Pasado que atormenta
Capítulo 2. Maggie & OA: Apretados nudos
—OA, deberías irte a casa—dijo Maggie en voz baja, acariciándole la cabeza.
Se había vuelto a quedar dormido con los brazos cruzados, a los pies de la cama de Maggie. Levantó la cabeza y luchó por abrir los párpados.
—Estoy despierto.
Ella le dedicó una sonrisa irónica y al mismo tiempo conmovida.
—Estás agotado. Necesitas dormir. Necesitas comer.
—No —respondió él, sacudiendo la cabeza para despejarse—. No pienso dejarte sola.
—Estoy bien. No necesito nada. Probablemente dormiré de un tirón. No tiene sentido que te quedes otra noche en el hospital.
—Tiene mucho sentido. Quiero estar aquí para ti —insistió él.
—OA, si sigues así caerás enfermo —dijo ella muy seria.
—Estoy bien —le aseguró él, aunque cualquiera que lo mirara podría ver que eso no era cierto.
Alguien del hospital le había prestado los pantalones y la sudadera de un chándal para reemplazar su ropa de dormir rota y sucia, pero OA ni siquiera había pasado por casa a ducharse. Su barba, normalmente tan bien cuidada, estaba desgreñada; sus ojos inyectados en sangre le daban un aspecto desquiciado.
Maggie suspiró; una presión abrumadora en el pecho le dificultaba respirar. Aquí estaba OA, poniendo en riesgo su propia salud por ella, mientras Maggie no podía sacar a Jason de sus pensamientos, a los que él seguía regresando una y otra vez sin darle respiro alguno. En cualquier caso, así no llegaría a ninguna parte. Se tragó sus lágrimas y lo intentó de otra manera.
—OA, si no te vas ahora mismo llamaré a seguridad para que saquen a este vagabundo apestoso de mi habitación —se obligó a bromear, a pesar de que la tensión en su corazón empeoraba cada vez más.
Ella logró hacerlo reír. OA se frotó la cara con la palma de la mano y finalmente asintió.
—Está bien. Iré a casa esta noche. Pero estaré aquí a primera hora de la mañana.
—Si llegas demasiado pronto, te echaré otra vez.
OA negó con la cabeza, pero cedió. Se inclinó para besarla en la frente. Maggie disimuló el hecho de que tragó saliva ante el cálido contacto.
Tan pronto como OA salió de la habitación, Maggie no pudo contenerse más. Se tapó la cara con las manos y empezó a llorar.
·~·~·
Montado sobre su tigre acorazado, OA entró en el cuartel general de las fuerzas de Nueva York junto a su grupo de combate. La operación, un asalto a un nido cercano que habían descubierto recientemente, había sido todo un éxito. Habían matado a todas las arañas adultas y quemado todos los huevos que había dentro. Incluso habían logrado rescatar a un puñado de personas atrapadas como presa.
Había sido satisfactorio. Se le daba bien exterminar monstruos cuando tenía las armas adecuadas. Lamentablemente, OA sabía que sólo estaban prolongando su propio fin. Seguían surgiendo más y más nidos. Tarde o temprano las arañas los superarían.
Detrás de ellos, las pesadas puertas de acero que protegían lo poco que quedaba de la población humana de Nueva York se cerraron con un retumbante estruendo.
Dando un salto, OA desmontó del lomo de cinco pies de altura de Khan con el familiar ruido metálico de su armadura, y rascó el cuello del gigantesco felino anaranjado. Khan se lo agradeció con un fuerte ronroneo como el del motor V8 de un viejo Ford Mustang. Era uno de los tigres de combate más grandes que tenían, uno de los pocos que podía cargar a alguien del tamaño de OA llevando armadura completa. Hace años que se habían quedado sin combustible para mover tanques o carros de combate. Y un caballo no servía para luchar contra arañas gigantes.
Dejó a Khan al cuidado de los chavales que cuidaban las monturas, para que le quitaran la coraza y le dieran comida y agua.
