Disclaimer: Los personajes pertenecen a Stephenie Meyer, pero la historia es completamente mía. Está PROHIBIDA su copia, ya sea parcial o total. Di NO al plagio. CONTIENE ESCENAS SEXUALES +18.


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Capítulo 17:

Súplicas

No sabía a dónde meterme.

No, no, no, no.

¿Bella? —volvió a preguntar.

Me resigné con un suspiro.

—Sí —susurré.

Hubo un silencio tan tenso que por poco hiperventilo.

Oh.

Carraspeé.

—Estábamos en una reunión en la fundación… Uh… Lo tomé sin querer, ambos estaban juntos.

Ya —dijo de manera queda.

Me tapé la cara, muy avergonzada.

Lo llamaré más tarde.

—Claro.

Cerré los ojos, queriendo correr a algún lugar. ¡Carajo! ¡Había sonado como una tonta!

—¿Qué ocurre? —preguntó Edward, sacándome un susto.

Me mordí el labio y dejé el iPhone en donde lo encontré bajo la atenta mirada de Edward. Me sentía acorralada como una niña.

—Contesté el teléfono equivocado.

Enarcó una ceja.

Estaba usando solo su ropa interior, mientras se secaba el cabello con una toalla.

—Estaba distraída. —Sacudí la cabeza—. Respondió Rosalie.

Su mirada se intensificó.

Me rasqué la nuca, sin saber qué más decir.

—Vaya —fue lo único que salió de sus labios.

—Lo siento mucho.

Suspiró y se acercó a mí.

—Le dije que estábamos en una reunión en la fundación, que tomé el teléfono equivocado… Dios, qué excusa tan tonta.

—La llamaré —comentó.

Tomó el aparato y se alejó a paso lento, concentrado en él.

—Rose —dijo, manteniendo una voz serena, pero plana—, noté que me llamaste.

Se quedó un buen rato en silencio y luego respondió.

—Estaba en una reunión, he notado que ha ocurrido un… error. ¿Necesitas algo?

Me dio una mirada solapada.

—Perfecto. Puedo ir mañana, ahora quiero ir a mi departamento, darme una ducha y meterme a la cama.

Una vez que cortó, dejó el móvil sobre la misma mesa y me contempló.

—¿Ha quedado conforme con la respuesta? —inquirí.

—Sí, bastante.

Asentí.

—Suele llamarme bastante —me dijo.

—Eres un gran apoyo para ella.

Esta vez fue su turno de asentir.

—Lo sé.

Me tomó la quijada con suavidad y juntó su frente con la mía.

—Espero que no tengas problemas con tu hermana —musité—. Contesté sin quererlo, estaba muy despistada. Lo siento.

—Tarde o temprano tendré que decírselo, al igual que a Alice.

Tragué.

—¿Qué cosa?

Sonrió, muy enternecido.

—Que estoy conquistándola, señorita Swan.

Se rio y me abrazó al ver mi expresión.

—No tienes que disculparte, espero que algún día… no sea algo que deba ocultar.

Cerré mis ojos mientras me acomodaba en su pecho, otra vez sumergida en el delicioso calor que desprendía su cuerpo. No obstante, mi cabeza no dejó de preguntarse cómo sería que ellas lo supieran, el mundo…

Esme.

—En realidad, sabes que esto no es una simple conquista, ¿no?

Lo contemplé.

Se veía extremadamente guapo, no solo físicamente. Emanaba algo que no podía describir.

—No quiero perderte de nuevo.

Mi vientre se retorció de forma placentera.

—Si todo lo que está saliendo de ti, así, de esta forma…

Estaba divagando. Me sentía tan nerviosa; esa mirada esmeralda parecía desnudarme.

—Todo este tiempo me he permitido romper muros contigo, es solo que ahora soy consciente y me gusta poder hacerlo.

Me besó la frente.

—Te pones muy nerviosa conmigo —me susurró al oído.

Su cálido aliento me caló la oreja.

—Tengo suficientes motivos —le aclaré con un hilo de voz.

—¿Eso es malo?

Me reí con suavidad.

