Crepúsculo no me pertenece.
Soy una vampiresa ¿y tú...? (Bella x Alice x Leah)
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16: La Caza.
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(Isabella)
Aparecieron de uno en uno en la linde del bosque a doce metros de nuestra posición.
El primer hombre entró en el claro y se apartó inmediatamente para dejar paso a otro más alto, de pelo negro, que se colocó al frente, de un modo que evidenciaba con claridad quién lideraba el grupo.
El tercer integrante era una mujer; desde aquella distancia, sólo alcanzaba a verle el pelo, de un asombroso matiz rojo.
Cerraron filas conforme avanzaban con cautela hacia donde se hallaba la familia de Alice, mostrando el natural recelo de una manada de depredadores ante un grupo desconocido y más numeroso de su propia especie.
Comprobé cuánto diferían de los Cullen cuando se acercaron. Su paso era gatuno, andaban de forma muy similar a la de un felino al acecho. Se vestían con el típico equipo de un excursionista: pantalones jeans y una sencilla camisa de cuello abotonado y gruesa tela impermeable. Las ropas se veían deshilachadas por el uso e iban descalzos. Los hombres llevaban el pelo muy corto y la rutilante melena pelirroja de la chica estaba llena de hojas y otros restos del bosque.
Sus ojos agudos se apercibieron del aspecto más urbano y pulido de Carlisle, que, alerta, flanqueado por Emmett y Jasper, salió a su encuentro. Sin que aparentemente se hubieran puesto de acuerdo, todos habían adoptado una postura erguida y de despreocupación.
El líder de los recién llegados era sin duda el más agraciado, con su piel de tono oliváceo debajo de la característica palidez y los cabellos de un brillantísimo negro. Era de constitución mediana, musculoso, por supuesto, pero sin acercarse ni de lejos a la fuerza física de Emmett. Esbozó una sonrisa agradable que permitió entrever unos deslumbrantes dientes blancos.
La mujer tenía un aspecto más salvaje, en parte por la melena revuelta y alborotada por la brisa. Su mirada iba y venía incesantemente de los hombres que tenía en frente al grupo desorganizado que me rodeaba. Su postura era marcadamente felina. El segundo hombre, de complexión más liviana que la del líder —tanto las facciones como el pelo castaño claro eran anodinos—, revoloteaba con desenvoltura entre ambos. Sin embargo, su mirada era de una calma absoluta, y sus ojos, en cierto modo, los más vigilantes.
Los ojos de los recién llegados también eran diferentes. No eran dorados o negros, como cabía esperar, sino de un intenso color borgoña con una tonalidad perturbadora y siniestra.
El moreno dio un paso hacia Carlisle sin dejar de sonreír. —Creíamos haber oído jugar a alguien —hablaba con voz reposada y tenía un leve acento francés—. Me llamo Laurent, y éstos son Victoria y James —añadió señalando a los vampiros que le acompañaban.
—Yo soy Carlisle y ésta es mi familia: mi esposa: Esme y mis hijos: Emmett y Jasper; Rosalie y Edward; Alice y Bella —nos identificaba en grupos, intentando deliberadamente no llamar la atención hacia ningún individuo. Me sobresalté cuando me nombró.
— ¿Hay sitio para unos pocos jugadores más? —inquirió Laurent con cordialidad.
Carlisle acomodó la inflexión de la voz al mismo tono amistoso de Laurent. —Bueno, lo cierto es que acabamos de terminar el partido. Pero estaríamos verdaderamente encantados en otra ocasión. ¿Pensáis quedaros mucho tiempo en la zona?
—En realidad, vamos hacia el norte, aunque hemos sentido curiosidad por lo que había por aquí. —dijo Laurent —No hemos tenido compañía durante mucho tiempo.
—No, esta región suele estar vacía si exceptuamos a mi grupo y algún visitante ocasional, como ustedes.
La tensa atmósfera había evolucionado hacia una conversación distendida; supuse que Jasper estaba usando su peculiar don para controlar la situación.
Yo, miraba hacia atrás, en busca del otro olor. Estos eran vampiros, pero los Licántropos estaban muy cerca.
Mi creador estaba muy cerca.
— ¿Cuál es vuestro territorio de caza? —preguntó Laurent como quien no quiere la cosa.
Carlisle ignoró la presunción que implicaba la pregunta. —Esta, los montes Olympic, y algunas veces la Coast Ranges de una punta a la otra. Tenemos una residencia aquí. También hay otro asentamiento permanente como el nuestro cerca de Denali.
