Lo sé, básicamente un año desaparecido aquí, lo siento mucho, los capítulos de la historia terminan siendo largos porque voy añadiendo cositas por aquí y por allá, espero sepan perdonarme por eso, ahora espero subirlos un poco más seguido. pero como la media de palabras se mantendrá similar a este y al segundo. Tardaré. Además, debo terminar los separadores en esta historia, discúlpenme por ello.

Espero les guste mucho.


Capítulo Cuatro

Max estaba nervioso.

Era el último día de la semana en el que podría arruinarlo todo y de la forma más fea posible. Miraba el calendario de una forma diferente a la de antes, acechante, como si estuviera a punto de meterlo en la estufa y prenderle fuego.

Las noticias de París se repetían en la televisión, su madre las veía con calma a pesar del tono triste de las imágenes. Aki Taylor era así, solía ver el lado positivo en todas las cosas.

Ahora Francia podría presumir de tener un jardín botánico absolutamente natural en el centro de la ciudad. Arreglar ese desastre iba a costar unos cuantos millones de euros y un proyecto de remodelación urbanística, sin embargo, se habían asegurado otra maravilla natural para su colección.

—Max, cariño, ¿no irás a la escuela?

El castaño se permitió sudar ante la pregunta hecha por su madre, esa misma mañana el ministro de Educación había sido dado de alta con más prontitud de lo que se estimaba al inicio. Las clases se habían reanudado en un horario más corto y con el objetivo de arruinar el feriado largo de los estudiantes.

—Eh, sí, mamá —respondió Max haciendo un esfuerzo sobrehumano para evitar que le temblara la voz—. Pero estoy buscando unas cosas que me pidió papá, se las llevaré al laboratorio después de clase.

—Oh, ¿tu papá ya llegó?

Aquella pregunta descolocó a Max por completo, dejó de rebuscar entre los cajones del viejo mueble que adornaba la sala y levantó la cabeza en silencio. Sus ojos se fijaron en la grácil figura de su madre, cuyo rostro le devolvía la mirada con una expresión que Max no lograba reconocer.

—Sí, papá ya llegó.

Zoe solía decirle que no se fijaba en los detalles, que solía ignorar todo lo que pasaba a su alrededor a no ser que el tema principal fueran dinosaurios o videojuegos.

Pero esta vez, decidió intentarlo, fijarse en aquellos detalles que solía pasar por alto. Comenzó con el rostro de su madre, enmarcado por unos aparentemente descuidados mechones de cabello. Los ojos encerrados por ligeras líneas de expresión y la sonrisa suave que mantenía las veinticuatro horas.

Nada se sentía genuino.

—Avísame si decide pasarse por casa, espero que haya traído recuerdos de Egipto —añadió Aki con una pequeña sonrisa y volviendo a prestarle atención a las noticias.

Max se quedó piedra, repitiendo aquellas palabras una y otra vez.

"El viaje a Egipto fue hace dos meses… ¿Hace cuánto no se pasa papá por casa?" pensó el castaño bajando la mirada y caminando hacia la escalera, subiéndola con lentitud, sin dejar de pensar en su padre, su madre, y el viaje.

—No sé qué estás haciendo, papá —susurró Max.

Mientras el castaño subía la escalera, Rex comía un bocadillo de camino a clase, aquel día se había despertado más temprano de lo normal, por lo que decidió seguir su ritual para casos como este.

Hacerse el invisible y salir a la calle.

Le servía para poder concentrarse y planear todo lo que haría aquel día, aunque le gustaba decir que servía para organizarse, la realidad era que Max solía cambiar los planes de todo el mundo con sus ideas.

Se detuvo en un semáforo y se dedicó a observar, la zona baja de la ciudad no había sufrido daños, estaba totalmente completa y limpia. Los destrozos de la zona de batalla que fue el distrito central de la ciudad todavía se estaban retirando y reparando, por ende, Rex se sentía que vivía en una especie de realidad alterna a la del resto.

El semáforo se puso en verde y Rex cruzó la calle, sonriendo por los pensamientos que tenía.

—Una realidad alterna, eh —dijo el rubio soltando una pequeña risa.

Siguió caminando el último tramo hacia el instituto, de lejos podía divisar las puertas abiertas y a Marcus hablando animadamente con los que debían ser sus compañeros. Algunos alumnos caminaban por la calle contigua en dirección a la puerta, Rex podía deducir que no se esperaban aquel día de clase para nada.

Al llegar a la puerta, alzó la mano para saludar a Marcus.

—Rex, ¿qué tal? —preguntó el mayor con una sonrisa.

—Todo bien, sobreviviendo.

—Siempre con ese sentido del humor —comentó Marcus palmeando la espalda del rubio de forma amistosa—. Entra rápido, amigo, creo que hoy hablarán sobre lo ocurrido en la ciudad.

—¿En serio? —preguntó Rex extrañado por aquel comentario.

—Sí, parece que será algo a nivel nacional, no estoy del todo seguro —respondió Marcus, encogiéndose ligeramente de hombros—. Seguro no será nada.

—Seguro, te veo luego, Marcus —se despidió Rex, recibiendo un asentimiento de parte del chico mayor.

Aquella noticia no era algo que hubiera esperado, sin embargo, lo vio perfectamente posible. Los gobiernos, y en especial el suyo, no podían quedarse de brazos cruzados al ver una contienda prehistórica entre dos especies extintas justo en el centro de sus poblaciones.

—Deben estar como locos pensando que hacer —dijo en voz alta el rubio, entrando al edificio principal y dirigiéndose a las escaleras.

Sintió un escalofrío al poner el pie en el primer escalón.

Rex tembló al saber internamente de quien podría tratarse, por lo que decidió acelerar el paso, subiendo con rapidez para intentar salvar su integridad física y psicológica.

Justo cuando tenía la meta en frente, una mano en su hombro lo jaló hacia atrás, arrastrándolo a un abismo oscuro y tenebroso, del que sabía que no podría salir vivo.

—Rex, tenemos que hablar.

Para su alivio, aquella voz no era de una de las locas que siempre lo acosaban en clase.

Se dio la vuelta y suspiró al poder ver los ojos marrones de Megan, su amiga le enviaba una mirada escéptica y una ceja enarcada.

—¿Qué pasó? ¿Pensaste que era una de tus chicas? —dijo con una sonrisa coqueta mientras ponía ojos soñadores y se peinaba el cabello negro—. Rexie, acepta mis sentimientos.

—Deja de hacer eso, es espeluznante… —dijo el rubio bajando la cabeza y sintiendo que su cuerpo temblaba—. Creo que me han traumado.

Megan soltó una risa y volvió a su expresión habitual, del bolsillo de su chaqueta de cuero sacó una libreta y se la extendió al rubio.

—Teníamos un trabajo que realizar, ¿recuerdas?

Rex se golpeó mentalmente, uno de sus pendientes a lo largo de aquella semana era un trabajo específico de la clase de literatura, asignatura que no compartía con Max, porque de haberlo hecho se habría vuelto loco.

—Yo, bueno, lo olvidé —confesó con nerviosismo el rubio, abriendo la libreta y viendo las ocho primeras páginas repletas de anotaciones y resúmenes sobre "Los Miserables", al analizar todo lo que estaba puesto allí, el rubio se sintió mal—. ¿Lo has hecho todo tú?

—No fue muy complicado, leo rápido —aclaró la pelinegra para restarle importancia.

Rex finalmente estaba experimentando lo que debía sentir Max cuando le hacían los trabajos. El castaño lo disfrutaba, él no tanto.

—Lo siento, en serio, te lo compensaré —declaró el rubio con un ligero ápice de convicción en su mirada, logrando sacarle una sonrisa a Megan.

—No es necesario, tranquilo.

—Hablo en serio, tengo que hacerlo, después de todo, hiciste el trabajo tu sola. —Rex le mostró una pequeña sonrisa y le devolvió la libreta—. El otro día me dijiste que había una película que querías ver.

Megan alzó una ceja y miró al rubio con sorpresa, le había comentado eso de forma muy discreta y casi sin importancia, por lo que no se esperaba que se acordase.

—Eh sí, pero en serio, no es necesa…

—Te invito, y luego podemos comer pasta —sugirió el rubio, provocando que Megan se avergonzara, pensando en cómo era posible que pudiera recordar tantas cosas aisladas que había contado en medio de charlas estudiantiles.

—Eh, está bien —aceptó al final la pelinegra, soltando una risilla nerviosa.

Luego de finalizar la charla, Megan se despidió para ir a su clase. Por otro lado, Rex entró en el aula y se dirigió al mismo pupitre de siempre, aquel que seguro ya estaba hasta el techo de cartas de amor y chocolates.

Para su grata sorpresa, al sentarse no encontró ninguna de las dos cosas, inspeccionó con la mirada temerosa por todo el lugar, pero no había ni una sola persona sospechosa a la vista.

—Parece que hoy si me dejarán tranquilo.

Se reclinó ligeramente en la silla y sonrió ampliamente, denotando una tranquilidad única y a la vez extraña, Rex solía ir estresado la mayor parte del tiempo, el noventa por ciento de las veces, por una misma persona.

La puerta del salón se abrió y por allí entró Max, jadeante y sudoroso, había corrido un buen tramo desde su casa hacia el edificio., llegó a entrar por los pelos gracias a Marcus y dirigirse al aula sin miedo a la muerte.

—Hablé muy pronto.

El castaño entró y se dirigió directamente hacia donde estaba sentado su mejor amigo, dándole la sensación de que su tranquilidad ya estaba finiquitada.

Y en ese mismo momento, una mujer entró, uniformada de forma impecable, con el cabello castaño bien peinado y trenzado, haciendo destacar sus ojos azules tras el cristal de sus finas gafas. Tenía una figura delgada y alta, donde lo más resaltable eran sus caderas anchas que provocaron un sonrojo en las mejillas del rubio por haberse fijado.

—Siéntense por favor —demandó amablemente la joven mujer, lanzando una bella sonrisa hacia los alumnos—. Soy Noa Krammer, integrante de la sección Crichton, designada a esta ciudad para estudiar los acontecimientos recientes.

Uno de los chicos de la primera fila levantó la mano, la simple acción provocó un par de risas entre el resto de los alumnos. Noa amplió la sonrisa y le cedió la palabra con un gesto.

—Con acontecimientos recientes, ¿se refiere a…?

—Es correcto, como saben, han ocurrido avistamientos de dinosaurios en los últimos dos días. Como medida de prevención, los gobiernos de ambos países se han puesto en contacto para intentar estar preparados en caso de que ocurra de nuevo —explicó la mujer castaña con calma y tomando una tiza de la pizarra—. Y allí entra mi rol de maestra, a partir de ahora, llevarán seis horas a la semana de un curso titulado "Era Mesozoica I".

La mujer no dijo nada más, se detuvo a observar las miradas emocionadas de un buen puñado de estudiantes que acababan de obtener un objetivo para ir a clase todos los días. Entre ellos estaba Max, que tenía estrellas en los ojos y miraba a la maestra con devoción, había conseguido una nueva diosa.

Rex por otra parte, presentía que había algo más en todo ello, ¿se podía armar un plan de estudios de una asignatura en tan solo dos días? El rubio notaba que la mujer no había dicho todo, y sin darse cuenta se quedó observándola por un buen rato.

Y al minuto, Noa Krammer se percató de la mirada del rubio e hizo contacto visual, el rostro de Rex se puso rojo debido a la vergüenza de haberse visto delatado y aquello le sacó una pequeña sonrisa a la mujer.

Ahora tenía otra asignatura más que dar, y mejor se ponía a estudiar de inmediato. Aunque él y Max poseían una pequeña ventaja respecto al resto, después de todo, sus padres eran eminencias en los campos más profundos de la paleontología.

Y acordándose finalmente de él, Rex decidió mirar por la ventana.


En el mapa virtual de un inmenso monitor, un punto verde se apagó de golpe. No era raro que aquello ocurriese de vez en cuando, sin embargo, dos puntos más se apagaron de forma consecutiva, extinguiendo un pequeño grupo de aquellas luces que se movían por el norte del Pacífico.

—Señorita Kate, hemos perdido las señales del grupo recién liberado hace dos semanas en San Francisco.

—Y hace seis horas, el grupo que liberó Evan la semana pasada se ha dispersado de pronto ante la pérdida de señal de la líder.

