Crepúsculo no me pertenece.
Soy una vampiresa ¿y tú...? (Bella x Alice x Leah)
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15: El Partido
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(Isabella)
Volví a casa, sana y salva. Estaba relajándome, cuando sonó el teléfono y su rostro apareció en mi mente, así eché a correr escaleras abajo para responder. Sólo había dos voces que quería oír; cualquier otra me molestaría. Pero imaginé que, si cualquiera de ellas hubiera querido hablar conmigo, probablemente sólo habrían tenido que materializarse en mi habitación.
— ¿Diga? —pregunté sin aliento.
— ¿Bella? Soy yo —dijo Jessica.
—Ah, hola, Jess —luché durante unos momentos para descender de nuevo a la realidad. Me parecía que habían pasado meses en vez de días desde la última vez que hablé con ella—. ¿Qué tal te fue en el baile?
— ¡Me lo pasé genial! —parloteó Jessica, que, sin necesidad de más invitación, se embarcó en una descripción pormenorizada de la noche pasada. Murmuré unos cuantos «humm» y «ah» en los momentos adecuados, pero me costaba concentrarme. Jessica, Mike, el baile y el instituto se me antojaban extrañamente irrelevantes en esos momentos. Mis ojos volvían una y otra vez hacia la ventana, intentando juzgar el grado de luz real a través de las nubes espesas. — ¿Has oído lo que te he dicho, Bella? —me preguntó Jess, irritada.
—Lo siento, ¿qué?
— ¡Te he dicho que Mike me besó! ¿Te lo puedes creer?
—Oh Jess, eso es estupendo. Creo que eso era, lo que más has estado esperando, por un largo tiempo, ¿verdad?
— ¿Y qué hiciste tú ayer? —me desafió Jessica, todavía molesta por mi falta de atención. O quizás estaba enfadada porque no le había preguntado por los detalles.
—Tuve... Fui al cine con Alice Cullen, aunque... —una risilla, escapó de mis labios —no vimos la película, nos estuvimos manoseando...
— ¡P-PARA! —Me gritó desde el otro lado y yo lancé una carcajada. Casi podía adivinar su sonrojo, pena e incredulidad.
—Y tres horas antes, estuve haciéndole el amor a Clearwater.
— ¡PARA! —Repitió, incluso más alto.
La puerta principal se cerró de un portazo y escuché a Charlie avanzar dando tropezones cerca de las escaleras, mientras guardaba el aparejo de pesca. — ¡Hola, cielo!, ¿estás ahí? —me saludó Charlie al entrar en la cocina. Le devolví el saludo por señas.
Jess oyó su voz. —Ah, vaya, ha llegado tu padre. No importa, hablamos mañana. Nos vemos en Trigonometría, pervertida.
—Hola, papá —dije mientras él se lavaba las manos en el fregadero—. ¿Qué tal te ha ido la pesca?
—Bien, he metido el pescado en el congelador.
—Voy a sacar un poco antes de que se congele. Billy trajo pescado frito del de Harry Clearwater esta tarde —hice un esfuerzo por sonar alegre. Solo entonces, me pregunté cómo me dio tiempo, para hacer todo lo que hice, en un solo día.
—Ah, ¿eso hizo? —los ojos de Charlie se iluminaron—. Es mi favorito. —Se lavó mientras yo preparaba la cena. No tardamos mucho en sentarnos a la mesa y cenar en silencio. Charlie disfrutaba de su comida, y entretanto yo me preguntaba desesperadamente cómo cumplir mi misión, esforzándome por hallar la manera de abordar el tema. — ¿Qué has hecho hoy? —me preguntó, sacándome bruscamente de mi ensoñación.
—Tuve una especie de... cita al mediodía con Alice Cullen. Estuvimos viendo una película y luego vine aquí y he pasado el día, finalizando las tareas, que tenía pendientes.
—Vaya. Me sorprendes un poco cariño, —al comienzo, pareció un poco apenado, pero luego, pareció aceptaron. Creo que el pensamiento de que no era heterosexual y que, tarde o temprano, yo perdería la virginidad, por un chico, le dio paz mental. — ¿Es ella, la culpable de tu cambio de vestuario? Me gusta más.
—Gracias. —me sentí alagada —Su hermana y yo, planeamos ir de compras y llevar a Jess y a algunas de las otras chicas, de compras, pero todavía no sabemos cuándo.