OA se quitó el lanzallamas de la espalda y lo dejó en la armería. Por supuesto, conservó el resto de sus armas: su rifle de asalto y su pistola semiautomática; la lanza corta, su cuchillo de combate. Nadie iba desarmado. Hacía mucho tiempo que habían aprendido que podían verse bajo ataque en cualquier momento.
Estaba hambriento, pero fue en busca de Isobel para informarle del resultado de la operación.
La actividad de la base comenzaba a bullir con el amanecer. Se cruzó con Tiff en un pasillo, quien le dijo con amargura que habían encontrado dos nidos más en la Quinta Avenida y que había perdido tres soldados más la noche anterior.
—Voy a salir de nuevo —dijo con furia reprimida—. Necesito matar algo.
El brillo suicida del único ojo que le quedaba a Tiffany asustó a OA.
—Tiff —él la detuvo—. Cuídate —le pidió llanamente—. Te necesitamos.
Debajo de su armadura, los hombros de Tiffany se relajaron ligeramente. Ella asintió sin mirarlo antes de continuar su camino.
OA entró en el centro de operaciones. Stuart se movía de acá para allá, dando órdenes desde su desvencijada silla de ruedas, todo un lado del cuerpo marchito hace unos meses por el veneno de una picadura de araña-león que no pudo esquivar. Se había convertido en la mano derecha de Isobel cuando Jubal murió en una escaramuza el año pasado.
Stuart saludó a OA con una mirada urgente y un levantamiento de barbilla. Parecía exhausto, pero claro, ¿no lo estaban todos?
—Isobel te estaba buscando. —Señaló en la dirección donde OA podría encontrarla—. Creo que es por Maggie —declaró con voz hueca.
Casi corriendo, OA se reunió con Isobel al otro lado de la habitación.
—OA —dijo ella, llevándolo a un lado.
Él ignoró deliberadamente los ojos del centro de operaciones que los seguían sombríos, como si ya supieran lo que Isobel le iba a decir.
Cuando estuvieron un poco aparte, ella suspiró. Frotó el muñón de la mano que había perdido hacía ya tantos años -cuando las arañas atacaron la ciudad por primera vez- sobre su corte de pelo militar. Isobel había llevado el pelo así de corto desde la muerte de Jubal. La única señal de duelo por él que pudo permitirse en un mundo como aquél.
Miró a OA con abierta conmiseración en sus ojos.
—Maggie ha empeorado durante la noche —dijo sin más preámbulos—. No le queda mucho tiempo. Lo siento, OA.
Él luchó por controlar las lágrimas y tragar el nudo que tenía en la garganta. Sabía lo que eso significaba: la transformación inminente y el destino más misericordioso que podía dársele.
—¿Puedo verla?
—No sé si es buena idea...—dudó Isobel, con angustia y lágrimas en los ojos—. Yo puedo encargarme de ello.
—No —replicó él con garganta agarrotada—. Estaré con ella hasta el final.
Isobel asintió, comprendiendo. Lo acompañó en silencio hasta la celda donde habían retenido a Maggie desde que empezó a mutar.
—¿Los demás ya se han despedido? —preguntó OA mientras entraba.
—Sí — dijo Isobel, secándose algunas lágrimas de sus mejillas —. OA... No lo dejes para el último segundo. No quiero perder a dos amigos hoy —le recordó antes de encerrarlo dentro.
En la celda, Maggie estaba atada a una cama. El gas al que había estado expuesta y del que OA no había podido salvarla ya había comenzado a cambiar sus piernas y brazos, volviéndolos negros y afilados. Los otros pares de patas ya comenzaban a aparecer en sus costados. Avanzaba mucho más rápido de lo habitual. Su rostro abotargado y sudoroso estaba pálido como la cera, pero sus ojos se iluminaron cuando reconoció a OA.
—Has venido —suspiró a través de labios resecos.
—Sí...—dijo acariciando su rostro con ternura. Le apartó un mechón de pelo enmarañado—. Aquí estoy.
La expresión de Maggie se contrajo de dolor y ella gruñó durante unos momentos terribles. OA maldijo porque ya ni siquiera podía cogerla de la mano. Cuando pasó, le dio de beber y colocó su almohada en un intento inútil de hacerla sentir más cómoda.
