Disclaimer: Los personajes de Rurouni Kenshin les pertenecen a sus respectivos autores, editoriales y productoras. Es una historia destinada sólo al entretenimiento y sin fines de lucro.
Traducción del fic "One Snowy Night" de Angie-san.
Portada de きえぽん (ID: 6143444).
Una noche nevada
Kaoru se envolvió la pesada capa sobre sus hombros y caminó de puntillas hacia la puerta. Tenía que encontrar ese listón, sin importar lo que su padre le dijo sobre no dejar la posada en donde se estaban quedando esa noche. No podía dejar ese listón afuera en el frío, era lo único que le quedaba de su madre y no soportaba la idea de no volver a verlo. Conteniendo las lágrimas que le hacían arder los ojos, abrió la puerta y salió vacilante hacia el pasillo desierto. Lo recuperaría, no podía estar demasiado lejos. No le llevaría mucho tiempo encontrarlo, y lo traería consigo de vuelta a la posada antes de que su padre regresara. Nunca lo sabría.
Con decisión, se deslizó por el pasillo y se dirigió al shoji que conducía al exterior. Se detuvo por un momento, conteniendo la respiración y atenta a cualquier signo de presencia humana del otro lado. Se alivió al escuchar que sólo era el viento, era la hora de la cena, por lo que no había nadie allí. Sonriendo, abrió el shoji y salió. Un escalofrío recorrió su piel mientras el aire frío le golpeaba la cara, los copos de nieve cayendo por sus mejillas. Casi se echó a reír cuando se dio cuenta de que estaba nevando, pero cuando miró alrededor por el oscurecido patio, su sonrisa se desvaneció. Ya había una ligera capa blanca en el suelo; si no se daba prisa, nunca lo encontraría.
Estimulada por el pensamiento, Kaoru salió del porche y corrió hacia el portón, abriéndolo y saliendo a la calle. Mirando a ambos lados, sonrió, no había nadie que la viera, ni un alma caminando por esa calle fría y oscura. Salió silenciosamente, corrió por la calle desierta y salió de la ciudad, la nieve blanca y pura emitía luz propia. No debería estar tan lejos, estaban casi llegando al pueblo cuando el viento lo arrancó de sus cabellos. Mirando la nieve que caía del cielo, frunció el ceño. Las cosas comenzaban a empeorar un poco. Si no se apresuraba, la nieve lo cubriría y nunca podría encontrarlo. Sintió un pequeño nudo en el estómago ante la idea, no podía perderlo, ¡no podía!
Y, acelerando sus pasos, dejó atrás el pequeño pueblo. El viento cortante golpeaba los copos de nieve a sus desprotegidas mejillas, escociéndole la piel mientras se enfriaba cada vez más. Maldiciendo, caminó a trompicones por el oscuro camino, buscando el viejo tocón donde recordaba que el viento le había arrancado el listón azul de su cabello. Perdió las esperanzas cuando la nieve comenzó a caer más rápido, haciendo que el camino se convirtiera poco a poco en un muro blanco. Acomodándose más la capa sobre sus hombros, siguió adelante, pero sus pasos se volvían cada vez más pesados a medida que la nieve caía. Suspiró cuando vio el tocón. Después de tropezar con la nieve al llegar, se apoyó contra el tronco para recuperar el aliento. Al mirar por encima del hombro hacia la ciudad, una punzada de miedo apretó su estómago. Una repentina sensación de soledad atenazó su cuerpo, el silencio absoluto y el camino vacío alimentaban sus miedos.
Tragando saliva para hacer a un lado el nudo que se le estaba formando en la garganta, dirigió su atención al bosque detrás del tocón, donde su listón había desaparecido. Mirando por los árboles y el suelo, los ojos le comenzaron a escocer, y una lágrima solitaria comenzó a bajar por su mejilla. Tenía que estar en algún lado, no podía perderlo; sin él, se olvidaría de su madre y no podía hacer eso. Se le revolvía el estómago sólo de pensar que podría olvidarla. Su padre le había dicho que no había manera de que la olvidara, pero Kaoru no le creía. ¿Cómo se suponía que iba a recordarla sin verla cada día? No había manera. Tenía que recuperar ese listón.