—Es increíblemente fascinante —respondí.

Besó mi cuello y me abrazó desde la cintura.

—A mí me causas paz y deseo, y me inspiras.

Tomé su mandíbula y lo besé, subiéndome a su cuello. Me acarició las nalgas y luego las apretó con suavidad; sentía que me adoraba con sus manos.

—Debemos comer —dijo, separándose de mí.

Me sonreía de forma coqueta y divertida.

—Te espero en la sala.

Lo miré mientras se alejaba y me mordí una uña. Estaba desencajada por las emociones y sensaciones que estábamos viviendo.

Lo seguí y de inmediato me sorprendí al ver el sushi muy bien ordenado con dos copas de vino blanco. La luz era tenue y le daba un aspecto precioso a la mesa y los cojines que había frente a la mesa de café.

—Edward, ¿de verdad hiciste todo esto? —pregunté.

—Claro. ¿Piensas que soy un inútil senador? —dijo de forma juguetona.

—Jamás.

Le besé la mejilla y me fui directo a la comida. No sabía que extrañaba tanto el sushi hasta ahora.

—Has dado en el clavo —exclamé.

Me besó los cabellos y se sentó al otro extremo, tomando los palillos.

—Sé que no eres alérgica al salmón —me aseguró.

Enarqué una ceja.

—¿Y cómo lo sabes?

—Comiste salmón cuando hicimos la ceremonia de la fundación. Estuviste bien después de eso.

Sonreí.

—No pienses que soy un psicópata, pero me quedo con los pequeños detalles que he podido observar de ti.

Me ruboricé.

—Jamás pensaría que lo eres. Es solo que no imaginé que me prestabas tanta atención.

—Nunca dejo de hacerlo.

Dios, otra vez ese estremecimiento en mi vientre.

—Me acostumbré a hacerlo, es mi forma de estar atento a los detalles. Espero que eso no te incomode.

«Por favor, Edward, ¿cómo puedes pensar que eso me incomoda»

—Me gusta que prestes atención a mis detalles —confesé.

Continuamos comiendo y finalmente acabamos el vino, el que había resultado mucho más adictivo de lo que pensé.

Nos habíamos terminado la botella y el calor del vino nos ruborizó. Sentía mis mejillas muy calientes y los ojos pesados.

—Te veo más tranquila —me susurró al oído, tomándome de la cintura y pegándome a su cuerpo.

Suspiré.

—Es porque lo estoy; siempre lo logras.

Lo sentí sonreír.

—Es mi propósito.

Me reí.

—Y ayudarte en todo lo que pueda. Ya sabes que puedes confiar en mí. Me he propuesto dar con lo que tanto añoras.

—¿Por qué? —le pregunté.

Me di la vuelta para mirarlo y abrazarlo desde el cuello.

—Porque quiero que seas feliz.

Arqueé las cejas.

—Y lo haré, Bella, porque todo lo que me propongo lo cumplo —me susurró.

Me estremecí y junté mi frente con sus labios. Él la besó, pero se acercó a mi boca, comiéndomela en un rotundo movimiento pasional y lleno de verdades a medio decir.

—Bueno, lo estás logrando —afirmé en voz baja.

—¿Qué?

—Conquistarme.

Sonrió.

Él se recostó en el sofá, y yo con él, acurrucada a su pecho desnudo. Nos separaba la delgada tela de mi bata y mis senos se pegaban a su cuerpo.

—Tengo un abogado perfecto para esto —susurró mientras me corría el cabello del rostro—. Uno de los mejores.

—Edward.

—Y tengo una forma de ver este caso con el oficial.

Levanté las cejas.

—Sí, hay una investigación en curso, pero ha sido en vano, nadie escucha…

—¿De verdad puedes llegar al oficial?

—Sí. El poder es una condena, pero nos permite hacer mucho, pasando por encima de todo.

—Solo quiero esto. Después de lograrlo, me desharé de todo.

Besó mi frente.

Cerré mis ojos y me relajé mientras él me acariciaba el cabello, pasando por mi espalda y mis nalgas.

—¿Qué tal si continuamos? —me preguntó al oído.

