CORRUPTED MIND
-Control-
…
Lo había dicho…
Ahora, los azules la miraban; Confundidos, sorprendidos, hermosos, tan hermosos.
Todo eso debía sonar extraño, bueno, el decirlo, el usar las palabras, cuando Weiss sobre todo debía notar que sus palabras eran un acto, o quizás no lo notaba, o simplemente lo ignoraba para no agobiarla, respetando su decisión.
Weiss siempre respetaba sus decisiones, aunque no fuesen buenas.
Weiss siempre la perdonaba, aunque fuese un monstruo.
Por lo mismo tenía fe, tenía esperanzas, de que ese fuese el caso. A pesar de ya no tener la corrupción de la oscuridad, seguía teniendo sus instintos, seguía corrupta de cierta forma, no era la misma, así como Weiss tampoco lo era, su cuerpo bañándose en marcas azules, avanzando por su piel, acomodándose en su mejilla izquierda.
Y se veía hermosa así, bella, tan bella.
La corrupción le sentaba bien, de eso no tenía duda.
Quería corromperla también.
Y que nadie más nunca se le acercase.
"Quiero hacerte mía, Weiss, quiero impregnarte de mí olor para que nadie más siquiera se te acerque."
Y estaba dispuesta a llegar lejos por ese deseo.
Estaba dispuesta a matar si era necesario.
Pero no lo diría, no, eso sería demasiado, aun debía pretender ser humana, aun debía pretender que la oscuridad no había hecho estragos en su verdadera personalidad retorcida. No, eso debía permanecer oculto, siempre oculto, o Weiss huiría, tal y como huyó de su padre.
Y ahí, no sabía que sería capaz de hacer.
¿Matar o morir?
Si Weiss le decía que muriese, moriría, no lo dudaría.
Weiss sabía que era territorial, siempre lo supo, la bestia era honesta con sus intenciones, y Weiss vivió durante todo ese tiempo a su lado, mientras ella se lanzaba a la garganta de quien sea que osara tocarla. Weiss lo sabía, por supuesto que lo sabía, pero quizás no sabía que eso permanecía, que sus instintos animales seguían ahí, porque al final, era un lobo, era un animal que aún no se acostumbraba a vivir en esa piel, en ese cuerpo.
Que nunca se acostumbraría.
No dejó de mirar a Weiss, no dejó de mostrar la mayor seguridad que su rostro podía expresar, porque hablaba en serio, y quería que Weiss lo tuviese claro, que no iba a detenerse hasta lograr su cometido, o simplemente iba a explotar, y con su cuerpo en ese estado, dudaba de cuál podría ser el resultado.
Weiss mantuvo la sorpresa en su expresión y el rojo en sus mejillas, así como notó las marcas azuladas subir un poco más, brillando levemente ante las emociones desbocadas.
"Ruby."
Un gruñido se le escapó, no de rabia, no de enojo, no de molestia, no, de puro placer, porque su nombre sonó tan bien, rasposo, grueso, la voz de Weiss haciéndolo sonar tan único, tan especial, y así se sentía cuando estaba a su lado, única, especial, no la copia de una mujer que ni siquiera recordaba.
Era su propia persona con Weiss, tenía permitido ser su propia persona.
Y no era lo mejor, pero Weiss lo tenía claro.
Debía sentirse en peligro.
Weiss sabía lo que el animal era capaz, sobre todo ahora, que no eran más amigas que mantenían sus sentimientos ocultos, no, ya no más. La muerte y la corrupción las unió, por supuesto que eso mismo las seguiría uniendo aún más.
Pero no, Weiss no temía, lo notaba en su rostro, conocía el miedo en ese rostro hermoso, tan hermoso, pero no lo veía ahí. Nunca veía miedo en Weiss, nunca hacía ella, aunque supiese que merecía aquel miedo, porque si Weiss viese lo que ocultaba dentro de su cabeza, dentro de su cuerpo, huiría de inmediato, correría despavorida, lo sabía.
Y le aterraba que la verdad saliese a la luz.
Pero no ocurriría.
Era una experta en fingir, pasó más de diez años de su vida simplemente mintiéndose a sí misma, creando una careta, una imagen falsa, hundiendo su propia personalidad en lo más profundo, así que sabía que sería capaz de seguirlo haciendo.
Era agotador, estaba cansada.
Pero valía la pena si podía estar así.
Las manos de Weiss se movieron, se fueron a su rostro, se movieron por sus mejillas, frías, siempre frías, y luego por su cabello, dándole escalofríos, los mejores escalofríos que había sentido nunca, y adoraba el tacto, adoraba que el impulso de Weiss fuese tocarla, y todo gracias a la oscuridad, a la corrupción, a su pronta muerte.
