Disclamer: Ni los personajes, ni lugares, ni parte de la trama me pertenecen a mí, sino a Rumiko Takahashi. Esta historia invernal se escribió sin ánimo de lucro, solo para entretenerme y divertir a otros.
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Nota de la Autora: Esta es una de las diversas historias que estaré publicando para la #dinámica_de_diciembre llamada #Fantasia_Invernal (nombre que me encanta, por cierto) convocada por la página de Facebook "Mundo Fanfics Inuyasha y Ranma". Gracias por invitarme a participar un año más. Todas mis historias estarán tanto en Fanfiction como en Wattpad. Espero que os gusten y disfrutemos juntos de esta época tan especial.
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2ª Nota de la Autora: Esta es la única historia que está ambientada en el universo de otro de mis fics. Es una pequeña secuela de "Cinco días para Navidad", un fic navideño que escribí hace unos años, así que recomiendo que leáis antes ése y después os pongáis con éste o sino, os costara entender la historia.
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Historia nº 5:
—La Chica de las Postales —
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El cristal se empañaba con su respiración enfurruñada. La superficie se emborronaba y las luces del exterior parecían parpadear como cuando una bombilla está a punto de apagarse. Akane inspiraba por la nariz, sus pulmones se llenaban con el aire recalentado del interior de la cafetería y exhalaba por la boca, su aliento hacia desaparecer el mundo exterior.
—Aún nos queda por visitar una tienda —dijo su hermana mayor. No había demasiados clientes en el local, así que pudo oírla sin problemas, aunque no dio muestras de ello—. Solo una —remarcó. La pequeña posó el dedo índice sobre el cristal helado y dibujó líneas sobre el vaho—. Así que tendrás que decidirte de una vez, Akane.
Experimentó una molestia absurda al oír su nombre.
—No necesito un kimono nuevo.
—¡Claro que sí! —afirmó Nabiki, sentada a su lado. Apoyaba los codos en la mesa pegajosa, sus labios sorbieron de la pajita del batido antes de añadir—. El que tienes se te ha quedado pequeño.
. Sobre todo en la zona de las caderas.
Habían ocupado una mesa para cuatro, de esas con asientos dobles y el respaldo tan alto que sobresalía por encima de sus cabezas. La mesa estaba, además, pegada a la enorme cristalera que dejaba ver la calle principal de Nerima y a la gente que paseaba por ella, cargados todavía con bolsas llenas de bultos aunque la Navidad ya había pasado. Ellos también podrían haberlas visto allí sentadas, tomando sus bebidas calientes, pero lo cierto era que nadie prestaba atención. Akane tampoco los miraba, no miraba hacia ningún lado, en realidad.
Por supuesto entendió la intención de las palabras de Nabiki pero decidió no hacer caso.
—No me hace falta —insistió, de todos modos.
—¿Y qué te pondrás en fin de año para ir al Templo?
—Nada —Les respondió, mohína—. Porque no pienso ir.
Las otras dos resoplaron, una aburrida y la otra, preocupada. No era la primera vez que lo decía y tal vez, por fin alguien empezaría a tomarla en serio. Había tomado una decisión y pensaba llegar hasta el final. La única razón por la que había accedido a ir de compras con ellas era para poder salir de casa un rato, creyó que eso le sentaría bien, pero no estaba más animada ni mucho menos. Ver esa multitud de gente feliz acercándose desde el extremo opuesto de la calle, empujándola y zarandeándola, como si pretendieran meterla a ella en ese universo de falsa alegría… ¡No quería estar ahí!
No se sentía así. Ahora ya no.
—Encima de que papá te ha levantado el castigo por unas horas —Le recordó Kasumi—. Deberías estar contenta.
—Es injusto que me haya castigado.
—¿Injusto? ¿Después de que desaparecieras en Nochebuena? —La mayor chasqueó la lengua, siempre tan razonable, tan calmosa incluso cuando pretendía regañarla o señalarla su comportamiento equivocado—. Solo tienes quince años, Akane, no puedes hacer esas cosas.
. Papá estaba muy preocupado.
—Vamos, Kasumi —replicó Nabiki, echándose hacia atrás para apoyarse en el respaldo del asiento—. Lo que le molestó a papá, de verdad, fue quedar mal con su amigo.
. Estaba más hinchado que un pavo presumiendo de su casa, de su dojo, de sus hijas…
—No es malo querer causar buena impresión a alguien que hace mucho que no ves.
—Tú siempre le defiendes —La acusó Akane sin poder contenerse más. Se olvidó del cristal, de la calle y su aliento pesaroso, y se irguió de frente para poder mirar a la cara de su hermana mayor, sentada delante—. ¡Cómo no era a ti a la que pretendía comprometer a traición!
—¿A traición? —repitió ésta, escandalizada, sin embargo Nabiki asintió con la cabeza sin inmutarse.
—Fue un poco a traición, sí —La apoyó—. Durante días nos habló de ese amigo suyo y su hijo sin parar, pero no fue hasta un ratito antes de la cena que nos confesó que tenían la intención de comprometernos a alguna con ese chico que ni conocemos.
—¿A alguna? —Akane frunció el ceño y se cruzó de brazos para evitar ponerse a gesticular como una fiera—. ¡A mí!
—Eso aún no está claro —Kasumi, sin alzar la voz, hizo un nuevo intento por apaciguar los ánimos—. Nos dijo que sería el chico el que elegiría.
