yuma había sobrevivido a lo que sería una de las más terroríficas y surrealistas noches de su vida.
No fue sino hasta las dos de la tarde, que su memoria reanudó la marcha, incluso habiendo estado unas horas antes consiente, los recuerdos eran apenas existentes, siendo su última escena nítida el instante en el que pretendía inyectarse, estando al lado de su amigo Lu, en su casa, justamente antes de que alguien golpeara la puerta, y su amigo la fuera a abrir. Ahora se encontraba recostado, sentía la comodidad en todo su cuerpo, aunque lo primero que le llamaba la atención era el sabor a sangre en su boca, sentía adormecida la lengua, tras haberla intentado mover un poco. Aquel sentir le dio curiosidad, y comenzó a mover su brazo, tan solo levantándolo, percatándose de la enorme libertad que tenía ahora. Fue un paso más adelante, levantándose, pero manteniéndose con los ojos cerrados, dando este último paso de manera casi automática, al escuchar un ruido difuso a su lado izquierdo.
—Primo… ¡Primo!— escuchó una voz femenina muy familiar hablándole, para después sentir que le abrazaban con fuerza, casi doblándolo de nuevo a la cama –¡Al fin despiertas!— la escuchó llorando sobre su hombro mientras que una risa alegre comenzaba a hacerse notar por sobre el llanto.
Mizki le estaba abrazando, y por la manera en la que lloraba, había estado bastante preocupada por él, aquello no era difícil de deducir, más todo aparte de ella lo era, pues se encontraba en una habitación de paredes blancas, como su cama, como su bata, y como todo lo demás a lo que su vista alcanzaba, aunque pensó por un instante que había perdido la vista, no fue hasta que vio a colores nítidos el rostro de su prima, tan cerca del suyo, que volvió a estar en todos su sentidos.
—Me tenías muy preocupada— habló ella lentamente mientras limpiaba sus lágrimas –Sabes muy bien como me pongo cuando te metes en problemas… y aún así lo haces— por unos instantes su voz tristeza superó a la alegría, y nuevamente las lágrimas brotaron incontrolablemente, consolándose tan solo con volver a abrazar su cuerpo inerte.
—Perdóname— fue su primera respuesta, algo que estaba tan acostumbrado a responderle ante los regaños maternales que le realizaba ella, que ciertamente podía sentirlo como una clase de lema personal –No sé qué pasó… no recuerdo nada…— fue aquella tan solo una verdad a medias, pues no hacía más que recordar es, a medias, y aún si se hubiera esforzado en ese instante, no habría podido averiguar mucho más de lo que le había ocurrido, no sin algún apoyo.
—Claro que no, idiota— se volvió ella agresiva por unos instantes –Tuviste una sobredosis, estabas convulsionándote cuando el Maestro te encontró— le miró ahora con ojos llenos de ira y de dolor, no como si se tratase de algo imperdonable, pero definitivamente un asunto del cual ella no se olvidaría en mucho tiempo.
—¿El Maestro?— preguntó con sus recuerdos reordenándose a medias —¿Dónde está el Maestro?— preguntó quizá un poco más preocupado, pero sintiendo una gran curiosidad que requería satisfacer en ese mismo instante, algo que le contaría si es que todo era verdad o no.
—El Maestro está allá afuera…— apuntó a una enorme ventana que había pasado desapercibida todo el tiempo, debido al ángulo en el que se encontraba al estar dormido, en donde se encontraba el Maestro hablando con tranquilidad con el Médico mientras ambos miraban dentro del cuarto, como si discutieran acerca de las novedades, fijándose más claramente en él, se dio cuenta de que llevaba una férula en el brazo, mientras este mismo se sostenía con bandas alrededor de su hombro y cuello –Se cayó por las escaleras cuando recién despertaba en la mañana, al parecer Gakupo la dejó allí— vio como su primo ponía una corta y rápida sonrisa y una risita salía de manera natural –Cuando me di cuenta de que no estabas en tu cuarto, en la madrugada, le hablé apresurada, y por suerte estaba despierto… el fue a buscarte a la casa de Lu, y te encontró en el callejón, todo golpeado, sangrando y con sobredosis— volvió a oscurecer su voz mientras que se mostraba seria –Cuando hablé por teléfono con Lu, el me dijo que lo último que recordaba, eran a unos sujetos entrando a la fuerza a su casa… supuso que te conocían y que ellos te dejaron así— acarició su mejilla con preocupación.