Caer ahí, en esa piscina de oscuridad, fue una bendición como ninguna otra.
Se acercó a los labios ajenos, sin poder contenerse, sin aguantar los milímetros que la separaban, mucho menos cuando las uñas raspaban su cuero cabelludo, instándola a acercarse, y por supuesto que haría caso, siempre haría caso. Sus labios chocaron finalmente, y su lengua no se quedó inerte esta vez, no, siguió adelante, metiéndose en la boca ajena, mientras que su compañera seguía sus movimientos, las lenguas de ambas rozándose.
Podía sentir la lengua de Weiss pasar por sus dientes, por sus colmillos, sus encías ardiendo en deseo, y estaba tan cerca, era tan fácil, tan rápido, el simplemente morderla y probar un poco de esa sangre, de saborear la fría sangre que corría por las venas de Weiss, sentir el líquido bajar por su garganta.
Pero no podía.
Por supuesto que no podía, y como eso la frustraba.
Y de nuevo, una vez más, se maldijo por su cobardía.
Se controló de la única forma que era capaz, enterrando los dedos en la cadera ajena, empujando poco a poco, la espalda de Weiss cayendo sobre la cama, así como su cabello claro en las almohadas, y por su parte la siguió, sin despegar los labios de ambas, mientras su cuerpo seguía incrustado entre las piernas de Weiss, y cuantas barbaridades no quería hacer en ese momento.
Quería hacerla suya, una y otra vez.
Enterrarse en esta, sentir cada parte de su interior, destruirla desde dentro y soltó un gruñido de pura frustración, sabiendo que no podía hacerlo, que no estaba permitido, que sus retorcidos deseos, pensamientos, esperanzas debían quedarse en lo más profundo de su ser, inertes, lejos de la luz del día.
Como un animal, comenzó a empujar su pelvis contra Weiss, a moverse como si estuviese en celo, golpeándola en la entrepierna, y a pesar de la debilidad de su propio cuerpo, del dolor que eso causaba, no le importó, su mente tan nublada, que incluso sentía gusto en ese dolor, era lo que merecía, era lo que pagaba por gozar de ese momento.
Escuchó a Weiss gemir en su boca, y se ahogó en el sonido, memorizándoselo, porque temía olvidar, siempre temía olvidar una vez más, y no quería, nunca querría olvidar a Weiss.
Y de nuevo, quería más.
Siempre, pero siempre querría más, pero sabía que jamás lo obtendría, así que se quedaría siempre insatisfecha, y debía aprender que alguien como ella, no merecía el sentir satisfacción alguna. Pero no podía evitar pensar en eso, el tener las expectativas frescas a pesar de que eso solo le traería decepción, pero la idea de escuchar a Weiss gritar, de escucharla gemir su nombre a los cuatro vientos, el escuchar sus alaridos de dolor y placer, simplemente la enloquecían.
Y la frustraban, ay como la frustraban.
Soltó un gruñido molesto, soltando la boca ajena de su agarre permanente, y apoyó la frente en el hombro ajeno, volviendo a gruñir, a rugir, a soltar un aullido de rabia, de ira, y se vio enterrando los dedos aún más en la cadera ajena, empujándola, sosteniéndola, forzándola a moverse para encontrarse con sus propios movimientos toscos, pero no tan brutales como quería, como ansiaba, no, no podía, no era lo suficientemente fuerte ni valiente para satisfacer sus deseos más instintivos.
A pesar de su estado tan retorcido, tan animalesco, los brazos ajenos la abrazaron de igual forma, una de las manos enterrándose en su cabello, tirando de este, y esa era una orden silenciosa para seguir, así como los gemidos que resonaban, suaves, controlados.
Y como quería enloquecerla.
De hecho, la idea de enloquecer a Weiss la enloquecía de vuelta.
Escuchó el camarote resonar, la estructura crujiendo con sus embestidas, y a pesar de saber que estaban en soledad, sus orejas se movieron, atentas, porque nadie podía verla así, nadie que no fuese Weiss, porque o si no su acto se escaparía de sus manos, y no tenía las energías para mentir, para fingir, para armar todo un plan para salvarse el pellejo y no decepcionar a nadie que contaba con ella como la heroína de la historia.
Y se avergonzaba de sí misma, de aun tener ese reflejo, el de seguir manteniendo la máscara en alto, incluso cuando era una bestia y su mente apenas estaba consiente, obligándose a usar la capa, a usar el símbolo, a usar su arma, obligándose a mantener en su mente la imagen que debía mostrar.
