Deseos de Navidad.

El Aeropuerto Internacional de Fráncfort del Meno, en Alemania, estaba abarrotado hasta la última de sus salas; era la tarde del 23 de diciembre y muchas personas deseaban llegar a tiempo a sus destinos para pasar la Navidad con quien quiera que los estuviese esperando. Algunas de ellas, la más afortunadas, todavía consiguieron abordar sus vuelos, pero cuando el flujo de gente estaba en su apogeo, la tormenta invernal que había comenzado desde temprano se dejó venir con toda su fuerza, lo que obligó a las autoridades a cancelar las salidas y dejar a miles de pasajeros varados en el aeropuerto.

Uno de estos miles de pasajeros era Genzo Wakabayashi, el portero estrella del Bayern Múnich, quien decidió tomarse las cosas con filosofía. No era del tipo de personas que se desviviera por celebrar la Navidad, así que le daba lo mismo festejarla en el sitio al que iba que hacerlo en el aeropuerto. Cierto era que todavía faltaba un día para las celebraciones, lo que daba la oportunidad de que el aeropuerto reabriera y pudiera tomar su avión, pero la tormenta azotaba con tal fuerza la terminal aérea que él dudaba que fuese a calmarse pronto. Sin embargo, en el área VIP en la que se encontraba mal apenas llegaban los sonidos de la tempestad o de las salas generales, apagados por la suave música y los paneles de madera. Cabe señalar que, aunque por lo general la sala VIP no solía estar llena, en ese momento estaba saturada por los pasajeros varados, tan era así que había dos o tres personas compartiendo una misma mesa, aunque él había tenido la suerte de que en la suya no se hubiera sentado nadie todavía.

Aprovechando que la mayoría de sus acompañantes estaban demasiado fastidiados como para gritar, Genzo llamó a Gino Hernández, la persona con la que iba a reunirse en México, un país en el que no había puesto nunca un pie y del que no conocía más que a algunos de sus equipos de fútbol, incluyendo su Selección Nacional. Mientras esperaba a que Hernández respondiera, Wakabayashi se volvió a preguntar cómo fue que aceptó viajar a una tierra tan lejana y exótica; cierto era que sus planes navideños se habían visto frustrados de último minuto, pero ésa no era justificación para que acabara metiéndose en otros que no eran los suyos.

Ciao! –saludó Gino–. ¿Qué hay, Wakabayashi? Espero que ya hayas abordado el avión y me estés hablando para avisarme de tu hora de llegada.

– Me gustaría decírtelo, pero no, es todo lo contrario –respondió Genzo–. Llamo para decirte que estamos en medio de una terrible tempestad y por consiguiente todos los vuelos han sido cancelados. No tengo idea de cuánto tiempo voy a estar varado aquí, pero no creo que vaya a salir pronto.

– Oh, eso suena bastante grave –señaló Gino, serio–. Espero que la tormenta no se prolongue hasta pasado el día de Navidad.

– Yo también lo espero, no tengo ganas de permanecer aquí tanto tiempo –replicó Wakabayashi–. Aunque, si llegara a ser así, cancelaré mi vuelo y buscaré la forma de regresar a Múnich.

– Hmm, en las noticias dicen que esperan que se calme en algunas horas –añadió Hernández–. Quizás alcances a llegar, todavía tienes tiempo.

– Oye, ¿te pusiste a buscar en las noticias para ver si estaba diciendo la verdad? –cuestionó Genzo, con un gruñido.

– Sólo quería comprobar que no me estabas poniendo un pretexto –se rio Gino, quien tuvo la decencia de avergonzarse.

– Oye, yo no controlo el clima –protestó Wakabayashi–. No fui yo quien mandó a cerrar el aeropuerto.

– Sí, lo sé –replicó Hernández, –pero si de verdad controlaras el clima, seguro que mantendrías esta tormenta para no tener que venir.

Genzo volvió a gruñir a causa del mal chiste. Apenas cuarenta y ocho horas antes, él estaba invitado a la fiesta de Navidad que daría el padre de Elieth Shanks, una amiga de sus amigas de la infancia, en su residencia en Múnich, pero Elieth le había hablado para informarle que la fiesta se había cancelado pues un amigo de su familia había enfermado de gravedad y tanto ella como sus padres y hermanos viajarían para estar a su lado. Wakabayashi deseó que ese amigo se recuperara y le aseguró a Elieth que no habría problema, que entendía la situación y que no le molestaría quedarse en su departamento a descansar; sin embargo, no había pasado ni media hora cuando le llamó Gino Hernández para invitarlo a la fiesta de inauguración de su nuevo hotel, perteneciente a la famosa cadena D'Angelis, que tendría lugar el 24 de diciembre en la Ciudad de México. Hernández le comentó que originalmente su invitada de honor era su novia Erika, pero dado que ella también era una Shanks y que viajaría para ver a su amigo enfermo, se quedó ese puesto vacante y el italiano quería saber si Genzo estaba dispuesto a cubrirlo.

Wakabayashi de inicio se negó, consideraba contraproducente que Gino quisiera suplir a su novia con un amigo y rival, pero Hernández le dijo que tener a otro famoso deportista le daría buena publicidad, mucho más que la que podría darle Erika, tras lo cual le recordó que le debía varios favores que no le había pagado todavía. Para bien (o para mal), Genzo era hombre de palabra y sabía que no tenía motivos para seguirse negando, así que por eso ahora se encontraba atrapado en el aeropuerto de Frankfurt, lamentando su suerte.

– Sigo sin entender por qué me invitaste a mí, podrías llevar a Schneider –señaló Genzo–. Él también se quedó sin compromiso, estaba invitado a la cena de los Shanks.

– Sí, pero sabía que Schneider se iría con sus padres, mientras que tú estás más solo que un presidente en un golpe de estado –se burló Gino–. Estaba seguro de que no viajarías a Japón a ver a tu familia y que por consiguiente estarías disponible, además de que todos sabemos que eres un Grinch al que le da lo mismo comer pavo que pollo Kentucky en Navidad.

– Hmm –gruñó Genzo–. Todavía puedo cancelar mi viaje, te informo.

– Sólo bromeaba, relájate –rio Gino–, aunque eso de que eres un Grinch no es totalmente falso. Avisa cuando reinicien las salidas, por favor, para saber a qué hora llegarás a México.

– Lo haré –aceptó Wakabayashi, a regañadientes.

Una de las cosas que tenía a su favor era que el suyo era un vuelo sin escalas, de manera que no correría el riesgo de perder tiempo en un transbordo ni tampoco le preocupaba que no alcanzara a tomar la conexión. Mientras el vuelo saliera en las próximas horas, tendría tiempo suficiente para llegar a la inauguración.

– No soy un Grinch –comentó Genzo, por lo bajo–. Que no esté acostumbrado a celebrar la Navidad no es sinónimo de que la odie.

Lo que sí odiaba, sin embargo, era el ajetreo que había a causa de las fiestas. No entendía esa necesidad de la gente de enloquecer gastando dinero en cosas carísimas para regalar, o la gana de abarrotar una terminal de transporte para ir a celebrar una festividad de la que ya nadie sabía realmente a qué se debía. No era de su interés ponerse filosófico, pero a Genzo le parecía que el contexto original de la Navidad se había diluido entre tanto consumismo obsesivo. Al menos, era cierto lo que decía Gino de que le daba lo mismo comer pavo que bacalao o pollo Kentucky en Navidad, así como también le daba igual si lo festejaba en su departamento o en las Bahamas. Lo que verdaderamente lo ponía de mal humor era tener que perder el tiempo esperando en un aeropuerto, acompañado de gente obsesiva, frustrada y cansada.

