¡ESTA HISTORIA NO ES MÍA! PERTENECE A AMIE KNIGHT.

Parte 6

Dientes, piel, labios, lenguas. A eso nos redujimos. Diablos, para cuando llegamos a la habitación, a Edward ya le faltaba la mitad de su esmoquin.

Estaba casi triste por eso hasta que recordé lo que había debajo de él. Lo que estaría debajo de mí.

Cristo, él era el hombre más hermoso que jamás había visto.

Me acostó sobre la cama y se inclinó sobre mí, agarró los tirantes de mi vestido rojo y lo quitó como si estuviera desenvolviendo un regalo y quisiera guardar el papel.

—Joder. ¿Dónde están tus bragas, Bella?

Tampoco llevaba sujetador. El vestido era demasiado ajustado para llevar ropa interior.

—¿En mi maleta? —bromeé—. No quería marcas de mis bragas.

—Que me jodan. ¿Has estado desnuda debajo de ese vestido toda la noche? — gimió, quitándose los restos del esmoquin hasta quedarse solo con unos bóxers negros.

Todavía no podía creer lo que Edward había estado escondiendo debajo de toda su ropa conservadora durante el último año.

Levanté mi mano y pasé un dedo por su pecho y abdominales.

—Déjate los zapatos puesto —ordenó, bajando su bóxers en un tiempo récord y cerniéndose sobre mí—. ¿Sabes cuánto tiempo he esperado esto? ¿Cuántas veces he imaginado cómo te verías desnuda en mi cama? Eres más hermosa de lo que jamás hubiera imaginado.

Me sonrojé al escuchar sus palabras, acalorada.

—No tenía ni idea —musité.

Se acomodó entre mis muslos y mordió mi mandíbula.

—Pensé en eso hasta el punto de que ni siquiera podía estar cerca de ti. Hasta el punto de que el mero aroma de tu perfume flotando por el edificio me ponía duro como una roca.

Metí la mano entre los dos y lo acaricié. Efectivamente, estaba duro como una roca.

—Podrías habérmelo dicho —susurré contra sus labios. Negó con la cabeza.

—No era el momento. Pero ahora te tengo. Eres completamente mía, nena. Y lo primero que quiero hacer es probarte. —Comenzó a descender por mi cuerpo, succionando las puntas de mis senos antes de acariciarlos con su lengua.

» Todo de ti.

Continuó bajando y su lengua se metió en mi ombligo antes de utilizar sus manos para separar mis piernas. Empujó mis rodillas hacia atrás para que mis tacones rojos estuvieran sobre el colchón cerca de mi trasero.

Estaba en exhibición, y él se tomó su tiempo para observar.

—Dios, he pensado mucho en tu coño, Bella. Pero es incluso mejor de lo que imaginaba. —Se inclinó aún más, respirando profundamente—. Jesús, hueles bien.

Y entonces su boca estaba allí, sus manos en mis muslos, abriéndome ampliamente. Succionó mi clítoris con fuerza antes de acariciarlo con la punta de la lengua. Su boca jugueteó con mi entrada y luego lamió como si fuera un maldito helado de chocolate caliente.

En unos veinte segundos ya estaba gritando su nombre, con mis muslos apretados a los lados de su cabeza.

—Mierda, mierda. De acuerdo, detente. Mierda —gemí, viniéndome con fuerza y tirando de su cabello con mis manos.

Necesitaba que se detuviera. Nunca había querido que lo hiciera. Nunca había estado tan malditamente en conflicto en toda mi maldita vida.

Finalmente se apartó y trepó por mi cuerpo, mis fluidos brillaban en su rostro.

—Tengo un condón —susurró dulcemente, besándome.

Me saboreé en él y le pasé mis manos por su mandíbula y espalda.

—Tomo la píldora.

Me miró con una expresión seria.

—¿Estás segura?

Asentí y tiré de él para acercarlo. Besé sus dulces mejillas rosadas y la punta de su nariz.

—Estoy segura.

Mordisqueando mi labio superior, se alineó en mi centro y me penetró con suavidad.

Cuando estuvo completamente adentro, se detuvo y me miró, con algo muy parecido al amor brillando en sus ojos.

—Ahora eres mía, Bella. Nunca te abandonaré.