—¡Eso es lo más grave! —Estalló Akane, estampando los puños en la mesa. Toda la estructura de madera y plástico se tambaleó, así como los vasos y servilleteros que había sobre ella. Los escasos clientes sentados cerca de ellas volvieron la cabeza un momento—. ¡Cómo si fuéramos peces dando vueltas en un acuario hasta que ese chico, sea quien sea, elija el que más le guste!
. ¡Papá es lo peor!
—Akane, no hables así.
—Como mínimo ha demostrado ser un cobarde.
—¡Nabiki!
Ahora sí que estaba furiosa. Todo el asunto le resultaba tan injusto que Akane volvió a desviar la mirada al cristal, a los indefensos adornos de las fachadas de las tiendas y al ir y venir de los viandantes, por desgracia, incluso ese ambiente le provocaba rechazado ahora.
¡Con lo que le había costado recuperar su espíritu navideño ese año! Y en un abrir y cerrar de ojos, lo había perdido todo. Lo único que era capaz de sentir era ira, frustración y, en cuanto se descuidaba, pena.
Una honda pena que le pesaba más que todo lo anterior.
¡Y encima pretendían que celebrara el fin de año como si nada!
¿Y qué deseos para el año nuevo se supone que debería pedir?
Que papá se preocupe un poco más por mí, y menos por el futuro del dojo, pensó enfadada. Que ese chico estúpido, sea quien sea, se pierda y no vuelva jamás por Nerima.
Tenía las mismas esperanzas, casi inexistentes, en que ambos deseos fueran a cumplirse.
—Venga, vamos —Kasumi se puso en pie, con el abrigo sobre los hombros y cargando las bolsas que ya habían acumulado—. Iremos a esa última tienda y tú escogerás un kimono.
Akane hizo una mueca de disgusto y gruñó.
Sin ocultar su expresión huraña, siguió a sus hermanas a través del local, pero no se despidió de los camareros cuando éstos les dieron las gracias al salir. Hundió los puños en sus bolsillos y caminó, sin apenas levantar la mirada de sus pies, tras las otras dos. No le interesaba a dónde la llevaran, no pensaba elegir nada, porque estaba decidida a quedarse en casa la noche de fin de año.
Si al menos servía para que su padre se diera cuenta de lo mucho que la había herido su comportamiento, al menos ya sería algo.
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Siempre recordaría la navidad de sus quince años como una de las más extrañas.
Por ser la navidad en la que se perdió la cena de Nochebuena con su padre y sus hermanas, por ser aquella en la que su padre intentó comprometerla con un extraño y, también, por ser la navidad en que se había enamorado.
Al pensar en esa palabra, enamorado, Akane sentía un vuelco en el corazón. Le pasaba todas las veces, del mismo modo ocurría que su rostro se encendía, sin importar en que situación o lugar se encontrara, y una ligera vergüenza que no era, en realidad, tan desagradable, recorría el interior de su cuerpo. Todo ello formaba parte del secreto que ocultaba, uno que compartía solo consigo misma, que es la mejor manera para lograr que algo siga siendo secreto. Cuando eso pasaba, se llevaba, con disimulo, la mano derecha al pecho, al lado izquierdo, y percibía lo rápidos y profundos que eran los latidos de su corazón. Nunca los había notado tan fuertes; solo cuando hacía deporte y ahora, desde que había conocido a ese chico tan extraño unos días antes de navidad.
El chico de la trenza.
A Akane le gustaba sentir su corazón cuando pensaba en él porque, de algún modo, eso hacía que todo lo que había vivido a su lado parecería aún más real.
Habían sido tan solo unos pocos encuentros, apenas un par de conversaciones y nada más, sin embargo, en su mente encandilada por el frenesí del romance, parecía que hubiese sido mucho más. Akane recordaba a cada instante miles de detalles de esos días y cada uno de ellos estaba revestido de una importancia infinita. Se ponía contenta y al segundo siguiente triste, fantaseaba con el momento en que el chico regresara y luego lloraba porque aún faltaba todo un año para eso. Tenía la sensación de estar perdiendo la cabeza del todo pero no le daba miedo, estaba como eufórica. Por todo eso sabía que estaba enamorada, aunque resultara difícil de creer.
Con tan solo deslizar la mano en el interior del bolsito que llevaba en su cadera y notar la rugosidad de la piña que guardaba como recuerdo, la piel le quemaba, un cosquilleo insoportable y maravilloso le agujereaba el vientre y sonreía.
Así era el amor y, pese a que había declarado en multitud de ocasiones su odio hacia los hombres, Akane había descubierto que le gustaba esa sensación. Todas las cursilerías románticas de las que hablaban sus amigas y que, hasta ese momento, le habían sonado tontas y vacías, habían adquirido un nuevo significado para ella. Pero solo era por ese chico, tan diferente a todos los demás. Con él, Akane sí podía entenderse, tenían una conexión especial. La conversación que mantuvieron en Nochebuena bajo las lucecitas de navidad había sido algo mágico.
Estaba segura: amaba a ese chico.
Y también estaba convencida de que solo podría amarle a él, durante el resto de su vida; así que, cuando su padre le contó lo del prometido ese, fue como si le tirara un jarro de agua helada al mismo centro de sus nuevos sentimientos.
Aquella noche, Akane se separó del chico de la trenza contenta y esperanzada, aunque también un poco triste porque éste se iba de la ciudad. Estaba tan emocionada, tan excitada y con la cabeza tan llena de pensamientos que cuando regresó a su casa, en lugar de entrar, se escondió en el dojo. Seguía sin apetecerle cenar con los desconocidos que su padre había invitado, de modo se acurrucó con una manta en un rincón y se dedicó a contemplar la postal que el chico le había regalado, releyó sus palabras un millón de veces y evocó su charla hasta que, sin querer, se quedó dormida.