Para no amargarse (más) la espera, Genzo se puso a ver una serie alemana de viajes en el tiempo que le había recomendado Karl Heinz Schneider, su capitán en el Bayern Múnich y uno de sus mejores amigos. Lo que Gino no sabía era que Schneider había invitado a Genzo a pasar la Navidad con su familia, pero para entonces Wakabayashi ya se había comprometido con Hernández y tuvo que dejarlo pasar. Si Karl se lo hubiese preguntado primero, Genzo habría tenido un buen pretexto para negarse a lo que Gino le pedía, lo que habría sido mejor pues prefería celebrar en Múnich en una casa conocida que en un país extranjero que desconocía.

En ese momento, algo se movió frente a los ojos de Wakabayashi, lo que lo hizo despegar la vista de la pantalla y ponerle atención a lo que tenía delante. Una persona, cubierta de pies a cabeza por varias capas de ropa (abrigo grueso, bufanda gruesa, gorro grueso, guantes gruesos), estaba moviendo una de sus manos delante de Genzo para llamar su atención. Wakabayashi se quitó los audífonos, mientras se daba cuenta de que lo único que resultaba claramente visible de la persona que le hablaba, entre tantas capas de ropa, eran sus ojos color chocolate.

– Disculpa, ¿te molesto si me siento? –preguntó la persona, cuya voz salió distorsionada a través de la bufanda que le cubría la cara–. Éste es el único lugar que hay disponible.

– Adelante. –Genzo hizo un gesto con la mano y volvió a enfocar la atención en la pantalla de su teléfono.

– Gracias –contestó ella y se dejó caer en el asiento libre.

Al poco tiempo se acercó una mesera y preguntó si deseaban algo; la recién llegada pidió un chocolate caliente y Wakabayashi sólo quiso una botella de agua. Con el rabillo del ojo, él se dio cuenta de que la persona estaba quitándose las capas de ropa y guardándolas con cuidado en su maleta de viaje. Para cuando la camarera retornó con los pedidos, la recién llegada había acabado de arreglarse.

– Tenga cuidado, está caliente –advirtió la mesera, mientras dejaba la taza delante de ella.

– Oh, está bien, me calentará un poco –dijo la joven–. El frío está terrible afuera, no me sorprende que todo se haya cancelado.

– Dicen que empeorará antes de mejorar –señaló la camarera.

– Espero que no –replicó la otra, mientras la empleada servía el agua de Genzo en un vaso sorprendentemente limpio.

Cuando la camarera se retiró otra vez, la recién llegada le dio un sorbo a su chocolate y emitió un suspiro de satisfacción, tras lo cual soltó algunas palabras en un idioma que parecía ser español, lo que hizo que Genzo levantara la mirada para ponerle atención. No entendía ese dialecto, pero lo reconoció pues en el Bayern Múnich tenía compañeros españoles que soltaban palabras en su lengua natal de vez en cuando, aunque el acento era muy distinto al de la chica.

– Perdón, no quería molestar –se excusó ella y se ruborizó cuando vio que él la miraba–. Es sólo que es agradable tomar algo caliente cuando se ha estado expuesto al frío, las salas generales no son tan cálidas como aquí.

– No hay problema –aseguró Genzo y sonrió a medias–. ¿Nunca has estado en una sala de primera clase?

– No, es mi primera vez –respondió la joven–. Y estoy aquí porque una amiga me consiguió este asiento, una cancelación de última hora, sino estaría allá abajo batallando con el frío.

– Ya veo –asintió Wakabayashi, analizándola a detalle–. Pues bienvenida y disfrútalo tanto como puedas, aunque creo que estas salas están sobrevaloradas.

La chica se había quitado el abrigo grueso, los guantes gruesos y el gorro grueso, y se había quedado con un suéter y la bufanda, dejando al descubierto un rostro de facciones finas, abundante cabellera castaño oscuro y esos ojos color chocolate que mostraban una opaca tristeza en el fondo. El rubor de la vergüenza incrementaba el atractivo de la chica y Genzo no pudo evitar sonreírle más abiertamente. Sí, ella era muy linda, aunque le hubiera gustado saber por qué su mirada lucía tan triste.

– Gracias. –La muchacha le sonrió a su vez–. Ya lo veré, aunque hasta el momento pienso que sí es un mejor lugar que una sala general.

Ella volvió a tomar de su taza, permitiéndole a Genzo el volver a enfocarse en la serie que estaba viendo. Sin embargo, no pasó mucho tiempo antes de que la joven carraspeara antes de volver a hablarle.

– Disculpa que te moleste otra vez, pero quiero hacerte una pregunta tonta –dijo ella, muy educada–. Tú eres Genzo Wakabayashi, ¿verdad?

– Sí, lo soy –asintió Genzo, un poco sorprendido–. No esperaba que alguien me reconociera.

– No es tan difícil, realmente. –Ella le sonrió–. Perdona, seguro que mucha gente te ha de preguntar lo mismo, es sólo que no es común que me tope con gente famosa y mucho menos en un aeropuerto.

– No hay problema, estoy acostumbrado –aseguró él–. Además, siempre es agradable que la gente te reconozca, al menos para mí lo es.

– Desde mi punto de vista, es una muestra de que hay personas que creen que se está haciendo un buen trabajo –añadió la joven–. Que se es lo suficientemente extraordinario como para destacarse entre la multitud.

– Gracias, señorita. –Genzo se sintió halagado por el comentario –. Me gustaría saber tu nombre.

– Me llamo Lily, mucho gusto –contestó la joven–. Perdona que no te ofrezca la mano, desde lo del COVID me acostumbré a no hacerlo y se me quedó esa manía, sobre todo porque debo de tener el doble de cuidado en el sitio en donde trabajo.

– Me parece que es una medida que nunca estará de sobra –aceptó él–. ¿En dónde trabajas?

– En el Hospital Universitario de Múnich –aclaró Lily–. Estoy haciendo mis prácticas médicas ahí.

– Ah, ¿así que eres médico? –preguntó Wakabayashi, sin importarle que la serie continuara reproduciéndose y él se la estuviera perdiendo.

Esto los llevó a mantener una breve charla sobre datos de vida estándar que se le daría a un extraño al que se conoce en una terminal aérea mientras se espera a que salga un vuelo. Mientras más la veía, más curiosidad le daba a Genzo preguntarle de dónde era, pues su acento le resultaba extraño y no conseguía identificarlo, pero no encontró oportunidad para intercalar una pregunta al respecto, hasta que apareció una empleada a interrogar a cada uno de los presentes de la sala VIP hacia dónde se dirigían.

– Viajo a la Ciudad de México –respondió Wakabayashi y mostró su pase de abordar.

– Muy bien, muchas gracias. –Tras una rápida verificación, la empleada se dirigió después a Lily–. ¿Y usted?

– También voy a la Ciudad de México –explicó ella.

– ¡Oh! ¿Viajan juntos? –preguntó la mujer.

– No, para nada –aclaró Lily–. De hecho, me acabo de enterar de que vamos a tomar el mismo vuelo.

– También yo –sonrió Genzo.

– Bueno, pues las cosas nunca pasan por casualidad –sentenció la empleada, con un gesto risueño–. Les avisaremos en cuanto las salidas se reanuden, sólo les pedimos que tengan paciencia, por favor.

– No se preocupe, se entiende que ustedes no pueden hacer mucho con este clima –señaló Lily, aunque su voz sonó tensa.

Cuando la mujer los dejó solos para pasar a interrogar a las personas que estaban sentadas en la mesa de al lado, Genzo decidió indagar un poco más sobre el destino de su compañera.

– Así que, ¿también vas para la Ciudad de México? –cuestionó él.

– Sí, para allá voy –asintió Lily–. Regreso a casa para Navidad.

– ¿Eres de ahí? –quiso saber Genzo.

– Sí, así es –respondió ella–. ¿Puedo preguntar a qué vas tú a la Ciudad de México?

– A la inauguración de un hotel –explicó Genzo–. De la cadena D'Angelis, soy invitado del dueño.

– Oh, ya sé cuál, supe que se inaugurará uno en Polanco –acordó Lily–. ¿Celebrarás la Navidad allá entonces? Pensé que los futbolistas pasaban estas fechas con sus familias.