Y ahora, cuando ya lo había perdido todo, seguía haciéndolo.
Era una estúpida.
Pero al menos, ahora, podía ignorar esos pensamientos, y así fue, cuando la otra mano de Weiss llegó a sus orejas, sujetándola, acariciándola, con suavidad y cuidado a pesar de que la otra mano tirase de su piel, de su cabello, se enterrase en su carne.
Le gustaba esa dualidad, porque Weiss también estaba corrupta.
Ambas lo estaban.
Y se sentía bien el que aquello saliese a la luz.
Subió el rostro, solamente para toparse de frente con el cuello ajeno, viendo las marcas azules palpitar sobre la piel pálida, iluminándose, siguiendo los latidos apresurados de la mujer, las líneas palpitando, y ardió, queriendo que fuesen sus dientes quienes pudiesen sentir los latidos por sí misma, así que se movió, llevando la boca a la zona, pasando los dientes por las líneas frías, que denotaban las emociones desbocadas de la mujer, de su mujer. Esta temblando con el roce, el cuerpo bajo el suyo removiéndose, sintiendo el más leve tacto.
Quería morder, como quería enterrar los colmillos en la carne, romper la piel, y ver la sangre llena de Dust manchándola.
Pero no, de nuevo, se contuvo, como se contenía.
Simplemente raspó la zona, lo suficiente para mermar un poco la frustración, pero no lo suficiente para evitar la decepción, y luego pasó la lengua, saboreando el sabor de la piel, que, de nuevo, era suficiente para mermar su frustración, pero no lo suficiente para evitar la decepción. Simplemente quería hundirse en esa sangre fría, lamerla, saborearla, y poder decir a viva voz que sabía con exactitud el sabor de Weiss.
Se detuvo, sin contener el gruñido que iba pasando por su garganta en ese preciso instante.
Se tomó un segundo, inspirando lentamente, con intensidad, captando hasta la última esencia en esa habitación, y se vio sonriendo, se vio hirviendo, sabiendo que el aroma que aparecía era de Weiss, y se vio jadear, se vio salivar.
Quizás aun podía saborearla.
Se vio animada, sintiendo como su cola se movía imitando su emoción, y se levantó, quedando erguida sobre Weiss, mirándola a los ojos, mientras las manos ajenas aun intentaban mantenerse sujetas a su cabello a pesar de haber tomado ciertas distancias.
Los azules, tan bellos, la observaban. Las pupilas estaban dilatadas, sus ojos viéndose más oscuros de lo que eran. Sus mejillas estaban rojas, así como sus orejas, y le gustaba el rojo en la piel pálida, le encantaba.
Se liberó del suave agarre que tenía en su cabello, Weiss ya no más obligándola a quedarse ahí, dándole espacio, y eso hizo. De inmediato comenzó a retroceder, a bajar en el cuerpo ajeno, pasando la punta de la nariz por sus clavículas, luego entre sus pechos cubiertos, luego por su estómago, y al bajar más, simplemente inhaló, fuerte, de nuevo, embriagándose en ese aroma que era suyo, totalmente suyo, sin estar infectado con ningún aroma ajeno, de nadie.
Soltó un jadeo, este terminando en un gruñido ronco.
"Hueles tan bien."
Esperó una mirada reprobatoria, una negación, estuvo atenta a cualquier reacción de Weiss, esperando siempre lo peor, esperando que esta le negase el paso y se viese de nuevo frustrada, pero le haría caso, por supuesto, porque si Weiss se lo ordenaba, haría arder el mundo entero.
Moriría y mataría.
Pero no, Weiss tembló ante sus palabras, el aroma intensificándose, la tentación siendo demasiado fuerte para poner mantenerse controlada. Así que gruñó, rugió, bajando más, levantando la falda ajena con su nariz, hundiéndose más y más en el aroma, aproximándose, acercándose. Podía sentir el aroma intenso, así como el calor de la piel ajena, y con sus manos aun firmes en la cadera de Weiss, se acercó.
No dudó en enterrar la nariz en la prenda húmeda, en inspirar de nuevo, siendo ese aroma el único que podía sentir, este tan cerca, tan nítido, que todo lo demás dejaba de existir. Pero no era suficiente, olerlo no era suficiente, y como quería enterrar los dientes, el hacer a Weiss gritar, el hacerla perder la compostura, si, realmente lo necesitaba.
Pero no podía, ¡Maldición! ¡No podía!
Pero al menos podía saborearla, sin culpa alguna, sin cometer un error que podría llevarla a la tumba, porque a pesar de estar dispuesta a morir por Weiss, no quería morir, porque significaría que no la volvería a ver, y ese pesar era demasiado para su débil humanidad.
