Capítulo 8

El Pasado

El sonido estridente de una alarma me arranca de mi letargo. Me encuentro en lo que Marco llama una "Sala de cine". Como si se tratara de un espectáculo, observaré en una pantalla la vida de Marco desplegándose ante mí.

A mi lado, se halla Echidna, una bruja con cuatro siglos de existencia a sus espaldas. Sé que es la madre de Betty, y aunque inicialmente pensé que estaría dispuesta a ayudarla, me propuso una apuesta.

"Si eres capaz de soportar el pasado de Marco, junto con sus emociones, entonces salvaré a mi hija."

Quizás debería haber dudado, pero ahora estoy comprometida. Ahora lo sé.

A ella, Betty le importa poco o nada.

"Es tu hija; deberías salvarla solo por ser parte de ti", intenté decirle.

Al final, todas las madres que he conocido han actuado de la misma manera, incluyendo la mía. Recuerdo una vez, durante mi trabajo, que un militar compartió que su esposa intentó acabar con la vida de su propia hija.

Inicialmente, me costó creerlo, pero después de hablar con la madre, entendí.

Parece que caen bajo una especie de maldición. Algo en sus mentes les impide pensar con claridad. Claro, hay personas que actúan por voluntad propia, pero eso no cambia el hecho de que va en contra del instinto maternal.

Marco lo llama "enfermedades mentales", y afirma que son afecciones difíciles de tratar y curar. Así como hay variedad de ellas, existen personas que carecen por completo de empatía, incluso hacia sus seres queridos.

En uno de los libros de Marco, encontré un término: sociópatas.

Un sociópata, según las palabras de Marco, es alguien propenso a caer en episodios psicóticos, es decir, se dejan llevar por sus emociones. El sociópata sabe que lo que hace está mal, pero decide hacerlo de todos modos.

En este caso, no calificaría a Echidna con esas palabras.

Una palabra se cierne sobre mí mientras observo el pasado de Marco en la sala de cine: "psicópata".

Es la más precisa para describir a una persona que carece de empatía, ajena a una comprensión profunda de sus propias emociones y acciones. Aunque nunca he vivido esa experiencia, no puedo evitar preguntarme cómo sería estar en los zapatos de alguien así.

La incertidumbre me envuelve, pero sé que no puedo juzgar a Echidna sin comprender completamente su realidad.

Sin embargo, no estoy dispuesta a abandonarla. Percibo que todos merecen ayuda, incluso aquellos que parecen perdidos. Betty y Marco son parte de ese lienzo.

—Echidna, el trato sigue, ¿verdad? —la determinación luce en mis ojos mientras me enfrento a la bruja.

La presión aumenta con sus palabras, marcando el inicio de una prueba crucial. Siento la responsabilidad de ser fuerte por el bien de todos.

—Claro, pero recuerda, después de este intento, solo te quedará uno más. —Las palabras de Echidna resuenan con una carga emocional abrumadora.

La sonrisa de Echidna se convierte en una mezcla de complicidad y observación mientras la escena se despliega en la pantalla. Me sumerjo en las emociones y pensamientos intensos de Marco, una conexión que va más allá de la simple visualización.

Antes de que pueda expresar mis pensamientos, una voz joven interrumpe la tensión.

La voz de Marco, ligeramente juvenil pero saturada de emociones, saluda a través del teléfono.

Lo contemplo transformarse en la pantalla, su aura, su apariencia alterada. Marco se despoja de su musculatura, revelando una faceta más tierna y encantadora. La sorpresa y la curiosidad se entrelazan en mis ojos.

—Buenos días, hijo. —La mamá de Marco envía un beso a través de la pantalla, y una sonrisa resplandece en el rostro de Marco.

Me lleno de una cálida melancolía al verlo así, sintiendo que mi alma se serena momentáneamente.

No obstante, soy consciente de que esta paz efímera pronto se desvanecerá. La dualidad entre la felicidad pasada y el inminente dolor crea un contraste impactante en la sala de cine, donde las emociones fluyen como una corriente turbulenta.

—¿Irás al semillero? —pregunta su madre mientras se sumerge en la creación de la cena.

Echidna me detalló que los semilleros son como campos de creatividad, terrenos donde germinan proyectos de investigación entre estudiantes. Parece ser el lugar idóneo para que las mentes florezcan en nuevas ideas.

—Sí, fue una experiencia peculiar; el examen de acceso resultó ser un desafío considerable. —Marco susurra—: Dicen que está relacionado con algún experimento gubernamental.

La madre de Marco muestra preocupación, pero sus preocupaciones se desvanecen cuando Marco estalla en risas.

—Bobo. —La sonrisa de la madre de Marco es radiante—. Diviértete, al fin y al cabo, eso es lo que te apasiona, ¿no es así?

Marco asiente, su sonrisa iluminando de nuevo la habitación.

Envuelto en una toalla, dirige una mirada a su madre. La expresión en sus ojos rebosa de ilusión y alegría, transformándolo en alguien completamente distinto.

—Creo que, siguiendo este camino, podré ayudar a todos al mismo tiempo. Saluda a mi papá por mí cuando regrese del trabajo. —Marco lanza un beso a su madre antes de cerrar la llamada.

No logro comprender por qué le tuvo que suceder algo así. La incertidumbre me envuelve.

¿Qué hizo él para merecerlo?

Marco se levanta, se dirige a la ducha y luego hacia una imponente edificación. El lugar es vasto, soldados ataviados con trajes verdes y negros pululan por doquier. Armas diversas adornan el paisaje; incluso Marco, ataviado de la misma manera, carga con un arma diferente.

—Es fascinante, este mundo suyo. Alberga innumerables maravillas que desearía explorar. —Echidna observa a su alrededor, como si estuviese deleitándose en el momento.

Marco avanza con una sonrisa, saludando a todos mientras se encamina hacia su destino.

—¿Te unirás a la partida nocturna? —inquiere alguien que se coloca a su lado.

Marco le guiña el ojo.

—Tengo que vencerlos a todos, por supuesto.

La persona se ríe y se aleja. Marco prosigue su camino, mientras algunos soldados pasan apresuradamente a su lado. Luego, toma un desvío, dirigiéndose hacia otra edificación, ahora más pequeña, pero un soldado en la entrada interrumpe su camino.

—¡Identificación! —El soldado porta un rifle completamente de metal; vi un boceto de este en el laboratorio, pero verlo en persona transforma la situación en algo completamente diferente.

Marco extiende una placa. El soldado la toma y, en un abrir y cerrar de ojos, lo vemos sumergirse en lo desconocido. La expresión de Marco, al ingresar, se transforma en algo distinto.

«Creo que, estoy asustado.»

La conexión con sus pensamientos y emociones se sella en este instante. Mi mano tiembla ligeramente, una pesadez se cierne sobre mi corazón.

«Lo superaré. Seré capaz de enfrentar cada desafío.» Piensa Marco en el fondo de su corazón.

La sensación se desvanece, pero mis manos ahora tiemblan de emoción, anticipando lo que está por desplegarse.

—Nunca me acostumbro a esto. —Observo mis manos, testigos de un efímero descontrol.

Echidna permanece en silencio, su mirada fija en la situación. Marco está a punto de adentrarse en aquel lugar.

Ese lugar donde todo cobra vida.

—Buenos días a todos. —Marco ingresa, encontrando a otras ocho personas a su alrededor.

El profesor, de años marcados en su rostro, saluda a Marco con una sonrisa.

—Toma asiento, vamos a comenzar.

Los nervios no invaden a Marco; al contrario, una excitación palpable lo embarga. Su afán investigador resuena, inmutable a través del tiempo. Marco se sienta y saluda a la persona a su lado.

Las otras figuras parecen fatigadas, una fatiga de la que nunca entendí la razón, quizás vinculada al tipo de institución.

A diferencia de la nuestra, aquí el adiestramiento militar es una constante. Es como si se tratara de una academia militar amplificada, más avanzada y colosal.

—Es probable que ninguno de ustedes se conozca. —El profesor desliza tiza sobre la pizarra.

Las miradas se entrecruzan; algunos exhiben temor, otros; confianza.

Marco, en cambio, se sumerge en las palabras del profesor.

—Cada uno de ustedes sobresale en su área. —El profesor inscribe números, creando una ecuación enigmática que solo se desentrañará con el tiempo.

«Así que solo me toman a mí de mi carrera», resuena la lectura de Marco en mi mente, permitiéndome comprender mejor la situación.

Cada persona, seleccionada minuciosamente de diversas ramas de la ingeniería y las ciencias puras, fue convocada para participar en este proyecto único.

«También hay químicos», agrega Marco en sus pensamientos mientras la sala de reuniones zumba con la expectación. El aire se espesa con la tensión cuando el orador toma la palabra.

—Ustedes se encuentran entre los mejores a nivel nacional, y, considerando la situación, han sido elegidos para llevar a cabo un proyecto del ejército nacional —anuncia el portavoz.

Estas palabras, por primera vez, agitan a Marco.

«Mi madre se va a infartar», resuena en mi mente, sincronizando mis pulsaciones con la ansiedad que siente él. Mi corazón late, nervioso, compartiendo su inquietud en este momento crítico.

«Si es un arma, entonces, tendré que encontrar una forma de irme», reflexiona Marco, y su preocupación se cierne sobre mí como una sombra.

Las personas en el saón empiezan a murmurar, atemorizados, mientras el profesor, imperturbable, permite que el murmullo se propague.

La incertidumbre flota en el aire.

—Mayor. —Marco se levanta, haciendo un saludo militar, pero la respuesta del profesor despierta mi intriga.

—No estoy interesado en mantener las formalidades militares, en este caso, no necesitan llevar a cabo el protocolo conmigo. —El profesor giña un ojo—. Manténganlo en secreto de los superiores.

Una sonrisa de complicidad se forma en el rostro de Marco, aceptando las palabras del profesor con respeto y gratitud.

—Entonces, profesor, tengo una pregunta. —El profesor asiente, Marco se sienta y continúa—: ¿Este proyecto es para desarrollar algún tipo de armamento?

La mirada de Marco se vuelve seria, como si estuviese a punto de estallar. En ese instante, ambos apretamos nuestras manos, sintiendo el corazón latir en la punta de la garganta.

El profesor se sorprende por la pregunta, pero rápidamente niega con la cabeza.

—No, la razón por la cual se lleva a cabo este proyecto es...

El profesor tose levemente.

—La razón por la cual se lleva a cabo este proyecto es para crear una nueva fuente de energía.

Las palabras del profesor sorprenden al resto de los estudiantes, pero Marco exhala un suspiro aliviado, aliviando también mi corazón.

El profesor, intrigado, se dirige hacia el asiento de Marco.

—¿Qué planeabas hacer si era un arma? —la pregunta del profesor hace que Marco esboce una sonrisa.

La mirada firme del profesor sorprende a Marco, y siento como si estuviera perdiendo el aliento. Sin embargo, después de unos segundos, una determinación tan fuerte como el metal surge en mi corazón.

—Prefiero morir antes que contribuir a la creación de un arma que elimine la posibilidad de avance para la humanidad. —La determinación en las palabras de Marco me sorprende, incluso a mí.

No lo dice en vano, lo siente verdaderamente así.

Los ojos de Marco brillan, sumiendo a todos en el silencio. El profesor sonríe y coloca la mano en el hombro de Marco.

—"Hacer avanzar a la humanidad", esas palabras describen este semillero. —El profesor regresa a su posición y extrae un cristal.

Lo veo de nuevo.

Cuando lo vi por primera vez, no podía creerlo. Me di cuenta de que la maldición de Marco no fue solo su situación.

—Este cristal es algo que descubrimos en unas cuevas que utilizaban narcotraficantes. —El cristal resplandece en tonos azulados. Echidna sonríe, mientras yo aprieto los labios. Mi corazón late emocionado mientras mi alma arde con un dolor profundo.

Ambas manos apretadas, cada una por una razón diferente.

—Me pregunto cómo llegó ese cristal piroxeno. Es bastante curioso para un mundo que carece de magia. —Echidna lame sus labios, saboreando el té. A ella no le importa, pero a mí sí.

Esta emoción tan intensa que siente Marco al descubrir algo nuevo, algo que me impulsa a intentar sonreír.

—Es una sonrisa desagradable la que tienes. —Mis lágrimas caen, pero no puedo evitar mostrar una sonrisa en mi rostro.

¿El mundo de Marco siempre tuvo acceso a la magia?

No lo sé.

—Los hemos seleccionado a ustedes porque no están vinculados a ninguna organización, ya que ninguno tiene antecedentes, y creemos que solo personas como ustedes pueden desarrollar algo así. —El profesor coloca el cristal en la mesa, haciendo que brille con más intensidad.

Parece que, incluso en su mundo, Marco es bastante inteligente. Mi corazón late agitado, pero sonrío.

—¿Es radioactivo? —pregunta un chico, visiblemente más asustado de lo común.

«¡Si fuese radioactivo, no lo habrían traído!» Marco ríe internamente, pero realmente no entiendo a qué se refiere. El profesor se une a su risa antes de arrojarle el cristal al chico.

—Si fuese radioactivo, no lo habría traído.

El chico examina el cristal mientras todos se ponen de pie, incluido Marco. Cada uno lo sostiene por un tiempo en la mano hasta que llega el turno de Marco. En ese momento, el cristal experimenta una pequeña reacción.

Se ilumina ligeramente más que con los demás, y esa tenue luminosidad es algo que Echidna me explica.

—Quién diría que su alma estaría conectada con nuestro mundo.

Mi corazón duele mientras experimento las emociones de Marco. Su mirada iluminada hacia el cristal a través de mis ojos.

Yo...

Mi mundo fue la maldición de Marco.

La gente se agrupa alrededor de Marco mientras este reflexiona por un momento.

—¿Qué tipo de energía es?

El profesor se encoge de hombros. Todos parecen pensativos, probablemente imaginando todas las posibilidades.

—La onda de luz que vemos parece generarse independientemente de una fuente de energía, casi como si fuese autosustentable. —El profesor comienza a anotar varios tipos de energías, algunas reconocibles como la solar, la eólica y la hidráulica, cosas que Marco me ha explicado.

Sin embargo, desconozco la nuclear, la biomasa y otras...

Después de completar una lista, el profesor va tachando. Quedan pocos tipos, y Marco parece pensativo, pero no pronuncia palabra.

—Las pruebas que hemos realizado no han dado frutos, no hay reacciones químicas, la dureza del cristal es mayor que la del diamante, incluso hicimos pruebas sin obtener corte alguno. —El profesor vuelve a anotar—. Con una aleación de titanio logramos obtener esta parte.

«No tiene sentido», piensa Marco.