– Para mí la Navidad no es tan importante. –Genzo se encogió de hombros–. Y para mi familia tampoco, así que me da lo mismo en dónde la celebre.

– Oh, ya veo. –Ella pareció decepcionarse un poco.

– Además, le debo muchos favores al dueño, así que no pude negarme –se apresuró a añadir él.

– Supongo que tampoco tienes una novia que quiera que festejes con ella o no estarías aquí –comentó Lily, en un tono que pretendía ser amigable.

– No –negó Genzo–. Estoy soltero y sin compromiso… más que el que tengo ahora con ese amigo.

Lily se rio de su chiste y su gesto sincero aumentó su atractivo, lo que hizo que él tuviera el pensamiento fugaz de que tal vez no sería mala idea el darse una vuelta por el Hospital Universitario de Múnich alguna vez. En ese momento, sonó el teléfono de Genzo y éste, al darse cuenta de que era Gino, se disculpó para tomar la llamada y se apresuró a salir de la sala VIP para encontrar un sitio privado para hablar. Hernández le preguntó cómo estaban las cosas por allá y Wakabayashi le dijo que no había ningún cambio, que estaba incluso preparándose para pasar la noche ahí. Gino entonces le aconsejó que, si la espera se hacía demasiado larga, optara por cancelar el viaje.

– No es obligación, entiendo que ésta es una causa de fuerza mayor –aseguró Hernández–. No me molestaré si no puedes venir a causa del mal tiempo… a menos que de verdad puedas controlar el clima y estés haciendo esto a propósito.

– ¡Cómo fastidias con eso! –protestó Genzo, mientras Gino se reía a carcajadas–. Es pronto para decidir algo, todavía alcanzo a llegar a tiempo si la tormenta se calma en las próximas horas.

– Vaya, pensé que no te entusiasmaba el asunto –comentó Hernández, asombrado–. ¿Te llamó Riki para amenazarte?

– No, aunque lo dudes –contestó Wakabayashi, quien más que pensar en las amenazas de Erika, estaba pensando en Lily y en el hecho de que ella sí tomaría ese vuelo–. Te mantendré informado.

Mientras hablaba, Genzo tuvo que ahuyentar con la mano a un grupo de personas vestidas de duendes que vendían galletas navideñas, así como a un par de señoras que pretendían darle propaganda sobre el "auténtico significado de la Navidad". El barullo que se formó a su alrededor fue tal que a duras penas alcanzó a escuchar a Gino, lo que lo puso de mal humor.

"La gente pierde la cabeza por estas fiestas", pensó. "Y estoy seguro que ni la mitad sabe realmente cuál es el 'verdadero significado de la Navidad', si es que acaso tiene alguno".

Cuando regresó a la sala VIP, con los duendecillos de las galletas revoloteando a su alrededor, Genzo ya estaba fastidiado de tanta alharaca navideña. En la sala VIP, a pesar de que había algunas televisiones encendidas, los altavoces reproducían música navideña, canciones de género pop que se sucedían una tras otra, lo cual resultaba cansado después de un rato. Sin embargo, cuando regresó a la mesa, vio que Lily movía la cabeza y cantaba All I want for Christmas is you, de Mariah Carey, con una emoción que resultaba casi infantil, lo que lo hizo arquear las cejas, en parte porque le pareció un tanto ridículo y en su gran mayoría porque le resultó irresistiblemente atractivo. Ella debió notar su mirada intensa, pues levantó la cabeza y al ver que Wakabayashi la miraba, se calló abruptamente y volvió a ponerse colorada.

– No te escuché llegar –se apresuró a decir Lily, avergonzada.

– Con este escándalo, no me sorprende –repuso él, al tiempo en el que se sentaba.

– ¿Todo bien? –preguntó ella, nerviosa, aunque después se corrigió–: Disculpa, no es asunto mío.

– No pasa nada –aseguró Genzo, aunque no estuviese tan seguro–. Todo está bien, dentro de lo que cabe, excepto porque este clima navideño está volviéndome loco.

– ¿Te refieres a la tormenta? –inquirió Lily.

– No, a este bullicio navideño –replicó Wakabayashi, haciendo una seña con el brazo para abarcar la sala–. ¿No te parece excesivo?

– Pues la Navidad siempre es excesiva, pero creo que eso forma parte de su encanto –lo contradijo Lily–. Tanta alharaca y color es lo que le da calidez a una época del año que suele ser deprimente debido al clima.

– A menos que estés en el hemisferio sur –insistió Genzo–. Allá no puedes echarle la culpa al clima para justificar esta estupidez navideña.

– Sí, supongo que sí. –Lily decidió no insistir y se limitó a mirar su taza como si ahí se encontrase la verdad del universo.

Su expresión volvió a entristecerse y Wakabayashi se maldijo por haber sonado tan rudo; sin duda que la había ofendido, pero no se le ocurría qué decir para disculparse, principalmente porque de verdad que el ambiente navideño estaba volviéndolo loco, así que se quedó callado. Lily, a su vez, parecía haber perdido las ganas de hablar y se tomó su taza de chocolate a sorbitos; Genzo intentó volver a ver la serie alemana pero había perdido la concentración debido a la irritación que sentía en esos momentos. Su conciencia le decía que quizás debía disculparse, pero su parte gruñona le decía que no tenía por qué hacerlo, puesto que no había dicho algo malo. Al final, pasaron tantos minutos en los que ninguno de los dos habló que él prefirió no hacer nada. Además, el escándalo parecía crecer a cada instante y eso empeoró su mal ánimo, y las cosas no mejoraron cuando se propagó el anuncio de que la tormenta empeoraría en las próximas horas, lo que retrasaría aún más los vuelos. Esto, además, hacía que fuese imposible para cualquiera salir del aeropuerto incluso a través de la vía terrestre, lo que los obligaba a todos a permanecer encerrados en ese espacio. Gracias a todos estos factores, cuando se acercó la camarera con una bandejita en las manos, Wakabayashi ya había perdido la poca paciencia que le quedaba.

– De verdad que lamentamos que esta espera se esté prolongando tanto en vísperas de Navidad –comentó la mujer, al tiempo en que les ofrecía la bandeja–. De alguna manera queremos hacerles más placentera su estancia y por eso les estamos obsequiando una galleta navideña para invitarlos a que formulen un deseo especial que tengan para esta Navidad.

Ella ya había hecho lo mismo con otros comensales, lo cual había funcionado bastante bien pues las personas que recibían las galletas parecían sentirse mejor tras expresar qué querían para Navidad y comer la deliciosa repostería de la temporada. Sin embargo, para el humor actual de Genzo fue la gota que colmó el vaso y lo hizo explotar de una mala manera. Desde su sitio había alcanzado a escuchar los superficiales deseos que quería la mayoría, cosas como "ganarme la lotería", "ser famoso" o "tener un buen auto" que definitivamente nada tenían que ver con la Navidad pero sí que hablaba de la superficialidad de las personas.

– ¡Por favor, qué tontería es ésta! –exclamó, enojado–. ¡Como si una simple galleta fuera a solucionarlo todo!

– Sólo están tratando de animarnos un poco –replicó Lily, con un tono que vagaba entre la tristeza y la decepción.

– ¿Y cómo? ¿Haciendo que todos escuchemos sus estúpidos deseos de Navidad? –insistió Genzo, sin pensar bien en lo que decía–. ¿De qué forma nos vamos a animar al escuchar que la mayoría de las personas sólo desean bienes materiales? ¡Pero ya que estamos en esto, mi deseo es que paren con esta estupidez navideña!

Lily, quien sí había recibido su galleta con buen gusto, lo contempló con una expresión extraña, mientras que la camarera se disculpaba por haberlo molestado y se retiraba a la siguiente mesa. Algunos de los otros viajeros que esperaban se giraron para verlo y Wakabayashi tardíamente cayó en la cuenta de que se había extralimitado. En cualquier otra circunstancia no le habría importado tanto, pero ver la decepción en los ojos de Lily lo hizo sentirse avergonzado.