Pasó la lengua, sintiendo el sabor en la tela, el calor en esta, pero jamás hirviendo, todo lo que provenía de Weiss tenía ese tinte frio, gélido. Era tan diferente aquel sabor, tan único, pero al mismo tiempo sabía que era de Weiss, era evidente, no podría equivocarse en eso. A pesar de que intentó controlarse, no pudo, tal y como con sus embestidas, era imposible, había un límite para su control, y ese era, así que enterró aún más el rostro en la ropa interior ajena, empujándola, embistiendo su rostro sin siquiera importarle el dolor que podía causar, más a si misma que a Weiss, mientras movía la lengua, mientras enterraba la boca en la zona, intentando sacar hasta la última gota de humedad de la prenda, monopolizándola.
Sus orejas se movieron, siempre atentas, siempre captando los sonidos incluso a través de sus gruñidos frustrados, y gracias a eso captó los gemidos ajenos, disfrutándolos, memorizándoselos.
Y así también escuchó la decepción.
"R-Ruby…detente."
Y de detuvo.
Maldita sea, se detuvo…
Gruñó, pero se acalló, porque era Weiss quien se lo decía, y debía acatar, porque era quien dominaba la oscuridad, quien tenía el poder sobre ella, quien le devolvió la vida, la mente, la humanidad, así que debía tenerle respeto. Era su dueña, así que se contenía.
Levantó la mirada, buscando a los azules, el rostro ajeno ahora más rojo que hace unos momentos, y se enamoró de esa imagen, lo disfrutó a pesar de sentirse molesta de no poder seguir, de no poder inundarse aún más en el sabor ajeno, este aun sin estar perpetuo en su boca.
Y para su sorpresa, Weiss le sonrió.
Leve, suave, tan suave, tanto así que se quedó perpleja mirándola, sufriendo y deleitándose en partes iguales, porque lo que estaba haciendo no era algo que debería de estar haciendo, así que no merecía perdón, pero siempre la hacía sentir llena el saber que Weiss la aceptaba, incluso con lo peor de sí misma.
"Me vas a arruinar la ropa interior."
Oh.
Si, eso haría probablemente.
Le tomó por sorpresa cuando las manos frías de Weiss se movieron, las marcas azules parpadeando en el dorso de estas. Weiss sujetó su ropa interior, y comenzó a sacarla, y se quedó viendo la escena sin vergüenza alguna, saboreándose los labios en anticipación, sabiendo que tendría la oportunidad de saborearla directamente, cosa que imaginó que no podría, porque se ponía reglas morales a sí misma, lo que estaba bien y lo que estaba mal, y era esa parte de sí misma, la falsa, la que más odiaba.
Y le gustaba que Weiss la hiciese pedazos al romper esas reglas.
Sonrió, el aroma ahora por completo al descubierto, pero aun así se detuvo, tal y como durante las noches, donde el insomnio se alimentaba de su cordura, y sin importar lo cerca que estaba de Weiss, siempre había un campo de fuerza a su alrededor, el cual no podía pasar, porque ahí aparecía la moralidad.
Pero Weiss se lo permitía.
¿Entonces por qué?
¿Por qué?
¿¡Por qué!?
Gruñó, fuerte, grotescamente, furiosa, su cola moviéndose de un lado a otro en ira, en molestia, porque estaba tan cerca, pero tan lejos, el campo de fuerza, su moral, su culpa, su máscara obligándola a mantener el demonio oculto, obligándola a acallar sus instintos, sus deseos.
Maldición, hasta quería llorar.
Estaba cansada de luchar consigo misma.
Harta de luchar con esa imagen que la acosaba, que la reprimía.
Quería eliminar ese recuerdo.
El volver al pasado y evitar nacer bajo ese nombre.
No quería ser la hija de su madre.
Solo quería matarla.
Su gruñido se tornó en un sollozo cuando una de las manos de Weiss llegó a su rostro, su piel hirviendo tanto que la mano ajena era incluso más fría de lo usual, más agradable, perfecta. Se obligó a mirar a Weiss porque ese era el comando silencioso, y se sorprendió ante la belleza que era esa mujer, como cada vez que la veía, y le sorprendía como apenas la vio, se enamoró, y a pesar de los altibajos, cada día a su lado, como su compañera, la hizo ser egoísta, la hizo desarrollar pensamientos, sentimientos, que al fin eran propios, no más unos inventados.
A su lado se sentía en paz.
Esta asintió, sin decir nada, dándole permiso, entendiéndola a pesar de todo, la corrupción entendiendo a la corrupción, y al fin esa presión en su pecho mermó, esa ansiedad, esa molestia, esas ataduras, y era libre.