Apartando esos pensamientos deprimentes, ciñó más la capa alrededor de su pequeña figura y se adentró entre los árboles. No podía haber ido tan lejos, debería estar a pocos pasos del camino. Pateando mientras caminaba, avanzó por varios minutos, buscando en la nieve del suelo y entre las ramas de los árboles alguna señal de azul. Entre más se adentraba al bosque, más perdía la esperanza, al parecer nunca lo encontraría. De repente y de la nada, una ráfaga de viento frío azotó los árboles, arrancando la capa de sus entumecidos dedos. Luchando por mantener la tela agarrada, perdió el equilibrio y cayó sobre la espesa nieve, la humedad blanca devoró sus manos expuestas, trepando por su hakama y sus rodillas. Fue allí que se dio cuenta de lo profunda que estaba.
Luchando por ponerse de pie, soltó por un momento la capa para sacudirse la nieve, pero otra ráfaga de viento terminó de arrancar la capa de sus hombros, además de cegarla temporalmente con copos en el rostro. Agachó al cabeza y se lo protegió con una mano, mientras se secaba el agua fría de las mejillas. Finalmente, el viento amainó lo suficiente como para que pudiera mirar adelante. Sintió un vacío en el estómago mientras buscaba su capa. Sólo podía ver blanco a su alrededor, tanto el suelo como los árboles estaban cubiertos de nieve. Vio que la capa estaba enredada en unas ramas sobre su cabeza, trató de saltar para agarrarla, pero no lo logró. Lo volvió a intentar, pero se dio cuenta de que estaba muy lejos de su alcance; con un último salto, se rindió y decidió buscar el camino con la mirada.
Una súbita explosión de miedo la hizo temblar sin control, ya que no tenía ni idea de por dónde había venido, todo lucía igual. La caída la había hecho girar y no había pasos que seguir, la nieve había barrido ese rastro. Luchando contra el pánico, retuvo las lágrimas que se amontonaban en sus ojos y comenzó a examinar el lugar. Otra ráfaga de viento la golpeó y se estremeció, ya que este atravesó el fino material de su hakama y su gi.
Respiró hondo y luchó contra el terror y el pánico para poder hacer un análisis de la situación. Volvió a mirar a su alrededor y frunció el ceño, no había manera de saber qué camino tomar pero tenía que moverse. Si se quedaba quieta, moriría, eso era seguro, su padre le había contado la historia de dos hombres que una vez se perdieron en las montañas y se congelaron hasta morir. Un escalofrío horripilante recorrió su cuerpo ante la idea. No podía morir, su padre se quedaría solo. No soportaba la idea de que estuviera más triste de lo que ya estaba. Tenía que encontrar el camino de vuelta a la posada.
Y, con ese último pensamiento, tomó la dirección que pensaba la llevaría de vuelta al camino. Tropezando por la nieve cada vez más profunda, se frotó los brazos en un intento inútil por mantenerse caliente, y el nudo de miedo se apretaba cada vez más a medida que avanzaba sin que hubiera señales del camino. Conteniendo las lágrimas, intentó pensar en un cálido día de verano para olvidarse del frío que le calaba los huesos.
Mientras avanzaba, se estremeció al escuchar al viento aullar entre las ramas de los árboles, como un inquietante recordatorio de que tendría que encontrar refugio, y pronto. Enfocándose en esa búsqueda, comenzó a darse cuenta de que ya no sentía sus pies, a pesar de poder moverlos. Presa del pánico, movió los dedos y contuvo un gemido de dolor ante el movimiento extremo.
¿Esto era todo? ¿Acaso iba a morir ahora?
