Capítulo 65

Desacatos

Había pasado una hora desde que el rey de Francia - junto al General Boullie - abandonó el recinto donde se llevaban a cabo las asambleas de los Estados Generales para regresar a Versalles.

Por su parte, el Coronel La Baume permanecía ahí. Por orden de la máxima autoridad del Ejército Francés, había permanecido en el recinto para evaluar la situación, pero al darse cuenta de que algunos de los diputados se negaban a retirarse del lugar a pesar de la orden de Su Majestad, decidió partir de inmediato para informárselo al General Boullie.

- ¡¿Qué?! ¡Malditos rebeldes! - exclamó el militar de más alto rango del ejército tras escuchar las noticias que le había llevado el coronel. Lucía desorbitado; casi le resultaba imposible creer lo que había escuchado de la boca de su subordinado.

- Es la verdad, General. Ellos continúan en la reunión. - le dijo el Coronel La Baume.

Y tras una breve pausa, continuó.

- El clero y la nobleza se marcharon por orden del rey, pero el grupo de la Asamblea Nacional permanece en el lugar. - agregó.

El General Boullie estallaba de rabia. ¡Cómo era posible tanta desvergüenza! ¿Que acaso no sabían que cada uno de los franceses le debía obediencia y respeto a Su Majestad?

Para el General Boullie, los cimientos donde descansaba la corona de Francia desde hacía varios siglos ahora se agrietaba frente a sus propios ojos. ¡No! ¡No iba a permitir ni un sólo desacato más!

- Coronel La Baume, ¡traiga a mi presencia a la Brigadier Jarjayes y a todo su regimiento! ¡De inmediato! - le ordenó, y tras escucharlo, el coronel se puso de pie.

- Enseguida, Su Excelencia. - le respondió él, y tras ello, salió raudamente del despacho.

Por su parte, el General Boullie se quedó en silencio por algunos segundos. Aún no lograba procesar lo que estaba ocurriendo y sentía su corazón acelerado por la ira.

Entonces, él también salió de su despacho y caminó en dirección a las habitaciones de Su Majestad, dispuesto a convencerlo de que cualquier acto de rebeldía debía ser cortado de raíz. La insurgencia no tenía lugar en un país como Francia, y el general estaba dispuesto a demostrarlo a cualquier costo.

...

Mientras tanto, bajo una intensa lluvia, los soldados de la Compañía B permanecían de pie vigilando el recinto de la asamblea en el cumplimiento de su labor. No eran ajenos a lo que pasaba, pero no se cuestionaban las consecuencias de lo que podría ocurrir. Incluso Oscar y André, que entendían la gravedad de la situación, sabían que las cosas podían ponerse difíciles, sin embargo, cuando pensaban en posibles escenarios futuros, todo lo que imaginaban era que las cosas se quedarían estancadas una vez más y que eso generaría una gran frustración en el corazón de los franceses, trayendo consecuencia situaciones de violencia en las calles de París.

De pronto, escucharon el galopar de un caballo dirigiéndose velozmente hacia ellos. Era el Coronel La Baume, el cual, enardecido, parecía buscar a alguien.

- ¡Brigadier Jarjayes! ¡Necesito hablar con la Brigadier Jarjayes, comandante de la compañía B de la Guardia Francesa! - gritaba a todo pulmón, ante la sorprendida mirada de los soldados.

Entonces Oscar, quien permanecía cerca de las puertas del gran salón donde se encontraban los miembros de la recién formada Asamblea Nacional, salió a su encuentro.

- ¡Le traigo un mensaje del General Boullie! ¡Traiga a sus hombres y repórtense en el cuartel de Versalles de inmediato! - exclamó el coronel apenas la vio.

Ella asintió con la cabeza, aunque, en un principio, se sintió confundida por la orden. ¿No se supone que la Guardia Francesa es la responsable de la seguridad de los diputados? ¿Cuál es la razón por la que ahora se me ordena alejarme de mi misión? - se preguntaba. No obstante, la orden había sido bastante clara, y tras pensarlo por unos segundos, se dirigió a su pelotón.