—Eso fue lo último que recordé…— se mostró él de manera similarmente concernida, intentando conversarse lo más posible de que eso era lo que había en su memoria, y no el verdadero recuerdo que comenzó a tener al preciso momento en el que había visto al Maestro.
—Ya no importa lo que pasó… dijeron que pudiste haber muerto— volvió ella a mostrarse concernida –El Maestro dijo que estabas muy lastimado, como si te hubiera pasado un auto encima— volteó a ver rápidamente su pierna, tacando un poco en su muslo, apenas siendo percibido por el peli rosado –Por ahora… no podrás caminar, pero el Médico dijo que en un mes o quizá menos, con terapia y ayuda, podrías regresar a bailar— le anunció animadamente, como si aquello fuera lo mejor que le podría pasar tras aquella traumática experiencia.
Justamente en ese instante, la puerta se abrió, entrando el médico, sosteniendo unos cuantos papeles en un sujetador mientras que seguía hablando tranquilamente con su hermano, quien se quedó afuera del cuarto –Y recuerda, no muevas el brazo, y no hagas tus acrobacias raras— le regañó rápidamente como si eso lo hiciera siempre.
—Pues primero que nada, debería de decirle a Meiko…— Y se volteó al final del pasillo, tomando aire rápidamente —¡Que no se quede tirada como cerdo en medio de las escaleras!— gritó con todas sus fuerzas.
—¡Pues primero dígale a Gakupo que me lleve a mi cuarto si eso es lo que promete!— se escuchó un grito de regreso de la castaña, que parecía igual de molesta por aquella caída, que de pronto tenía bastante historia en esa mañana.
—¡Ca… cállate!— se escuchó al samurái respondiendo con nerviosismo en su voz —¡¿Qué no vez que intento hablar con Luka para que regrese?!— se escuchó su voz bastante verídica.
—¡Cállense todos!— gritó ahora Luki, más molesto que todos los demás, al parecer estando bastante ocupado, tanto que ni siquiera se decidió a continuar gritando el resto de lo que diría, con tal de no molestar más a su hermana, con quien al parecer, él y el pelo morado, platicaban por medio de una video—llamada.
—Da igual… nos veremos después— terminó la discusión el Maestro, caminando al pasillo mismo por el que había gritado, quizá yéndose a descansar. Después de eso, el Médico entró normalmente al cuarto en el que se estaba hospedando el peli rosado.
—Buenas tardes, Yuma, espero que te sientas mejor— comenzó el adulto saludando al joven, quien se mantuvo en silencio con tranquilidad, sin desear discutir mucho con él y lo ocurrido en aquella zona de construcción.
—Se siente mejor, ya pudo hablar y todo, y estoy segura de que pronto podrá caminar también— interlocutó la chica, quien volvía a sonreír para su primo, metiendo las palabras que habían hablado.
—Perfecto— tomó el médico aquel anuncio como una noticia positiva, —Hará falta algo de terapia y relajación para que vuelva a caminar, aunque ahora tenemos que poner en orden la salud de su corazón, no todos sobreviven tan fácilmente a una sobredosis como esa— comenzó a preparar las medicinas que llevaba dentro de su bata, en las bolsas frontales –Por ahora, tú tienes que ir a dormir, y ponerle un par de estas gotas a un vaso de agua antes de eso— le indicó a Mizki mientras que le daba un pequeño frasco con gotero.
—Me estoy acostumbrando a no dormir…— respondió ella con seguridad –Prefiero cuidar a mi primo, acaba de despertar y necesitará bastante ayuda— sonrió mientras que su primo intentaba buscar más en su cara, encontrando el cansancio y el estrés en ella, provocando que se sintiera aún más culpable que antes.
—Ve a dormir… tu primo está más seguro ahora…— se acercó a ella y acarició su hombro de manera paternal –Podrás verlo después de que le aplique sus inyecciones y de que le dé un poco más de suero— le ayudó a levantarse y a que saliera por la puerta.