Me hizo el amor lentamente, con sus ojos clavados en los míos. Marcó un ritmo pausado que fue in crescendo lentamente. Salpicó mi rostro con los besos más dulces. Sostuvo mi cuerpo cerca como si fuera algo precioso.

Y cuando estaba casi allí, presionó su boca sobre la mía y tragó mi gemido de placer.

Poco después, me siguió hasta el borde, con un gemido propio en sus labios.

—Creo que estoy enamorado de ti, Bella Swan —susurró en la oscuridad de la habitación minutos después, mientras yacíamos uno al lado del otro.

Tuve la extraña sensación de que yo también estaba enamorada de él.

.

.

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Yo era un desastre. Y no mi desastre habitual. Hoy estaba con un extra. Volver al trabajo era un juego completamente nuevo. Seguía teniendo el miedo innato de que Edward entrara y me ignorara por completo; se sentara en su cubículo y se pusiera esos auriculares que ahora sabía que no llevaba puestos la mitad del tiempo para poder espiar mi conversación e ignorar mi trasero.

No podía soportarlo.

Ni siquiera un poco. Me moriría. Me moriría. Muerta.

Así que, cuando me levanté esa mañana para prepararme para ir a trabajar, comencé a pensar, algo que Edward me pidió expresamente que no hiciera cuando lo había dejado en casa el día anterior por Navidad. Él se iba a casa de sus padres, y yo me iba a casa a recuperarme del trauma emocional de volver a casa después de un año. Wilbur y yo habíamos pasado todo el día de Navidad relajándonos, y había sido encantador. Pero yo había hecho lo de pensar, a pesar de las advertencias de Edward. Y ahora estaba triste y tenía un nudo en mi estómago que solo podía describirse como pavor.

Habíamos pasado toda la noche haciendo el amor, claro. Incluso me había dicho que creía estar enamorado de mí. Pero yo sabía que los hombres decían locuras en medio de la pasión. Después de pasar la noche juntos, hicimos una última excursión por la montaña y volvimos a casa.

Donde actualmente estaba obsesionada como un lunática.

Me vestí para el clima templado pero soleado de seis grados, saqué a Wilbur y le di de comer. Luego le di un beso de despedida a mi hijo y me puse en camino.

Entré en el trabajo y vi que el auto de Edward ya estaba allí.

Tragué saliva. Quizá había llegado pronto para ponerse los auriculares y no tener que fingir que no me veía mientras se dirigía a su mesa.

Mierda.

Me quedé sentada en el auto otros cinco minutos, intentando reunir el valor necesario para entrar por la puerta principal del edificio que tenía frente a mí.

A la mierda, me dije.

Si Edward ya no me quería, él se lo perdía.

¿Ves? Pensar me había vuelto loca. Edward se lo había buscado.

Pasé por delante del mostrador de recepción con eficiencia y rapidez, decidida a acabar con esto de una vez. No más aplazamientos. Se acabaron las dudas.

El mar de cubículos frente a mí ni siquiera me hizo detenerme. Los conocía como una abeja conoce su colmena.

Cuando llegué al pequeño grupo de cubículos en el que estábamos Edward y yo, miré primero hacia su mesa, solo para encontrarla frustrantemente vacía.

Mi estómago dio un vuelco. Por mucho que temiera el día de hoy, me di cuenta de que también estaba emocionada. Lo había extrañado, aunque no había pasado mucho tiempo.

Estaba deseando verlo. Y él ni siquiera estaba aquí.

Sin embargo, mi locura asomó su fea cabeza y me dijo que no estaba aquí en su cubículo porque me estaba evitando.

Colgué mi bolso y mi chaqueta en la pequeña perilla de mi cubículo y me dejé caer en la silla, soltando un largo suspiro.

¿Dónde diablos estaba Edward?

Buuuu. Todo este drama mental y ni siquiera estaba en su mesa.

Me estaba inclinando debajo de mi escritorio para encender mi computadora cuando lo vi por primera vez: la pequeña cosa tallada no mucho más grande que la punta de mi pulgar.

Pero era la cosa más dulce y adorable que había visto en mi vida.

La atención al detalle era increíble, y mientras contemplaba al Wilbur más diminuto del mundo entero, sentí el escozor de las lágrimas en mis ojos.