—Parece que la magia está más allá de su comprensión actual —señala Echidna.

La magia solo existía en las historias que me contó Marco; para ellos, era impensable considerar algo así. El profesor cambia nuevamente su expresión, toma su pistola y la coloca sobre la mesa.

—Entonces, tendrán un presupuesto ilimitado y un salario que se tramitará como beca mientras estudian. —El profesor comienza a anotar—. Deberán asistir a clases de entrenamiento físico programadas para ustedes, también participarán en investigaciones físicas y se adentrarán en las minas con un grupo selecto.

Mi sonrisa se escapa, sintiendo la emoción de Marco. Presiono mis manos, feliz de verlo tan lleno de alegría. A pesar de todo, parece que este siempre fue su sueño.

«Parece que aquí empieza mi aventura».

Mi corazón da vueltas de alegría, casi me siento abrumada por la emoción. Intento calmarme, pero las sensaciones son más fuertes de lo que deseo. Quiero llorar, pero me veo forzada a sonreír.

—También, les recuerdo que esto es confidencial. Se actualizarán sus rangos en el ejército y se les otorgará a todos un cambio de habitación.

«¿No estaré más con mis amigos?»

Un pequeño pinchazo aparece en mi corazón, pero pronto Marco dirige su mirada a su lado.

«Conocer nuevas personas, tener nuevas experiencias».

Una sensación cálida lo envuelve.

—Ni siquiera está pensando en la posibilidad de que lo estén engañando. —Echidna suelta una mofa, lo que me provoca enojo.

No había forma de saberlo, no lo había. Observo a Marco, quien comienza a entablar una conversación con la persona a su lado. Ambos parecen emocionados, pero el profesor interrumpe.

—Tienen cinco años, entonces, deberán concluir todo en ese tiempo. —El ambiente se torna tenso, mi corazón se comprime, sintiendo la presión de sus palabras.

«¿Desarrollar un nuevo tipo de energía que parece romper las leyes de la física en cinco años?»

Los susurros regresan, palabras como "Imposible" y "Sin sentido" se oyen por todas partes. Marco, al escucharlas, aprieta los labios; un fuego empieza a crecer desde mi interior.

Presiono mis manos, intentando contener ese torrente caótico.

—¡No pueden dejarse asustar! —exclama Marco, levantándose de su asiento. Todos lo miran con sorpresa mientras señala con cierta molestia hacia el cristal.

—Puede ser algo nuevo, puede ser que necesitemos hacer todo lo posible. —Marco aprieta sus puños, y yo pierdo el aliento—. ¡Si podemos! Tendremos todo a nuestra disposición. Es el momento de crear algo para cambiar el mundo; cada uno de nosotros fue seleccionado.

No... No tienes por qué hacerlo.

—Si lo hacemos, ¡quedaremos grabados en la historia!

No tienes que escoger esas palabras.

—¡Seremos el pilar de una nueva generación! —Marco extiende sus manos, sorprendiendo a todos.

El profesor solo sonríe, como si ya fuese algo que esperaba. Incluso yo, que me cuesta leer a las personas, puedo verlo. La inocencia de querer ser alguien importante, la inocencia de desear atención.

«Si lo hago, podré darles la vida que mis padres merecen.»

La inocencia de anhelar el orgullo de las personas que amamos.

«Podré ser feliz y ayudar a todos.»

Los estudiantes parecen abrumados por la emoción de Marco. La mayoría queda en silencio, mientras otro se une a él.

—¡Debemos intentarlo! —el chico a su lado aprieta su mano con fuerza, mirando con firmeza a todos. Poco a poco, todos se contagian con su iniciativa.

—Pensar que fueron engañados tan fácilmente. —Echidna se acaricia un poco la frente.

¿Quién podría culparlos?

Echidna no lo sabe, pero la emoción que sentí me habría nublado de todo. No lo culpo, ni mucho menos puedo juzgarlo cuando ni siquiera puedo entender a lo que se refiere.

—Entonces, como veo que están dispuestos, les pediré que preparen sus prendas y estén afuera una hora antes de la salida convencional. —El profesor se despide y se retira.

Marco, antes de que todos se vayan, se coloca frente a la puerta.

—Creo que al profesor no le interesaba mucho presentarnos, pero me gustaría que cada uno lo hiciera. Después de todo, vamos a trabajar juntos a partir de ahora. —Marco realiza un saludo militar, dirigiendo una sonrisa a todos—. Marco Luz, especializado en ingeniería...

Su presentación motiva al resto a hacer lo mismo; todos lucen contentos y emocionados por lo que está por venir. Sin embargo, yo no comparto ese entusiasmo.

Solo deseo evitar verlo así, tan feliz, más que cualquier sonrisa anterior, más que cualquier emoción que haya percibido en él. A medida que cada uno se presenta, la alegría impregna el ambiente.

Me pesa, porque siento que es mi culpa.

Marco organiza a todos y solicita una foto, todos aceptan y, tras tomarla, consigue los contactos de todos.

—¡Nos vemos mañana, muchachos! —Marco se aleja del lugar con una gran sonrisa en el rostro.

Mi corazón late con fuerza y emoción, late, y no puedo quitar la sonrisa de mi rostro. Estas no son mis emociones, pero las de él son tan intensas que no puedo opacarlas. La voluntad de Marco es más fuerte que la mía.

Se aleja, se reúne con sus amigos y empiezan a charlar y divertirse. Parece alguien totalmente diferente, alguien tan abierto y cálido.

Marco ha cambiado demasiado, pero después de presenciar un poco de lo que le ha sucedido, no puedo juzgarlo.

—Es curioso —dice Echidna antes de tomar un sorbo de té.

Luego, tras pasar el tiempo, todos son reunidos de nuevo. Esta vez, son llevados en algo llamado helicóptero.

Mi asombro no cesa, incluso después de haberlo visto.

Con un gran ruido, observo cómo Marco vuela en una de las máquinas que me contó. Es más rápido que el globo y se ve mucho más práctico. Es impresionante, y yo no soy la única que lo piensa.

—Dices que, en ese mundo, la humanidad tiene miles de años de evolución. —Echidna muerde una galleta mientras admira lo mismo que yo.

—Así es, Marco lo mencionó hace mucho tiempo.

No tengo la menor idea de cuánto tiempo lleve este mundo existiendo, pero, sin duda, rebasan con creces nuestros avances en todos los ámbitos.

Sin embargo, la llegada de estos cristales marcará un punto de inflexión.

Llegan a lo que a partir de ahora será su hogar; con ello, todos se instalan y son conducidos al laboratorio. La organización es por apellidos, y Marco queda junto a una chica. Al principio, me sorprendió porque guardaba un asombroso parecido con Crusch.

Aunque su cabello es de un negro profundo, sus rasgos son prácticamente idénticos. Y, para sumar a la sorpresa, su voz es parecida a la de Rem.

—¿Crees que tengamos oportunidad? —pregunta Marco, dedicándole una sonrisa alentadora.

—Lo lograremos, de una u otra manera. María, tus destrezas en programación y electrónica serán cruciales. —Marco intenta infundirle ánimo, y ella le responde con una cálida sonrisa.

«Qué encantadora es, espero poder entablar una conversación con ella.»

Ambos parecen congeniar, y, por la expresión afectuosa en el rostro de Marco, parece que ambos se sienten dichosos. Pero mi corazón, en cambio, sufre ligeramente.

El profesor reaparece, esta vez con dos maletas negras. Ya intuyo lo que va a suceder, aunque aun no comprendo del todo. No pueden simplemente haber aparecido en este mundo por azar.

Tiene que haber una razón, un propósito.

—Parece que todos se encuentran en buen estado. En este caso, deberemos iniciar de inmediato con las investigaciones. —El profesor abre ambas maletas, revelando el otro cristal.

Un cristal lamicta de fuego, de considerable tamaño, casi del tamaño de dos manos.

El profesor toma ambos cristales y, al conectarlos, el cristal lamicta de fuego se activa, iluminándose levemente y desprendiendo una tenue sensación de calor que se extiende por todo el entorno.

—El cristal azulado parece actuar como un reactivo. —comenta un chico, cuyo nombre ya tengo registrado.

—¿Por qué lo afirmas, John? —pregunta Marco, acercándose al cristal.

El profesor también parece ansioso por obtener la respuesta.

—No comprendo del todo su funcionamiento, pero, al acercar ambos cristales, se produce una iluminación mutua. —John vuelve a aproximar los cristales—. El cristal rojo genera la reacción térmica.

En ese momento, otro chico pregunta:

—¿Hay indicios de un campo electromagnético?

El profesor niega con la cabeza.

—No se detecta electrón entre los intercambios; en cambio, los electrones del aire parecen verse afectados por la energía del lamicta de fuego.

Ante la afirmación del profesor, todos parecen sumidos en pensamientos profundos. Aunque no comprendo completamente de qué están hablando, Marco parece resistirse a aceptar la respuesta.

«Parece magia, aunque me pese.»

—Entonces, la idea es utilizar ambos elementos para generar energía, ¿verdad?

El profesor asiente.

—El cristal rojo es altamente peligroso, pero parece poder ser controlado en función de la distancia que haya con el cristal azul.

En ese momento, Marco interviene con otra pregunta:

—¿Tiene algún nombre?

Las miradas de todos se dirigen al profesor, ansiosos por obtener, aunque sea un atisbo de información adicional.

—Los altos mandos dicen que los narcotraficantes lo llamaban... —el profesor lo anota en la pizarra—. El cristal rojo se llama lamicta, y el azulado, piroxeno.


Capítulo 9

Un Trabajo Arduo

Mi corazón se estruja al pensar en él, mientras María se acerca tratando de analizar el misterioso "Lamicta".

—¿Cómo las que aparecen en las rocas? —inquiere Marco, a lo que el profesor asiente.

—Lamicta, suena un poco mágico. —María se aproxima, intentando desentrañarlo.

—Voy a hacer bocetos, pero necesitaré de la ayuda de todos. —Marco se vuelve hacia su grupo—. Cada uno, de ser posible, haga una lluvia de ideas sobre todo lo que se les ocurra desde su campo, no piensen ni hablen con otros sobre lo que hacen, traten de hacerlo solo con los conocimientos que tienen.

La propuesta de Marco busca aprovechar las mentes frescas de cada uno, permitiendo que todas las ideas converjan. Ya lo ha hecho con nosotros en casos anteriores, y sin duda es funcional.

Las semanas pasan y todos empiezan a comprender más el funcionamiento de los lamicta. Marco, María y John son los que más han trabajado en ello. Mientras un equipo se dedica a entenderlo, el otro utiliza lo que comprende para construir la máquina.

Marco, designado como líder, participa activamente en todos los aspectos del proyecto. Después de un mes, comprenden que no deben considerar los lamicta como algo de su mundo, sino como una nueva forma de energía.

—Seguir nuestros estándares no nos ha llevado a ninguna conclusión, por eso, aunque me pese, necesitamos intentar olvidar un poco sobre las leyes de la física. —concluye uno de su equipo.

La sonrisa de Marco crece, emocionándose más y más. Mira a María, ambos se sonríen y continúan con el trabajo.

Deciden simplemente aprovechar el fenómeno, afirmando que la fuente de energía es probablemente inagotable. Un cristal de piroxeno no se romperá a menos que sea impactado por un armamento especial o por una fuente de maná superior a la que puede absorber.

La conclusión es ciertamente acertada. A través de sus sensaciones, percibo que Marco, a pesar de no tener una puerta, ha estado acumulando maná como si su puerta existiera más allá de lo físico.

—Es como si su alma ya supiera cómo contener el maná. —Echidna mira hacia Marco, mientras añade—: El mundo de Marco nunca se había expuesto al maná, aunque sea una fuerza benéfica, quién sabe qué problemas podría ocasionar.

Mi mirada confundida sorprende a Echidna, quien suelta una risa.

—Parece que una tonta como tú no podría identificarlo. —Echidna cierra levemente sus ojos—. Déjame explicarte.

No tiene sentido decir algo; después de todo, no se equivoca en ello.

Al final, es verdad que soy una tonta.

«¡Tengo que creerme mejor para serlo!» El pensamiento de Marco me toma por sorpresa, curvo mis labios, sintiendo su determinación en mí.

Tengo que contenerlo, todas estas emociones que él experimenta, todas las emociones que siento. Debo ser más fuerte, no mostrarme ante nadie.

—Gra… Gracias.

Echidna sonríe ante mi pobre expresión de gratitud.

No seas así, Emilia, no puedes seguir siendo inútil.

¡Tonta!

—El maná es, en su defecto, un ser vivo. —Echidna crea una esfera de maná frente a mí—. Si el mundo de Marco nunca tuvo magia, y asumimos que alguien plantó esos cristales, entonces…

Echidna comienza a expandir la esfera, haciéndola crecer hasta que me atraviesa por completo.

—El maná, de una sola fuente minúscula, se expandirá e invadirá todas partes. —Echidna sonríe, mientras siento cómo mis rodillas tocan el suelo de la sala.

Un golpe duro, pero el dolor es solo pasajero. Pongo mis manos en el suelo, observando cómo mi cabello toca el suelo.

—El maná se expandirá y empezará a cambiar todo, comenzando por los seres vivos más simples hasta llegar a los más complejos, es decir, los humanos.

El mundo de Marco debe enfrentarse a un cambio.

—Eso si es que sobreviven a los seres menos complejos. —Echidna suelta una pequeña carcajada.

Fueron cruelmente expuestos ante un destino desconocido.

—¡Soldado Ramírez! —un militar grita dentro del laboratorio, buscando a un compañero de Marco.

«No parece que vaya a llegar a tiempo.»

El nerviosismo crece en las manos de Marco. Mi cuerpo se siente tensionado, a la vez que mi respiración se empieza a agitar.

Marco es un tonto, siempre, siempre sacrificándose por los demás.

—¡Señor! —Marco se interpone, captando la atención del soldado.

Hace un tiempo, Marco habló con su amigo para que pudiera reunirse con sus padres, algo que no está permitido durante los días en la academia militar.

Su amigo había estado deprimido, y Marco utilizó sus conexiones para que pudiera salir de la academia militar por dos días, pero ahora es el tercero y no ha llegado.

«Supongo que tuvo algún problema; sea como sea, debo apoyarlo».

Marco nunca preguntó a su amigo por el motivo, simplemente se alegró cuando volvió.

Es, según lo que leí en el libro de Marco, un altruista.

No le importa lo que deba hacer para garantizar el bien de los demás, no le importa si debe sufrir para que los demás estén bien, ya que eso lo hace feliz al final de todo; lo soporta con gusto.

Conozco muy bien esta palabra porque Marco ya me ha regañado.

Este Marco y yo… somos más similares de lo que esperaba.