—Cuídate mucho, toma tus medicinas— le dedicó ella a su primo mientras que los dos se daban una última mirada de confianza, dejando al chico de cabello rosado solo con el paciente. Esperaron unos cuentos segundos a que ella se fuera, mientras el médico se encargaba de juntar las soluciones en la jeringa, y seleccionar las pastillas, el joven se mantenía pensando más y más.
—No voy a poder volver a usar esta pierna… ¿Verdad?— preguntó Yuma con lentitud mientras trataba de mover la pierna y se encontraba con que no respondía más que con un fuerte calambre desde la parte baja del músculo hasta el final de sus dedos. El médico respiró un poco, y luego dejó salir un sombrío suspiro.
—Ha sido todo un desafío mantenerte con vida… creo que sé en lo que pensaba Salta cuando te metió esa heroína, pero temo que de verdad haya pensado en eso— comentó refiriéndose a la decisión de dejar su vida a la suerte –Debo de admitir, que este es uno de los casos en los cuales acudiría a la justicia poética, y finalizaría, diciendo que quizá el hecho de que puedas respirar en libertad es más de lo que mereces…— contestó con toda franqueza, aún acomodando las medicinas en un pequeño baso que estaba en una mesita alejada –Pero por el bien de tu prima, tomaremos el desafío de reparar tu rodilla— lo volteó a ver con una ligera sonrisa.
—¿Tomaremos?— preguntó curioso de ese plural.
—O tomarán… un colega, trabaja en un proyecto de esos de impresiones en tres dimensiones, con usos quirúrgicos, y de materiales especiales, y con gusto podrá ayudarte en lo que pueda— sirvió un poco de agua en otro vaso de cristal mientras que ponía la jeringa sobre la mesa –No daré más detalles, pues… no es mi campo, y tampoco te quiero dar ilusiones— aclaró en lo que se le acercaba y le daba ambos vasos, uno lleno de píldoras y grageas, y el otro lleno de agua.
—Muchas gracias… y es porque sé que lo hacen por Mizki, por lo que le agradezco— admitió con voz suave, pensando más en la manera en la que su prima lo veía más que en cualquier otra cosa –Yo sé que no merecería tener una segunda oportunidad para volver a caminar…— dejó de hablar al meterse las píldoras a la boca y después tomar el agua.
—Bueno, aunque yo esté en desacuerdo, digamos que Salta considera todos esos esfuerzos, como tu medalla por tu primera muerte— agregó muy por fuera de lo que era el tema, intentando no levantar mucho la voz, aunque sabía que no había nadie más en el pasillo de afuera, y que de hecho, el cuarto estaba hecho para que no se escucharan las conversaciones a través de las paredes. El joven Vocaloid ensombreció la mirada y dejó caer su cabeza hacia enfrente al recordar aquello, como si de pronto, todo lo que parecía aún un sueño, se convirtiera en realidad.
—No quería recordar eso… no quería de recordar nada de eso— expresó dolido mientras que se deprimía un tanto más, cubriendo su cara con las manos.
—No hagas tanto drama… ya todo terminó— se le acercó un poco un tocó su hombro —lo que ha pasado, por supuesto, ha sido gran parte de tu culpa, y siempre he pensado en que hay cierta justicia en las acciones de cada uno— aclaró como ya lo había mencionado antes –Tu empezaste la noche con la esperanza de acabar con los gemelos, pero terminaste acabando con la vida de algún yakuza desconocido— se escuchó con una voz un tanto más ligera, como si tratara realmente de consolarlo con esas palabras.
—Se que él me habría asesinado de igual o peor forma… pero no pensé en nada más que simplemente en lo fácil que sería eliminarlo… ni siquiera pensé en que aquello me haría sobrevivir… solamente— se quedó sin palabras al no poder pensar en que más decir son comenzar a exponer demasiada debilidad, algo que sólo demostraba ante su prima –No obstante, pienso que si hubiera acabado con los gemelos, eso si me hubiera destrozado por completo…— confesó sin salir del mismo tono sombrío de antes, pues aquello lo había pensado al estar siendo golpeado en el sótano —Creo que es lo único que tengo que agradecerle a Salta, que al final solamente acabé con la vida de ese sujeto, y no con… una familia— se refirió por primera vez al Maestro por su nombre.