Laurent se balanceó, descansando el peso del cuerpo sobre los talones, y preguntó con curiosidad sincera: — ¿Permanente? ¿Y cómo habéis conseguido algo así?
— ¿Por qué no nos acompañáis a nuestra casa y charlamos más cómodos? —Los invitó Carlisle—. Es una larga historia.
James y Victoria intercambiaron una mirada de sorpresa cuando Carlisle mencionó la palabra «casa», pero Laurent controló mejor su expresión. —Es muy interesante y hospitalario por vuestra parte —su sonrisa era encantadora—. Hemos estado de caza todo el camino desde Ontario —estudió a Carlisle con la mirada, percatándose de su aspecto refinado—. No hemos tenido ocasión de asearnos un poco.
—Por favor, no se ofendan, pero debo rogarles que se abstengan de cazar en los alrededores de esa zona. Debemos pasar desapercibidos, ya me entiendes —explicó Carlisle.
—Claro —asintió Laurent—. No pretendemos disputaros el territorio. De todos modos, acabamos de alimentarnos a las afueras de Seattle. —Un escalofrío recorrió mi espalda cuando Laurent rompió a reír.
—Les mostraremos el camino si quieren venir con nosotros. Emmett, Edward, vayan con Alice y Bella a recoger el Jeep —añadió sin darle importancia.
Mientras Carlisle hablaba, ocurrieron tres cosas a la vez. La suave brisa despeinó mi cabello, Edward se paralizó y el segundo varón, James, movió su cabeza repentinamente de un lado a otro, buscando, para luego centrar en mí su escrutinio, agitando las aletas de la nariz.
Una rigidez repentina afectó a todos cuando James se adelantó un paso y se agazapó. Edward exhibió los dientes y adoptó la misma postura defensiva al tiempo que emitía un rugido bestial que parecía desgarrarle la garganta. No tenía nada que ver con los sonidos juguetones que le había escuchado esta mañana. Era lo más amenazante que había oído en mi vida y me estremecí de los pies a la cabeza.
— ¿Qué ocurre? —exclamó Laurent, sorprendido. Ni James ni Edward relajaron sus agresivas poses. El primero fintó ligeramente hacia un lado y Edward respondió al movimiento.
—Ella está con nosotros. —El firme desafío de Carlisle se dirigía James. Laurent parecía percibir mi olor con menos fuerza que James, pero pronto se dio cuenta y el descubrimiento se reflejó también en su rostro.
— ¿Nos habéis traído un aperitivo? —inquirió con voz incrédula, mientras, sin darse cuenta, daba un paso adelante. Edward rugió con mayor ferocidad y dureza, curvando el labio superior sobre sus deslumbrantes dientes desnudos. Laurent retrocedió el paso que había dado.
—He dicho que ella está con nosotros —replicó Carlisle con sequedad.
—Ella... ella no es comida, James. —dijo Victoria, retrocediendo dos pasos, echando la cabeza hacía atrás y tapándose la nariz con la parte interior del codo. —No es humana. Es... no es una Lycan, pero es muy parecida y.… tiene un asqueroso aroma a ceniza y moho.
James y Laurent olieron y retrocedieron asqueados, llevándose la mano a la nariz.
La noche llegó más rápido de lo esperado, la luna llena, brilló en lo alto y sentí el tirón de mi creador.
Alice y yo nos detuvimos. Gracias a mis habilidades angelicales, lo vi, como si llevara unos binoculares y Alice hizo lo mismo que yo.
Mi creador y otros dos licántropos, saltaron al campo de batalla.
Los Cullen, James, Laurent y Victoria, se aliaron para enfrentarse a mi creador y a sus betas.
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Los Cullen se zambulleron como espectros en el bosque, ahora en una absoluta penumbra, tras lograr despistar a James, Laurent, Victoria y a los licántropos.
Llegamos al Jeep en un tiempo inverosímil. Alice apenas se paró antes de echarme al asiento trasero.
—Sujétala —ordenó a Emmett, que se deslizó a mi lado.
Alice se había sentado ya en el asiento delantero y Edward puso en marcha el coche. El motor rugió al encenderse y el vehículo giró en redondo para encarar el tortuoso camino.
Edward gruñía algo demasiado rápido para que pudiera entenderle, pero sonaba bastante parecido a una sarta de blasfemias, mientras comenzaba a conducir.