El tiempo pasa, y el trabajo se intensifica cuando Marco descubre cómo hacer la máquina.

Poco a poco la van creando, y en ese tiempo todos en el grupo se vuelven cercanos. Gracias a Marco, el grupo sigue avanzando a pesar de las dificultades.

—Sé que no hemos dormido mucho, pero piensen en lo mucho que lograremos cuando tengamos la posibilidad de soltar esto al mundo; hagamos un esfuerzo por sacar esto lo más pronto posible.

Los años pasan y, tras tres años, Marco entra a la mayoría de edad de su mundo. Para mi sorpresa, todos allí son casi tres años mayores que Marco.

—Como en su mundo los peligros son menores, pueden darse el lujo de hacer crecer más a su descendencia —añade Echidna, sonriente ante la escena—. En el caso de Marco, está allí porque se saltó unos años de, lo que llaman, escuela.

Marco y María se encuentran juntos; ambos están en la cama, apenas despertando.

Mi alma duele un poco al verlo, pero el sentimiento en mi corazón es algo nuevo para mí. No sé qué decir, pero este sentimiento, esto que debe ser lo que se llama "amor".

No es el amor que siento hacia Puck, o hacia mi madre.

Ellos se abrazan y se dan un delicado beso.

Es este sentimiento, esta emoción que me hace sentir en una nube. Me hace sentir como la persona más fuerte, la más viva.

Toda esa tristeza que quiere dar mi alma, esa sensación oprimente, ese punzón en mi corazón.

Todo eso se ve opacado por la felicidad.

Me siento volando, fuerte, confiada. Mi propio cuerpo parece engañarse a sí mismo solo para ser fuerte. ¿Este es el poder del amor?

—¡Hola, María! —saluda la madre de Marco.

Su madre ya sabe que ambos están en una relación. Tras saludar, Marco le hace una pregunta a su madre.

Mi alma duele, a pesar de esta emoción embriagadora, el dolor se filtra por todos mis poros.

—Madre, hoy terminamos todo el proyecto, vamos a presentarlo al profesor y comprobaremos su funcionamiento. —Marco sonríe, mientras María lo abraza—. Ambos iremos a verte cuando podamos salir.

Lograron conectar la magia con su mundo, utilizarla sin siquiera saber que era magia. Marco encontró la forma de aprovecharlo al máximo. Solo eso me hace sentir orgullosa, de alguna forma, aunque sé que él es inteligente.

Su logro, algo que hasta yo puedo entender lo insólito que es.

Marco es…

—¡Pronto podré ir a verte! —exclama, colgando la llamada.

María y Marco se bañan y salen juntos hacia el laboratorio. Todo su equipo se encuentra allí, alegre por la situación. John está junto a otra chica, también parte del equipo.

Han pasado tres años, y ahora el cuerpo de Marco se asemeja un poco al que conozco.

—¿Cómo está el primer lugar en combate cuerpo a cuerpo? —pregunta John a Marco, quien sonríe un poco incómodo.

—Fui de los peores en el uso de armas a distancia. —Marco suspira—. Dicen que en una guerra estaría frito.

Es un contraste con la realidad actual. La puntería de Marco es formidable, yo misma lo he presenciado practicando, especialmente cuando obtuvo la magia de vuelo.

Horas y horas haciendo la teoría de cómo disparar y usar la magia de vuelo para atinar, imbuyendo maná en sus ojos hasta el punto de hacerlo inconsciente.

—Pero fuiste un monstruo durante el combate cuerpo a cuerpo, ni siquiera los evaluadores podían creerlo.

Sonrío, yo lo vi en el mejor plano posible.

—La velocidad de reacción de él es realmente increíble. —Echidna suspira, sirviéndose más té—. Ha sido un largo tiempo, pensar que Od Laguna haría una prueba tan extensa.

No es que hayan pasado tres años, pero sí más de un mes.

En todo este tiempo, no puedo evitar desear que se mantenga así.

Que no pase de este día.

«No me gusta cuando me dicen esas cosas.»

Marco no disfruta de los halagos; siempre se siente incómodo cuando le dicen esas cosas.

Este Marco reacciona incluso más rápido que el que conozco; eso me sorprendió al principio. Pero al saber la verdad.

Suspiro, intentando calmar este nerviosismo.

El profesor hace su entrada, y ellos comienzan a explicar la máquina. Una máquina grande, casi tan grande que está a punto de tocar el techo del laboratorio. Sin embargo, contiene perfectamente el funcionamiento del cristal lamicta de fuego.

Acerca y aleja el piroxeno para que la reacción del cristal de fuego genere calor hasta casi el punto de explotar, pero en ese momento se aleja lentamente para que no explote.

Esa reacción provoca una pequeña explosión que no daña ninguno de los dos cristales, pero se puede aprovechar.

—La máquina tiene una eficiencia del 95% de la energía, solo un 5% se pierde. Creo que podremos mejorarla en el futuro; alcanzar el 99% debería ser posible —concluye Marco—. Puesto que la máquina lleva en funcionamiento desde hace un mes, con las pruebas podría decir que años funcionando. Daría fe de que es, idealmente, una fuente ilimitada de energía.

«Dios, lo logramos, una nueva era.»

Una sensación eléctrica recorre todo mi cuerpo; ahora comprendo un poco mejor las cosas, pero intento no dejarme llevar.

Tengo que ser fría, no puedo permitirme caer.

La conclusión a la que llegaron es que hay un tipo de energía desconocido en el ambiente; es decir, que el mundo de Marco ahora posee maná. Solo que, al no poder sentirlo y ser algo que no se puede medir, no lo saben.

«No puedo creer que esté presenciando esto; nosotros, por fin, lo logramos.»

Ellos lo acaban de descubrir, acaban de corroborar que hay un nuevo tipo de energía que parece ser ilimitado.

—La máquina puede alimentar una ciudad; de hecho, hicimos pruebas con baterías para coches y su carga es tan rápida que terminó dañando los ciclos de estas —añade John.

Al final, parece que su mundo está por cambiar.

O eso creí en ese entonces.

—Esto es… —el asombro del profesor es evidente, pero rápidamente una sonrisa se plasma en su rostro.

Una sonrisa que no me gusta.

Todos son enviados a sus habitaciones menos Marco; este se queda solo con el profesor.

Marco se ve alegre, mientras parece admirar la máquina operar por sí sola.

—Esta máquina será el inicio de una nueva revolución industrial. —El profesor pone su mano en el hombro de Marco—. Estados Unidos está interesado en el proyecto.

«Entonces, ahora podré ir más allá.»

Una lágrima cae de mi rostro, mientras miro lo que sucede sin pestañear.

—El presidente de nuestro país está decidido a hacer contacto con nosotros; al ser un proyecto financiado con el gobierno es necesario que se haga una empresa en el país; también, nos darán los derechos de la patente.

Entonces, este le entrega un documento a Marco.

«Dar todos los planos, la máquina, las guías de creación.»

Marco solo mira la hoja, mientras sus manos tiemblan.

Esta vez, no de felicidad.

—Estados Unidos quiere que vayas con ellos, quieren usar la máquina para generar un tipo de armamento especial. El presidente desea que vayas con ellos también.

Marco mira al profesor; este parece sorprendido por la mirada de Marco.

Mi estómago duele, mi corazón duele. Ahora, todo lo que queda es ver lo que está por suceder.

—¿Y el resto? —pregunta Marco, pero el profesor saca su pistola.

Marco reacciona, tomando el brazo del profesor y con un golpe rápido quita su arma, dejándolo desarmado.

La pistola cae al suelo, Marco intenta tomarla, pero rápidamente siente una presencia desconocida.

—¡Detente! —apunta otro hombre por detrás a Marco.

El profesor sonríe, una muestra clara de que nunca tuvo pensado ayudar al crecimiento de la humanidad.

Una muestra clara de lo oscura que es el alma humana.

Caigo al suelo, cediendo ante la presión. Marco de alguna forma está en pie. Yo, no sé qué estoy haciendo.

—No por nada eres el mejor a corto alcance, pero no te preocupes. —El profesor vuelve a tomar el arma y apuntarla a Marco—. Deberás tomar una decisión; si quieres salvar a tu familia y a ti, lo mejor es que partas a Estados Unidos.

«Mis padres…»

Mis labios empiezan a temblar, mientras intento tomar arcadas de aire.

—¿Qué pasará con mis amigos? —pregunta Marco, mientras yo hago esfuerzo para ponerme de pie—. ¿Qué pasará con María?

El profesor sonríe, toma el arma y pone su mano en la mejilla de Marco.

—Morirán, como líder, eres el único necesario.


Capítulo 10

El Valor de la Vida.

El profesor apunta a Marco con la pistola, y la fría boca del arma se clava en la frente de Marco. Lentamente, el profesor coloca su dedo en el gatillo, descendiendo con deliberada cadencia.

Marco, con los ojos abiertos, mantiene una determinación que desafía la amenaza inminente.

—Ellos saben demasiado. Esta nueva fuente de energía no es algo que el mundo pueda manejar. El mundo no está preparado para ello.

«Voy a morir».

Intento desesperadamente tomar aire, buscar alguna acción posible, pero todos los recuerdos de Marco me embisten de frente.

Revivo sus viajes con sus padres, sus juegos con amigos, la vez que confesó sus sentimientos por primera vez a una chica, y el momento en que fue elogiado por los profesores en el colegio.

Recuerdo el miedo que enfrentó al ingresar a la universidad a una temprana edad, la soledad inicial y las alegrías al conocer a diversas personas.

Recuerdo sus esfuerzos constantes por ser siempre el mejor.

Al final, solo queda la determinación.

«No puedo morir ahora. Tengo que salvarlos a todos».

El profesor aprieta el gatillo, y un pequeño clic retumba en mis oídos, un sonido agudo que perfora la calma. Marco se sorprende al darse cuenta de que no está muerto.

Siento cómo mi sangre, como un torrente helado, abandona todo mi cuerpo, creando un escalofrío que se propaga desde la nuca hasta los pies.

Por primera vez, experimento un frío que me deja sin aliento.

El profesor se aleja hacia la salida, dejando a Marco vencido, caído de rodillas sobre el suelo helado. Sus temblores resuenan en el eco del clic metálico.

—Aprovecha la fiesta para despedirte, debes decidirte pronto; de lo contrario, no esperes salir ileso —advierte el profesor con frialdad.

Marco queda solo en la habitación; simplemente observa la máquina. No hay nada, ninguna emoción. El vacío que siente Marco en este momento no es más que la absoluta falta de entendimiento.

«Soy yo o ellos».

—No lo hagas —mi voz, desesperada, intenta alcanzarlo; mis emociones fluyen con la esperanza de que alguna logre traspasar el tiempo.

«Debo tomar una decisión ahora, si voy a dejar que roben nuestro proyecto y lo usen para el mal».

No pienses en ello, Marco, por favor.

Tu bienestar.

—Yo estaba equivocada, sé que siempre actúo sin pensar en mí, que siempre hago las cosas sin importar si salgo herida, yo…

«Mis padres no me lo perdonarían, incluso si debo ponerlos en peligro».

—Puedes ser egoísta, de verdad. ¡Solo acepta! —sé que mis palabras son horribles, sé que no concuerdan con mis ideales, sé que no reflejan mis emociones.

Sé que habría tomado la misma decisión que está tomando Marco ahora.

Pero, no es la correcta.

«Debo salvarlos, debo hacer todo lo posible por salvarlos a todos, incluso si debo morir».

—¡No lo hagas! —mi grito, cargado de emociones, resuena en la sala, pero parece no ser suficiente para traspasar el tiempo.

Marco se levanta y apaga la máquina. Toma el cristal piroxeno y lo hace brillar; parece haber decidido algo.

—Puedo lograrlo, puedo hacerlo porque soy quien está destinado a hacerlo —expresa Marco, meticulosamente guardando toda su investigación y ejecutando acciones que aún escapan a mi comprensión.

Después de un tiempo, María viene a buscarlo.

Al verla, Marco siente una amalgama de temor y determinación para avanzar. Su cuerpo le susurra que debe actuar, que debe salvar a todos.

«Debo simular que estamos organizando la fiesta, aprovechar para revelar la verdad a todos».

—Incluso yo puedo admitir que siento lástima. —Sonríe Echidna.

Aprieto mis manos, intentando contenerme. No soy yo en este momento... Nunca fui así; ahora que experimento los sentimientos de Marco, me transformo en alguien diferente.

Para empezar...

¿Soy la niña atrapada en el cristal?

¿Soy la persona que quiere liderar y hacer el bien para todos?

¿Quién estoy siendo ahora?

—No te preocupes, en este mismo momento vamos a preparar la fiesta. —Sonríe Marco, mientras lucha por no vomitar.

Por otra parte, yo...

Miro la pantalla, mientras el frío persiste en mí. Solo puedo temblar, temblar en busca de un poco de calor. Anhelo sentir esa calidez, esa calidez que experimento cuando estoy con él.

Yo...

María besa a Marco, este la abraza y la acurruca en su pecho.

—Te amo, María, por eso… —Marco la abraza con más fuerza—. Quiero tenerte a mi lado.

María responde al abrazo, sin pronunciar palabra alguna.

Esta sensación cálida, este calor que intenta invadir mi cuerpo, se ve ahora eclipsado por el frío.

Un frio tan helado que me hace temblar.

Mi mirada pesa, solo al contemplar lo que está por acontecer.

Esa sensación que encontré en los libros de Beatrice. Esa emoción con la que soñaba; pensaba que sentirlo me colmaría de felicidad, pero esta sensación...

¿Por qué tengo que atravesar por esto?

¿Qué hizo Marco para merecer esto?

—Te protegeré. —La mirada de Marco cambia, mi corazón late con fuerza, mis labios tiemblan.

El frio ya ha llegado a mis huesos, invadiendo cada centímetro de mi ser.

El temor que él contiene, el dolor que siente. Ni siquiera ha reflexionado sobre la verdadera amenaza que representa para su vida, ni ha considerado qué acciones debe emprender para resguardarse.

¿Por qué?

¿Por qué le sucede esto a alguien como él?

Marco y María se retiran a su habitación.

«Debo fingir a la perfección.» Marco utiliza su celular para poner música, toma a María y la tumba en la cama.

María sonríe; sus emociones sincronizadas. Marco aprovecha el momento para besarla, mientras ambos comienzan a despojarse de la ropa. Al compás de la música, una pequeña guitarra parece incitarlos a acariciarse.

«Debo decírselo, ella debe saberlo.»

Marco acaricia el cuerpo de María con delicadeza. Puedo sentir su calor, puedo sentir la presión que experimenta. Puedo sentir el miedo que lo embarga en este momento.