—Lo sé… nunca sabes cómo es que ese desgraciado ayuda— acabó diciendo el Médico después de escuchar la confesión –Extrañamente, creo que es por eso por lo que Thel lo ama, por el hecho de que siempre termina haciendo lo posible por ayudar… incluso con sus métodos más cuestionables y sucios…— dejó de hablar, pues sabía apropiadamente que ahora Yuma sabía a la clase de métodos a la que se refería.
—¿Usted odia a su hermano?— se atrevió a preguntar el peli rosado, comprendiendo a la vez que quizá no era lo mejor el preguntar esa clase de cosas, o meterse en esos temas.
—Salta… es bastante particular, me atrevería a decir que no es de este mundo— no rio ni mostró alguna clase de expresión hilarante en ese momento, pero seguía mostrándose neutral ante su hermano –Recuerdo que la primera vez que volví a encontrarme con él, uno de sus amigos me dijo, que para él, Salta era la clase de sujetos a quienes ni el cielo ni el infierno querría— ahora si mostró una ligera sonrisa, pero manteniéndose crédulo por esas palabras, tomando ahora él un vaso de la mesa y comenzando a servir un poco de agua.
—No esperaba a que él fuera la clase de personas quienes… mata, no el primer día que lo conocí, que se veía solamente como alguien sucio y tacaño— confesó Yuma prensando en la primera vez que se acordaba de su primera visita a la casa –Pero él se va a tal extremo que lo hace parecer que de alguna forma… hace lo correcto, aunque acabara en un tiroteo con mafiosos— se sintió un poco ridiculizado por admitir este pensamiento, pero tenía que decirlo frente a la única otra persona con la que podría.
—Salta… es como un militar, o mejor dicho se absorbió todo por el pensamiento idealista que inculcan a un milita— mostró un poco de concordancia el Médico –Es igual que el ejército para una población común, uno se debe de mantener alejado de ellos, dejar que hagan lo que tengan que hacer, y sobre todo, pedir que hagan lo correcto— se mostró sincero con aquello, pensando correctamente en aquella metáfora –Mata, es cierto, pero parte de ese pensamiento, dice que no hay crimen tal como matar, sino que el crimen surte con el "quien"— dijo con voz clara, para que no se dejara de comprender.
—¿Usted ha matado?— preguntó de improvisto, viendo que no se conmocionaba con aquellas idea, pero las trataba con facilidad.
—Es difícil, decir de manera clara, que he matado a alguien— comenzó diciendo con voz más lenta –Mi registro médico está limpio de pacientes perdidos por negligencia, y más limpio aún, de accidentes en alguna clase de operación— se enorgulleció un poco, pero al parecer no era ese su gran orgullo –Legalmente, jamás he quitado una vida, legalmente… pero— y se detuvo de hablar unos instantes, dejando que el peli rosado quedara deseoso de conocer un poco más.
—Pero…— pidió el joven que continuara, ahora con los ojos bien abiertos.
—Durante la época comunista, cuando el aborto fue legalizado, la gente necesitaba a alguien que les quitara ese peso de encima— mostró ahora una verdadera risa con aquel juego de palabras –Y cientos de personas llegaban en una sola semana, debido a que lo hacíamos casi gratis, y a mí me tocaba casi siempre ser el que atendía a las pacientes, incluso en mis tiempos de practicantes— bajó su mirada, como intentando reunir números y recordar hechos –En mi haber, tengo al menos ocho mil abortos efectuados— se mostro ahora con una mirada verdaderamente presuntuosa.
—Pero… el aborto no es asesinato… al menos no antes del tercer trimestre— intentó intervenir Yuma, sintiéndose incómodo de la manera en la que ese tema era tratado tan de pronto, aun que él mismo había bromeado y defendido esa misma opinión.