Agachó la cabeza y las lágrimas que había contenido comenzaron a brotar silenciosamente de sus ojos, una sensación de desesperanza casi la hizo caer de rodillas. Y luego, desde el silencio del bosque, lo escuchó. El viento susurrando su nombre. Levantó la cabeza y buscó por la oscuridad la fuente de ese susurro. Le era familiar... sonaba como... su mamá.
Dio unos pasos adelante para luego cerrar los ojos y escuchar mejor. Después de varios latidos, casi perdió la esperanza cuando lo volvió a escuchar, esa llamada suave. Abrió los ojos y comenzó a avanzar a tropezones por la nieve, sin sentir más el dolor en sus pies o el frío viento silbando alrededor. Lentamente, como en un sueño, algo comenzó a materializarse más allá de la cortina de nieve que caía del cielo.
Acelerando sus pasos, casi cayó de rodillas del alivio cuando vio una vieja cabaña desvencijada entre los árboles. Y, gastando su última reserva de energía, trastabilló los últimos metros y abrió la puerta. Después de entrar en la habitación oscura, se dio la vuelta y usó todo su peso para cerrar la puerta al viento y los copos de nieve punzantes. Finalmente, al cerrarla, se desplomó en el piso y apoyó la frente contra la puerta fría, totalmente agotada.
Lágrimas de alivio corrieron por sus mejillas y se acurrucó para que los escalofríos no hicieran temblar más su pequeño cuerpo. Al caer lentamente en un sueño intermitente, sintió su cuerpo liviano y cálido de repente, como si estuviera flotando en una de esas fuentes de aguas termales que visitaba junto a su madre, cuando esta estaba viva. Sonrió, ajena al hecho de que había otro ocupante en la cabaña.
Kenshin simplemente miró sorprendido a la figura que se acurrucó frente a la puerta, el viento azotaba las grietas de las destartaladas paredes de la cabaña, moviendo sus mechones negros alrededor de su rostro pálido. ¿Por qué una niña estaría en medio de una tormenta de nieve como esta? ¿Y solamente en hakama y gi?
Mientras continuaba mirándola, sus ojos se volvieron a acostumbrar a la oscuridad reinante y fue así que pudo notar los temblores en el pequeño cuerpo. Debido a ello, se quitó la manta que traía sobre los hombros y dejó a un lado su sakabatou. Se puso de pie y avanzó en tres zancadas para luego arrodillarse junto a ella, y fue allí que también notó que sus ropas estaban totalmente empapadas. Quiso levantarla, pero un gemido de dolor lo detuvo en seco. Estaba helada, su cuerpo no emanaba ni una pizca de calor. La llevó rápidamente a la única parte del recinto que todavía parecía en buen estado como para protegerse del viento, y la bajó al suelo.
Agarró la bolsa que contenía sus pocas posesiones y sacó de ella la vela y el pedernal que había guardado en caso de emergencia. Si esto no era una emergencia, no sabía lo que era. Frotó un rato el pedernal, logrando una chispa capaz de generar una llama a la vela, aunque el viento que entraba de las grietas la hacía bailar , haciendo que amenazara con apagarse. Protegiéndola con una mano, buscó un lugar donde pudiera mantenerse encendida. En la esquina, había un montículo de tierra intacta, si la tierra no se había desperdigado era porque el viento no llegaba hasta ahí. La dejó allí y esperó unos segundo para ver si permanecía encendida.
Al ver que sí permanecía encendida, volvió su atención hacia la pequeña figura que temblaba bajo su ropa húmeda. Se arrodilló junto a la bolsa y sacó una última cosa, un segundo gi, lo único que poseía de ropa. Lo sacudió y sonrió al ver que sería lo suficientemente grande para cubrirla una vez que le quitara las ropas mojadas. Respiró hondo y luchó contra el sentimiento de vergüenza que le embargaba las venas.