—OA, ha llegado el momento —dijo Maggie con voz ronca. Él cerró los ojos, sacudió la cabeza—. Sí, mi amor —insistió ella—. No esperes más. Hazlo ahora... antes de que sea demasiado tarde.
El corazón de OA se rompía dentro de su pecho. Sintió lágrimas calientes rodar por sus mejillas.
—Lo siento —sollozó—. No pude... no pude protegerte.
—OA —Maggie lo llamó— OA, mírame. Necesito que me mires.
Él finalmente abrió los ojos.
—Ahora, OA. Ahora.
Con mano temblorosa, OA desenfundó su pistola. Lentamente la acercó a la cabeza de Maggie. Mientras apoyaba el cañón en su frente, besó sus labios por última vez.
—¿Podrías-? ¿Podrías sonreírme...? —suplicó ella—. Quiero que lo último que vea sea tu sonrisa...
Sintiéndose desgarrado por dentro, OA le sonrió cálidamente.
Comenzó a apretar el gatillo... Pero no pudo hacerlo. Apartó el arma.
Los ojos de Maggie se llenaron de decepción... y luego de horror. Los quelíceros abrieron su boca desmesuradamente. OA se quedó paralizado. El cuerpo de Maggie tembló, doblándose y deformándose, las patas finalmente emergieron de su cuerpo en medio de escalofriantes gritos de dolor. Sus ataduras ya no pudieron contenerla. Estaba completamente transformada y OA no tenía dónde correr. Con un movimiento ultrarrápido, se abalanzó sobre él. Dos patas negras terminadas en garras afiladas se clavaron violentamente en su pecho, atravesándolo, desgarrándolo. Su sangre brotó a borbotones, el dolor era indescriptible, pero no era nada comparado con haberle fallado tan terrible y absolutamente a Maggie, con haber visto sus ojos perder por completo su humanidad.
OA se despertó incorporándose repentinamente, jadeando y sudando en la cama de su apartamento. Necesitó varios minutos de llanto para superar el dolor que sentía.
Por encima de aquello, la necesidad de estar con Maggie no lo dejaba respirar.
Lo había intentado, de verdad, pero las pesadillas eran cada vez más horribles y OA no podía soportarlo más. Era como volver a vivir lo que pasó después del accidente del gas sarín, pero mucho peor.
Se levantó, decidido a regresar al hospital.
Pero se tomó un tiempo para asearse y desayunar, para que ella no lo echara de allí en cuanto entrara por la puerta. Y para tratar de estar en condiciones de cuidarla de verdad.
El sol ya se asomaba entre los edificios cuando el taxi de OA llegó al hospital. Necesitaba abrazarla. Necesitaba tenerla respirando contra él.
Cuando entró en su habitación, el corazón le saltó a la garganta al encontrar a Maggie llorando.
·~·~·
Las enormes y cálidas manos de OA se deslizaban suavemente sobre su cuerpo, sobre el fino camisón de verano de Maggie, despertando lentamente sus sentidos. La abrazaba desde atrás, pegando el pecho contra su espalda. Ella disfrutó de las sensaciones familiares que invocaban sus caricias.
Estaba amaneciendo, trayendo lentamente la claridad de la mañana al dormitorio del apartamento de Maggie. Era un día de descanso para ambos y a OA le gustaba despertarla así cuando no tenían que ir a trabajar. Y a Maggie le encantaba cuando lo hacía.
Poniendo sus labios sobre el cuello de Maggie, su espesa barba produjo un agradable cosquilleo que la hizo estremecerse.
Él lo tomó acertadamente como una invitación a continuar. Sus manos se volvieron más audaces, metiéndose por debajo de la prenda e inflamando la piel de Maggie con las puntas de sus dedos. Su respiración se volvió dificultosa.
Lentamente, OA le mordió el lóbulo de la oreja.
—Buenos días —le susurró sensualmente al oído.
Maggie volvió la cara para besarlo. OA la complació suave y dulcemente, mientras sus manos continuaban provocando un fuego cada vez más intenso por todo su cuerpo, haciendo que Maggie necesitara más de él a cada momento que pasaba.