Sonreí y me arrastré por su pecho para besar sus labios, a la vez que sus dedos largos y masculinos atrapaban mis nalgas, tocando entre ellas de forma sensual y dominante.

—¿Me vas a hacer jugar? —inquirí.

Su dedo pulgar pasó por mis labios.

—Todo lo que quieras.

Me reí y lo abracé, envuelta en su olor masculino y limpio.

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Edward POV

La piel de su espalda era inmaculada, delicada y perfumada.

Pasé mi mano por ella y me deleité con la columna vertebral, parando en el inicio de sus nalgas.

Sus mejillas estaban ruborizadas y su respiración cálida chocaba con mi pecho, una y otra vez. Estuve perdido en el espacio mientras la oía, tan calmada y tenue, jadeante de una profunda siesta.

El tiempo se había detenido.

Le quité algunos mechones de la cara y suspiré.

Resultó inevitable devolverme a lo que me confesó días atrás. Todavía sentía pasmo, terror y furia. Imaginaba a mi madre y sentía rechazo, llevándome a mi niñez.

Necesitaba remediar esto, suplicarle perdón y encontrar el paradero de su hijo.

Bella.

Me di cuenta de que se había despertado y que me sonreía, aún acurrucada.

—Hasta que has despertado —le dije.

—¿Es muy tarde? —inquirió.

Negué y le sonreí.

—Apenas las ocho.

—Tengo que ir a la compañía —musitó, restregándose un ojo.

—¿Puedo hacerte el desayuno?

—Me encantaría.

Se levantó y se estiró, dándome un espectáculo solemne de su silueta.

Logré darle una nalgada antes de que se escapara, causándole una carcajada mientras se escondía en el baño.

La sonrisa en mi cara no desaparecía.

Supongo esto era, sí, lo que llamaban amor.

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Mi cabello continuaba húmedo, desatado con el viento y el frío del clima.

—Señor Cullen, lo están esperando —me dijo Alessandra, la asistente personal y mano derecha de Adam Jefferson.

Me acomodé los gemelos y me levanté mientras le daba una suave mirada. La mujer me contemplaba, pero preferí darle una sonrisa queda, educada y tajante. Hacía dos años habíamos pasado un par de noche juntos, pero todo eso había quedado en el pasado.

—Gracias —musité.

Se alejó mientras se acomodaba el cabello castaño y movía su grácil cuerpo, del que, por supuesto, podía sentirse muy segura.

—Edward, colega —llamó Adam.

Estaba sentado en su sofá con una pierna sobre la otra. Sostenía un vaso de whisky y llevaba desabrochada la camisa.

—Buenas tardes —lo saludé.

—¿Aprovechando los recuerdos de los viejos tiempos? —me preguntó.

Enarqué una ceja.

—¿Lo dices por Alessandra?

Sonrió.

—Solo tuvimos sexo un par de veces. En estos momentos Be…

Carraspeé y fruncí el ceño.

¿Qué estaba haciendo?

—En estos momentos velo únicamente por mi hijo —zafé.

—Entonces no sé a qué se debe tu visita. ¿Buscas otra forma de joderme?

Cerré los ojos unos segundos para calmar las ganas que tenía de darle un comentario ácido.

—Necesito tu ayuda —confesé.

—¿Mi ayuda?

Se rio, realmente incrédulo.

—¿Tú? ¿De verdad me estás pidiendo ayuda?

Era un hombre orgulloso, intransigente y rencoroso, y si alguien me hubiera preguntado en el pasado, si yo alguna vez buscaría la ayuda de él, me habría reído durante horas. Pero sí, hoy era una opción, una que buscaba de forma desesperada, por la que era capaz de tragarme todo con tal de recibir su ayuda.

—Sí, heme aquí.

Asintió de forma lenta.

—Pues dime, ¿qué necesitas?

Entre gestos me pidió que me sentara y yo lo hice por educación. No quería causar discordia en este momento.

—Necesito que me lleves a tu hermana mayor —susurré.

—¿Mi hermana?

—Sé que es fiscal y necesito hablar con ella.

Su ceño se frunció.

