«Not really sure how to feel about it
Something in the way you move
Makes me feel like I can't live without you
It takes me all the way
I want you to stay»

Stay, Rihanna.


-Alguien a quien amar-

Can anybody find me somebody to love?

Capítulo 11. La obviedad que se escapa de tus labios


El humo espeso del tabaco se le coló en medio de la visión del sol escondiéndose, pero no lo apartó. Le dio un leve mareo por la intensidad de la calada, así que agachó la cabeza hacia abajo y se sujetó el puente de la nariz. Aplastó la colilla en una teja y la dejó allí mientras se decía a sí mismo que no se le podía olvidar llevársela cuando se fuera. Posó la vista en el horizonte y se preguntó qué estaba haciendo allí y por qué seguía empeñado en que su única compañía fuera la soledad.

La última semana no había sido demasiado buena. Tras la decepción y el abandono vino la etapa de la ira y la incomprensión. Se había pasado tres meses alejado de la cotidianidad de su vida diaria, había descubierto nuevas facetas de una mujer que acababa de comprender que era una desconocida aunque supiera de su existencia desde hacía años y había cambiado mucho.

Se había enamorado por primera vez. Y aquel amor que le resultó en el inicio tan placentero había acabado provocándole una desazón y una desilusión enormes. A veces, las cosas no salen como queremos y Yami lo sabía bien, pero la frustración lo acompañaba desde el momento en el que Charlotte decidió no huir con él. Quizás, lo hacía desde días anteriores, desde el instante en el que se despertó solo tras pasar tres meses en su compañía y sintió las losas del suelo crujiendo a cada paso al resonar el sonido de sus pisadas en el silencio que había provocado su abandono.

Se alegraba de haber visto a sus chicos, de compartir el escaso tiempo que su estado anímico le había permitido pasar con ellos, pero se había dado cuenta de que estaban creciendo y de que él, irremediablemente, se estaba quedando solo. Hacía algunos años que no reclutaba a nuevos miembros y llevaba un tiempo pensando que se debía a que le daba miedo que la confianza de un grupo tan cohesionado comenzara a resquebrajarse si alguien más llegaba. Había visto grandes talentos, pero ninguno parecía convencerle y, ahora sí, estaba seguro de que se debía a que no quería que la esencia caótica y el aura perfecta y hogareña que había en la base se esfumara.

Sin embargo, esos chicos iban creciendo. Ya ninguno era un niño perdido y solo, sino que todos se habían convertido en grandes guerreros capaces y determinantes para salvaguardar el reino. Con el tiempo, se enamorarían —si es que ya no lo habían hecho—, tal vez se casarían e incluso tendrían algún hijo y finalmente formarían su propia familia, lejos de él. Era ley de vida. No le pesaba porque sabía que aquel era el camino correcto, pero los últimos tres meses le habían llevado a imaginar que él también podía tener la oportunidad de tener a alguien a quien amar para siempre. No había sido posible. Su camino en el Reino del Trébol parecía estar destinado a acabar tal y como empezó: en soledad.

Nunca había tenido un problema con estar solo, pero se había dado cuenta de que se debía a que nadie había querido caminar a su lado. Y en ese momento en el que había probado el cariño y el calor de otro ser humano había comprendido que quería tenerlo a diario, que daría lo que fuera por sentir de nuevo los brazos de Charlotte rodeando su cuerpo para abrazarlo.

Pensaba en ella con una frecuencia absurda e incluso había soñado algunos días con su sonrisa cálida y con la forma en la que lo solía mirar. Sin embargo, los hermosos recuerdos que tenía de su relación se empañaban enseguida al imaginársela recluida en la mansión de la familia de su esposo, cumpliendo aquellos deberes de mujer que la sociedad había impuesto y que, no solo él no entendía, sino que ella nunca había acatado. Imaginaba sus ojos azules empapados con un torrente de tristeza similar al que enturbiaba la mirada de su madre y se le rompía el alma entera.