Era perfecto. Se parecía a él. Edward incluso había arreglado su nariz. Y no sabía cómo lo hizo, pero encontró el lazo de Navidad más pequeño que jamás había visto y lo puso en la cabeza de mi Wilbur de madera.

—¿Te gusta? —escuché detrás de mí.

Una lenta sonrisa se dibujó en mi rostro y me giré para encontrar a Edward de pie dentro de su cubículo, pero inclinado sobre el mío, igual que cuando empezó todo esto. Tenía el mismo aspecto de siempre, antes de la montaña, quiero decir. Vestido de punta en blanco. Prístino. Pulcro como un botón. Una parte de mí extrañaba al Edward montañés.

Lo miré, con lágrimas en los ojos y todo.

—Me encanta.

Me sonrió.

—Me alegro. Me pasé toda la noche terminándolo.

Me quedé mirando a mi cerdito.

—No puedo creer lo rápido que lo hiciste.

Realmente no podía. La atención al detalle era increíble. No es de extrañar que sus manos estuvieran todas callosas.

—Te extrañé ayer —murmuró, con voz cálida.

Lo miré, segura de que mi corazón colgaba de mis ojos.

—¿Sí?

Un lado de su boca se contrajo.

—No se sorprenda tanto, señorita Swan.

Suspiré.

—No lo sé. Empecé a pensar. Y me preocupaba que las cosas fueran diferentes o raras, ¿sabes? Tal vez te arrepentiste este fin de semana.

Negó con la cabeza lentamente y empujó las gafas por el puente de su nariz.

—Se suponía que no tenías que hacer eso de pensar, Bella. Suspiré.

—Lo sé. Apesto. Pero lo hice. Y me puse a trabajar. Y luego vine aquí y no estabas en tu escritorio y yo… yo también te había extrañado.

Dios, soné patética. Me sonrió con ternura.

—No estaba en mi escritorio porque estaba buscando algo.

—¿Sí? ¿Qué cosa? —pregunté, con el pecho oprimido por la emoción. Se inclinó aún más sobre la pared que nos separaba.

—Esto —dijo, sacando un pequeño manojo frondoso de hojas verde con su mano y sosteniéndolo sobre mi cabeza.

—¿Muérdago? —pregunté, riéndome.

—Sí.

Me paré casi contra la pared del cubículo y levanté la vista, rozando su nariz con la mía.

—Pero estamos en el trabajo, Superman.

La cabeza de Edward giró a un lado y a otro, observando el edificio vacío que nos rodeaba.

La mayoría de las personas no estarían hoy. Después de todo, era el día después de Navidad.

—A la mierda —murmuró contra mis labios—. Feliz Navidad, Bella. —Y

entonces su boca reclamó la mía.

.

.

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Un año después

Sonó un fuerte golpe en la puerta número siete.

—¡Señora Cullen! —Escuché que me llamaban a través de la puerta.

Salté de la cama como si mi trasero estuviera en llamas y casi tropiezo con una cabra y un cerdo.

—Ya voy —grité, poniéndome rápidamente una bata. Abrí la puerta y me encontré a Jasper, nuestro nuevo personal de mantenimiento del complejo, con una expresión de pánico.

—Hay una gotera en la cocina principal. Todo el suelo está cubierto con unos dos centímetros de agua. Tengo el agua cortada, pero no estoy seguro de dónde viene.

Apenas escuché una palabra que salió de la boca del hombre. Estaba demasiado ocupada mirando el resto de él. Era el segundo hombre más guapo que había visto en mi vida. Me consideré afortunada cuando apareció hace un mes, recién llegado a la ciudad y en busca de trabajo. Mi esposo lo había contratado en el acto.

Entre él y Edward, tenía las mejores vistas de Forks, y ni siquiera miraba hacia fuera.

—Llamaré a un fontanero —dijo Edward tan cerca detrás de mí que di un respingo de sorpresa.

Jasper asintió.

—Gracias. Intentaré limpiar el agua.

—Perfecto. Gracias, Jasper —grité cuando se dio la vuelta y se dirigió de nuevo a la cabaña. Vincent Van Goat se metió entre mis piernas y salió tras él.

Vincent tenía dos intereses amorosos últimamente, y a Edward no parecía gustarle lo más mínimo.

Cerré la puerta y me di la vuelta para encontrar a Edward todavía allí, mirándome con seriedad.