- ¡Soldados de la Guardia Francesa, tomen sus caballos! ¡Debemos dirigirnos al cuartel de Versalles de inmediato! - les ordenó.

- ¡Sí! - gritaron todos al unísono, y de inmediato, partieron hacia el palacio.

No tardarían mucho en llegar, estaban relativamente cerca. Quizás el único inconveniente era la lluvia, que los obligaba a ir más despacio de lo acostumbrado para evitar que los caballos se resbalen con el agua acumulada en el pavimento.

Y mientras cabalgaban, Alain se distrajo unos instantes y contempló a su comandante, quien lideraba la tropa.

No podía evitar admirarla; aquel valor que demostraba cada día y su carácter sereno a pesar de las circunstancias lo tenían completamente cautivado. No obstante, era consciente de que un tipo como él jamás tendría posibilidad alguna con una mujer como ella, y aunque la tuviera, apreciaba demasiado a André como para atreverse a intentar conquistarla; ser leal a sus amigos era uno de sus más grandes valores, y no estaba dispuesto a traicionar sus convicciones por ninguna mujer, así se tratara de la más bella y especial de toda Francia.

Unos minutos después, Oscar y su tropa ingresaron al Cuartel de Versalles por las puertas que se encontraban cerca de las oficinas del General Boullie. Al llegar al patio, se detuvieron, y la heredera de los Jarjayes bajó de su caballo.

- ¡Todos, espérenme aquí! - les ordenó a sus soldados.

Y en ese momento, Alain tuvo un mal presentimiento.

- ¡Comandante, aguarde! - le dijo, y Oscar dirigió su mirada hacia él. - Se supone que nosotros vigilaríamos la asamblea, ¿por qué nos han hecho venir aquí? - le preguntó.

- Aún no sé cual es la razón... - le respondió ella serenamente.

- Esto me da mala espina... - le dijo Alain.

Y tras mirarlo pensativa por unos segundos, la comandante de la Compañía B continuó su camino hacia el despacho de su superior. A ella también le parecía extraña aquella inesperada solicitud de abandonar el recinto donde se encontraban los diputados para dirigirse al cuartel que se encontraba dentro de los límites del Palacio de Versalles, pero no tenía otra alternativa.

Entonces Alain acercó su caballo al caballo de André, y tras ello, tocó su pie con su pie para llamar su atención.

- Oye, André... Mejor ve con ella y averigua qué está pasando. - le dijo, y tras escucharlo, el nieto de Marion dirigió la mirada hacia la dirección a la que se había dirigido la mujer que amaba. Como cualquier otro soldado, él estaba dispuesto a esperar a Oscar junto a sus compañeros tal como ella se los había ordenado, pero las palabras del líder del escuadrón lo preocuparon.

- Sí. - le respondió, y tras ello, se dirigió hacia el interior del cuartel.

- ¿Qué pasa? - le preguntó Oscar tras encontrarlo siguiéndola por los pasillos.

- Iré contigo. - le respondió André.

Ella no se opuso y continuó su camino seguida por él, pero al intentar de ingresar junto a ella al despacho del general, el Coronel La Baume lo detuvo bruscamente.

- Usted espere aquí. - le dijo, y Oscar miró al rostro del hombre que amaba sin entender la situación.

En otras ocasiones, ella había ingresado a ver al General Boullie con algunos de los miembros de su compañía, pero esta ocasión parecía ser particular.

- Vamos, Brigadier Jarjayes. Adelante. - le dijo La Baume, y ella ingresó con él.

Tras ello, el coronel cerró las puertas, dejando a André muy intrigado.