Entonces se oyeron llaves abriendo la cerradura de la puerta del apartamento.
—¡Cariño! ¡Estoy en casa!
Maggie se incorporó sobresaltada, abandonando bruscamente los brazos de OA.
¿Jason?
Se levantó de la cama y descalza hacia la puerta, sin siquiera ponerse una bata.
Maggie lo encontró allí, con una cálida sonrisa en el rostro. Aturdida, Maggie se tapó la boca con la mano. Era como si él acabara de hacer un largo viaje y finalmente hubiera regresado.
—Jasón...— jadeó.
Se arrojó a sus brazos y, de repente, él realmente estaba allí: la familiar sensación de su abrazo, su aroma personal, su voz diciendo dulcemente su nombre.
—Maggie...
—Te he echado tanto de menos...— dijo, aferrándose a él con lágrimas de pura alegría en los ojos.
OA se había puesto algo de ropa y había seguido a Maggie. Observó abatido el feliz reencuentro; bajó la mirada, comprendiendo.
—Será mejor que me vaya —dijo en voz baja.
Maggie volvió bruscamente la cabeza. La profunda tristeza que encontró en sus ojos le rompió el corazón.
—¿Qué? ¡No! — exclamó espantada—. No me dejes. No, por favor —suplicó.
Se apartó de Jason y se acercó a OA, quien la miraba consternado.
—Maggie... No puedes tenernos a los dos —dijo Jason dulcemente, como si quisiera hacerla entender.
OA también meneó la cabeza, resignado.
Aquello la detuvo en seco.
—Pero- —Los miró a ambos alternativamente, confundida —. ¡Os quiero a los dos! ¡Os quiero tanto...!
Jason dio un paso hacia ella y le acarició el rostro con ternura.
—Por supuesto, mi amor, y eso nunca cambiará. Ambos siempre estaremos aquí —dijo, poniendo la mano sobre su corazón—. Pero aquí... — Le tocó la frente suavemente— Aquí tienes que dejar que uno de nosotros se vaya, Maggie.
—Pero- Pero no puedo dejarte ir, Jason. No puedo, ahora que has vuelto...
Él la miró con conmiseración y la abrazó.
—Lo sé, cariño. Lo sé.
Por el rabillo del ojo, Maggie vio que OA agachaba la cabeza.
—Lo comprendo —murmuró—. De verdad. —Su cuerpo empezó a volverse translúcido—. Adiós, Maggie —El carácter de su despedida fue absolutamente definitivo.
Maggie dejó de poder respirar. Ante sus horrorizados ojos, OA comenzó a desvanecerse... hasta que desapareció, como si nunca hubiera existido.
Ella no hizo nada para evitarlo, mientras su atrapada conciencia gritaba de desesperación.
·~·~·
Para desconcierto de OA, Erin se levantó de la silla al lado de la cama y se interpuso, impidiéndole entrar a la habitación de Maggie. Tuvo que esforzarse para no empujar a un lado a la hermana de su compañera en un intento de acudir a consolar a Maggie, que sollozaba casi en silencio, acurrucada en su cama.
Erin le indicó que salieran. OA al principio se resistió, pero luego se recordó a sí mismo que tenía que controlar sus reacciones hacia Maggie delante de Erin. Ella todavía no sabía que los dos tenían una relación más allá del trabajo y la amistad, y OA ciertamente no quería que terminara enterándose accidentalmente por él. Maggie tenía derecho a decírselo a su hermana cuando lo considerara oportuno. Aunque lo cierto es que a OA le resultaba inquietante que Maggie -después de más de seis meses de estar con él- todavía no se sintiera lo suficientemente segura de su relación como para haberlo hecho ya. Era otra mala señal, además de la reticencia de Maggie a vivir juntos.
De todos modos, ésos eran ahora los menores de sus problemas. OA cedió y salió de la habitación hacia el pasillo con Erin.
—Maggie ha estado llorando durante mucho tiempo. Está muy emocional... — explicó ella.
—¿Ha dicho por qué?— OA preguntó apesadumbrado.