Su idea era solo hacer tiempo hasta que los amigos de su padre se fueran y después salir, pero Akane durmió profundamente durante horas, de modo que cuando acudió a la casa casi de madrugada, su padre le echó un buen sermón. Por supuesto, estaba muy preocupado porque no sabía qué le había pasado pero, tal y como había dicho Nabiki, sobre todo estaba decepcionado y disgustado porque ella no hubiese estado presente para conocer a los invitados.
Akane no entendía por qué era tan importante que ella los conociera y de mal humor, se lo preguntó a su padre varias veces, quien se resistió a ser sincero hasta que se le acabó la paciencia y soltó, por fin, la verdad a sus hijas.
—Genma Saotome y yo tenemos un pacto desde hace muchos años. Que en el futuro, su hijo se comprometería con una de mis hijas, de modo que uniríamos ambas escuelas en este dojo —Les explicó—. Por eso habían venido a pasar la Nochebuena: para conoceros a las tres y que el chico pudiera elegir a su futura esposa.
¡¿No era como para indignarse?!
Akane no daba crédito a lo que oía, ella siempre pensó que sería la heredera del dojo, puesto que era la única interesada en las artes marciales. Por desgracia, esa fue justo la razón por la cual, su padre y su amigo, la habían elegido como la candidata más adecuada para su acuerdo.
—Porque ese chico y tú tenéis la misma edad, Akane —Le contó Soun—. Y tenéis las artes marciales en común.
. Genma y yo pensamos que haríais una pareja muy compatible.
¿Compatible nada más que por tener la misma edad y el mismo hobby?
Akane se puso furiosa, regañó a su padre por ser tan egoísta, y por supuesto, se negó en redondo a participar en un compromiso arreglado. Nunca jamás se habría prestado a algo así, pero ahora mucho menos. Ahora ya era imposible. Porque ahora había conocido al chico de la trenza y no podía siquiera pensar en relacionarse con ningún otro en esas circunstancias.
Akane juró que jamás se casaría con el prometido (así empezó a pensar en él, porque nadie le dijo su nombre y tampoco quiso ella preguntarlo). Y en un arranque de mal genio declaró estar muy feliz de no haberle conocido esa noche. Su padre se enfadó mucho con ella y la castigó el resto de las vacaciones de invierno sin quedar con sus amigas, ni salir del dojo para nada que no fuera imprescindible.
Poco después descubrió que el prometido ni siquiera había acudido a la cena y se indignó todavía más. ¿Por qué la castigaban a ella por no haber ido, si ese chico imbécil tampoco había aparecido?
Seguro que es un engreído y un desagradecido, se convenció. ¿Quién desprecia así una invitación a cenar en Nochebuena?
Akane no comprendía por qué su padre pretendía casarla con un maleducado semejante, pero ella siguió en sus trece. No pensaba flaquear y cuando su padre le comunicó que el tal Genma y el prometido volverían a visitarles en mayo, ella chilló con todas sus fuerzas que se escaparía también ese día y que jamás conocería a ese chico. Estaba tan furiosa con su padre que declaró que, si estaba castigada para salir con sus amigas a divertirse, tampoco acudiría al templo en fin de año.
¡No quería celebrar nada más!
Por suerte, Soun tuvo el buen tino de no contraatacar con nada peor. Debió pensar que, llegados a ese punto, lo mejor era dejar que el enfado de su hija se apaciguara por sí solo. Lo cierto fue que la tensión siguió aumentando en los días posteriores; Akane le retiró la palabra y se pasaba las horas encerrada en su cuarto sin querer ver a nadie. Su estado anímico iba y venía según pensaba en el chico de la trenza, o en la traición de su padre.
El resto de las Tendo, que conocían de sobra la sensibilidad de su padre, sabían que no tardaría en claudicar y pedirle una tregua a la pequeña. Al hombre le daba mucha pena estar enfadado con su hija en unas fechas tan señaladas y sospechaban que, por eso, la había permitido ir con ellas de compras. Debió pensar que con ese gesto, sería más fácil que hicieran las paces de cara a celebrar juntos y en familia la noche de fin de año. Pero la chica era demasiado terca, y tenía bastante más carácter que él. No pensaba dar su brazo a torcer a no ser que Soun la prometiera que ese amigo suyo y su detestable hijo jamás volverían por el dojo.
Tal petición no pudo ser concedida, así que Akane siguió enfadada.
Por eso no le gustaba nada estar en medio de ese ambiente festivo, ni tener que comprar un kimono a la fuerza, para ir a un lugar al que ella había prometido no ir. Su padre creía que podía obligarla a hacer cualquier cosa; ir al templo, prometerse con un desconocido… ¡Como si sus sentimientos no importaran nada!
—Como yo ya tengo mi kimono, voy a echar un vistazo a la tienda de electrónica de más abajo—declaró Nabiki cuando llegaron a la puerta de la boutique. Esbozó una media sonrisa para su hermana pequeña que le resultó confusa—. ¡Suerte, Akane!
No sabía si lo decía en serio o se burlaba de ella.