Charlotte no había aparecido en el Palacio Real durante los últimos días y él no había tenido la oportunidad de hablar con ella, ni de verla siquiera. Habían tenido incluso una reunión de capitanes a la que no había asistido y le pareció tan raro que incluso pensó en ir a su base, a la casa de sus padres o al sitio en el que creía que había trasladado su residencia para comprobar que estaba bien. Pero pronto la idea de que se estaba inmiscuyendo en asuntos que no le importaban se coló en su mente y desistió enseguida. No quería que ella lo viera como un incordio y tampoco tenía sentido que la molestara. Charlotte había elegido, no había sido a él y no le quedaba más remedio que aceptar su decisión.

Probablemente, estaría ocupada instalándose en su nueva casa, pero le resultaba raro que abandonara sus responsabilidades y su trabajo, que era lo que más le importaba, sin previo aviso. Tanteó a Fuegoleon, pero le evadió la respuesta, así que poco pudo averiguar.

Lo único que sabía era que Charlotte se había casado con otro hombre y que ya no había hueco para él en su vida. Le estaba costando aceptar esa dolorosa realidad, pero intentaba refugiarse en la compañía de sus chicos y en su trabajo. Sin embargo, cuando se detenía a observar el ambiente de la base, a veces se sentía como un extraño. No era culpa de ellos, sino más bien se trataba de su tristeza atormentándolo y suponía que era una etapa pasajera, pero el desamor dolía tanto como una herida abierta. El problema es que no se ve y, normalmente, la gente no comprende lo que sus ojos no pueden observar de forma directa.

Los minutos continuaron pasando y el sol terminó por ocultarse. Él decidió quedarse allí solo. Sujetó uno de sus cigarros entre los dedos y comenzó a darle vueltas; ya incluso se había cansado de fumar, así que se limitó a mantener su mente ocupada con ese movimiento repetitivo y comenzó a contemplar el brillo de la luna y de las estrellas.

—Las noches de las afueras son tremendamente especiales, ¿no crees?

Yami giró el rostro al escuchar la voz femenina que viajó por el aire hasta llegar a sus oídos. Tan absorto como estaba en sus pensamientos y en el paisaje, no se había dado cuenta de que alguien había subido las escaleras que llevaban al tejado ni había escuchado el crujir de una teja cuando había sido pisada ni tampoco había sentido un ki familiar aproximándose.

—Charlotte —alcanzó a decir únicamente, aunque no sabía si era un saludo o un signo de sorpresa.

La mujer se sentó a su lado. Su gesto era sereno y pausado, llevaba ropa informal y el cabello suelto. No lo miraba mucho, así que él hizo lo mismo. Tampoco se atrevía a posar demasiado sus ojos en su cuerpo, ya que no sabía si sería capaz de controlar el impulso de abrazarla si la continuaba observando.

—Son magnéticas. Es como si no pudieras dejar de apreciar su brillo.

—Supongo que tienen su encanto.

Yami escuchó a Charlotte suspirando. Imaginaba que se habría armado de valor para hacer esa visita y que quería que fuera lo menos incómoda posible. Le agradecía que fuera a verlo, pero pensaba que era demasiado pronto para que aquel reencuentro se produjera. Después de todo, hacía apenas una semana dormían todas las noches juntos y abrazados y habían pasado a ser prácticamente dos extraños.

—¿Cómo estás?

La voz le tembló ante la pregunta y su ki fluctuó con miedo, así que él se giró para mirarla. A pesar de las circunstancias, esa era la mujer que amaba y no podía evitar que su malestar, por minúsculo que fuera, también le afectara.

Era imposible que sus sentimientos hubieran cambiado lo más mínimo en un lapso de tiempo tan corto, así que sabía de primera mano que también a ella le dolía su sufrimiento, que no estaba pasando por un buen momento y que era difícil afrontar que algo tan grande, puro y bello como el lazo que los había unido ya no podría volver a anudarse jamás.

—He tenido mejores días. Pero no te preocupes, ya se me pasará. —Decidió no mentirle. No podía fingir que estaba bien, no delante de ella—. ¿Tú qué tal estás? No te he visto últimamente por la capital. No estarás pensando en dejar tu puesto, ¿no?

—No, claro que no —aclaró tras esbozar una tenue sonrisa—. Tenía muchos asuntos que resolver, por eso no nos hemos visto antes. Tuve una reunión privada con Fuegoleon en la que le entregué el informe final de la misión.

