Nota: título de The Great War, de Taylor Swift. Este universo pertenece a la maravillosa Suzanne Collins y no me beneficio de ello.
Capítulo uno
Las tres figuras se movían con un sigilo propio de fantasmas, aunque estuvieran a plena luz del día. Katniss se afanaba en preparar a su hermana mientras veía por el rabillo del ojo, en el espejo, cómo Prim jugaba con los botones de la camisa con nerviosismo. Al otro lado de su humilde casa, el bastón de su padre resonó, rompiendo el silencio. La tensión se palpaba en el ambiente, por mucho que Katniss quisiera evitar mostrarlo. Cuando terminó, le ajustó la camisa por dentro de la falda a Prim y le estrujó los hombros para darle ánimos, dedicándole una sonrisa que ocultaba su temor. Era la primera vez que el nombre de Prim entraría entre los posibles tributos para los Juegos del Hambre, mientras que Katniss cada vez estaba más cerca de escaparse, tan cerca como el roce de unos dedos en busca de la mano que la alzase.
—Mis chicas —escuchó de pronto, desde la puerta—. Estáis preciosas.
Prim le sonrió de vuelta a su padre, pero Katniss reconoció el mismo miedo tras su voz y la manera en la que se aferraba al bastón, con ansiedad. Ya estaban preparadas para salir a la Cosecha, con sus mejores ropas: Prim con un conjunto que había sido de Katniss y ella con un viejo vestido de su madre que aún conservaba una sorprendente suavidad para los años que habían pasado desde que faltaba. Como su hermana se había adelantado para salir de la casa, ella aprovechó para tenderle el brazo a su padre y ayudarle a bajar los escasos peldaños de la entrada, aunque no lo necesitara de verdad.
—No va a pasarle nada —murmuró, como si así pudiera convencerse también a sí misma.
Un año. Solo un año más y Katniss podría olvidarse de las noches en vela los días anteriores a la Cosecha, de los días de hambre y las teselas que la hacían un objetivo mayor. Aun así, la pesadilla de Prim acababa de comenzar, lo que le haría seguir siendo la suya también después de cumplir los dieciocho.
—Claro que no —coincidió su padre.
Katniss le dedicó una mirada ladeada, antes de aproximarse a su hermana. Su voz no lo demostraba, ni tampoco sus acciones, pero su padre parecía cansado. Igual que los años habían hecho crecer a Prim, estos también habían pasado por su padre, por doloroso que resultara, y más tras el accidente en las minas. La cicatriz que tenía en la mejilla estaba hundida y un tono grisáceo empezaba a salpicarle el cabello, del mismo tono que su mirada. Katniss tenía sus ojos, su piel del color de la oliva, al contrario que su hermana, que había heredado el aspecto angelical de su madre. Recordaba lo diferente que había sido ella comparada con los habitantes de la Veta. Tenía que haber amado mucho a su padre para dejar atrás la botica familiar y una vida mejor, para formar una familia que por desgracia se había visto destrozada antes de tiempo. Katniss observó el dorado en el cabello trenzado de su hermana. Ojalá esa tarde pasara rápido. Ojalá pudiera conservar su inocencia un año más y no ser como otra niña desnutrida más de la Veta, donde todos estaban tan marcados por la pobreza que parecían más mayores, más derrotados, fueran niños o adultos.
A su alrededor, otras familias recorrían el mismo camino. Tenían que atravesar todo el poblado para llegar a la plaza. Katniss prefería ver la luz filtrarse entre los árboles, los pájaros cantando, darse un chapuzón en el lago cuando podía ir a la pradera y no era para cazar. El cemento la asfixiaba y le hubieran gustado los edificios si quedara algún vestigio del Panem desconocido, del de antes de los crueles Juegos que les obligaban a sacrificar a decenas de niños inocentes cada año. Ya casi nadie recordaba cómo era el mundo antes de la desesperación de unos muchos para el disfrute de unos pocos.
—Luego lo celebraremos con una buena cena —comentó, en susurros con Prim, mientras le estrechaba la mano—. Tenemos tu queso de cabra. Gale y yo hemos cambiado los peces de hoy por pan de verdad y no le he vendido todas las fresas a Madge.
—¿Tendremos postre? —preguntó Prim, con los ojos abriéndosele de la emoción.
Katniss sintió cómo su padre les sonreía con levedad. Aunque la caza fuese ilegal, los agentes de la paz estaban entre sus clientes, igual que el alcalde, pues la mayoría de los productos escaseaban. En días como aquel, hacían aún más la vista gorda.
Su padre las rodeó con los brazos de repente y en voz baja añadió:
—Y luego podemos salir a ver las estrellas.
No irían más allá de la alambrada, porque a Prim le asustaba, pero los alrededores de su casa bastarían.