- "¿Por qué tanto hermetismo?... ¿Qué tiene que decirle el General Boullie a Oscar que no pueda escuchar un miembro de su propio regimiento?" - se preguntaba André. No obstante, no podía hacer otra cosa más que esperarla hasta que salga.

Mientras tanto, la hija de Regnier ya se encontraba frente a la máxima autoridad del Ejército Francés, un hombre que apreciaba mucho a su padre y también a ella, pero que era muy estricto cuando de proteger a la monarquía se refería.

- Buenas tardes, General Boullie. - le dijo Oscar.

El viejo general se encontraba sentado en un amplio sillón. A su derecha, se encontraban dos tenientes de su propio regimiento que acostumbraban resguardarlo, y a su izquierda, se encontraba el Coronel La Baume, el cual había estado a su lado y le servía de apoyo desde que algunos de los diputados decidieron conformar la Asamblea Nacional.

Y mientras la lluvia caía y el agua se acumulaba en el gran ventanal que se encontraba a espaldas del General, éste se dirigió a Oscar.

- La compañía B de la Guardia Francesa queda relegada de su tarea de vigilancia. - le informó, y Oscar abrió los ojos sorprendida.

- ¡Pero dígame por qué!... - reclamó ella, y es que en su interior, sabía que ningún otro regimiento en toda Francia podía estar más comprometido con los objetivos de la asamblea que el suyo.

- ¿Por qué? - replicó el general. - Usted arbitrariamente abrió las puertas del recinto desobedeciendo mis órdenes. - le dijo. - Debería arrestarla y llevarla a una corte marcial, pero la perdono y le cambiaré de asignación. - agregó estoicamente.

Oscar no se impresionó por sus palabras. No estaba arrepentida de sus acciones; sabía que había actuado de manera correcta al abrirle las puertas del recinto a los miembros de la Asamblea Nacional, y es que más allá de querer evitar que sigan humillándolos, lo que le dijo al Coronel La Baume era cierto; el pueblo empezaba a impacientarse por lo que ocurría y en cualquier momento podía desatarse una revuelta.

- No le tengo miedo a una corte marcial. - le respondió ella serenamente, aunque también dejándose llevar por su rebeldía.

Tras escucharla, el experimentado general prefirió mantener la calma, y aunque bien podría haber tomado a mal sus palabras, decidió no hacerlo.

- Su padre es un viejo amigo mío. Pretenderé que no escuché lo que dijo. - le comentó serenamente, y tras ello rio.

Entonces, tras una breve pausa, Oscar volvió a dirigirse a él.

- Si es todo lo que tiene que decirme, solicito retirarme. - le dijo. - Mis hombres me están esperando. - agregó, y tras ello se dirigió a la salida.

Se sentía decepcionada; se había tomado muy en serio su labor de proteger a los representantes de Francia. No obstante, su misión continuaba; ahora sus soldados tendrían que unirse a la otra parte de la Compañía B que vigilaba las calles de París bajo las órdenes del Coronel Dagout y de ella misma.

No obstante, cuando apenas había dado un paso hacia la salida, el General Boullie la detuvo.

- Aguarde, ahora tiene una nueva asignación. - le dijo a Oscar. - Escuche con cuidado...

Y tras una breve pausa, el general continuó.

- La compañía B de la Guardia Francesa deberá armarse y regresar a la asamblea, y entonces, desalojar a todos los miembros de la Asamblea Nacional. - le dijo, y Oscar lo miró sorprendida.

Tras ello, el general continuó.

- Use la fuerza contra aquellos que se resistan sin importar lo que digan. De ser necesario, están autorizados a abrir fuego y disparar a matar. - agregó.

Oscar no podía creer lo que acababa de escuchar. ¿Apuntar sus armas contra los delegados? ¿aquellos delegados en los que ella misma había puesto todas sus esperanzas y a los que había protegido sacrificando incluso su propio bienestar durante todo ese tiempo?

Y sin poder ocultar su inmensa indignación, la hija de Regnier se dirigió al general, llena de rabia.