—Genial, gracias —dijo él con cierta apatía.

—Me alegro mucho de verte, de verdad.

Yami suspiró. Dejó de darle vueltas al cigarro por fin, se lo colocó entre los labios, pero no lo llegó a encender. La miró de forma casi lacerante mientras atendía a sus reacciones. No quería ser cruel con ella, pero no podía soportar sentirla tan lejos teniéndola a escasos centímetros de su piel. Volvió a sujetar el cigarro entre sus dedos y habló.

—Charlotte, no quiero sonar grosero, pero no entiendo bien qué estás haciendo aquí.

—Te dije que nos veríamos pronto.

—No, no me lo dijiste. Lo dejaste en una nota escrito y te marchaste sin despedirte de mí.

—Sé que no actué de la mejor manera. Lo siento. Tenía que pensar ciertas cosas.

—Entiendo. —Yami guardó silencio durante algunos segundos. No esperaba encontrársela en esas circunstancias ni tampoco estaba preparado para tener una conversación madura en ese momento porque sabía que hablaría desde el rencor—. No sé si esto sonará muy egoísta, pero ¿te importaría marcharte ya?

—Bueno, yo… solo quería hablar contigo.

—Es que me duele tu presencia, Charlotte.

Un sentimiento amargo de tristeza atravesó el ki de la Capitana de las Rosas Azules. Pudo darse cuenta en cuanto acabó de soltar aquellas palabras, que sabía que eran hirientes, pero las consideraba necesarias. Esperaba sinceramente algún día poder mirarla a los ojos sin resentimiento, solo sintiendo una especie de cariño cordial por ella, pero no era posible en su presente. Seguir charlando como si nada hubiese pasado entre ellos no tenía sentido. Porque quedaban los recuerdos, los momentos compartidos, todos sus dibujos y las sensaciones que le ayudó a experimentar. Quedaban las promesas silenciosas, los sueños no concretados y un millón de ilusiones que jamás se podrían cumplir.

Charlotte agachó la mirada. Le pareció ver dos lágrimas pendiendo de sus ojos, pero fue solo una sensación, ya que no llegaron a recorrer su rostro. Empezó a entrelazar los dedos con nerviosismo e incluso creyó verla temblar ligeramente.

—Está bien. No quiero molestarte.

—Nunca me molestarías. Simplemente no puedo actuar como si no te quisiera y darte la enhorabuena por algo de lo que no me alegro.

—¿La enhorabuena? —preguntó ella con cierta incredulidad, mirándolo de reojo esta vez. Se incorporó un poco y giró su torso para encararlo—. ¿Por qué me ibas a dar la enhorabuena?

—Por tu matrimonio.

Charlotte, completamente perpleja, pestañeó en un par de ocasiones. Su gesto confuso le produjo cierta curiosidad, así que esperó a que le contestara. Pero no pudo anticipar que ella se movería para acunar su rostro entre sus manos con cariño.

—No me he casado, Yami. Debes de ser el único en todo el reino que no se ha enterado.

Fue entonces el turno de sorprenderse para Yami, que incluso abrió los ojos desmesuradamente mientras observaba su sonrisa aliviada con fijeza. No estaba entendiendo nada de lo que estaba pasando. Él había estado allí esperándola aquel día, había escuchado las campanas de la iglesia, que anunciaban una boda, había ido constantemente a la capital y, aun así, no había escuchado la noticia sobre el fallido matrimonio de la heredera de los Roselei con un noble prometedor.

Pensó que tal vez estaba tan desconectado de la realidad esos días que no era capaz de oír nada más que sus propios pasos, que su respiración cansada y sus pensamientos tormentosos y melancólicos. Si se detenía a analizar la situación, al fin comprendía por qué nadie parecía hablar de Charlotte en las reuniones o por qué no la había visto por la capital. Seguramente estaba siendo asediada por su familia y por los nobles en general.

—Pero escuché las campanas.

—Le cedí el puesto a otra pareja que quería esa fecha.

—¿Por qué no me lo dijiste?