—¿Qué ocurre?

Tragué.

—Hay algo muy extraño que está ocurriendo en mi familia, Adam, necesito que ella me ayude.

Se quedó en silencio.

—Ella llevaba la investigación del prostíbulo del Bronx, del tráfico de menores, ¿lo recuerdas?

Asintió.

—Sí, lo recuerdo. Únicamente pudo llevar a la cárcel a unos cuantos, sabes que no había ninguna forma de llamar la atención de más autoridades.

Aquel caso causó conmoción, el uso de menores de edad que rápidamente eran embarazadas e intercambio de dinero por los bebés nacidos, parecían una forma más de explosión además de la droga. Los culpables eran grupos pequeños de narcotraficantes que obedecían a otros más importantes. Pudo ser un caso rápido, pero pasó rápidamente al olvido cuando se comprobó que parte de esa droga tenía nexos con un diputado y otros ex miembros de la política importante del país. Las especulaciones por parte de todos fueron eso, especulaciones, pues nunca se conoció la realidad, no de la forma que se esperaba.

—Sharon no quiere volver a tocar ese tipo de casos —afirmó Adam.

—Aun así quiero hablar con ella. Ayúdame a hacerlo.

Su ceño seguía fruncido, lo que me estaba irritando.

—¿Por qué estás tan desesperado?

La respuesta era simple: Bella. Necesitaba llegar a las personas correctas que pudieran escucharla.

—¿A qué te refieres con lo que está ocurriendo en tu familia?

—Deberías dejar de hacer tantas preguntas.

—Vaya, todavía queda ese maldito hijo de puta dentro de ti.

—Siempre estará.

—Debes haber una razón impresionante para que estés haciendo esto.

—Tiene mucho que ver con la fundación, con lo que quiero lograr, creo que puedo llegar a más, pero ya no es suficiente con todo lo que estoy haciendo —expliqué.

Sus ojos cambiaron poco a poco de expresión.

—¿Isabella lo necesita? —concluyó.

Tensé mi mordida.

—Imagino que ella ha llegado a mucho desde ahí, se ve que le importan esas mujeres.

Podía adivinar lo que estaba pasando por su cabeza. Ese gesto complacido, obnubilado por el nombre de Isabella y su mero recuerdo, y la forma en la que su interés había crecido de solo saber que ella estaba inmersa en el asunto; el saber que esto se trataba de Bella también le había hecho perder el orgullo.

Sentí tanta furia de reconocerlo. Sentía unos celos primitivos, muy difíciles de sobrellevar.

—Es un trabajo conjunto —afirmé—. Ella quiere… ayudar, y yo quiero hacerlo por mi hijo también, tú sabes perfectamente que es adoptado.

Suspiró y se levantó.

—¿Acaso ya se llevan mejor?

—¿Es un problema? —pregunté.

Adam rio.

—Sabes que ella me encanta, ¿no?

Apreté las manos y me levanté.

—Te ayudaré, pero no es por ti. Le tengo un inmenso respeto a Carlisle y sé que por alguna razón quiso que esto funcionara, y que Bella está tomándose esto de la mejor manera posible. Soy bastante débil a esa mujer, y quizá parezca un hijo de puta por estar tan interesado en la viuda del hombre que considero un padre, pero ¿no es el ser humano un sujeto inmundo por excelencia?

—Entre hijos de puta nos entendemos —susurré, erradicando cada instancia de ira que me causaba su sola presencia.

—Me gusta ver cómo te comes el odio, Edward Cullen. Espero disfrutar de esto más seguido.

Le sonreí de forma ácida.

—Gracias, Adam Jefferson.

—Un gusto, Edward Cullen.

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Rosalie, por alguna razón, quiso que la visitara durante la noche. Realmente me sentía tranquilo, pues la mantenía vigilada las veinticuatro horas del día, por temor a que fuera a cometer una locura. Al menos sabía que estaba viva.

Me abrió la puerta usando su pijama de invierno, el que todavía se parecía a los que usaba cuando era más pequeña. Traía una taza de té humeante.

—Hola, hermanito.

