BIENVENIDOS A UNA NUEVA HISTORIA NARRADA MÁS, DEL MARAVILLOSO UNIVERSO LITERARIO DE LWA
¡ABRO TELÓN!
III
¡Pam, pam, pam, pam!
El estridente golpeteo de la puerta a punto de ser tumbada arremetió en forma de ecos por toda la casa, rebotando en cada esquina. La luz de la ampolleta en el techo parpadeó escasamente. Se podía escuchar la radio en un volumen intrigante que, de vez en cuando, lanzaba una señal de interferencia. Y en un desconcierto severo, el señor Rei Kagari despertaba de su ensoñación sobresaltado en el sofá del salón.
Los golpes en la puerta se repitieron con gran ímpetu, por lo que temió por su vida e inmediatamente empezó una oración religiosa, juntando sus manos encima del pecho. Rogó que no fuera malas noticias y que, si lo eran, no fueran para él, hasta arrastrar sus piernas temblorosas hacia la entrada principal de su casa. Allí se detuvo sintiendo que el corazón se le subía a la garganta, aplacándolo con un trago amargo, y se decidió a girar el manillar sudando en frío.
- Te dije que no fueras tan brusca.
Al escuchar la voz de su hija, se permitió volver a respirar. Atsuko se presentó enfrente suyo, deshaciendo el agarre que la oficial Cavendish sostenía en su brazo e ingresando a su hogar con un saludo mudo para después desaparecer rumbo a su habitación, subiendo las escaleras al segundo piso a zancadas. Rei la observó sin enterarse de nada, exigiéndole a Diana una explicación, la cual no tardó en aclararse.
- La tuve que acompañar a casa, no son horas de andar para una chica como ella – La oficial se quitó la gorra, desprovista de ánimo. Casi cansada de todos, de ella y de la vida.
Rei la invitó a pasar, tomando asiento en los sofás.
- Escuché todo por la radio. Me alegra que ustedes se encuentren ilesas ¿Akko te dio muchos problemas? Aunque no lo parezca es buena chica.
Diana acomodó su rifle a un lado para después girarse al señor Kagari y asentir, aunque su rostro no se mostraba muy contento por este hecho. Él supuso que algo grave había pasado en el intertanto, pero todavía se sentía demasiado temeroso para saber la verdad, por lo cual prefirió ignorarlo y marcharse a la cocina, en donde prepararía una rica taza de té, como las que siempre solía beber Diana. Siendo la cuota de agradecimiento por cuidar a su hija no importando la situación.
Al llegar nuevamente al salón, con ambas manos ocupadas, Rei le ofreció una cálida sonrisa, dejando tanto el té como un plato con galletas de mantequilla viejas sobre la mesilla de centro. Reflejando en el temblor de su cuerpo, la ansiedad que lo carcomía vivo.
- Agradezco mucho tu ayuda. Sé que mi hija es terca e insistente en meterse en asuntos que no la incumben realmente… Muchas veces duermo pensando en que no llegará a casa y el corazón me estalla dentro del pecho – Rei comenta, apretando su camiseta en el centro y arrugándola – Si algo así llegara a sucederle, le prometo que seré yo el siguiente… No… No quiero que nadie le haga daño. Ella es mi pequeña, si la pierdo por no ser lo suficientemente fuerte, voy a morir… moriré… Me merezco morir.
Conmovida por las lágrimas del pobre hombre, Diana se inclina y le palmea el hombro, suspirando en el proceso. Conoce al padre de Atsuko desde hace años, desde que era una niña pequeña, y siempre le pareció un buen hombre, pero endeble. Las cosas nunca le habían ido bien, marcado por la mala suerte, acaecido por las pérdidas. Siendo el único tesoro conservado: su adorada hija, la cual se obstinaba en poner su vida en riesgo únicamente para acabar con la de su padre.
A Diana se le escapó otro suspiro, luego de dejarse estar sobre el sofá.
- No importa lo que pase, señor, yo estaré allí para ella. Aunque sea un verdadero dolor en el trasero.
Rei imitó la sonrisa de la oficial y juntos se quedaron charlando cautelosamente mientras pasaba la noche. Al mismo tiempo en que Atsuko se encerraba en su habitación y desordenaba las sábanas de su cama, consumida en la cólera e impotencia. Pateó todo lo que se le cruzó y lo que no, lanzó sus almohadas al aire y luego se zambulló en su propia desorganización, apretando los puños y los dientes.
Sus lágrimas no tardaron en brotar y se esparcieron por todas sus mejillas, humedeciendo la tela del colchón. Había desconsuelo en su corazón. No podía controlar las ansias de explotar y desplomar todo a su paso. Anhelaba la destrucción de todo como un mal necesario para volver a reconstruirlo desde cero. Y a la vez, sentía miedo a que después de hacer desaparecer su alrededor, no pudiera volver a encontrarse con sus seres queridos.
Así que lloró con fuerzas, ocultando su desdicha con la boca hundida en su cama. Inocente, ingenua al buscar una solución que todavía su mente no alcanzaba a entender. Atrapada entre un mar de pensamientos que hacían sucumbir sus convicciones convirtiéndola en un títere de trapo. Indecisa de a quien seguir, de a quien confiar sus lamentables esperanzas de un futuro mejor, de una vida próspera y en calma. Hasta que por fin fue interrumpida por la realidad.
- ¿Qué te está pasando?
Diana Cavendish ingresó a su cuarto sin disimulo, pero murmurando a un nivel comprensible para así no perturbar el sueño del señor Kagari, durmiendo en el salón. Atsuko por su parte, se puso rápidamente de pie, a la defensiva.
- ¿Q-qué ha-haces aquí? – La voz le tiritó y se insultó internamente por eso, limpiando el rastro de sufrimiento en su rostro con el borde de la manga de su chaleco. Diana se permitió el acceso completo a su habitación, cerrando la puerta detrás de su espalda – ¡No te dije que entraras!
- Tranquila – La calmó, siseando – Tu padre duerme abajo, no lo despiertes innecesariamente.
- ¡Entraste a mi cuarto sin mi autorización!
- No voy a hacerte daño.
Con una tranquilidad solemne, la oficial Cavendish se tomó el tiempo de rodear la habitación antes de terminar de acercarse hasta la figura de Atsuko, altamente insegura ante la idea de si tocarla o no. Decantándose finalmente por esta última, al sentir su gélida mirada sobre ella, causándole escalofríos y un suspiro sobrecogido.
- A veces me encantaría poder abrazarte – Acabó declarando, desprovista de escrúpulos. Atsuko retrocedió ante la mención, protegiendo su cuerpo detrás de sus brazos.
- Jamás te lo permitiría.
- Insisto en que no quiero hacerte daño. Nunca lo he querido, ni lo pretendo ahora. No soy tu enemigo, por más uniformes que vista o cargos que ocupe, mi única prioridad siempre será garantizar tu bienestar… Sé que no eres capaz de verlo, porque te has enceguecido a través de ideas erróneas respecto a la libertad, pero permíteme hacerte saber que tienes una persona en quien confiar para toda la vida justo delante de ti, Akko.
- No actúes como si no te conociera. Diana, puedo ver tus verdaderas intenciones y no estoy dispuesta a caer en ellas.
Como siempre, cualquier falta de ortografía: ¡UN HECHICERO LO HIZO!
¡CIERRO TELÓN!