—Lo siento. Quise resolverlo todo antes. Anulé la boda cuando volví a la capital, pero he necesitado estar algunos días en la base tranquila. Mi padre me ha dejado de hablar, mi madre no para de buscarme para convencerme de que me arrepienta y me case, y necesitaba desconectar y alejarme de todo aunque fuera unos días. Por eso tampoco he venido antes a buscarte. Quería hacer las cosas bien, pero no he podido con todo.

Yami no supo qué contestar, pero tampoco sabía que la última noche que pasaron juntos Charlotte apenas durmió tres horas. Se levantó en mitad de la madrugada, recorrió la casa en silencio y dio con su cuaderno de dibujo, que había dejado sin guardar en su habitación. Verse retratada a través de los ojos de Yami la conmovió profundamente. Se dio de bruces con la realidad de que no quería estar con alguien que no fuera él, de que quería que la mirara para siempre de esa forma. Así que recogió todo en silencio, le dejó la nota en la cocina y se comunicó con Mirai para que la recogiera. A la mañana siguiente, les comunicó tanto a su familia como a su prometido su decisión firme de cancelar la boda.

Ante sus ojos expectantes y su gesto nervioso, Yami alzó una de sus manos para acariciarle la muñeca y tratar de tranquilizarla. Aunque pensaba que podría haber tenido la consideración de avisarlo, sabía que la situación era compleja y que debía de haber cargado con una cantidad ingente de estrés durante esos días.

Ese encuentro era un bálsamo de paz para ella y estaba derivando en lo mismo para él también, aunque en un principio hubiera pensado que constituiría el recuerdo más amargo de toda su existencia.

—No te preocupes. Está todo bien.

—Solo quiero que me digas que quieres estar conmigo. Entonces estará todo bien.

Yami solo asintió y, aprovechando la pequeña distancia entre sus labios, la besó. Fue un beso pausado, carente de prisa pero lleno de significado. No duró demasiado, pero, en cuanto sus bocas se separaron, Charlotte lo abrazó, más que conforme con la respuesta.

Se quedaron juntos un rato más, en silencio, sintiendo el calor que emanaba del cuerpo del otro hasta que el frío de aquella noche primaveral arreció e hizo que abandonaran el tejado.

Tras conversar durante más horas, ya en la habitación de Yami, llegaron a la conclusión de que los dos querían estar juntos, de que no se esconderían y de que sortearían todos los obstáculos que la sociedad encorsetada del Reino del Trébol les pusiera en el camino.

Aquella madrugada, mientras hacían el amor, Yami fue verdaderamente consciente de la magnitud y la importancia de sus sentimientos y de lo aliviado que se sentía al verlos reciprocados. Por fin, sintió que ese sendero lleno de soledad se cortaba, dando paso a uno en el que estaría acompañado para siempre por la persona que amaba.


Dio un par de vueltas por el salón mientras cargaba una caja, ya que no estaba segura de dónde debía colocarla. Asomó la vista a su interior y se dio cuenta de que eran cosas que había que llevar al dormitorio, así que fue hacia allí, dejó la caja en un rincón y empezó a vaciarla.

Tenía la mayoría de su ropa colocada en el armario, así que fue colocando otros utensilios de decoración, un soporte para la funda de su grimorio y sus uniformes para el trabajo. Volvió al salón y observó todo el caos que había: cajas por todas partes, muebles sin montar y todo tan desordenado que pensaba que perdería la cabeza con solo verlo.

En el centro de la estancia, sentado en el único sillón que estaba verdaderamente en su sitio, se encontraba Yami, que leía el periódico. Charlotte, con cara de pocos amigos, se acercó hacia donde se encontraba y, con tono enfadado, le reprochó que estuviera sin hacer nada.

—¿Piensas pasarte todo el día sentado? Tenemos cosas que hacer.

Yami la miró por encima de las hojas del periódico. Aunque no podía ver la parte inferior de su rostro, sabía que estaba sonriendo porque le encantaba molestarla.

Su relación había madurado pronto, pero realmente no había cambiado de forma sustancial. A Yami le seguía encantando hacerla rabiar y ella, aunque tenía reacciones que rozaban la molestia, pronto se dejaba llevar por sus bromas, porque aquella era la forma en la que solían interactuar.