—No. He intentado que me lo diga, pero ya sabes cómo es. No ha dicho nada. Quizás sea la medicación. OA... Estoy preocupada. ¿Qué demonios pasó la otra noche?
Los ojos de Erin estaban claramente asustados.
—Es difícil de explicar... —Decidió atenerse a la versión oficial—. Creo que estábamos bajo los efectos de alguna droga.
—Eso por sí solo no habría causado esas heridas.
—Lo sé. Estamos tratando de averiguarlo.
Aunque todavía estaba hospitalizada, Isobel ya había enviado un equipo de agentes a la zona y se había puesto en contacto con el sheriff del condado para que colaborara en la investigación.
—Y creo que tiene pesadillas horribles —añadió Erin, consternada.
A OA se le hizo un nudo en el estómago. No porque le sorprendiera que ella tuviera pesadillas, sólo los recuerdos de lo que ocurrió en aquella casa eran pesadillas en sí mismos, sino porque Maggie no le había mencionado nada. Peor. Porque él ni siquiera se había dado cuenta.
—Por favor, déjame entrar a verla... Necesito verla, de verdad.
Erin no parecía muy segura y OA apenas podía controlar su frustración. Si supiera que Maggie y él eran pareja, ni siquiera se lo estaría planteando.
Finalmente, Erin estuvo de acuerdo, pero siempre y cuando Maggie estuviera de acuerdo. Entró a la habitación para preguntarle a su hermana.
Los pocos minutos que le llevaron a Erin volver a salir le parecieron horas a OA.
Cuando entró por fin en la habitación, Maggie estaba perfectamente serena. Sentada con el respaldo de la cama elevado, el pelo peinado y una sonrisa en los labios.
El color rojizo de sus ojos, sin embargo, le dijo a OA todo lo que necesitaba saber. Con Erin presente, no correr para abrazarla fue una de las cosas más difíciles que OA había hecho en su vida. Se acercó a la cama, sereno.
—¿Estás bien?— preguntó con voz ronca.
—Hola, OA. Mucho mejor, gracias —Maggie respondió casualmente.
OA sintió ganas de gritar. En vez de eso, asintió, educado.
—Tengo que irme —dijo entonces Erin, produciendo una sutil tensión en los hombros de Maggie que no le pasó desapercibida a OA, y que le provocó una intensa inquietud.
—Lo siento —se disculpó Erin—. Llego tarde al trabajo.
—Está bien. Gracias por venir—dijo Maggie.
OA se apartó, dándole espacio a Erin para darle un abrazo de despedida a su hermana.
Esperó a que la joven saliera de la habitación, e incluso dejó pasar unos momentos más, mirando atentamente a Maggie. Ella fingía estar distraída. OA se acercó de nuevo y tomó su mano afectuosamente.
—¿Qué te pasa, Maggie?
Sin aspavientos, pero ella retiró la mano. E ignoró su pregunta.
—Tienes mucho mejor aspecto. Y hueles mucho mejor. Espero que hayas desayunado. Si no, ya estás bajando a la cafetería a tomarte unos huevos revueltos y un café. No quiero que caigas redondo aquí mismo —dijo ella, a la ligera.
—Sí, desayuné en casa. Te he preguntado qué te pasa.
—¿A mí? Nada. Bueno, me molestan un poco las heridas. —Se tocó con cuidado el vendaje de su lado derecho—. Pero nada más. Estoy bien. ¿Sabes algo de Tiff y Stuart?
—Ya están en casa los dos.
—¿Y de Isobel y Jubal?
—También están bien. Necesitarán tiempo para recuperarse del todo, pero pronto les darán el alta a los dos. Isobel ya está ocupándose de abrir una investigación.
—Esta mujer va a matarse trabajando algún día —dijo Maggie con humor.
Era obvio que intentaba distraerlo.
—Y tú me vas a matar a mí si no me dices qué te pasa —soltó OA, frustrado. Suspiró y suavizó su tono—. Has estado llorando y Erin dice que tienes pesadillas...
Se inclinó y le acarició el rostro con cariño. Una sombra cruzó los ojos de ella, conteniendo su respiración. Pero fue sólo por un segundo.