Frente a un escritorio, el rostro agotado de Katherine Wilson intentaba conciliar el sueño. El día anterior fue horrible para ella, su estúpido hermano menor se había puesto en su contra en la cena familiar y la discusión alcanzó un grado demasiado serio. Decidió salir de casa de sus padres para dirigirse rápido al departamento que compartía con su novio y escapar de aquel infierno.

Su pequeño hogar no estaba demasiado lejos de la casa de sus padres, por lo que tomó una bicicleta de alquiler y llegó en unos cortos cinco minutos. Subió por el ascensor hasta el séptimo piso y sonrió de tranquilidad al estar frente a su puerta.

Nada podía salir mal, ¿o sí?

Kate descubrió que aquel día, los astros parecían haberse alineado para joderle la vida y jugar con ella. Abrió la puerta sin mayores problemas y entró rápido por el pasillo para lanzarse hacia el sofá de su sala y gritar sobre el cojín, sin embargo, su plan se vio interrumpido a medio camino cuando encontró a su prometido enrollado entre las mantas con la que él decía, era su mejor amiga.

Volvió a salir de casa en dirección a las oficinas del Instituto Marítimo, para su suerte, Beth tenía el turno de guardia nocturna y la dejó pasar. Se dirigió a su oficina de inmediato para intentar dormir, se acurrucó con algunas chaquetas viejas que solían usar en viejas expediciones árticos y cerró los ojos.

Entonces todo comenzó.

El movimiento en las oficinas incrementó con la llegada del resto del equipo, la sala de monitoreo fue ocupada en su totalidad y el trabajo empezó.

Los grupos de orcas que tenían en seguimiento eran descomunales, tenían a todos y cada uno de los miembros de aquella especie totalmente controlados, sabían sus movimientos y aquello les ayudaba a estudiar su comportamiento.

Y algo las había alterado, no sabían que era, pero debía ser peligroso si lograba alejar de sus rutas típicas al depredador más grande y temido del océano.

Es entonces que dos de sus compañeros de equipo la fueron a buscar a su oficina para darle las dos pésimas noticias. Noticias que no servían para nada más que culminar con broche de oro la pésima noche que ya llevaba encima.

Pero no se iba a quedar de brazos cruzados.

—El último grupo atacado, ¿era el de…? —preguntó con la voz seria y mirando fijamente al chico frente a ella, la visión nublada y borrosa debido a los mechones rubios sobre su frente la hacían parecer salida de una película de terror.

—Sí, era el de Annie.

Aquella confirmación le llegó como una patada en el estómago, hace un mes habían rescatado una pequeña orca encallada en la bahía por culpa de las redes fantasma. Kate se había encargado de ayudarla en su recuperación y pasar tiempo con ella, se habían vuelto algo más que mejores amigas.

Ahora, la realidad la golpeaba con fuerza, desde que la liberaron en el océano y comenzó su vida junto a otro grupo, Kate no volvió a sentirse cercana a nadie.

Y ahora su amiga ya no estaba.

—Preparen un informe, lo presentaremos a primera hora de la mañana —ordenó con firmeza, levantándose y apoyando las manos en el escritorio.

—¡A la orden!

Los dos chicos salieron y cerraron la puerta de la oficina de golpe, dejándola completamente sola.

—No voy a dejar que te salgas con la tuya —susurró la mujer, ladeando la mirada hacia un mapa inmenso colgado a su derecha. Había pequeñas líneas delineando una especie de ruta a través del océano, con una leyenda inscrita en la base—. Si tú eres mi Nautilus, entonces yo seré Aronnax. Veamos a qué estas jugando, mi querido narval gigante.

Algo estaba cazando a sus amadas criaturas marinas, y ella no iba a permitirlo por nada del mundo.


La playa, un destino increíble y nada sorpresivo en la época del año, con los turistas moviéndose de un lado a otro con tranquilidad y diversión. Los niños jugaban con la arena, las pelotas inflables y sus respectivas mascotas.

Puede parecer un déjà vu, pero estábamos en un lugar diferente al de la última vez, el balneario de Acapulco. Los edificios que rodeaban la extensión de playa estaban hasta el tope de su capacidad, hoteles de cuatro y cinco estrellas que sacaron rentabilidad a su oficio incluso antes de llegar al pleno verano.

A un lado de la zona turística, las remodelaciones hoteleras se daban sin descanso. Primero se dio paso a la maquinaria ligera, los taladros hacían lo suyo y ampliaban el espacio peatonal disponible para el restaurante exterior.

Entre los árboles, las aves iniciaron su natural vuelo, alejándose del ruido que provocaban las ruidosas construcciones humanas. En el nido de una de ellas, dos huevos se hacían compañía, uno estaba a punto de eclosionar, mientras que el otro nunca nacería, al menos no de la forma normal.

La cápsula se tambaleaba de un lado a otro debido a los temblores que azotaban el suelo. No tardó mucho en caer y partirse a la mitad al primer impacto con una de las raíces del árbol, de su interior, una carta fue liberada al viento, empezando a moverse entre los arbustos y hojas que adornaban todo el lugar.

Los rayos del sol se abrieron camino entre las copas de los árboles, dándole un baño de luz al objeto que volaba libremente. En el momento que la carta tocó el césped, esta comenzó a brillar.

En medio de los árboles, y con un sonido estremecedor, las hojas se levantaron, las raíces de los árboles salieron de la tierra y dieron forma a un reptil inmenso. El imponente pterosaurio extendió las alas y alzó vuelo, surcando los cielos en los que antes solía reinar.

Las personas se quedaron sin habla y totalmente mudas, en cuanto pasara el shock inicial, no tardarían en asustarse y empezar a correr. Pero mientras ellos recién empezaban a sopesar la opción, el sonido proveniente del reptil volador les dio el impulso que necesitaban.

El Quetzalcoatlus había vuelto a casa.


Cuando el nuevo profesor asignado a su clase terminó de hablar, un pitido se escuchó en toda el aula.

Zoe abrió los ojos casi en su totalidad al darse cuenta de que aquel sonido tan singular y llamativo provenía de su propio brazo. La camiseta de manga larga no alcanzaba para ocultar en su totalidad el Dino Guante que llevaba con ella.

Reese logró terminarlo apenas diez minutos antes de desayunar, estuvo toda la noche intentando mejorar la primera versión que le dio a sus amigos, y se puede decir que lo logró.

El Dino Guante de Zoe era mucho más ligero y no destacaba a simple vista, se integraba de forma camaleónica con las prendas de ropa extravagantes que solía llevar la menor y era suave al tacto.

Para el nuevo modelo, la rubia decidió hacer un manual de instrucciones, donde recopiló todos los comandos que Rex se esforzó por descubrir y aquellos que Max encontró por accidente. Tenía una pequeña esperanza en forma de porcentaje sobre si su hermana menor leería las cien hojas que componían aquel instructivo.

Todos sabemos que no lo hizo.

Por aquella misma razón, Zoe no lograba encontrar el botón de silencio para callar el extraño pitido que emitía su guante. Todas las miradas ya estaban puestas sobre ella, incluyendo la del nuevo profesor designado a su escuela.

Tenía que encontrar una forma de salir de allí, la que fuera, las miradas la estaban poniendo nerviosa, y cuando se ponía nerviosa se le aflojaba la lengua.

—Disculpe, señorita… —pronunció el único adulto de la clase, quitándose las gafas de sol y procediendo a observarla sin emoción alguna en la mirada.

Lo que interrumpió el inició del discurso de aquel hombre, fue un segundo pitido proveniente de su propio teléfono.

Zoe no se perdió ninguno de sus movimientos, el hombre se llevó la mano al bolsillo de su traje y sacó un dispositivo negro con una pantalla diminuta.

Aprovechó el momento en el que el adulto revisó la pantalla para llevar el brazo izquierdo a su regazo y subirse la manga del suéter. La luz de la pantalla llamó la atención de algunas de sus compañeras, en especial de la que tenía sentada justo a la izquierda.

El punto rojo se posicionaba en el mapa y se movía a una velocidad sorprendente sobre aquel territorio, Zoe entrecerró los ojos y movió los dedos índice y pulgar, haciendo un gesto para acercar la imagen, al hacerlo, el dispositivo decidió silenciarse de forma automática.

Al adentrarse en el mapa, Zoe abrió los ojos con sorpresa.

—¡¿Mexico?!

La adolescente se sobresaltó y adoptó una postura firme sobre la silla; pensando que había sido atrapada, se preparó mentalmente para afrontar la mayor de las consecuencias.

—¿Eh? —balbuceó al ver que el adulto se iba de clase, el hombre tomó el maletín que dejó en el primer escritorio y se dirigió a paso rápido hacia la salida.

—Ha surgido un inconveniente, no podré darles esta primera clase, tienen las horas libres —sentenció con prisas, abrió la puerta del aula y puso un pie afuera—. Pero, para la siguiente quiero un informe de diez páginas sobre el periodo Triásico.

Un quejido general inundó a la clase entera.

Cuando el adulto se fue y dejó la puerta abierta, Zoe observó la pizarra y el nombre que había escrito en ella. Sacó su propio teléfono de la mochila y le tomó una foto para enviarla al grupo.

Sus compañeras se levantaron de sus asientos y se desperdigaron por el resto de la habitación, con el objetivo en mente de perder las horas libres hablando de temas burdos y aburridos.

Zoe, por otro lado, tenía la oportunidad perfecta, guardó su libro de texto y cerró la mochila.

—Zoe, ¿a dónde vas?

Jenna apareció justo frente a ella y apoyó las manos en la mesa del pupitre, Zoe se echó hacia atrás, pero se topó con la mirada curiosa de Anna que se sentó a su lado y se cruzó de brazos con seriedad.

—Eh, chicas, debo ir a… la cafetería, sí, la cafetería —respondió vacilante y tragando saliva, sus amigas eran las reinas del chisme, y no la dejarían ir a ninguna parte sin saber al menos el noventa por ciento del contexto.

—Claro, la cafetería, ¿por qué necesitarías llevarte la mochila a la cafetería? —preguntó Jenna, ejerciendo un papel amable en aquel improvisado interrogatorio.

—Zoe, algo estuvo sonando antes de que ese señor se fuera —dijo Anna, mirando a su amiga con sus grandes e inocentes ojos, se notaba que, de las dos, ella era la que más curiosidad noble tenía.

—No es lo que creen, o quizás sí, no sé, ¿qué es lo que ustedes creen? —Zoe estaba agitada debido a los nervios, y porque si seguía dentro de la escuela, corría el riesgo de que su Dino Guante vuelva a sonar y alertase a todo el mundo.

—Yo creo que tienes un novio secreto, y él fue quien te estaba llamando —admitió Jenna con una sonrisa mordaz en el rostro y picándole la mejilla a Zoe con sus dedos—. Suelta la sopa.

—Yo creo que formas parte de la misma rama del gobierno y estás infiltrada en la escuela para buscar dinosaurios transformados en personas que quieren dominar el mundo —dijo Anna, cuyo rostro se transformó en timidez pura al ver que llamó la atención de varias compañeras.

—Anna, esos son reptilianos.

—Anna, estás leyendo demasiadas teorías de conspiración —agregó Zoe.

—Anna, ¿por qué no eres una chica normal? —se burló Jenna sacando la lengua.

Anna infló las mejillas y frunció el ceño, notablemente ofendida, se levantó y decidió volver a su asiento detrás de Zoe. Ya hablaría con sus amigas cuando ellas le lleven una ofrenda de paz, helado de chispas de chocolate.

—Ya le daré helado después, pero debes contarme lo que pasa, Zoe —insistió nuevamente Jenna, provocando que su amiga pusiera los ojos en blanco.

—Lo haré después —le prometió Zoe con una pequeña sonrisa, se levantó del asiento y tomó su mochila para colgársela al hombro—. Ahora me tengo que ir, nos vemos.

No espero respuesta por parte de su amiga, aceleró el ritmo de la carrera y atravesó como un rayo el tramo de su escuela hasta la salida. Debía llegar rápido al laboratorio, en el fondo, deseaba que Max y Rex ya estuvieran allí.

Iba a disfrutar llevarlos de compras por México.


Zoe logró escabullirse de la escuela por el patio trasero. Y no lo hizo saltando algún muro o sobornando a alguien, aunque pudo hacerlo perfectamente.