El camino hasta ese momento no había sido sencillo. La familia de Charlotte lo había puesto difícil, porque seguían empeñados en que debía casarse con el hombre con el que se prometió en un momento de su vida en el que no estaba en condiciones de hacer promesas. Además, a sus padres les molestó mucho el hecho de que dejara a alguien noble y con buen estatus social para estar con un hombre plebeyo y extranjero. Nunca le importó. Llevaba muchos años sin tener en cuenta la opinión de sus progenitores, así que aquello no cambiaría.

Yami y Charlotte decidieron hacer pública su relación muy pronto. No tenían motivos para esconderse, eran dos personas que se querían y eran adultas, así que no había razones para ocultarle a todo el reino que estaban juntos. Más allá de algunos comentarios morbosos por parte de un sector de la población, que encontraba llamativo un romance entre capitanes, pronto la novedad se disipó.

Las chicas de las Rosas Azules recibieron a Yami entre vítores y celebraciones, aunque hubo una de ellas a la que le costó más aceptarlo. Se trataba de Sol, aquella joven que le profesaba una admiración y respeto incondicionales e incluso algo desproporcionados a Charlotte, y que le advirtió en más de una ocasión que se las vería con ella y con todo el escuadrón si hacía sufrir a su capitana.

A pesar de la amenaza, Yami se sintió muy feliz de que Charlotte tuviera un apoyo tan fuerte como el que le suponía las integrantes de su escuadrón, ya que sabía que harían cualquier cosa por preservar su bienestar.

Con los Toros Negros no hubo problema alguno. Charlotte se sintió un tanto abrumada por su intensidad al principio, pero con el paso de los meses se acostumbró. Conservaba con gran cariño una muñeca personalizada que le hizo Gordon y, aunque todos en la base pensaban que iba a desagradarle, la verdad es que le encantó, porque la hizo sentir parte de la familia.

Con el paso del tiempo, las cuatro paredes que conformaban el cuarto de Yami y donde se desarrollaban la mayoría de sus encuentros se les hicieron minúsculas. No podían tener la intimidad que una pareja necesita en una habitación más de una base ni tampoco la privacidad que su relación requería, así que decidieron irse a vivir juntos.

Fue Yami el que escogió la localización y a Charlotte le agradó mucho que se ocupara él de eso, porque había decidido escoger una casa que estaba muy cerca del mar. Su historia había dado comienzo en los tres meses que compartieron en una misión en la que vivieron cerca de una aldea pesquera y continuaría de esa forma.

Ella, por su parte, siguió en contacto con Emily. Su hijo nació e incluso les pidió a ambos capitanes que fueran los padrinos, algo que aceptaron con gran ilusión. Charlotte consiguió convencer, sin mucho esfuerzo, a Yami para que hiciera algunos retratos de la familia completa para regalárselos, ya que sus recursos no les permitían contratar a un artista para hacerlos y quería que tuvieran ese recuerdo.

Todo en su vida parecía bastante encauzado. Tenía un trabajo que le apasionaba, una pareja que amaba, una casa nueva, espaciosa y hermosa y a gente a su alrededor que la admiraba y confiaba en ella. Le costaba mucho creer que su vida en el último año hubiera cambiado tanto y, aunque el camino había sido arduo, también había sido reconfortante.

—¿No podemos descansar un rato?

—Llevas descansando como una hora.

—Pues ven aquí y lo hacemos juntos.

Yami no le dejó margen de réplica, pues agarró su muñeca en un movimiento certero y rápido y la atrajo hacia sí para sentarla en su regazo. No sabía ni siquiera en qué momento había soltado el periódico, pero estaba encima de la mesa y ella lo miraba con cierto reproche fingido.

Su gesto se relajó al instante, en cuanto sintió las manos de Yami envolviendo su cintura y su frente posándose en su mejilla. Ella lo acurrucó entre sus brazos, como siempre solía hacer, desde los primeros estadios de su relación incluso, en los que no sabía ninguno de los dos qué acabaría sucediendo con todos los sentimientos vehementes que residían en sus corazones.

—¿Te he dicho alguna vez que eres un completo desastre?

Él la miró tras alzar la vista. La oscuridad de sus ojos era tan intensa que solía abrumarla, sobre todo en esos momentos en los que le demostraba sus sentimientos, fuera con palabras, con silencios o con hechos.