—Tienes amistades, estás saliendo más. Me gusta mucho, cariño. Tu madre y yo... —se llevó una cucharada a la boca —no estábamos tan desconectados, como podrías creer, incluso con el divorcio. Le preocupaba, que no tuvieras amistades. Me gustaría, que, en algún momento, te tomaras una foto y se la mandaras. Ya sabes: Una foto de amigas... sin vasos de alcohol en la mesa, por favor.
— ¿Cuándo vendrá a recogerte?
—Llegará dentro de unos minutos.
— ¿A dónde te va a llevar?
—Vamos a jugar al béisbol con su familia. —me sorprendí de mi misma, por mi tono bajo y calmado, sin estar a la defensiva, ante su tono bastante más enfadado y de ataque —Les gusta y me van a enseñar a jugarlo.
—Pues sí que tiene que gustarte esa chica. —comentó mientras me miraba con gesto de asombro —Deja los platos, ya los lavaré yo luego. Me tienes demasiado mimado. —Escuché el rugido de un motor, Sonó el timbre y Charlie se dirigió a abrir la puerta; le seguí a un paso. No me había dado cuenta de que fuera caían chuzos de punta. Alice estaba de pie, aureolado por la luz del porche, con el mismo aspecto de un modelo en un anuncio de impermeables. —Bienvenida Alice. Tengo entendido que vas a llevar a mi niña a ver un partido de béisbol. El que llueva a cántaros y esto no sea ningún impedimento para hacer deporte al aire libre sólo ocurre aquí, en Washington.
—Sí, señor, ésa es la idea —no pareció sorprendido de que le hubiera contado a mi padre la verdad. Aunque también podría haber estado escuchando, claro.
—Bueno, eso es llevarla a tu terreno, supongo ¿no?
Charlie rió y Alice se unió a él.
—Estupendo —me levanté—. Ya basta de bromitas a mi costa. Vámonos. —Volví al recibidor y me puse la cazadora. Ellos me siguieron.
—No vuelvas demasiado tarde, Bella.
—No se preocupe Charlie, la traeré temprano —prometió Alice sonriente.
—Cuidarás de mi niña, ¿verdad? —Refunfuñé, pero me ignoraron.
—Le prometo que estará a salvo conmigo, señor. —Charlie no pudo cuestionar la sinceridad de Alice, ya que cada palabra quedaba impregnada de ella.
Salí enfadada. Ambos rieron y Alice me siguió.
Me paré en seco en el porche. Allí, detrás de mi coche, había un Jeep gigantesco. Las llantas me llegaban por encima de la cintura, protectores metálicos recubrían las luces traseras y delanteras, además de llevar cuatro enormes faros antiniebla sujetos al guardabarros. El techo era de color rojo brillante.
Charlie dejó escapar un silbido por lo bajo. —Pónganse los cinturones —advirtió.
Alice me siguió hasta la puerta del copiloto y la abrió. Calculé la distancia hasta el asiento y me preparé para saltar. Edward suspiró y me alzó con una sola mano. Esperaba que Charlie no se hubiera dado cuenta. Mientras regresaba al lado del conductor, a un paso normal, humano, intenté ponerme el cinturón, pero había demasiadas hebillas. — ¿Qué es todo esto? —le pregunté cuando abrió la puerta.
—Un arnés para conducir campo a traviesa.
—Oh, oh.
Intenté encontrar los sitios donde se tenían que enganchar todas aquellas hebillas, pero iba demasiado despacio. Alice volvió a suspirar y se puso a ayudarme. Me alegraba que la lluvia fuera tan espesa como para que Charlie no pudiera ver nada con claridad desde el porche. Eso quería decir que no estaba dándose cuenta de cómo las manos de Alice se deslizaban por mi cuello, acariciando mi nuca.
—Esto es... humm... ¡Vaya Jeep que tienes!
—Es de Emmett. Supuse que no te apetecería correr todo el camino.
— ¿Dónde guardáis este tanque?
—Hemos remodelado uno de los edificios exteriores para convertirlo en garaje.
— ¿No te vas a poner el cinturón? —Me lanzó una mirada incrédula. Entonces caí en la cuenta del significado de sus palabras.
— ¿Correr todo el camino? O sea, ¿que una parte sí la vamos a hacer corriendo? —Mi voz se elevó varias octavas y él sonrió ampliamente. —Me voy a marear.
—Si cierras los ojos, mientras que yo te cargo, seguro que estarás bien. —Me mordí el labio, intentando luchar contra el pánico. Se inclinó para besarme la coronilla y entonces gimió. Le miré sorprendida. —Hueles deliciosamente a lluvia —comentó.
—Y tú, hueles a menta y a canela —le comenté, consiguiendo un sonrojo de su parte.