La adolescente conocía un lugar oculto entre las paredes que rodeaban el lugar, fue hace un año, cuando buscaron una forma de evadirse las clases de la tarde sin pasar por la puerta principal. El pasadizo estaba cubierto por lianas y se encontraba detrás del pequeño parque de juego para los niños de primaria.

No había sido descubierto porque tenía un buen camuflaje, era tan simple como eso, cada vez que lo usaban, Anna tapaba la entrada con una puerta de madera cubierta de musgo.

Pero ahora, Zoe tenía que abrirlo por una emergencia.

Una vez estuvo fuera del edificio principal, se pegó a la pared y corrió de inmediato hacia aquella zona del patio, se puso detrás de los arbustos y rezó internamente para que nadie la hubiera visto.

Destapó la entrada con cuidado y la cruzó, al otro lado, la recibió el sonido de las motos que aceleraban por la calle trasera al instituto.

—Bien, es el momento de probar estos. —Zoe tragó saliva y sacó de su mochila dos barras de color blanco, presionó dos botones en la parte de atrás y salieron cuatro ruedas en disposición vertical—. Importados desde Francia, gracias, Max.

Ajustó los patines en sus Converse y salió a velocidad por la acera, en un principio su plan era ir por Max y Rex, pero tan pronto como llegó a la intersección para girar a su instituto, se los encontró de cara y el golpe fue rumbo al camino frente a ellos, una pendiente en bajada.

Rodaron un par de metros hasta que los tres quedaron tendidos sobre el duro cemento.

—Debemos dejar de encontrarnos de esta forma —sugirió Rex con la cabeza dándole vueltas y sujetándola con ambas manos para evitar un desprendimiento—. Esperen, no soy Max, no se me va a volar la cabeza por la estupidez.

—¿Ah? Pues adivina a quien sí le está volando la cabeza —dijo el castaño, incorporándose y volviendo a caer de cara al suelo al intentar dar dos pasos seguidos.

—Max, lo que dijiste ni siquiera tiene sentido —reclamó Zoe, sentándose sobre la acera y sacudiendo su ropa.

—Déjalo, lo raro sería que dijera algo coherente —secundó Rex, levantándose por completo y dándole la mano a Zoe para ayudarla.

Una vez los dos estuvieron de pie, el rubio se sacudió la ropa y se dedicó a observar a su mareado mejor amigo. Max parecía un borracho intentando levantarse a ciegas en una habitación sin ventanas.

Caso que, por supuesto nunca llegó a pasar, después de todo, Zoe prometió mantener la boca cerrada sobre lo que ocurrió en aquella fiesta el año pasado.

Desde entonces, Rex ha evitado la asistencia de Max a todas las fiestas realizadas hasta el momento, su amigo no era buen bebedor y no quería cargar con él hasta casa. En aquella última vez, la Señora Taylor los descubrió llegar tarde, pero esa mujer era un ángel y solo le dio una reprimenda antes de irse a dormir.

—Oye Max, cuidado vayas a derramar las copas de los chicos de último año —se burló Zoe, picando a Rex en las costillas y recordándole al rubio ese bochornoso momento.

—¡No se burlen, solo fue una vez! —se quejó el castaño, sacudiendo la cabeza y recuperando su equilibrio.

—Eso fue lo que tú recuerdas —añadió Rex, dándole una palmada en el hombro a su mejor amigo y recibiendo una mala mirada de parte de este.

—Si hice una idiotez no me la digan —pidió el castaño.

—Las recordarás solito —respondió Zoe con una sonrisa juguetona, acercándose de un movimiento y revolviendo el cabello de Max.

Rex alzó una ceja ante eso, percatándose de las ruedas bajo las zapatillas de su amiga.

—¿Eso fue lo que te compraste en París? —Rex señaló los pies de la chica del grupo y Max también dirigió su mirada en esa dirección.

—¡Se ven geniales! ¡Y te quedan muy bien!

Max tenía los ojos brillantes y miraba el artefacto con deseo, Rex se maldijo internamente por eso, ahora tendría que soportar a alguien dándole la lata cada veinte minutos durante dos horas para comprarse algo similar.

Y al menos que volviesen a París, estaba seguro de que Max no encontraría algo similar en los alrededores de su vecindario.

—Gracias, gracias —sonrió la de cabello rosa mientras se arrodillaba para desenganchar los patines de su calzado—. Pero creo que me los quitaré por hoy, ya tuve una colisión después de todo.

—Cierto, ¿todos vamos al laboratorio? —Max señaló el enorme edificio que se veía camino abajo, sin duda, la estructura y construcción de aquel lugar destacaba mucho entre el resto de los edificios del parque tecnológico.

—¿Por qué otra razón me habría escapado de la escuela?

—¿Te escapaste? —Rex miraba a su amiga con una cara de póker—. A Max y a mi nos dieron permiso para salir.

—¡¿Cómo?! —exclamó indignada la joven Drake, señalando acusatoriamente al dúo dinámico—. ¡¿Qué fue lo que hicieron?!

—Rex le coqueteó a la nueva maestra.

—¡Cállate! ¡Claro que no! —reclamó el rubio con el rostro totalmente rojo y expulsando humo por sus orejas.

—Oigan, por partes —pidió Zoe, mirando primero al castaño para que este exponga su punto, pero Max no entendió y simplemente se quedó embobado con el contacto visual—. Max, idiota, tú primero.

—Oh sí, sí, bueno, llegó una profesora nueva hoy —comenzó a contar el castaño—. Y a Rex le ha gustado mucho, se llamaba… ¡Ay no puede ser, me olvidé su nombre!

—No me ha gustado —corrigió el rubio, ganándose una mirada divertida de parte de Max.

—Sí, no le ha gustado, le gusta y mucho.

—No te conocía esos gustos, Rex —ronroneó Zoe, lanzándole una sonrisa pícara.

—¡Ya paren! —se enfurruñó el rubio, cruzándose de brazos e intentando mantenerse enojado, pero el color rojo de sus mejillas era imposible de quitar por vía natural, nunca había estado tan avergonzado en su vida.

—Entonces, ¿salieron por qué sabían del dinosaurio?

Max se le quedó mirando a Zoe por algunos segundos y sin emitir sonido alguno, al menos hasta que se puso derecho y se llevó una mano al mentón.

—¿Hay un dinosaurio?

Zoe hizo una mueca y dejó caer los hombros, llegando a una conclusión propia: Le gustan los estúpidos.

—Salimos porque Max recibió una llamada de su padre en el primer receso, por eso tuve que hablarle a la maestra, aunque ella también se fue —explicó Rex.

—¿Dónde está el dinosaurio? —preguntó Max.

—Oh, esto les va a encantar, México —respondió Zoe.

—¡¿México?! —exclamaron los dos amigos al unísono, levantando la cabeza y mostrando un sueño compartido de los dos relajándose en la playa mientras son abanicados por chicas con un extraño parecido a cierto personaje de película animada.

—Tierra llamando aquí. —Chasqueó los dedos Zoe, volviendo a llamar la atención de los chicos—. Tenemos que ir al laboratorio, ¿recuerdan?

Al decir eso, una estela de humo llenó la visión de Zoe y la obligó a frotarse los ojos, frente a ella solo quedaban dos figuras de humo de sus amigos, pues estos habían arrancado como un Ferrari para llegar primeros al laboratorio.

—Estos chicos son tan predecibles —se dijo a sí misma la adolescente, sonriendo mientras comenzaba a correr hacia el laboratorio.


Reese estaba esperando y mirando la pantalla de su ordenador con aburrimiento, miraba el reloj en la esquina inferior izquierda con cierta ansiedad, pues los chicos se estaban tardando más de lo normal en atravesar su puerta.

—¿Cree que debamos conseguir un permiso especial para sacarlos cuando los necesitemos? —preguntó la rubia, tomando el ratón y moviéndolo hacia un icono oculto en su pantalla de inicio, si los chicos no llegaban, debía matar el rato en otra actividad o se volvería loca.

Detrás, y alejado por unos diez metros, Spike Taylor organizaba el contenido de dos cajas que había sacado del closet contiguo a su despacho. Todas tenían videos de los años noventa que grabó en compañía del papá de Rex, en ellos hablaban sobre los fósiles encontrados y ciertas hipótesis sobre los dinosaurios que encontraban.

—Es una gran idea, pero si sacamos a los chicos a la vez, varios días a la semana, ¿no sospecharán? —cuestionó el adulto mientras hacía algo de fuerza para tomar uno de los discos atrapados en el fondo la pila.

—Tiene razón, tendré que explorar otras opciones —concluyó Reese, iniciando el Buscaminas, entrando al menú y configurándolo en la máxima dificultad posible.

—¡Lo encontré!

Spike Taylor levantó sobre su cabeza una pequeña caja sin portada, con la silueta negra de un disco y el protector demasiado sucio. La rubia ni siquiera le prestó atención y siguió dando clics.

—¿Qué fue lo encontró, Doctor Taylor? —preguntó finalmente la rubia luego de equivocarse y fallar por no contar bien las casillas.

—Este video es un reporte de hace seis años, en la zona arqueológica de Alaska, olvidé llevar chaquetas a ese viaje y lo pasé bastante mal. Todo se resolvió cuando un amigo local nos llevó a cazar y pudimos hacernos con un oso, la piel de oso es buena contra el frío.

—Doctor Taylor, concéntrese —pidió la rubia, bajando la cabeza y soplando con frustración al perder de nuevo.

—Sí, sí, como decía. —Spike se ajustó la camisa y abrió la caja del disco—. Luego de hacerme un abrigo de piel de oso, volvimos a la zona de excavación, dónde trabajamos toda la noche. Recuerdo estar revisando unas huellas por la zona cuando cayó la nieve, nos refugiamos de inmediato y debíamos pasar la noche con una sola estufa y vigilando por turnos para evitar a los depredadores.

—¡Doctor Taylor! ¡Concéntrese! —pidió nuevamente Reese, a la que se le notaba exasperada luego de perder dos veces más en ese maldito juego del demonio—. ¡¿Cómo hago tan mal los cálculos?!

—¡Tú eres la que no me deja terminar! —se defendió el adulto, carraspeando y tomando el disco con delicadeza—. Entonces, luego de pasar la noche siendo asediados por una manada de lobos y resistiendo los ataques de un oso perdido, encontramos algo.

El padre de Max se acercó hacia la mesa central del laboratorio y puso el disco en un reproductor clásico que solo usaba él.

La pantalla comenzó a transmitir ese antiguo video, grabado desde una cámara con visión nocturna y que enfocaba a un Spike seis años más joven. A su lado estaba el padre de Rex, revisando su mochila en busca de las herramientas necesarias.

—¿Y qué más? —preguntó la rubia, pues al estar de espaldas no había seguido el movimiento del Doctor Taylor. Reese se dejó llevar por la frustración y cerró el juego mientras un puchero adornaba su rostro.

—Ah, he puesto el video, no tiene audio porque la cámara se golpeó durante el viaje, de hecho, era un milagro que funcionase —explico Spike, mirando la pantalla.

Reese se dio la vuelta en la silla y también se puso a ver el video.

En la pantalla, tanto Spike Taylor como Foster Owen, hicieron un descubrimiento que, aunque ellos no lo supieran, podría cambiarlo todo.

Ambos siguieron excavando y encontraron un grabado incrustado en una de las rocas, los trazos eran muy delicados pero firmes, demasiado para pertenecer a una edad prehistórica. Había visto como los artesanos hacían grabados en madera en la feria local, y no quedaba tan pulido como el objeto de la imagen.

—Como puedes ver, Reese, no sabíamos que era en un principio y lo donamos al Museo de Historia Natural, lleva en Nueva York una tanda de años sin llamar la atención.

Reese sintió que ese tipo de grabación la había visto en alguna parte, por lo que se levantó de la silla y se acercó de inmediato a los Dino Guantes de los chicos, que reposaban abiertos y con el cableado expuesto.

—No puede ser, acaso… —Reese comparó el grabado de las rocas con aquel que se veía en la pantalla.

—Por eso busqué el video, se me hicieron muy similares la primera vez que vi esas rocas raras —dijo el Doctor Taylor, sacando el disco y volviéndolo a poner en su caja.

—Tiene que llamar al museo, si aún la tienen, tenemos que ir por ella —dijo Reese, conectando de nuevo los Dino Guantes y dejándolos preparados.