Jamás pensó que amar a Yami Sukehiro le daría tanta paz. Y no lo hizo por el simple hecho de que, en un principio, su amor por él era un revoltijo confuso que la arrastraba a una espiral de disconformidad. Porque tenía miedo de afrontar que estaba enamorada de un hombre, porque tenía miedo al rechazo de sus chicas, porque no sabía cómo gestionar que algo tan importante le estuviese sucediendo.

Siempre había pensado que su maldición era el peor suceso que le había ocurrido jamás, pero con el tiempo llegó a la conclusión de que probablemente era el evento que le había cambiado la vida para bien. Si aquel día en el que cumplió dieciocho años sus propias zarzas no hubieran intentado matarla, no se habría provocado el terremoto que derramó la sopa de Yami y él nunca la habría salvado.

A menudo pensaba que valía completamente la pena todo el sufrimiento que su maldición le había conllevado, porque de no ser por eso, estaba segura de que los caminos de Yami y ella no se habrían entrecruzado de aquella forma. Todo entre ellos habría quedado en una relación de compañeros y nunca habrían descubierto lo que significaba amarse.

—Sí, me lo dices mucho, eh, me voy a terminar enfadando. —Charlotte se rio ante sus palabras y él sonrió observando su gesto feliz—. Pero también que me quieres, así que me compensa.

La mujer asintió y lo abrazó. Tras finalizar, apoyó la frente en la suya algunos segundos mientras cerraba los ojos y pensaba en lo afortunada que era. Besó sus labios en varias ocasiones, lo volvió a abrazar y se quedaron descansando, aunque Yami llevaba ya un buen rato haciéndolo.

Tras una media hora, se pusieron de nuevo a colocar todas sus pertenencias para que aquel lugar pudiera parecer por fin un hogar —su hogar—.

El salón lo coronó un retrato de Charlotte en la playa, el primero que hizo Yami de ella, ya que la Capitana de las Rosas Azules se lo había pedido como recuerdo de la época en la que lo enamoró.

Cuando acabaron toda la mudanza, ella se quedó observándolo con dedicación. Yami se acercó y le abrazó los hombros mientras lo miraba también.

Era curioso que una misión que había empezado como una especie de tortura y que había llegado en uno de sus peores momentos, finalmente hubiera logrado salvarla del abismo de la tristeza y de sus malas decisiones. Se sintió aliviada como nunca antes, feliz y tremendamente agradecida con el destino, porque por fin le había dado la oportunidad de tener alguien a quien amar.


FIN

Córdoba (España), 29 de diciembre de 2023.


Nota de la autora:

Aquí acaba la historia. Espero que la hayáis disfrutado mucho en general. Sé que no pasa gran cosa, pero estoy bastante satisfecha con el producto final. Quería explorar un poco en los sentimientos humanos y en cómo hay ocasiones en las que perdemos oportunidades o tomamos decisiones erróneas por el momento vital en el que estamos. Somos humanos, todos tenemos fallos. Espero poder haber transmitido esta sensación de la forma en la que he explicado.

Bueno, ahora que he acabado esta historia, me pondré con Presunción de inocencia, pero me llevará un tiempo retomarla porque tengo que leerla completa (hace un año casi que no la actualizo y hay muchas cosas que se me han olvidado), aunque no me gusta mucho hacerlo, pero quiero que todo sea coherente. Tal vez la escriba entera y luego la vaya publicando de forma semanal, ya lo iré decidiendo. Después, tengo que pasarme a un fandom que tengo completamente abandonado y acabar otra historia larga, y ya tras eso, veremos qué pasa.

Sé que es difícil seguir en un fandom cuyo manga tiene publicaciones cada tres meses, por eso agradezco especialmente a la gente que aún sigue por aquí conmigo. Muchísimas gracias, de verdad.

Espero, como siempre, que este tiempo juntos haya merecido la pena, haberos entretenido, haberos hecho sonreír y que os haya gustado este viaje de estos poquitos meses.

Esta será la última actualización de este año, así que nos leemos en el 2024.

¡Cuidaos mucho y feliz entrada de año!