– Voy al sanitario –dijo el joven y se puso en pie, tras lo cual se marchó tan rápido como pudo, esquivando maletas y piernas en el proceso.

Una vez en el baño, Genzo se fue directamente a los lavabos a lavarse las manos sólo por hacer algo, ya que había ido ahí con la única intención de fugarse. "¿Qué rayos te pasa?", se preguntó, mientras frotaba sus manos con más fuerza de la necesaria. "El que estés atrapado no te da derecho a comportarte como idiota, todos están pasando por lo mismo. ¿No viste la forma en cómo te miró ella?".

– Por supuesto que me di cuenta –masculló Genzo entre dientes–. Por eso es que estoy aquí.

Me miró como si no creyese posible que pudiera haber alguien tan digno de compasión…

Detrás de él los hombres entraban y salían sin prestarle más atención de la necesaria, quizás porque estaban demasiado fastidiados como para notar quién era Genzo; todos y cada uno tenían la misma cara de hastío y desesperanza, como si se hubiesen resignado a vivir en ese aeropuerto por el resto de sus días. Curiosamente, esto tuvo un efecto balsámico en él y se calmó lo suficiente como para considerar que podía salir sin montar otro escándalo, aunque estaba seguro de que no sería capaz de mirar a Lily a la cara.

Junto al sanitario de hombres se encontraba la zona en donde los meseros registraban los pedidos en el sistema y ahí Wakabayashi vio a la camarera de las galletas hablando por teléfono con alguien que parecía ser algún familiar. La mujer decía que no estaba segura de poder irse a casa al terminar su turno porque el aeropuerto estaba cerrado por tierra también, así que le habían pedido que se quedara y había aceptado pues eso le permitiría ganar dinero extra que le serviría para pagar sus cuentas. Se le veía agotada y triste, a pesar de lo cual había intentado mantener una expresión alegre al atender a sus clientes y a Genzo lo volvió a invadir una oleada de vergüenza. Él no era quien lo estaba pasando peor ahí y sin embargo se había comportado como un verdadero imbécil. Como un niño malcriado, por decir lo menos. Y quizás era ésta la razón por la cual Lily lo había mirado con tanta decepción y compasión.

La mesera terminó su llamada y, antes de pensar bien en lo que hacía, Genzo se le acercó con cierta timidez rara en él y carraspeó para hacerse notar. La mujer de inmediato cambió su actitud para atenderlo, aunque al notar de quién se trataba, se tensó de manera casi imperceptible. Sin embargo, el comportamiento de Genzo había cambiado sobremanera.

– ¿Qué desea? –preguntó ella–. ¿Quiere otra bebida caliente?

– No, estoy bien, gracias –negó Genzo y continuó–: Sólo quiero disculparme por mi comportamiento de hace rato. Yo… eh, no tolero bien este tipo de situaciones y no estoy acostumbrado a celebrar la Navidad así que di por hecho que eso me daba derecho a comportarme como un idiota sin educación y no es así. Lamento de verdad el mal momento que la hice pasar.

– ¡Oh! –La camarera se sorprendió ante esta inesperada muestra de humildad–. No se preocupe, entiendo que esto es difícil para todos pero más para los que tienen que viajar. No pasa nada, yo no debí haberlo forzado a celebrar algo que por lo regular no festeja.

– Bueno, usted sólo trataba de hacernos sentir mejor –rebatió Genzo–, no tenía manera de saber que no festejo la Navidad. De verdad, espero que acepte mis disculpas.

– No hay problema, en serio. –La empleada sonrió de manera genuina–. Todo queda olvidado.

– Gracias –asintió Genzo y añadió un chiste–: Espero que esto evite que escupa en mi próximo café.

– Ya lo veremos –respondió ella y ambos rieron.

En ese momento, otro comensal le hizo una señal a la mujer y ella se disculpó para ir a atenderlo. En cuanto se hubo ido, Wakabayashi sacó un billete de doscientos euros de su cartera y lo introdujo en la carcasa del celular de la mujer; sin duda que eso no borraba su mal comportamiento, pero esperaba que pudiera ayudarla a pagar sus cuentas. Tras esto, el portero regresó a su mesa sintiéndose mejor e iba decidido a disculparse con Lily también. Empero, para su enorme sorpresa la mesa estaba vacía, sólo quedaban la taza de chocolate vacía y las dos galletas navideñas intactas, junto a un billete. Genzo no tuvo que pensarlo mucho para concluir que Lily había preferido marcharse a esperar a otro sitio en vez de seguir soportándolo y eso lo hizo sentir miserable. Él giró la cabeza de un lado a otro para ver si la encontraba, pero no la halló en ninguna de las otras mesas. Como quedaba más que establecido que Lily no podía haberse ido del aeropuerto y que tampoco había ido al baño, pues sus cosas habían desaparecido también, Wakabayashi llegó a la conclusión de que ella se había ido a una de las salas generales. No lo pensó dos veces y se atrevió ir a buscarla, a pesar de que no tenía una razón real para hacerlo.

"Y estoy yendo a buscar a una desconocida en un aeropuerto abarrotado, con una tormenta invernal azotando sin piedad afuera, sólo porque no me gustó la manera en cómo me miró", se burló Genzo de sí mismo mientras abandonaba la sala VIP y bajaba las escaleras eléctricas. "Debo de haber perdido la cabeza".

Pero lo cierto era que ahí andaba dando vueltas sin saber hacia dónde dirigirse. Por todos lados había personas que intentaban pasar la noche lo mejor que podían, recargados contra los asientos o literalmente recostados en el suelo. Otros más buscaban perder el tiempo contándose anécdotas o jugando a las cartas, e incluso había quienes trataban de organizar apuestas clandestinas. Resultaba curiosa esa mezcla de personas que se aglomeraban en el aeropuerto, tan distintas entre sí pero unidas por el mismo destino irremediable.

Después de mucho buscarla, Genzo encontró a Lily junto al árbol de Navidad gigante que había en el centro del aeropuerto; ella contemplaba las luces fijamente, casi como hipnotizada, y él llegó a pensar que estaba rezando, aunque no tardó en darse cuenta de que en realidad estaba llorando. Las lágrimas escurrían de sus ojos sin que la joven se molestara en detenerlas o secárselas y Genzo se sintió terriblemente mal, se había comportado como un idiota y la había hecho llorar.

– Al fin te encuentro –le dijo Genzo, con una curiosa familiaridad que les resultó natural a los dos, a pesar de todo–. Te fuiste sin despedirte y yo… Escucha, sé que actué mal y lo siento, fui muy estúpido e inmaduro.

Lily se giró a verlo como si apenas se hubiese percatado de su presencia (y tal vez así era) y se apresuró a limpiarse las lágrimas, aunque sin mucho éxito, tras lo cual trató de sonreírle.

– ¿De qué hablas? –preguntó al fin, sin acabar de comprender del todo.

– De que te ridiculicé allá arriba por querer estar a tono con la temporada –explicó Wakabayashi–. Y también porque me he estado comportando como idiota con todo este asunto de las fiestas navideñas. Creo que te hice llorar y lo siento.

– ¡Oh! –exclamó Lily y soltó una risita, que no tardó en transformarse en lágrimas–. No tienes nada que ver con que esté llorando y no me has ridiculizado, o al menos yo no lo he sentido así.

– ¿Entonces qué es lo que te sucede? –Él comenzó a sentir que estaba haciendo el ridículo–. Pensé que yo era el responsable.

– No, no lo eres –aseguró Lily, pero antes de que pudiera continuar, se soltó a llorar abiertamente.