—Me encargaré de ello —aseguró el Doctor Taylor, guardando la caja del video con el resto para devolverlas a su lugar—. ¿No crees que los chiso tardan mucho?

—La ansiedad me está comiendo por eso desde hace veinte minutos —confesó Reese, mirando a través de su puerta, normalmente estaba preparada para ver un paisaje vacío y en calma.

Pues estaba ocurriendo todo lo contrario.

Max y Rex bajaban a toda velocidad hacia el laboratorio, como si tuviesen un motor en el trasero y neumáticos por piernas. Detrás de ellos venía Zoe, que por más que se esforzase en intentar alcanzarlos, era notorio que el castaño y el rubio estaban en otra liga.

—Se están acercando, protocolo veinte —anunció Reese, sentándose de nuevo en la silla y moviéndose hacia su escritorio.

El Doctor Taylor, asomó la cabeza y casi escupe su café, si estuviese tomando uno por supuesto. Entendió de inmediato las palabras de Reese y acercándose al sofá de la zona de descanso, lo movió con rapidez hacia un lugar de seguridad delimitado con una gran rectángulo amarillo en el suelo.

Luego se puso detrás de la mesa donde reposaban los Dino Guantes y se sujetó el sombrero.

Ahora solo le faltaba contar hasta tres.

Uno.

Dos.

Tres.

Un estruendo azotó la entrada del laboratorio cuando las puertas se abrieron de golpe y entraron dos cohetes. Rex tenía el plan de dar una vuelta trotando con cuidado para no detenerse de pronto, pero todo se vio tirado a la basura por Max, que tropezó al entrar y se lo llevó por delante.

Rodaron por el desnivel y se dirigieron a toda velocidad hacia la zona del sofá, donde terminaron desparramados y quejándose de dolor.

Zoe llegó después, bajando el ritmo y entrando por la puerta como una persona normal.

—¡Y hay bandera roja! —comentó Zoe igual que un comentarista calvo de cincuenta años.

—Qué bueno que ya llegaron, tenemos una situación desde hace mucho tiempo —suspiró de alivio Reese, enarcando una ceja al ver como se levantaban los participantes del maratón.

—Chicos, ya saben cómo funciona —dijo el Doctor Taylor saliendo de su búnker improvisado y tomando los dos Dino Guantes, sin embargo, los dos poseedores de dichos artefactos estaban dando vueltas luego de dejar el viejo mueble.

—El mundo gira muy rápido —balbuceó Max.

—Esto es tu culpa, Max —dijo el rubio antes de detenerse y poder recuperar su compostura.

Zoe se dirigió de inmediato hacia su hermana y le señaló el punto rojo sobre su mapa, Reese ya tenía las coordenadas listas para abrir el portal, pero debía esperar primero a que el idiota mayor termine de girar sobre su suelo.

—Se detiene, se está deteniendo, listo. —Max dejó de girar y sacudió la cabeza para intentar concentrarse.

—Bien, ahora que los tres están en condiciones, prepárense para dar el salto —indicó Reese, tecleando en su ordenador y encendiendo una pantalla aledaña con los datos del dispositivo para crear portales.

La entrada al programa contaba con un sistema de seguridad altísimo, pues la tecnología y el software utilizado para que este funcione ni siquiera había sido descubierto por las agencias de inteligencia o los proyectos científicos.

Reese perfectamente podría publicar sus archivos y anotaciones, pero esa tecnología tampoco le pertenecía, había sido aquella misteriosa voz la que le dio los planos, los datos y toda la información para que la máquina fuera posible.

No se iba a apropiar de ello. Menos cuando conocía que si caía en las manos equivocadas, cambiaría el mundo tal y como era.

Así que simplemente se dedicó a encender el portal, mientras el Doctor Taylor les daba instrucciones extrañas a los chicos y hacía poses raras.

—No entren en propiedades privadas, si los siguen intenten escapar y, sobre todo, ¿si escuchan un petardo?

—Es un disparo, ya lo sé papá, estamos listos —aseguró Max, encendiendo su Dino Guante, su cabello castaño se levantó por unos segundos antes de volver a su posición original, sus ojos también brillaron ligeramente, con sus iris envueltos en rayos.

—No se preocupe, Doctor Taylor, volveremos sanos y salvos —añadió Rex, encendiendo también su guante y obteniendo un efecto sobre él bastante parecido al de Max, pero con viento.

—Así es, yo me encargo de cuidar a estos chicos para que no hagan una locura. —Zoe los abrazó del cuello a ambos y tiró de ellos.

—Bien, y no se olviden de tomar fotos para saber que Dinosaurio es y poder estudiarlo —rogó el padre de Max como un niño pequeño.

—Le traeremos algo mejor —prometió Zoe—. La carta para que lo vea usted mismo.

Reese inició el proceso de apertura y cerca de los chicos, dos brazos se extendieron y comenzaron a proyectar energía, creando una masa de colores difusos y cambiantes.

—Suerte —les deseó Reese, viendo como al otro lado del portal, la imagen de una playa se hacía presente.

—¡Mexico, allá vamos! —exclamó Zoe, lanzándose de espaldas al portal y tirando a Max y Rex con ella, en cuanto los chicos lo atravesaron, el sensor dejó de detectar la presencia de las rocas. El portal emitió una luz rojiza y se cerró.

—Algún día quisiera ir con ellos —se lamentó el Doctor Taylor, poniéndose en cuclillas en el suelo y haciendo figuras con un palo.

—Primero, no raye mi suelo —comenzó a enumerar Reese, abriendo nuevamente el Buscaminas para intentar superar su infierno personal—. Segundo, si llama al museo y resulta que lo que encontró es una roca, podrá acompañarlos.

—¡Es cierto, el museo!

Con ganas renovadas, el Doctor Taylor tomó su teléfono y salió del laboratorio para poder hablar sin interferencias. Por su lado, Reese miró la pantalla llena de cuadritos grises y se mordió el labio inferior.

—Ahora somos tú y yo, jueguito estúpido.


Úrsula estaba recostada en una tumbona, con una sombrilla cubriendo la parte superior de su cuerpo y unas gafas de sol sobre la cabeza.

—Esto es vida —suspiró de relajación mientras se deleitaba la vista con el mar y los hombres musculosos que jugaban futbol playa. Había pequeños puestos aledaños encargados de vender granizados y helados para las familias, y uno en específico le había llamado la atención.

Por lo que había pedido amablemente a Zander y Ed que fueran a por la comida, Seth había estado feliz por alguna extraña razón y ello había llevado a que les diera más dinero para poder mantener los gastos en lo que iban por el dinosaurio.

—¡Úrsula! —exclamaron los dos idiotas al llegar junto a la mujer, Zander no tenía reparo en mostrar su cuerpo delgado hasta los huesos, pero Ed tenía cierto complejo y usaba un traje de baño entero y a rayas que le hacían parecer una pelota de baloncesto.

—¿Qué sucede? —preguntó con calma la mujer de cabello verde, poniéndose las gafas de sol y sentándose para prestar atención a sus compañeros—. ¿Por qué no traen la comida?

—Ese es el tema, Úrsula —habló Zander, poniendo una expresión dramática y arrodillándose sobre la arena. El escenario playero de pronto parecía un teatro digno del Romanticismo inglés—. Iba a comprar la comida para nosotros tal y como me dijiste, llevaba el dinero en el bolsillo y me acerqué al puesto.

—¿Y qué pasó? —preguntó Úrsula, ladeando la cabeza y escuchando la historia con atención.

—Me atraparon —jadeó el pelinegro, llevándose las manos al pecho y estirándose hacia atrás, alzando el rostro hacia el cielo—. Dos hombres se me acercaron y me robaron el dinero que nos había dado el jefe.

Úrsula miró de soslayo a Ed y alzó una ceja.

—Zander apostó todo el dinero en un juego de póker —soltó el robusto, delatando a su compañero, que pasó a tener el rostro morado y sudoroso.

—¡No mientas! —exclamó Zander, manteniendo su actuación dramática y mirando Ed con el ceño fruncido.

—No estoy mintiendo, me dijiste que no dijera nada cuando fuiste a apostar el dinero —explicó Ed, provocando que Úrsula dirigiera su mirada furiosa hacia el delgado adulto. Zander sudó del terror y tragó saliva.

—Explícate —ordenó Úrsula, mostrando una sonrisa tétrica y que hizo retumbar los huesos del pelinegro.

—Yo… He tomado malas decisiones financieras —pronunció el pelinegro.

—Malas no, malísimas —agregó Ed.

Úrsula bajó la cabeza y los dos temblaron, observando con terror como el cabello verde de la mujer parecía incendiarse y cobrar vida propia. Los dos tragaron saliva y comenzaron a correr para alejarse lo máximo posible de una bomba de tiempo que les estallaría en toda la cara.

Es entonces que viendo que se habían ido, soltó una pequeña risa y se volvió a recostar en la tumbona. Si algo era cierto es que debían buscar al dinosaurio en vez de vacacionar, pero si ellos ya estaban allí, solo era cuestión de tiempo de que esos niños apareciesen.

Después de París y la conversación con Seth, le había quedado claro que no podían fallar de nuevo, debían traerle un nuevo dinosaurio cuanto antes, o sus cabezas quedarían colgadas en fila al lado del trono del peliazul.


Kate estaba tomando una bebida dietética mientras observaba la pantalla frente a ella. Los sistemas de monitorización no habían vuelto a fallar en al menos dos horas, y eso era una buena señal.

Los últimos registros indicaban que no existían más ataques a los animales liberados desde el que ocurrió en el grupo de Annie. Había intentado buscar un patrón entre ellos y trazar una ruta imaginaria para poder reconocer el comportamiento que estaba tomando aquella nueva amenaza.

Sin embargo, no tenían ninguna toma que pudiese corroborar que lo que atacó a aquel grupo de orcas fuera algún animal, por lo que tampoco se descartaba la idea de que fuesen cazadores ilegales o contrabandistas.

—Señorita, hemos preparado lo que nos pidió —le avisó uno de los becarios asomándose a la puerta de su oficina.

Kate se levantó y caminó alrededor de su escritorio con un aire misterioso de superioridad, muy al estilo de villano mítico de alguna epopeya vieja que leyó en la biblioteca de su tío Carl en Texas.

—Gracias, ahora quiero que todos descansen, partiremos a primera hora de la mañana.

Con aquella orden dictada, el becario se fue para transmitirla al resto de sus compañeros. En menos de cinco minutos todos los trabajadores dejaban su puesto para irse a casa, o en el caso de los interinos, bajar a los dormitorios habilitados.

Katherine Wilson salió de su oficina y caminó por los pasillos vacíos del centro, con el sonar de fondo como única compañía. Las paredes estaban decoradas con fotos de cada uno de los miembros anteriores que hicieron aportes fundamentales para la ciencia y vida marina. Ella no quería quedarse atrás, pero su lugar era diferente, los directores tenían sus fotografías colgadas detrás del escritorio del despacho principal.

Su abuelo estaba allí, con el rostro tan arrugado como ella lo recordaba en su niñez, él fue un gran director en su época y su legado se extendía como una sombra.

Por esa razón no se iba a quedar atrás.

Tampoco quería decir que todo su esfuerzo iba dirigido a obtener aquella oficina y el reconocimiento máximo por sus logros, estaba claro que Kate amaba a sus amigos acuáticos, y no iba a permitir que les siguieran haciendo daño.

Llegó a la zona de capacitación del centro, un lugar especial donde se impartían clases para los aspirantes y todos aquellos que convalidasen sus estudios superiores con el fin de trabajar allí. Los casilleros estaban decorados con etiquetas y papeles toscos, pero ignoró todo eso y se dirigió a uno que conocía muy bien.

El casillero número cinco de la segunda fila, el que fue y sigue siendo suyo.

Se acercó y puso la mano en la cerradura, con agilidad y maestría hizo pasar la combinación y esta se abrió.

En el interior, seis libretas y tres libros esperaban, cubiertos de polvo y con las hojas de papel amarillas, desgastados como si hubieran sufrido fuego, congelamiento y pasado por una trituradora vieja de mercadillo.

Tomó el primer libro que reposaba sobre las libretas y volvió a cerrar el casillero, la portada era irreconocible y parecía caerse a pedazos, pero lo importante no era eso, sino el interior. Kate pasó la primera página en blanco y sonrió al leer el título.