«María, parece que lo arruiné.»

Sin darse cuenta, Marco abraza a María con fuerza. La sorpresa de ella se refleja en su rostro, con ojos abiertos y brazos estirados sin saber a dónde ir.

—¿Marco? —pregunta María, y Marco se acerca a su oreja.

«Voy a hacer que todos sobrevivan, lo haré… Aunque deba aliarme con el mal.»

Susurrando, la abraza con fuerza, como si estuviera escapando de algo.

—María, el profesor nos ha traicionado. —Marco besa la oreja de María con cuidado—. Trata de seguirme el juego, ya que pueden estar escuchándonos.

María lo abraza, mientras que la música ensordece el ambiente. El dolor en mi corazón amenaza con ahogarme, pero me contengo.

—Parece que por fin usa su cerebro un poco. —Echidna muerde su galleta, disfrutando la escena. La voz de Marco se quiebra, soltando un pequeño murmullo.

Mis lágrimas fluyen, sin embargo, Marco no está llorando.

—Lo arreglaré todo, lo prometo.

María comienza a temblar; al percatarse, Marco vuelve a besarla. Una y otra vez, la besa hasta que ambos se quedan sin aliento. Aprieto mi mano en mi pecho; simplemente, no quiero que le suceda algo malo.

La pantalla se vuelve negra, y somos dirigidos a otra escena.

—Ya casi viene la parte interesante. —Echidna me mira, pero yo no le dirijo la mirada. Ella quiere que caiga, que no me sostenga.

Todos están reunidos, María nerviosa y cabizbaja.

El lugar seleccionado no es más que un salón de fiesta. Marco se encargó de revisar meticulosamente el lugar, cada parte, cada orificio; lo revisó todo para evitar micrófonos y analizó las cámaras del lugar, todo mientras fingía estar limpiando.

Marco se ve nervioso, mirando a todas partes sonriendo, como si estuviera ya borracho.

—Se está volviendo más paranoico. —Miro a Marco, intentando entenderlo. Esta sensación en mi pecho, esta opresión.

Puedo sentir sus emociones, pero, a diferencia, no siento que pueda conectarme con él.

Te quiero entender.

Te quiero ayudar.

Después de unas horas, Marco empieza a reunirlos a todos. La música a todo volumen para tapar cualquier rastro de la conversación. Las miradas sonrientes de todos son opacadas por la absoluta neutralidad de Marco.

«Así los vas a preocupar.»

Un ardor intenso crece en mi interior. Una sensación opresiva, mi furia creciendo por mi inutilidad.

«¡Debes ser fuerte!»

Marco se golpea el rostro con fuerza, tanta fuerza que su labio termina por romperse. Mi labio empieza a sangrar, pero no porque se haya transmitido el daño.

—Parece que estás más demente que él. —Echidna se mofa, pero yo la ignoro. Tengo que ser fuerte, tengo que ser fuerte si quiero superar esto.

Todos se sorprenden y se acercan más a Marco, quien aprovecha para mirarlos a los ojos.

—Escuchen bien, porque no lo repetiré. —Marco sonríe, intentando calmarse—. El profesor se alió con el gobierno y los Estados Unidos; todos quieren acabar con nosotros.

Las miradas de todos se tornan inexpresivas, como si se tratara de una broma. Marco comienza a explicar lo que le dijo el profesor, omitiendo la parte en que le sugiere traicionarlos; en vez de eso, dice que lo escuchó a escondidas.

Marco coloca un audio con la voz del profesor, un audio que grabó a escondidas para tener prueba de ello. Al parecer, todos los teléfonos guardan información sobre dónde están, también, sobre lo que se escucha alrededor.

—Tenemos que huir, por eso he contactado a alguien que vendrá a buscarnos.

Marco ya había hecho un plan en solo segundos. Casi parte de la suerte o de un cruel destino.

—No necesito que duden de mí, no necesito que piensen de más, necesito que me sigan. —Marco los mira a todos, una mirada llena de miedo y determinación.

¿Es Marco alguien fuerte?

No lo sé, realmente no lo sé.

—Vayan a dormir, no preparen la ropa ni nada, cada uno tenga lista una pistola.

Armas de seguridad que se les deja a los estudiantes que tienen un alto rango.

El ambiente se siente tenso, la música viva y llena de instrumentos que desconozco, pero en este momento nada llega a mi corazón.

—A la medianoche deberán ir al laboratorio. A como dé lugar, escaparemos.

Las personas parecen no entender las palabras de Marco. Todos miran a María, pero su expresión temerosa es la viva muestra de que Marco está hablando en serio. Las personas empiezan a temblar, unos caen al suelo, otros se apoyan el uno con el otro.

—¡Parece que los tragos están actuando! ¡JAJAJAJA! —Marco empieza a reír, reír y reír tan fuerte que su garganta empieza a doler.

«No puedo fallar, las vidas de todos están en mis manos.»


Capítulo 11

Caos

Marco sigue riendo, y rápidamente la pantalla pasa a otro plano.

Marco se halla solo en el laboratorio, ansioso por encontrarse con el profesor.

Enciende la máquina, observando con satisfacción su perfecto funcionamiento. Los engranajes metálicos resuenan en el ambiente helado, creando una sinfonía mecánica.

Acercándose, Marco posa su mano sobre el metal, sintiendo cómo el frío inicial se transforma en un leve calor. La máquina se convierte en una extensión de sus pensamientos y habilidades.

El profesor llega acompañado de un guardaespaldas, y una sonrisa se dibuja en el rostro de Marco al verlos. El profesor, al notar esa expresión, se confía. Se acercan, y Marco comienza a explicarle brevemente partes del funcionamiento de la máquina.

—Si deseas crear una explosión capaz de arrasar una ciudad, no es necesario hacer estallar el cristal.

Las palabras de Marco sorprenden al profesor. Marco se pone a escribir algo y la máquina comienza a calentarse, alcanzando temperaturas que hacen arder la piel de Marco.

El profesor, atemorizado, apunta con una pistola hacia él.

—¡Apágalo!

Marco, conteniendo su dolor, muestra una sonrisa.

—Esta máquina puede generar un campo magnético tan potente que podría devastar toda una ciudad sin mucho esfuerzo. —Marco apaga la máquina, y el profesor empieza a jadear de dolor—. Pero la clave es que no puede funcionar como proyectil; debe ser instalada.

«Tiene que creerlo, después de todo, no es algo imposible.»

El guardaespaldas se acerca al profesor, quien lo toma del hombro.

—¡Detente! —John aparece, apuntando con su pistola detrás del guardaespaldas. María y el resto se suman, apuntando con determinación.

Marco sonríe, sacando de un cajón una soga y cinta.

—Bien, supongo que se quedarán atrapados un tiempo.

Sin embargo, en ese momento, Marco escucha unas palabras que jamás pensó oír.

—Debemos matarlos ahora. —Uno de los compañeros de Marco se acerca, pero Marco lo detiene con una mirada intensa.

La seriedad en los ojos de Marco revela su determinación. La forma en que Marco se enfrenta incluso al mal, sin distinción entre buenos y malos, muestra que su mayor debilidad es también su mayor virtud.

¿Es Marco débil? La pregunta se cierne en el aire, y una respuesta decidida se manifiesta en sus acciones.

—No lo haremos. «No puedo permitirme matar a alguien.» —Debemos dejarlo vivir, solo así ganaremos tiempo. —Marco sostiene la mirada de su compañero con firmeza, haciendo que retroceda—. Le revelé lo que puede hacer la máquina. Si lo eliminamos, el gobierno buscará aniquilarnos a todos. Si nos vamos, tendremos una posibilidad.

Mentiras.

Mentiras que no benefician a nadie.

Con un rápido y contundente golpe en la mandíbula, Marco noquea a ambos.

El miedo se refleja en los rostros de los demás, pero él mantiene su sonrisa, tratando de calmar el tenso momento. Observándolos a todos, se da cuenta de que sus esfuerzos son en vano.

—Prepárense, voy a desmontar la máquina. —Marco comienza a trabajar, quitando las protecciones y notando que el metal sigue caliente.

Las manos de Marco empiezan a temblar, y su mirada se pierde buscando algo con qué sujetarse.

«Si le pongo agua, explotará, y las pinzas no servirán.»

—No tenemos tiempo, debemos apresurarnos. —John mira hacia afuera, y a través de la radio llega un mensaje sobre actividad sospechosa en los perímetros de la base.

El mensaje no tarda en llegar, y son enviados a proteger un tramo de la base.

«Ahora viene la parte más difícil.»

Marco extrae un teléfono antiguo, que no se asemeja en nada al que usa habitualmente.

—¿Estás seguro de hacerlo? —María pone su mano en el hombro de Marco, y solo con eso, la determinación en Marco crece.

Mis manos tiemblan con fuerza, pero debo aguantar.

—Puede que sea el malo, pero, aun así, es nuestra única esperanza. —Marco comienza a llamar con el teléfono, y tras unos segundos, una voz adulta y profunda responde al otro lado.

—¿Dónde? —pregunta, yendo al grano.

Marco examina el mapa, señalando el lugar que les han asignado para proteger.

Contemplando el mapa, puedo entender la inmensidad que representa; es más grande que nuestra base, tomaría gran parte de Irlam solo construirlo.

—Base D8, al norte. —Marco cuelga, y todos esperan una breve explicación.

Toda la responsabilidad, la vida de aquellos que Marco aprecia, descansa sobre sus hombros. Sin embargo, su propia existencia se desmorona.

—En la operación para recuperar la mina de los narcotraficantes, salvé al hermano del jefe. La misión era eliminarlos y, sin embargo, lo dejé ir.

Hasta ahora, Marco no ha arrebatado la vida de nadie; incluso, dio una salida al enemigo, permitiéndole escapar.

—Salvar a alguien malvado es, por sí mismo, un acto malvado. —Echidna desaprueba la acción—. Dejar con vida a quienes causarán más daño sigue siendo un acto malvado.

Puedo comprender las palabras de Echidna, pero también puedo entender a Marco.

Yo...

Las personas se sorprenden por las palabras de Marco, pero optan por el silencio.

—Es nuestra única vía de escape, para salir del país... —Marco abre un gabinete, revelando varios rifles grandes—. Fingiremos nuestra muerte; así pensarán que perecimos en el intento de escapar.

María se sumerge en los computadores, escribiendo cosas que realmente no logro entender.

—Borré toda la investigación de nuestra base de datos; todo está en esta memoria. —María lanza la memoria a Marco.

Marco los observa a todos, con un temor tan abrumador que siento que estoy a punto de desmayarme. En ese laboratorio, donde una vez se inhalaba la felicidad, ahora no queda más que el amargo sentimiento.

La traición, el odio, la tristeza.

El arrepentimiento.

—Los salvaré a todos, se los prometo. Después de esto, cada uno irá por sus familias y luego escaparemos del país.

La sonrisa de Marco silencia a todos. A pesar de ser el más joven, todos parecen depositar su fe en sus palabras. Confían en lo que dice.

Toman los rifles y se preparan, pero Marco activa un último modo en la máquina.

«Dejar una granada sería muy sospechoso; lo mejor es que quede inservible sin que lo sepan.»

Marco mira el delgado metal caliente y, con toda su fuerza, lo desgarra con su mano. El metal se rompe y la máquina expulsa los dos cristales hacia el techo, quedando clavados en este.

—Ojalá hubiera creado un mecanismo de autodestrucción. —Marco toma los cristales incrustados en el techo usando una escalera. Guarda los cristales en una bolsa y baja rápidamente.

Un sentimiento eléctrico parece hacerle mirar sus manos. Las quemaduras parecen ser de tercer grado, pero Marco no nota su dolor.

El estrés que siente, la adrenalina fluyendo por su cuerpo debe hacer que no pueda sentir nada.

Mis puños se tensan, mientras mis ojos permanecen fijos, alerta. Marco desmonta una bala, esparciendo su contenido explosivo con delicadeza sobre su mano.

—¡Date prisa, Marco! —gritan desde el exterior. En su afán, enciende una chispa con un encendedor, todo mientras el bullicio exterior oculta sus acciones.

Las manos de Marco se incendian brevemente y cae al suelo, víctima del dolor. Sus palmas, ahora apoyadas en el gélido suelo, no revelan la presencia de la sangre que antes brotaba.

«Aguanta, Marco Luz.»

Al girar la cabeza, observa al profesor con guantes de tela. Este gesto simple resuena con un simbolismo inquebrantable. Marco mira la máquina por última vez, su corazón reflejando una determinación que se me escapa.

La misma determinación que me falta.

En esta sala fría, mi papel se reduce a ser un espectador impotente. Marco y los demás se dirigen hacia su destino, conscientes de que el tiempo se desvanece, pues el lamicta de fuego ya está en marcha.

«Si no llegamos a tiempo, moriremos.»

Abordan un vehículo, una máquina que los transportará sin necesidad de un dragón. La velocidad los envuelve mientras llegan al lugar designado, solo para descubrir que ningún soldado les espera.

—¡Mi general! ¡Equipo beta llegó a la zona asignada, cambio! —informa John por la radio, obteniendo la aprobación del general.

Marco carga una mochila, depositando en ella la esperanza y la peligrosidad encapsuladas en los cristales. Aunque no puedo sentirlo, imagino el inmenso dolor que Marco soporta en sus manos.

—¡Prepárense! —anuncia Marco con una sonrisa cálida—. ¡Nos vamos!

Marco examina el entorno, un muro de hormigón que se alza imponente. Camina sobre el césped, coloca la mochila en la base del muro.

Con el lamicta de fuego en mano, intenta activarlo, pero descubre que no hay señal.

«Debo usar mi piel.»

El momento crítico se desenvuelve ante la incertidumbre, y en la piel de Marco reposa la llave que podría cambiar sus destinos.

Marco lucha por activar el lamicta de fuego con su brazo, pero el intento resulta en vano. Desesperado, se quita un guante y toma el cristal con la mano descubierta.

La noche ya ha caído, y el cristal emite una luz tenue, un faro de esperanza en medio de la oscuridad.

—¿Cómo es posible que Marco pueda utilizar maná? —pregunto, mi curiosidad captando la atención de Echidna, quien sonríe y me dirige una mirada intrigada.

—El alma de Marco es especial.

Recuerdo claramente cuando Marco no podía utilizar magia hasta que le enseñaron. Entonces, ¿qué está sucediendo ahora?

La expresión de Marco se retuerce por el dolor, y el lamicta de fuego responde rápidamente, calentándose al instante.

John coloca los rifles cerca, intentando simular que siempre estuvieron allí.

El cristal comienza a iluminarse con fuerza. Suben al carro y se alejan a toda velocidad. John gira el volante y...

¡BOOM!