La doctora enterró la cara entre las manos y le dio rienda suelta al llanto, lo que hizo que en Genzo se despertara un sentimiento de compasión pocas veces experimentado por él. Quería confortar a Lily, pedirle que confiara en él y ayudarla a resolver lo que fuera que estuviese haciéndola llorar, pocas veces se había sentido tan impotente como en ese momento. Sin saber qué otra cosa hacer, Wakabayashi se acercó y le acarició la cabeza con suavidad, dado que no se atrevió a abrazarla puesto que la había conocido hacía apenas unas horas. Empero, esto ayudó a Lily a tranquilizarse, después de un ratito sus sollozos se controlaron y se alejó de él para limpiarse los ojos y la nariz con un pañuelo.

– Lo siento muchísimo –se disculpó ella–. A ti no te interesan mis problemas personales y he de haberte incomodado mucho.

– Nada de eso –aseguró él–. ¿Qué es lo que te ha puesto así?

– No sé ni siquiera por qué he perdido el control tan de repente –hipeó Lily–. Apenas me conoces, no te afectan mis problemas.

– Sí, es cierto, somos un par de desconocidos varados en un aeropuerto, pero puedes contarme lo que te pasa, seguro que te hará bien decírmelo –insistió Genzo–. Considéralo como una compensación por lo idiota que me puse con lo de las galletas de Navidad.

Lily soltó una risita, hipeó un par de veces más y después soltó un suspiro prolongado antes de limpiarse los últimos restos de lágrimas y animarse a hablar.

– Mi padre está muy enfermo –confesó ella, en voz muy baja y sin mirarlo a los ojos–. Más que eso: está agonizando. Le quedan pocas horas de vida y no sé si llegaré a tiempo para despedirme de él. Me sentí muy aliviada cuando mi mejor amiga me pudo conseguir el último asiento disponible para este vuelo a la Ciudad de México, pero de nada me va a servir ahora que han cerrado el aeropuerto. Estoy atrapada aquí, sin posibilidad de moverme y tengo un temor terrible de que en cualquier momento me llamen para decirme que ya es demasiado tarde.

– Lo siento mucho –masculló Genzo en voz baja–. Eso es… muy malo, mucho peor de lo que pensé…

Ahora se sentía más estúpido, porque mientras él estaba preocupado por su propio bienestar, había personas que la estaban pasando mucho peor, como la mesera de la sala VIP o Lily, quien estaba en una carrera contrarreloj contra la propia Muerte. ¿Cómo podía ser tan idiota e inmaduro, tan cerrado y concentrado en sus propios privilegios?

– Sí, lo es, pero, ¿qué puedo hacer? –Ella miró con anhelo el enorme árbol de Navidad–. No me queda más que esperar por un milagro. Si de verdad se me pudiera conceder un deseo hoy, sería que dejara de nevar.

"Ojalá que de verdad tuviese el poder de controlar el clima", pensó Wakabayashi, recordando la plática que había mantenido con Hernández mientras Lily luchaba para no soltarse a llorar de nuevo. "Ojalá tuviera el poder de hacer que esta tormenta se detuviera. Si pudiera cambiar mi deseo, en vez de querer que todos dejen de lado sus tonterías navideñas, pediría que ella pudiese llegar a tiempo a ver a su padre…".

Al formular el deseo, Genzo miró el árbol de Navidad, que brillaba ajeno a todos los pensamientos de las muchas personas que se habían quedado atrapadas junto con él. A esas horas de la noche, con la quietud apoderándose del recinto, las luces de ese árbol era lo único que infundía esperanza.

– Ten fe –contestó Genzo, con esa confianza amigable que solía demostrar de vez en cuando–. Confía en que los milagros pueden suceder. ¿No dicen que para eso es la Navidad?

– Sí, pero hoy no es Navidad y, a juzgar por lo que has dicho en el tiempo en el que he estado contigo, no crees en esas cosas –replicó Lily–. Eres evidentemente un Grinch.

– ¿Por qué me comparan con ese personaje? –bufó Genzo, por lo bajo–. Bien, supongo que merezco que tú me llames así, pero estoy intentando ser amable y darte esperanzas.

– Lo sé y te lo agradezco. –La mexicana sonrió a medias–. Realmente no es tu obligación hacerlo, ni escucharme tampoco, pero aun así lo estás haciendo. Y como muestra de mi gratitud, no preguntaré quién más te ha comparado con el Grinch.

– Como comenté, es lo mínimo que puedo hacer tras haber actuado como un imbécil –repitió él–. Y gracias por no hacer preguntas.

Ella asintió y volvió a mirar el árbol con anhelo, como si él tuviese la respuesta a sus plegarias, al tiempo en el que las lágrimas resbalaban otra vez por sus mejillas. A Wakabayashi no se le ocurrió qué podía decir que no resultara fuera de lugar, así que se quedó callado a su lado, tratando de infundirle apoyo aunque fuese en lo mínimo.

– Debes de estar cansado, ¿por qué no regresas a la sala VIP? –sugirió la chica, después de un rato–. Ya has hecho suficiente con escucharme, no quiero molestarte más.

– ¿Por qué no regresamos los dos y hablamos por un rato? –rebatió él, súbitamente inspirado–. Me parece que te caería bien distraerte de lo que sucede, dado que no podemos hacer más que esperar.

– ¿Y de qué podríamos hablar? –Lily lo miró con curiosidad.

– Pues, no lo sé –contestó Genzo, pensativo–. ¿Qué tal si me hablas de lo que es para ti la Navidad?

– ¿De verdad quieres saberlo? Lily esbozó una sonrisa tímida.

– ¿Por qué no? ¿Qué mejor época que ésta para enseñarle a un Grinch lo que es la Navidad? –confirmó él.

La joven soltó una risita divertida y su mirada perdió por un momento ese tinte de melancolía que había tenido desde que Genzo la vio por primera vez. Ella volvió a mirar al árbol, dubitativa, y al final asintió.

– De acuerdo, vamos –dijo Lily–. De todos modos no tengo muchos lugares a dónde ir.

– Ése es precisamente el problema, ¿no? –bromeó Genzo y ella rio otra vez.

Así que Wakabayashi pasó las siguientes horas charlando con Lily acerca de cómo festejaba ella la Navidad y el significado que le daba; a Genzo le dio cierto asombro el darse cuenta de que las festividades en México eran distintas a las que se tenían en Alemania, así como éstas eran diferentes a las que había en Japón. A su vez, él le platicó a ella que en su país natal la Navidad no era día festivo y que no se hacía gran cosa para celebrarla, al menos no de la manera en cómo se hacía en Occidente. A los dos los entretuvo contarse esas diferencias y se rieron mucho con las costumbres más extrañas de sus respectivas culturas. A través de los ojos de Lily, Genzo pudo ver lo importante que era la Navidad para la gente de esa parte del mundo y entendió el por qué había tanto alboroto: como bien la joven lo había dicho, la Navidad le hacía sentir a mucha gente que la vida podía ser menos miserable, al menos durante unos días. Después, cuando el tema se agotó, Lily le contó un poco acerca de su familia y de cómo su padre había influido mucho en ella para que estudiara Medicina y se fuera a Alemania, con la esperanza de que se llegara mucho más lejos de lo que había llegado él, y antes de que Genzo se diera cuenta, acabó hablándole a Lily de sus propias metas y de su familia, un tema que casi no trataba con nadie. Cuando las luces de la sala VIP se suavizaron para que los que estaban dentro pudieran dormir, Lily sugirió ir a dar una vuelta por el aeropuerto y Wakabayashi estuvo de acuerdo, así que los dos pasearon entre las tiendas libres de impuestos, que habían sido decoradas de acuerdo a gustos y posibilidades de los que ahí laboraban. Mientras caminaban, los dos se contaron sus gustos, sus preferencias y hasta sus disgustos, y Genzo estaba sorprendido de haber podido conectar tan bien con una persona a la que casi no conocía. Ninguno de los dos habría creído que se podía pasar un buen rato en un aeropuerto mientras una tempestad invernal azotaba en las afueras, pero ambos estaban convencidos de que esas horas de espera habían sido las más agradables que habían tenido en mucho tiempo. Al final, cuando se cansaron de dar vueltas, regresaron a la sala VIP, en donde dejaron que el suave sonido de los villancicos navideños los envolviera durante un rato.