Siempre era libre con Weiss.
Se movió, volvió a su origen, la mano de Weiss ahora en su cabello, empujándola, guiándola, permitiéndole el paso, sin dejar paso a la duda, sin dejar paso a su propia mente, a la heroína que le hablaba sobre su nombro, obligándola a ser la imagen perfecta, la hija perfecta, la que seguiría el legado, como le fue comandado el día que nació con ese nombre, con esos ojos.
Ahí era solo Ruby.
Y era de Weiss.
Se enterró en la entrepierna ajena, sintiendo la humedad en el rostro, sintiendo la piel, sintiendo la carne expuesta y sensible, y se alimentó de las sensaciones, así como se alimentó del líquido, del sabor, tan adictivo, tan agradable, tan perfecto, tal y como era Weiss, perfecta.
Su control se desmoronó de nuevo, su otro yo dejando de importar, y simplemente enloqueció ante las sensaciones, avanzando, lamiendo, mordiendo, chupando, sin llegar al límite, pero rozándolo, siempre rozando los limites.
Y cada movimiento tenía una reacción de la dueña de ese cuerpo, y los escalofríos no tardaron en pasar por su espalda, los sonidos pasando por sus orejas sensibles, estos cada vez menos controlados, más y más intrépidos, fuertes, intensos, y a pesar de que los sonidos muy altos pudiesen molestarle en sus orejas, lo que viniese de Weiss, nunca, jamás, le causaría daño alguno, de hecho, quería que fuesen más y más altos, y si sus oídos iban a pagar el precio, pues así sería. Aceptaría todo con gusto.
Moriría, por supuesto que perdería la audición por Weiss.
"Te amo, Ruby."
A pesar de los gemidos intensos, la voz de Weiss sonó compuesta, provocándole otra serie de escalofríos, y se obligó a mirarla, a ver sus ojos azules, hermosos, y le sorprendió el verlos brillantes, destellando, tal y como las marcas en su piel, y como consecuencia de aquella activación del Dust en el cuerpo ajeno, el sabor de Weiss cambió, y no sabía cómo describirlo, no podía decir con detalle en que había cambiado, pero así era, y lo que era más evidente, era la frialdad de este.
Corrupta.
Tan corrupta.
Tan hermosa.
No pudo decir nada, su lengua metiéndose dentro de Weiss, sin poder controlarse, sin poder siquiera responder apropiadamente, pero Weiss lo sabía, Weiss siempre lo supo, y esperaba que la mirada que le daba en ese momento fuese suficiente para darle seguridad de que así era, que la amaba, y Dios, moriría por Weiss, ¿Cómo no iba a amarla?
Vivía por Weiss, que era más difícil que morir.
Las manos ajenas se aferraron a su cabello, sujetándola, hundiéndola más y más en el centro sabroso en el que estaba enterrada, y lo aceptó, lo aceptó todo. Weiss comenzó a jadear, sus piernas temblando, su cuerpo removiéndose bajo su agarre, bajo sus administraciones, solo pudo seguirle el ritmo, aumentar el ritmo, presionar más, embestir más, chupar más, lamer más, enterrarse en ese lugar como el parasito que era, y perecer si era necesario.
Weiss se removió finalmente, tirando de ella, encorvando la espalda, soltando un grito extasiado mientras enterraba la nuca en las almohadas. Y siguió ahí, succionando, encargándose de tragarse hasta la última gota, hasta que el agarre en su cabello mermó, hasta que las manos cayeron flácidas, y esa fue su señal para detenerse.
Se alejó, sin evitar relamerse los labios, tragando cada gota, cada residuo que quedó en su rostro, sin dejar nada, sin desperdiciar nada.
Weiss se quedó ahí, inerte, respirando pesadamente, recuperando el aliento poco a poco, temblando, y nunca la había visto así, pero por lo mismo, ansiaba verla así mucho más.
Se acomodó sobre el cuerpo ajeno, sobre el abdomen de Weiss, esta aun vestida, así como ella, y quizás esperaría un poco para eso, o eso debería hacer, sea como sea, se relajó, disfrutó de la cercanía, de las manos ahora débiles moviéndose por su cabello de nuevo, queriendo hacerla caer de nuevo en el mundo de los sueños.
Antes de cerrar los ojos, notó un cristal en la cama, un cristal de Dust, azul, pequeño, y le sorprendió que estuviese ahí, siendo un material peligroso, pero no le tomó importancia.
Weiss no parecía reticente a hacer cosas peligrosas.
Y ahí, cerró los ojos, disfrutando del aroma.
De su aroma ahora en Weiss.