Un estruendo sacude el lugar. A través de la nube de fuego, Marco observa cómo el muro cae destrozado en pedazos. La onda expansiva incluso sacude el carro, generando temor entre todos.

—¡John! —grita Marco, logrando que reaccione. John acelera y rápidamente contemplan la devastación causada.

El enorme muro ha sido completamente destruido, dejando un gigantesco agujero donde podría caber un automóvil más de cinco veces.

«Si usaran esto como un arma, si lo mejoraran, el mundo tal como lo conocemos sería destruido.»

Entran por un camino de tierra, en esa selva frondosa solo podrán avanzar con el coche por unos metros.

Las manos de Marco tiemblan, su cuerpo parece rebelarse ante la idea de provocar tal destrucción.

—¡Nos vamos! —llama Marco, usando el teléfono.

—¡Esa fue una gran señal! —exclama la persona al otro lado de la llamada. Marco observa hacia atrás, viendo que el humo persiste en el aire. Todos muestran señales de temor, pero la determinación en Marco parece haber alcanzado su punto máximo.

—¡Denme sus teléfonos! —ordena Marco con firmeza, haciendo que todos obedezcan al instante.

Marco extrae una granada, colocando todos los dispositivos en una bolsa. Al parecer, hay formas de rastrearlos solo con esos dispositivos.

La noche envuelve sus miedos, y Marco se convierte en un dragón decidido, enfrentando la oscuridad con el peso de una decisión imposible.

Echidna, testigo de la tragedia que se desata, no puede evitar admirar la asombrosa tecnología desplegada frente a ella.

El estallido de la bolsa, el eco del sacrificio, y el silencio que sigue lo dicen todo. El miedo se refleja en los ojos de todos, menos en los de Marco.

Su determinación es palpable, como si ya hubiera abrazado su destino con resignación.

El carro se ve forzado a detenerse, la selva se interpone como un laberinto de árboles impenetrables. Entre la maleza, la salvación se presenta en forma de lancha, pero el camino hacia ella es una carrera desesperada.

—No sé cuánto tardarán en descubrirnos, pero debemos apurarnos. —Las palabras de Marco resuenan, sosteniendo su arma con firmeza mientras desciende del vehículo. La carrera comienza, un esfuerzo conjunto hacia la libertad.

La mirada de Marco enfrenta el horizonte con una mezcla de determinación y angustia. «Debo salvarlos, para ello, debo mantenerme fuerte». En medio de la incertidumbre, me surge la pregunta inevitable:

¿habría tomado mejores decisiones si Marco hubiera reaccionado de otra manera?

La respuesta se pierde en el correr de los minutos, en el palpitar agitado de los corazones que se esfuerzan por escapar. El sonido de los pasos, los helicópteros acercándose y el aroma húmedo de la selva se entrelazan en una sinfonía caótica.

Cada mirada de Marco hacia atrás es un recordatorio de la amenaza que persigue.

María le sonríe, un gesto de aliento en medio de la adversidad. Marco afirma con palabras que está bien, pero su cuerpo delata la verdad. Un dolor profundo, una tortura silenciosa que acompaña cada zancada.

Una hora de carrera, la noche cede terreno al amanecer. La fatiga se apodera de varios, incluso Marco, cuyo jadeo revela la tensión acumulada. El terreno se torna pantanoso, indicando que la meta está cerca.

En la distancia, una lancha se perfila como el ansiado refugio. Marco vislumbra la esperanza en medio del caos, y, por un instante, la angustia cede ante la posibilidad de la salvación.

El sol se asoma en el horizonte, pintando el cielo con tonos cálidos que contrastan con la urgencia que se respira.

Marco marca el número con manos temblorosas, la incertidumbre se cierne sobre ellos como un manto oscuro. La figura que atiende la llamada, vestida de manera distinta, indica que algo diferente está por suceder.

Hombres armados, semblantes tensos, y rifles que se alzan y descienden en una coreografía incierta. El líder, con su traje oscuro y distintivo, da la orden de subir.

La duda en la mirada de Marco es palpable.

«Espero esto no sea una mala decisión», piensa mientras sus compañeros reflejan en sus rostros la ansiedad de la situación.

La lancha se convierte en un refugio momentáneo, el viento azota con fuerza y el agua salpica sus rostros, pero la sensación de escapar se mezcla con el peso del desconcierto. En un pequeño pueblo, otro grupo armado les da la bienvenida.

Entonces, la pantalla se oscurece.

Marco ha tomado una decisión, buena o mala, lo que sea…

No lo merece.

La pantalla empieza a iluminar. De una u otra forma, no deseo seguir viendo.

En el interior de una humilde casa de barro, el contraste entre la miseria del entorno y la figura del hombre bien vestido es evidente. El humo del cigarrillo se mezcla con el aroma a ron, creando una atmósfera tensa.

La charla directa, sin formalidades, revela la crudeza de las circunstancias.

—Entonces, ¿estás dispuesto a hacerlo? —la voz del hombre resuena, mientras Marco, rodeado por hombres armados, se enfrenta al jefe del oscuro grupo de narcotraficantes.

—Si, lo estoy.

La respuesta de Marco es firme, su mirada sin temor irradia determinación.

«Supongo que es la única opción», murmura para sí mismo mientras se sumerge en un acuerdo que podría sellar su destino.

La sonrisa del jefe del narcotráfico se dibuja, y así, en medio de la desesperanza, se sella un pacto que los liga en un mundo donde las decisiones pesan más que la moral.

La decepción pesa en el aire, como un velo oscuro que cubre los corazones.

Pensar que Marco tomaría la opción de usar el mal para opacar el mal.

En ese mundo implacable, la fuerza no se mide por la habilidad para blandir espadas o de crear magia, sino por la astucia y la inteligencia. Un lugar donde la vulnerabilidad de la vida misma obliga a tomar decisiones extremas.

En este contexto, personas como yo, inútiles ante las amenazas intelectuales, se ven desplazadas, relegadas a la sombra de la supervivencia.

La orden se ha dado: cada miembro del grupo partirá en busca de sus seres queridos. Marco, llevado al encuentro de los demás, observa cómo todos han adoptado ropas diferentes, preparándose para la misión que les aguarda.

Sin embargo, la sombra de la pregunta persiste, materializada en las palabras de John.

—¿Qué tuviste que pagar para hacer esto? —John, valiente, formula la pregunta que pesa en el corazón de todos.

La expresión de Marco se mantiene neutral, como si ya hubiera anticipado la interrogante. Un suspiro precede a su sonrisa, recibiendo las prendas como símbolo de cambio.

—El favor que hice pareció gustarle. Además, compartí información sobre la protección de la mina de cristales para que puedan tomarla.

Ayudar al malvado para garantizar la supervivencia propia, un dilema que pone en tela de juicio la integridad moral. La conciencia de Marco no había sopesado las consecuencias, y el peso de la verdad golpea como un puñetazo.

En un rincón apartado, Marco, con un telón como único testigo, enfrenta sus heridas. La sangre se filtra entre los guantes mientras reflexiona sobre un pensamiento inquietante.

«Si hubiese muerto, ¿habría cambiado algo?»

La furia crece, una llama ardiente en el interior de Marco. La realidad de sus elecciones se manifiesta, y la posibilidad de un destino alternativo se desvanece.

Llama a María, una súplica silenciosa de ayuda, y ella, con la mirada al cielo, trata de contener la respiración ante el vendaval de emociones desatado.

—¿¡Qué te pasó!? —María observa las manos de Marco, costras con cierta hinchazón, pero él solo le devuelve una sonrisa.

—Ayúdame a vestirme. —Marco señala la ropa, y María, mirando al techo, trata de contener la respiración.

En un abrazo, María busca consolarlo, pero esta vez Marco permanece imperturbable.

—Perdón… —Marco se mantiene firme mientras María saca algo de una mochila en el suelo.

Con cuidado, comienza a tratar las heridas en las manos de Marco. Costras rotas, inflamación; ella limpia, pero Marco no da muestras de dolor. Él presiona su cuerpo, tratando de mostrarse fuerte.

«Es lo mínimo que merezco».

María venda sus manos y coloca nuevos guantes.

—Te los iba a regalar de todas formas, se te ven lindos. —María sonríe, haciendo que los labios de Marco empiecen a temblar.

En su mente, la única meta es salir de esta situación.

—Vamos, el tiempo apremia. —Marco se cambia y nota que su grupo ya está completamente listo.

Después de un tiempo, son llevados a otro lugar. Varios autos, de aspecto normal, aunque algo descuidados, están dispuestos, cada uno destinado a las familias de los miembros del grupo.

Unos más grandes, otros más pequeños.

—Prepárense para salir, no tenemos tiempo.

Una vez en movimiento, Marco se oculta dentro del coche, entre los asientos adaptados para tal fin. Superando todos los controles de seguridad, el vehículo llega a su hogar.

Una casa similar a las de Irlam, pero con el blanco claro y los vidrios azulados como únicas diferencias. Al llegar, Marco desciende. Dos hombres lo siguen, todos vestidos con ropa casual.

—Apúrate, antes de que lleguen.

Marco asiente y toca la puerta, encontrándose con su madre al abrir. Ella abre los ojos con fuerza y se lanza a abrazarlo. Marco corresponde al abrazo y entra, observando su hogar con una sonrisa.

Su casa es hermosa, una vista que realmente disfruta. La decoración, los muebles, todo emana calidez, comprendiendo por qué quiere mudarse a Irlam. Su padre baja corriendo para abrazarlo también.

Marco los hace sentar a ambos, sonriendo mientras la preocupación en los ojos de sus padres parece traspasar la máscara que él lleva.

«No puedo engañarlos, así que no hay nada que hacer.» Marco pronuncia en su mente las palabras con un peso que parece hundir sus propios hombros.

La verdad, cruda y despiadada, se cierne sobre él y sus seres queridos.

—El gobierno quiere matarnos, por lo que ahora tenemos que huir. —Marco se dirige a sus padres, y sus ojos se encuentran con la mirada atónita de quienes le dieron la vida—. Lo siento, sé que lo arruiné, pero les explicaré bien en el camino.

Los padres de Marco intercambian una mirada cargada de significado, una comunicación silenciosa que intenta encontrar respuestas en medio de la confusión. Pero antes de que puedan articular palabra, un estruendoso "¡Bang!" perfora el aire.

El caos estalla fuera, y la figura de un hombre irrumpe en la habitación con terror marcado en su rostro.

—¡Llegaron! —grita el hombre, disparando desesperadamente a través de la puerta. La sinfonía de disparos se intensifica, pero Marco se niega a ceder ante el miedo.

En un acto instintivo, toma las manos de sus padres y los arrastra hacia la parte trasera de la casa, lejos de la lluvia de balas que comienza a perforar las ventanas.

Rápidamente observa cómo están entrando a través de las paredes del patio.

Los gritos de terror y el estruendo de la destrucción se entrelazan en una sinfonía apocalíptica. Marco, con la certeza de que su familia comparte su firmeza, sube las escaleras mientras sus padres intentan seguir sus pasos, controlando el miedo que amenaza con desbordarse.

Un disparo rasga el aire, y el dolor agudo en el oído de Marco es la cruel banda sonora de la tragedia. Tropezando, cayendo, sus padres se agachan instintivamente mientras hombres desconocidos los rodean.

Con su pistola en mano, Marco se gira para enfrentar la pesadilla que se desarrolla detrás de él. Dos figuras vestidas de azul, reminiscentes de los militares de Irlam, sostienen a sus padres como rehenes.

—¡Get it! —uno de ellos exclama en un lenguaje desconocido, un código extraño que resuena como una sentencia de condena.

Los ojos de Marco se abren ampliamente, su sangre latiendo al ritmo frenético del terror.

«Así que ya nos tenían vigilados», susurra su mente, la aceptación resignada de una verdad ineludible. Levanta las manos en rendición, el símbolo de una batalla perdida ante un enemigo implacable.

—¡Entrégate y todos viven! —exclama el hombre, obligando a los padres de Marco a arrodillarse, mientras las frías boquillas de las pistolas les apuntan.

—No los mates, simplemente no los mates. —Marco observa hacia afuera, donde los narcotraficantes continúan enfrentándose a los soldados, tratando desesperadamente de abrirse paso.

Marco comprende que nunca hubo una oportunidad real, que todos probablemente enfrentan la misma ineludible condena. La diferencia radica en que ahora los pueden eliminar sin reservas.

«Tengo que encontrar una oportunidad».

—¡Marco Luz ha sido capturado! —anuncia el hombre a través de la radio—. Vayan por el resto.

«Por no matar al profesor».

«No, esto estaba planeado desde antes».

Los puños de Marco se tensan, mientras observa la angustiada mirada de sus padres.

—Sí, me entregaré. —Marco se pone de pie y desciende un escalón.

Un soldado se le acerca, apuntándolo con su rifle. En el momento en que está por tocarlo, Marco reacciona, utilizando la altura para desviar el arma.

Un disparo resuena y la bala atraviesa el hombro de Marco. Con su mano libre, extrae la pistola y somete al soldado.

«Ya no importa».

Intento contener mis lágrimas porque ahora lo entiendo, Marco no busca sobrevivir. Es simplemente un pretexto para encontrar la muerte, para morir sin revelar que fue intencional.

—¡¿Qué demonios estás haciendo?! —los soldados apuntan a Marco, y su padre aprovecha la distracción para golpear a uno.

—¡NO! —Marco grita, pero su padre recibe un brutal golpe en el rostro con la culata del rifle, cayendo al suelo de inmediato.

Marco trata de moverse, pero el hombre apunta a su madre. Marco la mira a los ojos, y ella le responde con una sonrisa. Su madre, con las manos ocultas dentro del vestido, sonríe serenamente.

—¡Llévense al hombre! —ordena uno de los hombres, y cargan al padre para llevárselo por la parte trasera.

Las balas continúan su sinfonía implacable, los gritos y los disparos se entremezclan, pero Marco parece ajeno a todo.

Su atención está fija en los ojos de su madre, pero no reflejan preocupación. En cambio, una profunda y aterradora resignación se esconde en su mirada.

Casi como si el tiempo se dilatara, Marco fija su mirada únicamente en su madre, ignorando el caos circundante. Su madre sonríe, una sonrisa que evoca recuerdos en mi mente.

Madre fortuna...

—Hijo, lo lamento. He sido una mala madre. Te he ocultado cosas, pero estoy segura de que las descubrirás más adelante. —Su mirada parece resignada, preparándose para lo inevitable, su madre, sabiendo lo que debe hacer vocifera directamente hacía la persona que más ama—: En quienquiera que te conviertas y donde quiera que estés, te enviaré todo mi amor.

¡BOOOM!