"Veinte mil leguas de viaje submarino"

Katherine Wilson lo leyó por primera vez cuando cumplió once años, soñando vivir alguna vez una aventura de tal magnitud. Ahora, con veintiséis años, estaba segura de que ese era su momento.

Si ella era su versión de Aronnax, necesitaba a un Conseil y un Ned Land para que la acompañasen en la locura que planeaba, porque por supuesto, lo que le confirmó aquel becario no era algo tan simple.

Se alejó del ala del instituto con el libro bajo el brazo, regresó por el pasillo lleno de cuadros y antes de llegar a su oficina, giró a la derecha y abrió la primera puerta. Las luces del techo se encendieron de forma automática y dejaron a la vista una escalera en espiral que descendía varios metros.

Bajó por ella mientras silbaba con calma y daba pequeños saltos en ciertos escalones. Luego de veinte vueltas en espiral mientras bajaba, llegó a la estación final.

Las paredes estaban hechas de un material super resistente pero similar al vidrio, por lo que podías ver el mar con una libertad única, la estación se encontraba debajo de la bahía y contaba con la última tecnología. Pero en el centro de la estancia, y estacionado en lo que parecía ser un muelle submarino, estaba el mayor orgullo de la institución.

Un submarino increíble, moderno y con una leve inspiración del diseño original del Nautilus. Construido hace un año por los mejores ingenieros y equipado con la última tecnología, era una joya, un diamante recién pulido y en su máximo esplendor. Sin embargo, solo los que trabajaron en el proyecto y la propia Katherine, conocían un secretito de la maravillosa nave.

—Es bellísimo —citó Kate a cierto personaje de película de superhéroes, observando en todo su esplendor la magnificencia del submarino híbrido.

Fue entonces que, acercándose, palpó con cuidado el frío metal del que estaba construido, acercó la frente y llamó a sus raíces ocultas, diluidas en su sangre a tal punto en el que solo sus bisabuelos en su momento fueron capaces de contarle de su cultura.

—Tangaloa —nombró Katherine Wilson al submarino, sonriendo al pensar que aquella nave podría ser tan poderosa como el dios del mar.

Es entonces que la mujer castaña se sentó en el muelle y abrió el libro, volviéndolo a leer luego de muchos años, si lograba que nada se le pudiese escapar durante su travesía, estaba segura de que era capaz de lograrlo.


El portal se abrió cerca de una zona residencial y escupió a un trio de amigos, como Zoe los había tomado del cuello y arrastrado como costales de papas, cayeron de cara y acabaron raspados.

—¡Ah, mi rostro! ¡Mi hermoso rostro! —se quejó Max, cubriéndose el tremendo raspón en la frente, era de esos que no parecían nada, pero que poco a poco las líneas se colorearon de rojo por la sangre del castaño.

—Era demasiado hermoso para seguir existiendo —añadió Rex, frotándose el raspón de la mejilla y levantándose del suelo.

—¡Mi nariz! ¡Mi hermosa nariz! —chilló Zoe, pues se había llevado la parte más fea del asunto, un golpe con raspón incluido en el puente de la nariz, y empeorando el asunto, un leve sangrado nasal.

—¡Zoe!

Para sorpresa de Rex, Max dejó todo el drama que estaba haciendo a un lado para ir a socorrer a la única chica del grupo. La sentó con cuidado y le presionó la parte blanda de la nariz mientras la inclinaba un poco hacia abajo.

—Tranquila… —susurró con calma el castaño, acariciando la espalda de Zoe para que esta no se agite, pues eso aumentaría el ritmo cardiaco, su respiración y, por ende, el sangrado—. Respira solo un momento por la boca.

Rex miraba la acción con la boca abierta, pero se acercó de inmediato y se sentó al otro lado de su amiga de ojos claros, observando con cuidado como Max lograba detener el sangrado.

—¿Cómo sabes hacer eso? —preguntó Rex, pues que él supiera, Max nunca había prestado atención a las indicaciones de primeros auxilios que daban a medio año escolar y antes de los eventos deportivos.

—Rex, cuando era niño me pasaba todo el tiempo —respondió Max encogiéndose de hombros y mostrándole una sonrisa—. Mamá me enseñó.

—Cierto, la señora Taylor es un ángel —dijo Rex, recordando todo lo que la madre de su mejor amigo hacía por ella.

—Lo es —coincidió Zoe. Max volvió a acariciarle la espalda y soltó los dedos que hacían pinza en la nariz de la de cabello rosa, mostrándole que, efectivamente, todo había parado.

—Bien, entonces, ¿empezamos? —preguntó Rex, activando su Dino Guante y sacando la carta de Ace.

—Deberíamos localizar al dinosaurio primero, ¿no? —cuestionó Zoe, observando con una gota de sudor en la nuca a Max dispuesto a llamar a su Triceratops en medio de la ciudad—. Un momento, chicos…

Los dos se detuvieron y se fijaron en Zoe, que observaba con cuidado el vecindario que los rodeaba, las casas eran muy bonitas y se hacían notar que baratas no eran. Cada propiedad estaba rodeada de setos y amplios jardines, así como de una pequeña piscina o en algunos casos fuentes de agua muy ostentosas.

—Todo luce muy caro —soltó Max, vocalizando el pensamiento que había pasado por la cabeza de los tres miembros del grupo.

—Debe ser algún tipo de zona residencial —intentó adivinar Rex, encendiendo la pantalla de su Dino Guante para ver si conseguía información más precisa de su ubicación.

Zoe alzó la mirada al cielo y entrecerró los ojos al ver un borrón entre las nubes, preguntándose que podía ser, ladeó la cabeza para esquivar los rayos del sol, y es entonces que lo vio claramente.

—Eh, chicos —llamó Zoe, levantando la mano al cielo.

—¿Qué ocurre? —preguntaron al unísono Max y Rex, siguiendo la dirección del dedo índice de Zoe. En cuanto levantaron la mirada, a los dos se les desencajó la mandíbula y las neuronas, aunque dudaba si las de Max llegaron a funcionar en algún momento.

—Es un Quetzalcoatlus —pronunció el castaño.

—Lo es —secundó Rex.

—Papá me va a matar por no traerlo —concluyó Max, observando como el imponente pterosaurio surcaba el cielo sobre sus cabezas, dirigiéndose hacia el este desde donde se encontraban.

Hacia la playa.

—Bien, hagamos esto, yo lo seguiré para no perderlo, ustedes piensen un plan para atraparlo —dijo Max, comenzando a correr tras el inmenso reptil volador.

Zoe y Rex se quedaron de pie en el mismo sitio, mirando la estela de humo que dejaba el castaño a través de su paso por las calles de la ciudad.

—Nos ha dicho que planeemos todo —masculló el rubio, frunciendo el ceño y chasqueando la lengua—. Ese idiota.

—Así es él —dijo Zoe, tocándose un poco la punta de la nariz y notando cierta incomodidad debido a los restos que empezaban a coagularse—. Esto es horrible, respiro como una ancianita.

—¡¿A quién le dices ancianita?! —gritó una mujer a varios kilómetros de distancia, justo en la zona a la que se dirigía Max persiguiendo al Quetzalcoatlus, lo curioso era que la voz se les hizo conocida, Rex no tardó en identificarla y negó con la cabeza.

Los tres chiflados también estaban allí.

—¡Maldita sea! ¡¿Quién me ha dicho ancianita?! —gritó Úrsula, provocando una estampida de gente que abandonó la playa ante una amenaza de posible muerte inminente.

—¡No lo sabemos Úrsula! —exclamaron Zander y Ed, lloriqueando mientras excavaban en la arena para intentar escapar de la masacre que ocurriría si la peliverde no encontraba a la culpable del sobrenombre.

A lo lejos de la playa, Max corría persiguiendo la ruta aérea del inmenso pterosaurio, según los libros y los archivos de estudio de su padre, se estimaba que sus alas podían medir hasta once metros. Tenía que refutarlo, esas alas tan grandes y majestuosas debían medir al menos doce metros, sin duda, el ser que surcaba los cielos era todo un coloso.

No tardó mucho para chocar con el pecho de alguien, la señora ni siquiera se disculpó, pues siguió corriendo junto a una estampida de personas que huían de la playa al ver lo que se acercaba.

Entonces comenzó un juego, Max se movía de un lado a otro para evitar las olas de personas como si estas fueran unas paredes móviles, le costaba encontrar el sitio por el que entrar para acercase a la playa sin problemas.

—¡Ah, odio esto! —se quejó el castaño, recordando que Rex es el bueno en los juegos arcade que él solía odiar. Por lo que decidió mandar todo a buen sitio y avanzar con una táctica milenaria que lleva años pasando de generación en generación.

Activó su Dino Guante y tomando la carta de Gabu, la deslizó sin pensárselo dos veces.

¡DINO PASE! ¡Triceratops Ruge!

El hecho de que Max hubiese gritado eso en medio de una multitud, fue lo que le hizo que se llevara una buena parte de la atención, lo que ocurrió después fue inexplicable para los visitantes.

Las luces de los edificios se apagaron y el cielo se nubló, los postes de luz emitieron chispas y rayos salieron disparados hacia donde se encontraba Max. En el cielo, nubes cargadas y oscuras hicieron su aparición, lanzando un rayo hacia tierra.

Todas las personas alrededor se dispersaron, ocultándose tras columnas y paredes pertenecientes a hoteles y restaurantes, los ojos más curiosos fueron los que observaron el espectáculo en todo su esplendor.

La electricidad se volvió a juntar al lado derecho de Max, absorbiendo la carta y tomando la forma completa de su compañero.

El Triceratops se estiró al hacer contacto con el suelo y el castaño se le acercó, acariciándole por la base de la cresta mientras palpaba sus cuernos con la otra mano, sintiendo la corriente recorrer sus dedos.

—Gabu, necesito tu ayuda, ¿ves esa cosa de allí? —preguntó, alzando la mano para señalar al Quetzalcoatlus que se alejaba a la distancia. El Triceratops levantó la cabeza y dio varios sonidos de afirmación—. Pues tenemos que acabarlo, así que vayamos.

Gabu se agachó al flexionar levemente las patas delanteras, Max se subió como pudo al lomo de su compañero y se sujetó bien, poniéndose a una distancia prudente para evitar golpes innecesarios si es que el Triceratops alzaba la cabeza.

—¡Cuidado! ¡Permiso! ¡Abran paso!

Sí, ese era un gran plan para Max Taylor.

Ahora no solo había creado mucho más caos, sino que las personas se empujaban para alejarse del camino de Gabu, que ni siquiera quería dañarlos, por eso se detenía cada que alguien se cruzaba en el camino y buscaba alguna forma para pasar.

A lo lejos, Rex y Zoe presenciaron el espectáculo de nubes y rayos con la boca abierta, cuando terminó, se dejaron caer al suelo y negaron firmemente con la cabeza.

Su amigo era un idiota.

—Considerando que Max ya hizo una de sus idioteces planeadas, creo que es nuestro turno de movernos —sopesó Rex, levantándose y sacudiendo un poco de polvo de su ropa.

—¿Qué se supone que haremos? Max, el dinosaurio, y la ancianita están en la misma dirección —le recordó Zoe, señalando el camino por el que se fue Max, dónde se escuchaban muchos disturbios y un grito proveniente de la ancianita.

—Si Max ha decidido encargarse del Quetzalcoatlus, entonces nosotros vayamos por los tres chiflados —concluyó Rex, caminando por el vecindario y observando los jardines de lujo.

—Bien, ir por la ancianita y sus amigos.

Un poderoso grito volvió a escucharse a la lejanía.

—Vaya, sí que tiene buen oído —bromeó el rubio, aunque por dentro se estaba preguntando si aquella mujer en verdad era capaz de hacerlo, o solo gritaba sin razón.

—Entonces, ¿vamos? —preguntó Zoe, sacando los patines portátiles de su mochila y sentándose en el suelo para ponérselos.

Rex se fijó en ella mientras ajustaba los patines a sus zapatillas Converse, recordó haber dicho en su momento que era algo innecesario comprarlos en París, porque no los iban a usar.

Ahora se sentía tonto, compadecía a Max por pasar la mayor parte de su tiempo de esa forma.

Volvió a su plan inicial, pero esta vez fue más inteligente y sacó su teléfono, obviamente la señal era inexistente, pero encontró una red libre y se conectó a ella de inmediato.