—¿Qué? —pregunté, tirando de mi bata, ajustándola más a mí alrededor. Hacía muchísimo frío.

No tenía idea de cómo Edward se las arregló para pararse allí con nada más que un par de pantalones de pijama de talle bajo, pero no lo lamentaba.

De hecho, si no estuviéramos en medio de una emergencia, lo habría llevado de vuelta a la cama.

Él negó con la cabeza.

—No puedo creer la traición.

Caminé alrededor de Edward y me dirigí a los cajones de la cómoda para tomar mi ropa.

—Oh, no seas tan dramático. Vincent volverá pronto. Sabes que aún te quiere más. —Me quité la bata y empecé a ponerme unos jeans al pie de la cama.

Observé mi colección de tallas de madera que cubrían la cómoda. Había un pequeño Wilbur, un pequeño Vincent e incluso un pequeño Forks Resort que estaba armando.

—No hablaba de Vincent. Hablaba de ti —gruñó, poniéndose una sudadera. Buuuu por la ropa de chico.

—¿De mí? Por favor. Estoy casada, no muerta, Edward Cullen. Se me permite mirar.

Y mirar era todo lo que hacía porque ahora era una mujer felizmente casada.

Edward me había pedido en nuestro aniversario de seis meses que nos casáramos. Nos casamos dos meses después en la montaña. Como regalo de bodas, mi tía había anunciado que se jubilaba. Y que le encantaría que volviéramos a casa para encargarnos del complejo.

Edward amaba este lugar tanto como yo, así que fue una obviedad. Y ahora mi ejecutivo prístino era un montañés oficial. Y se veía muy bien en él. Nunca me desviaría.

Seguía enamorada de él, aunque a veces pensara demasiado. Pero a Edward nunca le importó enderezarme.

Edward se estaba poniendo un par de pantalones de jeans cuando dijo:

—Llamaré al fontanero, y recuerda que tenemos esa recepción hoy en el hotel principal. —Parecía estresado—. De hecho, ¿podrías bajar y comprobar la decoración?

Asentí, pasando un cepillo por mi cabello.

—Puedo, pero también tengo que reunirme con el catering para esa recepción en una hora.

—Mierda, vaya día para que se rompa una tubería —dijo mientras se dirigía al baño.

—Probablemente sea el frío. Tal vez se congeló. Pero, sí, a veces es una mierda por aquí. —Y lo era, pero no lo hubiéramos cambiado por nada. Era lo mejor estar con la familia y los amigos. Estar en un lugar donde conocías a todos. E incluso durante los meses de turismo de invierno, cuando estaba estúpidamente ocupado, también era la época más hermosa del año.

—No sé cómo nos las arreglaremos cuando llegue el bebé. —Lancé eso al aire como si no hubiera pronunciado las palabras más trascendentales que jamás había dicho.

Observé cómo Edward salía del baño despacio, con cautela, con la boca llena de pasta de dientes y el cepillo colgando de una mano.

—¿Qué dijiste?

Le sonreí mientras ataba mi bota.

—Dije que no sé cómo nos las arreglaremos cuando llegue el bebé, pero supongo que ya lo resolveremos.

Me miró fijamente.

—¿Un bebé?

Me acerqué y me paré frente a él.

—Un bebé, sí.

—¿Nuestro bebé? —preguntó con los ojos brillantes.

—Nuestro bebé —respondí.

—¡Oh, Dios mío! —gritó, tirando de mí hacia él y levantándome.

Envolví mis piernas alrededor de su cintura y su cepillo de dientes cayó al suelo. Wilbur se acercó y empezó a mordisquearlo.

—¿Cuándo te enteraste? —preguntó, haciéndome girar con una gran sonrisa tonta en sus labios y espuma de pasta de dientes en su boca.

Lo sabía desde Nochebuena. Ahora era el día después de Navidad, pero habíamos tenido a toda la familia con nosotros los dos últimos días y quería decírselo a Edward cuando estuviéramos solos.

—Nochebuena. Quería decírtelo a solas. Antes de que lo anunciáramos a todos —le dije.

Una lágrima solitaria se deslizó por su mejilla.

—Me has hecho el hombre más feliz de Forks. Siempre serás mi buena chica.

—Feliz Navidad, Superman. —Y entonces besé su boca con pasta de dientes.