Una explosión retumba en los oídos de Marco. Un pitido ensordecedor persiste mientras el mundo de Marco se desmorona. El hombre que estaba frente a él cae sobre su cuerpo, protegiéndolo de la fuerza de la explosión.

Marco, con todas sus fuerzas, intenta apartar el cuerpo, observando cómo el hombre yace sin vida.

—Vaya, parece que lo estás sobrellevando bien. —Echidna comienza a reír, mientras yo sigo mirando la pantalla.

«No...».

Aunque el polvo nubla la vista de Marco, sus manos se mueven frenéticamente, tratando desesperadamente de apartar el obstáculo. Los disparos continúan resonando.

Varios hombres ingresan a través del hueco en la pared.

—¡Marco Luz! —exclama uno de los hombres, y Marco solo puede mirar con horror cómo el polvo se disipa.

Los soldados desde el patio abren fuego, pero un vehículo más grande atraviesa la casa, llegando hasta la escalera. Varios hombres descienden, algunos disparando, otros avanzando hacia Marco.

Marco no pronuncia palabra alguna, permanece en blanco, como si su mente se hubiera apagado.

Los hombres lo rodean y lo toman, mientras yo solo experimento el vacío que parece devorarme. Una opresión desgarradora, la desesperación de Marco resuena en lo más profundo de su ser.

Marco observa sus manos.

«Te amo...».

Recordando las palabras de su madre y el dolor en el rostro de su padre, Marco es conducido por la carretera, donde varios autos idénticos se despliegan a lo largo del camino.

La fría empuñadura de la pistola en su mano le recuerda su amarga realidad.

«Si muero… esto se acaba.»

Caigo al suelo, intentando desesperadamente seguir observando.

—No lo hagas...

Por favor, Marco, no lo hagas. No te arrebates tu propia vida.

Marco levanta la pistola y la coloca contra su sien.

«Seré libre.»

¡Bang!

Entonces, todo se sume en...

Oscuridad...


Capítulo 12.

El Ascenso del Monstruo Interior.

Abro mis ojos y me encuentro con Marco, enfrentando al jefe que alguna vez lo salvó. La mirada de Marco es intensa, y su corazón parece hecho añicos.

Ha fallado.

El vacío que estuvo a punto de consumirme se vuelve aún más tortuoso con el paso del tiempo. En una habitación lujosa, el jefe enciende un cigarro mientras insta a Marco a tomar un trago.

Marco rechaza la oferta, y el jefe simplemente sonríe.

—Fue una pena lo sucedido, pero tampoco era algo inesperado. —El jefe señala un tablero con varias fotos impresas de rostros, todos hombres marcados con la palabra "Stratfor".

—Ya estabas marcado, pero lo que no se me ocurrió fue que el mismo gobierno extranjero te tuviera tan en la mira. —Su sonrisa se vuelve enigmática, como si ignorara todo lo que Marco está experimentando—. Parece que pesqué el premio mayor.

Marco aprieta sus manos, el calor inunda mi cuerpo, siento cómo todos mis músculos se tensan, intentando contener esta mezcla de emociones.

Ira, odio, rabia, tristeza.

Lo sé, estoy familiarizada con esto.

Lo recuerdo, aunque solo fuera por un corto periodo de tiempo, lo recuerdo con fiereza. Cuando los vi morir, cuando maté a mi madre.

Sí, al igual que él, mis acciones llevaron a su muerte.

El susurro del destino se cierne sobre Marco, mientras entrega la llave de su propia perdición al hombre carente de empatía.

La memoria, testigo silencioso de secretos y tragedias, es recibida con una sonrisa que parece destilar veneno. En ese instante, la indiferencia del líder de la mafia corta como una cuchilla afilada.

Mis manos, simbólicas ante la impotencia que siento, se aprietan en un vano intento por contener la avalancha de emociones.

El corazón de Marco, hecho trizas por las circunstancias, se manifiesta en sus ojos entrecerrados y en su sonrisa forzada.

«Cálmate, Marco Luz. Tus padres no querrían que te rindieras ahora», murmura en un eco no audible, inyectando coraje a través de las barreras que nos separan.

—Entonces, ¿trabajamos juntos? —la voz de Marco, neutral pero firme, resuena en el aire cargado de incertidumbre.

La oferta de una alianza, aunque desesperada, revela la determinación de un hombre dispuesto a sacrificar su propia libertad por la salvación de quienes ama.

«Mi vida puede ya estar acabada, pero la de ellos…» La conexión entre nosotros, a pesar de las dimensiones que nos separan, me permite sentir la pesadez de sus palabras.

—Las cosas no salieron planeadas para todos, por suerte, la madre y el padre de tu noviecita están levemente heridos. —La revelación del estado de los seres queridos de María añade una nueva capa de complejidad a la situación.

La incertidumbre cobra forma en el gesto del hombre que observa atentamente.

—Entonces están vivos, eso es bueno. —El optimismo de Marco, expresado a través de su mano extendida, es conmovedor en su deseo de sacrificio.

«Si tengo que convertirme en un monstruo para salvarlos», resuena la oscura reflexión en su mente. No permitiré que la sombra de esa autodeprecación nuble su esencia luminosa.

No… No pienses así.

Tú, eres una luz para todos. Tú buscas iluminar el camino de aquellos que parecen haberlo perdido.

Tú haces que todos sonrían, busquen mejorar y encuentren su verdadera felicidad.

Lastimosamente, yo no puedo cambiar el pasado de Marco, no puedo trasmitirle mis emociones, por más que lo desee.

«Entonces que así sea», susurra, aferrándose a la cruel desesperanza.

—No lo había contado, pero ciertamente solo yo podría activar la máquina para que funcione correctamente. —La revelación de Marco, acompañada por la luz intensa del piroxeno, añade un giro inesperado.

La sorpresa en el rostro del hombre de la mafia es palpable, como si hubiera descubierto una ficha ganadora en un juego maestro.

La partida se ha vuelto más compleja, y el destino de Marco, entrelazado con el mío, pende de un hilo inestable en este tablero de decisiones fatales.

—Tengo la forma de llevarte a ser la persona más fuerte, puede que de momento no podamos competir, pero si crecemos te prometo serás imparable.

Las palabras de Marco resuenan en el aire cargado de tensión, como una oferta tentadora envuelta en promesas de grandeza. El hombre lo mira; su sonrisa revela una ambición desmedida, un hambre voraz de reconocimiento a cualquier precio.

El gesto arrogante del hombre se intensifica al levantarse y estrechar la mano de Marco.

—Entonces, será un gusto tenerte, por el resto de tu vida.

Mi corazón, un testigo impotente de la decisión que se avecina, late con pesar. Marco, atrapado entre la necesidad y la desesperación, parece aceptar a regañadientes la oferta que se extiende como una sombra sobre su destino.

—¿Los sacarás a todos? —Marco pregunta con firmeza, desafiante, como si buscara asegurarse de la magnitud del trato.

—¿No te han dicho que no se debe confiar en la palabra de un narcotraficante? —la respuesta del hombre, un juego sutil de manipulación busca socavar la confianza de Marco.

En ese momento, observo una faceta de Marco que desconocía, una determinación feroz emergiendo de las profundidades de su ser.

La amenaza cruda y directa sale de sus labios:

—Si llegas a traicionarme, entonces morirás.

Los guardias, con sus armas en posición de ataque, parecen ser meros peones en este juego mortal. Marco, imperturbable ante las miradas amenazadoras, revela una astucia que me resulta ajena.

—Sabes, tengo mis formas y mis planes. —Una sonrisa oscura se forma en los labios de Marco—. En este momento podría matarte sin ningún problema, incluso si no estoy cerca de ti.

Marco aprieta la mano del hombre, una expresión de poder disfrazada de colaboración.

—¿Sabes? Ese "cristal" tiene muchas más formas de ser usado, así que, si no quieres morir, si quieres que deje el mundo a tus pies... —Marco suelta su mano, dejando una amenaza suspendida en el aire—. Será mejor que cumplas con tu parte del trato.

Este lado peligroso de Marco, la versión forzada de sí mismo, me inquieta profundamente. No es su naturaleza, lo sé, y veo cómo se estira hasta sus límites para proteger a quienes ama.

El hombre parece captar lo que siempre anheló.

—Entonces, Marco Luz, trabajarás para mí, Oscar. —El hombre ordena a sus secuaces bajar las armas, la tensión disminuye—. Te encargarás de reproducir la máquina y usarla para generar la suficiente energía para montar una fábrica subterránea.

Marco asiente con una mirada que es a la vez resignada y desafiante. Antes de abandonar el lugar, gira una última vez para mirar a Oscar.

—Empezaré cuando vea que los primeros llegaron sanos y salvos. —Marco le dedica una sonrisa enigmática—. Después de todo, si no te cumplo, sé que los matarás, aunque estén en otros países.

El pacto se sella en un ambiente enrarecido, y el peso de las decisiones pesa sobre Marco como una losa.

Marco es conducido a una sala apartada en la imponente edificación. Esta sala, a simple vista, se asemeja a un hospital, aunque la presencia de hombres armados afuera le da un giro siniestro.

Sin titubear, como si su interior estuviera blindado contra la penetración de cualquier emoción, Marco avanza. Parece invulnerable, como si el dolor en su corazón fuera una pequeña molestia, insignificante.

Pero, duele tanto, que siento que está por quebrarse.

Si es que no lo hizo ya.

En esa dualidad de fuerza y vulnerabilidad, se adentra en la sala, donde un coro de voces susurrantes y susurros se entremezclan. Marco respira hondo antes de cruzar el umbral y enfrentarse a la escena ante él.

El suelo manchado de sangre revela la cruda realidad de la tragedia que ha desatado. Amigos sujetando las manos de sus seres queridos, algunos resignados y otros aún despiertos, pero marcados por pequeños vendajes.

La atmósfera está cargada de tensión y dolor, y Marco, imperturbable, solo observa.

«Puedo merecer lo que está por venir», resuena en sus pensamientos. Marco fue el catalizador de todo esto, pero también brindó la mínima oportunidad de vivir.

Las personas, en su naturaleza, suelen reaccionar según sus emociones, pero a veces, cuando esperamos odio, recibimos lo contrario.

Lo he vivido yo.

—¡Maldito! —Un puñetazo en el rostro hace retroceder a Marco.

Cierro mis ojos por un segundo, pero rápidamente los abro con dificultad.

Solo que este parece no ser el caso.

La sangre comienza a manar de su labio, y, en lugar de rabia o tristeza, en su rostro se refleja una extraña expresión de felicidad.

Marco no pronuncia palabra alguna, pero los demás se lanzan sobre él.

—¡Eres una basura!

Marco es golpeado una y otra vez, sin siquiera esforzarse por identificar quién lo golpea.

—¡Por tu culpa! ¡Por tu culpa mi hermanito no despierta!

Patadas y puñetazos caen sobre él como la lluvia de un desahogo contenido.

¿Por qué no les contó?

¿Por qué no les dijo la verdad?

Marco carga con todo, con ese dolor que, a pesar de haber perdido a su familia, sigue intentando cumplir su objetivo.

A pesar de la brutal golpiza, no parece culpar a sus compañeros. En medio del caos físico, Marco lleva consigo un peso emocional que supera con creces el castigo físico que está soportando.

Marco cometió errores, sí, pero no es completamente su culpa. Yace en el suelo, luchando por recuperar el aliento, su nariz completamente rota expulsando sangre en un desfile desgarrador.

—Debías arriesgarlo todo, por tu culpa, todo se arruinó.

Marco se esfuerza por levantarse, aunque todos parecen listos para volver a golpearlo. La mirada sonriente de Marco detiene a sus agresores por un instante.

—Voy a enviarlos… fuera del país, cada uno tendrá… dinero base y podrá vivir por un tiempo. —Las palabras de Marco son interrumpidas por su lucha física, apoyándose en la pared mientras sus piernas tiemblan, cada bocanada de aire causándole dolor.

Sopla con fuerza, expulsando la sangre de su nariz.

—Lo siento, pero es la única cosa que pude hacer, tendrán una nueva vida… —Marco escupe una gran cantidad de sangre, para luego dirigir su mirada hacia ellos—. Se los prometo, con la inteligencia que poseen, de seguro les será fácil seguir viviendo.

Finalmente, Marco cae al suelo, completamente desmayado. La pantalla se torna negra, pero el torbellino emocional persiste como si ya me hubiera fusionado con las emociones de Marco.

Observo mis manos, manchadas de sangre. Uñas ensangrentadas por apretar con fuerza. Mi corazón a punto de romperse.

¿Por qué no puede soltar lo que siente?

¿Por qué sus decisiones no lo conducen a la felicidad?

Incluso sus padres actuaron simplemente según la situación. Ambos sacrificaron sus vidas para darle tiempo a Marco. Puedo entenderlo, pero no puedo comprender cómo ninguno de ellos actuaba como deberían actuar; asustados.

La mirada en sus rostros, la seguridad que mostraron.

¿Qué clase de situaciones deben vivirse para llegar a ser así?

La pantalla se ilumina de nuevo. Marco, en la cama de una habitación llena de vendajes, comienza a recobrar la consciencia.

—¡Agh! —Marco aprieta sus ojos por el dolor, y María es quien toma su mano.

Marco abre los ojos, acomodándose en la cama. Sus ojos se encuentran con los de María, pero la mirada de ella ya está apagada, sin inspiración, sin determinación, sin la luz que una vez brilló.

Ella lo mira con profunda tristeza, sus lágrimas en el rostro revelan la preocupación que la consume.

—¡Perdón! ¡Tienes que cargar con todo! —María mira a Marco, sacando de sí misma lo que no pudo expresar antes.

Marco dirige la mirada hacia el lado, encontrándose con los padres de María. Parece que ella les contó lo sucedido. A pesar de observarlo con severidad, no le dicen nada.

—Perdiste a tus padres, y aun así tienes que cargar con todo.

Marco presiona la mano de María con suavidad.

Vuelve a sonreír, mientras mis lágrimas comienzan a fluir.

—No pasa nada, mis padres querrían que hiciera esto. —Marco mira a los padres de María a los ojos—. Nunca pude verlos en persona hasta ahora, pero su hija para mí ha sido la luz que me ha permitido seguir adelante.

Marco acaricia la cabeza de María y se sienta en la cama.

«Duele, parece que de verdad me odian.»

A pesar de eso, Marco sonríe con gracia antes de extender la mano hacia ellos. Mis lágrimas no cesan, mis manos temblorosas y la presión en mi corazón a punto de hacerlo estallar.

—Soy Marco Luz, y aunque nos veremos por poco tiempo, les deseo el mejor de los éxitos. —Marco mira a María antes de pronunciar esas palabras—. Terminaremos esta relación aquí.