Frunció el ceño y apartó el pensamiento. No era hora de preocuparse por ver a una niña desnuda. Tenía que sacarle las ropas o moriría. Había visto mucha gente morir y no dejaría que ella pasara por eso. Luchando contra la imagen de Tomoe muriendo en la nieve, recuerdo que aún permanecía fresco en su mente, se dispuso a desvestir a la chiquilla.
Con manos temblorosas, le quitó el gi, desviando la mirada para colocarle el suyo. Después de envolverlo alrededor del pequeño cuerpo, le sacó las botas y la hakama. Finalmente, dejó las ropas mojadas a un lado y la abrazó contra su pecho, tomó la manta y se la puso sobre los hombros y, con la niña en brazos, se sentó contra la pared y se aseguró de que la manta los envolviera aún más. Ahora tenía que despertarla, no podía dormir en ese estado, de lo contrario, moriría.
La sacudió un poco y comenzó a frotar sus brazos y piernas, en un intento de calentar sus miembros helados. Un gemido se le escapó a la niña y él casi dio un suspiro de alivio ante el sonido; disminuyendo la fricción, miró hacia abajo y sonrió ante la confundida mirada color zafiro enfocada en su rostro.
"¿Q..quién e..eres t...tú?" tartamudeó mientras otra oleada de escalofríos atravesaba su cuerpo.
Kenshin sólo siguió sonriendo y reanudó sus gentiles cuidados, "Soy sólo un vagabundo atrapado en una tormenta de nieve. ¿Y quién podrías ser tú?"
"K..Ka..Kaoru, Ka..Kamiya K..Kaoru." susurró mientras sus ojos se volvían a cerrar, con otra ronda de escalofríos haciendo temblar su cuerpo.
Después de darle otra sacudida, Kenshin sonrió cuando sus ojos se abrieron mucho más rápido esta vez. La colocó en una posición mucho más cómoda en su regazo y volvió a frotar sus extremidades, comenzando a sentir que emanaba calor, no pasaría mucho tiempo antes de que su propio calor corporal y la pesada manta la calentaran y se detuvieran los escalofríos.
"Kamiya-san, ¿por qué saliste con esta tormenta?" le preguntó, en un esfuerzo por mantenerla despierta y alerta. Le parecía extremadamente extraño que deambulara sola con un clima así, sin siquiera un abrigo.
Kaoru intentó, en vano, detener los escalofríos que recorrían su cuerpo, y las lágrimas volvieron a caer de sus ojos. Sollozando, agachó la cabeza, "E...el listón de mi madre. L...lo perdí," respondió en voz baja. No lo había encontrado y, al parecer, nunca lo haría, estaba enterrado bajo la nieve, y no había manera de que lo encontrara antes de que se fuera con su padre del lugar. Estaba perdido.
Al pensar en ello, se sumió en sollozos silenciosos, mientras se le vino a la mente la imagen de su madre sonriendo. Cubrió su rostro, en un intento de que su salvador no viera sus lágrimas, y se sumió inconscientemente en la calidez que él le ofrecía. Sintió que un dedo tocaba su barbilla y levantaba su rostro para que lo viera.
"¿Tan importante era como para que arriesgaras tu vida por ello?"
Llorando, Kaoru se limpió las mejillas, y asintió mientras miraba los curiosos ojos violetas, "Es lo único que me quedó de mi madre. Tengo que encontrarlo o la olvidaré."
Kenshin miró sus inocentes ojos azules y comprendió que su madre estaba muerta. Aquel detalle explicaba un poco las cosas pero aún estaba confundido, y, arqueando una ceja, preguntó, "¿Crees que la olvidarás si no tienes el listón?"
Kaoru asintió, "¿Cómo podría recordarla si no la veo todos los días? Sin ese listón, ella se irá para siempre y la olvidaré."