Apretó los labios con fastidio cuando Kasumi la arrastró dentro y se vio rodeada de prendas llamativas. Las mujeres daban vueltas, sofocadas por no quitarse el abrigo para así tener las manos libres y remover entre las perchas en busca de la blusa perfecta. La expectación que reinaba por los rincones creaba una atmosfera pegajosa que Akane sintió acariciar su rostro y su cuello. Había un barullo terrible, entre los gritos y los tacones de esas mujeres que iban arriba y abajo.
Dejaron la sección de moda occidental y subieron al piso superior en busca de los kimonos. Kasumi, que no parecía acusar el cansancio, empezó a recorrer la planta de un lado a otro, observando cada uno de los modelos que se encontraba con mucho interés. Sacaba una prenda tras otra, la evaluaba con el ceño fruncido y, de vez en cuando, la miraba y le preguntaba:
—¿Cuál te gusta más?
Ella se encogía de hombros, negándose a elegir nada.
Su hermana era, por desgracia, tan perseverante como ella, de modo que la dejó sola para seguir con la búsqueda por su cuenta. Conocía su talla y sus gustos. Estaba segura de que no tardaría demasiado en volver con el kimono perfecto y Akane no tendría más opción que resignarse a que lo compraran.
Y, por supuesto, ya con el kimono nuevo comprado, tendría que ir al templo.
Se saldrán con la suya, como siempre.
Akane se quitó de en medio para no molestar al resto de entusiastas compradores, ocultándose tras una de las columnas de la tienda. Suspiró, apesadumbrada, y metió la mano en el bolso, buscando la piña.
La miró, y llegó a sentir algo cálido dentro de ella, pero no pudo sonreír esta vez.
Cómo me gustaría saber tu nombre… A veces hablaba con el chico de la trenza en su mente, aunque le costaba imaginar sus respuestas. Evocaba su rostro, lo hacía con toda la nitidez que podía conservar y le preocupaba que, según pasaran los meses, sus rasgos se le fueran borrando de la memoria. Él le había prometido que volvería la siguiente navidad. Pero el prometido llegará en mayo, ¿entiendes?
Ese tipo llegará antes que tú.
¿Y si el prometido la elegía a ella como novia antes de que el chico de la trenza hubiese vuelto?
Si el prometido la escogía por encima de sus hermanas, su padre haría oficial el compromiso. No esperaba que la obligara a casarse con ese desconocido enseguida pero, ¿qué pensaría de ella el chico de la trenza si a su vuelta estaba prometida con otro?
Ella le explicaría cómo habían sido las cosas, que no había sido su decisión y que no sentía nada por ese tonto, fuera quien fuera.
¿La creería?
Tienes que creerme, pensó, bajando la vista. La pena estaba haciendo acto de presencia, se abría paso a empujones en su corazón. Si pudieras llegar antes que él…
Sin querer, había cerrado los ojos y eso hizo que no viera a la persona que trotaba hacia ella y que le dio un buen empujón en el hombro. Akane no pudo contrarrestar la fuerza de ese cuerpo y salió despedida contra el suelo. Sí que logró poner por delante sus manos antes de que su cara se estampara contra la sucia moqueta de la tienda, la cual habría sido pisada por cientos de personas solo ese día, pero a cambio, la piña salió volando fuera de su alcance.
Rodó a través de un mar de zapatos y botines que se cruzaban sin parar. Akane, asustada, gateó a toda prisa tras ella, para recuperarla, pero un par de personas se tropezaron con ella al no verla.
—¡Cuidado! —La increpó una chica con un fuerte acento chino después de pisarle la mano.
Akane siguió adelante, estaba a punto de alcanzarla cuando un tipo enorme que iba cargado de prendas pasó sobre ella y aplastó la piña con su bota. La partió con tal fuerza que ésta estalló en pedazos quebradizos que quedaron aplastados contra la moqueta.
—No…
Cuando el hombre enorme se marchó, se acercó a los restos pero cualquier acto era ya inútil. La piña había desaparecido, no quedaba más que un montón de insulsos pedacitos convertidos en polvo.
La piña que el chico de la trenza había usado para salvar al perrito indefenso de esos matones la primera vez que le vio. La que ella había recogido y llevado consigo desde entonces. Era de lo poco que le quedaba como recuerdo de ese chico y ahora había desaparecido.
¿Por qué?
La pena, que ya la acechaba, llegó como un torrente para inundarla con ferocidad. Los ojos se le llenaron de lágrimas y allí, como estaba, arrodillada en el suelo junto a un cajón de ropa rebajada, los espasmos la dominaron y el llanto se hizo con ella.
Así la encontró Kasumi cuando apareció, al fin, con un hermoso kimono rosado en las manos. Al ver a su hermana pequeña llorando de un modo tan desconsolado sintió miedo de que estuviera herida.
—¿Akane, qué te ocurre? —Le preguntó, nerviosa, arrodillándose a su lado y doblando el cuello para mirarla—. ¿Qué tienes? ¿Qué ha pasado?
—Mi… piña… —La mayor descubrió los pedazos del fruto pero no entendió nada—; se h-ha roto…
—Bueno, no pasa nada —Le tomó por los hombros y la ayudó a levantarse. Buscó un pañuelo en su bolso y se lo puso en las manos a Akane, mientras le rozaba la espalda y la hablaba con voz suave—. Podemos conseguir otra.
—No vale otra —respondió Akane. ¿Por qué todo el mundo pretendía que le valiera cualquier cosa? Un kimono que no había elegido, un prometido que no conocía, otra piña… ¡No! Ella quería elegir por sí misma, ¿o no tenía derecho?—. No quiero prometerme con el hijo del amigo de papá.