Los ojos de María se abren, su mirada fija en Marco hace que este deje de sonreír. Marco pone su mano en su pecho, conteniendo el dolor, el desgarro en sus músculos, conteniendo su alma rota.

—Conseguí que los saquen del país, sé que tienen otras familias, pero el gobierno no les hará nada. —Marco los mira con la mayor seriedad posible, transmitiendo su deseo—. Sé que es difícil, pero con el dinero que les darán podrán empezar otra vida. Velaré por eso.

Los padres están por hablar, intentando decir algo, pero María toma a Marco de los hombros.

—¡Déjate de juegos! —María lo aprieta con fuerza, pero Marco no parece verse afectado—. Siempre quieres hacerte el fuerte, hacerte el que nada le afecta, hacerte la persona más fría y cálida al mismo tiempo.

Marco abre los ojos, sorprendido por las palabras de María.

—¡Te amo! ¡Te amo a ti, Marco Luz! —María lo besa, intentando transmitir sus emociones.

A pesar de todo, Marco solo lo contiene. Mis lágrimas, mis manos temblando, mi cuerpo que parece perder todo rastro de energía.

—Si me amas, lo mejor que puedes hacer es vivir, ser feliz…

¡Slap!

María lo abofetea y los padres la sostienen, alejándola.

—¡Eres un idiota! ¡No me alejarás! ¡Me quedaré a tu lado! —María llora, llora e intenta que sus palabras lo alcancen—. ¡Esto no es tu culpa! ¡Tú también mereces ser salvado!

Las palabras no parecen llegarle a Marco, a pesar de ser las mismas palabras que quiero decirle, las mismas cosas que deseo transmitirle.

Marco se ha sellado por completo.

Queda solo, en esa habitación helada.

Marco mira sus heridas, y todo lo que hace es desplomarse en la cama. No hay más que vacío, no hay más que la sensación de estar en un sueño. Lo único que lo mantiene despierto es el dolor.

El tiempo fluye rápidamente, sin darle espacio a nadie.

Oscar cumple con su parte, sin embargo, María se rehúsa a irse.

La situación ha afectado a todos, en este lapso han pasado ya cuatro meses. Marco fue declarado un terrorista junto con su equipo. En todo este tiempo, Marco solo ha hablado con María y John.

El resto del equipo se rehúsa a hablar con Marco.

John es la única persona a la que Marco le contó sobre construir la máquina para salvarlos a todos.

Ya se han ido casi todos, quedando solo María y John, quien atrasó su ida para ayudar a Marco. Contrario a sus padres, quienes ya quieren irse, John ha sido el mejor apoyo para Marco en este momento.

En un campo abierto, un lugar para practicar su puntería se encuentra Marco. Un pequeño televisor está mostrando las noticias.

Lo que hacemos con periódicos, aquí se hace por medio de videos.

—Se ha declarado una recompensa de diez millones de dólares por información sobre el paradero del cabecilla… Alias Marco, y su grupo por cinco millones de dólares, Alias….

Marco apaga la televisión, mirando sus manos mientras dispara hacía unos blancos. Los padres de María aparecen, haciendo que Marco deje de disparar.

Ha pulido su puntería incansablemente mientras realiza todos los trabajos disponibles.

Sacrificó sus horas de sueño, ahora sumido en una existencia de trabajo constante y la compañía de libros añejos que narran historias de máquinas antiguas.

Los padres de María agradecen con gestos extendidos de mano.

—Gracias, gracias por permitirnos sobrevivir. —El odio inicial que reflejaban sus miradas ha dado paso a una gratitud profunda—. Pero, lamentablemente, no podemos corresponderte con ayuda alguna.

Marco responde con una sonrisa, entrelazando sus manos con las de ellos.

—Espero que puedan comenzar de nuevo. La cirugía fue un éxito, y aunque sus rostros se vean alterados, es la mejor opción.

Todos se sometieron a la cirugía facial, excepto Marco, quien se niega a cambiar su apariencia para asegurarles que no escapará.

Los padres de María agradecen nuevamente, pero la escena toma un giro inesperado cuando alguien más aparece. María observa a todos con un odio profundo, sus ojos inyectados en sangre revelan un torrente de emociones ocultas.

Marco dirige su mirada hacia María, y su corazón siente punzadas, mientras su alma suplica por comprensión. Marco y María han llegado a un acuerdo, un pacto que debería liberarla de este oscuro lugar.

—¡No me iré! —exclama María con desesperación.

Sin embargo, las cosas no transcurren como Marco había planeado.

—Sé que no pude cumplir mi promesa, pero por favor, necesitas irte hoy. No habrá más oportunidades. —Marco se acerca a María, reconociendo un aroma peculiar—. Si la recompensa sigue aumentando...

De repente, algo llama su atención en ella.

«Se ha drogado…»

Las manos de Marco se tensan, pero María lo abraza con fuerza.

—¡No! ¡Si no estoy contigo, preferiría estar muerta! —María mira a Marco, pero sus ojos no parecen enfocarse en él—. ¡Lo siento! ¡Si me voy, entonces ya sabes que será tu culpa!

Los padres apartan a María de los brazos de Marco. Él mantiene sus ojos fijos en ella, su corazón agobiado por un torbellino de emociones que le provocan náuseas. En medio de la confusión, ya no puedo distinguir entre mis propios sentimientos y los de Marco.

—La llevaremos, la llevaremos a como dé lugar.

¡BOOOOM!

Un estruendo ensordecedor retumba en todo el lugar, mientras Marco parece comprender lo que está sucediendo. Los guardias corren hacia él, pero él solo carga su arma y mira hacia el horizonte.

—¡Cayó el ejército! ¡Debemos partir! Los disparos y los gritos comienzan a llenar el espacio.

Marco dirige su mirada hacia los padres de María y toma una decisión.

—Llévatela, estarán a salvo con Oscar, yo tengo algo por hacer.

Marco se pone en marcha, corriendo con todas sus fuerzas mientras sostiene la pistola en su mano. Al llegar al laboratorio, observa que ya están recogiendo todo.

—¡Llévense solo esto! —Marco señala una máquina en proceso de construcción—. El resto lo haremos volar.

La resistencia persiste, con personas disparando y sosteniendo la lucha. Marco toma la memoria y algunos documentos, guardándolos en una bolsa. Esta vez, Marco ha dejado la instalación lista para este tipo de situaciones.

Activa en su computadora una secuencia de destrucción. Una vez que se han llevado lo esencial, Marco se prepara.

—¡Nos vamos! —Marco corre con el grupo, pero un dolor profundo lo asalta mientras observa cómo el ejército dispara.

«Qué ironía.»

Marco avanza, encontrándose con John.

—¡Vámonos!

John y Marco corren junto a cinco guardias, pero al llegar a su ruta de escape, se ven acorralados.

Los guardias disparan, brindando un pequeño respiro ante los soldados, pero estos son rápidamente asesinados. Marco corre junto a John, adentrándose en un túnel. Marco activa una bomba que sella la entrada y comienzan a correr.

Los túneles, una creación estratégica de Marco, forman un laberinto que solo unos pocos conocen para escapar. Ni siquiera le han revelado a John la forma de hacerlo.

—Con esto estamos a salvo. —Marco mira a John—. ¡Tus padres!

John niega con la cabeza y la mirada de Marco se torna perdida. Las lágrimas brotan de los ojos de John, pero hay una extraña sonrisa que se forma en su rostro.

—Debo vivir, debo vivir para vengarme. —John observa su arma, y mientras ambos corren, comienza a hablar—. No te lo había dicho, pero la persona que nos traicionó no fue solo el profesor.

Marco dirige su mirada hacia John, cuyo llanto y sonrisa parecen luchar por la atención de su rostro. Intenta articular palabras entre sollozos.

—La persona que nos traicionó fue María, tu novia.

¡Bang!

El estruendo del disparo resuena en el aire, un eco de traición que corta a través de la confusión.


Capítulo 13.

Ya no queda Nada

La oscuridad del estrecho túnel envuelve a Marco y a John, mientras sus pasos se ven interrumpidos por la súbita revelación de la traición.

Marco detiene sus pasos, desconcertado ante las palabras de John. La estrechez del lugar y la tierra a su alrededor crean una atmósfera asfixiante.

Un gemido escapa de John, y la sangre brota de su costado, dibujando un cuadro macabro de resignación en su mirada. Las acusaciones de John parecen infundadas, palabras sin base que acusan a María, la única persona que mostró apoyo a Marco junto a él.

—Ella sabía todo, y planificó la muerte de tus padres —afirma John, mientras la sangre mancha sus palabras.

Palabras sin sentido.

María, la que ama a Marco, no sería capaz de tal traición.

Pero las pruebas presentadas, un audio manipulado, desatan la confusión en la mente de Marco.

—El debe ser solo mío. —A través del teléfono, se escucha claramente la voz distorsionada de María.

La risa de María suena como una traición, pero algo en mi interior me dice que no puede ser cierto.

«Debieron engañarlos a ambos. No puede ser que ella no te ame después de todo lo que has hecho por ella», pienso, tratando de encontrar sentido en la traición.

De repente, un estruendo ensordecedor corta el aire. La mejilla de Marco se quiebra bajo el impacto de una bala. El dolor es insoportable, y la confusión se intensifica con la repentina aparición de soldados en el túnel.

John, decidido a proteger a Marco, enfrenta la amenaza con disparos.

—Corre, no mires atrás —le insta John, sacrificándose por la seguridad de su amigo.

Los pensamientos de Marco se entremezclan con el miedo y la incredulidad.

Para cuando se da cuenta, se encuentra a varios metros de John.

«Hui»

Corre con desesperación, el frío del túnel y la confusión atormentando su mente.

«Hui»

«Lo siento»

La disculpa interior de Marco resuena, pero la determinación se apodera de él.

«No lo debo abandonar, debo actuar ahora y ayudar a mi amigo»

Las palabras de Marco revelan su voluntad de enfrentar lo desconocido, aunque el terror y la confusión se reflejen en sus ojos.

«¡Dejen de moverse!»

Las piernas de Marco no se detienen, casi como si tuviesen conciencia propia, su deseo de salvar su vida sigue persistiendo.

«Hui»

Las revelaciones sobre María lo sumergen en una espiral de emociones turbulentas.

«Lo siento»

Las paredes del túnel parecen cerrarse, y la realidad se desdibuja en un mar de incertidumbre.

«Hui»

La disculpa mental de Marco se repite, pero la mente de él ya no tiene espacio para el razonamiento.

¡Boom! Un estruendo final retumba, marcando el inicio de una carrera contra el destino incierto.

El túnel retumba y los escombros caen, indicando el fin de los disparos. Marco, con el corazón lleno de odio, se aventura hacia adelante en busca de refugio.

«John...» resuena en su mente, un eco de pesar que se mezcla con la ardiente llama del odio.

Después de horas de correr, Marco llega a una casa imponente en medio de la selva, oculta por su oscuro tono verde. Guardias lo apuntan brevemente, notando la herida en su oreja, secuela del enfrentamiento.

Marco, con una mirada decidida, es conducido hacia Oscar.

Los guardias toman sus pertenencias mientras uno le brinda apoyo para caminar. En la habitación, Marco encuentra a Oscar con un vendaje en el brazo, señal de que también ha sufrido heridas.

La mirada molesta de Oscar mientras toma notas en su cuaderno trae un atisbo de satisfacción a Marco.

—¿Cómo supieron nuestra ubicación? —pregunta Marco, creyendo que sabe que la traición proviene de alguien cercano.

A pesar de la sospecha, Oscar sonríe y le da una mirada significativa. Marco espera pacientemente a que hable.

—Tenía un contacto en el gobierno. Nos aseguraba que no habría equipos de búsqueda donde operamos —explica Oscar, dejando que las palabras floten en el aire.

«Sus palabras no acusan directamente, pero la sospecha es evidente.» Marco sabe que, aunque le contó a María sobre su ubicación, fue un descuido inocente.

Oscar, con una sonrisa, continúa hablando. Marco, imperturbable, espera la revelación completa.

—¿Por tu recompensa y la mía? Dudo que alguien lo haga por eso. Al final, se gana más con el negocio de la droga —comenta Marco, evaluando las posibilidades.

El gesto negativo de Oscar confirma que el traidor no fue motivado por intereses económicos típicos.

—Tu no lo comprendes porque no eres parte de nosotros. Para un criminal, traicionar significa poder seguir en el poder, u obtener un nuevo poder —explica Oscar, intentando hacer entender a Marco la complejidad de las motivaciones detrás de la traición.

A pesar de las explicaciones, Marco no parece convencido. En lugar de insistir, pasa a informar a Oscar sobre el paradero de la máquina, omitiendo mencionar a John, consciente de que a Oscar no le interesa.

Como respuesta, Oscar señala hacia arriba, insinuando que hay más en juego de lo que Marco podría comprender.

—Pude rescatar a la chica, pero sus padres…

La sangre comienza a correr por sus venas, densa y profunda, un sentimiento que consume toda capacidad de pensar.

Ira, una emoción que ciega de toda capacidad de razonar.

Y yo, debo contenerlo por su bien. Debo soportarlo si quiero salir adelante. «¡Debes aguantar! Su ira, su intención asesina.»

Este no es el Marco que yo conozco.

No me gusta este Marco.

Marco deja a Oscar y sale de la habitación.

Toma la pistola, y sube a toda velocidad. Abre la puerta, jadeando por el cansancio.

La visión en la habitación tampoco es esperanzadora. Mis manos tiemblan, pero mi corazón ya no tiene cabida para el miedo ni la tristeza.

Odio a este Marco. ¿Lo odio? ¿Por sucumbir ante la debilidad?

Yo...

—¡Yo no! ¡Yo lo hice! ¡No! —María se encuentra en el suelo, agarrándose la cabeza con fuerza—. ¡Yo lo quería! ¡Por eso yo!

María mira a todos lados, desesperada, con uñas comidas y sangrantes, su cabello parcialmente arrancado. De alguna forma, la visión de la mujer que fue un pilar en la vida de Marco, aquella que era la única que podía salvarlo, ha desaparecido por completo.

Aquella mujer fuerte ya no existe.

—¡Bienvenido! ¡Mi amor! —María corre hacia Marco para abrazarlo, lo rodea con sus brazos, pero Marco no siente más que asco.

No es su culpa; ella es solo una víctima.

Pero Marco no parece verlo.

María, una vez fuerte, ahora está quebrada en mil pedazos.

—¡Te extrañé! ¡Mis padres! —sus lágrimas brotan, pero Marco detecta algo en el ambiente. Una pequeña niebla purpúrea.