– Ha sido una noche bastante agradable, si me permites decirlo –comentó Genzo, cuando ya hasta la mesera se había retirado a descansar un rato–. No pretendo ser insensible, porque sé que estás pasando por algo muy pesado, sólo quiero decirte que me ha agradado mucho conocerte.

– No estás siendo insensible, no te preocupes. –Lily se ruborizó–. Yo también me la he pasado bien, lo cual me hace sentir un poco culpable.

– ¿Por qué? –cuestionó él–. No puedes hacer más que esperar y la espera no se acortará si te preocupas o te pones a llorar.

– Bueno, eso es verdad –aceptó Lily y bajó la mirada–. Pero de cualquier manera me siento mal por no poder hacer algo por mi papá.

– Entiendo eso. –Genzo bajó la voz y, en un acto atrevido, la tomó de la mano y se la apretó–. Aunque creo que a él no le gustaría verte así. Sé que suena cliché, pero eso pienso, porque a ningún padre que quiera a sus hijos le gustaría verlos tristes, y creo que el tuyo te quiere mucho, a juzgar por lo mucho que tú lo quieres.

– Gracias. –Lily sonrió dulcemente, de una forma que hizo que a él se le acelerara el corazón y le devolvió el apretón de mano–. Por ser tan amable y dulce conmigo.

– ¿Quién diría que un Grinch puede llegar a ser tierno? –se rio el portero.

Era la primera vez que alguien le decía que era tierno y le resultó curioso. No era que fuese un experto en consolar gente (de hecho, para ser honesto, apestaba en eso), pero gracias a alguna extraña razón consiguió levantar la moral de Lily sin cometer errores en el proceso.

Eran alrededor de las tres de la mañana cuando la plática decayó y Lily sugirió que deberían de intentar dormir un rato. Genzo estuvo de acuerdo, pero no se acomodó para dormir en los sillones, como sí hizo ella. Cuando Lily pareció quedarse dormida, Wakabayashi se levantó con cuidado y salió de la sala VIP para hacer una llamada telefónica. Dudó un momento antes de marcar, pues se preguntó cómo recibiría él su llamada, pero al final decidió hacerlo. Se escucharon tres timbrazos en la línea antes de que la persona respondiera, con un tono enérgico que le resultó muy conocido a Genzo.

– ¿Diga? –comentó la voz masculina.

– Hola, papá –saludó Genzo–. ¿Cómo estás?

– ¡Ah, Genzo! –exclamó Shuzou Wakabayashi–. ¿Ocurre algo? ¿Estás bien?

– Sí, papá, estoy bien –afirmó el portero–. Sólo quería saludarte y saber si tú estabas bien. Y bueno, también preguntarte qué les parecería a mamá y a ti que pasara el Año Nuevo en Shizuoka con ustedes.

Esto, por supuesto, sorprendió mucho a Shuzou, quien no había recibido visitas de su hijo menor en muchos años, pero le contestó que estaría encantado de aceptarlo en casa. Genzo todavía no sabía si alcanzaría a ir a Japón tras su visita a México, pero haría todo lo posible por lograrlo. Cuando terminó la llamada, el joven se sentía extrañamente animado y reconoció que, de no ser por Lily, no hubiese pensado en lo importante que era el acercarse a sus seres queridos en Navidad cuando todavía tenía la oportunidad de hacerlo.

Afuera, la nieve había hecho una pausa y Genzo se preguntó si la tormenta estaría tomándose una pausa para volver con más fuerza o si, por el contrario, estaría extinguiéndose.

"Que sea lo segundo, por favor", pidió el portero, mirando hacia el techo. "Si de verdad tengo el poder de controlar el clima, quiero que esto pare ya, para que Lily pueda irse a casa".

Él sabía que no tenía control sobre la nevada, pero de cualquier forma no dejó de hacer su petición a quien quiera que pudiera estarlo escuchando y que sí tuviese el poder de detener la tormenta.

Wakabayashi regresó a la sala VIP con la finalidad de descansar un rato y vio a Lily profundamente dormida, recargada contra el sillón y tapada con su abrigo; al verla, Genzo envidió su capacidad para dormir en cualquier sitio e intentó después acomodarse lo mejor que pudo, aunque él necesitaba de más comodidades para poder descansar. Sin embargo, se quedó dormido sin que lo notara, llevado por la montaña rusa de emociones que había experimentado durante el día, y se despertó tres horas después, cuando los murmullos de los otros pasajeros de la sala fueron lo suficientemente altos para sacarlo de su sueño.

– Estaba por despertarte –le dijo Lily, con los ojos brillantes por la emoción–. ¡Hay buenas noticias! ¡La tormenta ha bajado y el aeropuerto va a reabrirse!

– ¿De verdad? –Esto hizo que Genzo se despabilara por completo.

– ¡Sí! –aseguró ella, saltando en su asiento–. ¡Han dicho que nuestro vuelo será de los primeros en salir, no tardarán en llamarnos para comenzar el embarque!

Genzo lanzó una exclamación de júbilo. ¡Por fin iban a marcharse! No le sorprendió que su avión fuese de los primeros en despegar, considerando que fue de los primeros en ser cancelados por la tormenta.

– ¿Y tu papá…? –Él no se atrevió a terminar la pregunta.

– Sigue vivo –respondió ella, en voz baja–. Con un poco de suerte, conseguiré llegar a tiempo.

Ésas eran noticias alentadoras y Wakabayashi esbozó una auténtica sonrisa. Tan sólo media hora más tarde, a través de los altavoces se hizo un llamado para los pasajeros del vuelo de Lufthansa a la Ciudad de México y Genzo y Lily se apresuraron para ser de los primeros en embarcar. Una vez dentro del avión, ellos tuvieron que separarse pues estaban sentados en filas diferentes, pero él le infundió ánimos antes de irse a su sitio y le aseguró que llegarían a tiempo. Ella le respondió en broma que así sería, siempre y cuando continuara haciendo uso de sus poderes para controlar el clima.

– En ese caso, no tienes por qué preocuparte, porque sin duda que tendremos una calurosa Navidad –replicó Genzo y ella se echó a reír.

Como si de verdad él tuviese los poderes de Storm, el vuelo hacia la Ciudad de México se realizó sin dificultades, con un clima tan apacible que era difícil de creer que hubiera habido una tempestad terrible hacía apenas unas horas. Wakabayashi perdió de vista a la doctora durante el viaje y al aterrizar no pudo despedirse de ella, como le habría gustado, así que tuvo que conformarse con desearle buena suerte. Sin embargo, para su enorme sorpresa, cuando Genzo salió de Inmigración y se dirigió al área de taxis, vio a Lily esperando por un vehículo que estuviera desocupado, cosa que lo sorprendió pues esperaría que ella ya no estuviese ahí. Él había pasado mucho tiempo en Inmigración, más del necesario debido a la fecha, y por tanto estaba seguro que era uno de los últimos pasajeros de su vuelo en abandonar el aeropuerto. ¿Tendría Lily algún problema? Sin pensarlo mucho, se acercó a ella con la familiaridad de dos personas que se conocen desde hace tiempo.

– ¿Qué estás haciendo todavía aquí? –quiso saber Wakabayashi–. Pensé que estarías ya con tu familia.

– En un día normal tal vez, pero no en Nochebuena –explicó Lily, con una sonrisa tensa–. Es prácticamente imposible tomar un taxi ahora y debí pensar en eso antes, pero tenía la cabeza en otro lado.

– No es para menos –replicó Genzo–. ¿No hay otra manera en la que puedas irte?

– Ni los Uber encuentro –negó Lily, decaída–. Nadie de mi familia puede venir por mí porque están con papá y el Metro ya dejó de pasar. No importa, he de encontrar un taxi pronto, sólo tengo que tener paciencia.