—No sé de qué me hablas —dijo con naturalidad, pero rehuyó el contacto de su mano.
El ceño de OA se frunció con consternación.
—Vamos, Maggie. Deja de negarlo y dime qué está pasando.
Ella alzó una ceja.
—¿Me estás diciendo que te estoy mintiendo?
—No, Maggie, pero no estás siendo sincera tampoco. Es obvio que no estás bien.
—No seas condescendiente, OA.
—No soy condescendiente. ¡Estoy preocupado, ¿vale?!
—Nadie te ha pedido que te preocupes por mí.
—¿Pedido? —dijo OA exasperado—. No tiene que pedírmelo nadie, Maggie. Me preocupo porque te quiero.
No se podía creer que tuviera que estar explicándole eso.
No era la primera vez que OA se lo había dicho, aquellas palabras concretas, pero sí fue la primera que Maggie puso cara como si le doliera oírlo.
—Bueno, pues deja de cuestionarme —replicó ella alzando la voz—. Si te estoy diciendo que estoy bien, es que ¡estoy bien! ¡Déjame en paz!
OA retrocedió ante el exabrupto. Maggie hizo una mueca frustrada.
Se oyeron unos toques en la puerta.
—Hola. ¿Maggie? Soy Hobbs, ¿puedo pasar? —se oyó al otro lado de la puerta.
Joder.
Isobel le había mandado un mensaje aquella mañana a OA diciéndole que iba a mandar a Trevor a tomarles la declaración a los dos. Lo había olvidado por completo.
—Joder —dijo Maggie entre dientes, como un eco de la mente de OA.
Ella debía haber recibido el mismo mensaje de Isobel.
No es que OA estuviera disfrutando la discusión con Maggie, pero maldijo el don de la oportunidad de su compañero. Al menos, pensó OA abatido, Maggie tampoco parecía complacida por la interrupción...
Trevor tomó la declaración de Maggie primero, y para ello OA los dejó a solas.
·~·~·
Maggie pasó muy mal rato manteniendo la compostura contándole a Trevor lo que había ocurrido. El relato en sí era simplemente absurdo. Sus propias palabras sonaban dementes en sus oídos y volvían a hacerle sentir como si se hubiera vuelto loca.
Pero además, la conversación con OA no la había dejado serena, precisamente. Se sentía tan mal por haber perdido los nervios con él. No se merecía que lo trataran así. No se lo merecía en absoluto...
Hubo un momento en que Maggie casi no pudo más, la voz quebrada cuando tuvo que mencionar a Jason. Trevor, preocupado, la dejó terminar sin hacerle más preguntas, percibiendo el sufrimiento de Maggie.
—Está bien. Con esto es suficiente. Te dejaré descansar —dijo dándole unas suaves palmaditas en la mano antes de despedirse—. Cuídate y mejórate pronto, Maggie.
Y se fue en busca de OA, para tomarle la declaración a él también.
El interior de Maggie estaba temblando. Se dobló sobre sí misma sin poder retener ya los sollozos.
Cuando OA regresó a la habitación, Maggie, estaba acostada al borde de la cama más alejado de la puerta, dándole la espalda. Había dejado de llorar pero ni siquiera tuvo ánimo para volverse a mirarlo.
Lo oyó suspirar. Entonces notó su peso en la cama al tumbarse junto a ella, que la abrazaba cálidamente desde atrás, enterrando la cara en su cuello. La familiar sensación tuvo un efecto terriblemente reconfortante. Podía sentir los latidos de su corazón en su espalda... Sintiéndose insoportablemente egoísta, Maggie se maldijo porque no tuvo voluntad para impedirlo.
—Te eché de menos anoche —dijo OA en un murmullo antes de que Maggie pudiera decir nada.
—Yo también te he echado de menos —no pudo evitar responder, muy a su pesar.
—Yo también he tenido pesadillas —dijo OA—. Lo siento, mi amor. Lo siento mucho.
Los ojos de Maggie ardieron con lágrimas nuevas. Su garganta se contrajo, agarrotada.
—¿Sentir? ¿El qué ? Tú no has hecho nada malo...
—Por la discusión, por presionarte, por... —su voz se apagó.