El ambiente se tensa, una oscura sensación envuelve la habitación. Echidna, con una mirada penetrante, sabe que lo que se desencadena tiene raíces en mi propio mundo.

Pero lo que ella no sabe es que ya he compartido este oscuro secreto con Betty, aunque en su momento puede que haya sido simplemente para salir del apuro.

Miasma.

Mi respiración se agita, el corazón late con fuerza, y mis manos se clavan en sí mismas, las uñas perforando la piel. Fue en mi mundo donde alguien desató la perdición, la bruja con la que me comparan.

Marco entra, cierra la puerta, tratando de descifrar el origen de esta ominosa sensación.

¿Por qué Marco puede verlo y yo no?

Una máquina emite un líquido espeso que se evapora en el aire. Marco intenta apagarla, pero no encuentra una fuente de energía, solo un cristal oscuro y purpúreo.

Su mano se dirige hacia el cristal.

—¡No lo detengas! ¡No lo apagues! —María, impulsada por una fuerza desconocida, empuja con todas sus fuerzas a Marco. Sin embargo, él se recompone, la reduce y la deja en el suelo de un golpe que resuena en la habitación.

El corazón de Marco, mi corazón.

Solo puedo sentir odio.

Marco destruye el dispositivo al instante, guardando el cristal en su bolsillo. Entonces, mi visión se nubla.

—¡Agh! —Marco agarra su cabeza, cayendo al suelo.

«¡Mátala!».

El pensamiento que Marco había intentado ocultar emerge con fuerza.

«¡Mátala!». «¡Mátala!». «¡Mátala!». «¡Mátala!».

Sus deseos, sus intenciones. El oscuro abismo se revela.

—Qué interesante, de verdad, es interesante. —Miro la sonrisa de Echidna, pero de repente me encuentro encima de ella.

No puedo detenerme.

—¡Te odio! ¡Tú me hiciste ver esto! —clavo mi puño en su rostro.

«¡Mátala!».

Mi cabeza empieza a doler, pero no puedo evitarlo. La odio, la detesto con cada fibra de mi ser.

Echidna sonríe, pero mis golpes lentamente borran esa sonrisa.

—¡Te odio! ¡Te odio!

«¡Mataste a mis padres!».

El pensamiento de Marco me devuelve a la realidad.

Miro a Echidna mientras mi mano y ropa se empapan de su sangre. Lucha por respirar, pero a pesar de todo, su sonrisa persiste. Caigo al suelo, contemplando lo que he hecho.

Agarro mi cabeza, solo intentando detener este torrente de odio.

—Yo… Yo no quería. —Miro hacia la pantalla, donde Marco está sobre María, al igual que yo, parece que se ha dejado llevar—. Yo no soy así, esta no soy yo.

Agarro mi cabeza y la golpeo contra el suelo.

No siento dolor, pero este sentimiento en mí no deja de fluir.

Todo es culpa de Marco, si él no hubiera hecho eso.

—¿Por qué lo hiciste? —Marco le pregunta, y María, entre sonrisas, parece no estar verdaderamente consciente de las intenciones de Marco.

Pero, a pesar de todo, él no es capaz de golpearla.

¿Cómo puede soportarlo? Yo no pude, yo...

Miro mis manos y luego giro la cabeza hacia Echidna.

Echidna se levanta y se vuelve a sentar, como si no le importara lo sucedido.

Yo no puedo, no puedo seguir viendo.

—¿Yo? Lo hice porque te amo.

Pero... tengo que hacerlo.

No, no tengo que; por su estúpida apuesta.

El temblor de Marco sacude la habitación, mientras mi propio corazón late con una intensidad que amenaza con arrastrarme de nuevo al abismo. Marco apunta su pistola hacia María, quien sigue sonriendo como si no pudiera ver el arma apuntándole directamente.

¿Está alucinando? Betty nunca me habló de los efectos del miasma, pero si todos los afectados terminan convirtiéndose en monstruos, entonces...

—¿¡Por qué mataste a mis padres!? —el grito de Marco resuena en la habitación. María abre los ojos y extiende los brazos hacia él.

Marco la mira como si viera a un monstruo. No ve a un ser humano; este sentimiento, este remolino, me marea.

—¡Te amo! ¡Marco Luz! ¡Te amo! —María solo puede repetir esas palabras mientras Marco intenta encontrar una razón.

Marco comienza a caminar en círculos, observa la pistola y luego mira a María, quien sigue repitiendo "Te amo" con una sonrisa.

Marco respira con fuerza, y yo contengo la respiración. Toma su cabeza.

«¿¡Por qué!?» «¿¡Por qué!?» «¿¡Por qué!?» «¿¡Por qué!?» «¿¡Por qué!?» «¿¡Por qué!?» «¿¡Por qué!?» «¿¡Por qué!?» «¿¡Por qué!?» «¿¡Por qué!?» «¿¡Por qué!?» «¿¡Por qué!?» «¿¡Por qué!?»

«¿¡POR QUÉ!?»

Tapo mis oídos, intentando dejar de escuchar, pero sus pensamientos atraviesan mi alma como espadas de un frío metal, congelando mi ser en el proceso.

—¡Yo! ¡Yo te amo!

—¡Dímelo o te disparo! —Marco apunta a María, su arma y cuerpo temblando mientras observa lo que alguna vez fue su amada.

—No lo hagas… —extiendo mi mano, intentando evitar caer en el abismo.

Al final, no puedo negar que comprendo el sentimiento de Marco. A Pandora, a quien debo poner fin a su vida.

Este odio...

¿Es esto realmente de Marco? ¿O acaso yo también soy un monstruo?

—¡Te amo! —María sonríe, con los brazos extendidos, incapaz de decir más.

Marco, con el dedo en el gatillo, se enfrenta a la cruel realidad que ha desencadenado. Su voz, llena de dolor y desesperación, perfora el aire.

—¿¡POR QUÉ LOS MATASTE!?

María, arrodillada y desgarrada, se arrastra hacia Marco con la esperanza efímera de detener la tragedia. Mis palabras, un débil intento por calmar la tormenta que se desata en el alma de Marco.

—No lo hagas, Marco luz.

Pero Marco, sumido en una espiral de ira y odio, parece incapaz de reconocerla como un ser humano. Sus labios temblorosos pronuncian palabras de amor, pero están atrapadas en un torbellino de destrucción.

—Te amo, con todo mi corazón, por siempre y para...

El grito desgarrador de Marco corta el aire antes de que la tragedia alcance su clímax.

—¡NO!

¡Bang!

Corro hacia la pantalla con desesperación, pero el destino ya ha sellado su veredicto.

¡Bang!

Dos disparos, dos ecos de la perdición, resuenan con una fuerza inmisericorde. Marco cierra los ojos ante la realidad que ha forjado.

Mis temblores, una danza descontrolada, se mezclan con la sensación de que mi ser se desintegra. Estoy congelada, desangrándome en la impotencia. Mi cabeza, entre las manos, busca entender el horror que se desarrolla ante mis ojos.

Las manos de Marco tiemblan, un reflejo de la tormenta interna que lo consume. La sangre se derrama en el suelo, una macabra pintura que mancha el escenario de su propia tragedia.

Los ojos de Marco se abren, y la realidad se despliega frente a él como un cuadro grotesco.

Mi corazón late con violencia, buscando respuestas que se disuelven en la escena atroz.

—¡Bluargh! —El vómito emerge sin control, mi respiración agitada lucha por mantenerse. Mis ojos, fijos en la pantalla, captan el espectáculo dantesco.

La visión se nubla, la garganta inflamada impide respirar. Marco, aún perdido en su propio abismo, contempla el cuerpo de María. La sangre fluye de su pecho y cabeza, pero su sonrisa persiste como un eco macabro.

«La maté» «La maté» «La maté» «La maté» «La maté» «La maté» «La maté» «La maté» «La maté» «La maté».

No hay nada más que el vacío que ha dejado tras de sí. "La maté", repite en la sinfonía macabra de pensamientos que atormentan a Marco. Sus piernas, titubeantes, amenazan con ceder, pero una fuerza interna lo obliga a erguirse.

Agarro mi cabeza con fuerza, pero el vértigo emocional persiste en este escenario desgarrador.

—¡Detén esto! —mi grito resuena, un intento desesperado por frenar la marea emocional que se desborda.

Marco avanza hacia María, el penetrante olor a sangre impregna el aire, el charco de vida que se extiende. Su mirada, desprovista de emociones, se posa sobre ella.

—Al final... —Marco se agacha—. Siempre fui un monstruo.

Del cuerpo de María, Marco extrae su celular con una frialdad que hiela mis entrañas. Con su mano manchada de culpa, desbloquea el dispositivo y comienza a buscar pistas. Me esfuerzo por mirar, pero la carga emocional me abruma.

¿Es esto lo que se siente al cumplir con la venganza?

Echidna, perpetuando su sonrisa enigmática, parece hallar placer en el sufrimiento. Pero yo, perdida en este torbellino, no logro comprenderlo.

¿Será así cuando me enfrente a Pandora?

Entonces, una gélida corriente me envuelve, como si hubiera perdido hasta la última gota de mi sangre.

—No…

Marco descubre un video en el celular, su dedo tembloroso se desliza para pulsar el botón. La pantalla revela a María, una sonrisa plasmada en su rostro.

—Sé que lo hemos intentado mucho.

Ella dirige una sonrisa a la cámara, grabándose a sí misma.

—Sé que lo haces por mí, sé que también quieres verme feliz. —María, avergonzada, desvía la mirada—. Me recomendaron algo para poder hacerlo, y fíjate que funcionó.

Un líquido purpúreo, similar al cristal que contenía el miasma, adorna la imagen. Marco, con el teléfono en mano, observa cómo su amada parece recobrar su esencia.

—Me lo recomendaron, ya que, debido al estrés, no pudimos tenerlo. —María lanza un beso a la pantalla—. Y, aunque me cause ciertos dolores de cabeza, puedo tenerlo.

Los ojos de María se iluminan con un pequeño destello violeta.

Marco sigue mirando, con una expresión cadavérica.

La sangre, el aroma a hierro. La sonrisa de María en la pantalla refleja la misma que en su presente cuerpo.

—¡Ta-dá! —María exhibe un termómetro, aparentemente en buen estado.

El corazón que creí inexistente se quiebra nuevamente. Todo mi ser se despoja de su fuerza, como si mi alma hubiera capitulado ante la desolación.

—Una prueba de embarazo... —Marco fija la mirada en la pantalla, sus labios temblorosos lo dicen todo.

Mis manos se depositan en mi boca, comprendiendo sus palabras al instante.

Cae al suelo, el manto de la sangre de María cubriéndolo. Los dientes de Marco, ahora el único sonido en la habitación, retumban. Su mirada perdida, como si intentara descifrar algo incomprensible.

—Te daremos una sorpresa. —La mirada cálida de María no logra disipar el frío que se cierne alrededor.

Mi visión se desdibuja, mi cuerpo se vuelve insensible, incapaz de moverse.

A pesar de que estoy así, el….

Ni siquiera puede derramar lágrimas.

—¡Te amamos! Por eso te haré caso y me iré, porque sé que, aunque sientas que lo has perdido todo. —María muestra una foto de los padres de Marco—. Aunque ellos ya no estén.

Las lágrimas de María fluyen, consciente de que Marco es quien ha sacrificado todo.

Sus manos tiemblan, sus labios tiemblan. Marco observa su propia mano, contemplando lo irreparable. Ha sido traicionado de nuevo, alguien ha jugado con él. Y ahora, se ha transformado en un monstruo.

María saca una foto impresa, ambos besándose en la cima de una montaña al atardecer.

—Siempre podrás comenzar de nuevo, conocer a nuevas personas. Tus padres son las personas que más respeto junto a los míos. —Ella coloca la foto en su corazón—. Aunque duela no verlos, aunque pese en el alma, sé que siempre estarán observándonos.

María besa la prueba de embarazo.

—Deberías ver este video cuando ya esté en Rusia, pero, desde aquí... —María lanza otro beso—. Te esperaremos por toda la eternidad, esperaremos a que papá regrese a nuestros brazos, sonriendo.

Marco deja caer el celular. El video se congela, y Marco se queda temblando. Coloca las manos en el suelo, pero solo encuentra la sangre.

Marco se aferra la cabeza, sintiendo un dolor abrumador.

—¡AH!

Marco observa el suelo, el rostro de María ante él. Lenta y cuidadosamente, toma a María entre sus brazos, acercándola. La abraza con fuerza, presenciando las consecuencias de sus actos.

Marco la aparta un poco, observando su semblante. Ya no brillará, ya no iluminará más.

El rostro de María resplandece como una flor marchita.

—¡AHH!

Marco mira, horrorizado por lo que ha hecho, sus ojos bien abiertos mientras deja caer a María al suelo. Trata de contener la sangre, intentando en vano deshacer lo que ha provocado.

—¡No!

Debo resistir, debo resistir, si quiero poner fin a esto. Si quiero evitar seguir presenciando esta tragedia.

Debo soportarlo.

—¡No! —Marco se inclina sobre su pecho, pero no veo lágrimas, ni siquiera logra articular una palabra.

«Debo morir, debo morir, merezco morir»

Marco observa cómo la niebla purpúrea comienza a disiparse.

—Marco… —Miro hacia la pantalla, intentando alcanzarlo.

«Todo lo que quería era verla vivir»

Marco intenta hacer algo, y una luz comienza a emanar de sus manos.

Mi sorpresa crece, pero esa luz se desvanece rápidamente.

—No quería hacerlo, lo siento, lo siento, lo siento, lo siento, lo siento, lo siento, lo siento, lo siento, lo siento, lo siento, lo siento, lo siento, lo siento, lo siento, lo siento, lo siento, lo siento, lo siento, lo siento, lo siento, lo siento, lo siento, lo siento, lo siento, lo siento, lo siento, lo siento.

Marco sigue abrazándola, mientras todo lo que queda es la desesperación absoluta. Apenas alcanzo a ver, apenas alcanzo a sentir.

Estoy muerta, adormecida.

Siento frío, un frío que no es más que absoluto.

«Mataré a todos los que hicieron que esto sucediera, mataré a cada uno sin temor alguno»

El odio empieza a corroer mi alma, y todo lo que queda es una esfera de odio.

«Los mataré y luego me suicidaré para poner fin a esto»

—¡AGGGGHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHH! —Gritamos con toda nuestra fuerza, tratando de liberar esa esfera de desesperación. Me siento atrapada, como si no pudiera respirar.

Extiendo mi mano, intentando reunir fuerzas para atraparlo.

Marco acerca su rostro al de María, mientras yo caigo lentamente. Sus labios se encuentran, y siento el suelo golpear mi rostro.

—Ahora, ya no queda nada.