Ella llevaba llamándome así desde que tenía dos años, en especial cuando se sentía desprotegida.

—Vine tal como me pediste.

—Gracias.

Entré con cuidado y miré de forma detenida, temeroso de que algo no estuviera bien.

—Me he sentido sola —susurró, dándose calor con las manos en los brazos—. Me siento deprimida…

—Rose, sabes que puedes llamarme cuando eso ocurra —musité.

Apretó los labios y arqueó las cejas.

—¿Crees que algún día mamá me perdone? —inquirió.

Cerré los ojos con fuerza.

—Necesitas descansar —insistí, suavizando mi voz.

—No debería pensarlo, ¿cierto?

—Rose.

Asintió.

—Extraño a Alice —susurró—. Es mi mejor amiga.

Suspiré y le tomé la muñeca para que se acomodara en el sofá.

Estaba divagando y diciendo cosas desorganizadas. La veía nerviosa y sí, tremendamente sola. Me avergonzaba darme cuenta de lo que siempre fue obvio, pues ahora todo cobraba un sentido que, de alguna forma, buscaba ignorar.

—No debí dejarte sola —musité, sentándome con lentitud en el sofá.

Rose pestañeó y se sentó a mi lado.

—Siempre fuiste la más frágil. Debí protegerte más, cuidarte más, notarlo desde el primer momento… —De pronto jadeé, inquieto por la culpa—. Lo siento tanto.

Sus ojos titilaron.

—Nunca me habías dicho que lo sentías —dijo en voz baja.

Tragué.

—No debes hacerlo, no lo necesitas…

—Eres tú quien lo necesita —la interrumpí—. Creí que había hecho algo por ustedes, pero nunca fue suficiente, ni por asomo. Realmente lo siento mucho.

Se limpió la lágrima con el dorso de la mano.

—Está bien, todo lo que has hecho está bien. —Apretó los labios y sonrió, sin embargo, seguía viéndose triste—, siempre has estado conmigo, aunque sé que te lo pasas enojado con lo que hago.

—Rose, no —susurré—, no digas eso, no es así. El problema soy yo, en todo esto, debí cuidar más de ti.

Le di una caricia en el cabello y ella ya me contemplaba con tranquilidad, sin miedo ni lágrimas.

—¿Por qué pareces más abierto? —inquirió—. Es que siempre pareces tan lejano conmigo.

—Porque realmente me estoy abriendo.

—Solo te había visto así cuando se trataba de DeDe. —Sonrió con sinceridad—. Siento que estoy feliz.

Me dio un abrazo, prendándose de mi cuello. Acaricié su espalda con suavidad, ajeno a las demostraciones fraternales hacía años, pero permitiéndomelo.

—¿Crees que mamá algún día me perdone? —me preguntó.

—¿Por qué tendría que perdonarte?

—Porque la desobedecí y no quiero que vuelva a hacerme daño.

—No volveré a hacerlo, eso tenlo por seguro. Pero no la has desobedecido, has hecho lo correcto —enfaticé—. Ella no está haciéndote bien, mantente alejada.

Asintió con rapidez.

—Edward.

—¿Qué pasa?

—¿Por qué me respondió Bella?

Me quedé en silencio.

Si bien, sabía que podía preguntarlo, no estaba preparado para responderla con vehemencia.

—Porque estábamos en la fundación, junto a Elizabeth. Nos preocupaba algo respecto a los casos que han acudido a nosotros, estábamos en medio de una discusión y… —Suspiré—. Pero todo está bien.

Levantó las cejas y me contempló muy apenada.

—¿Sigues odiándola? —me preguntó al oído.

Sentí un nudo en la garganta.

—Sí —mentí.

—No quiero que odies, ya no quiero —gimió.

Me dio otro abrazo y yo la sostuve con cuidado. Nunca dejaría de verla como la niña de dos años que me pedía que le leyera sus cuentos favoritos.

—Necesitas descansar —le dije.

Asintió.

—Gracias por venir, me sentía muy sola. Extraño mucho a Alice, pero siento que no quiere verme.

—Búscala, sé que le gustaría que eso suceda.