El traqueteo fue mucho peor esta vez y la oscuridad lo hacía aún más aterrador. Emmett y Alice miraban por las ventanillas laterales.
—Debemos sacarte de aquí, lo más lejos posible y ahora mismo. —dijo Alice —Los perderemos y luego, te llevaré a casa.
El velocímetro rebasaba los doscientos por hora—. ¡Es un rastreador, Alice! —gruñó Edward. — ¿Es que no te has dado cuenta? ¡Es un rastreador!
Sentí cómo Emmett se tensaba a mi lado y me pregunté la razón por la que reaccionaba de ese modo ante esa palabra. Significaba algo para ellos, pero no para mí; quería entenderlo, pero no podía preguntar. —Para en el arcén, Alice.
El tono de Emmet era razonable, pero había en él un matiz de autoridad que yo no había oído antes. El velocímetro rebasó los doscientos veinte.
—Hazlo, Alice. Le he leído la mente. El rastreo es su pasión, su obsesión, y la quiere a ella, Alice, a ella en concreto. La cacería empieza esta noche. —Mi novia parecía sinceramente maligna, sus ojos, su expresión era asesina. — ¿Cuánto tiempo crees que va a necesitar para captar su olor en el pueblo? Laurent ya había trazado el plan en su mente antes de decir lo que dijo.
Ahogué un grito al comprender adonde le conduciría mi olor. — ¡Charlie! ¡No pueden dejarle allí! ¡No pueden dejarle! —me debatí contra el arnés.
—Bella tiene razón —observó Alice. El coche redujo la velocidad ligeramente. —No tardaremos demasiado en considerar todas las opciones —intentó persuadirle Alice. El coche redujo nuevamente la velocidad, en esta ocasión de forma más patente, y entonces frenó con un chirrido en el arcén de la autopista. Salí disparada hacia delante, precipitándome contra el arnés, para luego caer hacia atrás y chocar contra el asiento.
—Somos más que suficientes para ellos. —dijo Emmet, luciendo extrañamente protector conmigo —Ellos son tres y nosotros somos ocho.
Yo estaba considerablemente pálida e intentaba encontrar alguna buena noticia. O alguna escapatoria a ese sujeto James. —Los demás... deben de estar luchando, contra mi creador y sus acompañantes. Me llevas de vuelta y le digo a mi padre que quiero irme a Phoenix. Hago las maletas, esperamos a que el rastreador esté observando y entonces huimos. Nos seguirá y dejará a Charlie tranquilo. Charlie no lanzará al FBI sobre tu familia y entonces me podrás llevar a cualquier maldito lugar que se te ocurra.
Me miraron sorprendidos. —Pues realmente no es una mala idea, en absoluto. —La sorpresa de Emmett suponía un auténtico insulto.
—Podría funcionar, y desde luego no podemos dejar desprotegido al padre de Bella. Tú lo sabes —dijo Alice.
Edward asintió, mientras formulaba un plan, en su cabeza. —Vamos a hacerlo de esta manera. Cuando lleguemos a la casa, si el rastreador no está allí, la acompañarás a la puerta, Alice —me miró a través del retrovisor—. Dispones de quince minutos a partir de ese momento. Emmett, tú controlarás el exterior de la casa. Alice estará dentro con ella todo el tiempo y yo llevaré el coche. En cuanto salga, lleváis el Jeep a casa y se lo contáis a Carlisle. Si el rastreador está allí, —continuó inexorablemente— seguiré conduciendo.
—Vamos a llegar antes que él. —dijo Alice con confianza — ¿Qué vamos a hacer con el Jeep? —preguntó ella. Su voz sonaba dura y afilada.
— "No cabemos todos en mi coche" —susurré.
Emmett sacó su celular y habló con la persona del otro lado. —Sí. Tenemos un plan... sí... es lo mejor que tenemos... sí. Y necesito que tú y Mia, cuiden de Charlie.
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Todo acabó finalmente, luego de casi seis tortuosas horas y Alice me trajo a casa, mientras éramos seguidas por Carlisle y Esme, quienes se disculparon sin descanso, con mi padre y nos excusamos de haber jugado un partido de baseball y luego volver a casa de ellos, para ver una película y eso llegó a una maratón realmente larga, mientras comíamos.
Siguieron el plan de vigilancia, para quitarnos de encima al rastreador y a los dos cazadores, mientras que yo, me preguntaba qué vendría más adelante, ahora que nos hemos encontrado con el peligro de frente.