—Gracias, papá —dijo Prim, depositándole un rápido beso en la mejilla.
Ya en la plaza, los saludos eran escasos más allá de algunos ligeros movimientos de cabeza. El mundo temblaba con anticipación, igual que los presentes. Cuando se llenó por completo y el acto comenzó, Katniss no tuvo más remedio que centrarse en el escenario que habían montado delante del Edificio de Justicia. En él se encontraban el alcalde Undersee, el padre de Madge, y los dos únicos vencedores en toda la historia del Distrito 12: Haymitch Abernathy y Michael Elwood. Este último, a pesar de ser poco mayor que Haymitch, estaba demacrado y paliducho. De poco le había servido convertirse en vencedor si el cáncer seguía devorándolo poco a poco. A su lado, Haymitch se sentó con un tambaleo. Todo el mundo sabía que se emborrachaba día sí y día también, así que no era ninguna sorpresa.
—¡Felices Juegos del Hambre, y que la suerte esté siempre, siempre de vuestra parte!
La voz de Effie Trinket le hizo apretar la boca con desagrado. Todo era estridente en ella: su voz, su pelo, el color chillón de su traje. Tenía tal contraste con el resto de los presentes que hasta resultaba ridícula.
—Las damas primero.
Katniss aspiró aire y apretó los dientes mientras aquella mujer sacaba el nombre elegido con teatralidad, alisando después el papel.
—Primrose Everdeen —leyó, con una sonrisa.
El nombre flotó en el aire hasta golpear a Katniss con una fuerza invisible que la dejó sin respiración. No notó a Prim moverse, ni a su padre intentar reprimir un chillido en vano. Fue como si la hubieran despertado de un trance, o la hubieran pellizcado de repente para sacarla de un mal sueño a otro peor. Era el escenario más devastador. Era imposible. Prim solo tenía una posibilidad y se había cumplido.
La mente le iba a la misma velocidad que el ritmo acelerado de su corazón. Sin embargo, al ser consciente del devastador silencio que la apresaba, la expresión descolocada de su hermana cuando se atrevió a bajar la mirada...entonces no tuvo nada que pensar. No podía dejarla. No iba a dejarla. Una nausea le creció en la garganta, pero tragó saliva. Ella moriría si hacía falta, moriría por ella, pero no Prim. Como una autómata, sus labios se abrieron y pronunciaron unas palabras desconocidas durante décadas en aquel distrito, palabras que ni había meditado en los pocos segundos que habían pasado:
—¡Soy voluntaria! —Los agentes de la Paz estaban a punto de coger a Prim por los brazos para obligarla a moverse y Katniss gritó con más fuerza—: ¡Me presento voluntaria como tributo!
—¡No, Katniss!
Ella apenas miró atrás, aunque vio a su padre apretar a su hermana con fuerza para que se estuviera quieta. Prim le intentó agarrar varias veces sin éxito para que no la dejara, gracias a Gale y a su padre. Sus chillidos eran tan desgarradores que la piel de Katniss se le erizó hasta en la nuca. Mientras que caminaba impulsada sin saber por qué tipo de fuerza hacia el escenario, el ambiente se volvió de pronto insoportable. Al subir las escaleras creyó detectar un atisbo de desolación en los ojos del alcalde, en los de Elwood. Effie Trinket fue la única en sonreír al presentar a Katniss, explicando con alegría que debía de tratarse de la hermana de la pequeña Prim. No hubo aplausos, como sucedía cuando otros tributos se presentaban como voluntarios en los otros distritos. En su lugar, la mayoría de los habitantes del 12 se llevaron los tres dedos centrales a los labios y después le señalaron al alzarlos. Katniss volvió a erizarse. Era un gesto antiguo, una manera de dar las gracias, mostrar admiración o despedirse de un ser querido. La mayoría podía conocerla por su padre, o por sus constantes trapicheos, pero no creía que le tuvieran un aprecio en especial. El gesto le apretó la garganta con tanta fuerza que temió echarse a llorar allí mismo, pero, de repente, Haymitch Abernathy decidió que era el momento para dar la nota.
Sin comerlo ni beberlo le pasó el brazo por los hombros y comenzó a gritar, sin necesidad de un micrófono:
—¡Sí, señor! ¡Eso es valentía! —Katniss intentó alejarse ligeramente de él, pero solo consiguió oler aún más su asqueroso aliento a alcohol, y del fuerte—. ¡Más que vosotros!
