Disclaimer: la mayoría de los personajes mencionados son propiedad de Stephenie Meyer.
Capítulo 20
Extendí mis dedos prestando atención al anillo que adornaba mi dedo anular, tenía una enorme piedra que era capaz de encandilar la vista de todos.
Me sentía ilusionada, aunque nunca lo admitiera en voz alta. Algo dentro de mi pecho se expandía como un calor extraño al sentirme prometida.
Doblé mis dedos y guardé mi mano bajo las mantas apenas sentí a Edward moverse en la cama. Se volteó hacia mí, su rostro adormilado y mueca perezosa.
Era lindo.
― Feliz navidad, Pookie.
― Feliz navidad, señor berenjena.
Exhaló una risa tonta y puso los ojos en blanco por unos segundos antes de lanzarse a mí. Su cuerpo cubrió el mío dejándome sentirlo por completo.
Jadee. Edward siempre era tosco en sus movimientos.
― Veo que amaneciste bromista ―su voz fue ronca al hundir su rostro en mi cuello, donde suavemente succionó―. Te gustó mi regalo ¿no?
Me aclaré la garganta a la vez que abría mis piernas acunando sus caderas. Siguió con un suave vaivén, una fricción que humedeció mis bragas.
― Dijiste que era un anillo de promesa ―le recordé.
Elevó su mirada y puso su rostro a mi altura. Empezó a frotar su mejilla con la mía, haciéndome cosquillas con su barba creciente.
― Así será ―rumió sin dejar de frotar su mejilla― hasta que estemos listos para dar otro paso.
Mi celular empezó a sonar. Bufé, sabía que era mi madre, llevaba gran parte de la mañana llamándome sin obtener mi respuesta, pues había decidido no responder sus llamadas y mensajes.
― Responde el celular ―se removió de encima de mí y se tumbó a mi lado, no dudó un segundo en dejar caer su pierna encima de mi cadera.
― Hola, mamá ―respondí alegre.
― Te estamos esperando, cariño. ¿A qué horas llegas?
Suspiré muy hondo. Me senté en la cama y sostení con mi mano la sábana que cubría mi cuerpo.
¿Cómo le explicaría? Medité por unos segundos. Podría decirle miles de pretextos, aunque ninguno de ellos sería meramente real. Odiaba las mentiras, además de lo pésima que era para mentir, mi madre sabría enseguida que le estaría mintiendo.
― Mamá… no iré a casa ―fui honesta.
― ¿Cómo? Cariño, es Navidad, nena. ¿Sabes lo que eso significa, preciosa? Tiempo en familia, regalos, abrazos, brindis. Sobre todo tiempo con los que amamos, Isabella Marie.
― Lo sé, mamá ―miré de reojo al hombre acostado al lado mío. Estaba en el lugar correcto pasando una navidad perfecta―. Estoy con Edward ―confesé muy bajo― estoy fuera de la ciudad con él, pasaré navidad con mi novio.
Escuché risitas cómplices. Mamá me entendía y no había problema con ella, en cambio también podía escuchar la fiera voz de mi padre. Ellos tuvieron un altercado donde mi padre le arrebató el teléfono, lo supe porque escuché su voz agitada.
― ¡Vuelve inmediatamente, Isabella Marie! Hazlo antes de que mi humor haga que yo mismo te busque y vaya hacía donde quiera que estés con ese infeliz.
― Si me gritas no podremos dialogar ―tomé una gran bocanada de aire, quería ser paciente―. Estoy en Miami con mi novio ―recalqué― Edward y yo estamos teniendo unas felices vacaciones, papá. Creo que es lo único que debes saber.
Edward sostuvo mi mano, me dio un ligero apretón que me hizo asentir. Él estaba apoyándome.
― ¡Es Navidad! ¡Tú deber es estar aquí, con tu familia!
Alejé el teléfono de mi oreja. Estaba a punto de colgar la llamada, no quería hablar con mi padre.
― Estaré ahí para la nochevieja, papá. Pide a mamá que ponga un lugar extra en el comedor porque llevaré a Edward a casa. Quiero presentarlo formalmente con ustedes.
Sonreí al ver el rostro de terror de mi novio. Edward parecía que entraría en pánico en cualquier momento, inclusive era ridículo verlo nervioso.
También podía imaginar la expresión de mi padre. Lo había dejado sin palabras y eso significa que estaba hiperventilando y seguramente su rostro estaría más blanco que una hoja de papel.
― Los quiero ―añadí, sintiéndome victoriosa― y espero que pasen la mejor navidad. Le dices a mamá que guarde recalentado para mí ―soplé un beso― nos vemos pronto, padre.
Dejé el celular sobre la mesilla de noche y me volví hacia Edward. Él seguía con la mirada pérdida y ese gesto de mortificación en el rostro.
Me acurruque a su lado, buscando el calor de cuerpo desnudo. Apoyé mi cabeza en su pecho y mis dedos jugaron con los vellos que tenía.
― Edward ―susurré su nombre mientras tiraba de sus vellos, siseó y fue el modo qué reaccionó y besó mis cabellos― ¿me acompañarás? Quiero presentarte de manera formal y que sepan que eres mi novio.