Fue entonces cuando Kenshin lo vio claramente en sus jóvenes ojos; por alguna razón, esta pequeña pensaba que, sin algo material para recordarla, terminaría olvidando a su madre. Con una sonrisa triste sacudió la cabeza; de todas las personas, él sabía muy bien que no había manera de olvidar a alguien, incluso si esa persona ya no estaba. Mirando hacia la oscuridad de la cabaña, susurró, "Nunca la olvidarás, Kaoru-dono, siempre estará en tu corazón. Te prometo que nunca la olvidarás." Al cerrar los ojos, una daga se clavó en su corazón al recordar los momentos compartidos con Tomoe, y que siempre la recordaría. Sin importar nada, siempre la recordaría.
Kaoru sacudió la cabeza con incredulidad, la olvidaría, eso era seguro. Siempre se olvidaba de recoger su ropa o de limpiar el dojo como su padre quería. ¿Cómo iba a recordar a su madre, entonces? Mirando a su salvador, abrió la boca para discutir, pero se detuvo al ver la cicatriz en forma de cruz en su mejilla, gracias a la luz de la vela. Curiosa, extendió la mano y trazó la X, preguntándose cómo se hizo semejante marca. Paró en seco cuando él dio un respingo y giró la cabeza para mirarla.
Sonrojada, alejó la mano, olvidándose de todo menos de la mirada asombrada que aún seguía fija en ella. Lo volvió a mirar, y notó algo que antes no pudo. Sus ojos parecían los de su padre, tristes. Parecía que él también había perdido a alguien cercano. Ladeando la cabeza con curiosidad, susurró, "A ti también te duele, ¿no es así? ¿Es por eso que te hiciste esa cicatriz en forma de cruz en tu mejilla? ¿Para que te ayude a recordar?"
Kenshin la miró estupefacto. Negó con la cabeza y susurró, "No. Es una marca con la que debo cargar como recordatorio por todos los pecados que cometí."
Kaoru arqueó una ceja, "¿Cómo puedes tener tantos pecados? No eres tan viejo." No le parecía mayor de dieciséis años. ¿Cómo podría haber hecho cosas malas?
Kenshin rio entre dientes a causa de la pregunta, "Tengo veintidós años, Kaoru-dono."
Kaoru resopló sin poder creerlo, no había manera de que tuviera veintidós años. "No puedes tener esa edad, y si así fuera, los dioses te perdonarían porque me ayudaste. Si no me hubieras ayudado, hubiera muerto, ¿verdad?" Sonriendo, Kaoru asintió ante su raciocinio y bostezó. De la nada, una ola de cansancio la invadió y tuvo que luchar para mantener sus ojos abiertos. Se acurrucó al calor del hombre que la mecía y la manta que los envolvía, mientras lentamente se quedaba dormida.
Kenshin sólo contemplaba a la inocente niña que dormía en sus brazos. Con sólo una oración, ella llegó a una conclusión que a él le había tomado tanto tiempo llegar. Dedicaría el resto de su vida a ayudar a quienes lo necesitaran, para intentar limpiar la sangre de su alma y así, cumplir la promesa que se había hecho después de la muerte de Tomoe. La promesa de no volver a matar, ni siquiera para defenderse, su espada no se bañaría con sangre humana nunca más.
Asombrado, sonrió, esta niña era especial. Sintiendo que su respiración se nivelaba, cerró los ojos y se dejó llevar por un liviano sueño. Mañana haría todo lo posible por devolver a esta niña adonde pertenecía.
Un par de horas más tarde, el sonido de la puerta abriéndose hizo que Kenshin se sobresaltara, haciendo que sus brazos se apretaran aún más alrededor de la niña que dormía. Incapaz de ver nada más que la linterna que sostenía el intruso desde la puerta, parpadeó varias veces antes de extender su mano, en busca de su sakabatou.
"¿Kaoru?"
Sorprendido, Kenshin se detuvo y asintió, "Está durmiendo."