—Espera un minuto, voy a conseguir un medio de transporte —avisó Rex al ver que su amiga había terminado y procedía a dar vueltas a su alrededor.

—¿Tienes internet en México? —preguntó Zoe, acelerando el ritmo de sus giros alrededor de su amigo rubio.

—Sí, la seguridad parece ser muy baja, pero encontré una red libre —respondió Rex, presionando un botón verde y sonriendo al escuchar un sonido melódico y afirmativo.

—¿Y qué acabas de hacer?

—Desbloquear una bicicleta —respondió con simpleza el rubio, deteniendo a Zoe y caminando en dirección a la playa—. Ven, vamos.

La de cabello rosa siguió al rubio, disminuyendo su ritmo para acompañar a Rex.

Pero de pronto, el horizonte se iluminó como el atardecer, de un tono naranja y rojo. El fuego se extendió y rodeó la zona de playa frente a ellos en menos de un segundo, que fue lo que tardó para avivarse y crear un muro enorme.

Todo había comenzado.


—Terry, ve a por ese maldito niño y su Triceratops —ordenó Úrsula desde su posición, todavía sentada en la tumbona y con un vaso de té helado en la mano izquierda.

—¿Vas a necesitar a Spiny? —preguntó Zander, sacando un lector de cartas mucho más estrambótico y ancho de una las bolsas de playa.

—Por ahora no, solo hay un chiquillo —respondió la mujer peliverde, dándole un sorbo a su bebida y exhalando de placer al refrescarse.

Max se bajó de un salto del lomo de Gabu antes de que este embistiera. El golpe fue intenso y provocó una ligera onda expansiva, el Quetzalcoatlus en el cielo se posó en la cima de un altísimo edificio hotelero y se dedicó a observar.

El escenario alrededor de la batalla cambió, la playa pasó a formar parte de un paraíso prehistórico con plantas extintas y rocas grandes esparcidas por el lugar. Los edificios se convirtieron en formaciones rocosas con salientes y riscos, y por supuesto, el sol se vio cubierto por inmensas nubes.

Gabu agachó la cabeza y aseguró los cuernos bajo el abdomen de Terry, luego se irguió con fuerza y mandó a volar al Tiranosaurio por los aires.

—¿Quién apagó el sol? —preguntó la peliverde.

—¡Dinosaurio volador a la vista! —exclamaron al unísono Zander y Ed, comenzando a correr afuera del área de impacto.

—Oh, mierda —maldijo la peliverde, dando un salto y comenzando a rodar por la arena, esquivando a Terry por un pie, porque estuvo a nada de ser aplastada por su dinosaurio.

—Uh, tengamos cuidado Gabu.

El Triceratops dio un pequeño rugido y miró al castaño como si esperase un premio, Max se echó para atrás y rebuscó en sus bolsillos, pero no encontró nada.

—Te la daré después, amigo —prometió el castaño, acariciándole uno de los cuernos y recibiendo un asentimiento de parte de Gabu.

Terry se levantó confundido y agitó la cabeza, rugió y comenzó a correr hacia el campo de batalla para volver a enfrascarse en una pelea con su contrincante favorito.

—Bien, hagamos esto. —Max bajó de Gabu de un salto y rodó un poco en el suelo, se sacudió el pantalón y se fijó en los grandes colmillos de Terry aferrándose al cuello de su Triceratops.

—¡Acaba con él, Terry!

La mujer peliverde apareció detrás de su dinosaurio, con una toalla envuelta alrededor de su cintura y su bikini negro, tenía un dispositivo en la mano y una carta con detalles rojos en la otra.

Max se extrañó ante la vista y no pudo evitar recorrer el cuerpo de la adulta con la mirada, tragó saliva al sentir la sangre bajar hacia cierta parte de su anatomía. Recordó que Zoe la llamaba ancianita, pero esa figura estaba lejos de ser de una anciana.

Por el otro lado, Úrsula estaba a punto de pasar la carta por su lector, por lo que decidió deleitarse con la expresión de terror de su enemigo en cuanto viera la magnitud del ataque de Terry. No hay que aclarar que fue todo lo contrario, se encontró con un adolescente pálido y embobado.

—¿Qué le pasa a ese niño? —se preguntó la mujer peliverde, extrañada por el comportamiento de Max—. Da igual, ¡destrózalo!

Pasó la carta con rapidez y sonrió al ver que esta se prendió en llamas.

¡ERUPCIÓN VOLCÁNICA!

Max reaccionó ante aquellas palabras y bajó la mirada, pequeñas líneas aparecieron alrededor de sus pies, grietas que fueron incrementando en tamaño y dejando ver el magma de la profundidad de la tierra saliendo a la superficie.

Luego de lanzar a Gabu, Terry se puso a una buena distancia y rugió, el magma bajo sus pies salpicó como olas rompiendo sobre las rocas de la costa y las llamas se hicieron presentes.

—¿Qué está haciendo? —Max se fijó en la boca de Terry, donde una bola de fuego se hacía cada vez más grande, justo cuando pensó que se la lanzaría a Gabu, esta desapareció—. ¿Eh?

—Debes enfocar mejor tu vista, niño —aconsejó Úrsula, sonriendo de forma perversa y provocándole un sonrojo al castaño por el doble sentido de sus palabras. La mujer levantó un dedo y señaló hacia Gabu.

Max aún confundido, se fijó en su dinosaurio y se alarmó.

—¡Gabu, esquiva…!

El suelo bajo el Triceratops se agrietó con rapidez y una explosión de magma y llamas impactaron a Gabu y lo rodearon, el ataque era demoledor e hizo que la detección de vida en el Dino Guante disminuyera a una velocidad de vértigo.

—¡Mierda! —exclamó el castaño, activando su Dino Guante y tomando la carta de habilidades de Gabu, era un movimiento desesperado, pero quizá su única opción real de no ser derrotado.

¡CICLÓN! —gritó con fuerza Rex, apareciendo junto a Zoe. Detrás de ambos, Ace se lanzó al ataque con un potente tornado girando a su alrededor.

—¡Paris, ve con Gabu! —ordenó Zoe, poniéndose al lado de su amigo y tocándole el hombro para llamar su atención—. ¿Todo bien?

Max desvió su atención a su amiga y asintió.

—Ay madre —soltó Rex, poniéndose igual de rojo que su mejor amigo, Max se giró para verlo y le dio un pequeño codazo en las costillas—. Digo, ¿cómo dejaste que casi vencieran a Gabu?

—Me tomó desprevenido.

Ace embistió a Terry con su ciclón, pero este aguantó y mantuvo las patas en la tierra tanto como las ráfagas de viento se lo permitían. Es entonces que el ataque a Gabu se detuvo y este a duras penas logró levantarse.

—Está muy débil para atacar —mencionó Max, chasqueando la lengua.

—Eso lo resuelvo yo. —Zoe le guiñó el ojo y con Paris cerca, activó su mejorado Dino Guante y sacó una carta, la tomó con elegancia y la deslizó por el lector como si danzase sobre pétalos en el aire—. ¡BENDICIÓN DE LA NATURALEZA!

Sus ojos brillaron al mismo tiempo que cientos de hojas aparecieron flotando en el aire, envolviendo a la Parasaurolophus y haciendo que esta brille en un tono verdoso.

—¡Ayuda a Gabu! —indicó Zoe, señalando al lastimado Triceratops como el objetivo.

De la boca de Paris, una ráfaga de hojas y pétalos salieron en dirección a Gabu, rodeándolo e imbuyéndolo de energía natural para sanar sus heridas y recuperar su salud.

Max sonrió y entonces aprovechó para activar la carta de Gabu y lanzar su ataque.

¡EMBATE ELÉCTRICO!

El Quetzalcoatlus miraba la escena desde los aires, con la mirada puesta en aquellos tres dinosaurios que hacían equipo para detener al Tiranosaurio de la mujer peliverde.

—¡Zoe, gracias! —dijo Max, guiñándole el ojo de regreso a la chica y sonriendo con confianza—. ¡Nosotros nos encargamos de esto! ¡Ve por el Quetzalcoatlus!

Ella asintió de inmediato y llamó a Paris para correr en su búsqueda, como el territorio de la pelea era llano, debía adentrarse un poco en el campo de batalla hasta encontrar un terreno alto que pudiese llamar la atención.

El cielo se oscureció, las nubes negras y cargadas en su totalidad soltaron un rayo que llenó a Gabu de poder. La electricidad lo recorría mientras emitía un sonido estimulante para los oídos de Max, la sensación era similar a cuando conectó por primera vez con Gabu al verlo a los ojos.

El ciclón de Ace se detuvo luego de activar la carta de Gabu, pero el Carnotauro ya había logrado enviar a Terry un par de metros atrás y dejarlo indefenso ante la carrera de Gabu, que cargaba electricidad en sus cuernos y se convertía en una lanza dispuesta a atravesar al Tiranosaurio.

—Creo que no tengo más cartas… —reconoció Úrsula, echando la vista hacia atrás para observar con horror como sus compañeros estaban tumbados en la arena inconscientes—. Esos inútiles…

El mundo se le venía abajo al ver como Terry estaba cada vez más cerca de ser golpeado por el movimiento del Triceratops, si quería ganar para poder llevarse al Quetzalcoatlus, tendría que trabajar su victoria.

Usar cartas quedaba descartado, solo tenía una carta de habilidades para Terry desde que llegaron a aquel lugar, Spiny estaba fuera porque el idiota de Zander dormía en la arena de aquella playa prehistórica.

Se mordió el labio inferior y apretó los puños, sin percatarse que sus ojos comenzaban a brillar, soltando pequeñas llamas que poco a poco también salían de sus dedos o muñecas.

Gabu impactó en Terry con fuerza y lo mandó a volar como en su primer encuentro.

Un gruñido salió de la boca de la mujer, consciente de que no había podido hacer más en esa situación, quizá sus compañeros tuvieran razón y debió ser más precavida con la misión. Pero ni muerta admitiría eso, ni siquiera con un chantaje encima se lo diría a aquellos inútiles.

Lejos de aquella zona de combate, Zoe se mantenía junto a Paris, que de vez en cuando se erguía en sus patas traseras y probaba algunas hojas de la copa de los árboles.

—¿Dónde estará? Solo veo hojas, césped y rocas —se quejó Zoe, sacudiéndose algunos restos de los arbustos de sus cortos shorts negros.

Un sonido gutural y estruendoso se escuchó a un par de metros, por lo que Zoe y Paris se dirigieron con rapidez al lugar de donde provenía. Un muro de roca hizo que la adolescente alzara la mirada y caminase un par de metros en reversa.

En la cima de aquel risco, el Quetzalcoatlus los acechaba, batiendo las alas y alzándose en vuelo para iniciar el combate.


—Señorita Kate, tenemos todo el material listo —anunció su nuevo asistente, un chico joven y recién graduado, con la piel tostada por el sol y el cabello tan negro como el carbón.

—Bien, ahora toma estos documentos y deshazte de ellos. —Kate no se movió de la bahía del submarino durante toda la noche, se leyó el libro hasta llegar a la segunda parte y luego retomó su trabajo.

—Eh… Esto, ¿cómo lo hago? —preguntó tímido su asistente, a Kate aquello se hizo gracioso, el chico era bastante alto y tenía un cuerpo fornido, por lo que no le cabía en la cabeza que en realidad tuviese un corazón de pollo y una actitud tan retraída.

—Quémalos o simplemente usa la trituradora del sector postal —indicó la mujer castaña, estirándose y apoyándose en la barandilla de atrás para levantarse y mover las piernas.

—¡A la orden!

Su asistente se dirigió hacia la salida en dirección a cumplir con la orden.

—Bien, ya tenemos un Conseil —sonrió Katherine Wilson, observando de nuevo al submarino híbrido y tomando su teléfono para rebuscar en su agenda de contactos. Hace algún tiempo tuvo un enfrentamiento con arponeros y cazadores ilegales en aguas asiáticas, que incluyó comentarios despectivos hacia ese tipo de oficio.

La ironía de la vida la llevaba a este camino, para intentar salvar a sus criaturas, necesitaba a alguien dispuesto a cazar y llevarse el premio gordo. Estaba segura de que nunca le permitirían contratar a un arponero del bajo mundo para acompañarlos en la expedición, pero tenía sus métodos.