― ¿Es muy necesario las formalidades?
Levanté mi rostro y puse la mirada más miserable que podía tener. Sus ojos verdes conectaron con los míos, sentí sus brazos, apretarme.
Él había accedido a ir, solo que las palabras aún no eran articuladas en voz alta.
― Así como para ti es importante ponerme un anillo de promesa, para mí es importante llevarte con ellos ―debatí.
― Estás siendo tramposa ―gruñó―, y algo me dice que gracias a ese anillo empezarás a sacar provecho de mí.
― Deja de ser exagerado. Es solo una cena.
― Bueno, si termino tras las rejas por culpa de ellos, no digas que no te advertí. Los Swan suelen acabar con mi paz mental y hacen fluir lo peor de mí.
― Soy una Swan ―le recordé.
― Por eso lo digo.
Empezó a reír al ver mi rostro malencarado. De nuevo su brazo me apretó y me acercó a su torso.
― No eres gracioso.
Resopló. Sabía que estaba tragándose la carcajada burlona que estaba a nada de soltar.
― Bien, Pookie. Iremos a esa maldita cena de Nochevieja y me portaré como el mejor jodido novio que hayas tenido en tu historia amorosa.
Miré su cara y quise creer que hablaba en serio. Me estaba prometiendo que todo estaría bien.
XX
― Ese jodido vestido hace ver tu culo muy respingón. Realmente te ves apetecible y espero que no haya tipos ajenos en la cena porque no soportaré que se fijen en ti.
― Edward, guarda tus celos ―susurré.
Estábamos por entrar a casa y lo que menos quería era que oyeran una discusión entre nosotros. Se suponía que Edward debía tratar de quedar bien y dejar una buena impresión, al menos con mi padre porque a mi madre la tenía en la palma de su mano.
Solo que él era territorial y bastante dramático. Apoyó su mano en mi trasero cuando seguimos caminando. El interés que Edward debía tener por causar una buena impresión no se notaba por ningún lado.
Mamá nos recibió con los brazos abiertos y Edward todavía tenía una mano en mi culo.
― Bienvenidos… ―Mamá nos abrazó a los dos al mismo tiempo― estás en tu casa, Edward.
― Mi madre envió esto para ustedes ―dijo él sin mucha importancia.
Mamá abrió el refractario e hizo una mueca que ocultó bien con una sonrisa.
― ¿Y qué es esto? ―Renée preguntó.
Edward se encogió de hombros.
― Ni idea. Solo le dije que me diera algo para llevar y ella dijo que lo tomara de la heladera ―explicó, asomándose a ver el contenido del que hablaba, también hizo una mueca―. Demonios, me confundí y me traje la comida que mi madre prepara para Sultán.
Renée sonrió y yo apreté los labios. No podía existir nada más vergonzoso que este momento.
― No te preocupes, Edward ―mi madre fue comprensiva―. Lo refrigeraré para mantenerlo en buenas condiciones, esta comida es de tu perrito y nadie tiene porque tocarla.
― También traje esto ―Edward le dio una botella de vino tinto.
Para mí madre fue cómo entrar al cielo porque su sonrisa lo dijo todo. Sostuvo la botella con mucha alegría y volvió sobre sus pasos a la cocina.
― Esta es mi casa ―murmuré señalando las altas paredes―. Bueno, es la casa de mis padres ―me corregí.
― No puedo creer que esté pisando la casa Swan ―dijo sorprendido seguido de una larga exhalación.
Nos tomamos de las manos, habíamos dado unos pasos justo siguiendo el pasillo que conectaba al comedor cuando nos detuvimos al ver a mi padre.
― Hola, papá… ―me acerqué, arrojándome a sus brazos― es bueno verte.
Lo escuché gruñir. Me alejé un poco para ver su rostro, su mirada fija permanecía en Edward.
― ¿Desde cuándo tu aroma femenino cambió a fragancia Dior de hombre? ―Espetó de mala gana.
― Papá… aquí está Edward ―traté de que la conversación fuera más agradable―. Llevemos la fiesta en paz.
Edward se acercó y con ese aire de insuficiencia que lo caracterizaba, lo saludó. Pude apreciar un apretado y prolongado apretón de manos mientras sus miradas se mantenían bajo advertencia.
― Swan, estoy aquí porque sabemos que esto es importante para Pookie…
― ¿Para quién? ―interrumpió mi padre.
Edward me miró inocente y volvió su rostro un completo ángel.
― Para tu hija ―corrigió―. Swan, le prometí a mi… ―me miró pretencioso― a Isabella Marie que hoy sería el mejor jodido novio, así que no fallaré.
― Oh, Edward ―lo abracé, me estaba haciendo sentir especial.
― No estaremos hasta la medianoche, ¿verdad? ―susurró en mi oído―. Porque tampoco soy un jodido santo, Pookie.
― Te prometo que solo cenaremos y nos vamos.
Escuché un carraspeo detrás de nosotros. No me importó que mi padre fuera testigo de mi forma melosa de ser con Edward. Continué apretándome a su costado y me negaba a soltar su torso.