—Akane, no…
—¡Yo quiero al chico de la trenza!
Lo gritó sin pensar, por la tristeza que la ahogaba, pero lo dijo.
Kasumi la miró extrañada unos segundos, después la agarró de la mano y la llevó a ella y al kimono hasta uno de los probadores de la tienda. Las dos se metieron dentro, echaron la cortina y entonces, la mayor le quitó el abrigo.
—Voy a ayudarte a probarte este kimono —Le dijo, con una novedosa autoridad que no admitió réplica alguna—. Y mientras tanto tú me vas a contar quién es el chico de la trenza.
—Pues…
—Akane, ¿tienes novio?
—¡No! —dio un respingo y, aun de mala gana, empezó a desvestirse—. No es mi novio.
. Es un chico que conocí antes de navidad.
Siguió quitándose prendas y permitió que Kasumi la ayudara a embutirse en ese precioso kimono rosado. Los restos de lágrimas se le fueron secando sobre las mejillas a medida que le contaba a su hermana mayor todo lo que había pasado durante aquellos días. Cada una concentrada en su tarea, los minutos parecieron hacerse infinitos, al menos para Akane, que desgranaba su historia con el chico de la trenza con cierta torpeza y vergüenza, quizás porque nunca pensó que le hablaría a nadie de él.
—¿Y dónde está ese chico ahora? —Le preguntó Kasumi mientras terminaba de atarle el obi a la espalda. Se lo ajustó a la perfección y desde atrás, le lanzó una bonita sonrisa a través del espejo—. Estás muy guapa, Akane.
—No me gusta —respondió ella de manera automática, a pesar de que no era cierto. No podía negar que se trataba de una prenda muy bella y sí, le sentaba bastante bien. Resopló—. Se marchó el día de navidad con su padre.
. Pero me dijo que volverían el año que viene.
—Entonces, volverás a verle.
—Sí, pero antes llegará el maldito prometido —replicó Akane de mal humor—. ¿Y si me elige a mí?
—Es pronto para que pienses en eso, quedan muchos meses por delante y puede pasar cualquier cosa —Kasumi agarró su cabello y, muy tranquila, comenzó a peinárselo con los dedos y a moldearlo en distintos estilos para ver el efecto con la ropa—. Puede ser que ese chico no te escoja como prometida a ti.
. O, tal vez, papá o el padre de él, cambien de opinión.
—¿Tú crees?
—Podría pasar otra cosa —Se le ocurrió, entonces—. Papá nos ha contado algunas cosas sobre el hijo de su amigo y parece que tenéis mucho en común.
. ¿Y si resulta que lo conoces y te gusta más que el chico de la trenza?
—¡Claro que no! —Akane frunció el ceño y se dio la vuelta para mirar a su hermana con firmeza—. Eso no pasará.
—Pero si apenas conoces a ese chico, no sabes cómo es de verdad —Le recordó la otra—. Ni siquiera te dijo su nombre, ¿no?
—¡No importa! —insistió, con las mejillas encendidas—. ¡Él y yo estamos destinados!
. ¡Eso sí lo sé!
Kasumi la contempló con los labios un poco separados por la impresión y no parpadeó en bastantes segundos. Akane se dio cuenta de que había vuelto a chillar y se sintió avergonzada, jamás había hablado así de ningún chico antes y al hacerlo ahora, no pudo evitar sentirse expuesta, vulnerable. Aunque se tratara de Kasumi que, por lo general, era alguien comprensivo, retiró la mirada y se puso a jugar con las mangas del kimono para distanciarse un poco de la situación.
—Se te ve muy segura —murmuró Kasumi, al fin. Esbozó una pequeña sonrisa e hizo un gesto de asentimiento con la cabeza—. Entonces, supongo que sí, estaréis juntos.
La hizo darse la vuelta de nuevo y se puso a acomodarle el cabello sobre los hombros. Fue aquel un gesto tan tierno y maternal, que Akane no supo si le costó hablar por eso, o porque seguía avergonzada.
—¿Por qué lo dices?
—Si de verdad piensas que estáis destinados —Le respondió con gran serenidad—. Lo que tiene que ser, al final, acaba siendo de un modo u otro.
. Entonces, dime, ¿te gusta este kimono?
La pequeña bajó los hombros.
—Sí, me gusta.
—Perfecto.
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Las Tendo llegaron a su casa pocos minutos antes de que anocheciera. El frío que navegaba sobre el asfalto de la ciudad se intensificó durante su trayecto a pie, tanto así, que cristalizaba los ojos de los caminantes. Todos avanzaban muy rectos, con el cuerpo apretado bajo el abrigo y la barbilla pegada al pecho para protegerse el rostro por dentro de la bufanda o el cuello de la chaqueta.
Akane, que llevaba la caja con su nuevo kimono en las manos, soportó el frío sobre su piel sin decir nada. Se sumió en un discreto silencio y dejó que sus hermanas la adelantaran un par de pasos; ambas parecían más animadas debido a las bolsas que cargaban en sus brazos y no notaron su malestar.
Cuando por fin llegaron al dojo, la pequeña se cambió los zapatos y, tal y como venía haciendo esos días como respuesta a su castigo, pasó de largo por delante de la puerta del comedor, sin saludar a su padre, y desapareció escaleras arriba, cerrando la puerta de su habitación tras ella. Soltó la caja sin abrir sobre la cama y después, lanzó sobre ella su abrigo.