- ¿Disparar a matar? - le preguntó incrédula. - ¡¿Cómo me pide eso, Su Excelencia?! ¡Ellos son los representantes del pueblo de Francia! ¿¡Acaso quiere que apunte mis armas contra ellos!? - exclamó Oscar.

- ¡Ellos no son más los representantes de Francia! ¡Sólo son rebeldes que han desafiado a Su Majestad! - le respondió el general tras ponerse de pie.

Entonces Oscar lo miró con impotencia. Definitivamente sus perspectivas eran totalmente opuestas.

- Brigadier Jarjayes, ¡equipe a sus hombres y diríjase al recinto de la asamblea de inmediato! - le ordenó el General Boullie.

- No lo haré. - le respondió Oscar con firmeza.

- Entonces no me deja alternativa. ¡Tendré que arrestarla por traición! - le dijo.

Y de inmediato, los dos tenientes que se encontraban a su lado y el Coronel La Baume apuntaron a Oscar con sus armas. Tras ello, el General Boullie caminó unos pasos y se detuvo frente a ella.

- Le haré llegar la orden a sus hombres directamente. - le dijo a Oscar.

Entonces, se dirigió a sus subordinados.

- No dejen que abandone este lugar hasta que les de instrucciones. - les dijo

- Sí. - le respondió La Baume.

Y tras ello, el General Boullie se dirigió a la salida, seguido por una parte de su regimiento que ya lo esperaba en la puerta de su despacho.

Intrigado, André lo observó partir. ¿Y Oscar? - se preguntó. No era lógico que él salga y ella permanezca en su despacho. No obstante, ni siquiera cruzaba por su mente lo que había ocurrido tan sólo unos minutos antes.

Entonces avanzó raudamente hacia las puertas del lugar donde la hija de Regnier se encontraba, y frente a ellas, se detuvo sintiéndose frustrado por no poder atravesarlas para estar a su lado. No obstante, tras permanecer ahí por algunos segundos, se apartó nuevamente del despacho y se apoyó sobre uno de los muros del pasillo donde se encontraba; sabía que no podía hacer nada más que esperar a que ella salga por sí misma y le comente qué era lo que había ocurrido para permanecer ahí más tiempo de lo esperado.

Mientras tanto, en el interior, Oscar se aproximaba a la ventana que daba hacia el patio.

- ¡No se mueva! - ordenó el Coronel La Baume. - ¡Aléjese de la ventana y mire hacia aquí! - exclamó.

Pero Oscar no se movió.

- No voy a resistirme... - le respondió serenamente. - Solo quiero ver por la ventana, Coronel La Baume. - indicó.

- Entonces levante las manos. - ordenó él, y Oscar obedeció.

- Bien... - le dijo.

Y tras ello, el subordinado del General Boullie le quitó su espada.

- Sólo quiero ver como reaccionan mis hombres a las órdenes del General Boullie. - susurró Oscar.

Y mientras decía esas palabras, observó a sus soldados. ¡Qué intenso camino habían recorrido juntos! - pensó. Y tras ello, recordó con algo de nostalgia sus primeros días en la Compañía B, aquellos días en los cuales aún no era aceptada por ellos por ser una mujer.

Había pasado casi un año de todo aquello y las cosas habían cambiado mucho. Con una gran tenacidad, Oscar se había ganado su respeto e incluso su admiración, y contra todo pronóstico, su regimiento se había vuelto muy unido, no sólo por la amistad y lealtad que existía entre sus soldados, sino también porque todos - incluida ella - soñaban y trabajaban por un mismo ideal.

Y mientras pensaba en ello, continuó contemplando hacia el exterior, mientras veía a una gran parte de su regimiento aguardar por ella bajo la lluvia sin siquiera imaginar la orden que estaban a punto de recibir por boca de la máxima autoridad del Ejército Francés.

...

Fin del capítulo