Encontró un número grabado hace dos años y lo marcó de inmediato, esperando a que la persona del otro lado respondiese la llamada con buen humor y muchas ganas de formar parte de su excursión por el Océano Pacífico.

—¿Diga? —le respondió una voz soñolienta, acompañada de un bostezo y movimientos de cama.

—Álex, soy Katherine.

—No puede ser… ¿Tú otra vez?

—Sí, soy yo, ¿estás de buen humor?

—Lo tenía hasta que me llamaste…

Katherine soltó una risa y caminó alrededor del embarcadero, haciendo algo de ejercicio en sus largas piernas para devolverles la circulación.

—Álex, necesito tu ayuda —pidió la mujer en un tono aniñado y haciendo un puchero imperceptible para su interlocutor, que rezongó sobre su almohada y dio un par de golpes.

—No, no lo haré —declaró rotundamente el varón, revolviéndose en su cama y asfixiando una almohada—. La última vez me mandaste a una cárcel.

—¡Fue un accidente! —recalcó Kate, poniéndose roja de la vergüenza y frunciendo el ceño—. ¡Y solo fue una semana!

—Pasaron muchas cosas en esa semana —habló Alex con un tono sombrío—. Como sea, ya dije que me niego.

—Álex, algo está matando a los animales —le reveló finalmente Kate, suavizando su estoica expresión al tocar el tema.

Un silencio del otro lado y un suspiro, le hizo saber que Álex reaccionó de la misma forma que ella cuando se enteró.

—¿Incluso a las orcas?

—Ha desaparecido grupos enteros…

Un golpe seco se escuchó del otro lado, seguido de una serie de pasos y maldiciones soltadas por Álex. Katherine se lo imaginó moviéndose de un lado a otro en su pequeña habitación, con su ropa en el suelo y diarios de navegación desperdigados en el sofá.

—Voy para allá.

La llamada se cortó y una sonrisa se posó en los labios de Kate, que comenzó a dar saltitos como una niña buena a la que estaban a punto de darle el regalo de su vida. Estaba emocionada, iba a volver a ver a Álex luego dos años y haberlo enviado a una cárcel en Guatemala.

—Bien, ya tenemos a los tres pilares, ahora, con la tripulación correcta, podemos zarpar antes de lo previsto.

Se puso a hacer cuentas mientras tomaba el comunicador en su cinturón.

—Janeth, va a venir Álex McGallan, quiero que lo traigas de inmediato a mi posición —dijo a través del comunicador, regresándolo a su sitio especifico en su cinturón y sonriendo mientras caminaba ladeando la cabeza.


La reunión fue rápida y concisa, se designaron un par de órdenes y luego cada uno tomó un camino diferente. Noa se dirigió de inmediato al área divertida del edificio, aquella con cientos de pantallas que alguna vez usaron para noches de películas o jugar algo.

En la zona todos estaban trabajando desde que llegó la primera noticia del dinosaurio avistado en costas mexicanas, esa fue la misma razón de la reunión de hace varios minutos.

—¿Tenemos un equipo en México? —preguntó Noa, recibiendo una negación de parte del jefe de equipo, un hombre adulto de unos sesenta años, gafas y cabello blanco como la nieve—. Phil, ¿en serio?

—Este lugar es reciente, apenas tenemos tres equipos repartidos en el mundo, uno en París y el otro en Nueva York —aclaró Phil, llevándose las manos a su corta barba en un gesto pensativo—. ¿Tenemos imagen del dinosaurio?

—¿Ya todos procesaron que estamos aquí para enfrentarnos a animales extintos? —preguntó Jonah, uno de los miembros nuevos del grupo y el encargado de rastrear a los grandes reptiles.

—Cuesta creer que esto no sea solo un sueño —respondió Noa.

—Lo sé, mi hijo está emocionado y mi hija preocupada —añadió Phil, recordando las palabras de sus hijos aquella mañana antes de ir al trabajo.

—Tu hija no tiene que preocuparse, estamos tras las pantallas, nunca mueren los que están tras las pantallas —dijo Jonah, tecleando con maestría y accediendo a la señal de televisión, lo primero que consiguió fueron videos de las noticias locales que puso de inmediato en las pantallas del centro.

—Eso es una broma de mal gusto —regañó Noa, bajando las escaleras centrales para acercase a la consola principal y observar atentamente las cámaras.

—Pero digo la verdad, lo que me jodería sería ir a enfrentar al dinosaurio.

Las imágenes comenzaron a transmitir la imagen del Quetzalcoatlus sobrevolando la playa de Cancún.

—¿Qué es esa cosa? —preguntó uno de los miembros del equipo.

—Eso, mis amigos, es un Quetzalcoatlus, llamado así por la deidad y con una envergadura de quince metros en promedio —presentó Jonah, silbando ante tal majestuosidad que veían sus ojos, ni cuando conoció a su esposa reaccionó de tal manera.

—¿Las autoridades están en camino? —inquirió Noa, tecleando en la consola central para intentar enfocar mejor las grabaciones—. Jonah, ¿tienes imágenes actuales?

—No, pero a sus órdenes —sonrió Jonah, agitando su cabello negro y largo hacia un lado para que no impida su trabajo.

Jonah esta vez hizo gala de sus habilidades informáticas para lograr meterse en la red de cámaras de vigilancia de la zona, ya que ellas debían ser las únicas capaces de captar lo que ocurría.

—Eh, no puedo conseguirlas.

—¿Qué quieres decir? —Noa Krammer le dirigió una mirada seria que le hizo sudar frío. Todos en aquel lugar la conocían de su trabajo anterior y concordaban en que aquella mujer podía ser un témpano cuando se lo proponía.

—Las cámaras captan la playa y sus alrededores, pero hay como una distorsión que emborrona el paisaje —explicó Jonah, pasando la imagen a la computadora central para mostrarlo.

—Pero tenemos imágenes anteriores, al parecer se han avistado más dinosaurios —añadió Phil luego de investigar las últimas noticias de internet—. Los videos se vuelven virales en las redes sociales.

El resto del equipo de trabajo se puso manos a la obra para intentar recopilar todo el material posible, estaban viendo todo tipo de redes para encontrar los videos exactos. Fue uno de ellos, grabado por un teléfono y subido a una cuenta el que les sirvió.

Noa pidió que lo mostraran y estos lo transmitieron, era un grupo de gente corriendo de lo que parecía ser un potencial peligro. Delante de todo el grupo de personas apareció de pronto un Triceratops idéntico al de las imágenes de París.

—¿Es el mismo dinosaurio? —preguntó Noa, sorprendida y percatándose que en el lomo de dicho reptil con cuernos había una figura humana a contraluz.

—Te lo confirmo, es el mismo que se vio aquí y en París —confirmó Jonah—. Henry, consígueme los otros videos y haz una comparativa.

—A la orden —respondió el otro empleado, un hombre castaño con una barba muy frondosa y sobrepeso—. Espera, ¿hay una persona encima?

—Intenten identificarlo —ordenó Noa Krammer caminando hacia la puerta de la sala, dejando atrás una indicación de la que esperaba tener respuestas en un futuro inmediato.

La mujer cerró la puerta al salir y caminó por un pasillo blanco, la sede era un edificio nuevo que se compró exclusivamente para este propósito desde la aparición del primer dinosaurio hace unos días.

Aún recordaba la escena.

Aquel día llegó tarde a casa porque se quedó hasta tarde en la empresa, ella era una corredora de seguros que en su adolescencia tuvo delirios de ser arqueóloga, pero nada de eso pasó. Sus padres se divorciaron y ella fue a lo más seguro que pudo encontrar en la universidad.

Pasó varios años saltando de empresa en empresa, hasta que se asentó en su trabajo de ese entonces, antes tuvo una pequeña experiencia como novelista, escribió libros infantiles que tuvieron un éxito moderado entre la audiencia.

Abrió la puerta de su casa en silencio y entró de puntillas, evitando hacer ruido, en el sofá estaban durmiendo su esposo y sus dos hijos, envueltos en una manta y con la tele encendida. Recordaba ver la televisión y pensar en que clase de película estaban viendo, pero cuando reconoció su ciudad, sus monumentos y las noticias, supo que aquello era real.

El fuego que consumía las calles de París era real. El Tiranosaurio era real, los dinosaurios eran reales, y estaban allí, frente a ella. Algo en su interior se encendió nuevamente y cuando recibió la llamada de un viejo compañero de trabajo, contándole sobre la división Crichton, aceptó de inmediato.

—Señora Krammer, buen día —saludaron unos jóvenes empleados que pasaron por su lado, ella les devolvió el saludo de forma elegante y siguió su camino.

Llegó al ascensor y se subió con ansiedad latente en el cuerpo, los recuerdos no eran buenos, no tenía por qué revivirlos una y otra vez. Su esposo estaba bien, sus hijos también, no había nada que temer.

Se llevó una mano al cabello y lo movió con nerviosismo, todo debía salir bien.

—¿Qué clase de música es esa? —Noa se llevó las manos a las orejas y frunció el ceño al escuchar la música de ascensor, era una melodía que se le hacía conocida y que le pareció de muy mal gusto.

—Un clásico de cine —respondió Jonah a través del comunicador del ascensor, Noa enarcó una ceja al escucharlo, lo estaba haciendo de nuevo.

—¿Sigues monitoreando el ascensor?

—Es mi pasatiempo —se defendió él antes de cortar la comunicación.

Noa suspiró y esperó pacientemente a su destino, el ascensor siguió descendiendo hasta que llegó a la planta baja y las puertas se abrieron en el vestíbulo. El amplio recibidor era caminado constantemente por agentes, empleados y algún que otro miembro de servicios públicos.

Se dirigió de inmediato a la puerta de salida del edificio y sacó un pote de pastillas de su bolsillo, la receta del médico era estricta y no tenía discusión.

Tomó una y se la tragó de inmediato, sin requerir una gota de agua, era lo único bueno que le pudo recetar el médico, al menos así no sufría su garganta.

Levantó la mano y llamó a un taxi que circulaba por la calle, el vehículo se detuvo y ella no tardó demasiado para subirse en el asiento delantero, acomodando su bolso entre sus piernas y poniéndose el cinturón.

—A la plaza del centro.

El conductor del taxi encendió su dispositivo mágico llamado taxímetro y se dispuso a conducir, Noa emitió un gruñido por lo bajo, aquel viaje podría costarle un ojo de la cara, pero en verdad necesitaba ir a verlo.

Requería de la opinión de un experto.


Álex McGallan se quedó de piedra al ver la inmensa nave en la bahía, su conocimiento sobre embarcaciones estaba limitado a solo tres, las únicas que usó para viajar por el mundo para viajar en busca de presas grandes.

—¿A qué es genial? —Kate le dio una palmada en la espalda como si fueran amigos de toda la vida, exceptuando la parte importante de que ella lo apresó luego de una redada.

—¿Tú construiste esa cosa?

—Fui la líder del proyecto —exhibió orgullosa la castaña, sonriendo y llevándose una mirada incrédula de parte de Álex.

Ambos caminaron alrededor de la bahía para que el chico pudiese inspeccionar la embarcación hibrida desde la cabeza a la cola, coincidió con Kate en el sentido de que era una obra maestra de la ingeniería.

—Entonces iremos en esto a darle caza a nuestra criatura sorpresa —supuso Álex, cruzándose de brazos mientras caminaba para observar algún indicio de presencia de armas en la proa—. No veo que tengamos alguna arma disponible.

—Eh, sí, sobre eso… —El tono tímido de Kate hizo que Álex se diese la vuelta para mirar fijamente a la castaña, que le mostró una sonrisa nerviosa y se peinó el cabello—. Para que pudiesen financiarla, tuve que hacer algunos cambios a su diseño original, por lo que ahora es una estación científica.

—¿Qué? ¿Me estás diciendo que quieres ir a cazar una criatura extraña con un barco sin armas? —gruñó Álex, apretando los puños y frunciendo el ceño.

—Técnicamente es un submarino, pero…

—¡Vamos a morir todos!

—No seas exagerado —dijo Katherine Wilson, tomando el comunicador en su cintura y presionando unos cuantos botones—. Tenemos un buen equipo.

—Soy un delincuente y estoy en tu equipo —le recordó Álex.

—Bueno, tenemos un equipo decente.

Álex se pasó una mano por sus hebras rubias y se agitó el cabello con frustración, era todo un caso tratar con Kate sin querer arrancarse el pelo a cada segundo en el que intercambiaban palabras.