Si Genzo no hubiese pensado en que, efectivamente, hallar un taxi en vísperas de Navidad resultaría muy difícil y hubiera contratado previamente un servicio de transporte privado, estaría en la misma situación que Lily (aunque a él no le habría importado llegar tarde a su destino). A pesar de sus palabras, ella lucía preocupada y casi desesperanzada, pues sabía que algo tan simple como eso podría hacerla llegar tarde para ver a su papá. ¡Y estando tan cerca de la meta! Genzo miró entonces el pase de su transporte y tuvo un chispazo de inspiración.

– Toma mi taxi –ofreció él, sin dudarlo–. Sólo pídele que te lleve a donde quieras.

– ¿Qué? –exclamó Lily, sorprendida–. No, no, no podría, es tu taxi y lo necesitas.

– No tanto como tú, créeme –señaló Genzo–. No tengo inconveniente en que lo tomes.

– Pero quizás el chofer no quiera hacer el cambio –insistió ella–, no vamos hacia el mismo rumbo.

– Vamos a buscarlo para hablar con él. –Genzo echó a andar y la conminó a seguirlo–. No se pierde algo con intentar.

Indecisa, Lily fue tras él con la actitud de alguien que quiere creer pero que al mismo tiempo se resiste a hacerlo por temor a que esté actuando mal. Sin embargo, Wakabayashi ya había decidido cederle su auto y cuando lo encontró, habló con el chófer para exponerle su caso. El taxista sin ningún problema le dijo que podía hacerse el cambio de pasajero y de destino, siempre y cuando se pagara la diferencia en la tarifa, y Genzo de inmediato se ofreció a hacerse cargo.

– ¡No! Deberías de dejármelo a mí –pidió Lily.- Deja que pague la diferencia, suficiente estás haciendo con cederme tu vehículo.

– Créeme, lo que menos necesito es dinero –sonrió él–. Tómalo como el regalo de Navidad de un desconocido, o mejor dicho, de alguien a quien apenas conoces.

Su sonrisa era tan encantadora y carismática que era difícil resistirse a él. Parecía que Lily iba a echarse a llorar, pues los ojos se le humedecieron, pero en vez de eso cedió a sus impulsos y abrazó con fuerza a Wakabayashi. Éste se sorprendió al inicio, pero después la abrazó también y soltó una risa de felicidad.

– Bueno, por esto bien vale la pena pagar la diferencia –aseguró él, complacido.

– Ya no eres un Grinch, eres un Santa Claus –susurró ella, a su oído–. Voy a estarte eternamente agradecida.

– No es nada, de verdad –contestó Genzo, también en un susurro–. Lamento no poder hacer más.

– Has hecho más que suficiente. –Lily lo soltó y se recompuso la ropa–. Y me gustaría poder quedarme a agradecértelo más, pero debo irme ya.

– No te entretengo –asintió él–. Buena suerte y feliz Navidad.

– Feliz Navidad, Genzo Wakabayashi –sonrió ella.

Lily le dio un beso en la mejilla antes de despedirse definitivamente y subir al taxi, mientras Genzo le entregaba al chófer un par de billetes de alta denominación, mucho más de lo que necesitaba, para que llevara a la chica a salvo. El vehículo arrancó y él se quedó viendo cómo Lily se giraba para decirle adiós con la mano.

– Supongo que deberé resignarme a pasar la noche en el aeropuerto otra vez –comentó Genzo en voz alta, para después tomar su teléfono y llamar a Gino.

Cuando Gino escuchó que Genzo estaba varado en el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México por falta de taxis y que no llegaría a tiempo a la fiesta de apertura, le dijo que le enviaría a alguien para que lo recogiera y que ni esperara que ese pretexto le fuera a servir para zafarse del compromiso. Wakabayashi le aseguró entonces que ésa no era la cuestión y que simplemente estaba diciéndole cómo estaba el asunto.

– Primero la tormenta y ahora los taxis –se rio Hernández–. ¿En serio no lo estás haciendo a propósito?

– Créeme que no –replicó Genzo–. De cualquier manera, ¿de qué me serviría boicotear el evento aquí, en donde no conozco a nadie? En ese caso, no me habría subido al avión en primer lugar.

– Bien, tienes razón en eso –cedió Gino–. Lo que me sorprende es que por lo regular eres muy previsor, no sé cómo es que se te pasó un detalle como éste.

– Luego te cuento –gruñó Wakabayashi.

Así pues, menos de una hora después, Genzo ya estaba listo para recibir a los invitados de Gino en el nuevo hotel, vestido con un traje de gala que lo hacía lucir atractivo y elegante (cortesía de Gino, por supuesto). Había muchas mujeres jóvenes que intentaban coquetear con ambos porteros pero, aunque Wakabayashi estaba soltero, ignoraba a las chicas tanto como lo hacía Hernández, quien sí tenía pareja. A Gino esto no le sorprendió en lo más mínimo dado que conocía de sobra el carácter serio y reservado de Genzo, sin saber que su renuencia a aceptar cualquier avance femenino se debía a otra cosa.

Después de la fiesta, cuando ambos hombres se tomaron un tiempo para platicar de cosas varias, Genzo aprovechó para contarle a Gino su experiencia en el aeropuerto y la verdadera razón por la cual se había quedado sin taxi. Hernández lo contempló con una expresión seria al comienzo que fue mudando a una de diversión contenida, pero esperó a que su amigo terminara su historia para dar su opinión.

– Así que no tenías cómo venir porque le cediste el taxi a una persona que lo necesitaba –dijo el italiano–. Diría que eres altruista, si no fuera porque ella era linda y así no cuenta.

– ¿Qué? ¿Cómo sabes que la doctora era linda? –respingó Genzo.

– Lo dijiste varias veces –se rio Gino–. Durante toda la conversación.

– ¡Eso no es verdad! –protestó Wakabayashi, quien sintió que se ruborizaba.

– Claro que sí –rebatió Gino–. Comentaste que esa joven tiene bonitos ojos, bonita sonrisa y un lindo cabello, así que sí, dijiste muchas veces que es linda y, conociéndote, eso significa que te gustó, dado que nunca has hablado así de alguna mujer. Así que, como ya dije, lo tuyo no fue altruismo si la chica te gusta.

– Lily no me gustó –gruñó Genzo otra vez y Gino rio más fuerte aún.

En cualquier caso, aunque así fuera, Wakabayashi sabía que había pocas posibilidades de volver a ver a Lily. No tenía manera de contactarla y no sabía de ella mucho más allá de su nombre, ni siquiera sabía su apellido; se le ocurrió que podía contactar al servicio de taxis y preguntar a dónde la habían llevado, pero consideró que eso rayaba en el acoso, lo mismo que buscarla en el Hospital Universitario de Múnich. Además, ¿qué tal si ella no quería verlo? Habría sido de lo más incómodo que Genzo se presentara sin invitación en su lugar de trabajo, así que él tuvo que conformarse con desear que le fuese bien y que hubiera podido llegar a tiempo a despedirse de su padre.

Tal y como lo prometió, Genzo fue a casa de sus padres en Japón para pasar las festividades de Año Nuevo con su familia, una actividad que no hacía desde hacía muchos años y que le encantó volver a hacer. Se prometió a sí mismo que no dejaría tan abandonados a sus padres y sobre todo se tomó el tiempo de hablar con Shuzou, ese papá que, aunque ausente, lo adoraba como al que más. Genzo no quería que un día tuviese que viajar de urgencia a Japón con el temor de no alcanzar a decirle lo mucho que lo quería, por lo que se encargaría de hacérselo saber de manera frecuente.

Un par de meses después, Gino llegó a Múnich junto con su equipo, el Inter de Milán, para jugar un partido contra el Bayern Múnich. Horas antes del juego, el guardameta pidió hablar con su símil del Bayern; Wakabayashi creyó que Hernández querría tratar algún tema relacionado al juego, por lo que se asombró mucho cuando vio que en su lugar él le ofrecía un paquete.

– ¿Y esto qué es? –preguntó Genzo, con las cejas alzadas–. ¿El reconocimiento al mejor portero de Europa? ¿Por fin has aceptado que me pertenece?