La persona que sostenía la linterna se alivió visiblemente y suspiró. Entró a la cabaña, cerró al puerta y dejó la linterna en el suelo. Fue allí que Kenshin cayó en la cuenta de que esa persona debía ser el padre. Cuando el hombre se arrodilló junto a ellos y dejó su abrigo en el suelo, la mirada de alivio no ponía en duda de que estaba feliz de ver a la niña que él llevaba en brazos. Aflojando su agarre, Kenshin retiró la manta y entregó a Kaoru a su padre. Un pequeño gemido por la repentina pérdida de calor salió de sus labios mientras pasaba de un hombre a otro, y luego sus ojos se abrieron, parpadeando como un búho antes de fijar la mirada en su padre.
"¿Papá?"
El gran hombre sonrió y la abrazó con fuerza. Sintiéndose fuera de lugar, Kenshin se inclinó y levantó la capa del suelo, colocándola firmemente alrededor del pequeño cuerpo de Kaoru, y tuvo mucho cuidado de que sus piernas y pies desnudos estuvieran cubiertos.
"No lo encontré. Se ha ido para siempre."
El susurro de Kaoru quebró el silencio de la cabaña, y su tono desconsolado desgarró el corazón de Kenshin. Sin pensarlo, extendió la mano, apartó los mechones negros del rostro y le sonrió. "¿Acaso no te dije que no hay manera de que la olvides? Te prometo, Kaoru-dono, que ella siempre vivirá en tu corazón. Siempre."
Kaoru miró a su salvador con ojos llenos de esperanza, quería creerle desesperadamente, "¿De verdad lo crees?"
Kenshin sonrió y asintió, "Sí. Ella está contigo y lo estará para siempre." Su sonrisa se ensanchó al verla relajarse en brazos de su padre, mientras sus ojos se volvían a cerrar. Se volvió a inclinar para agarrar las ropas mojadas y la linterna y entregarlas al padre. El hombre las tomó y se dirigió hacia la puerta, pero, después de un par de pasos, se detuvo y se volvió. "¿Tú eres aquel a quien llaman Hitokiri Battousai?"
Kenshin suspiró, "Lo fui una vez, pero ya no. Ahora sólo soy un vagabundo."
El hombre alto inclinó la cabeza en señal de comprensión, "Ya seas un hitokiri o un rurouni, te agradezco por cuidar de mi hija. Ella es todo lo que me queda." Dicho esto, abrió la puerta y salió al aire frío; la tormenta había amainado, permitiendo que la luna iluminara de manera surreal el paisaje cubierto de nieve. Después de cerrar la puerta tras ellos, Kenshin regresó a la manta y se envolvió de nuevo. Un par más de horas de sueño y podría salir en busca del perdón que tanto necesitaba. Tal vez, si se esforzaba lo suficiente, podría limpiar sus manos manchadas de sangre y, tal vez, algún día, podría ser digno de llamar amigo a alguien como Kaoru. Sólo cabía esperar.
Kenshin se protegió los ojos contra el resplandor matinal que emanaba del paisaje cubierto de blanco. Caminó a través de la nieve hasta las rodillas, y lenta pero constantemente, se dirigió hacia la carretera. De repente, una ráfaga de viento frío le quitó la capucha de la cabeza y un pedazo de tela cubrió sus ojos. Sacó esa tela de su rostro y miró impresionado al listón azul en su mano.
No podía ser... ¿o sí? ¿Era este el listón que Kaoru había estado buscando?
Una sonrisa se formó en sus labios mientras sostenía el suave material. Sí, tenía que ser el mismo. Abrió la parte frontal de su capa y lo guardó dentro de su gi para mantenerlo a salvo. Tal vez algún día la volvería a ver y le devolvería el tesoro por el que casi murió.
Continuó sonriendo mientras seguía caminando por el bosque. Hasta entonces, lo llevaría consigo como un recordatorio de esa niña que logró colarse en su corazón. Sabía que, al igual que ella con su madre, nunca olvidaría su breve encuentro. Quedaría grabado en su memoria... para siempre.
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¡Muy Felices Fiestas para todos!