Entre la penumbra y el diluvio, no sé cómo encontró el camino, pero de algún modo llegamos a una carretera secundaria, con más aspecto de un camino forestal que de carretera. La conversación resultó imposible durante un buen rato, dado que yo iba rebotando arriba y abajo en el asiento como un martillo pilón. Sin embargo, Alice parecía disfrutar del paseo, ya que no dejó de sonreír en ningún momento. Y entonces fue cuando llegamos al final de la carretera; los árboles formaban grandes muros verdes en tres de los cuatro costados del Jeep. La lluvia se había convertido en llovizna poco a poco y el cielo brillante asomaba entre las nubes. —Lo siento, Isa, pero desde aquí tenemos que ir a pie.
Parecía increíble que aquello sólo hubiera sucedido ayer. Se acercó tan rápidamente a mi lado del coche que apenas pude apreciar una imagen borrosa. Empezó a desatarme el arnés. —Esto será un martirio —gruñí por lo bajo, pero me bajé del jeep y la seguí.
Antes de que pudiera reaccionar, me sacó del Jeep y me puso de pie en el suelo. Había ahora apenas un poco de niebla; parecía que Alice iba a tener razón.
Apoyó las manos sobre el Jeep, una a cada lado de mi cabeza, y se inclinó, obligándome a permanecer aplastada contra la puerta. Se inclinó más aún, con el rostro a escasos centímetros del mío, sin espacio para escaparme. Agarré su rostro entre mis manos y la besé suavemente.
—Ahora, dime —respiró y fue entonces cuando su efluvio desorganizó todos mis procesos mentales—, ¿qué es exactamente lo que te preocupa?
Me encogí de hombros. —Resbalar y caerme, golpearme, tropezar, etc., etc., etc.
Reprimió una sonrisa. Luego, inclinó la cabeza y rozó suavemente con sus fríos labios el hueco en la base de mi garganta. — ¿Sigues preocupada? —murmuró contra mi piel. Le agarré ese apetecible traserito de hada, haciéndola saltar.
—Prefiero ir volando a ras de suelo —le comenté, antes de besarla con fuerza, hasta que, a ambas, nos dolieron los labios.
Se tambaleó hacia atrás, deshaciendo mi abrazo sin esfuerzo.
— ¡Maldita sea, Isabella! —se desasió jadeando—. ¡Eres mi perdición, te juro que lo eres! Eres demasiado... Eres como la luz que atrae a la mosca, hacía la trampa ¡Y yo soy la mosca! —Me arrojó sobre su espalda como hizo la otra vez y vi el tremendo esfuerzo que hacía para comportarse dulcemente. Enrosqué mis piernas en su cintura y busqué seguridad al sujetarme a su cuello con un abrazo casi estrangulador. Sentía la sensación del vuelo a lo largo de mi cuerpo, pero el movimiento era tan suave que igual hubiéramos podido estar dando un paseo por la acera. —Ya pasó, Isabella. —Me atreví a abrir los ojos y era cierto, ya nos habíamos detenido. Medio entumecida, deshice la presa estranguladora sobre su cuerpo y me deslicé al suelo, cayéndome de espaldas.
— ¡Ay! —grité enfadada cuando me golpeé contra el suelo mojado.
—Lo siento. Creo que... mi movimiento, te ha mareado. Ven, vamos al partido —no me agarró la mano y yo no se la tendí, solo la seguí. Me llevó unos cuantos metros más adelante, a través de altos helechos mojados y musgos que cubrían un enorme abeto, y de pronto nos encontramos allí, al borde de un inmenso campo abierto en la ladera de los montes Olympic. Tenía dos veces el tamaño de un estadio de béisbol.
Allí vi a todos los demás; Esme, Emmett y Rosalie, sentados en una lisa roca salediza, eran los que se hallaban más cerca de nosotros, a unos cien metros.
Aún más lejos, a unos cuatrocientos metros, se veía a Jasper y Edward, que parecían lanzarse algo el uno al otro, aunque no vi la bola en ningún momento. Parecía que Carlisle estuviera marcando las bases, pero ¿realmente podía estar poniéndolas tan separadas unas de otras?
Los tres que se encontraban sobre la roca se levantaron cuando estuvimos a la vista. Esme se acercó hacia nosotros y Emmett la siguió después de echar una larga ojeada a la espalda de Rosalie, que se había levantado con gracia y avanzaba a grandes pasos hacia el campo sin mirar en nuestra dirección.
Edward había abandonado su posición y corría, o más bien se podría decir que danzaba, hacia nosotros. Avanzó a toda velocidad para detenerse con gran desenvoltura a nuestro lado. —Es la hora —anunció.