Con cierta urgencia, rebuscó entre sus cosas hasta encontrar la postal que el chico de la trenza le había regalado en Nochebuena. Tenía el incomprensible temor de que ésta también hubiera desaparecido, pero la encontró enseguida y eso le produjo un pequeño alivio.
Había perdido la piña, ahora esa postal era todo lo que le quedaba del chico.
La postal antigua en tonos dorados y ocres, con el hermoso dibujo de la pista de hielo y el mar en calma de fondo. Akane la había mirado muchísimas veces y también había releído cientos de veces las palabras que el chico le había escrito dentro.
A mí también me gustaría pasar otra navidad contigo.
Conocía de memoria ese mensaje, y aun así, se sentó en la silla de su escritorio, con las piernas cruzadas y abrió la postal para volver a leerlo, a la luz de los últimos rayos del sol moribundo, de los últimos días de un año que también se estaba agotando. Por desgracia, no sintió lo mismo que las otras veces y eso hizo que la tristeza que traía consiga se agudizara.
Esas palabras le habían parecido una promesa de que ese chico y ella volverían a verse, pero ahora que le había contado la historia a Kasumi, Akane se sentía diferente. Había sido distinto relatarle los sucesos de esos días a otra persona, a cómo se los había estado contando a sí misma; de algún modo, podía ver con más claridad las breves y escasas ocasiones en que ese chico y ella habían estado juntos, lo poco que se habían dicho. Era como contemplar desde fuera sus sentimientos y se daba cuenta de hasta qué punto éstos eran desmesurados, puede que incluso un poco ridículos.
Kasumi había estado acertado al decir que no sabía apenas nada de él.
Cuando se ponía a recordar, además, solo se enfocaba en las cosas buenas: como el momento en que el chico se enfrentó a los abusones, cuando le oyó hablando con el perrito, la charla que tuvieron en nochebuena. Pero, ¿y todo lo demás? Como esa discusión espantosa que tuvieron la primera vez que hablaron o la complicada situación que ese chico tenía con su violento y negligente padre.
No había sido muy objetiva, pero, ¿cómo serlo si estaba tan enamorada?
Por eso había querido creer con todas sus fuerzas que el chico de la trenza volvería a Nerima el año siguiente, incluso se había convencido de que él se lo prometió pero, la verdad era que no lo hizo.
Nunca le hizo una promesa.
Dijo que no le importaría volver, recordó tras pensarlo un poco más.
No, eso era una promesa. No era ni una afirmación. ¿Cómo es que ella se había estado aferrando a algo tan débil?
No puedo estar segura de que vuelva, reconoció, apretando los párpados. Se le hizo un nudo en la garganta que le devolvía un sabor metálico cada vez que intentaba tragar saliva. Quizás no le vea nunca más. Respiró hondo para contener las lágrimas que ya se estaban formando en sus ojos. Ni siquiera me preguntó cómo me llamaba.
Deslizó su mano hasta la parte izquierda de su pecho, como las otras veces, pero ya no podía sentir sus latidos. Apretó más la mano, se quedó en silencio intentando oírlo, pero el ruido interno de su corazón se perdía entre todo lo demás, era demasiado flojo como para distinguirlo.
También se había ido.
¿Se acordará de mí dentro de todo un año?
Puede que ya ni siquiera pensara en ella.
Akane resopló, con un intenso dolor en el pecho, sintiéndose una tonta descomunal. Se había estado engañando a sí misma pero, en el momento en que la piña se rompió en pedacitos y vio como esas personas de la tienda la pisaban sin inmutarse, su ilusión había recibido un golpe casi igual de fuerte. No sabía bien por qué, pero todas esas fantasías que había estado creando en su mente esos días, ahora le parecían una mera ilusión endulzada por un amor infantil y absurdo que la había cegado.
No vendrá, se dijo, ya del todo convencida. ¿Por qué se molestaría por mí?
Alguien llamó a su puerta, sorprendiéndola.
Akane reconoció la voz de su padre al otro lado y tuvo el tiempo justo de esconderse la postal entre la ropa y frotarse los ojos con la manga del jersey, antes de que el hombre entrara en la habitación.
—Hija… —La llamó, con la misma voz desvalida con que la hablaba desde hacía un par de días. Supo que venía a hacer un nuevo intento de reconciliación y por eso, lo sintió avanzar con cuidado hacia ella—. Kasumi me ha dicho que habéis comprado un kimono precioso para fin de año.
—Sí —respondió ella, cortante y rápida, no quería que supiera que estaba llorando y le hiciera preguntas.
Soun se colocó a su lado, de pie, un poco encorvado. Akane permaneció abrazada a sus rodillas y con la mirada clavaba en el cielo.
—¿No va siendo hora de que hagamos las paces? —Le preguntó, justo antes de sentarse en el borde de la cama—. Mira, admito que no estuvo bien traer a ese chico casa sin haberte avisado antes de quien era.
—Tengo entendido que ni apareció.
—Bueno, tú me entiendes —replicó su padre. Guardó silencio unos momentos y retomó, en el mismo tono—. No te obligaría nunca a casarte con alguien a quien no quisieras.
. Pero me gustaría que, al menos, conozcas a Ranma cuando vuelvan el año que viene.
—¿Quién es Ranma?
—El hijo de mi amigo.
Akane frunció el ceño.
—Es un nombre muy tonto.
Su padre resopló pero mantuvo la calma. Tuvo que estirarse sobre la cama para disimular el impulso de levantarse, pero ella hizo como si nada.