Al final, trastabilló por el escenario hasta señalar directamente a la cámara. Katniss no estaba segura de si estaba hablándole a la gente del 12, directamente al Capitolio o a quienes los vieran. Entonces, dio un mal paso y acabó rondando por el suelo, de forma estrepitosa. Con el susto, algunos murmullos se extendieron, pero solo Michael Elwood se apresuró a socorrerlo antes de que los agentes de la paz reaccionaran. Katniss apenas pudo parpadear: la situación era tan surrealista que su mente se negaba a registrarlo. Effie Trinket continuó con la elección del tributo masculino, alguien llamado Alder, un chico regordete poco más mayor que Prim, que Katniss agradeció no conocer personalmente. No quería mirarle a los ojos, solo evitarlo, aunque les obligaron a estrecharse las manos en cuanto terminaron de presentarlo. Las tenía frías y temblorosas, casi encogidas del miedo. Por su parte, Katniss no podía dejar de sentir un sudor frío recorrerle cada parte del cuerpo y, al mirarle por un momento, reconoció el mismo temor en sus ojos azules. ¿Qué había hecho? Salvar a su hermana. Tenía que continuar para salvarla, incluso si eso significaba quitarle la vida a un chico como aquel. O a él en particular.
Los siguientes minutos se pasaron en una nube de incomprensión, negación, encerrada en el Palacio de Justicia, hasta que las puertas se abrieron dejando entrever a su padre y a Prim. Fue ella quien se abalanzó primero sobre Katniss, entre lágrimas que intentaba reprimir.
—Estarás bien —murmuró, aún agarrada a su cuello—. Sabes cazar, correr y nadar. Puedes ganar.
En el fondo, Katniss sabía que no podía ser posible. Puede que fuese capaz de sobrevivir en el 12 pero en los Juegos habría otros voluntarios, chicos y chicas entrenados por antiguos vencedores, aguardando su momento de gloria. Ellos no lo hacían por su familia, sino por alcanzar la fama o el honor. Pero, ¿qué honor podía otorgar matar a una persona? Para no inquietarla más, Katniss se inclinó hacia Prim y la abrazó con fuerza, aspirando el olor de su pelo. Si este era el último recuerdo que tenía de ella prefería que no estuviese cargado de dolor.
—Igual sí —susurró, porque no quería hacerle ver que ya se había rendido. Ya tenía lo que quería. Prim viviría, aunque ella no estuviera allí para verlo.
—Tienes que intentarlo —insistió, después de un beso en la mejilla que casi hizo a Katniss replantearse si sería capaz de dejarla.
Antes de que un agente de la paz llegara para decirle que se acababa el tiempo de la despedida, su padre le agarró con una desesperación que no había imaginado de él.
—Vas a volver a casa—. La convicción en su voz le hizo difícil aguantarle la mirada, pero aun así lo logró. Era muy posible que fuese la última vez que se miraban, que hablaban—. Estoy orgulloso de ti, Katniss. Sé que puedes hacerlo.
¿Que podía hacer qué? ¿Sobrevivir? ¿Convertirse en una asesina? No era momento para reproches, así que Katniss juntó todas sus fuerzas antes de abrazarles una vez más.
—Te quiero. Os quiero.
Notó la mano de su padre que negaba a separarse, los ojos de Prim llenos de esperanza. Cuando los agentes aparecieron, Katniss trató de alargar una última mirada con sus ojos nublados al verlos marcharse. Para su sorpresa, después le permitieron despedirse de Gale y Madge, seguro que por la influencia del padre de esta. El primero le insistió como su padre en la caza, sus habilidades, en intentar esforzarse por volver. Madge le entregó su insignia favorita, un sinsajo de oro que llevaba en la ceremonia, la única cosa que le dejarían tener del 12 cuando estuviera en el estadio. Era demasiado valioso para desperdiciarse en alguien como ella, sobre todo si iba a morir. Sin embargo, era lo único que necesitaba. Le dio una vuelta entre sus manos, observando el pájaro con detalle. De pronto, pensó que le recordaría al bosque, a una amiga, la única que tenía aparte de Gale. Y, por encima de todo, a su padre, a lo que le había enseñado y a las canciones que les habían tarareado tantas veces a los sinsajos para que las dispersaran por el aire.
Ese día ella también volaría lejos, pero nadie podría arrebatarle el cariño y la fuerza que portaría en el pecho.
Hace un tiempo empecé a plantearme qué hubiese pasado si el padre de Katniss hubiera vivido, así que este es su resultado. Esta historia también nace de mi amor por los ships más inesperados (es decir Katniss y Finnick). Me encanta Everlark y adoro a Finnick y Annie, así como la amistad entre Katniss y Finnick, pero los dos como pareja es una posibilidad que me gusta explorar. Un fic suyo fue lo primero que escribí, así que...vuelvo a los inicios. Este fandom necesita más fics recientes :)
Si me estás leyendo en las últimas horas del 2022 o el comienzo del 2023, te deseo un muy feliz año. ¡Gracias por leerme! Julia.