—Lo intentaré —aseguró.

—Me quedaré contigo hasta que te duermas.

—Gracias —insistió—, te extrañaba mucho.

—Yo también —respondí.

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—Señor Cullen —dijo mi asistente, llamando mi atención—. Ha venido alguien a verlo.

—¿Quién?

—Hola, senador —exclamó Sharon Jefferson, hermana de Adam.

Se veía igual que siempre: rubia, de cabello corto hasta los hombros, una imperiosa mirada azulada y la altura suficiente para imponerse ante todos los demás. Era una mujer atractiva de cuarenta y cinco años, con una carrera brillante como fiscal.

—Hola, Sharon.

Sonrió con suavidad, entrando a la oficina.

—Está todo bien, puedes dejarnos a solas —le aseguré a mi asistente.

—Claro —respondió.

Suspiré mientras la observaba. Le ofrecí la silla y se sentó.

—Nunca pensé que algún día me buscaría —me dijo.

—Lo sé.

—¿Quieres algo de beber?

Negó.

—Gracias, pero debo asegurarme de que no va a envenenarme.

Enarqué una ceja.

—Puede estar segura, señorita Jefferson, no voy a hacerle daño si eso es lo que teme.

—Bueno, si eso es lo que asegura, tendré que creerle.

—Agradezco que haya venido, no lo habría pedido si no lo necesitara tanto.

—Le recuerdo que pedí su ayuda cuando buscaba encarcelar a los traficantes de mujeres, no crea que será tan fácil comprarme cuando ni siquiera me tendió su mano.

Sí, claro que había ignorado todo lo que se tratara de ella, porque a veces podía ser un detestable monstruo, uno peor de lo que ya asumía. Siempre necesité inundarme de la indiferencia, aun cuando había periodos de intensa culpa.

—E ignoró mi ayuda por mucho tiempo. Creí que su orgullo era más importante.

—Ya debe saber el origen de mi hijo.

—Solo una parte, nadie sabe quiénes son sus padres.

Tragué.

—¿Qué pasa si Demian tiene una historia como todos esos niños perdidos? —inquirí—. ¿Y si él es uno de ellos?

Sharon frunció el ceño y se cruzó de brazos.

—¿Qué quiere decir?

—En la fundación de mi padre me he enterado de muchas mujeres a las que les han arrebatado a sus hijos. —Estuve sin poder respirar por unos segundos—. Necesito que las ayudes a todas, permitir que la policía los escuche.

Ella había palidecido y su expresión se había vuelto muy preocupada e interesada.

—Además, hay una mujer que realmente puede ayudarla.

—¿Qué?

—Le suplico que la ayude —Apreté los labios—; realmente le suplico que llegue a las últimas consecuencias.

—¿Quién es? ¿Qué ocurre? —insistió, muy seria.

—Es Isabella Swan. Necesito que la ayude. Esa mujer es muy importante para mí, ayúdeme a hacerla feliz, y haré lo que usted quiera.


Buenas tardes, les traigo un nuevo capítulo de esta historia, un regalo de navidad de mi parte ante tanta demora. A veces creo que me volveré loca, pero siempre busco la forma de darme un tiempo y poder escribir. Ansío poder terminar pronto lo que me aqueja y continuar dándoles esto como antes. Espero estén pasando un hermoso día junto a los seres que aman y puedan disfrutar de este pedacito con todo el cariño del mundo. ¡Cuéntenme qué les ha parecido! Ya saben cómo me gusta leerlas

Agradezco sus comentarios, a veces me cuesta tanto escribir y su solo apoyo y sus reviews me permiten saber que puedo continuar porque están ustedes esperándome y muy atentas a todo lo que puedo traer. Gracias, de verdad, por creer en mí

Recuerda que si dejas tu review recibirás un adelanto exclusivo del próximo capítulo vía mensaje privado, y si no tienen cuenta, solo deben poner su correo, palabra por palabra separada, de lo contrario no se verá

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Pronto se vienen novedades de mis historias pasadas, ¡estén atentas! Todo depende de su apoyo y que ello se demuestre

Cariños para todas

Baisers!