—Es un buen chico, Akane —Le explicó. En otro momento, le habría interrumpido, pues no estaba interesada en que le hablara más del prometido, pero se sintió sin fuerzas, sin ganas. Era más fácil estar callada y seguir degustando su propia tristeza, hasta que Soun se aburriera y se marchara por sí mismo—. Su padre y él llevan toda la vida entrenando, Genma le está convirtiendo en el mejor artista marcial de todos los tiempos.
. ¿Tienes idea de lo bueno que sería para el dojo que alguien así lo llevara?
—Yo también podría llevarlo.
—¡Lo llevaréis juntos, hija! —Pero Akane le lanzó una mirada furibunda ante ese chillido de entusiasmo tan inadecuado.
—Seguro que es un fanfarrón —opinó, molesta—. Y tampoco será tan bueno.
—Claro que lo es —insistió Soun—. Ha dedicado su vida a aprender todo tipo de técnicas, se ha batido en duelo con cientos de rivales, ¡el arte es lo que más le importa en la vida! —Akane entornó los ojos ante esas palabras. Justo lo que una chica busca en su futuro marido. Con suerte, el prometido estaría tan obsesionado con los entrenamientos y las competiciones que se pasaría la vida viajando y jamás tendría que verle la cara, en caso de que su padre la convenciera para casarse con él.
—¿Dónde se supone que está ahora?
—¡En China! —respondió Soun, más animado por su débil muestra de interés—. Genma y él se marcharon en busca de un campo de entrenamiento especializado.
. ¡¿Te das cuenta de hasta qué punto el chico está comprometido con el arte?!
—¿China? —repitió ella. Ese era el lugar al que el chico de la trenza y su padre se habían marchado, también en busca de un campo de entrenamiento. A ver, no tenía nada de extraordinario que los dos chicos fueran a visitarlo, siendo ambos, artistas marciales. Sí que era algo curioso que se hubieran ido a la vez. Akane bajó las piernas de la silla y se giró hacia su padre—. Oye, ¿cómo es ese chico?
. Físicamente, quiero decir.
—Ah… pues, no sé, no llegué a conocerle en persona.
Solo es una casualidad, se dijo, meneando la cabeza. Muchos chicos de su edad practicaban artes marciales y viajaban por el mundo para perfeccionarse. Ese campo de entrenamiento de China debía ser muy famoso, así que no tenía nada de particular que ambos fueran al mismo lugar.
Estaba dejando que su padre la llevara hacia algo que seguía sin interesarle: hablar del prometido y eso no era lo más urgente. Ella también estaba cansada de esa situación y ansiaba hacer las paces, pero no lo haría hasta dejarle en claro cómo se sentía. Tendría que comprenderla, ¿no?
¡Era su hija!
—Papá, no entiendo por qué es tan importante ese pacto con tu amigo —dijo la chica, entonces, mirándole y suavizando el tono—. ¡Soy muy joven para prometerme con nadie!
—Pero, hija, solo sería un compromiso de palabra por el momento.
—Es que yo no quiero —insistió ella—. ¿Mis sentimientos no importan? —Quiso saber—. ¿Y los de ese chico?
. Si tan comprometido está con su entrenamiento, seguro que tampoco estará interesado en chicas.
—¡Claro que sí!
—¡Si ni siquiera vino a la cena a conocerme!
—Bueno, es posible que él tampoco supiera nada del… asunto del compromiso —Le confesó. Akane puso los ojos en blanco. Así que el padre del prometido también le había traído hasta al dojo engañado y claro, cuando le contó lo del pacto, seguro que el chico se indignó tanto como ella y salió corriendo. Eso casi hizo que le cayera un poco mejor—. Pero, escucha, Genma ya se lo ha contado todo y, la verdad, está bastante conforme con el plan.
—¿Y tú cómo sabes eso?
Su padre rebuscó entre los pliegues del yukata que llevaba puesto y extrajo un gran sobre blanco, algo sucio, y que tenía el nombre del dojo escrito con grandes letras emborronadas en una esquina.
—Genma me escribió al día siguiente de partir, en una de las paradas que hicieron en su viaje hacia la costa —Le contó—. Dice que Ranma ha aceptado de buen grado volver en mayo y que parecía contento —Del interior del sobre, sacó otro más pequeño que seguía cerrado—. De hecho, ha enviado esto para ti.
Akane alzó la cabeza, sorprendida, pero retrocedió en la silla y se cruzó de brazos.
—No creo que sea para mí.
—Para su prometida.
—¡Yo no soy su prometida! —exclamó ella, con las mejillas encendidas—. De hecho, aún no tiene ninguna prometida, ¿verdad?
. No nos conoce, ni ha elegido a ninguna de nosotras.
Soun le tendió el sobre de todas maneras.
—Pues lo ha enviado a tu nombre.
La chica parpadeó, pasmada. Era verdad, en el sobre estaba escrito su nombre: Tendo Akane.
—Pero… ¿y ese tonto por qué me ha escrito a mí? —Le arrebató el sobre de la mano a su padre, aunque siguió mirándolo como si fuera algo peligroso—. ¡¿Qué se ha creído?!
. ¡Si ni me conoce!
—¿No vas a abrirlo?
No quería abrirlo, ni saber lo que contenía. De hecho, si su padre no hubiese estado delante, lo habría roto en cuatro trozos y los habría lanzado por la ventana. Aunque, por otro lado, sentía algo de curiosidad. ¿Qué podía querer decirle un chico al que no había visto nunca?