—Lo sé, eso es lo que dijeron todos, y creo que es bastante justo decir que la vida la representa una onda cerebral regular— se puso a objetarse a sí mismo un poco –Pero desde la facultad, se nos enseñó lo difícil que era que ocurriera una concepción, y lo fácil que era que se perdiera… incluso al nacer, un ser humano es tan delicado, que parece curioso poder acabarlo todo antes de que empiece— comenzó a entrar más en detalle con sus propias ideas –Para mí, bueno… de manera completamente persona, el aborto siempre me ha parecido una manera muy fácil de acabar con la vida, que pasa por debajo de los estándares criminales, como suministrar medicinas alteradas a un paciente, o como cuando las cosas se complican intencionalmente en el quirófano, aunque como ya lo dije, eso último jamás me ha ocurrido— volvió a reír, ahora de una forma verdaderamente sádica, como podría haber descubierto Yuma –Míralo de la forma en la que quieras, pero Salta, el podrá decir lo que quiera acerca de sus hazañas, pero cobrar ocho mil vidas seguras, más aún, de seres humanos cuyas conciencias podrían bien haber estado limpias todas sus vidas… eso jamás lo podría haber hecho él… antes, moriría— terminó de decir con la misma risa, como si se burlara de su pobre hermano mayor, por ser inocente.
Yuma permaneció en silencio, intrigado por aquella risa. Ocho mil personas… eso le parecían bastante ahora, y no dudaba un solo instante en que lo que decía el médico, le parecía lo más fehaciente que hubiera escuchado hasta ese día. Se había escuchado más que frio, se había escuchado definitivamente con un tono sádico, pero eso le generó otra duda. —Pero ha defendido bastante la vida del bebé de Len y Rin…— casi gritó aquello, como si le estuviera acusando, aunque rápidamente, imaginó la manera en la que las circunstancias alterarían cada caso.
—Eso es diferente, tengo un interés científico en ese caso— contestó el Médico con facilidad, causando que el peli rosado quedara con la misma expresión de desconcierto previo a su sentencia –Digamos que… en un nacimiento incestuoso, en donde podría fácilmente provocarse una enfermedad o una alteración en el feto… sería un gran logro terminar provocando que este dicho feto se desarrollara con toda normalidad, y aunque no lo creas, más de un científico, no solo en la antigua unión soviético, incluso aquí, se obsesiona con esta clase de cosas, y yo no soy la excepción— se detuvo y miró el vaso que llevaba en la mano con poco interés –No puedo decir mucho… no puedo decir mucho…— ahora Yuma se dio cuenta de que miraba al reflejo al fondo, y visualizaba la cámara de seguridad sobre ellos –Pero digamos que… buscamos la forma de crear humanos un poco más perfectos, y centramos nuestra mirada en el incesto por razones que otros grandes científicos que experimentaron antes que nosotros, tuvieron tras haber experimentado de forma en la que ahora no se permite— confesó hablando lo más rápido que pudo.
—Pero… ¿Y el bebé de los Kagamine?— preguntó por primera vez con preocupación, como si fuera ahora su asunto, pues extrañamente, darse cuenta de que el simple destino le había salvado, era ahora de su concierne.
—Ellos tuvieron suerte, bastante, son la novena pareja de hermanos que atiendo de la misma manera, y considerando que la octava, una pareja filipina, tuvo un aborto violento para este mismo periodo de embarazo— confesó para la mala suerte de ahora un nervioso Yuma –Aunque si he de confesar…— y ahora bajó la voz mucho más que antes –Si no hubiera tenido esa intención de experimentar un poco, hubiera sugerido y casi inducido con palabras, el aborto de ese bebé— luego de eso se alejó, viendo como al expresión de Yuma seguía en donde mismo –Para que arriesgar a una diva como Rin con un feto disfuncional…— después de esa frase, se sentó en la silla.
—Si… es una mala suerte— dijo en voz igualmente baja Yuma, sintiendo que era lo correcto, de nuevo, no mostrar debilidad alguna ante esa clase de sujeto, pese a que ahora, aunque fuera por culpa de la anestesia y del dolor, su punto de vista del bebé incestuoso hubiera cambiado aunque fuera un poco.
—En fin… como dije, nunca he matado a nadie, pero he acabado con miles de vidas probables…— se sentó en la silla en la que había estado Mizki y tomó el agua del vaso —¿Eso es algo?—
Fin del capítulo 24.