—Señorita Kate, tenemos noticias sobre el caso —anunciaron desde el comunicador.

—Vamos para allá, intenta recopilar todo lo que puedas.

Kate volvió a guardar el comunicador en el cinturón y le hizo un gesto a Álex para que este la siguiera.

—¿Qué crees que haces? —inquirió Álex.

—Diciendo que vengas conmigo —respondió Kate, caminando hacia la salida del hangar, el camino a través de las escaleras era demasiado largo para hacerlo por una tercera vez, por lo que seguro pediría un ascensor—. ¿Te vas a poner rebelde?

—No creas que porque acepté venir, voy a obedecer cada una de tus órdenes.

—Solo es cuestión de tiempo —le restó importancia Kate, abriendo la puerta y mirándolo por sobre el hombro—. ¿Vienes o qué?

Álex suspiró y avanzó resignado, ¿ya era muy tarde para volver a casa y quedarse viendo la televisión? Ni siquiera sabía lo que lo llevó hasta el instituto de trabajo de Katherine Wilson, sus razones eran confusas, solo tenía la certeza de que al escuchar que algo nunca visto estaba suelto en el océano y cazando animales, le despertó un instinto.

Katherine lo esperó en la puerta e hizo que se adelantase, por lo que comenzó a subir las escaleras cuando el rubio llegó al quinto escalón. Aún con todas las opiniones en contra, sabía que llamar a Álex no era un error, lo conocía, o, mejor dicho, conocía a los de su tipo.

Solo esperaba que esas dos semanas en Guatemala no lo hubieran cambiado.


—¡Abajo!

Paris se agachó contra el suelo y esquivó el ataque lanzado del Quetzalcoatlus.

Las copas de los árboles se estremecieron y dejaron caer todas sus hojas, Zoe se cubrió de inmediato detrás de unos troncos y evitó la fuerte corriente que el pterosaurio creó con sus alas al alzar el vuelo.

El Quetzalcoatlus comenzó a moverse en círculos, rondando a Paris, que se levantó del suelo y miró por todo el cielo.

Zoe maldijo por lo bajo al recordar que solo tenía una Carta de Habilidades disponible, aquella que ya había usado para curar al Triceratops de Max y que no tenía otro objetivo más que ese.

—Bien, hay que pensar, vamos, Zoe, piensa.

Su mirada se detuvo en el Quetzalcoatlus, que parecía dispuesto a atacar nuevamente. Podían jugarle al atrapa y esquiva, pero Paris no podría evitar sus ataques para siempre, tenían que poder atacarle.

—¡Abajo!

Nuevamente, Paris tuvo que evitar el ataque del Quetzalcoatlus yendo al suelo, lo que provocaba daño debido a los raspones de la tierra y la irregularidad del suelo. Zoe podía ver en su Dino Guante la energía restante de su dinosaurio, y no iba a ser suficiente.

—Esto es un asco —masculló Zoe, saltando de nuevo hacia otra zona para cubrirse del viento huracanado que provocaban las alas del Quetzalcoatlus.

Paris volvió a erguirse en sus patas y emitió un sonido estridente desde su cavidad resonadora.

El Quetzalcoatlus se detuvo sobre el acantilado y sus alas emitieron un brillo, se volvió a lanzar al vuelo y batió las alas con fuerza en dirección a Paris.

Zoe se quedó estática al ver lo que ocurría, las corrientes de aire que le enviaba el pterosaurio se convirtieron en una lluvia de hojas que impactaban contra la Parasaurolophus sin darle descanso alguno.

—¡No!

La energía de Paris terminó por agotarse y esta volvió a convertirse en carta, Zoe se quedó quieta en su sitio y simplemente observó con pesar como el Quetzalcoatlus volvía a alzar el vuelo.

—Yo, fallé…

Se apoyó en el tronco del árbol, su mirada cayó al suelo, observando sus zapatillas manchadas con tierra, su Dino Guante pitaba con una luz roja y la carta de Paris volvió de inmediato a su compartimiento. Zoe apretó los puños y se mordió el labio inferior al punto que se hizo un corte.

—¿Zoe? —La voz de Max la hizo desviar la mirada—. ¿Zoe? ¿Estás bien?

Escuchó las pisadas de Max y observó sus pies acercarse a ella, no levantó la cabeza y no se atrevió a mirarlo a la cara. Él confió en ella para que lograse vencer al dinosaurio, pero no pudo hacerlo.

—Zoe. —Max le puso una mano sobre el cabello y se agachó para que pudiera ver su sonrisa—. No te pongas así.

—He perdido al dinosaurio, Max.

—¿Y? No pasa nada, Rex se está haciendo cargo —dijo el castaño, ofreciéndole la mano—. A mí también me han derrotado, Zoe. Solo nos queda seguir haciéndonos más fuertes.

Aquellas palabras le sacaron una sonrisa, Max siempre sabía que decirle en los malos momentos que ocurrían en el grupo. Es cierto que era un idiota la mayor parte del tiempo, pero era en ese tipo de situaciones donde sacaba su mejor lado.

Estaba claro que ese lo había heredado de su madre, no se podía imaginar al Doctor Taylor comportarse de la misma forma.

Un rugido se escuchó a través de los árboles, el Carnotauro de Rex luchaba en campo abierto contra el Quetzalcoatlus. Ace era mucho más rápido que Paris, y eso era sorprendente sabiendo que es un Carnotauro, por lo que Rex hizo que imitara el vuelo en círculos del pterosaurio, pero en tierra.

La situación con él era diferente a la de sus amigos, Rex todavía conservaba una carta gracias al Pyroraptor, su carta de habilidades era desconocida para él, pero esperaba que le ayudase a ganar.

Del otro lado del campo de batalla, Úrsula se alejaba arrastrando a los dos estúpidos, como ellos ya no tenían un dinosaurio en combate, pudieron volver a la playa y tomar sus cosas. Regresar a la base quizá era la decisión más suicida, pero intentaría desviar la culpa a Zander.

—Bien, podemos hacer esto. —Rex observó como el Quetzalcoatlus se lanzó en picada para intentar un ataque básico y sonrió—. ¡Ace, atrápalo!

El Carnotauro dio un giro y atrapó con su potente mandíbula el cuello del Quetzalcoatlus, sus potentes alas se batían en un intento de escapar de las fauces de Ace.

—¡Rex!

Max y Zoe aparecieron de entre los árboles, observando la escena con sorpresa, parecía que en cualquier momento ambos réptiles se levantarían por los aires. La fuerza de Ace intentaba mantener en tierra al Quetzalcoatlus, pero este mantenía su intención de elevarse por los aires.

—¡Sujétalo bien! —Rex tomó la segunda carta de habilidades de su Dino Guante y la sujetó entre sus dedos—. Veamos qué es lo que haces.

Rex pasó la carta con rapidez por el lector y un viento huracanado apareció de pronto, envolviendo al rubio y haciendo brillar sus ojos. El cielo se nubló de inmediato y el cuerpo de Ace resplandeció en varios tonos de azul.

Con un gruñido, el Carnotauro sujetó con fuerza al Quetzalcoatlus y logró arrojarlo al suelo, manteniéndolo con su peso y comenzando a girar una y otra vez.

Fuertes ráfagas de viento aparecieron y un tornado hizo presencia, Ace siguió girando en su interior y de un momento a otro, lanzó contra los árboles al Quetzalcoatlus.

—¡Cuidado! —Max cubrió a Zoe y se hicieron a un lado, el Quetzalcoatlus atravesó la hilera de árboles con suma facilidad, casi como si la corteza no fuera más que finas laminas de papel. Las hojas volaron por todos lados y los troncos destrozados se desparramaron por el suelo.

El pterosaurio soltó un alarido y su cuerpo brilló, reduciendo su tamaño de forma considerable hasta volver a su forma de carta.

—Ese movimiento fue increíble… —susurró el rubio, con los ojos abiertos y observando como el campo de batalla desaparecía, dejándolos de nuevo en la playa, con varios árboles tumbados sobre la arena y edificios con las fachadas derruidas.

La carta del Quetzalcoatlus voló hasta caer cerca del castaño, que, estirando la mano, la tomó y visualizó con una sonrisa la figura alada en ella.

—Y tenemos una carta nueva —sonrió Max, levantándose y sujetando a Zoe por la cintura. La de cabello rosa se estremeció y sintió sus mejillas colorearse debido a la posición.

—Es una victoria más para nosotros, ¿cierto? —comentó Rex, acercándose a sus amigos con una pequeña sonrisa y el Dino Guante desconectado, la carta de Ace reposaba en su interior y la gente poco a poco se arremolinaba alrededor de la playa.

—Chicos, me gustaría celebrarlo, pero creo que ya estamos llamando la atención —comentó Zoe, separándose del agarre del castaño y señalando a los grupos de turistas y transeúntes que comenzaban a tomar fotos para subirlas a sus redes sociales.

—Plan de escape, ¡a correr! —exclamó Max, tomando a sus amigos y emprendiendo una huida táctica para escapar del foco de atención.

—¿Creen que podamos pasar tiempo en la playa después? —preguntó Zoe, corriendo detrás de sus amigos mientras y algunos drones elevaban el vuelo.

—Sí, yo no lo creo —respondió el rubio, siendo el primero en pisar la zona del rompeolas y llegar de nuevo al asfalto—. ¿Alguien puede preguntarle a Reese dónde abrirá el portal?

—Yo me encargo —afirmó Zoe, encendiendo su Dino Guante en medio de la huida por una zona más urbana para intentar contactar con su hermana—. Responde, Reese.

—Chicos, reja a las cuatro en punto —comentó Max, señalando el obstáculo que los separaba de una calle residencial vacía perfecta para poder esconderse.

—¡Esperen, creo que tenemos el portal de regreso! —anunció Zoe.

—¿Reese te respondió?

—No, solo envió una ubicación.

—¿Qué esperamos? Vamos de una vez. —Rex observó de soslayo el punto rojo en el GPS del Dino Guante de Zoe y mostró una sonrisa—. Justo delante.

Los tres siguieron corriendo en dirección a la reja, se iban acercando cada vez más y aumentaban la velocidad para escapar.

—¡Salten! —exclamó Zoe, empujando a sus amigos al frente y saltando, justo antes de tocar la reja, un portal se abrió y ellos entraron, desapareciendo de Acapulco sin dejar rastro.


Afuera del laboratorio de Reese, un auto se estacionó y Noa Krammer abrió la puerta, pagando el viaje y observando la estructura con cierta admiración. Si los datos eran correctos, su viejo colega de la secundaria, Spike Taylor, trabajaba allí.

—Espero que siga igual que siempre —comentó Noa, acomodándose la ropa y caminando hacia el edificio, como dijo en un inicio, requería de la opinión de un experto. Y por supuesto, no conocías a un experto en dinosaurios todos los días.

El teléfono de Noa comenzó a sonar y se detuvo un momento para rebuscarlo en su bolso.

—¿Qué ocurre? —preguntó mientras se acomodaba algunos mechones de cabello y ponía el teléfono junto a su oreja.

—La imagen de las cámaras se reestableció —dijo Jonah desde el otro lado de la línea.

—¿Cómo? Entonces ya tenemos la situación del dinosaurio —concluyó la Krammer.

—Ese es el tema, el dinosaurio ya no está…

—¿Qué? ¡Jonah, no se puede haber esfumado!

—Estamos captando unas imágenes muy interesantes, te las iré pasando al teléfono.

La llamada se cortó y Noa Krammer se frotó las sienes, su equipo de trabajo la estaba obligando poco a poco a elegir la opción del psiquiatra para pasar unas buenas vacaciones.

Una notificación llegó a su teléfono y observó que la barra de carga ni siquiera se acercaba al cincuenta por ciento. Decidió seguir su camino al laboratorio y entró cuando las puertas se abrieron de par en par, un sobresalto la hizo congelarse en su lugar y las palabras se detuvieron en su garganta al ver a tres adolescentes caer sobre ella.

Continuará...


Ah, mucho tiempo sin actualizar esto, ahora espero hacerlo más seguido, pido disculpas, es que los capítulos se me hacen largos y me entretengo mucho en ellos. Espero les guste, ahora tenemos referencias a ciertas cosillas.

Espero sus comentarios, un saludo y hasta el siguiente cap.