Para Maggie fue evidente que se callaba lo que más le dolía decir. Quería saber qué era. No, lo necesitaba. Pero no sabía cómo insistir.
Afortunadamente, OA encontró su valor.
—Por no haber podido protegerte —dijo por fin, la voz rasposa como si las palabras no quisieran salir de su garganta—. Por dejarme dominar por ese miedo estúpido y no cubrirte las espaldas. Te he fallado y casi mueres por mi culpa...
Maggie negó furiosamente con la cabeza.
—No, OA. No digas eso —replicó ella con firmeza—. Tú me has salvado. Me salvaste a mí y a todos los demás. No vuelvas a decir eso. No es cierto y es injusto.
Su convicción fue arrolladora. Exhalando aliviado, él la abrazó más fuerte.
—Te quiero —dijo apretando los labios contra su cuello —. Te quiero tanto...
El corazón de Maggie se retorció de dolor.
No podía hacerle esto; no podía aprovecharse de su afecto de aquella manera despreciable.
—OA... Deberías irte. No- No tienes por qué estar aquí, conmigo, cuidándome... —añadió Maggie con voz trémula.
—No, Maggie. No pienso ir a ninguna parte esta vez.
—No... Quiero decir que... Que deberíamos dejarlo —se sintió morir por dentro al decirlo—. Tenemos que cortar.
—¿Qué? —jadeó OA desconcertado y sin aliento.
—OA... —Maggie luchó por encontrar las palabras—. Siento que... Que no puedo quererte de verdad, OA.
Él se quedó muy quieto. Maggie lo notó incluso dejar de respirar, el silencio cuajado a su alrededor.
—No como debería —añadió ella—. No como te mereces que alguien te quiera. No puedo hacerte esto. No- No soy digna de tu cariño —murmuró con un hilo de voz.
Se avergonzó profundamente de no poder controlarse, pero ya no pudo evitar rendirse al llanto. Notó detrás de ella a OA suspirar profundamente.
—Maggie... Mírame —pidió con voz queda. Pero ella no se giró—. Eres digna de mucho más cariño que el mío. Ojalá yo pudiera dártelo todo. No creo que pueda porque es muchísimo, pero estoy dispuesto a pasarme la vida intentándolo...
—No... No puedo, OA —Maggie lloró aún más desconsoladamente—. Vi a Jason, OA. Lo vi allí al salir de la casa. Sé que no era él pero... —Al fin reunió el coraje y giró el torso. Debía mirarlo a la cara para confesarle aquello—. Ahora... Ahora no puedo dejar de pensar en él. Sé que jamás podré dejar de pensar en él.
Los cálidos ojos negros de OA parpadearon, confusos.
—¿Y quién ha dicho que tienes que hacerlo...?
Ella no pudo más que abrir la boca, desconcertada.
—No. ¡No! —dijo con una furia apenas contenida que no iba dirigida en absoluto contra él—. Tú te mereces a alguien que no piense en nadie más que en ti.
OA asintió introspectivo, comprendiendo. Alzó la mano y le acarició la mejilla, retirando sus lágrimas.
—Maggie... Mi dulce Maggie. Yo no quiero a alguien más. Te quiero a ti. Y tú no tienes que dejar de pensar en Jason. Sé que fue una las personas más importantes de tu vida, créeme. No tienes que olvidarlo para estar conmigo. Yo jamás te pediría eso —dijo mirándola con el alma en los ojos—. Tú tampoco deberías exigírtelo...
Maggie sintió como si estuviera cayendo al vacío.
OA posó un momento los labios en los de Maggie con suavidad, una vez, intentando sostenerla, traerla de vuelta con él, y la miró, esperando a ver su reacción. Maggie no supo que qué vio él en sus ojos, pero la besó una vez más. Y esta vez no se retiró.
El cariño en los besos de OA logró de hecho alcanzar los apretados nudos de desolación y culpa que tanto tiempo llevaban dentro del corazón de Maggie. Lentamente, pero comenzaron a ser desatados.
Por primera vez, sintió que algún día alguien- Que OA... podría llegar a deshacerlos.
~.~.~.~