Se mordió el labio, indecisa.
Finalmente, la curiosidad fue más fuerte y acabó por abrirlo. No encontró dentro ninguna carta o mensaje para ella, tan solo una pequeña fotografía hecha en un purikura. En ella aparecían un chico y un hombre que, sentados codo con codo, miraban al objetivo con expresiones muy distintas.
Resultó que Akane conocía a ambos.
—¿Hija? —Soun se puso en pie para mirar también la fotografía y soltó una fuerte risotada—. ¡Pero si ese es mi amigo Genma! —Señaló al hombre del pañuelo en la cabeza que la miraba con mala cara, como si estuviera posando obligado—. Entonces, ese debe ser Ranma.
—¿Ranma?
—¡Qué considerado! —Aulló Soun, en verdad, emocionado—. Se habrán hecho la foto en la estación y te la manda para que así sepas cómo es.
. Es un muchacho atractivo, ¿no crees?
Akane volvió en sí, miró a su padre y se estremeció ante la brillante mirada de ilusión que halló en sus ojillos negros.
—No me gusta nada —contestó, otra vez tajante—. Parece un fanfarrón, un tonto y un creído.
Alcanzó a ver como la alegría se borraba del rostro de Soun Tendo y se sintió un poco mal por ello, pero no fue capaz de reaccionar de otra manera.
—Está bien —aceptó éste, poniéndose en pie—. Puede que cambies de opinión cuando le conozcas —No se lo dijo enfadado, parecía que el hombre daba por hecho que se habían reconciliado y que todo volvía a estar bien entre ellos, luego no había razón para seguir discutiendo por ese motivo—. Hazte a la idea de que ambos volverán en mayo y se quedarán en esta casa.
. Lo único que te pido es que le conozcas, Akane.
Ella permaneció callada hasta que su padre dejó la habitación.
Entonces, volvió a mirar la fotografía y se tapó la boca con la mano para que no se le escapara un chillido.
¡No puede ser!
Pero sí era, lo estaba viendo con sus propios ojos. ¡Era el chico de la trenza! Ahí estaba, sentado con el hombre con el que ella le había visto peleando en la calle. La misma mirada despierta, la misma sonrisa animada.
El prometido era él. Ranma. ¡Eran el mismo chico!
Por eso no acudió a la cena de nochebuena; se encontró con ella, estuvieron hablando y después, prefirió quedarse en el parque comiéndose la comida que ella le dejó.
¡Era él!
—Ranma…
¡Por fin sabía su nombre!
Y no solo eso. Sabía dónde estaba y ahora sí, podía estar segura de que volverían a verse. Pero, ¿y él? ¿Sabría que ella era la chica con la que su padre pretendía casarle? Se le ocurrió que debía saberlo, por eso había querido enviarle esa fotografía.
Al darle la vuelta, el corazón se le saltó al descubrir que había algo escrito para ella.
Parece que sí volveremos a vernos. ¡Y será mucho antes de la próxima navidad!
¡Feliz año nuevo, Akane, chica de las postales!
¡Sí que sabía que era ella!
Y no había olvidado su promesa de volver.
—Increíble… —murmuró, todavía demasiado impresionada. Poco a poco dejó ir una sonrisa y el cosquilleo de emoción regresó a su cuerpo—. Parece imposible que, después de todo, haya sido él todo el tiempo —Apretó la fotografía contra su pecho, los latidos casi la atravesaban—. Es el destino.
Tal y como dijo Kasumi: si algo tenía que ser, acababa siendo. Ya no podía tener dudas acerca de que Ranma y ella estaban destinados el uno al otro.
Pero, ¿por qué me llama chica de las postales?
No lo entendió del todo, pero tampoco le preocupó demasiado pues en muy poco tiempo volvería a verle y podría preguntárselo a él. ¡En mayo! Durante esos días había temido tanto esa fecha que le parecía que estaba a la vuelta de la esquina, ahora, en cambio, tenía tantas ganas de que llegara que seguro que se le haría larguísima la espera.
Pero lo soportaría ahora que estaba segura de que volvería a verle.
Akane guardó la fotografía dentro de su postal antigua y escondió ambas cosas en el interior de su libro favorito. Se bajó de la silla y se atrevió a abrir la caja para contemplar su nuevo kimono. Decidió que sí iría al templo con su familia en fin de año, y pediría deseos a los dioses con todas sus fuerzas.
Que Ranma regresara sano y salvo de China.
Y que pudieran reencontrarse de una vez por todas.
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—Fin—
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Hola, de nuevo, Ranmaniaticos.
A tan poquitos días que estamos de que se acabe el año 2023, espero que estéis disfrutando de esta temporada invernal y de todas estas lecturas. Aquí tenéis la quinta historia de esta dinámica navideña que me he propuesto.
El resto de historias son independientes, pero ésta, ya habréis adivinado, pertenece al mismo universo de "Cinco días para navidad" *_* Se la quiero dedicar a un amigo que siempre lee mis fics, que siempre me escribe unos comentarios repletos de grandes ideas y opiniones y que, en más de una ocasión, me pidió una continuación para ese fic. Quizás esperabas otra cosa, pero espero que te haya gustado esta continuación. Se me ocurrió que Akane también merecía saber quién era, en realidad, el chico de la trenza.
Gracias a todos por vuestro apoyo, por haber llegado hasta aquí, conmigo, en esta navidad.
Disfrutar de estos últimos días del año y celebrarlo mucho.
¡Hasta pronto!
—EroLady.