– Ya quisieras –negó Gino–. Todos saben que sigo teniendo ese puesto, Wakabayashi.

– Claro que no, el mejor portero de Europa soy yo –replicó el japonés–. Pero en fin, si no es eso, ¿qué es?

– Dejaron este paquete en la recepción del nuevo hotel D´Angelis de la Ciudad de México, ése que inauguramos en la pasada Navidad –explicó Hernández–. Está dirigido a ti, creo que es de tu doctora.

– ¿De verdad? –Genzo esbozó una enorme sonrisa–. ¿Es de ella?

– No comentaron quién es el remitente, sólo dieron el recado de que es de parte de alguien a quien ayudaste en Navidad, así que supongo que es de tu doctora, chico altruista. –explicó Gino, burlón –. Ya nos aseguramos de que no se trate de una bomba ni de algo peligroso.

– Con lo que acabas de decir, supongo que ya viste su contenido –gruñó Wakabayashi.

– Como te dije, necesitaba comprobar que no fuese una bomba. –Gino sonrió.

Como todavía tenía algunos minutos de tiempo libre antes del encuentro, Genzo abrió el paquete y encontró un pequeño muñeco Grinch tejido a mano, vestido con traje de Santa Claus, y una nota que decía en alemán: "Para mi ángel salvador, que se disfrazó de Grinch para ayudarme en Navidad. Gracias a ti, conseguí llegar a tiempo". No traía firma pero ni era necesario que la tuviera, era bastante obvio quién le había enviado ese obsequio. Wakabayashi tomó el Grinch con una mano y se rio del puro gusto.

– Me hubiera gustado más que incluyeras tu número de Whatsapp, pero no me quejo –sonrió Genzo, mientras guardaba el paquete en su maleta deportiva.

Por lo menos, ya sabía que Lily sí logró ver a su padre y eso le dio mucho gusto a Genzo. Su historia había tenido un final agridulce, pero fue el que ella quería y era más que suficiente.

Ese día, el Bayern Múnich le ganó al Inter de Milán por dos goles a uno, lo que hizo que Wakabayashi tomara el Grinch como un amuleto, a pesar de que no era supersticioso, y lo colgaba en su casillero en el vestidor del Allianz Arena cuando jugaba en casa y se lo llevaba consigo cuando lo hacía en otros estadios. Schneider alzó mucho las cejas cuando vio al Grinch por primera vez, pero Genzo lo ignoró tanto como pudo y después le comentó de pasada que era el regalo de una amiga, cosa que era parcialmente cierta. Esta respuesta generó más dudas en Karl, lo que orilló al portero a contarle que se encontró con esa amiga durante su espera en el aeropuerto y que quiso darle ese muñeco como muestra de su aprecio. Había muchas inconsistencias en esa historia, pero a Wakabayashi le dio vergüenza contarle la verdadera, quizás porque había recibido muchas burlas de parte de Gino y no deseaba que el asunto se repitiera con Karl. En cualquier caso, Schneider se conformó con esa explicación, pero no evitó hacer un comentario mordaz.

– Pero, ¿un Grinch? Si todos sabemos que el Grinch es un santo comparado contigo –dijo.

Por respuesta, Genzo le lanzó un balón con todas sus fuerzas, mientras Karl se reía a carcajadas.

Un mes siguió al otro y, antes de que se diera cuenta, ya había llegado otra vez diciembre y con ello las tan temidas fiestas navideñas, aunque en esta ocasión a Genzo no le parecieron tan desagradables. Ese año, la fiesta de los Shanks se realizaría sin problemas y obviamente Wakabayashi fue invitado nuevamente, algo que él aceptó tan de buena gana que Elieth le preguntó si se sentía bien.

– Perfectamente –contestó él–. La Navidad no es tan mala después de todo.

Elieth lo miró sorprendida, con los ojos muy abiertos y las cejas arqueadas, pero Wakabayashi se limitó a reírse, sin dar más explicaciones del porqué de su cambio de pensamiento.

El vestíbulo de la residencia de los Shanks estaba alegremente decorado con motivos navideños e incluía un hermoso árbol de Navidad de tres metros de altura repleto de elegantes adornos y guirnaldas. Al verlo, Genzo recordó a Lily y se preguntó qué estaría haciendo ese año, en dónde pasaría la Navidad y si habría vuelto a reunirse con su familia. Sólo había estado con ella en un periodo menor a 24 horas, pero aun así sentía que llevaba años de conocerla pues lograron conectarse durante ese periodo de una forma distinta y él deseaba seguir desarrollando esa conexión. Lástima que ya fuese imposible, pues no tenía manera de contactarla.

"Si pudiera tener otro deseo de Navidad, sería volver a ver a Lily", pensó Genzo, mientras contemplaba el enorme árbol navideño. "Hace un año pensaba que formular deseos navideños era una estupidez, pero si ya se hizo el milagro una vez, podría hacerse una segunda".

– Sí que has cambiado, llevas rato contemplando ese árbol. –Elieth llegó y lo tomó del brazo.

– Supongo que no puedo odiar la Navidad por siempre. –Genzo se encogió de hombros.

– Me da gusto eso, porque hoy voy a presentarte a alguien que quería que conocieras desde el año pasado –sonrió ella–. Es una amiga con la que creo que te puedes llevar bien; ella iba a venir a nuestra fiesta, pero su padre fue el amigo que se enfermó de gravedad hace un año y por quien cancelamos todo, por lo que ya no pude presentártela. Temí que este año no quisiera venir, lo de su papá sigue muy reciente, pero sí aceptó hacerlo, así que espero que la trates bien.

Wakabayashi le contestó vagamente que haría lo que pudiera y Elieth le replicó que más le valía esforzarse. En una parte de su mente una pequeña lucecita estaba empezando a brillar, pero Genzo no le estaba prestando la suficiente atención hasta que, sin aviso previo de lo que estaba por pasar, vio a Lily entrando al vestíbulo, usando un discreto pero elegante vestido de fiesta sobre el que llevaba puesto un largo abrigo. Ella, como era de esperarse, quedó eclipsada por el enorme árbol y se puso a contemplarlo, ajena a las personas que se encontraban a su alrededor. Sin embargo, en algún momento debió sentir la mirada intensa de Genzo, pues volteó la cabeza hacia su dirección y, al darse cuenta de quién se trataba, esbozó una enorme sonrisa auténtica y empezó a caminar hacia él.

– Vaya, ¡no esperaba encontrarte aquí! –exclamó Lily, feliz–. ¡Pero qué gusto me da verte otra vez, Genzo!

Genzo Wakabayashi no pudo hacer menos que sonreír también. Su nuevo deseo de Navidad acababa de hacerse realidad.

Fin.


Notas:

– Todos los personajes de Captain Tsubasa pertenecen a Yoichi Takahashi y Shueisha ©.

– Lily Del Valle es un personaje creado por Lily de Wakabayashi.

– Elieth Shanks es un personaje creado por Elieth Schneider.

– Empecé a escribir esta historia el año pasado después de ver en Netflix una serie noruega llamada "Tormenta de Navidad" (la cual recomiendo), pero no hice el intento de terminarla debido a que ya tenía programados dos fics con Genzo y Lily para diciembre del 2022 y me pareció que incluir un tercero sería demasiado para un solo mes, así que me prometí que lo acabaría para el 2023 (lo que resultó mejor porque me permitió madurar la trama y desarrollarla adecuadamente). Me hubiese gustado terminar esto antes, pero este diciembre ha estado muy movido y no he tenido mucho tiempo libre. Curiosamente, ya había empezado otro fic navideño con Genzo y Lily el año pasado y de igual manera lo dejé a la mitad, por eso decidí que este año concluiría al menos uno de los dos, ya veremos si para el 2024 termino el otro. ¡Felices Fiestas y gracias a los que me leyeron otro año más! Ya veremos qué nos depara el 2024.