― Hija… ―sonó molesto― no es necesario hacer espectáculos.
Me giré a verlo.
El bigote de mi padre pareció cobrar vida, moviéndose de un lado a otro desde la comisura de sus labios. Hizo una mueca de desagrado.
― ¿Te comportarás? ―pregunté directamente.
Mi padre hizo un mohín.
― No me queda de otra ―rumió― pasemos al comedor y hagamos esto más fácil.
.
La mayor parte de la cena fluyó tranquila y sin sobresaltos, lo atribuía a que mis hermanos no estaban en casa. También a que mi madre logró intervenir para que mi padre se mantuviera en sus cabales.
No podía sentirme más feliz en esta noche especial.
La mano de Edward estaba en mi muslo, ahí sin moverse, tan solo estática y aferrada a mi pierna. De vez en cuando me apretaba y me sonreía de esa forma burlona en que solía hacerlo.
― ¿Cuando volverás a casa? ―Mi padre preguntó cuando servimos el postre.
Hundí la cuchara en el trozo de pastel red velvet y dejé mi porción sin degustar, retiré el plato lejos de mí. Sin querer mostré el anillo que había estado ocultando para no dar explicaciones, apretemis dedos volviendo a ocultar la piedra en mi palma.
― No pienso volver ―dije.
Los dedos de Edward empezaron a arrastrarse por mi piel. Lo vi de reojo, su rostro era alegre, pero también aburrido con tanta formalidad.
― ¿Qué significa ese anillo, Isabella Marie?
Así estaba la pregunta de la noche. Mi madre rápidamente se puso de pie al escuchar a mi padre gruñir y corrió a mi lugar donde casi arrancó mi mano para apreciar mejor la piedra.
― ¡Oh por Dios! ―Chilló siendo exagerada y cubriendo su boca―. ¿¡Estás comprometida!?
Sacudí la cabeza. Quería explicarle, decirle que era solo un anillo de promesa, pero seguro mis padres no entenderían el término, porque simplemente era imposible de aceptar que el gran anillo en mi dedo anular fuera de promesa.
Yo lo sabía. Lo supe desde que Edward lo deslizó en mi dedo. Acepté un anillo sabiendo y siendo consciente que deseaba estar prometida realmente con él.
Sin embargo, para nosotros no había prisa y nos mantendriamos igual y esperando ver hacía dónde nos llevaba todo el cúmulo de sentimientos que ambos teníamos por el otro.
― ¿Se van a casar? ―insistió mi padre―. Responde, Isabella.
― No. No lo haremos, al menos no mañana ni en una semana y posiblemente tampoco en un mes ―aclaré.
― No dudamos de que un día pasará ―intervino Edward, ganándose la mirada de desprecio de mi padre―. Un día terminaremos siendo familia y seguramente ustedes nos ayudarán a cuidar de nuestros hijos.
― Yo encantada.
Mamá estaba a nada de ponerse a saltar.
― Gracias, Renée ―habló Edward― por lo pronto es bueno limar asperezas.
― ¡Ja! Qué fácil ―articuló Charlie.
― Creo que es mejor irnos ―le di un apretón a la mano de Edward que seguía en mi muslo―. Gracias por la cena ―me dirigí a mis padres―. Feliz año.
Me puse de pie antes de que empezaran con más preguntas quise dar por zanjado el tema.
No hubo despedidas. Traté de que todo fuera rápido y sin hacer tanta conversación, tiré de Edward cuando mi padre se negó a saludarlo.
Vendría esa época tardía para que ellos se empezarán a llevar bien. Confiaba en que un día pasaría.
.
Se escuchaban los ladridos de Sultán al tiempo que los maullidos de Lu. Eran ellos que de nuevo estaban de malas por estar juntos.
― ¿Te quedarás esta noche conmigo? ―Edward me rodeó con sus brazos.
Yo seguía apreciando los fuegos artificiales desde el ventanal mientras bebía una copa de champán. Al año solo le quedaban unos minutos para despedirse.
― Creo que un día de estos no me iré más.
Su boca se arrastró por mi cuello, erizando mi piel.
― Sería el hombre más feliz.
Volteé a mirarlo. Me encantaba perderme en esos iris verdes tan enigmáticos que poseía.
― Y pensar que solo buscaba un empleo, una oportunidad para mí.
― Qué casualidad, también estaba buscando una oportunidad contigo.
Sonreí.
― Estábamos buscando oportunidades distintas ―deslicé mis labios por su garganta, su respiración se agitó haciéndome reír―. Por cierto, ¿estoy contratada? Nunca me dijiste.
Edward suspiró.
― No sé… tú sigue haciendo lo tuyo, ya veremos después.
Mis labios siguieron bajando, arrastrándose por su torso peludo.
El amor tenía formas extrañas de atraparnos y la nuestra quizá había sido la más divertida.
No sabíamos qué final podría tener… aún no era tiempo de pensar en situaciones serias.
Fin.
Te agradezco por haber leído hasta aquí, por darle una oportunidad a esta tranquila historia. Nos leemos posiblemente muy pronto.
Gracias totales por leer 🍂