Olí el aire y algo definitivamente, estaba apestando.
Había algo más en el bosque, pero Alice no me escuchó e insistió en que solo veía nuestro juego y que no quería ver demasiado, para no hacer trampas.
El hondo estruendo de un trueno sacudió el bosque de en frente apenas hubo terminado de hablar. A continuación, retumbó hacia el oeste, en dirección a la ciudad.
—Raro, ¿a que sí? —dijo Emmett con un guiño, como si nos conociéramos de toda la vida.
—En definitiva, lo es.
Jasper llegó hasta nosotros, con la barbilla llena de sangre y se relamió los labios, se puso a lamerse los labios. —Tranquila, Isa. Ya... comí... un... bueno... un venado, pero vi un conejo delicioso y bueno... —se encogió de hombros. Le enseñé una sonrisa, ante su particular forma de decirme "No voy a intentar beberte de postre" —la primera vez, creí que estaban todos locos.
— ¡Oye! —gruñeron los ofendidos Edward y Emmett.
—La idea de... bueno: Jugar al baseball con una tormenta, era lo más raro, que yo había escuchado en mi vida. —decía Jasper, con ojos brillantes, ante el recuerdo —Pero será muy divertido y dado que puedes correr, casi tan rápido como un vampiro, sé que lo vas a disfrutar también.
— ¿Te apetece jugar una bola? —me preguntó Edward con los ojos brillantes, deseoso de participar.
Yo intenté sonar apropiadamente entusiasta.
— ¡Ve con los demás!
Rió por lo bajo, y después de revolverme el pelo, dio un gran salto para reunirse con los otros dos. Su forma de correr era más agresiva, más parecida a la de un guepardo que a la de una gacela, por lo que pronto les dio alcance. Su exhibición de gracia y poder me cortó el aliento.
— ¿Bajamos? —inquirió Esme con voz suave y melodiosa. — ¡Wow! —mi instinto de Licántropo tomó el control, me transformó y descendí en forma de loba, antes de retornar a mi forma humana, me giré para mirarla y eché la cabeza hacía atrás, cuando se paró a mi lado, al usar su velocidad.
— ¿No vas a jugar con ellos? —le pregunté con timidez.
—No, prefiero arbitrar; alguien debe evitar que hagan trampas y a mí me gusta —me explicó.
—Entonces, ¿les gusta hacer trampas?
—Oh, ya lo creo que sí, ¡tendrías que oír sus explicaciones! Bueno, espero que no sea así, de lo contrario pensarías que se han criado en una manada de lobos.
—Te pareces a mi madre —reí, sorprendida, y ella se unió a mis risas.
—Bueno, me gusta pensar en ellos como si fueran hijos míos, en más de un sentido. Me cuesta mucho controlar mis instintos maternales. ¿No te contó Alice que había perdido un bebé?
—No —murmuré aturdida, esforzándome por comprender a qué periodo de su vida se estaría refiriendo.
—Sí, mi primer y único hijo murió a los pocos días de haber nacido, mi pobre cosita —suspiró—. Me rompió el corazón y por eso me arrojé por el acantilado, como ya sabrás —añadió con toda naturalidad. Al parecer, ya se habían formado los equipos. Alice tenía la bola en su poder, en lo que debía ser la base de lanzamiento. Carlisle se encontraba entre la primera y la segunda base, y Edward estaba en la parte izquierda del campo, bastante lejos. Emmett hacía girar un bate de aluminio, sólo perceptible por su sonido silbante, ya que era casi imposible seguir su trayectoria en el aire con la vista. Esperaba que se acercara a la base de meta, pero ya estaba allí, a una distancia inconcebible de la base de lanzamiento, adoptando la postura de bateo para cuando me quise dar cuenta. Jasper se situó detrás, a un metro escaso, para atrapar la bola para el otro equipo. Como era de esperar, ninguno llevaba guantes. —De acuerdo —Esme habló con voz clara, y supe que Edward la había oído a pesar de estar muy alejado—, batea.
Alice permanecía erguida, aparentemente inmóvil. Su estilo parecía que estaba más cerca de la astucia, de lo furtivo, que de una técnica de lanzamiento intimidatorio. Sujetó la bola con ambas manos cerca de su cintura; luego, su brazo derecho se movió como el ataque de una cobra y la bola impactó en la mano de Jasper.
El viento se meció hacía el oeste, a todos nos llegaron dos olores.
Seis visitantes.
Tres vampiros y tres... ¿Licántropos?
El juego había terminado, incluso antes de empezar.
